Любовь без оглядки? Наверно, бывает. Наверно, когда осень тучи стирает. Когда поезд ждут в полуночной столице И тушью размазанной плачут ресницы. Читала стихи мне шальная девчонка – Упругая грудь в приоткрытой кофтенке: Любовь без оглядки? Конечно, бывает! По-разному люди её понимают... Любовь без оглядки – что деньги на

El Perro

El Perro Guido Pagliarino Copyright © 2022 Guido Pagliarino – All rights reserved to Guido Pagliarino – Todos los derechos propiedad de Guido Pagliarino – Obra distribuida por Tektime S.r.l.s. Unipersonale, Via Armando Fioretti, 17, 05030 Montefranco (TR) – Italia – P.IVA/ C?digo fiscal: 01585300559 GUIDO PAGLIARINO EL PERRO NOVELA TRADUCCI?N DE MARIANO BAS Guido Pagliarino EL PERRO Novela Traducci?n del italiano al espa?ol de Mariano Bas Distribuci?n Tektime Copyright © 2022 Guido Pagliarino – Todos los derechos propiedad del autor Obra original en italiano: IL CANE Romanzo, Distribuci?n Tektime, Copyright © 2021 Guido Pagliarino – Todos los derechos propiedad del autor Imagen de la portada: Un ejemplar de un perro de defensa Bandog. Fuente: Wikipedia, la enciclopedia libre En esta novela no aparece ninguna persona existente o que haya existido, aparte de las figuras hist?ricas generalmente conocidas aqu? citadas y que no participan en la acci?n. Los personajes, los nombres de personas, de entidades, negocios y sociedades y de productos y servicios que aparecen en esta narraci?n y los acontecimientos relatados son completamente imaginarios. Ha de considerarse absolutamente casual e involuntaria cualquier posible referencia a personas reales y, en general, a la realidad presente o pasada, personal, familiar, profesional o institucional. ?ndice Cap?tulo I (#ulink_e01809b4-54d7-522a-9489-1226b6ea599e) Cap?tulo II (#ulink_2c61f9aa-a79c-5933-a9b4-931132dba032) Cap?tulo III (#ulink_4a4448ff-8e55-585c-8503-bbf4d085683b) Cap?tulo IV (#ulink_2faefdd1-84a9-5db4-a4f2-4e71d4e2d9af) Cap?tulo V (#ulink_a7fef1e7-abbe-5a84-b992-11e516f86667) Cap?tulo VI Cap?tulo VII Cap?tulo VIII Cap?tulo IX Cap?tulo X Cap?tulo XI Cap?tulo XII Cap?tulo XIII Cap?tulo XIV OBRAS BASADAS EN LOS PERSONAJES DE VITTORIO D’AIAZZO Y RANIERI VELLI FOTOGRAF?A FUERA DEL TEXTO Postal antigua que muestra la esquina entre via Garibaldi y corso Valdocco del edificio en el que ten?a su sede la Gazzetta del Popolo. En la parte baja de la foto en el extremo izquierdo desde el punto de vista del lector, detr?s del tronco del ?rbol central, se entrev?n la escalera y el portal. Cap?tulo I (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10) La Gazzetta del Popolo era el m?s antiguo de los diarios turineses, nacido el 16 de junio de 1848 y muerto sin ninguna esperanza de resurrecci?n el 31 de diciembre de 1983, despu?s de a?os en los que hab?a sufrido cambios de propiedad y problemas econ?micos, acabando m?s de una vez, por breves periodos, casi en coma. Era un peri?dico dirigido a una clase minoritaria desde su fundaci?n, que hab?a mantenido siempre un esp?ritu cr?tico social, salvo, por supuesto, durante la ?poca fascista en la que toda la prensa estuvo amordazada. En ?poca republicana, despu?s de importantes ?xitos, prosigui? con su actividad, siempre sufriendo adversidades hasta su defunci?n. Su redacci?n, fuertemente sindicalizada, se inclinaba hacia la izquierda democr?tica parlamentaria cat?lica y laica con tendencias sociales; por ejemplo, en el per?odo de la gran inmigraci?n a Tur?n desde el sur de Italia estuvo a favor de la integraci?n de los nuevos turineses y en los a?os 60 y 70 public? importantes reportajes sobre los problemas laborales y el empleo juvenil. El peri?dico fue un correoso competidor contra la eterna La Stampa, diario que, tras el conflicto mundial, apoyaba el centrismo gubernamental impulsado por De Gasperi, quien desde 1963 dirigi? sus simpat?as hacia el rojiblanco de los gobiernos de centroizquierda del obligado matrimonio entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista y, en los primeros a?os 70 en los que discurre esta narraci?n y en los que imperaba el clima de la llamada contestaci?n pol?tico-social, La Stampa no hab?a considerado desfavorablemente los ideales de extrema izquierda: no es extra?o, pues acomodarse a los gobiernos al mando y al clima social del tiempo era y es algo habitual en la mayor?a de los peri?dicos llamados independientes, pero pertenecientes a una gran unidad econ?mica privada o p?blica. Desde el principio de los a?os 60, yo tambi?n colabor? en la Gazzetta, pero solo en la secci?n cultural y ocasionalmente como periodista publicista, unas veces escribiendo el art?culo en la calle Valdocco 2, sede del peri?dico, y otras llev?ndolo ya preparado desde casa. Sin embargo, en enero de 1973 mi amigo el director me invit? a colaborar a jornada completa como redactor profesional y yo acept?. No se trataba de mi primera experiencia en una redacci?n, pues en los primeros meses de 1968 hab?a trabajado como corresponsal subalpino de un diario genov?s del financiero Angelo Tartaglia Fioretti, que me despidi? poco despu?s por divergencias sociopol?ticas. En la Gazzetta estaba en mi salsa, junto a cat?licos progresistas, alg?n republicano como yo y socialdem?cratas, por lo que acept? encantado la oferta, encontr?ndome adem?s en uno de aquellos per?odos en los que me escaseaban las ideas para una nueva novela y un salario razonable fijo me ven?a muy bien, adem?s de que se trataba de una buena cantidad gracias a la cual no iba a pasar