Приходит ночная мгла,  Я вижу тебя во сне.  Обнять я хочу тебя  Покрепче прижать к себе.  Окутала всё вокруг - зима  И кружится снег.  Мороз - как художник,  В ночь, рисует узор на стекле...  Едва отступает тьма  В рассвете холодного дня, Исчезнет твой силуэт,  Но, греет любовь твоя...

Bajo El Emblema Del Le?n

Bajo El Emblema Del Le?n Stefano Vignaroli A?or 2019: De nuevo, la estudiosa Lucia Balleani y el arque?logo Andrea Franciolini nos llevar?n de la mano y nos guiar?n a trav?s de los arcanos misterios de la Jesi del Renacimiento, entre calles, callejones y palacios de un centro hist?rico que, a las puertas del los a?os 20 del siglo XXI, comienza a expulsar del subsuelo antiguos e importantes objetos relacionados con ?pocas pasadas. Las excavaciones arqueol?gicas de la Piazza Colocci nos reservar?n sorpresas insospechadas a los ojos de toda la ciudadan?a de Jesi. Sigamos, una vez m?s, las aventuras de los personajes del siglo XVI a trav?s del descubrimiento de antiguos documentos y hallazgos arqueol?gicos de la joven pareja de investigadores de nuestro tiempo. Nuevos vientos de guerra conducir?n de nuevo al Comandante de la Regia Ciudad de Jesi a los campos de batalla. Despu?s de los dos primeros episodios de la serie El Impresor, henos aqu? ya al final, en el ?ltimo episodio de la saga dedicada a la Jesi del Renacimiento. Hab?amos dejado a Andrea casi moribundo, auxiliado por su amada, disfrazada. La trama se desplaza a Urbino, pero por supuesto nuestros dos h?roes, Andrea Franciolini y Lucia Baldeschi, deber?n volver a Jesi para culminar su sue?o de amor. La ceremonia de la boda deber? ser un acontecimiento festivo y espl?ndido y deber? ser celebrado por el obispo de la ciudad de Jesi, Monse?or Piersimone Ghislieri. Pero ?estamos convencidos de que oscuras tramas, del destino y de los hombres,  no conseguir?n obstaculizar por en?sima vez la uni?n entre Andrea y Lucia? Los dos amantes se han vuelto a encontrar y por nada del mundo querr?an separarse otra vez. Andrea, por fin, har? de padre de su hija, Laura, y, porqu? no, tambi?n de la hija adoptiva de Lucia, Anna. Las ni?as son fant?sticas, est?n creciendo sanas y vivarachas en la residencia de campo de los condes Baldeschi, y Andrea goza con su presencia. Pero vientos de guerra conducir?n de nuevo al comandante de la Regia Ciudad de Jesi a los campos de batalla. Y a dejar muy pronto la tranquilidad y la paz reci?n conquistada. Los lansquenetes est?n a las puertas de la Italia septentrional y el Duca della Rovere, en una extra?a alianza con Giovanni de’ Medici, m?s conocido como Giovanni Dalle Bande Nere, se har? todo lo posible para impedir que la soldadesca germana llegue a Firenze e incluso hasta Roma. Evitar el saqueo de la ciudad eterna en el 1527 no ser? una tarea f?cil, ni para el Duca della Rovere, ni para Giovanni dalle Bande Nere, ni tampoco para el Capit?n Franciolino de’ Franciolini. Sigamos, una vez m?s, las aventuras de los personajes del siglo XVI a trav?s del descubrimiento de antiguos documentos y hallazgos arqueol?gicos de la joven pareja de investigadores de nuestro tiempo. De nuevo, la estudiosa Lucia Balleani y el arque?logo Andrea Franciolini nos llevar?n de la mano y nos guiar?n a trav?s de los arcanos misterios de la Jesi del Renacimiento, entre calles, callejones y palacios de un centro hist?rico que, a las puertas del los a?os 20 del siglo XXI, comienza a expulsar del subsuelo antiguos e importantes objetos relacionados con ?pocas pasadas. A Giuseppe Luconi y Mario Pasquinelli, ilustres conciudadanos que forman parte de la Historia de Jesi. Amigos de Jesi Stefano Vignaroli LO STAMPATORE Nel segno del leone ISBN 9798616044020 ©2019 – 2020 Stefano Vignaroli Todos los derechos de reproducci?n, distribuci?n y traducci?n est?n reservados. Los fragmentos de historia de Jesi han sido extra?dos y adaptados libremente de los textos de Giuseppe Luconi. Ilustraciones del Profesor Mario Pasquinelli, cedidas amablemente por los leg?timos herederos. Sitio web http://www.stedevigna.com (http://www.stedevigna.com/) Email de contacto: [email protected] Stefano Vignaroli EL IMPRESOR BAJO EL EMBLEMA DEL LE?N NOVELA PREFACIO Bajo el emblema del le?n cierra de manera magistral la trilog?a de ambiente renacentista, cuyo t?tulo es El Impresor, inaugurada con La sombra del campanile y seguida por La corona de bronce. Los protagonistas, una vez m?s, son el ind?mito condottiero, el marqu?s Andrea Franciolini, y la condesa Lucia Baldeschi, condenados por el destino a posponer constantemente las nupcias, constataci?n de su gran amor. Y junto con ellos, sus descendientes, los hom?nimos Andrea y Lucia de nuestros d?as. La inesperada llamada a las armas, por parte del Duca di Urbino el d?a de la ceremonia de matrimonio, obliga a Andrea a marcharse, emprendiendo un peligroso viaje, primero hacia el norte de Italia y luego a los Pa?ses Bajos, y a Lucia a asumir otra vez el gobierno de la ciudad de Jesi y de su condado. De esta manera la narraci?n se desdobla: por un lado est?n el caballero errante y sus aventuras, jalonadas y enriquecidas con personajes m?s o menos hist?ricos, como es el caso del astuto y despiadado Giovanni dalle Bande Nere, y del rival, primero, y m?s tarde amigo, el duque Franz Vollenweider, mercenario, medio p?caro y medio lansquenete. Por otra parte, Lucia, madre atenta, amante apasionada y mujer gobernadora en una ?poca dominada por los hombres, que s?lo en Bernardino, el impresor, encuentra un apoyo, un confidente y un aliado. Como tel?n de fondo, el enfrentamiento entre el emperador Carlos V y el Papa con sus aliados, desde el rey de Francia a los distintos se?ores de las ciudades italianas, que estrechan y rompen alianzas de manera maquiav?lica. Batallas, intrigas, amores, aquelarres bajo la luz de la luna y, sobre todo, dos grandes misterios, surgidos de las entra?as de la tierra, de unas excavaciones en la plaza que da al Palazzo del Governo de Jesi, vinculan y articulan las aventuras de las Lucias y los Andreas de ayer y de hoy. Un antiguo c?dice, querido y anhelado por Hitler y un emblema con la representaci?n del le?n tumbado, s?mbolo de la ciudad, turban los sue?os, generan angustia y ansias de conocimiento e inducen a la acci?n. Una prosa fluida nos devuelve no s?lo los colores sino tambi?n los sonidos y la atm?sfera de lugares y situaciones y encadena al lector a la p?gina desde el primero hasta el ?ltimo cap?tulo, en un constante aumento de la expectaci?n por la suerte de los protagonistas. Vignaroli suscribe un gran fresco hist?rico, con una mezcla de fantas?a y erudici?n, que sella dignamente el ?ltimo acto de una gran trilog?a. Marco Torcoletti INTRODUCCI?N Despu?s de los dos primeros episodios de la serie El Impresor, henos aqu? ya al final, en el ?ltimo episodio de la saga dedicada a la Jesi del Renacimiento. Hab?amos dejado a Andrea casi moribundo, auxiliado por su amada, disfrazada. La trama se desplaza a Urbino, pero por supuesto nuestros dos h?roes, Andrea Franciolini y Lucia Baldeschi, deber?n volver a Jesi para culminar su sue?o de amor. Las nupcias deber?an ser un acontecimiento festivo y espl?ndido, deber?a ser oficiada por el obispo de la ciudad de Jesi, Monse?or Piersimone Ghislieri. Pero ?estamos seguros de que oscuras tramas, tanto del destino como de los hombres, no impedir?n por en?sima vez, la uni?n entre Andrea y Lucia? Los dos amantes se han vuelto a encontrar y por nada del mundo querr?an separarse otra vez. Andrea, por fin, har? de padre de su hija, Laura, y, porqu? no, tambi?n de la hija adoptiva de Lucia, Anna. Las ni?as son fant?sticas, est?n creciendo sanas y vivarachas en la residencia de campo de los condes Baldeschi, y Andrea goza con su presencia. Pero vientos de guerra conducir?n de nuevo al Capitano d’arme de la Regia Ciudad de Jesi a los campos de batalla. Y a abandonar enseguida la tranquilidad y la paz reci?n conquistadas. Los lansquenetes est?n a las puertas de la Italia septentrional y el Duca della Rovere, en una extra?a alianza con Giovanni de’ Medici, m?s conocido como Giovanni Dalle Bande Nere, har? todo lo posible para impedir que la soldadesca germana llegue a Firenze e incluso hasta Roma. Evitar el saqueo de la Ciudad Eterna en el 1527 no ser? una tarea f?cil, ni para el Duca della Rovere, ni para Giovanni dalle Bande Nere, ni tampoco para el Capit?n Franciolino de’ Franciolini. Sigamos, una vez m?s, las aventuras de los personajes del siglo XVI a trav?s del descubrimiento de antiguos documentos y hallazgos arqueol?gicos de la joven pareja de investigadores de nuestro tiempo. De nuevo, la estudiosa Lucia Balleani y el arque?logo Andrea Franciolini nos llevar?n de la mano y nos guiar?n a trav?s de los arcanos misterios de la Jesi del Renacimiento, entre calles, callejones y palacios de un centro hist?rico que, a las puertas de los a?os 20 del siglo XXI, comienza a expulsar del subsuelo antiguos e importantes objetos relacionados con ?pocas pasadas. Stefano Vignaroli Cap?tulo 1 Bernardino, en el umbral de su imprenta, que daba a la Via delle Botteghe, a la altura del arco de la antigua Domus Verronum, observaba desfilar, con gran satisfacci?n, el cortejo nupcial. Finalmente, despu?s de tantos obst?culos y altibajos, la condesa Lucia Baldeschi, en un radiante d?a de finales del verano de 1523, se casar?a con Andrea De’ Franciolini. Es m?s, para ser exactos, con el Marchese Franciolino De’ Franciolini, Se?or dell’Alto Montefeltro y Capitano d’arme de la regia Ciudad de Jesi. El cortejo propiamente dicho hab?a sido precedido por estruendo de tambores y toques de trompeta, por la exhibici?n de abanderados, por las evoluciones de las elegantes aves rapaces lanzadas al vuelo por h?biles halconeros, e incluso por el desfile de familias de la nobleza de los distintos distritos de la ciudad, cada una de ellas identificada por el proprio abanderado y por el estandarte de la jurisdicci?n a la que pertenec?a. La ciudad era un derroche de colores. Cada calle, cada callej?n y cada palacio estaban engalanados. El aire fresco de septiembre, hacia las horas centrales del d?a, hab?a dado paso a los rayos del sol que estaban caldeando la atm?sfera de manera realmente ins?lita para aquella estaci?n, tanto que a muchos nobles se les desparramaba el sudor en el interior de sus vestidos de brocado o terciopelo. Las m?s afortunadas eran las damas que hab?an escogido vestir frescos trajes de seda de colores. Bernardino hab?a reconocido a aquellos que pertenec?an a las familias m?s