Ïðèõîäèò íî÷íàÿ ìãëà,  ß âèæó òåáÿ âî ñíå.  Îáíÿòü ÿ õî÷ó òåáÿ  Ïîêðåï÷å ïðèæàòü ê ñåáå.  Îêóòàëà âñ¸ âîêðóã - çèìà  È êðóæèòñÿ ñíåã.  Ìîðîç - êàê õóäîæíèê,   íî÷ü, ðèñóåò óçîð íà ñòåêëå...  Åäâà îòñòóïàåò òüìà  Â ðàññâåòå õîëîäíîãî äíÿ, Èñ÷åçíåò òâîé ñèëóýò,  Íî, ãðååò ëþáîâü òâîÿ...

Siete Planetas

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Siete Planetas Massimo Longo Maria Grazia Gullo Siete planetas: En un sistema solar paralelo, los pueblos de siete planetas se ven inmersos en una carrera contrarreloj que decidir? su suerte. Los destinos de los protagonistas se entrelazan con el odio, el amor y la ambici?n, con la ciencia y el misterio, en un intento de gobernar o liberar a los pueblos del sistema solar Kic. Planetas, razas y culturas imaginarias y originales unir?n sus fuerzas en fant?sticas aventuras para oponerse al deseo de hegemon?a de un fascinante enemigo. Translator: Miquel G?mez Bes?s Maria Grazia Gullo - Massimo Longo Siete planetas El exoesqueleto y el objeto de Parius Traducido por Miquel G?mez Bes?s Copyright© 2017 M. G. Gullo - M. Longo Imagen de portada y dise?o gr?fico por Massimo Longo Todos los derechos reservados. ?ndice Cap?tulo primero El mar del Silencio El general Ruegra observaba el espacio desde el enorme ojo de buey de su cabina. Era fascinante ver todo el sistema planetario KIC 8462852 con sus siete planetas en ?rbita. Desde donde se encontraba solo pod?a ver cinco: Carimea, su patria, con su atm?sfera gris, destinado, por vocaci?n y situaci?n, a cumplir funciones de mando; Medusa, azul y encantador, magn?tico y peligroso como sus habitantes; Oria, peque?o y est?ril como una luna, blanco por el reflejo de nuestro sol sobre ?l; no muy alejado de Oria, el Sexto Planeta, de color verde brillante, el m?s avanzado social y tecnol?gicamente, y, finalmente, Eum?nide, con su atm?sfera rosada, tan fascinante como sus terribles habitantes. Todo esto pronto iba a pertenecer a los anic, y ?l ser?a elegido como l?der supremo, solo ten?a que ser paciente y llevar a cabo su plan. Una vez que tuviera el pergamino en su poder, todo quedar?a sometido a su voluntad. El general Ruegra observaba el espacio desde el enorme ojo de buey de su cabina mientras, en su interior, crec?a el ansia de poder en aquel a?o 7692 desde la fundaci?n de la civilizaci?n anic. Ruegra despert? bruscamente de sus sue?os de gloria. La nave hab?a chocado con algo. Estaban atravesando los anillos de Bonobo, as? que decidi? que lo mejor ser?a dirigirse al puente; por muy rutinaria que fuera la aproximaci?n al planeta, pod?a deparar sorpresas. Al entrar en el puente, fue recibido con deferencia por sus subordinados. No todo iba seg?n el plan de vuelo, parec?a que algo hab?a golpeado la nave. —Sector ocho da?ado, general, hemos recibido el impacto de una roca —le inform? inmediatamente el comandante. —A?sladlo inmediatamente y proceded a la expulsi?n. El comandante orden? el inicio de la evacuaci?n del sector: —Evacuaci?n inmediata de la zona... —?A?slalo! ?No pierdas m?s tiempo! El oficial cumpli? inmediatamente la orden, sin que nadie se atreviera a hacer notar a Ruegra que esa decisi?n supon?a el sacrificio in?til de soldados. Las compuertas que separaban el m?dulo del resto de la nave se cerraron. Solo unos pocos tuvieron la presteza de lanzarse bajo la compuerta mientras esta se cerraba para, as?, evitar ser arrastrados a la deriva, pero no para evitar la imagen de soldados con los que, momentos antes, hab?an compartido la existencia y que ahora golpeaban la compuerta desesperadamente y desaparec?an en el vac?o. El desprendimiento se llev? a cabo y el m?dulo fue abandonado a la deriva en el espacio. Todas las naves carimeanas, de combate, ten?an la forma de un enorme trilobite con segmentos diferenciados, preparadas para expulsar las secciones da?adas y, de este modo, preservar al m?ximo el rendimiento durante las batallas. A excepci?n de la cabina de mando, que consist?a en una gran placa con un contorno que variaba de semiel?ptico a poligonal y la parte que hac?a la funci?n de columna vertebral, todas las secciones centrales y la cola, con forma de concha de ostra, eran expulsables. A su alrededor se encontraba la interminable extensi?n de los enormes anillos grises del planeta Bonobo, formados por los grandes restos de la negra muerte de un asteroide que se hab?a acercado demasiado a KIC 8462852. Bonobo, el segundo planeta en distancia a la estrella enana, pose?a una gran masa que hab?a atra?do hacia s? los escombros, protegiendo al m?s peque?o, Enas, y dando lugar as? a uno de los espect?culos m?s sorprendentes de toda la galaxia. En el centro de los anillos, el planeta, maravillosamente rico y heterog?neo, la reserva del imperio anic de caza, esclavos y fuente de aprovisionamiento de materias primas. Su poblaci?n, de forma antropom?rfica, estaba todav?a en los albores de la civilizaci?n; los bonobianos manten?an una postura erguida, ten?an pies prensiles y gran parte de su cuerpo cubierto de pelo. Grandes como gorilas, pero ingenuos y d?ciles como ni?os, se reproduc?an r?pidamente y eran resistentes al trabajo duro. Ten?an, en definitiva, las caracter?sticas ideales que hac?an de ellos los esclavos perfectos. Bonobo era el ?nico territorio conquistado por los anic que a?n estaba bajo su control, gracias a la proximidad entre los dos planetas que describ?an ?rbitas similares y simult?neas alrededor de KIC 8462852. Carimea hab?a conseguido ocupar otros planetas, pero perd?a sistem?ticamente el control de los mismos debido a las revoluciones fomentadas por la Coalici?n de los Cuatro Planetas y facilitadas por la distancia entre las ?rbitas. La nave aterriz? seg?n el horario previsto. Los suministros ya estaban listos en la base. Ruegra baj? a tierra para hablar con Mastigo, el gobernador local. Al general no le ca?a bien aquel evic, lo encontraba demasiado rudo, pero sus m?todos con los locales eran efectivo. Pertenec?a a una de las tribus dominantes de Carimea. Los evic eran enormes reptiles de color gris verdoso capaces de caminar sobre sus robustas y poderosas patas traseras. Ligeramente m?s bajos que los anic, ten?an todo el cuerpo, a excepci?n de la cara, cubierto de escamas. Su rostro, en su mitad ovalado, se ensanchaba a la altura de los agujeros de las orejas hasta adoptar una forma de media campana, estaba desprovisto de p?mulos y pose?a una nariz apenas visible, como la de las serpientes. Agresivos, pero con poco ingenio, eran la ?nica etnia capaz de competir, por n?mero y fuerza, con los anic por el poder. Vest?an un largo chaleco de seda que les cubr?a hasta por encima de la rodilla, abrochado sobre el vientre con un par de botones. Para asegurarse su apoyo, Ruegra hab?a elegido a uno de ellos como gobernador de Bonobo. El general fue recibido con gran pompa en el