hambre. La redacci?n de la Gazzetta era un universo de sonoras m?quinas de escribir entre una nube de humo de cigarrillos y alguna pipa, en la que, como era mi caso, quien no era fumador, si no estaba dispuesto a inmunizarse, habr?a podido perecer asfixiado. Casi en cualquier lugar, salvo tal vez en los numerosos ba?os y cuando las respectivas puertas de acceso y la puerta del despacho correspondiente estuvieran bien cerradas, hormigueaba en los o?dos el rumor de las voces de los periodistas en la sala de redacci?n o, abajo en tipograf?a, la conversaci?n del tip?grafo y de quien discut?a con el cajista y del cajista que gritaba para hacerse o?r por su aprendiz o por el tip?grafo, que berreaba con el ayudante, todos envueltos por el estruendo de la rotativa y el rumor de las linotipias: en la Gazzetta del Popolo, la composici?n de las p?ginas todav?a se hac?a a mano, no hab?an desaparecido las linotipias, aunque ya en los primeros a?os de los 70 en varios peri?dicos ya se hab?a adoptado el m?todo de la fotocomposici?n y de la paginaci?n en fr?o mediante ordenador. Nuestro magn?fico director me asign? la cr?nica de sucesos, colocando a mi lado durante un par de meses a una experta tutrix, Ada, periodista de investigaci?n y bella morena, esbelta y en el umbral de los 40, con la cual, unos 20 d?as despu?s, hice el amor a propuesta m?a y, como ocurre siempre, por decisi?n suya, me abandon? tranquilamente en junio, aunque mantuvimos una cordial amistad: —Ranieri, eres un poco demasiado individualista, ?sabes? —me dijo un lunes por la ma?ana en su apartamento de soltera en via Amedeo Avogadro, no lejos del peri?dico, desnudos bajo las s?banas de su cama de estilo franc?s—: Eres bueno en t?rminos er?ticos, querido, pero no sabes darme amor. Hab?a sido cort?s empleando la palabra individualista, que consegu?a atenuar un poco lo que ella evidentemente hab?a querido decirme: ego?sta. En realidad, no creo haber sido nunca exactamente ego?sta, tal vez sentimentalmente cauto y, bien pensado, tampoco siempre: solo despu?s de haberme quemado durante unos oscuros acontecimientos internacionales en los que me vi envuelto y gravemente perjudicado en 1969, por una italoamericana muy sensual de la cual me enamor? hasta el punto de pensar en casarme con ella, pero que pronto descubr? que era una devorahombres sexualmente activa. Despu?s de cierto tiempo, considerando que el abandono de Ada no hab?a deteriorado nuestra relaci?n, me di cuenta, absolvi?ndome, que tampoco mi colega hab?a estado verdaderamente enamorada de m?. Me gustaba el trabajo de la cr?nica de sucesos, no muy distinto del que hab?a realizado en la polic?a hasta 1967 como investigador. Por otro lado, me agradaba el hecho de que tambi?n el gran periodista, escritor y muchas otras cosas Dino Buzzati, personaje vers?til desaparecido solo un a?o antes y al que hab?a admirado mucho, no solo hubiera sido redactor de editoriales y de reportajes varios en el milan?s Corriere de la Sera, sino que se enorgullec?a de ser periodista de sucesos. Era evidente por qu? el director me hab?a asignado a sucesos, aun proviniendo de las p?ginas literarias: evidentemente hab?a jugado a mi favor haber sido polic?a de investigaci?n durante a?os y no deb?a haber sido ajeno a la elecci?n que la escalofriante desventura, universalmente conocida, que sufr? en 1969, tuviera un final feliz, aunque con graves magulladuras f?sicas y morales y solo gracias a la intervenci?n providencial de mi ?nico amigo verdadero y antiguo superior Vittorio D’Aiazzo, subjefe comandante de la Secci?n de Homicidios y Delitos contra las Personas de la comisar?a de Tur?n: una trama que hab?a ideado un personaje muy sospechoso y poderoso contra Italia y Estados Unidos y, al mismo tiempo, contra m?, Ranieri Velli, us?ndome como instrumento involuntario y cabeza de turco de su plan criminal. Los acontecimientos se narraron y divulgaron en la prensa internacional y motivaron mi fortuna como escritor: consegu? notoriedad y beneficios econ?micos gracias a un ensayo que escrib? en tiempo real sobre los acontecimientos, traducido a los principales idiomas occidentales y publicado, vendiendo casi un mill?n de ejemplares en el mundo; luego, dejando a un lado la poes?a juvenil con la que hab?a obtenido mis primeros ?xitos, pero evidentemente pocas ganancias, disfrut? de la fama obtenida escribiendo novelas sobre algunas de las antiguas investigaciones de Vittorio D’Aiazzo y m?as, libros que se han vendido bien y de los cuales se extrajeron guiones para algunas pel?culas de ?xito. En el per?odo hist?rico en el que se desarrolla este caso, los periodistas de sucesos deb?an a menudo escribir de acuerdo con los redactores y comentaristas pol?ticos, quienes, desde el final de la d?cada precedente de sangrientos atentados terroristas, se hab?an arrimado a los delitos privados. El terrorismo italiano hab?a sido un fen?meno sociopol?tico involutivo, aunque se pusiera en marcha dentro de un proceso de maduraci?n de la visi?n social nacido hacia los inicios de la d?cada y no solo en el mundo aconfesional, sino asimismo en el universo cat?lico: los a?os entre el inicio del Concilio Ecum?nico Vaticano II en el a?o 1962 y el a?o 1970 hab?an responsabilizado a buena parte de los creyentes, entre otras cosas aguzando el concepto evang?lico que el obrero hab?a dirigido a su voluntad: la huelga ya no se consideraba la omisi?n de un deber sino un derecho sagrado. Por tanto, los conflictos con el mundo