importantes de Jesi, no s?lo por los emblemas sino porque conoc?a bien sus fisonom?as. Los Condes Marcelli, los Marqueses Honorati, Amatori, Amici y Colocci. Todos se dirig?an hacia la Piazza San Floriano para asistir a la funci?n religiosa presidida por el Cardenal Piersimone Ghislieri, obispo muy amado por toda la ciudadan?a. Despu?s del paso de malabaristas y tragafuegos y otra tanda de abanderados, apareci? finalmente la novia, muy hermosa, sobre un caballo con el manto blanco inmaculado, con la crin arreglada en finas y peque?as trenzas que ca?an por ambos lados del elegante cuello del animal. Luc?a iba ataviada con una espl?ndida gamurra de seda adamascada roja, enriquecida con motivos florales bordados de realce. En el cuello rectangular y en los bordes de las mangas hab?an sido a?adidos encajes blancos. El traje, que le llegaba hasta los pies, adornado con botones engarzados y gemas preciosas, apretado en la cintura por un cintur?n finamente trenzado, no permit?a a la dama sentarse a caballo a la amazona, de la manera en que ella estaba habituada a hacerlo. Las dos piernas deb?an estar apoyadas en el mismo lado de la cabalgadura, haciendo todav?a m?s dif?cil y penoso mantener el equilibrio en la silla. Pero Lucia conservaba una mirada altanera, sosteni?ndose liviana con las riendas, sin mirar fijamente a ning?n ciudadano a los ojos. Se dejaba admirar, sin intercambiar la mirada con nadie. S?lo cuando pas? al lado de Bernardino, su rostro se ilumin? y esboz? una sonrisa a modo de saludo dirigida a su amigo y mentor. El impresor se dio cuenta y se regocij? por ello sin exteriorizarlo. Mientras miraba con obsequiosa admiraci?n a la Condesa Baldeschi, se dio cuenta de que el rojo era el color preferido de las novias de la ?poca. El rojo era el s?mbolo de la potencia creadora y, por lo tanto, de la fertilidad pero, sobre todo, los tejidos de aquel color eran los m?s caros y apreciados. El cortejo nupcial era considerado parte integrante de la ceremonia del matrimonio. Habitualmente, constitu?a una representaci?n p?blica de ostentaci?n de la riqueza de la familia de la novia que desfilaba por las calles de la ciudad con sus valiosas prendas nupciales, acompa?ada por los nobles caballeros de la familia. Nada de esto suced?a con Lucia Baldeschi que no hab?a querido a ning?n presunto caballero perteneciente a su familia a su alrededor. Su sobria elegancia y su porte eran casi el de una reina que iba al altar para casarse con su pr?ncipe. Una reina que, de todos modos, hab?a sido siempre amada por su pueblo, por lo que era y no por lo que quer?a aparentar. Y nunca se habr?a permitido aparecer de otra forma s?lo porque ese era un d?a especial. Todos los jesinos hab?an aprendido a amarla como una mujer de car?cter fuerte y determinado pero, al mismo tiempo, con un alma buena y amable. Bernardino se sum? al cortejo que, dentro de poco, llegar?a al atrio de la iglesia de San Floriano, donde deber?a estar esper?ndolo el novio junto con el cardenal Ghislieri. All?, en el atrio, se desarrollar?a la ceremonia nupcial con el intercambio de los anillos. Despu?s de lo cual, los celebrantes y los invitados, entrar?an en la iglesia para la celebraci?n de la aut?ntica misa. Aunque no lo pareciese, Lucia estaba de los nervios. No ve?a la hora de bajar del caballo y acercarse a su prometido, tendiendo hacia delante su mano izquierda, de tal manera que ?l pudiese besarla y la mantuviese asida a la suya. Pero en cuanto el caballo blanco pis? la plaza, que en su momento hab?a sido el lugar de nacimiento del emperador Svevo, fue evidente para la novia y para todo su s?quito que el Capitano Franciolini no estaba en su puesto, debajo del palio preparado a tal fin delante de la iglesia. El obispo, el cardenal Ghislieri, acogi? a la joven novia abriendo los brazos inc?modo. Era evidente que no sab?a por d?nde empezar para darle las debidas explicaciones. ?Hombres del Duca della Rovere… S?, justo hombres del Duca della Rovere fueron los que se presentaron hace poco. Han intercambiado unas palabras con el Marchese y le han dado una carta sellada. ?l la ha le?do en un abrir y cerrar de ojos, luego, sin decir una palabra, ha saltado sobre su caballo y ha partido corriendo detr?s de esos hombres. Antes de desaparecer se ha girado grit?ndome “?Excusadme con la condesa pero se requiere mi presencia en Mantova con la m?xima urgencia!” Cap?tulo 2 La fortaleza de los pr?ncipes de Carpegna era un refugio seguro, debido a la inaccesibilidad del lugar, encastrado como estaba en un contrafuerte rocoso, superpuesto a un burgo de pocas casas en el Monte della Carpegnia. Ya hab?an pasado un par de meses desde el memorable 27 de marzo de 1523, d?a en el que Andrea hab?a sido herido de gravedad, durante un torneo caballeresco, a manos del vil Masio da Cingoli. Era obvio que aquel sent?a envidia de su posici?n y deseaba su muerte, o por lo menos una grave incapacidad, para ganarse al Duca della Rovere y ocupar su lugar. Y lo hab?a intentado de todas las maneras pero le hab?a salido mal. Andrea hab?a sabido, s?lo a continuaci?n, que ese mismo d?a, el mismo 27 de marzo, el Papa Adriano VI hab?a firmado la bula que garantizaba la legalidad de la posici?n de Francesco Maria della Rovere, confirmando a su favor cada una de las concesiones hechas por los papas precedentes y anulando la sentencia de Leone X que asignaba los territorios de Urbino y Montefeltro a los Medici. El Duca hab?a sido reintegrado a su posici?n y se le hab?an restituido sus territorios, por un tributo anual de 1340 florines por el Ducado de Urbino, 750 por la ciudad de Pesaro y 100 por Senigallia. S?lo San Leo y Maiolo, donde se hab?an reunido, entre enero y febrero de 1523, las tropas de Giovanni De’ Medici, m?s conocido como Giovanni dalle Bande Nere, permanec?an bajo el dominio de los Medici, para hacer de amortiguador entre las tierras feltresque y las mediceas. Andrea se hab?a recuperado muy lentamente, ya fuese por la grave p?rdida de sangre sufrida, ya fuese porque le hab?an herido de nuevo en un brazo ya lesionado durante el saqueo de Jesi. Hab?a esperado, al abrir los ojos despu?s de unos d?as de agon?a, encontrar a su lado a su amada Lucia, como hab?a sucedido cuando hab?a sido herido unos a?os antes. En cambio, la ?nica presencia que advert?a era la de un fraile franciscano, que se afanaba con decocciones y emplastos, de los que Andrea estaba seguro que ?l ignoraba las propiedades curativas. A lo mejor hab?a sido ense?ado de esa manera por la condesa que, al no poder permanecer a su lado, hab?a confiado al fraile sus remedios. De hecho, estaba impresa en su mente la imagen inconfundible de los ojos de Lucia, entrevistos a trav?s de la visera de una celada antes de perder el conocimiento. ?Pero pod?a estar seguro de eso? ?O era s?lo su imaginaci?n que se lo quer?a enga?ar? Claro, la imaginaci?n de una persona que lleva sobre ella el miedo a la muerte, que le hace tergiversar la realidad a favor de ideas m?s amables. De todas formas, daba igual c?mo hubiera sucedido, ahora estaba mejor. El hombro segu?a produci?ndole unos dolores punzantes pero era el momento de recuperarse totalmente y lo primero en que pens? fue en la venganza contra Masio. La venganza es un plato que se sirve fr?o. Y ?l hab?a tenido todo el tiempo para pensar en c?mo actuar. Estaba recuperando las fuerzas poco a poco y los lugares altos del Monte Carpegna eran ideales para cabalgadas tranquilas y restauradoras. No hab?a miedo a las emboscadas, ya que el horizonte estaba totalmente despejado y no permit?a a nadie acercarse a escondidas. Por lo tanto, con el fin de reponer el alma y la musculatura, Andrea, habitualmente, ensillaba una cabalgadura tranquila a primeras horas de la ma?ana y sal?a al aire puro y fresco que s?lo la monta?a le pod?a ofrecer. Cada d?a se sent?a m?s fuerte y m?s seguro de s? mismo, aunque todav?a le dol?a el hombro. Pero ?l hac?a de tripas coraz?n, intentaba resistir como si no pasase nada, y en poco tiempo el dolor se derret?a como la nieve ante el sol. Deseaba reponerse totalmente, para reencontrarse con su amada y en su ciudad, para poner en marcha la promesa de matrimonio pero tambi?n para recuperar el gobierno de su ciudad. Y en virtud de lo que le hab?a sido concedido por el Duca della Rovere, pod?a exigir todo eso por derecho propio. Ya no era el simple hijo de un mercader, dado que hab?a sido nombrado por el pueblo de Jesi como su capit?n. Ahora era un noble, un Marchese, con muchas tierras, aunque fuesen ?speras tierras de monta?a, y adem?s hab?a ca?do en gracia al Duca de Urbino. Es verdad, le deb?a obediencia a ?ste ?ltimo, pero se sent?a capaz de volver a Jesi con plena autonom?a. A pesar de estar inmerso en estos pensamientos, no pudo dejar de advertir a lo lejos la nube de polvo levantada por un manipulo de hombres a caballo que estaba subiendo el camino de tierra que conduc?a a la fortaleza. Oy? a lo lejos las llamadas de los centinelas desde los parapetos. Aunque las voces no parec?an tener un tono alarmado, se dispar? un ca?onazo para advertir de la llegada de un posible enemigo. Luego, las campanadas hicieron comprender a Andrea que no hab?a ning?n peligro, que quien se aproximaba no lo hac?a en actitud de combate. Cuando el grupo comenz? a distinguirse mejor, observ? a un caballero con una actitud m?s orgullosa, sobre un caballo que superaba en altura al resto de las cabalgaduras, montadas por soldados con armaduras ligeras. Los colores eran los de los Medici. Giovanni dei Medici, dijo Andrea para sus adentros, el famoso y conocido Giovanni dalle Bande Nere, o mejor dicho Ludovico di Giovanni De’ Medici, repudiado oficialmente por su familia por ser hijo ileg?timo de Giovanni il Popolano, pero, de todas maneras, todav?a ligado a la familia. ?Por qu? raz?n habr? venido hasta aqu?? ?Se habr? enterado de mi presencia? ?Habr? venido a retarme? ?Querr? recuperar los territorios del Alto Montefeltro para su familia? La inesperada llegada preocupaba un poco a Andrea, tambi?n porque, en un posible encuentro con los esbirros de los Medici, s?lo tendr?a de su parte a unos pocos hombres al servicio de los Conti di Carpegna. Y eran muy poca cosa con respecto a la fama que acompa?aba a los mercenarios del Capitano Giovanni dalle Bande Nere. Se volvi? hacia la fortaleza, pensando que era mejor parlamentar con el Medici entre muros seguros y acompa?ado por hombres de su confianza, cuando vio que ya los condes de Carpegna, los hermanos Piero y Bono, hab?an