sal?n acristalado del palacio de gobierno desde el cual se pod?a admirar un espl?ndido paisaje tropical. Era una tarde maravillosa y el cielo brillaba con los reflejos de los anillos. Ruegra mir? a trav?s del cristal que reflejaba su imagen. El color de su poderoso cuerpo cubierto de escamas, capaz de adaptarse al color del entorno, se distingu?a ahora apenas de los ?rboles del paisaje exterior. Una r?gida corona de escamas queratinosas de unos treinta kidus, o cent?metros, de altura rodeaba su silueta desde la cabeza y se extend?a alrededor de su cuerpo, despleg?ndose en momentos de peligro y convirti?ndose en una coraza que los anic hab?an utilizado en la antig?edad para intimidar a sus adversarios. Sobre el brazo, una vez abierta, se segu?a utilizando como protecci?n. Alrededor del rostro ovalado, las escamas encogidas adquir?an una ligera uniformidad, bajo la alta frente, las cejas y las pesta?as de color azul queratinoso hac?an resaltar los grandes ojos verdes y los p?mulos salientes de un color m?s suave, en contraste con la nariz grande y algo deforme, como la de algunos boxeadores. La boca estaba bien proporcionada, con unos grandes y carnosos labios de color verde. Los anic superaban en tama?o a todos los pueblos del sistema solar y, desde siempre, hab?an dominado la pir?mide depredadora. Ruegra, como todos los anic, vest?a con una falda abierta por los lados a causa de las escamas que rodeaban su cuerpo. Sobre los hombros llevaba una capa que distingu?a su casta y su rango; la suya era dorada, el color del mando, con contornos gris humo y un bordado central del mismo color que representaba una ave rapaz atrex. —Mi saludo es para el m?s invencible de los carimeanos. Siempre bienvenido, mi general. ?C?mo ha ido el viaje? —le salud? Mastigo haciendo una ligera reverencia. —Bien, la misi?n discurre seg?n lo previsto —minti? Ruegra—, solo necesito descansar. Los anillos siempre nos hacen bailar un poco —dijo con intenci?n de librarse de su interlocutor. Mastigo se sirvi? una taza de frutas locales para recuperarse del largo viaje interplanetario. M?s le val?a acomodarse, ya que ten?a que informar de un hecho ins?lito que hab?a ocurrido. —Tengo que dar parte de un caso extra?o —comenz? a exponer Mastigo—, hace dos d?as bonobianos, una nave comercial fue interceptada entrando sin autorizaci?n, los centinelas no tuvieron tiempo de detenerla, se sumergi? en el mar del Silencio antes de que pudiera parecer potencialmente peligrosa. Lo investigamos, y su due?o nos inform? que la hab?a vendido recientemente a una eum?nide. He enviado soldados a reconocer el supuesto lugar de aterrizaje, pero, ya sabes c?mo es, no es posible recibir ninguna comunicaci?n del mar del Silencio, as? que lo ?nico que podemos hacer es esperar pacientemente. Confundido por la insistencia del gobernador en un hecho sin importancia, pregunt?: —?Qu? tiene de extra?o? No entiendo... —El lugar al que se dirig?a... F?jese... —dijo Mastigo se?alando sobre un mapa del mar del Silencio. —Esa es la zona donde se encuentra la antigua ciudadela sagrada de los bonobianos... —susurr? Ruegra, casi para s? mismo. —Por eso me he tomado la libertad de informar de un hecho que, en s? mismo, es trivial. He enviado un equipo al lugar. Podr?a ser una coincidencia, pero mejor no arriesgarse, ese lugar est? lleno de misterios. Ser?a el sitio ideal para una base rebelde dada la falta de comunicaci?n y de detecci?n por radar de la que goza, casi como si fuera un agujero negro... —Puede que tengas raz?n, mantenme constantemente informado, Mastigo. Ahora mismo, ser? mejor vaya a descansar, ma?ana partiremos al amanecer. Esa noche Ruegra ten?a otras cosas en las que pensar. Se retir? a sus aposentos, se sent? en el mullido sof? y se sirvi? una copa de sidib?, un destilado hecho con los frutos de un cactus local. Su mirada se perd?a en el vac?o y sus pensamientos lo merodeaban como nubes previas al hurac?n. El viaje del que regresaba, en contra de lo que acababa de declarar a su leal aliado, hab?a sido un enorme fracaso. Hab?a viajado hasta la luna de Enas, que albergaba la colonia minera de Stoneblack, famosa por sus m?rmoles, para encontrarse con un hombre al que su padre hab?a respetado, un viejo enemigo de Carimea. La colonia estaba gobernada por la tribu de los trik, originaria de Carimera, como el pueblo anic, pero con influencias secundarias en el gobierno del planeta. Su naturaleza era servil y traicionera; siempre se hab?an mostrado dispuestos a la traici?n en cuanto el viento hinchaba sus velas en otra direcci?n. En esa luna, incluso sus aliados pod?an conspirar contra ?l, as? que disfraz? la visita como una inspecci?n sorpresa y exigi? gotas de ?mbar lunar para entreg?rselas a su hermano cuando volviera. Ruegra desfil? frente a los oficiales, que le saludaron situando el codo a la altura del hombro y la mano, con la palma extendida hacia abajo, paralela al suelo, delante de la boca. Ese gesto de la mano representaba el silencio y la obediencia absoluta frente a los altos mandos. Debido a su presencia, conten?an la respiraci?n. La colonia minera utilizaba como mano de obra a delincuentes convictos y a prisioneros de guerra. A uno de ellos se le vigilaba m?s que al resto... Ese era el hombre al que hab?a venido a ver. Este, adem?s de tener un mayor rango, gozaba del respeto de sus camaradas y los representaba. El general, flanqueado por el comandante y seguido por algunos soldados encargados de las oficinas, fue acomodado en la sala de descanso de la comandancia reservada a los oficiales. El comandante de la colonia hizo los honores y le pregunt? si pod?a serle ?til de alg?n modo. Ruegra, sin perder tiempo, rechaz? la oferta y orden?: —Quiero verificar las condiciones de los prisioneros pol?ticos de la guerra contra el Sexto Planeta. Me gustar?a hablar con el de mayor rango entre ellos. —?Con el general Wof? —S?, exacto. ?Tra?dmelo! —S?, se?or. El comandante hizo un gesto con la cabeza a dos guardias y, unos minutos despu?s, regresaron a la sala con un hombre que, a pesar de no estar ya en la flor de la vida, con el cuerpo cansado y fatigado, conservaba la mirada orgullosa e indomable del guerrero que nunca hab?a sido derrotado. —Dejadnos solos —orden? Ruegra. Se qued? a solas con el que hab?a sido su enemigo de ingenio m?s aguzado. Record? que, durante las batallas, gracias a su habilidad estrat?gica y con pocos sistianos (as? es como se conoc?a a los habitantes del Sexto Planeta) bajo su mando, consigui? echar por tierra los presagios que le daban ya por vencido. Dud? un momento antes de dirigirse a ?l. Hab?a meditado varias estrategias durante el largo viaje, sab?a que era poco probable que pillara a su oponente desprevenido. Hab?a llegado el momento de decidirse por una de ellas y comenzar la escaramuza verbal. Opt? por