empresarial hab?an asumido un doble aspecto en las mentes de los trabajadores y en las organizaciones sindicales, las laicas y clasistas CGIL y UIL, de cultura pol?tica comunista, socialista y socialdem?crata, y la cat?lica CISL, que, al defender econ?micamente a obreros y empleados, se basaba en el valor cristiano de la persona, inconmensurable seg?n la Iglesia, para la que todo ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios. Las reivindicaciones y las huelgas hab?an unido a clasistas y humanistas. Tambi?n la degeneraci?n terrorista del descontento social hab?a afectado a ambos mundos y hab?a contemplado casos de paso del catolicismo al marxismo-leninismo revolucionario armado, como hab?a pasado con Renato Curcio y su esposa Margherita Cagol, fundadores, con el comunista Alberto Franceschini, de la organizaci?n m?s importante de lucha armada de extrema izquierda, las Brigadas Rojas, los cuales no solo proven?an del mundo cat?lico, sino que, siendo ya comunistas, se hab?an casado por la Iglesia. De todos modos, la vida cotidiana de los italianos continuaba a pesar del desenfrenado pandem?nium terrorista y no faltaban acontecimientos festivos, como la inauguraci?n del nuevo Teatro Regio de Tur?n el 10 de abril de 1973. Durante d?cadas en la zona de piazza Castello, en la cual hab?a resonado en el pasado durante dos siglos la gloria musical del Teatro Regio original edificado en 1740, solo hab?an quedado sus ruinas, debido a un incendio devastador que se desat? en la noche entre el 8 y el 9 de febrero de 1936. Pero finalmente, despu?s de a?os de trabajo, se hab?a reconstruido el teatro y la noche de inauguraci?n ya estaba pr?xima. Iba a ser naturalmente una gran gala, con la presencia del presidente de la Rep?blica, Giovanni Leone, con su s?quito romano, y de los principales dirigentes ciudadanos y regionales. Estaba programada la representaci?n suntuosa del melodrama de Verdi Las v?speras sicilianas, con la actuaci?n de los dos grandes cantantes Maria Callas y Giuseppe Di Stefano. Aunque el acontecimiento fuera una noticia de alta sociedad que aparentemente no nos afectara a la gente de sucesos, el director quiso que Ada y yo estuvi?ramos entre los periodistas invitados. —Porque —dijo—, siempre existe el riesgo de que los habituales grupos de exaltados provoquen des?rdenes delante del teatro, o algo peor. Si algo as? sucediera, podr?is correr a un bar para telefonearnos e incluirlo en primera p?gina y vendr?ais aqu? a redactar vuestros reportajes. ?Est? claro? Ada deb?a estar de buen humor y, con voz suave, le respondi? cantarinamente: —Siempre listos si lo necesit?is. Yo, con un humor completamente distinto, molesto ante la posibilidad de acabar en medio de la violencia de unos desali?ados y vulgares marxianos o, peor, reventado por una cobarde bomba neofascista, solo contest? con un resignado: —Claro. Hab?a realmente un peligro de graves des?rdenes y no niego que me hab?a bastado con la triste aventura de 1969 de la que me qued?, y me quedar? toda la vida, un shock postraum?tico por el que, todav?a hoy despu?s de tanto tiempo, con m?s de 70 a?os y en el tercer milenio, a veces el recuerdo del dolor que me infligieron vuelve de repente a mi ?nimo y me invade la mente, casi como si estuviera sufriendo de nuevo esas torturas. El magn?fico director me sonri?: —No me vengas con cuentos, Ranieri, s? que te molesta ir y tambi?n s? el motivo. ?Pero hay que hacerlo! Oh, evidentemente, tienes que llevar corbata negra y Ada, t?… —… s?, Giorgio, yo vestido largo: tengo el habitual en el armario, que me sienta muy bien sin necesidad de acudir al atelier. —Sin duda lo sufres amargamente —le replic? el jefe en divertida respuesta a su endecas?labo. ?Transcurrir?a sin incidentes la noche de la inauguraci?n? La ocasi?n era realmente propicia para los subversivos. FOTOGRAF?A FUERA DEL TEXTO Primera p?gina del diario Corriere della Sera del 13 de diciembre de 1969, d?a posterior al de las matanzas de piazza Fontana en Mil?n. Fuente: “prima La Martesana”, art?culo La strage cinquant’anni dopo (1969-2019), p?gina web primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/ (https://primalamartesana.it/cronaca/bomba-al-cuore-sono-passati-50-anni-dalla-strage-di-piazza-fontana/) Cap?tulo II (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10) ?C?mo se pudo llegar a la estremecedora locura de los a?os que ser?an calificados como de plomo? En 1968, despu?s de anteriores episodios aislados de protestas juveniles, el descontento pol?tico, y en muchos casos casi la rabia de muchos j?venes, se expresaron con fuerza a trav?s de manifestaciones en la calle, sobre todo de estudiantes, no todos en realidad preparados pol?ticamente, siendo no pocos de ellos simples ut?picos o bien marxistas imaginarios, como los definir?a en 1975 alguien que conoc?a bien el marxismo, y no todos con posturas de izquierdas sino, en parte, pseudoniestzchecianos y fascistizantes, cuando no abiertamente fascistas. Esas manifestaciones no hab?an sido f?sicamente violentas al principio, pero a ellas les hab?an seguido otras que hab?an causado da?os y heridos. La sociedad italiana tuvo que sufrir la cobard?a asesina de la extrema derecha y las acciones homicidas de grupos armados de izquierdas. La subversi?n neofascista, o negra, practic?, frente a la mentalidad progresista, un terrorismo con explosivos, iniciando su actividad criminal en 1969 explosionando un artefacto durante el horario de oficina de la sucursal