salido a la carrera y estaban cabalgando hacia ?l para echarle una mano. Seguro de tener las espaldas protegidas, se volvi? hacia los probables enemigos, que ahora ya estaba a unos pasos de ?l. Andrea pos? la mano en la empu?adura de la espada, asegurada a la silla de su cabalgadura, estrech?ndola, preparado para desenvainarla ante cualquier se?al de hostilidad por parte de los reci?n llegados. Dalle Bande Nere levant? un brazo, haciendo una se?al a los suyos para que se parasen, luego, de un salto, baj? del caballo y se acerc? andando mientras manten?a los brazos abiertos y levantados. El gesto era evidente y Andrea se tranquiliz?, separando la mano del arma y bajando, a su vez, del caballo. Cuando estuvo a pocos pasos de ?l, el hombre hizo una profunda reverencia. Andrea se qued? observ?ndolo, lo mir? de arriba a abajo, intentando comprender c?mo era posible que aquella persona, aparentemente tranquila, tuviese una fama de guerrero despiadado. Era un hombre joven, de unos veinticinco a?os, el rostro adornado con una barba cuidada, no demasiado larga. Los cabellos, oscuros y cortos, se ve?an perfectamente gracias al hecho de que el capit?n no llevaba ning?n tipo de celada y encuadraban un rostro redondo aparentemente sereno. El hombre ni siquiera era alto, visto as? sobre el suelo. Muy probablemente intentaba cabalgar animales altos y potentes para sobrepasar a quien estaba a su alrededor. Vest?a un jub?n color tierra quemada, con las cinco bolas rojas y el lirio de tres puntas bordados en la parte delantera, que simbolizaban la fidelidad a su familia de origen. ?Es un honor para m? veros aqu?, messere ?dijo Andrea esbozando, a su vez, una reverencia a modo de saludo, ansioso por conocer el motivo de la inesperada visita. ?As? pues, ?puedo saber que os ha obligado a moveros desde la fortaleza de San Leo, vuestro baluarte indiscutible, hasta el Monte della Carpegnia, que representa para vos un sitio traicionero y lleno de peligros? Giovanni hizo un gesto de burla y sonri? de oreja a oreja, a continuaci?n, Andrea, lo vio acercarse m?s hacia ?l, hasta ponerle una mano sobre el hombro, casi como un gesto de amistad. ?Hacia ?l? ?Hacia una persona que consideraba su enemigo? ?Deb?a esperarse una encerrona? No hab?a que fiarse demasiado. Andrea se puso r?gido y el otro baj? su brazo, luego comenz? a hablar. ?Traigo buenas noticias para vos, quiz?s menos buenas para m? ?dijo el Medici ?El Duca di Urbino se ha aliado con el nuevo Papa... ?Me est?is contando algo de lo que ya estoy al corriente. ?El tratado con Adriano VI ha ocurrido hace un par de meses! En la boca del interlocutor se estampo de nuevo una sonrisa. ?No me interrump?is, dejadme terminar. No hablo del Papa que, creo que todav?a por poco tiempo, se sienta sobre el esca?o pontificio. Hablo del obispo de Firenze, de Giulio De’ Medici, que muy pronto conseguir? el puesto que le corresponde. Se dice que Adriano Florensz tiene una salud muy delicada y que le queda poco tiempo de vida. Si el Buen Dios no lo reclama a su lado deber?, de todos modos, renunciar dentro de poco a su cargo. El papado volver? a la casa de los Medici. ??Y vos est?is aqu? para hacerme creer que mi se?or, el Duca della Rovere, desde siempre ac?rrimo enemigo del linaje al que pertenec?is, se ha puesto de acuerdo en secreto con el obispo de Firenze incluso antes de tener la certeza de que ser? elegido para el solio pontificio? ?Por favor! ??Creedme! Para demostraros mi buena fe os he tra?do un regalo que s?, con toda seguridad, que os gustar?. Con un chasquido de dedos Giovanni hizo una se?al a uno de sus esbirros, que se hab?a quedado a unos pasos, para que se aproximase. ?ste ?ltimo salt? al suelo y se acerc?, yendo a posar cerca de su se?or una gran cesta de mimbre. Luego hizo una reverencia y volvi? atr?s sobre sus pasos. La tensi?n se pod?a cortar con un cuchillo. Todos se quedaron en silencio, incluso los Conti di Carpegna se hab?an parado a una distancia respetuosa y estaban a la espera de c?mo se desenvolver?an los acontecimientos. El ?nico ruido que se sent?a era el vibrar de los estandartes que se desplegaban bajo el empuje del viento. Giovanni destap? la cesta y agarr? el macabro contenido, mostr?ndoselo a Andrea. Un cabeza decapitada limpiamente por el cuello, todav?a goteante de sangre, los cabellos enganchados entre los dedos de aquel que con el brazo estirado la estaba exhibiendo orgulloso delante de sus narices. Andrea contuvo a duras penas una arcada pero reconoci? a qui?n hab?a pertenecido en vida aquella especie de trofeo. ??Vuestro peor enemigo, Messer Franciolini! ?Masio da Cingoli! Como pod?is ver, me he tomado la molestia de asegurarme de que no os diera m?s la lata. ?Deber?ais estarme agradecido! ?En honor a la verdad ten?a otros planes con respecto a ?l. Habr?a contado los hechos al Duca della Rovere, por medio de una carta, cuyo contenido ya ten?a pensado, reclamando un proceso justo para este malhechor. El ?ltimo de mis deseos era el de matarlo sin la intervenci?n de la justicia. Si lo hubiese hecho me hubiese puesto a su altura. ?Que no se diga por ah? que el Marchese Franciolini es un bellaco! ?Siempre lo habr?ais podido retar a un duelo, pero visto que otra persona ha pensado en ello, hab?is salvado el honor y os pod?is considerar satisfecho ?y hablando de esta manera Giovanni dalle Bande Nere tir? con desprecio la cabeza de Masio al suelo, cerca de los pies de Andrea, volviendo a hablar a continuaci?n, antes de que Andrea le pudiese responder. ?Pero todav?a hay m?s, y esto es una buena noticia para vos. Mis hombres y yo estamos abandonando San Leo. Dados los t?rminos de la alianza entre los Medici y el Duca della Rovere, ya no hay nada que temer por estos lugares. En los pr?ximos d?as las comunidades de San Leo y Maiolo volver?n bajo vuestra jurisdicci?n. Se reclama nuestra presencia en Brescia. Parece ser que los lansquenetes se han movido de Bolzano y llaman a las puertas de esta ciudad. Los Gonzaga de un lado y los Visconti-Sforza del otro, se sienten en peligro, ya que el grueso de las fuerzas venecianas est?n ocupadas en Dalmacia en estos momentos rechazando los ataques de los otomanos. Della Rovere, ?l solo, no consigue mantener a raya a esta soldadesca y nadie quiere que, detr?s de ellos, llegue el ej?rcito de Carlo V d'Ausburgo amenazando una ciudad como Milano, Firenze, o a?n peor, Roma. ?Son necesarios mis mercenarios y, nuestro com?n amigo, Francesco Maria, lo ha entendido a la perfecci?n! Si no estuviese en estas condiciones, seguramente el Duca me habr?a llamado junto con mis hombres para combatir a su lado, antes que a este sanguinario con la cara de un ?ngel, se dijo Andrea para sus adentros, guard?ndose bien de expresar este pensamiento. Pero, a fin de cuentas, quiz?s en este momento es mejor as?. Con los Medici fuera, estos territorios estar?n tranquilos por el momento y yo podr?, en cuanto me sea posible, volver a entrar en Jesi y casarme con la condesa Lucia. Lanz? una ?ltima mirada a la cabeza de Masio, sinti? un poco de pena, la recogi? y la volvi? a meter en la cesta, cerr?ndola con la tapa, luego se dirigi? a Giovanni. ?Me alegro por vos, Messer Ludovico ?y enfatiz? este nombre, consciente de que no le gustaba nada a la persona que ten?a delante que lo llamasen as?. ?Os estoy muy agradecido y os deseo buena suerte. Dicho esto, se volvi?, salt? sobre el caballo, lleg? hasta Piero y Bono, que hab?an permanecido como silenciosos espectadores hasta ese momento, y volvi? a la fortaleza con ellos a su lado, espoleando a la cabalgadura para que fuese m?s r?pido. ??Un fanfarr?n, sin ninguna duda! ?dej? escapar Piero di Carpegna. ??Justo! ?respondi? Bono. ?Olvidaos ?intervino Andrea ?Ya no nos molestar? y esto es lo m?s importante. Es m?s, haced que recojan la cesta con la cabeza de Masio. Quiero que se le d? una digna sepultura. Realmente no soporto que alguien se haya arrogado el derecho de hacer justicia en mi lugar y no quiero que se diga que he aceptado con gusto la ejecuci?n sumaria de ese bellaco. Bellaco era en vida y bellaco se queda. ?Pero yo no soy como ?l! ??Es verdad! ?respondi? Piero ?Ten?is un alma noble y generosa y todos nosotros lo apreciamos. Nos aseguraremos de reunir los restos mortales de Masio. Es m?s, mandaremos a alguien a buscar el resto del cuerpo, despu?s de que Giovanni dalle Bande Nere haya abandonado San Leo. Cap?tulo 3 Eleonora era muy hermosa. Su cuerpo desnudo, semi abandonado sobre el lecho, perlado de sudor, reflejaba las llamas de la chimenea, asumiendo una coloraci?n ambarina, que reavivaba el deseo de Francesco Maria. Hacer el amor con su esposa era mucho m?s placentero que hacerlo con una sierva o, peor, con una prostituta. Alarg? la mano para acariciarle un pez?n. Sinti? c?mo se ergu?a bajo su suave toque, luego vio a Eleonora moverse, despertarse del sopor y extenderse de nuevo hacia ?l. Las bocas se unieron en un largo beso. Un encuentro de labios, de lenguas, de cuerpos desnudos y ardientes por fundirse otra vez, en un entrecruzarse de largos cabellos, rubios los de ella, oscuros los de ?l. Antes de volver a penetrar a su mujer, el Duca mir? fijamente con sus ojos oscuros, casi negros, a los de color azul mar de ella. ?Te amo ?susurr?, d?ndose cuenta de que aquellas dos palabras, aparentemente tan simples y obvias, nunca las habr?a pronunciado en presencia de otra mujer. Por toda respuesta, Eleonora cogi? su rostro entre sus manos c?lidas, acarici? su ?spera barba, logrando que se extendiese boca arriba sobre las s?banas de lino. A continuaci?n se puso a horcajadas sobre ?l, deslizando su miembro erecto entre sus caderas. Francesco Maria estaba en ?xtasis. Le gustaba much?simo que fuese ella la que tomase la iniciativa. Observaba a Eleonora desde abajo balancearse encima de ?l, en un crescendo cada vez m?s intenso de movimientos oscilantes, con un ritmo cada vez m?s r?pido y apremiante. Gotas de sudor, descend?an desde la frente de ella para ba?arle el pecho, las mejillas, la frente. Apret? sus manos de guerrero a lo largo de los flancos de su ind?mita potranca, hasta llegar a los senos, para comenzar a acariciarlos con movimientos circulares. Sinti? que Eleonora se excitaba todav?a m?s, sinti? su respiraci?n jadeante transformarse casi en un grito de placer. Comprendi? que no pod?a contenerse e inund? el vientre de su esposa que, en cuanto lleg? al orgasmo, grit? todav?a m?s fuerte, luego se par? y se dej? caer sobre ?l, actuando de manera que su miembro no abandonase todav?a