utilizar la adulaci?n, esperando que la vejez y el cansancio hubiesen abierto una v?a hasta la vanidad. —Saludos, Wof, puedo decir que no te encuentro mal, a pesar de no estar recibiendo el mejor de los tratos. He dispuesto, pero, que te traigan libros y conocimientos. —Hac?a mucho tiempo que no nos ve?amos —dijo Wof, mir?ndole fijamente con sus profundos ojos negros—, ?qu? te trae a este lugar olvidado por la luz, donde la oscuridad es soberana? —He venido a hablarte de mi padre. De ni?o, recuerdo haberle o?do fantasear sobre un pergamino cuyos secretos t? conoc?as. Ahora que me hago mayor pienso en ?l y me pregunto qu? hab?a de cierto en esa historia. Wof trat? de disimular su sorpresa acariciando sus rizos, ahora blancos, que rodeaban su rostro oscuro como el ?bano. —La historia que te cont? tu padre es cierta, pero, al parecer, no crey? que pudieses estar a la altura de conocer los detalles. ?l tambi?n era conocedor de los secretos de los que hablas —Ruegra puso cara de asombro, su padre hab?a insinuado muchas veces ese misterio, pero nunca hab?a querido ahondar en ?l—. ?Qu? ocurre, general, te est?s preguntando por qu? nunca te lo revel?? —Tal vez mi corta edad y mi impulsividad hac?an de m? un mal interlocutor. —M?s bien dir?a que las caracter?sticas que siempre te han distinguido son el ansia de poder y de victoria. —El poder es indispensable para mantener el orden y la estabilidad —se?al? el general levant?ndose impaciente. —Tu fe se basa en el orden al servicio de un solo individuo y de la estabilidad de una sola tribu —replic? Wof. Ruegra comenz? a caminar nervioso, hac?a rato que hab?a perdido la paciencia, pero sab?a muy bien que ni la tortura ni el chantaje servir?an de nada con el hombre sentado frente a ?l; su ?nica esperanza pasaba por ganarse su confianza. Jug? su ?ltima carta y dijo mintiendo: —Sabes que sent?a un gran respeto por mi padre, cuando era ni?o dec?as que me parec?a a ?l, te ve?a como un maestro, as? pues... —?Qu? te hace pensar que voy a revelarte c?mo encontrar el pergamino? La pureza del ni?o que hab?a en ti se desvaneci? r?pidamente, Ruegra, y el deseo de destacar ha dado paso al hambre de poder —dijo sin apartar los ojos de ?l. —Ya no soy el anic que recuerdas de la guerra, ahora soy capaz gestionar el poder con ecuanimidad. Mi padre se equivoc? al no cont?rmelo todo —escupi? el general en un ataque de ira. —Si has acudido a m?, es porque no eras digno de su confianza. ?Qu? padre oculta sus conocimientos a su hijo? Cu?nta amargura debi? haber en su gesto, ?qui?n te conoc?a mejor que ?l y qui?n soy yo para revel?rtelo todo, ignorando desconsideradamente su decisi?n al respecto? Como ves, no puedo m?s que respetar su voluntad para honrar as? su memoria —profiri? Wof levant?ndose para despedirse de su verdugo. El general no consegu?a sacarse esa escena de la mente. Con el vaso en la mano segu?a mirando al vac?o en aquella calurosa tarde bonobiana. A la ma?ana siguiente, Ruegra inspeccion? personalmente los trabajos realizados para sustituir el m?dulo destruido por el asteroide. Mastigo hab?a llevado a cabo la tarea a la perfecci?n y sus mec?nicos, como siempre, hab?an hecho un excelente trabajo de recolocaci?n. Zarparon a la hora prevista camino de casa. Los d?as pasaban lentamente a bordo. Ruegra ten?a mucha prisa por volver, pues tem?a conspiraciones, a pesar de que su hermano, a quien hab?a dejado al mando del planeta en su ausencia, le mandaba asiduamente informes completos de la situaci?n que no daban motivos para temer nada. Carimea era una mara?a de razas, varias tribus le disputaban a los anic la primac?a del liderazgo, pero, durante el ya largo gobierno de Ruegra, este hab?a conseguido eliminar a los innumerables oponentes. Hab?a sido fundado por grupos de varios sistemas solares, la mayor?a de ellos eran aventureros en busca de fortuna o exconvictos buscando una patria donde empezar una nueva vida. Solo una peque?a fracci?n de ellos eran originarios del planeta. Estas poblaciones locales hab?an sido brutalmente subyugadas y aisladas. En el camino de vuelta, sentado en la butaca del puente de mando, reflexionaba sobre las palabras de Wof. «Mi padre lo sab?a», se repet?a a s? mismo. De pronto, record? c?mo su padre se alejaba con frecuencia durante los periodos de caza o en aquellos momentos que preced?an a la guerra, y que el destino que frecuentaba con m?s asiduidad era la tierra de los bonobianos y, en particular, el mar del Silencio. Mientras estos pensamientos le atravesaban la mente, sinti? como si le hubiera golpeado un rayo: ?c?mo no se hab?a dado cuenta antes?. Ten?a que haber algo o alguien all? que pudiera proporcionarle informaci?n sobre el pergamino. Relacion? esta idea con el informe de Mastigo sobre aquella nave comercial, quiz?s alguien se le hab?a adelantado. Orden? un cambio de rumbo inmediato. Regresaban a Bonobo. Mastigo, asombrado por el regreso, se precipit? hacia la nave para anticiparse a su comandante en jefe. —Mi saludo es para el m?s invencible de los carimeanos. General, ?qu? ha provocado este regreso repentino? —He estado pensando sobre el aterrizaje de la nave comercial, esto me ha impulsado a volver a ocuparme de la situaci?n yo mismo. —Una vez m?s no se ha equivocado; al ver que mis informantes no regresaban, decid? acercarme al lugar. He descubierto que han sido eliminados por los intrusos. Ruegra esper? por un momento que, conociendo las costumbres de su gobernador, este no hubiera destruido cualquier posibilidad de recibir informaci?n. —No ha quedado nada —inform? Mastigo de inmediato, tan complacido como un ni?o s?dico que tortura a sus peque?as presas. Ruegra contuvo las ganas de saltar sobre su interlocutor y le pregunt? qu? hab?a pasado con la tripulaci?n de la nave comercial. Mastigo respir? hondo, consciente de no estar dando buenas noticias. —No hemos conseguido encontrarlos. Deben haber huido. —?No solo has destruido todas las pruebas, sino que has dejado escapar a la tripulaci?n! ?Te has comportado de manera negligente! ?Ll?vame al sitio! Inmediatamente, pensando que no era conveniente que Mastigo supiera lo que andaba buscando, se corrigi?: —Prep?rame un escuadr?n. Ir? sin ti. Cap?tulo segundo Sobre sus cabezas colgaba una espada de piedra —Prepar?monos, no creo que nos reciban con flores —exclam? Oalif, el m?s ocurrente del grupo. Este estaba formado por miembros de los cuatro planetas que se opon?an al dominio de Carimea y hab?an sido seleccionados por su historial y sus capacidades psicof?sicas. Juntos formaban un equipo capaz de afrontar cualquier misi?n, ya sea desde un punto de vista f?sico como estrat?gico. Su tarea consist?a en defender la paz, no solo militarmente, sino tambi?n mediante acciones de inteligencia y coordinaci?n entre los distintos pueblos. El Consejo de la Coalici?n de los