de piazza Fontana de la Banca Nazionale dell’Agricoltura. Pero los asesinos nunca indicaron su identidad ideol?gica, que en todo caso se pod?a intuir que era de extrema derecha, aunque los funcionarios de polic?a al principio sospecharan y persiguieran a los anarquistas. Este tipo de ataques subversivos dejaba a prop?sito en la incertidumbre el objetivo de las matanzas, dirigidas contra ciudadanos an?nimos asesinados en masa al azar; pero lo que se buscaba era f?cil de intuir, aunque no se declarara: aterrorizar a la poblaci?n e inducirla a reclamar un gobierno fuerte, dictatorial, que pusiera fin a los des?rdenes. Aunque parezca absurdo, era tambi?n ?til para ese objetivo, aunque sin duda involuntariamente, la alarmante actividad del terrorismo de izquierdas. Este ?ltimo era en su mayor parte ejercitado por las Brigadas Rojas, bien estructuradas y armadas militarmente, aunque no faltaban muchas organizaciones menores que operaban de vez en cuando, como, por ejemplo, la Lucha Armada por el Comunismo, los N?cleos Armados de Poder Obrero, el Grupo 22 de Octubre, los GAP Grupos de Acci?n Partisana-Ej?rcito Popular de Liberaci?n. Al contrario que estos, las Brigadas Rojas, o BR, como las llamaban a menudo los medios de comunicaci?n, ya desde el principio actuaron con frecuencia y a gran escala en Lombard?a, Liguria y Piamonte. Lamentablemente, en un primer momento los medios de comunicaci?n subestimaron la peligrosidad de las BR. Muchos medios incluso las definieron como algo presunto, llegando no pocos a sostener que se trataba de fascistas deseosos de ensuciar la imagen del comunismo: evidentemente, el ideal de los intelectuales comunistas dem?cratas, de gran preponderancia en aquellos a?os sobre los no marxistas, no pod?a aceptar las acciones de subversivos violentos de extrema izquierda y por tanto, afectados por la pasi?n, rechazaban con desd?n que pudieran provenir de personas de la izquierda marxista. Todav?a no estaba claro que el punto de vista ideol?gico del movimiento subversivo principal y de sus grup?sculos an?logos era firmemente de izquierdas: la izquierda revolucionaria. Aquellos terroristas rojos consideraban que, tras la Segunda Guerra Mundial, la opresi?n nazifascista hab?a sido reemplazada por el enmascarado, pero no menos mortal, poder econ?mico imperialista de las multinacionales, raz?n por la que era indispensable continuar con la lucha armada partisana, una continuaci?n de la Resistencia que habr?a debido, en primer lugar, desmontar violentamente los aparatos institucionales de opresi?n del proletariado, para iniciar luego una revoluci?n nacional liberadora. FOTOGRAF?A FUERA DEL TEXTO La c?lebre fotograf?a, obra de Paolo Pedrizzetti, del terrorista comunista Giuseppe Memeo con una pistola durante el tiroteo del 14 de mayo de 1977 de via De Amicis en Mil?n. Este hab?a sido inicialmente un militante de Autonom?a Obrera, que luego entr? en los Proletarios Armados por el Comunismo y se convirti? en uno de sus principales miembros. Arrestado y condenado a 30 a?os de prisi?n por doble homicidio y siete robos, empez? a alejarse y luego rechaz? los principios de la lucha armada. Al cumplir su condena, se dedic? a la actividad social pac?fica. Fuente de la imagen, de dominio p?blico: https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=798951 (https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=798951) Cap?tulo III (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10) La noche de la inauguraci?n del nuevo Teatro Regio, contrariamente a los temores, se desarroll? de forma tranquila y festiva. Al acabar, despu?s de la despedida de todas las autoridades con sus escoltas armados, Ada y yo nos fuimos de piazza Castello para regresar r?pidamente al peri?dico, informar oralmente al director que no hab?a pasado nada e irnos r?pidamente a la cama a casa de ella. Nos montamos en su auto con el cartel PRENSA-PRESS, un FIAT 500 especial azul modelo Scioneri, con volante, salpicadero y palanca de cambios de madera y asientos envolventes especialmente c?modos, que al llegar ella hab?a estacionado en via Po, no muy lejos de la piazza Castello, en direcci?n al r?o. Dimos toda la vuelta y, unos cien metros despu?s, giramos a la derecha, llegando de nuevo delante del Regio con la intenci?n de realizar inmediatamente medio giro a la izquierda alrededor del castello Casaforte degli Acaja que estaba en el centro y el posterior Palazzo Madama y entrar as? por la derecha a la via Garibaldi. Esta, aunque pronto se convertir?a en peatonal, en 1973 todav?a pod?a recorrerse en autom?vil en ambos sentidos, aunque no hab?a mucho espacio al tener que conducir sobre las dobles v?as del tranv?a que casi tocaban las estrechas aceras. Por la via Garibaldi llegar?amos, andando recto, al cruce con las posteriores calles Palestro-Valdocco y de aqu?, girando a la derecha en la segunda, tras unas pocas decenas de metros, a la entrada de la Gazzetta. Se dice normalmente que cuando un perro muerde a un hombre no es noticia, mientras que ser?a publicable, aunque solo como un peque?o art?culo gracioso, el caso de un hombre que mordiera a un perro. Pues bien, como veremos enseguida, puede haber excepciones: tambi?n un perro que muerde a un hombre puede ser una noticia importante, incluso muy importante. Acab?bamos de empezar a girar en torno al complejo arquitect?nico de castello Casaforte degli Acaja-palazzo Madama cuando, a nuestra izquierda, inm?vil como las imponentes estatuas