el interior de su vientre. Francesco suspir?, satisfecho por la noche de amor, esper? a que la erecci?n se acabase poco a poco, luego apart? con delicadeza el inerme cuerpo femenino. Sab?a perfectamente que despu?s del tercer orgasmo Eleonora se quedaba dormida profundamente. Comprob? que su respiraci?n fuese regular, recubri? su cuerpo desnudo con la s?bana y se levant? de la cama, poni?ndose las calzas. Se llev? a la boca un par de granos de dulce uva blanca, luego, pensativo, se acerc? a la ventana admirando los reflejos plateados de la luna sobre las aguas del lago. Desde hac?a unos meses era hu?sped en el castillo scaligero de Sirmione, un castillo rodeado por agua por los cuatro costados y construido en posici?n estrat?gica, en la orilla meridional del lago de Garda, por los se?ores de Verona, justo para hacer frente a los terribles enemigos que invariablemente bajaban desde los Alpes, por el valle del r?o Adige. Y en esa ?poca el enemigo era todav?a m?s temible porque, en vez de estar constituido por un ej?rcito regular, estaba compuesto por sanguinarias bandas armadas de germanos a los que se llamaba lansquenetes y que combat?an a favor del emperador Carlo V d'Asburgo, pero lo hac?an a su manera. Las aguas del lago estaban tranquilas en esa noche de mitad del mes de noviembre y el paisaje de alrededor, iluminado por la luna y dominado por las siluetas de la monta?as, realmente era sugestivo. Desde la ventana, Francesco Maria pod?a observar la d?rsena que hab?a delante, un amplio espacio con forma de cuadrado irregular, delimitado por los muros del castillo e invadido por las aguas del lago. A trav?s de una abertura del recinto amurallado, incluso embarcaciones de un cierto tama?o pod?an encontrar refugio seguro en su interior. La d?rsena era un lugar de estancia para la flota scaligera, una flota que dif?cilmente ver?a el mar abierto, considerando que el lago no ten?a canales navegables que comunicasen con las costas del Adri?tico. S?lo a trav?s de una complicada maniobras por los canales de agua artificial y campos anegados las embarcaciones pod?an ser trasladadas a la gran d?rsena cerca de la Citadella armada de la ciudad de Mantova. Desde aqu?, a trav?s del Micio, luego se pod?a llegar con facilidad al gran r?o Po, el antiguo Eridano, y finalmente navegar hacia los territorios venecianos y hacia el Mar Adri?tico. Mirando m?s all? de los muros septentrionales, Francesco Mar?a, por el momento, s?lo pod?a observar aguas pl?cidas, consteladas aqu? y all? por embarcaciones y baluartes monta?osos cuyas cimas ya hab?an comenzado a cubrirse con las primeras nieves. Pero el enemigo pod?a aparecer de repente, de un momento al otro, y el Duca no estaba contento con que su mujer Eleonora y su s?quito estuvieran all?. S?, por un lado estaba contento al poder disfrutar de su compa??a y de los encuentros amorosos como aquel reci?n concluido, pero por la otra tem?a por su incolumidad. Hab?a pasado casi veinte a?os desde que se hab?an casado. En realidad eran s?lo dos quincea?eros en el momento de la ceremonia, un matrimonio pol?tico que hab?a reforzado la alianza entre las familias de Urbino y de Mantova, pero las ocasiones para estar juntos hab?an sido realmente pocas. Ella en Mantova, en la corte de los Gonzaga, y ?l en Le Marche combatiendo, combatiendo y combatiendo. El primer hijo, Guidobaldo, que ahora ten?a nueve a?os, hab?a llegado casi dos lustros despu?s de la luna de miel, y aquellos ?ltimos dos meses hab?an sido el primer per?odo en el que Francesco Maria hab?a podido gozar de su compa??a. Desde que la familia se hab?a reunido, se pod?a incluso pensar en tener otro hijo, quiz?s algunas ni?as, para no quitarle nada a su primog?nito Guidobaldo. Pero parec?a que, a pesar de los frecuentes encuentros amorosos de los ?ltimos tiempos, Eleonora no consegu?a quedarse encinta. ?Ser?a posible que fuese ya demasiado vieja para conseguirlo? ?Para nada! A fin de cuentas ten?a treinta y tres a?os, ya no era una muchachita pero estaba todav?a en edad f?rtil. Con todo esto, el coraz?n le suger?a, por un lado, tener a la esposa a su lado, para poder gozar de su amor y su presencia, por el otro, mandarla de nuevo a Mantova para protegerla de los horrores de una posible batalla contra los famosos lansquenetes. Adem?s, en aquellos d?as hab?a llegado la noticia de la muerte del Papa Adriano VI, que hab?a sido sustituido inmediatamente en el solio pontificio por Giulio De’ Medici, con el nombre de Clemente VII. Realmente no era un acontecimiento inesperado. Francesco Maria lo hab?a previsto y sus emisarios hab?an trabajado para estrechar pactos con los Medici, incluso antes de que hubiese sido elegido Papa. Pero lo que le preocupaba, y por lo cual no consegu?a dormir por las noches, ni siquiera despu?s de un satisfactorio encuentro con la bella Eleonora, era c?mo reaccionar?a Carlo V a la nueva situaci?n. Se mover?a, claro que se mover?a en varios frentes, de manera oficial contra la Francia de Francesco I Valoise, contra su enemigo de siempre, de manera menos oficial haciendo que se esparciesen los lansquenetes por la Italia Septentrional con el fin de subyugar Milano y dirigirse a Firenze y Roma, para reunir todos los territorios italianos, adem?s de los ya pose?dos de Napoli, Sicilia y Sardegna, bajo la ?nica corona imperial. No ser?a f?cil impedir al ej?rcito germ?nico, una vez allanado el camino por los lansquenetes, llegar a Roma, arrasarla a sangre y fuego y llegar, por fin, a la ciudad de Napoli, aliada de Carlo V. S?lo hab?a que confiar en el valor y la audacia de Giovanni Ludovico De’ Medici. Y de su hombre, que estaba esperando ansioso d?a tras d?a, su fiel Marchese dell’Alto Montefeltro. Lo que interrumpi? el discurrir de los pensamientos de Francesco Maria, fue el avistamiento de la silueta de una enorme embarcaci?n, una nave de tres palos con la bandera de la Reppublica Serenissima, que desde las aguas del lago reclamaba la apertura de la puerta de acceso a la d?rsena. Mientras los guardias, desde el paseo de ronda, llevaban a cabo la serie de complicadas maniobras que permitir?an la apertura de la puerta, el Duca se percat? de que, al lado del estandarte con el le?n de San Marco, extendido y con el cl?sico libro abierto entre sus garras, hab?a otro m?s peque?o sobre el que resaltaba un le?n rampante coronado. Hab?a sido gracias a los rayos de la luna que hab?a conseguido distinguir los dibujos de las banderas a pesar de la oscuridad. Su coraz?n, por fin, se sent?a aliviado. Aquella bandera era la se?al que hab?a convenido con sus hombres. Estaba llegando el Marchese Franciolino Franciolini, o mejor dicho, su m?s fiel comandante, Andrea Franciolini de Jesi. Realmente ansioso, se acab? de vestir y baj? r?pidamente las escaleras para llegar hasta el amplio sal?n y disponerse a esperar con impaciencia. Terminadas las maniobras de atraque, quien descend?a de las embarcaciones deb?a forzosamente entrar en aquella habitaci?n. El Duca hizo llamar a algunos sirvientes que se aseguraron de preparar la mesa con el objetivo de acoger como se deb?a a los reci?n llegados. Aunque ya era tarde, despu?s de un largo viaje, encontrar con que reponer fuerzas realmente era algo que cualquiera apreciar?a. Los primeros en desembarcar fueron los servidores, que se encargaron de amontonar sobre el muelle ba?les y objetos personales de los nobles guerreros que hab?an acompa?ado durante la navegaci?n. La servidumbre del castillo corri? afuera, ya fuese para transportar los bagajes de cada uno a las estancias que se les hab?an asignado, ya para conducir a los siervos reci?n desembarcados hacia las alas del castillo reservadas para ellos, con el fin de que pudiesen reponer fuerzas, reposar y, si quer?an, estar en compa??a de alguna putilla. Inmediatamente, descendieron a tierra los marineros que enseguida fueron conducidos hacia las aberturas que daban acceso al centro habitado de Sirmione, por el lado meridional de los muros de la d?rsena. ?stos no ve?an la hora de llegar a los tugurios, para darse un fest?n, beber vino y seducir a alguna hermosa paisana. Las mujeres venecianas y lombardas, de hecho, eran famosas en toda la pen?nsula por ser amantes apasionadas y siempre disponibles. Y adem?s hablaban con aquella lengua cantarina que hubiera abierto el coraz?n incluso al m?s cascarrabias de los marineros. Y todo por un poco de dinero, mucho menos de lo que estaban acostumbrados a pagar por los favores sexuales de ciertas doncellas. Los ?ltimos en descender de la embarcaci?n fueron los nobles guerreros, cada uno de ellos escoltado por sus propios ayudantes. Uno tra otro, cruzaban el umbral del gran sal?n donde eran acogidos por el Duca della Rovere, que los invitaba a despedir a sus subordinados y sentarse a la mesa ya preparada. Pronto comenzar?a la fiesta, no faltar?a la comida y el vino fluir?a a raudales. A una se?al del Duca, algunas sirvientas con coloreados vestidos transparentes, que no dejaban espacio a la imaginaci?n, comenzaron a danzar sinuosamente en un lado de la sala, al ritmo de una melod?a que recordaba atm?sferas ex?ticas. Mujeres hechas prisioneras y convertidas en esclavas durante las campa?as de la Serenissima contra el imperio otomano. Mujeres que proven?an de Oriente Pr?ximo y que sab?an mover su vientre de manera independiente al resto del cuerpo. A una segunda se?al del Duca, las muchachas se libraron de las t?nicas de colores y mantuvieron encima s?lo unas peque?as piezas que cubr?an sus senos y pubis. La m?sica cambi? y las j?venes sirvientas, a cual m?s bella, a cual m?s sensual, comenzaron a exhibirse en la provocativa danza del vientre. Mientras tanto los criados pon?an sobre la mesa todo tipo de exquisiteces, desde el pasticcio di lepre al jabal? asado, caza con salsa agridulce, conigli in salmi , a la verduras de diversos colores, a los caldos de pollo y de ternera aromatizados con especias. A las jarras de vino no les daba ni tiempo de llegar a la mesa que ya deb?an ser sustituidas por otras llenas. Francesco Maria pasaba revista a los rostros de sus hu?spedes. El Duca di Orvieto, con un muslo de pollo en la mano y un jarro de vino en la otra, se hab?a acercado a una de las danzarinas, lanzando besos con los labios grasientos en su direcci?n. Aquella, por toda respuesta, se hab?a librado de la parte superior del traje y se hab?a quedado con el pecho desnudo, continuando la danza de modo todav?a m?s provocativo. El Marchese di Villamarina, por su cuenta, hab?a tomado asiento, con la