Cuatro Planetas les hab?a concedido el t?tulo de tetramir en virtud del cual los distintos gobiernos les reconoc?an una cierta autoridad y otras atribuciones extraordinarias hasta la consecuci?n de su objetivo. La peque?a nave comercial cruz? los grandes anillos grises de Bonobo y se dirigi? al mar del Silencio. Este tipo de naves, dise?adas para transportar carga, ten?an forma de paralelep?pedo con un frontal biselado para darle un m?nimo de aerodin?mica y unas peque?as alas plegables solo necesarias para salir de la atm?sfera. Ten?an un enorme port?n trasero que se abr?a como una flor, en tres secciones, y serv?a para cargar y descargar las mercanc?as. Lentas y aparatosas, pod?an aterrizar y despegar perpendicularmente al suelo sin necesidad de espacio para maniobrar, como, por el contrario, ocurr?a con todas las dem?s naves. —Identif?quense —son? a trav?s de la radio la voz met?lica de los centinelas del planeta. —Somos comerciantes, se?or —respondi? Oalif. —Lo vemos, pero ?qui?n est? a bordo y qu? transportan? ?Traen la licencia? —S?ptimo de Oria, se?or. —?N?mero de licencia! —insisti? el centinela. —34876. —No aparece en nuestra lista. Cambien de rumbo inmediatamente, no tienen permiso para aterrizar en esa zona. —La se?al es d?bil, se?or, no le oigo. N?mero de licencia 34876 —repiti? Oalif fingiendo no o?r. —?Permiso para aterrizar en la zona denegado! —No hay recepci?n, se?or —insisti? el bonobiano y, seguidamente, se dirigi? a sus compa?eros de tripulaci?n—: ?Estamos dentro, muchachos! ?Estamos atravesando la niebla del mar del Silencio! Oalif, piloto experimentado y gran conocedor de su planeta natal, era bonobiano, pero no se ajustaba a los c?nones de sencillez y mansedumbre que normalmente se atribuyen a esta raza. La tribu a la que pertenec?a nunca se hab?a doblegado ante los anic y por ello hab?a pagado un alto precio. Durante la ?ltima gran guerra, tras perder el control del planeta, se vieron obligados a exiliarse y, acogidos por los planetas de la Coalici?n, intentaban organizar la rebeli?n interna para reconquistar el planeta. El cuerpo de Oalif estaba cubierto de pelo negro, que dejaba entrever una piel blanca. El contorno de sus ojos verdes y de sus p?mulos estaba desprovisto de pelo, ten?a una espesa barba terminada en punta, que le llegaba al pecho, y el pelo, largo, recogido en una cola en la nuca. Oalif era perfecto para esta misi?n, pero desgraciadamente tendr?a que permanecer a bordo para no atraer miradas indiscretas. De hecho, se encontraba en busca y captura, su aspecto era ampliamente conocido y no pod?an saber con qui?n o con qu? se encontrar?a el grupo. La peque?a nave aterriz? en un claro verde y soleado, atravesado por un gran r?o de aguas poco profundas y transparentes que permit?an ver el fondo compuesto por una gran variedad de piedras de vivos colores, como si de un cuadro impresionista se tratara. —La mejor manera de ocultar algo es a la vista de todos. Oalif, en cuanto bajemos activa los paneles de mimetizaci?n y, gracias, has estado magn?fico —le felicit? Ulica, la eum?nide. —Este lugar es incre?ble. La niebla que lo rodea, una vez dentro, se desvanece y los rayos de KIC 8462852 calientan como en pleno verano —se?al? Zaira, la oriana, justo a la salida de la nave. —Vamos. Tenemos poco tiempo para encontrar un refugio antes de que anochezca. Mastigo no nos dar? mucho tiempo para encontrar el monasterio —orden? Xam, el cuarto miembro del grupo, originario del Sexto Planeta. —Caminemos a lo largo del r?o —sugiri? Zaira—, el bosque que lo rodea nos cubrir? mientras calculamos la mejor ruta. Se adentraron en la vegetaci?n. Xam y Zaira encabezaban la marcha mientras Ulica calculaba la direcci?n m?s adecuada para llegar a una aldea bonobiana donde contaban con refrescarse y conseguir informaci?n sobre el monasterio de Nativ, su objetivo. Xam, guerrero del Sexto Planeta, humano, se hab?a distinguido por su valor y humanidad durante las ?ltimas guerras. Era un joven alto, con un f?sico escultural, con la piel clara y el pelo, rizado y corto, tan negro como sus ojos y con unos labios carnosos ocultos bajo una espesa y rizada barba. En su ajustado pantal?n corto llevaba un cintur?n multiusos de alta tecnolog?a dise?ado por su pueblo para hacer frente a situaciones de defensa o de supervivencia. El resto de su cuerpo estaba cubierto por un gel utilizado por los sistianos para mantener una temperatura corporal estable en cualquier condici?n meteorol?gica. Zaira, de su misma edad, era originaria de Oria, el planeta con la atm?sfera reducida, su cuerpo estaba cubierto por una coraza natural de color marr?n empezando por la frente y extendi?ndose a lo largo de toda la espalda hasta la cola. Este era el rasgo distintivo de su raza. Una corta y espesa cabellera blanca cubr?a el resto de su cuerpo a excepci?n del rostro, de rasgos humanos, en el que destacaban sus hermosos ojos de color gris verdoso. De la frente, a ambos lados de la coraza, le nac?an dos largu?simos mechones de pelo blanco que se ataba detr?s de la cabeza y que terminaban en una trenza que le llegaba a los hombros. Ulica, la m?s joven del grupo, cient?fica y matem?tica de alto nivel, era originaria de Eum?nide. Estilizada y elegante, su cuerpo estaba cubierto por un velo natural, de color aguamarina, transparente como las alas de una mariposa. Cuando abr?a los brazos, desplegaba unas aut?nticas alas que le permit?an planear. Unas finas lenguas de seda, enroscadas en el dorso de ambas manos, como si de un adorno se tratara, se estiraban a voluntad a modo de lazo o l?tigo. La b?squeda se prolong? m?s de lo previsto debido a un mal funcionamiento del detector de posici?n causado por los habituales efectos extra?os que el mar del Silencio sol?a causar en los aparatos electr?nicos. Este incidente los hizo alejarse del r?o, apart?ndolos del camino y provocando un retraso de varios d?as en su planificaci?n. Finalmente, se dieron cuenta del problema y regresaron sobre sus pasos para continuar caminando a lo largo del r?o hasta que descubrieron un claro. Sus ojos divisaron una serie de peque?as caba?as dispuestas en c?rculo con una especie de asador en el centro que utilizaban para cocinar la caza en comunidad. Las paredes estaban hechas de gigantescos troncos de bamb? atados entre s? y revestidos de barro y hierba. Los techos, de hojas de palma entrelazadas, ten?an un agujero en el centro con una cubierta c?nica en la parte superior que hac?a las veces de chimenea. Para su sorpresa, se dieron cuenta de que el pueblo se encontraba m?s cerca del lugar donde hab?an aterrizado de lo que imaginaban. Sus habitantes, al ver a los forasteros, corrieron a refugiarse meti?ndose en sus casas; parec?an bolas de billar golpeadas por la bola blanca al inicio de una partida. Se encontraban frente a una de las pocas