b?licas de la plaza, advertimos un llamativo perro parado delante del monumento Manuel Filiberto, duque de Aosta, que est? delante del Regio. Parec?a un temible mast?n de combate de color negro, tal vez un Bandog: a estos enormes perros se deb?an ataques brutales a personas en muchos pa?ses del mundo, no en Italia, donde estaban ya prohibidos su posesi?n y entrenamiento. El animal deb?a tener al menos 70 cent?metros de alto hasta la cruz y su peso no parec?a inferior a 50 kilos. Estaba sentado solo pac?ficamente, pero la expresi?n del hocico era muy atenta, casi como a la espera de una orden de un amo invisible. Pens?: «?Un perro perdido? Pero hace muy poco, est? muy bien cuidado». Ambos sentimos curiosidad y Ada fren? para observar mejor al animal y entonces bast? un solo momento para que la bestia se levantara, empezara a correr, atravesara velozmente la calle a la altura de los p?rticos y, siguiendo adelante, atacara a un hombre delgado de media altura de unos cincuenta a?os, que caminaba a pie en nuestra misma direcci?n hacia via Garibaldi, tal vez dirigi?ndose a su propio auto. A unos cinco o seis metros a sus espaldas caminaba sola una mujer, aproximadamente de la misma edad o un poco m?s joven y todav?a m?s atr?s por unos metros andaba un grupo de seis personas, probablemente todos saliendo del teatro y dirigi?ndose a sus autom?viles o a la parada de taxis m?s cercana. Tambi?n el hombre atacado por el perro deb?a haber estado presente en la inauguraci?n del teatro, pues vest?a esmoquin bajo un ligero abrigo negro que llevaba abierto. En un instante, el perrazo le mordi? mortalmente el cuello. Tras hacer esto, la bestia se fue hacia via Garibaldi babeando sangre. Advert? que su collar estaba cubierto de protuberancias posiblemente met?licas, que reflejaban las luces de las farolas de la plaza y me vino a la cabeza la idea de que alguien, como en ciertas pel?culas polic?acas con algunas trazas de ciencia ficci?n de moda en aquellos a?os, le hab?a enviado una orden por radio, dirigi?ndola a ese collar rugoso y brillante. Las personas que caminaban detr?s del hombre y otras m?s lejanas se acercaron al cad?ver desplomado en la acera, d?ndole la vuelta y cerr?ndole los ojos. Ada me dijo: —Trata de averiguar si ese pobre hombre era alguien importante y cualquier otra cosa que puedas. Antes de volver a la redacci?n, telefonea si tienes noticias relevantes. Yo sigo al perro. Me baj? r?pidamente y su 500 sali? detr?s del animal, que, entretanto, al llegar al final de la plaza delante de la Iglesia de San Lorenzo, hab?a girado a la derecha entrando en el amplio espacio peatonal delante del antiguo Palacio Real de los Saboya, separado de la plaza por una verja, con un paso en el centro intencionadamente no lo suficientemente ancho como para permitir el paso de un autom?vil. Ada, al no poder entrar en el patio con el coche, sigui? al animal con los ojos. Luego me informar?a de que, al fondo del espacio, el animal hab?a girado a la izquierda y hab?a desaparecido por el paso que lo une a la piazza San Giovanni, delante de la catedral. Ten?amos una noticia. Vi que el autom?vil de la colega hab?a reemprendido la marcha hacia via Garibaldi. Estaba claro que Ada intentaba quitar de inmediato cualquier titular de primera p?gina, a la espera de mi llegada con las esperables novedades. Despu?s de haber mostrado mi carn? de periodista, pregunt? al grupo que hab?a en torno a la pobre v?ctima si alguno de los presentes lo conoc?a: nadie, o nadie que quisiera decirlo. Intervino una patrulla de la Seguridad P?blica, fuerza p?blica que todav?a no hab?a abandonado la plaza, aunque las autoridades ya se hab?an ido y el ?rea estaba casi completamente despejada. Tras mostrar mi carn? de periodista tambi?n al comandante de los agentes, un subteniente, le pregunt? si la v?ctima era una persona conocida, pero recib? un seco y casi fastidiado: —No lo sabemos. Lleg? una ambulancia, tal vez llamada poco antes por los mismos polic?as o tal vez por ciudadanos que hab?an visto la tragedia. Llevaba un m?dico a bordo y este no pudo m?s que constatar la muerte de ese pobre hombre. Sin haber obtenido nada, me dirig? a la parada de tranv?a m?s cercana, que entonces discurr?a a lo largo de via Garibaldi, para volver as? al peri?dico, pero despu?s de recorrer unos treinta pasos, una voz profunda que ven?a de detr?s me detuvo: —?Se?or Velli! FOTOGRAF?A FUERA DEL TEXTO La sala del Teatro Regio de Tur?n. Foto Ramella&Giannese - https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=2802036 (https://it.wikipedia.org/w/index.php?curid=2802036) Cap?tulo IV (#ulink_75ac7546-95de-5677-bab2-9445c5745d10) Se trataba de una mujer. Imagin? que fumaba mucho y por eso su voz se hab?a enronquecido por el humo que hab?a pasado durante a?os por su atormentada garganta. Era aquella a la que hab?a visto caminar a pocos metros detr?s de la v?ctima. Como pude verificar al verla m?s de cerca, a pesar de que su voz no sonaba muy amable, era casi m?s de bar?tono que de contralto, y aunque su edad se acercaba a los 50 a?os, era una mujer con un atractivo juvenil, pelo rojo brillante, sin duda te?ido, pero de apariencia natural, un bonito rostro sin arrugas, boca carnosa, pero no mucho, alta y esbelta; ven?a hacia m? a paso ligero con calzado elegante y unos tacones c?modos de color azafr?n. No llevaba bolso, vest?a un abrigo azul de aspecto deportivo con tres grandes bolsillos, dos laterales y uno a la izquierda sobre el