seria intenci?n de saciarse comiendo y bebiendo, casi despreocupado por el espect?culo de la danza. Sin embargo, mov?a la cabeza al ritmo de la m?sica. Messer Vittorio dei Gherardeschi, Conte della Caccia y Se?or de las tierras de Polverigi, miraba a su alrededor un poco perdido, como si todo lo que estaba ocurriendo en el sal?n no fuese con ?l. Se acerc? a Francesco Maria, se despidi? respetuosamente y pidi? ser acompa?ado a sus alojamientos, ya que estaba muy cansado y quer?a reposar. El Duca della Rovere, hab?a escrutado a todos, pero todav?a no hab?a conseguido localizar a Andrea. ?ste ?ltimo, de forma totalmente inesperada entr?, en un momento dado, en el sal?n por el acceso opuesto a aquel por el que hab?an llegado todos, el que utilizaba quien ven?a de tierra firme, de Sirmione. Andrea aparec?a cansado, estaba muy p?lido y ten?a los ojos cercados por ojeras. ??Dios M?o, Andrea! ?Parece que las naves son tus peores enemigos! ?y hablando de esta manera Francesco Maria se acerc? a su amigo mientras lo estrechaba en un afectuoso abrazo ?Por suerte tengo otros planes para ti y ma?ana hablaremos de esto con tranquilidad. Ahora si?ntate y disfruta plenamente de mi hospitalidad. Podr?s revitalizar cuerpo y esp?ritu y ma?ana te sentir?s otro hombre. Vio a Andrea mirar a su alrededor, admirar la mesa puesta, echar una ojeada a las bailarinas orientales que, ahora ya casi todas con los senos al descubierto, complac?an las peticiones de los nobles guerreros. A continuaci?n, el joven Capitano d’Arme se acerc? a la mesa, picote? algunas aceitunas en salmuera, bebi? una copa de vino y expres? su deseo de retirarse. ??Cu?ntame cosas del viaje, Andrea! ?C?mo es que has bajado de la nave y has llegado hasta aqu? por tierra? ?intent? retenerlo Francesco. ?Querido amigo, lo has dicho hace poco. De eso hablaremos ma?ana con calma. Estoy muy cansado y s?lo deseo retirarme para descansar. ??Quieres que te mande compa??a a la habitaci?n? ?Esas bellezas ex?ticas son capaces de hacer resucitar a un muerto! ?Pero no a m?. En este momento no ser?a capaz ni de acariciar a una mujer, que no fuese mi prometida, ni siquiera con un dedo. Haz como si hubiese aceptado la oferta y lleva la muchacha a la habitaci?n contigo. Francesco Maria dej? escapar una risotada. ??No puedo! En mis aposentos ya est? Eleonora. Tampoco yo, estos d?as, soy incapaz de acariciar a ninguna otra mujer que no sea mi amada. Cap?tulo 4 Cada uno es aquello que persigue. Yo soy el que soy, soy aquel que amo, amo lo que soy (Elio Savelli) Todav?a Andrea no consegu?a hacerse a la idea de porqu? hab?a seguido sin pens?rselo dos veces a los hombres del Duca, justo unos minutos antes de la ceremonia del matrimonio con su amada Lucia. Su poderoso caballo blanco, a?n acicalado para la fiesta, proced?a a buen paso, sin ninguna dificultad para seguir el ritmo a los soldados que se dirig?an a la carrera hacia el Esino, a Monte Returri. La cabalgada discurr?a sin esfuerzo, sin armaduras, sin llevar ni siquiera la celada en la cabeza. La espesa cabellera rubia de Andrea acariciaba el aire. Las mangas del jub?n rojo se inflaban y desinflaban seg?n el capricho del viento. Pero la mente de Andrea estaba en ebullici?n. Pensamientos incapaces de refrenar se amontonaban en su cabeza e intentaban expandirse hacia las sienes, con la esperanzas de ser tenidas en consideraci?n. ?Siempre has perseguido la esperanza de poder unirte en matrimonio con Lucia. Y ahora que finalmente hab?a llegado el momento, ?qu? haces? ?La abandonas all?, en el atrio de la iglesia! ?lo comenzaba a torturar su primer pensamiento ??Recuerda, Andrea! ?Cada uno es aquello que persigue en la vida! No alcanzar los propios objetivos significa fracasar miserablemente. ??Yo soy el que soy! ?se defend?a Andrea discutiendo consigo mismo ?Me gusta ser lo que soy. Y soy un hombre de armas y como tal debo obediencia a quien est? al mando. Por lo tanto he hecho la elecci?n apropiada. No nos podemos sustraer al deber a causa de una doncella. ?T? amas lo que eres pero eres tambi?n aquello que amas ?rebat?a un segundo pensamiento, sin darle tregua, en un incre?ble juego de palabras. ?Y a quien amas es a Lucia. Con ella deber?as ser un ?nico cuerpo y una ?nica alma. ?Qu? diferencia hab?a entre seguir a estos hombres ahora, enseguida, y no ma?ana por la ma?ana, o pasado ma?ana o dentro de una semana? Y tu hija Laura, a quien le has regalado sonrisas hasta esta misma ma?ana, haci?ndole entender que ahora pod?a confiar en el afecto de un padre, ?qu? pensar? de ti? Que eres un bellaco, que eludes el amor y los afectos seg?n como sople el viento. ?No hubiera sido l?cito por lo menos explicar porque te ibas? ??No soy una mujercita, soy un Capitano d’Arme! ?replicaba con vigor el esp?ritu guerrero de Andrea ?Si estos hombres ten?an mucha prisa para que fuera con ellos, debe haber un motivo, y bien grave, por lo que he podido leer en la carta que me ha enviado el Duca. Un guerrero no se desentiende de su deber. ?Jam?s! Y mucho menos por motivos amorosos. El amor puede esperar, el enemigo, no. Inmerso en aquellas disquisiciones mentales, Andrea ni siquiera se hab?a dado cuenta de que, superada la torre de vigilancia en la cima del Monte Returri, el pelot?n de soldados al que segu?a, en cuanto atravesaron el peque?o centro habitado de Santa Maria delle Ripe, estaba bajando r?pidamente hacia el valle del r?o Musone. Hizo acallar todos sus pensamientos y se concentr? en el recorrido. Si se deb?an dirigir a Mantova, el camino a seguir no era aquel, que giraba hacia el sur. Lo l?gico hubiera sido recorrer la Via Fiammenga hasta Monte Marciano y luego remontar las costas del Adri?tico hasta Ravenna, para luego girar hacia Ferrara. Y desde all? llegar a Mantova c?modamente, sin ninguna dificultad. El camino que estaban recorriendo llevaba directamente al castillo Svevo del Porto, al sur del monte de Ancona, entre las desembocaduras del r?o Musone y el de Potenza. Un castillo hecho edificar en su momento por Federico II como defensa y baluarte de un importante puerto en el que estacionar la flota gibelina. S?lo pensar en el mar a Andrea le produjo arcadas. Y muy pronto, efectivamente, el valle del Musone se extendi? hacia el mar Adri?tico. Dejando a su derecha, en lo alto de la colina, la imponente bas?lica de Loreto, dedicada al culto de la Madonna y protegida por poderosos bastiones, Andrea y sus compa?eros siguieron una amplia carretera durante unas leguas, hasta que alcanzaron con la vista su meta. La silueta del castillo svevo, con su imponente torre del homenaje que se elevaba hacia el cielo, se acercaba veloz. El sol ya estaba cayendo en el horizonte y, poniendo al paso a las cabalgaduras, se pod?a escuchar el ruido de la resaca y olfatear el olor salobre que tra?a el viento. El atardecer incendiaba el cielo de un rojo intenso, matizado de un color naranja all? donde el sol estaba escondi?ndose detr?s de la l?nea del horizonte, marcada por los montes del Appennino. Escenas y colores que habr?an insuflado el sentimiento de la nostalgia en el coraz?n de cualquier persona, imagin?monos en el de Andrea, ya alborotado por toda las vicisitudes que estaba viviendo. Le hubiera gustado dar la vuelta con el caballo y volver a la carrera a Jesi, con su amada, con sus seres queridos. Pero una vez m?s, los relinchos de los caballos y los gritos de los soldados lo devolvieron a la realidad. Estaban delante de la entrada principal del castillo, en un gran espacio cuadrangular que, en el lado opuesto, se abr?a hacia el mar. Mientras sus acompa?antes lanzaban gritos a los soldados del paseo de ronda, para darse a conocer y hacer que se bajase el puente levadizo, Andrea escrut? el puerto. El mar estaba en calma, plano, casi como una tabla. Ya algunas estrellas brillaban en el cielo, un cielo que estaba tomando tonos turquesa y que pronto se convertir?a en m?s oscuro, envolviendo a cosas y personas con el negro manto de la noche. La silueta de una enorme embarcaci?n de tres palos llam? la atenci?n de Andrea. En toda su vida hab?a visto una nave tan grande. Y el miedo de que a la ma?ana siguiente debiese subir a ella atenaz? su coraz?n. En el m?stil m?s alto, el central, ondeaba el estandarte de la Reppublica Serenissima, un le?n tumbado, el le?n de San Marco, con un libro abierto, los Santos Evangelios, entre las patas delanteras. Cuando el puente levadizo fue bajado y las enormes hojas del portal?n se abrieron, el capit?n de la guardia del castillo sali? y se acerc? a Andrea, entreg?ndole una tela doblada. Se inclin? en su direcci?n en una obsequiosa reverencia y le entreg? el estandarte. Andrea baj? del caballo, hizo una se?al al capit?n de la guardia para que se irguiese de su posici?n de reverencia y cogi? el objeto de sus manos. Despleg? la tela, en la que, sobre un fondo rojo hab?a sido realizado, finamente bordado, el dibujo dorado de un le?n rampante adornado con la corona regia en la cabeza. ??Mi Se?or, Marchese Franciolino Franciolini, combatir?is bajo el emblema del le?n! ?comenz? a decir el lugarteniente ?Llevar?is ma?ana por la ma?ana este estandarte a la tripulaci?n de la nave, que proceder? a izarlo en el m?stil, al lado de la bandera de la Serenissima. El Duca Francesco Maria della Rovere ha dado ?rdenes precisas. El le?n rampante, s?mbolo de vuestra ciudad, pero tambi?n de Federico II de Svevia, que , en su ?poca, concedi? adornarlo con la corona imperial, ser? el s?mbolo de Vuestra fuerza y de Vuestra autoridad. El capit?n de la guardia se interrumpi? e hizo que le trajese un pergamino otro soldado, que se hab?a quedado detr?s de ?l, a unos pasos. ?El Duca Francesco Maria della Rovere os nombra, adem?s, como est? escrito en este pergamino, Gran Leone del Bal?, t?tulo que os confiere gran poder y la posibilidad, y tambi?n el deber, de estar al lado del comandante veneciano en el puente del gale?n de guerra. Diciendo estas palabras enroll? el pergamino y se lo entreg? a Andrea. ?Ma?ana al alba subir?is a bordo con vuestros hombres y entregar?is las credenciales al Capitano da Mar Tommaso de’ Foscari. Dos leones y dos capitani d’arme estar?n unidos contra los enemigos comunes, por un lado los turcos del Sult?n Selim, por el otro los lansquenetes germ?nicos. El Duca della Rovere conf?a en que mantendr?is alto el honor debido a vuestra bandera y a la de la Reppublica Serenissima, nuestra aliada. Y ahora, mi Se?or, permitidme que os conduzca a vuestros aposentos para que teng?is un merecido reposo. Ma?ana por la ma?ana