tribus bonobianas que no se hab?a doblegado a la voluntad de los anic, refugi?ndose en aquel lugar inaccesible. No hab?an pasado inadvertidos a la vigilancia de los centinelas; apenas pasados unos momentos, aparecieron ante ellos guerreros armados con lanzas. —Hemos venido en son de paz —se apresur? a decir Xam. —Nosotros tambi?n queremos la paz —dijo el m?s corpulento de los guerreros, probablemente el l?der—, ?por eso os exigimos que os march?is! —No buscamos problemas, necesitamos vuestra ayuda. Oalif nos ha hablado de vuestro valor. —Oalif nos abandon? hace muchos a?os. ?Qu? hab?is venido a hacer? —Buscamos el monasterio de Nativ. —?Por qu?? —Estamos aqu? en una misi?n de paz que afecta a todos los pueblos. —Muchos invocan la paz, pero finalmente solo traen la guerra. —Pero nosotros, como puedes ver, no somos anic. Soy Xam, uno de los tetramir, puede que hayas o?do hablar de nosotros... —?Xam, del Sexto Planeta? Xam asinti?. —Id a buscar al sabio —orden? el guerrero corpulento. Xam no se esperaba ver salir de una de las caba?as a un compa?ero de tantas batallas. Lo llam? por su nombre: —?Xeri! As? que aqu? es donde te hab?as metido. Pens? que te hab?an hecho desaparecer. —?Xam? ?Qu? haces aqu?, amigo m?o? Solo mi alma de combatiente ha muerto; he visto caer a demasiados amigos j?venes. —Me alegro de verte —exclam? Xam abrazando a su viejo amigo. —Yo tambi?n, pero ?qu? te trae por aqu?? ?D?nde est? Oalif? —Si hubiera sabido que estabas aqu?, no habr?amos podido mantenerlo en la nave. Buscamos el monasterio de Nativ. —Entonces, no os har? falta ir mucho m?s lejos, solo ten?is que alzar la vista; se encuentra en la isla flotante. El tetramir mir? al cielo y vio que, justo por encima de sus cabezas, colgaba una enorme espada de piedra con ?rboles en la parte superior que ocultaban la vista del interior de la isla. —?C?mo podemos alcanzarla? —No est? tan cerca como parece, no te equivoques. Hasta el momento nadie ha sido capaz de llegar a ella. Muchos lo han intentado sin ?xito —continu? Xeri—. La distancia que te separa de la isla siempre es la misma, no importa c?mo intentes llegar a ella, es como si estuviera en otra dimensi?n. Mira a tu alrededor, no proyecta ninguna sombra en el suelo. Antes de que pudieran volver la mirada hacia su amigo, un siseo les llam? la atenci?n. Vieron a Xeri caer al suelo, Xam se apresur? a ayudarlo, pero se dio cuenta de que era demasiado tarde. —?Todo el mundo a cubierto! —grit?. —?A las armas! —grit? el guerrero l?der. De nuevo, las bolas de billar se dispersaron, pero esta vez las troneras se encontraban en la maleza de la selva. Se desat? una batalla. Los soldados de Mastigo hab?an llegado m?s r?pido de lo previsto. Algunos de los ni?os de la aldea se hab?an quedado petrificados por el miedo en el centro del pueblo. —Tenemos que hacer algo —dijo Xam, pero a?n no hab?a terminado la frase cuando la oriana ya se hab?a abalanzado sobre ellos para protegerlos con su coraza. Xam cubri? sus movimientos abriendo fuego, mientras que Ulica, despu?s de trepar r?pidamente a un ?rbol gracias a sus sedosas extensiones, se desliz? silenciosamente sobre los soldados de Mastigo ocultos entre la vegetaci?n, como un halc?n sobre su presa, y los abati?. Una vez que hubo cesado el ataque, las mujeres se apresuraron a recuperar a sus ni?os de entre los brazos de Zaira, quien yac?a herida en el suelo. Xam y Ulica corrieron hacia ella. La plaza estaba vac?a. Un fuerte viento se levant?, como un peque?o remolino dirigi?ndose hacia el centro del pueblo sin destruir nada por el camino. Zaira, Xam y Ulica sintieron que sus movimientos se volv?an m?s r?gidos y, como si estuvieran inmovilizados por una especie magia, no consiguieron escapar de ?l. Dieron vueltas durante varios segundos antes de ser depositados sobre el borde de un saliente de la isla flotante. Por un momento, Ulica se sinti? suspendida en el vac?o. La cabeza a?n le daba vueltas como cuando, de ni?a, jugaba con sus amigos a dar vueltas cogidos de las manos hasta no poder m?s, pero se recuper? y empez? a buscar a sus compa?eros de viaje. Xam ya hab?a encontrado a Zaira, que hab?a perdido el conocimiento, y estaba junto a ella de rodillas. Sus ojos oscuros estaban llenos de tristeza. Xam siempre hab?a sentido una debilidad por aquella oriana. Ulica se acerc? a ellos y, tan eficiente como siempre, comenz? a revisar a Zaira intentando saber qu? hacer. Le tom? el pulso y dijo: —Ritmo card?aco lento pero normal, su cuerpo est? tratando de minimizar el esfuerzo para recuperarse. La gir? lentamente para ver d?nde la hab?an herido y le baj? la cremallera del vestido, que llevaba atado a la nuca, dejando la espalda al descubierto para permitir que pudiera revolverse si fuera necesario, y le rodeaba las caderas hasta medio muslo. —Tiene una herida en el flanco derecho de la espalda. Afortunadamente es solo superficial; su armadura la ha protegido. No hab?a perdido mucha sangre. El l?ser hab?a cauterizado parte de la herida, que no era muy profunda. —No parece haber tocado ning?n ?rgano vital, de lo contrario ya estar?a muerta —continu? Ulica. Xam la miraba con asombro; aquel hombre indomable que afrontaba las batallas sin un ?pice de miedo o piedad por sus enemigos, acostumbrado a moverse en campos de batalla donde el horror de la guerra y la sangre eran algo habitual, no era capaz de decir palabra. Asinti? con la cabeza. —Tenemos que encontrar un lugar para tratar la herida —sugiri? Ulica. Xam levant? en brazos a Zaira y se dirigi? hacia lo que parec?a un templo en la cima de una colina verde. Tenerla tan cerca, junto con su olor, le trajeron recuerdos de cuando, siendo ni?os, Zaira lo rescat? del ca??n de los Cristales de Oria durante una de las pocas veces que hab?a salido de la academia, la ?nica familia que hab?a conocido. Durante las vacaciones, casi todos los amigos del curso volv?an con sus familias. No todos los chicos ten?an tanta suerte: algunos eran hu?rfanos (como Xam), otros se quedaban porque sus familias estaban demasiado ocupadas con sus propias ambiciones laborales y otros pertenec?an a familias en las que la carga de trabajo realmente no les permit?a volver. Se organizaban campamentos de verano para todos ellos y, a menudo, el destino era Oria. Ese planeta pose?a una atm?sfera enrarecida debido a su peque?o tama?o, lo que comportaba, adem?s, una baja fuerza gravitatoria. Todos los que no eran orianos ten?an que llevar un peque?o compensador de aire para conseguir suficiente ox?geno, sin el cual se habr?an sentido como si estuvieran en la cima de una monta?a de m?s de ocho mil metros. La estancia en el campamento de verano de Oria sol?a estar repleta de actividades, pero, al final de la jornada, Xam sol?a merodear por el campus, en cuyas inmediaciones se encontraba la granja del padre de Zaira. Fue