pecho, todos llenos, bajo el cual asomaban unos cinco cent?metros del bajo de un vestido largo dorado. Par?ndose delante de m?, me pregunt?: —Usted es el se?or Ranieri Velli, ?verdad? —Um… s?. ?Nos conocemos, se?ora…? —Se?orita: se?orita Luisa Manforti. No, no nos conocemos, se?or Velli. He le?do algunos de sus libros y su foto aparece en las tapas ?entiende? Adem?s, como tengo que leer por mi trabajo varios diarios, conozco su firma en la Gazzetta del Popolo. Se?or Velli, s? qui?n era el muerto. No quise decirlo antes, en medio de toda aquella gente. —Cu?ntamelo. —Era el ingeniero Rodolfo Mangiaforni, uno de los dos subdirectores del grupo industrial Italiavolo. Lo conoce ?verdad? —S?, es muy conocido. —De primer nivel. Tiene f?bricas en Tur?n, Mil?n y N?poles. —La he visto caminar detr?s de la v?ctima, se?orita. ?Era casualidad o ten?a alg?n motivo? —Yo era su escolta privada, se?or Velli. ?ramos tres personas para su protecci?n, en turnos de ocho horas cada uno. Esta noche me tocaba a m?. Por desgracia… no he podido cumplir con mi trabajo, ese maldito perro apareci? como un rayo. —Lo he visto, se?orita, y estoy de acuerdo. Habr?a sido muy dif?cil conseguir detener a tiempo a un animal como ese y no debe culparse. Pero ahora debe perdonarme si paso a otra cosa, soy periodista y hago mi trabajo: ?podr?a darme alguna informaci?n m?s sobre la v?ctima? —Solo lo que me confes? el propio ingeniero, una vez que estaba sorprendentemente alegre y dispuesto a conversar, pues normalmente era muy cerrado: hab?a sido comandante partisano, habiendo recibido despu?s de la guerra la medalla de oro de la Rep?blica Italiana al valor militar: el 8 de septiembre de 1943, fecha del armisticio de Italia con los aliados, estaba cumpliendo su servicio militar como subteniente de complemento del cuerpo de ingenieros de la Fuerza A?rea Real, con sede en el aeropuerto de Piacenza-San Damiano. Los antiguos aliados alemanes, seguro que lo sabe, ya presentes en parte a nuestro lado en nuestro territorio, nos invadieron brutalmente con multitud de tropas inmediatamente despu?s del armisticio y empezaron a detener y a deportar a sus campos de concentraci?n a nuestros militares, que hab?an sido abandonados sin recibir ?rdenes de los de m?s alta graduaci?n de nuestras Fuerzas Armadas. Mangiaforni no solo consigui? no ser detenido por los alemanes, sino que no se dio por vencido y cre?, con parte de sus aviadores y civiles locales, una milicia de voluntarios por la libertad, como llamaban los dirigentes del CLN a los partisanos, una brigada que al principio no era grande, pero que hab?a incorporado luego bastantes combatientes entre los muchos j?venes reclutas que no quer?an servir al reconstituido r?gimen fascista. Entre los ?ltimos meses de 1943 y abril de 1945, Mangiaforni y los suyos llevaron a cabo en Emilia muchas acciones contra alemanes y fascistas. A pesar de eso, seg?n me cont?, tras la Liberaci?n, en lugar de disfrutar por un tiempo del ?xito donde hab?a llevada a cabo sus acciones con sus hombres, dej? a su segundo el mando de la brigada, ya solo dedicada a festejar, comer, beber y disparar al aire y volvi? humildemente a su casa en Tur?n, al contrario que la mayor?a de los dem?s partisanos. —Hizo bien. Yo ten?a entonces solo quince a?os, pero ya ten?a opiniones pol?ticas concretas y, como mis padres, detestaba el nazifascismo. Yo era un joven alegre y, sin embargo, en las semanas posteriores a la Liberaci?n, me sent?a molesto cada vez que ve?a pasar junto a m? por la calzada, sin ning?n destino y haciendo sonar las bocinas, autom?viles y camiones llenos de partisanos cubiertos hasta los dientes de armas. Daban la impresi?n de estar borrachos. Tal vez yo era demasiado inflexible al ser muy joven, pero aun as? sent?a que aquellas cosas da?aban la memoria de los m?rtires de la Resistencia: otra cosa fueron los exultantes desfiles posteriores a la victoria, que tambi?n yo aplaud? con alegr?a, distintos de algunos teatros posteriores. —S?, se?or Velli, por no hablar de aquellos falsos justicieros desatados que, ensuciando el honor de los dem?s partisanos garibaldinos, bajo la cobertura de banderas rojas se dedicaron a actos de violencia indiscriminada y venganzas personales, un poco en todas partes del norte de Italia, pero especialmente en aquella zona de la Emilia Roma?a a la que se llamar?a el tri?ngulo de la muerte. Para m? fue algo especialmente amargo, porque tambi?n mis queridos abuelos fueron v?ctimas inocentes. —Cu?ntemelo, por favor. —?No le aburro? —No, se?orita, la escucho con atenci?n. —Mientras que la familia de mi pap? era de Moncalieri, mis abuelos maternos eran de Reggio Emilia: mi padre conoci? a mi madre por unas cortas vacaciones en el mar en las que coincidieron en Cesenatico. El abuelo Luigi trabajaba como ortodontista en un laboratorio propiedad de un oficial de alto rango de las brigadas negras, alguien a quien raramente se le ve?a en el laboratorio, al dedicarse a hacer torturar y matar a patriotas capturados. Poco antes de la Liberaci?n, ese criminal desapareci?, dejando el negocio en manos del abuelo, que, igual que la abuela Marianna, no era ni fascista ni combatiente antifascista, sino uno de los muchos no alineados que solo buscaban sobrevivir, haciendo lo posible por esquivar las redadas nazifascistas y no morir bajo una bomba a?rea estadounidense. Una tarde, est?bamos a mediados de mayo de 1945 y hac?a poco que hab?a acabado la guerra, dos hombres y una mujer