se os despertar? muy temprano, incluso antes de que salga el sol. Andrea estaba confundido, no sab?a qu? decir, as? que permaneci? callado. Es verdad que su amigo el Duca sab?a halagarlo con galardones y reconocimientos, pero actuando de esta manera encontraba siempre el modo de mandarlo al foso de los leones. El hecho de embarcase en una nave no le apetec?a demasiado pero ya, hab?a llegado hasta all? y no pod?a, de ninguna manera, echarse atr?s. Durante la noche dio vueltas y m?s vueltas entre las s?banas consiguiendo dormir poco o nada. Cuando ca?a en el sue?o profundo le asaltaban pesadillas que le tra?an a la memoria la ?nica batalla disputada en el mar. Mar y sangre, fuego y muerte. Y la figura del Mancino que lo atormentaba, acerc?ndose a ?l hasta convertirse en un gigante, que lo acusaba de haberlo dejado morir entre el oleaje. Y se despertaba ba?ado en sudor, d?ndose cuenta de que hab?a dormido s?lo un instante. Cuando lleg? el sirviente encargado de despertarlo casi sinti? alivio al poder levantarse. Todav?a estaba oscuro afuera pero desde la ventana pod?a vislumbrar la nave de tres palos en el fondo iluminado por la blanquecina luz de una luna casi en fase llena. El servidor le ayud? a ponerse una armadura ligera, constituida por una camisola de cota de malla con refuerzos m?s compactos en los hombros, los antebrazos y en el cuello. Encima de la armadura, un manto de raso mitad rojo y mitad amarillo. En la parte amarilla el dibujo del le?n de San Marco, en la roja la del le?n rampante coronado. ??Esta ropa no me va a proteger de nada en absoluto! ?comenz? a lamentarse Andrea con el servidor que le estaba ayudando a vestirse. ??Una flecha en el pecho y adi?s al Marchese Franciolini! ?Y qu? podemos decir de las calzas? Simples calzones de cuero, sin ni siquiera unos clavos de metal de protecci?n. ?Venga, p?same la celada! ?No hay celada, Capitano. As? ya est?is preparado. A bordo es necesario ir ligeros, debe existir la posibilidad de actuar c?modamente, de correr de un lado a otro del gale?n y, si es necesario, subirse a los m?stiles. Una armadura como aquella a la que est?is acostumbrado a llevar en las batallas terrestres s?lo ser?a un estorbo. ?Creedme, mi Se?or! ?Te creo y tambi?n creo que no llegar? vivo a Mantova. Si no me mata el mareo lo har? el enemigo. Ser? un blanco f?cil para los piratas turcos. Me acribillar?n con las flechas y se cebar?n con mi cad?ver. ?Un bonito destino al que salgo al encuentro, s?lo por complacer a mi amigo el Duca! ?No deb?is temer nada, mi Se?or. El gale?n realmente es muy seguro y perfecto para resistir cualquier tipo de ataque por parte de otras embarcaciones. Y el Comandante Foscari sabe lo que se hace. Sabe gobernar la nave y combatir en el mar como ning?n otro en el mundo. Ya ver?is. ?Y ahora, relajaos! Necesitar?is todas vuestras fuerzas para enfrentaros al viaje ?y hablando de este modo dio unas palmadas haciendo que entrasen en la habitaci?n otros siervos con unas bandejas. El servidor que le hab?a ayudado a vestirse, tom? una copa de plata y le hizo lavarse las manos con agua de rosas. Luego lo invit? a sentarse para comer. Los otros servidores apoyaron delante de ?l, sucesivamente, tres bandejas. En la primera hab?a unas copas, algunas llenas de leche de burra, otras de zumo de naranja de Sicilia, otras con leche de vaca todav?a humeante. Una segunda bandeja ten?a comida dulce, pan de leche, rosquillas, galletas, mazapanes, pi?onadas, ca?as de crema, sfogliate , colocados en platitos decorados con anchas hojas de lechuga. La tercera bandeja estaba dedicada a los alimentos salados, anchoas, alcaparras, esp?rragos, gambas, acompa?ados por una copa llena de huevos de esturi?n al az?car. Aparte, algunas jarras llenas de vino, desde el moscatel al trebbiano al vino dulce fermentado. Andrea ten?a miedo de que, una vez que estuviese a bordo del gale?n, todo lo que tendr?a en el est?mago saldr?a por su boca. Vomitar?a todo lo que hubiese ingerido. Pero los aromas que acariciaban sus narices eran demasiado atrayentes y as? ensop? en la leche de burra algunas galletas y dos rosquillas, engullendo despu?s la copa de leche caliente de vaca. Se cuid? mucho de probar la comida salada y, sobre todo, los vinos. Satisfecho, dej? escapar un sonoro eructo, despu?s de lo cual se declar? preparado para ir hasta la embarcaci?n veneciana. Vista de cerca la nave de tres palos era realmente imponente. Andrea no hab?a visto jam?s una embarcaci?n tan grande, ni siquiera las de los piratas turcos con los que hab?a peleado hac?a m?s de un a?o. Observ? con placer que el gale?n era muy estable. Las olas pasaban debajo del casco, pero la mastod?ntica nave, en efecto, parec?a que no se mov?a. A su mirada atenta no se le escaparon unos curiosos paneles met?licos que recubr?an en casi todos los puntos los flancos de madera de la embarcaci?n. Mientras intentaba comprender para qu? serv?an, su atenci?n fue reclamada por el capit?n de la nave. Tommaso De’ Foscari estaba moviendo los brazos, haciendo se?ales al joven para subir a bordo a trav?s de una c?moda pasarela dispuesta entre el muelle y el costado izquierdo del nav?o. No sin un poco de temor, Andrea lleg? al puente, saludando a su nuevo compa?ero de aventuras con una reverencia. Mientras entregaba a Foscari el estandarte con el le?n rampante, para izarlo en la galleta para hacer compa??a al le?n de San Marco, se dio cuenta de que estar encima de aquella nave no le molestaba en absoluto. El gale?n era algo muy distinto a la coca en la que hab?a perdido a sus dos mejores compa?eros, el Mancino y Fiorano Santoni. Los movimientos debidos al chapoteo de las aguas bajo el casco no se sent?an en absoluto. ?Como ves, mi estimado Franciolino, este nav?o de tres palos es una de las mejores naves suministradas a la flota de la Reppublica Serenissima ?comenz? a explicarle el comandante rode?ndole el hombro con un brazo. ?Es una nave muy grande y por lo tanto muy estable. Pero, al mismo tiempo, es tambi?n ?gil y f?cil de maniobrar. Adem?s por el viento puede ser impulsada, si es necesario, por dos ?rdenes de remeros. Entre la tripulaci?n, sirvientes, remeros y soldados, se encuentran a bordo m?s de quinientos hombres. Casi un ej?rcito. Y eso no es todo. Es un nav?o muy seguro. He observado, hace poco, como estabais mirando las mamparas met?licas en los flancos. ?stas protegen el casco de las bolas incendiarias de los enemigos. Si es necesario pueden ser levantadas, creando una barrera mucho m?s alta que las amuras de la misma nave y, entre una mampara y otra, pueden ser insertadas bocas de fuego, bombardas capaces de lanzar proyectiles explosivos contra el adversario. Pero todav?a hay m?s. A bordo tenemos m?s de cien arcabuceros, hombres capaces de usar a la perfecci?n la nueva y mort?fera arma de fuego inventada por los franceses. No veo el momento de haceros ver esta m?quina de guerra en acci?n. Mientras segu?a hablando, el comandante hab?a conducido a Andrea al puente de mando, donde asumi? el control del tim?n explicando que, en jerga marinera, la parte delantera de la nave se llamaba proa y la de atr?s popa, el lado izquierdo babor y el derecho estribor. A continuaci?n comenz? a gritar ?rdenes a los marineros con el objetivo de preparar la nave para zarpar. Las ?rdenes, pronunciadas en estricta jerga marinera, eran del todo incomprensibles para Andrea. ?Izad el ancla ? Retirad las amarras ? Desplegad la vela mayor ? Soltad la mesana ?Izad las velas del trinquete, eran todas ?rdenes de las que no comprend?a en absoluto el significado. De todas formas, pod?a observar como, ante cada orden del Capitano da Mar, la tripulaci?n se mov?a r?pidamente y de manera precisa, sin dudarlo. En poco tiempo, el gale?n se separ? del muelle y se hizo a la mar, comenzando la traves?a hacia el norte, con un bonito viento siroco que hinchaba las velas al m?ximo. Foscari manten?a bien sujeto el tim?n y continuaba explicando a Andrea lo que estaba haciendo. ?El Mar Adri?tico es un mar cerrado y tambi?n muy estrecho entre las orillas italianas y las de Dalmacia. Y, por lo tanto, es bastante seguro. Es dif?cil que estallen tormentas imprevistas, como se encuentran cuando se atraviesa el oc?ano para llegar al Nuevo Mundo. Pero, de todas formas, no hay que subestimar el hecho de que a veces el viento gira y se convierte en peligroso. El lebeche , el viento que sopla desde tierra, puede encrespar el mar y tambi?n provocar marejadas imponentes. Adem?s, hace que sea dif?cil gobernar la nave, ya que impulsa a las embarcaciones hacia mar adentro. Como puedes ver, nosotros siempre buscamos navegar m?s bien hacia mar adentro para evitar las aguas poco profundas pero siempre con la costa a la vista, de manera que no perdamos jam?s la ruta. El lebeche te puede enga?ar, haciendo que pierdas de vista la l?nea costera y por lo tanto desorientando a los navegantes, en concreto cuando el cielo est? nublado y no se puede uno orientar gracias al sol y a las estrellas. El otro viento que tememos nosotros los marineros es el bora, la buriana, que trae nieve y hielo y que sopla sobre todo en las estaciones invernales. El bora a veces es tan fuerte que puede arrasar con todo lo que se encuentra a su paso, incluidos marineros que se hallan sobre el puente y que, si acaban en las aguas heladas, tienen pocas esperanzas de poder sobrevivir. ?Querido Tommaso ?lo interrumpi? Andrea que ahora ya hab?a tomado confianza con su nuevo amigo ?Te debo confesar que yo soy muy timorato con el mar. Ni siquiera s? nadar y he tenido una experiencia muy mala el a?o pasado a la altura de Senigallia. Por lo tanto, preferir?a que evitaras contarme ciertos detalles. Ya me has producido escalofr?os. Si contin?as as?, me vendr?n las arcadas y entonces sufrir? durante el resto de la navegaci?n. Hoy, en cambio, puedo ver un hermoso d?a, el viento que nos acaricia es templado y agradable, y esta nave es tan estable que no siento ning?n malestar. Por lo tanto, dejadme disfrutar de este viaje, y contadme m?s bien vuestras haza?as guerreras. S? que combatiste contra los turcos en tierras dalmatas… Pero, ?lo que veo all? cerca de la orilla es la silueta de la Rocca Roveresca? ?Hemos llegado ya a Senigallia? ?La nave es r?pida y el viento nos es favorable. S?, hemos llegado a la costa de Senigallia. Y dado que has hablado de los turcos, estate preparado para encontr?rtelos, porque estas aguas est?n infestadas de piratas del Sult?n Selim. ?Lo s? muy bien. ?Ah, si consiguiese hac?rselas pagar por