all? donde se conocieron. Fue durante aquel verano que su amistad se hizo m?s fuerte. Como a todos los adolescentes, les encantaba meterse en l?os m?s o menos grandes. Ese verano, Zaira le cont? sobre un lugar, que a ella le parec?a estar encantado, sin revelarle toda la verdad. Mantuvo una parte en secreto para no arruinar la sorpresa y, sobre todo, le ocult? que era un lugar prohibido por los adultos debido a su peligrosidad. Fue as? como consigui? arrastrar a su amigo a esa aventura en el desierto. Le pidi? a Xam que se pusiera las botas m?s pesadas que tuviera y le pidi? que no trajera ning?n amigo; quer?a que aquel lugar continuara siendo secreto. Caminaron durante mucho tiempo. Xam no consegu?a entender por qu?, precisamente en ese d?a de calor tan abrasador, le hab?a hecho ponerse esas malditas botas. Zaira nunca hab?a sido muy habladora, as? que caminaron un buen rato en silencio hasta que Xam, cansado, le pregunt?: —?Falta mucho? —No seas aguafiestas, ya casi hemos llegado —respondi? Zaira. —Espero que valga la pena —Ya lo ver?s. Solo nos falta llegar a la cima de esa colina. —Entonces, ?veamos qui?n llega primero! —grit? Xam ech?ndose a correr. Zaira corri? tras ?l tratando de detenerlo, pero Xam, emocionado por la carrera, no la escuch?. Finalmente, consigui? placarlo en la cima del saliente. Xam, tumbado boca abajo en el suelo, asombrado, se volvi? hacia ella: —?Por qu? te me has echado encima? —?Es que no has visto nada? —dijo Zaira se?alando con el dedo—. ?Quieres caerte ah? dentro? —?Vaya!, ten?as raz?n, ?es incre?ble! Ante los ojos de Xam se abr?a un paisaje fant?stico; un enorme ca??n se extend?a frente a ellos. No era muy ancho, pero no se pod?a ver el fondo. Las paredes ten?an unas difusas tonalidades horizontales brillantes y, cerca de la parte superior, el color era claro y dorado como la arena. Cuanto m?s se perd?a la mirada hacia las profundidades, m?s se difuminaba el tono hacia al rojo granate. El ca??n estaba dividido en dos zonas: una, m?s alejada de ellos, repleta de c?mulos de cristal de amatista que reflejaban el color de la roca y la otra, llena de grandes flores con forma de c?liz en las que pod?an acomodarse perfectamente dos personas. Los c?lices se mov?an incesantemente, como si de un fuelle tratara, para permitir a la planta tomar el m?ximo ox?geno posible, resultando en una especie de baile coreografiado. Xam, que observaba aquel espect?culo con asombro, sinti? como si su cuerpo fuera m?s ligero que de costumbre. Not?, adem?s, como todas esas correr?as le hab?an dado hambre. —Bueno, este parece un buen lugar para tomar un aperitivo. Espero que hayas tra?do alguna que otra delicia en tu mochila. —Siempre pensando en comer —sonri? Zaira mientras sacaba una cuerda de su mochila, se sentaba en el suelo, se quitaba las botas y las ataba a unos arbustos, tras lo cual se acerc? al ca??n. Xam no se dio cuenta de lo que pretend?a su amiga. Ni siquiera hab?a tenido tiempo de pregunt?rselo, cuando vio a Zaira lanzarse al vac?o. El terror le asalt? y corri? al borde del precipicio para averiguar qu? hab?a sido de ella. Se asom? al saliente y vio a Zaira riendo y revoloteando. En ese instante le hubiera gustado matarla por el miedo que le hab?a causado, pero, al mismo, tiempo se sent?a aliviado y feliz de verla. Zaira se acerc? r?pidamente al borde del acantilado y aterriz? cerca de Xam. —?Menudo susto me has dado! Pens? que te hab?as espachurrado contra las rocas. ?Podr?as haberme avisado! —dijo ligeramente enfadado. —Si te lo hubiera dicho, me hubiera perdido tu cara. ?Deber?as haberte visto! —rio divertida. —?Qu? valiente! —respondi? Xam ir?nicamente, sintiendo que le acababan de tomar el pelo. —Lo siento, no quer?a asustarte —a?adi? Zaira, entendiendo que, tal vez, hab?a ido demasiado lejos. —No importa, ?qu? haces con esos botes de aire comprimido en la mano? —pregunt? Xam sonriendo, pensando en que, en realidad, no era capaz de enfadarse con ella. Eran botes de aire comunes, muy utilizados en Oria para limpiar la arena que se acumulaba en los radiadores de los veh?culos. —Sirven para conseguir el impulso final necesario para volver a entrar. El aire comprimido me ayuda a acelerar y a superar el peque?o aumento de la atracci?n gravitatoria cerca de la cornisa. —?C?mo consigues volar? —?Magia! —?Venga! No digas tonter?as. —La verdad es que, en este punto del ca??n, la suma de una atracci?n gravitatoria tan baja y las corrientes ascendentes creadas por las flores gigantes es lo que permite volar. Vamos, qu?tate las botas y s?gueme. —?Est?s loca! —exclam?, aunque sab?a que no podr?a resistirse a volar con ella. —Es importante mantenerse alejado de la zona de los cristales. No tendr?s miedo, ?verdad? —se burl? tratando de herir el orgullo de su amigo. Xam se sent? en el suelo, se quit? las botas y las at? junto a las de Zaira. En ese momento, se dio cuenta de que estaban flotando. Sin ellas se sent?a a?n m?s ligero y apenas pod?a mantener los pies en el suelo. —M?tete esto en los bolsillos —dijo la oriana entreg?ndole dos botes que hab?a sacado de la mochila—. Ser? la primera vez que volemos juntos. Se acercaron al l?mite del acantilado cogidos de la mano y, sin dudarlo, como solo unos ni?os son capaces de hacer, se lanzaron. Volaron juntos durante un tiempo, hasta que Xam se familiariz? con la t?cnica de vuelo. Fue en ese momento cuando Zaira le mostr? otra sorpresa. Arrastr? a Xam junto a una de las flores, que acab? por aspirarlos. Cayeron sobre una suave alfombra de estambres perfumados. Las flores, de color azul intenso en el exterior, eran amarillas o rosa claro en el interior con enormes estambres anaranjados. Xam ni siquiera tuvo tiempo de sorprenderse cuando ambos volvieron a ser delicadamente expulsados de la flor. Los dos amigos comenzaron a re?rse a carcajadas. Zaira intent? explicar, entre risas, que del interior de la flor emanaba una esencia euforizante. Xam se sint?a ya preparado para volar solo y solt? la mano de Zaira que hab?a mantenido fuertemente sujeta hasta ese momento. Estaba divirti?ndose como nunca antes y no paraba de entrar y salir de las flores. Zaira trat? de acercarse a ?l, se hab?a olvidado de decirle que no deb?a excederse, pues el fluido euforizante pod?a hacerle perder el contacto con la realidad. No tard? mucho en ocurrir, Xam hab?a perdido el control y se acercaba peligrosamente a la zona prohibida. Zaira decidi? que deb?a intervenir antes de que fuera demasiado tarde; las aristas de los cristales de la pared podr?an matarlo. Sin embargo, Xam se mov?a a la misma velocidad que ella, por lo que le resultaba imposible alcanzarlo, as? pues, sac? los botes de los bolsillos y los utiliz? para acelerar. Finalmente, alcanz? a su amigo, que re?a sin ser consciente del peligro, pocos instantes antes de que se estrellara contra