fuertemente armados entraron en el laboratorio vociferando desde la puerta: «?Sal, fascista asesino!». Por lo que dijeron algunos vecinos luego a mi abuela, personas que en aquellos d?as turbulentos viv?an prudentemente ocultas en su casa, pero no se hab?an tapado los o?dos, esos tres, al ver la mesa de trabajo del ?nico presente, mi abuelo, se aproximaron a ?l lanz?ndole insultos y le ordenaron gritar: ?Abajo el duce!, cosa que evidentemente ?l hizo de inmediato. In?tilmente. La mujer le dijo: «Ahora ya no gritas viva el Duce, ?eh? ?Asqueroso escuadrista! Ahora ya no podr?s asesinar a inocentes ?eh?» Debieron confundirle con el due?o. Sin permitirle explicarse, inmediatamente los tres le golpearon la cabeza con las culatas de sus ametralladoras y fusiles, lo arrastraron fuera, m?s muerto que vivo, le colocaron al cuello un cartel en el que pon?a: Esto le pasar? a todo verdugo fascista y lo colgaron de una farola. Mi abuela, al ver que no llegaba a cenar, fue a buscarlo al laboratorio y se encontr? de frente con ese horrible p?ndulo. —Un error tremendo, se?orita. Lo cierto es que los miembros de las Brigadas Negras estaban entre los fascistas m?s crueles y m?s odiados, no solo por los partisanos, sino tambi?n por buena parte de la poblaci?n, por eso los encontrados despu?s de la Liberaci?n sufrieron unas represalias comprensibles e implacables, no solo por parte de miembros de las formaciones garibaldinas, sino asimismo por otros patriotas que, aplicando una justicia sumaria, los castigaron sangrientamente y, por desgracia, en la confusi?n de las primeras semanas despu?s de la Liberaci?n, se produjeron tambi?n injusticias debidas a errores de personas, como le pas? a su pobre abuelo, y es horrible. Pero d?game: ?Al menos su abuela ten?a otros hijos cercanos que pudieran consolarla? —No, mam? era hija ?nica y no supo nada durante mucho tiempo. La abuela Marianna sufri? sola su luto: una mujer fuerte, ?sabe? Pero aquellos primeros d?as debieron ser horribles, aislada como estaba. Le comunic? a mi madre el desastre solo tiempo despu?s, por carta, cuando se reanudaron los servicios postales regulares. De todos modos, se?or Velli, las cosas fueron as? y no se pueden cambiar. ?Volvemos a hablar de Mangiaforni? —S?. —En Tur?n, el ingeniero fue contratado casi de inmediato en Italiavolo. Hizo carrera en pocos a?os y ya en 1949 era un ejecutivo y pocos a?os despu?s uno de los dos subdirectores, aunque en su documento de identidad no aparec?a con esa categor?a, sino como un simple empleado, una categor?a modesta que, por prudencia, Italiavolo hab?a sugerido a su alta direcci?n, considerando el riesgo de las Brigadas Rojas. Adem?s, su empresa se dirigi? a nuestra Agencia de Seguridad e investigaci?n confidencial para tener escoltas armados para sus directivos. Dos compa?eros y yo est?bamos asignados a su protecci?n 24 horas al d?a, ocho horas de servicio cada uno. —?Para qu? agencia trabaja, se?orita? —Es conocida: la Indagini Private e Servizi di ScortaSam Buzzi. —Que ser?a Samuele Buzzi. —No, Samuel: el propietario es de origen estadounidense, de familia italoamericana. Lleg? a Italia en 1943 con el Ej?rcito de los Estados Unidos, siendo capit?n de la OSS, su servicio secreto militar. Durante un par de a?os, trabaj? m?s all? de las l?neas, desde la primavera de 1944 aqu? en Piamonte, transmitiendo informaci?n y ?rdenes de los aliados a nuestros jefes partisanos y, en sentido contrario, mandando informaciones a la OSS sobre la producci?n b?lica de nuestra industria y el desv?o hacia Alemania, por orden de los propios alemanes, de aviones, tanques, medios motorizados construidos por la FIAT y por Italiavolo: aproximadamente el 90% de la producci?n. Italia le gust? tanto que, al acabar la guerra, decidi? quedarse, tambi?n porque en nuestra ciudad conoci? y tuvo relaciones con una abogada penalista que formaba parte de los ?rganos directivos del Comit? de Liberaci?n Nacional de la Alta Italia en representaci?n del Partido Liberal. —?Ha sabido estas cosas directamente de Buzzi? —De su mujer, en cuyo despacho trabaj? durante un tiempo, el Studio Legale Avvocata Margherita Valenti. Se casaron. Con el matrimonio, adquiri? autom?ticamente nuestra nacionalidad, aunque sin renunciar a la estadounidense. Tras licenciarse, fund? la agencia. Un antiguo colega m?o de la vieja guardia me dijo un d?a que Sam, para introducirse en el mercado, se publicitaba como un investigador grandioso, aunque no tuviese todav?a ning?n cliente: el m?todo estadounidense, ya sabe, anuncios caros en revistas, folletos y cosas as?, agotando sus pocos recursos y los considerables de su esposa, pero con gran ?xito. La se?ora se asoci? con ?l, aportando bastante dinero: dicen que tiene m?s acciones en la sociedad que su marido, aunque nunca se ha ocupado de su administraci?n, porque tiene mucho trabajo en su despacho. No han tenido hijos, ambos est?n completamente volcados en sus respectivas profesiones. —Entiendo. Ya conoc?a de nombre su agencia. —Es la primera en Italia por volumen de negocio. Trabajamos tambi?n en otros pa?ses europeos. —?Desde cu?ndo trabaja en la Buzzi? —Desde 1958, al dejar el despacho de la esposa de com?n acuerdo. All? hab?a trabajado como empleada para todo durante 14 a?os, con muchos encargos de recoger informaciones para los procesos en los que ten?a que trabajar. —Es decir, un trabajo casi igual que este. —M?s sencillo, no hab?a que realizar trabajos de escolta, solo investigaciones privadas, pero