lo que me han hecho perder hace un a?o! Dos de mis mejores amigos han perdido la vida luchando contra esos bastados infieles. Y yo me he salvado por un pelo. ?Perfecto, mi querido Franciolino. Entonces, si nos vemos obligados a combatirlos, mientras yo gobierno la nave, tendr?s el honor de dar las ?rdenes a los ca?oneros y arcabuceros. Ahora te explicar? c?mo. La navegaci?n prosigui? tranquila hasta ?ltima hora de la tarde. El comandante Foscari estaba preparando el gale?n para atracar en el puerto de Rimini para pasar la noche cuando un vig?a, desde su posici?n en la cima del m?stil m?s alto, grit?: ??Nave pirata a estribor! Gale?n enarbolando bandera turca, en disposici?n de batalla. ??Es Selim! ?susurr? Andrea al Capitano Foscari comenzando ya a sentir una cierta agitaci?n ante la idea de un combate. El Capitano da Mar grit? algunas ?rdenes en jerga marinera. Andrea no comprend?a casi nada pero, de nuevo, pudo admirar c?mo, con cada orden, la tripulaci?n de la nave se mov?a en perfecta sincron?a secundando los deseos del comandante. En unos minutos, se levantaron las mamparas met?licas protectoras del lado derecho de la nave, los ca?ones fueron cargados y los artilleros se pusieron en posici?n de combate. Los arcabuceros, en cambio, despu?s de cargadas sus armas, se movieron al lado izquierdo del gale?n, cerca de las amuras de babor. ?Tuyo ser? el honor de ordenar hacer fuego ?dijo Foscari, volvi?ndose hacia Andrea ??Pero no antes de que el enemigo haya hecho el primer movimiento! ??Dejamos que los piratas nos ataquen? ?No es una imprudencia? ?Ya ver?s. El coloquio entre los dos fue bruscamente interrumpido por el ataque enemigo. Una granizada de bolas incendiarias parti? del buque turco. Muchas fueron a caer al agua, apag?ndose en una nube de vapor y salpicaduras de agua salada, a unos cuantos pies de distancia de la nave veneciana. Algunas balas golpearon las mampara met?licas y tambi?n ?stas cayeron en el mar sin provocar da?os en el casco. Andrea se sinti?, en un cierto momento, golpeado por un chorro de agua templada, levantado por una de las balas incendiarias ca?da demasiado cerca del puente de mando. Empapado como un pollo se prepar? para dar la orden de responder al fuego. Los artificieros hab?an cargado los ca?ones con bolas explosivas. Andrea orden? que encendiesen las mechas mientras que su amigo Tommaso organizaba la siguiente maniobra. ??Fuego a discreci?n! No les demos la posibilidad de ajustar el tiro ?y busco un punto de apoyo s?lido para agarrarse con fuerza, previendo el retroceso debido a las explosiones simult?neas de por lo menos cuarenta ca?ones. Pero, completamente asombrado, vio partir los tiros acompa?ados por nubes de humo correspondientes a cada una de las bocas de fuego, sin que la estabilidad del gale?n se viese afectada lo m?s m?nimo. Es verdad, la nave comenz? a oscilar y la r?pida maniobra ordenada por el comandante justo despu?s empeor? no poco las condiciones del est?mago de Andrea. Pero deb?a resistir. No pod?a marearse. La nave enfilaba veloz, con la proa, al gale?n turco. Hab?an sido arriadas las velas y se mov?an s?lo con las fuerzas de los remos. De hecho, la maniobra deb?a ser precisa, no se pod?a confiar en los caprichos del viento. Dos ?rdenes de remeros en cada lado pod?an lanzar la nave a la velocidad requerida por el comandante, a trav?s del maestro de remeros llamado contramaestre. Los proyectiles explosivos hab?an hecho su trabajo. Hab?an golpeado la nave de tres m?stiles turca en bastantes puntos, provocando graves da?os. El palo mayor hab?a sido abatido y hab?an sido abiertos diversos agujeros en el casco que ya se estaba inclinando sobre el flanco derecho. Los piratas estaban bajando las peque?as embarcaciones de abordaje por el lado opuesto, hacia el mar abierto, ya fuese para abandonar la nave que estaba a punto de hundirse ya porque no se daban por vencidos y se estaban preparando para el abordaje de la nave veneciana. Tanto Andrea como Tommaso De’ Foscari sab?an bien que la religi?n de aquellos bastardos les ense?aba que morir en combate significaba ser acogidos en la gloria por su dios. Ninguno de ellos se rendir?a jam?s. Combatir?an hasta morir todos pero si un s?lo grupo de aquellos despiadados piratas consiguiese subir a bordo, muchos hombres perder?an la vida. Es cierto, en poco tiempo los turcos los turcos se ver?an sobrepasados, no obstante ellos conseguir?an, de todos modos, producir numerosas v?ctimas. Y Tommaso no querr?a perder ni uno solo de sus hombres. Por lo tanto, la maniobra deb?a ser precisa. Gui? la nave para dar la vuelta al gale?n turco, de manera que se encontrase entre ?ste y las barcas de los piratas. Andrea, en este momento, pudo darse cuenta de cu?n mort?fera era la nueva arma llamada arcabuz. Los cincuenta arcabuceros dispararon a la vez contra las peque?as embarcaciones a la orden gritada por el comandante Franciolini, justo en el momento en el que el Capitano da Mar le hizo la se?al convenida. Los hombres golpeados por las balas de los arcabuces ca?an como moscas: cabezas que eran aplastadas, cuerpos que eran proyectados al agua como mu?ecos de trapo, piernas y brazos que eran separados de los troncos que quedaban, por poco tiempo, todav?a agonizantes, para morir desangrados. Mientras los arcabuceros cargaban de nuevo las armas, los piratas que hab?an quedado con vida se echaron al agua para intentar librarse de los tiros. Pero la segunda r?faga no fue menos destructiva que la primera. Se orden? que se disparasen algunas balas explosivas con los ca?ones, asegurando el hundimiento de las chalupas de los turcos. Algunas flechas silbaron sobre las cabezas de Andrea y Tommaso pero ninguna dio en el blanco. Los arcabuceros y los artilleros estaban bien protegidos por las amuras de la nave y por las mamparas m?viles. En el mar comenz? a dibujarse una mancha rojiza, una especie de isla de sangre, cuyos habitantes eran fragmentos de madera quemada y cad?veres deformados. Por suerte la atenci?n de Andrea estaba dirigida a una ?nica embarcaci?n que se estaba alejando del lugar de la batalla. Era un poco m?s grande que las otras, ten?a un peque?o m?stil con una vela cuadrada, encima de la cual ondeaba un estandarte rojo con una media luna y una estrella blanca. ??Es el sult?n! Se est? escapando con sus hombres de confianza ?exclam? Andrea alterado ?Sig?mosle. Podremos capturarlo y hacerlo prisionero. ?El Duca della Rovere nos lo agradecer?! El Capitano De’ Foscari puso un brazo alrededor del hombro del amigo con la intenci?n de tranquilizar sus ?nimos. ?Dej?moslo. No vale la pena arriesgarnos. Y, de todas formas, es un hombre peligroso. Hemos vencido la batalla. Podemos continuar nuestro viaje, ahora ya sin ning?n impedimento que nos pare. ?Pero… ?En poco tiempo se reorganizar? y volver? a infestar nuestros mares y a aterrorizar nuestras ciudades costeras! Mientras hablaba as?, Andrea baj? la cabeza un poco frustrado. Y vio lo que nunca deber?a haber visto. La sangre, los cad?veres, los trozos de barcas destruidas. Esta vez no consigui? contener el nudo en el est?mago. Las ganas de vomitar subieron con fuerza. Los movimientos de la nave, aunque eran ligeros, ya eran insoportables. Sinti? que le ced?an las piernas. Se dej? caer sobre las rodillas. Tommaso llam? a un par de soldados que enseguida estuvieron al lado de ?l. ?Acompa?adlo bajo cubierta, a mi camarote, y extendedlo en mi litera. Ha dirigido perfectamente el asalto de los piratas pero es un combatiente de tierra. Y la sangre, en el mar, hace un efecto distinto. Vigilad su reposo. Yo pernotar? aqu?, en el puente de mando. Cap?tulo 5 Un guerrero no puede bajar la cabeza, de lo contrario pierde de vista el horizonte de sus sue?os. (Paulo Coelho) En el duermevela, acunado por el murmullo de las olas, que discurr?an r?tmicas bajo el casco del gale?n en el fondeadero del puerto de Rimini, pasaban antes los ojos de Andrea las im?genes de los ?ltimos dos meses, transcurridos al lado de su amada Lucia y de las dos maravillosas ni?as, a las cuales les hab?a cogido un cari?o tal que nunca hubiera cre?do posible. Amaba a Lucia, de la misma manera que amaba a Laura, fruto de su amor, de la misma manera a como amaba a Anna, que tanto se parec?a a su madre adoptiva. Realmente hab?a sangre de la familia Baldeschi en aquella peque?a, aunque no hubiese salido de las entra?as de Lucia sino de las de una presunta bruja que hab?a acabado sus d?as entre las llamas. Y la sospecha de qui?n hab?a pre?ado a aquella posible bruja ahora era ya una certidumbre para Andrea. Ten?a la marca del Cardenale Baldeschi, del t?o de Lucia, no hab?a otra explicaci?n, pero ahora ya hab?a muerto y ya no pod?a ocasionarles ninguna molestia, como hab?a hecho en el pasado. S?lo con pensar en aquel sombr?o personaje le daba escalofr?os. No hab?a pasado demasiado tiempo desde que, despu?s de haber arreglado todos sus asuntos en Montefeltro, se hab?a despedido de los Conti di Carpegna y hab?a vuelto a Jesi en una c?lida jornada de finales de julio. Como en la ocasi?n anterior, volver a ver los muros, las puertas, las torres, los torreones y los campanarios de su ciudad hab?a suscitado en ?l emociones dif?ciles de contener. Pero esta vez pod?a entrar en la ciudad con la cabeza bien alta, amparado por un t?tulo nobiliario, protegido por el Duca di Urbino. Y con pleno derecho pod?a reclamar ser nombrado Capitano del Popolo y poder casarse con su prometida. Despu?s de una breve parada en el palacio paterno, lo justo para darse un repaso y cambiarse de ropa, hab?a corrido hacia la casa de campo de los Conti Baldeschi. Sab?a perfectamente, de hecho, que no encontrar?a a Lucia en el Palazzo del Governo ni tampoco en el Palazzo Baldeschi en Piazza San Floriano. Se hab?a presentado ante la servidumbre y hab?a pedido ser presentado a la due?a de la casa. Lucia se hizo esperar bastante tiempo pero, cuando atraves? el umbral del sal?n de la planta baja, Andrea se qued? impresionado por su radiante belleza, como si fuese la primera vez que la ve?a. Vest?a una gamurra de seda verde que resaltaban sus rasgos y sus formas femeninas. Los ojos color avellana, en el centro de una faz p?lida, lo miraban casi fijamente. Eran dulces y al mismo tiempo penetrantes. El escote del vestido mostraba generosamente los hombros y el canalillo entre los senos, la piel clara casi como la leche. Un collar de blancas perlas adornaba su cuello y el peinado del cabello estaba estudiado para hacer justicia al hermoso rostro de la