la pared y lo apart?. Lo llev? de vuelta a la zona de las flores y no volvi? a soltarlo hasta el final del vuelo. En cuanto estuvieron en la corriente ascendente adecuada, le tom? sus frascos de aire comprimido y, sosteni?ndolo entre sus brazos, lo llev? de vuelta a la seguridad del borde del ca??n. Se dieron cuenta de que hab?an puesto en rriesgo sus vidas, pero no pod?an dejar de re?r. Se tumbaron en el suelo, el uno junto al otro, y esperaron, henchidos de felicidad, a que se les pasara el efecto de aquel fluido estimulante antes de volver a casa. Cap?tulo tercero Los pliegues resultantes eran los ojos y la boca de aquel ser Ahora era Zaira quien estaba en peligro y la distancia que los separaba de la cima de la colina de Xam parec?a eterna. All? se erig?a una c?pula blanca, parecida a una colmena, con unos espejos hexagonales que rodeaban todo el edificio y reflejaban la luz del sol de manera cegadora. Cuanto m?s se acercaban al monasterio, m?s sensaci?n de serenidad se instalaba en sus corazones. Xam, agotado por el peso de su compa?era, sigui? caminando. Una vez alcanzado el templo, descubrieron un arco abierto que conduc?a al interior. En cuanto estuvieron dentro, el cuerpo de Zaira se levant?, flotando, de entre los brazos de Xam, quien no se resisti?, pues sent?a que no hab?a ning?n peligro en lo que estaba sucediendo. Fue transportada hacia un largo corredor para desaparecer lentamente de su vista. Cientos de esbeltas columnas laterales sosten?an una inmensa b?veda transparente que miraba al universo, como si el monasterio se encontrara flotando en el espacio, Ulica y Xam vieron al final de aquel pasillo a un extra?o ser de inusuales formas y decidieron acercarse. El cuerpo, de color p?rpura gris?ceo y m?s o menos cil?ndrico, estaba formado por la cabeza y por cuatro secciones con dos piernas cada una, en la cara predominaba lo que parec?a una nariz en forma de trompeta que algo o alguien hubiera empujado con fuerza hacia dentro, los pliegues resultantes eran los ojos y la boca de aquel ser. Su cuerpo no era m?s grande que un saco de harina. —Siento en vosotros una energ?a positiva. Perdonad que os haya arrastrado hasta aqu?, pero el gesto de vuestra compa?era me ha conmovido. —El gesto de nuestra compa?era no nos ha sorprendido, pues conocemos su generosidad. No debimos arrastrar a esas criaturas indefensas a una pelea, perdimos demasiado tiempo vagando por la selva, lo que permiti? a Mastigo adivinar hacia d?nde nos dirig?amos y traer a sus guardias a ese lugar apacible y sereno. Fue un error imperdonable —explic? Ulica. —Habr?a sido imposible que los tetramir llegaran tan lejos sin involucrar a esas pobres criaturas en una pelea. —?C?mo sabes qui?nes somos? Intent? preguntarle Ulica, pero Xam la interrumpi? bruscamente mientras la agarraba instintivamente del antebrazo: —?A d?nde has llevado a Zaira? —pregunt? al monje, aunque estaba convencido de que nada malo podr?a sucederle a su amiga en aquel lugar. —No te preocupes, est? a salvo. Se est? recuperando. Estar? con nosotros en breve. La respuesta le pareci? vaga, pero segu?a inundado por esa sensaci?n de bienestar y serenidad. —?C?mo sabes qui?nes somos? —repiti? Ulica tratando de entender a qui?n ten?a delante. —Soy Rimei —dijo el ser sin prestar atenci?n a la pregunta—. Y estoy aqu? para meditar. Vuestras almas y vuestras acciones, incluso la belleza de la eum?nide, cuyo nombre se me escapa —pareci? re?rse con satisfacci?n de su propia ocurrencia—, han conseguido captar mi atenci?n despu?s de trescientos a?os. —Ulica. —Su rostro dulce no pareci? inmutarse ante tal cumplido. Esbelta y menuda, sab?a que era muy hermosa y no lo ocultaba, la poblaci?n de la que era originaria no era propensa al galanteo, ni tampoco a ocultar sus opiniones o emociones. Se reproduc?an, como las mariposas, a partir de una cris?lida cuyo capullo indicaba el color de la criatura que iba a nacer. Las eum?nides pod?an adquirir varios colores, todos en tonos pastel. Ulica formaba parte de una nueva generaci?n creada gen?ticamente. En su planeta, un extra?o suceso provocado por la ?ltima gran guerra, que a?n estaba siendo estudiado por los m?s avezados ge?logos, hab?a provocado un ligero desplazamiento del eje, creando desequilibrios medioambientales y del campo magn?tico que hab?an tenido como consecuencia la eliminaci?n de la poblaci?n masculina. Para evitar la extinci?n de la especie, las eum?nides hab?an recurrido a la multiplicaci?n in vitro de los genes masculinos para poder utilizarlos en la inseminaci?n artificial. Solo creaban embriones femeninos para evitar el nacimiento de otros machos que habr?an acabado abocados a una muerte segura. Nunca dispuestas a doblegarse ante la derrota, buscaban en su ADN el gen que les hab?a permitido sobrevivir para implantarlo en el ADN masculino a fin de hacerlo invulnerable a las nuevas caracter?sticas medioambientales de Eum?nide. —Todav?a no me has dicho c?mo sabes qui?nes somos —le repiti? Ulica al monje. —Es porque veo muchas cosas. Llevo mucho tiempo esperando a que veng?is a hacerme estas preguntas. —?Qu? preguntas? —interpel? Xam confundido mientras acariciaba su espesa y rizada barba negra. —Sobre la Kirvir —se anticip? Ulica —. ?A qu? te refer?as hace un momento? —pregunt? dirigi?ndose al monje —?Qu? es lo que puedes ver? —Puedo ver todo lo que sucede en cada planeta, pero, a menudo, la informaci?n se queda conmigo por poco tiempo. —?C?mo de poco? —Depende de la informaci?n, a veces se queda para siempre, a veces no m?s de un d?a o unas horas. —?Qu? puedes decirnos sobre la Kirvir? —pregunt? Xam. —La Kirvir lo es todo: nos rodea; nos une y nos divide; si se la estimula, se transforma; parecer?a que se puede controlar, pero en realidad es muy escurridiza; puede ser sabia o terriblemente peligrosa. —No nos dices nada nuevo —coment? Ulica. —Eso es porque no hay nada nuevo, todo est? ya a nuestro alcance —respondi? el monje—, solo hay que dejar que ella nos gu?e en la direcci?n correcta. —Si eres capaz de verlo todo, ya sabes cu?l es nuestro prop?sito. Ay?danos a controlarla, de ese modo podr?amos restablecer el equilibrio —declar? Xam. —Est? claro que deseas ayudarnos —se?al? Ulica—, de lo contrario no nos habr?as tra?do hasta aqu?. La pregunta es c?mo. —No tengas prisa, mi apreciada Ulica, he esperado tanto tiempo este momento; hace trescientos a?os que no hablo con nadie, no me quites el privilegio de la conversaci?n. El tiempo es una dimensi?n de los vivos, no de la Kirvir. Despu?s de todo, la decisi?n de traeros aqu? ha sido largamente ponderada. —Pero nosotros vivimos en nuestro tiempo y tenemos una responsabilidad sobre otros como nosotros. La guerra es inminente —afirm? Xam. —Os quedar?is aqu? cuanto haga falta si es que quer?is respuestas a vuestras preguntas. No depende de m?, La Kirvir