el salario era menor. As? que un d?a ped? al marido que me contratara en su agencia despu?s de haber hablado con la se?ora. Me aceptaron tambi?n gracias a los buenos informes de ella, que entonces se val?a de la agencia conyugal y ya no ten?a necesidad de mis investigaciones personales. Pero antes tuve que realizar un curso interno de formaci?n que no pod?a haber sido m?s duro. —Cu?nteme algo m?s sobre esta noche, por favor. —S?. El ingeniero Mangiaforni, para que yo pudiera acompa?arlo a la inauguraci?n, hab?a pedido una invitaci?n para dos personas. Llevo debajo el vestido de noche y tengo la pistola en el bolsillo derecho del abrigo, que, obviamente, no dej? en el guardarropa, sino que mantuve sobre las rodillas durante el espect?culo y en el brazo en los intermedios entre los cinco actos; y sin embargo, cuando ese perro atac? r?pido como una flecha, solo lo he visto en el ?ltimo momento y no he podido disparar a tiempo, solamente poner las manos sobre el arma en el bolsillo. A pesar de toda mi preparaci?n, no he podido salvar a quien ten?a que proteger: ?qui?n pod?a haber esperado algo tan inusual? —?Por qu? no caminaba junto a Mangiaforni, sino unos metros m?s atr?s? —S?, unos pasos a su espalda, para una mejor visualizaci?n: junto a una persona no se ve todo. —?Qu? piensa de ese perro, se?orita? A m? no me ha parecido un vagabundo rabioso, m?s bien, visto c?mo se ha producido el ataque, yo dir?a que estaba entrenado para matar. —Tampoco yo considero probable un accidente, se?or Velli. Una acci?n demasiado eficaz de ese animal. Podr?a ser un homicidio premeditado. ?Tal vez las Brigadas Rojas hayan ideado un nuevo m?todo de ataque? —Podr?a ser, pero me parecer?a m?s veros?mil una acci?n de las Brigadas Negras. El ingeniero hab?a sido un comandante partisano y por tanto enemigo de los fascistas, mientras que, por el mismo motivo, no me parece muy probable que las Brigadas Rojas hayan colocado en su punto de mira precisamente a un antiguo jefe partisano y no a otro directivo. De todos modos, creo que podremos saber algo m?s ma?ana: si se trata del homicidio de un directivo industrial por parte de brigadistas rojos, tendremos enseguida una reivindicaci?n como es habitual en ellos; pero si se mantiene el silencio, la pista a seguir podr?a ser la fascista con el objetivo de un antiguo dirigente partisano con una medalla de oro de la Resistencia. —S?, se?or Velli —Tras estas palabras, la se?orita Manforti, debi? sentir un deseo repentino e incontrolable de fumar—. Perd?neme —me dijo buscando en el bolsillo interior de su c?modo abrigo un paquete de cigarrillos. Sac? uno, se lo puso en los labios y lo encendi? con un peque?o mechero sacado del mismo bolsillo inmediatamente despu?s. El humo de tabaco que desprend?a me molest?. Hice espont?neamente un gesto de ventilaci?n. —Perd?name otra vez, debe haber una brisa que desv?a el humo, no he respirado hacia usted. —Um… no pasa nada —dije con una falsa sonrisa. Me sorprendi? un poco que Manforti no hubiera podido esperar a que nos despidi?ramos. Pero un momento despu?s entend? qu? hab?a pasado: era el molesto pensamiento del favor que estaba a punto de pedirme. Deb?a ser una mujer muy orgullosa. Despu?s de otra calada, me dijo vacilante: —Se?or Velli… acci?n negra o roja, he fallado y… corro el riesgo de ser despedida. Le he molestado… s?, sin duda para ayudarle, pero… tendr? que pasar pronto bajo las horcas caudinas de mi jefe y… en resumen… —D?game, no tenga miedo. —Usted ahora escribir? un art?culo sobre lo que ha pasado. —Claro. —Pues bueno… ?tal vez pueda dejar claro lo r?pido de la acci?n de ese perro y por tanto la imposibilidad de intervenir a tiempo en defensa de Mangiaforni? —Entiendo, se?orita, —Sonre? con complicidad—. A usted le gustar?a que escribiera, tom?ndome un poco de libertad frente a los hechos desnudos… digamos que para interesar m?s al lector con un poco de detalle, que usted, la se?orita Luisa Manforti, valiente empleada de la Sam Buzzi, que escoltaba a la v?ctima, salt? de inmediato en auxilio de su protegido, extrajo la pistola y apunt? a la bestia babeante, entendiendo al instante la intenci?n agresiva de la fiera, pero que ese monstruo hab?a sido tan veloz que, a pesar de su gran diligencia y habilidad, no hab?a podido disparar sin que el pobre ingeniero acabara muerto. —Se lo agradecer?a much?simo, se?or Velli. —Lo har?, se?orita. —Se lo podr? contar as? a Sam, ?verdad? —Por supuesto. De vuelta a la redacci?n, escrib? r?pidamente el art?culo, que pudo incluso aparecer en la primera edici?n: una pieza basada en lo no mucho que hab?a sabido de Mangiaforni a trav?s de la se?orita Manforti, incluyendo los elogios que le hab?a prometido. Ada, por su parte, ya hab?a redactado la correspondiente entrada de portada y finalmente nos fuimos su casa, esa vez solo a dormir. FOTOGRAF?A FUERA DEL TEXTO Piazza Castello de noche fotografiada desde arriba (con un enorme gran angular que da la falsa impresi?n de una plaza casi circular, no rectangular como es en realidad). Fuente de la imagen: diario web Moleventiquattro, art?culo «Piazza Castello si accende con una nuova illuminazione», del 23 de diciembre de 2020, p?gina https://mole24.it/2020/12/23/nuova-illuminazione-piazza-castello-torino/ (https://mole24.it/2020/12/23/nuova-illuminazione-piazza-castello-torino/) Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=67103730&lfrom=688855901) на ЛитРес. 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