decidir? el tiempo necesario para mostraros el camino. A los tetramir les hab?a parecido que solo hab?an pasado unos minutos, cuando vieron a Zaira aparecer por un largo pasillo de luz. Xam camin? r?pidamente hacia ella tratando de ocultar sus emociones. —?C?mo est?s? —le pregunt?. —?Qu? ha pasado? —pregunt? Zaira. —Te hirieron, ?lo recuerdas? —dijo Xam ofreci?ndole el brazo para que se sujetara a ?l. —Estoy bien, no te preocupes —le tranquiliz? la oriana aceptando su ayuda—. Lo recuerdo, pero ?d?nde estamos? —Estamos en el monasterio, en la isla flotante. —?C?mo hemos llegado hasta aqu?? —Tu gesto de sacrificio ha conmovido al monje quien nos ha transportado a la isla con la ayuda de un remolino de viento. —Luego, Xam te ha tra?do en brazos hasta el monasterio —a?adi? Ulica. —Gracias —respondi? Zaira fijando sus ojos en los de Xam, quien los baj? avergonzado—. Tengo la sensaci?n de que han pasado meses desde la herida en la espalda. —As? es —intervino Rimei —te hemos llevado y cuidado en la c?mara del tiempo para que tu recuperaci?n se acelere. Simplemente te sentir?s unos meses m?s vieja. —Gracias —dijo Zaira, quien siempre hab?a sido de pocas palabras. Ulica tom? la palabra: —Cu?ntanos m?s sobre la Kirvir, es decir, sobre la energ?a que se desencadena durante las alineaciones, nos gustar?a utilizarla en nuestro provecho y evitar as? las guerras de conquista que se desatan durante esos periodos. —Manipular la Kirvir es dif?cil, pero antes de hablarte de eso, debo hablaros sobre ciertos sabios —prosigui? el monje—, sabios que, como vosotros, tambi?n buscaban la paz. Se reunieron para entender su funcionamiento. Cada uno de ellos conoc?a un detalle del secreto y, gracias a la uni?n de sus fuerzas, consiguieron reconstruir el comportamiento de los fen?menos a trav?s de los que se manifiesta transcribi?ndolos en un pergamino. En ese momento, Xam, asombrado, le pregunt?: —Entonces, el pergamino en s?, ?no posee ning?n poder? —As? es —continu? Rimei—, pero es imprescindible conocerlo para manipular la Kirvir. Lo que es indispensable, en cambio, es el ser que pueda encauzarla. Ha estado ah? desde el inicio de los tiempos, su esencia es tenue e inconsciente, nada puede destruirlo, puede desvanecerse y volver a nacer, y tiende a respaldarse en un guardi?n. Se le conoce como Tersal. Existen, adem?s, seis objetos que interact?an con el ser. La raz?n por la que la Kirvir es tan poderosa durante las alineaciones es por la proximidad de todos estos elementos al Tersal. Los sabios se pusieron a buscar estos objetos, que se encontraban en seis de los planetas del sistema solar. Una vez localizados, los sabios trataron de convertir en realidad lo que hab?an documentado en el pergamino, pero se lo impidi? una de las m?s terribles guerras de alineaci?n desatadas en aquella ?poca. As? pues, tras comprobar que no podr?an reunirlos, cada uno de ellos escondi? el objeto que pose?a en su propio planeta para evitar que cayera en manos del enemigo. Como sab?is, c?clicamente, algunos,o todos, los planetas de nuestro sistema solar, al recorrer sus ?rbitas, pueden acabar alineados, ya sean alineaciones parciales o totales. Cuantos m?s planetas est?n implicados, mayor ser? la influencia de la Kirvir, provocando extra?os fen?menos f?sicos y afectando a la estabilidad emocional de sus habitantes. Por supuesto, todo esto alcanza su punto culminante con una alineaci?n total. La proximidad de los planetas, asociada a estos fen?menos, ha alterado los ?nimos en diversas ocasiones y ha desencadenado guerras entre razas. Con el paso del tiempo, la conciencia de muchos de los pueblos ha evolucionado y han madurado los conceptos de paz y estabilidad, as? como el derecho de cada raza a vivir seg?n sus propias costumbres y tradiciones. Esto propici? el nacimiento de la Coalici?n que vosotros represent?is. En este momento, solo quedan fuera Carimea y Medusa: uno porque est? poblado por depredadores, el otro porque est? en manos de una raza codiciosa que ha forjado su prosperidad sobre la sangre y la explotaci?n. —?D?nde se encuentra el pergamino? —pregunt? Ulica. —No s? d?nde est?, pero puedo decirte qui?n fue su ?ltimo propietario, su nombre es Wof. —?Wof? ?El h?roe del Sexto Planeta? —pregunt? Xam. —S?. —?Lo conoces personalmente? —pregunt? Ulica, dirigi?ndose a Xam. —Era mi comandante cuando empec? a combatir. Fue capturado durante una de las batallas m?s ?picas; consigui?, con unos pocos hombres, retener estrat?gicamente a las fuerzas de los anic permitiendo que nuestros ej?rcitos pudieran reposicionarse y acabar ganando una guerra que parec?a perdida. —La informaci?n m?s reciente indica que se encuentra en la luna de Enas —apunt? Ulica—. Esperemos que siga all?, Ruegra lo transfiere con regularidad para evitar su liberaci?n. Fue uno de sus peores adversarios. —No ser? f?cil liberarlo —coment? Zaira. —?Qu? m?s puedes decirnos sobre el Ser? —pregunt? Ulica. —No s? d?nde se encuentra el Tersal. Esa informaci?n se os revelar? durante vuestra estancia en la isla si vuestros corazones son puros, pero puedo daros ciertas indicaciones sobre los objetos: son de uso com?n. Dentro de cada uno de ellos se encuentra incrustada una piedra, estas piedras provienen de una gran gema que constitu?a la Kirvir en todo su poder. Esta fue dividida al principio de los tiempos para evitar que una concentraci?n tan grande de poder pudiera acabar en manos de una sola persona. Cada uno de ellos fue objeto de veneraci?n hace ya mucho tiempo. Al no profundizar en el conocimiento de sus verdaderos poderes, que variaban o se desvanec?an seg?n la proximidad o la distancia entre los planetas, fueron cayendo en el olvido con en el paso tiempo. Sin embargo, quedaron bajo la custodia de quienes hab?an depositado en ellos su devoci?n. —?No puedes darnos alguna indicaci?n m?s concreta? —pregunt? Ulica. —Se ha hecho de noche, lo mejor ser? descansar. Seguid los puntos de luz, ellos os mostrar?n vuestras habitaciones. De las extremidades superiores levantadas del sabio, surgieron tres copos de luz que se situaron frente a cada uno de ellos. Fueron llevados a habitaciones separadas; celdas de monjes, con las paredes completamente blancas y amuebladas ?nicamente con una cama y un peque?o escritorio. Arriba, en el techo en forma de arco, una ventana hexagonal dejaba entrar la luz. Ulica se situ? frente al escritorio, se quit? el ordenador de la mu?eca, el cual encendi? y dej? sobre la mesa, al hacerlo, este proyect? el teclado horizontalmente y, perpendicular a ?l, la pantalla. Seguidamente, Ulica inici? su pesquisa. Xam se estir? sobre la cama y se durmi?, agotado, al instante, mientras que Zaira se relaj? y rez? antes de quedarse dormida. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=66740803&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.