dama. La cascada de cabellos oscuros estaba echada hacia atr?s por medio de una trenza que rodeaba la nuca, de tal manera que dejaba totalmente descubierta la frente. En el rostro, perfectamente oval, de rasgos delicados, los labios resaltaban con un rojo no natural, conseguido de las flores de la amapola. Las cejas apenas esbozadas y la frente alta, ancha, le daban el aspecto de una aut?ntica Signora. A ambos lados las dos ni?as de unos seis a?os, totalmente parecidas a ella en su aspecto, en la actitud, en las semblanzas, la ten?an cogida de la mano. Las ?nicas diferencias entre las dos chiquillas eran la altura y el color de los cabellos, una un poco m?s alta, larguirucha y con los cabellos rubios y ondulados, la otra un poco m?s baja y con los cabellos oscuros y lisos, rapados en la parte superior de la cabeza para dar amplitud a la frente. Andrea ya lo hab?a entendido, desde la otra vez en que hab?a entrevisto a las ni?as jugar en el jard?n de aquella misma villa, que su hija deb?a ser la rubia. Sin menospreciar a la morena, era una ni?a muy hermosa y ten?a dos ojos de color azul celeste justo iguales que los suyos. Lucia hab?a mandado a las ni?as que se sentasen en un peque?o sof? y hab?a extendido la mano hacia el caballero que la hab?a cogido entre las suyas, se hab?a arrodillado y se la hab?a besado. ??Venga, venga! ?Levantaos! ?le hab?a dicho Lucia con las mejillas sonrojadas. Al alzarse Andrea se encontr? con su rostro a muy poca distancia del de ella. El impulso hab?a sido el de acercar sus labios a los suyos y besarla con pasi?n pero se debi? contener a causa de la presencia de la servidumbre pero, sobre todo, de las chiquillas. Los dos se quedaron de esa manera durante un momento, mir?ndose fijamente a los ojos, sin decir palabra. Luego Andrea se aclar? la voz. ?Vuestros ojos color avellano. Creo haberlos visto la ?ltima vez detr?s de una celada levantada. Erais vos el d?a del torneo de Urbino. Estoy convencido. He reconocido vuestros ojos. No hay otros en el mundo con el mismo color. Fuisteis vos la que me salvasteis la vida, la que detuvo a Masio. Y no entiendo, no se me ocurre como una damisela, hermosa y delicada como vos, ha tenido la fuerza y el valor de intervenir tan dignamente como un guerrero. ?Todav?a deber?is conocerme mejor, Messer Franciolino, ?o todav?a puedo llamaros Andrea? De todas formas, detr?s de la fachada de la feminidad siempre he sabido hacerme valer, incluso en situaciones que requer?an no s?lo fuerza sino tambi?n astucia, cerebro y l?gica. Y jam?s nadie ha conseguido enga?ar a la aqu? presente Condesa Lucia Baldeschi. Y os aseguro que lo han intentado muchos. ?Imagino que estos a?os, para vos, aqu? en la ciudad, no hayan sido f?ciles. Me han contado que hab?is asumido unas responsabilidades bastante considerables. Y que os las hab?is apa?ado de manera excelente. Tambi?n me han contado que soy muy temeraria y m?s de una vez os hab?is aventurado en viajes incluso peligrosos y, para colmo, sin escolta. Algo bastante aventurado para una dama de vuestra posici?n. Al escuchar estas palabras Lucia baj? la mirada, suspirando. Andrea, al comprender que hab?a tocado una tecla quiz?s dolorosa para su amada, llev? el discurso por otros derroteros. ?Es verdad, despu?s de los acontecimientos de Urbino, hab?a esperado tenerte a mi lado, de ser asistido por vuestras amorosos cuidados, como en los tiempos del saqueo de Jesi. En cambio me he encontrado en un castillo perdido y solitario con la ?nica compa??a de dos bruscos condes monta?eses y de un peque?o grupo de servidores. ?Me he asegurado de que fueseis atendido pero no pod?a quedarme en Montefeltro. Hab?a llegado all? de inc?gnito s?lo para veros. Y ahora que est?is bien, que sois vos... ?Claro, claro, ten?is toda la raz?n ?y se postr? de nuevo a los pies de su amada volviendo a coger su mano entre las suyas ?Os pido humildemente perd?n por haberme extendido en in?tiles charlas. El fin de mi presencia aqu? es uno y s?lo uno. El de proponeros ser vuestro esposo. Es extra?o que deba ped?roslo directamente a vos, por lo com?n la mano de una dama se pide a trav?s de su padre o de su tutor. Pero es mejor as?. Estoy preparado para declararos mi inmenso amor y creo que tambi?n vuestro coraz?n late fuerte por este caballero, como muchas veces me hab?is dado a entender. Lucia lo inst? a levantarse por segunda vez. Andrea se alz?, mientras continuaba sosteni?ndole su mano. Sent?a el aroma del agua de rosas, que le estaba emborrachando como si estuviese ebrio. Una vez m?s le vino el impulso de besarla. Acerc? con delicadeza su busto al de ella. Le acarici? las mejillas con los labios, con un lev?simo beso, casi imperceptible. Lucia se retrajo un poco. ?Lo hab?is comprendido perfectamente. S?, estoy preparada para casarme, con una sola condici?n, que quer?is ser el padre de las dos ni?as. ?Por descontado. Quiero serlo. Son dos ni?as maravillosas y, por lo que veo, bien educadas. Y esto os honra. ?Creo que es el momento de que os vay?is. Deber?is visitar a nuestro amado obispo, el Cardinal Ghislieri, y poneros de acuerdo con ?l para la ceremonia del matrimonio. Yo me atendr? a todo lo que el cardenal quiera disponer. ?Ahora, idos! El nav?o veneciano, por muy estable que fuese, estaba sujeto a movimientos de balanceo y cabeceos mientras se acercaba a la costa. Las maniobras del atraque, adem?s, acentuaban dichos movimientos, de la misma manera que despertaban la n?usea y el dolor de cabeza de Andrea. Por las voces de los marineros comprendi? que se estaban acercando a la Marina di Ravenna. Desde la peque?a ventana del camarote del comandante se entreve?a un espeso bosque de pinos que enmarcaba la costa. Levant?ndose del catre dio con la cabeza en el techo del camarote que, aunque era uno de las m?s altos, situado entre el segundo y el tercer puente de popa, siempre ser?a bajo para su altura. Justo en el momento en que peleaba con una arcada, intentando engullir la bilis que sub?a desde el est?mago, entr? en el camarote el Capitano da Mar. ?Nos pararemos aqu?, en Marina di Ravenna, durante unos d?as, con el fin de abastecer la nave de v?veres y municiones. Hasta el delta del r?o padano transcurrir?n otros dos d?as, luego remontaremos el Po hasta Mantova. Desde aqu? a Mantova el viaje ser? mucho menos c?modo con respecto a lo que ha sido hasta ahora. Sobre todo la navegaci?n fluvial crear? bastantes problemas. Podremos encontrar aguas poco profundas, tramos del r?o m?s estrechos, en fin, no ser? f?cil llegar al destino con una nave tan grande. Acepta mi consejo, desembarca aqu?. Te proporcionar? un caballo y una escolta. V?a tierra, llegar?s a Ferrara, donde ser?s hu?sped por unos d?as del Duca d’Este, nuestro amigo y aliado. Desde Ferrara a Mantova el camino no es largo. Te enviar? un mensajero en cuanto nuestra nave llegue a la ciudad de los Gonzaga y all? nos reuniremos. Andrea se sinti? aliviado por la propuesta. No ve?a la hora de desembarcar y poder subir finalmente a la silla de un caballo. Cap?tulo 6 La belleza salvar? el mundo (Fedor Dovstoevskij) Embarrado hasta el cuello, Andrea ten?a la frente perlada de sudor, a pesar del fr?o penetrante de comienzos de un invierno que, a paso r?pido, abrir?a las puertas del a?o 2019. La administraci?n comunal hab?a sido clara. Cuando llegase la pr?xima primavera Piazza Colocci deb?a estar restaurada y las excavaciones arqueol?gicas, que hab?an sacado a la luz los restos de los pisos m?s bajos del viejo Palazzo del Governo, ser?an enterradas. El conjunto hab?a sido fotografiado, los principales descubrimientos trasladados al nuevo museo arqueol?gico, en la planta baja del Palazzo Pianetti-Tesei, y ahora ya se le hab?a concedido demasiado tiempo a los ciudadanos, turistas y curiosos para echar una ojeada, totalmente gratuita, a la plaza descubierta. Pero Andrea no estaba satisfecho, en un nivel inferior deb?a haber restos del antiguo anfiteatro romano. Prueba de esto eran las antiguas pelotas del gioco della palleta, juego que se remontaba a la ?poca de los romanos. Tal juego, conocido tambi?n como Harpastum, o juego de la pelota esf?rica, era parte integrante del entrenamiento de los gladiadores y jugaban a ?l, sobre todo, las legiones de los cuarteles de las fronteras. Seg?n Andrea, las pelotas encontradas unos ciento a?os antes en el fondo del pozo del patio interior del Palazzo della Signoria no ten?an relaci?n con el juego dieciochesco de la pallacorda , como se hab?a cre?do hasta el momento. En cambio, ?stas eran el testimonio de que en aquella zona se desarrollaban, entre el siglo I antes de Cristo y el III siglo despu?s de Cristo, juegos en los que se ve?an involucrados gladiadores y esclavos, del mismo modo a los que se pod?a asistir en Roma en el interior del Coliseo. Es verdad, no pod?a descolgarse hasta el fondo del pozo para derribar las paredes pero seg?n ?l cre?a deb?a haber, por fuerza, un pasadizo desde las habitaciones del antiguo Palazzo del Governo hasta los niveles inferiores. Todo consist?a en encontrarlo. Las car?simas mediciones con el radar que hab?a hecho ejecutar totalmente a sus expensas le daban la raz?n, pero cada vez que pensaba que estaba cerca del descubrimiento sensacional del posible pasadizo hab?a algo que sal?a mal. Hab?a all? unas cloacas que no se pod?an tocar sin arriesgarse a inundarlo todo, all? los paneles met?licos como protecci?n y consolidaci?n de los cimientos del Palazzo della Signoria. Aqu? restos de hogares que no pod?an ser tocados sino desencadenando la ira del delegado de los Bienes Culturales y Art?sticos. Y ahora se hab?a puesto a nevar. Desde el ocho de diciembre, una nevada precoz pero abundante les hab?a impedido trabajar durante unos cuantos d?as. Luego, cuando la nieve se hab?a disuelto, hab?a dejado tal cantidad de fango que casi era imposible mantenerse en pie dentro de la excavaci?n sin resbalar continuamente. Irritado, aterido, con los nervios a flor de piel, levant? el pico. Dar?a un picotazo seco al muro del fondo, el que separaba el viejo Pallazo del Governo de los cimientos del actual, terminados de construir alrededor del a?o 1.500, pero se par? con el brazo en el aire. Algo hab?a llamado su atenci?n de su mirada. El fango, escurri?ndose hacia abajo, hab?a dejado al descubierto un detalle que nunca hab?a observado antes. Un arco de medio punto limitado por viejos ladrillos, casi a ras de suelo que estaba pisando y que representaba el pavimento del piso bajo de aquel antiguo edificio, delimitaba sin duda una abertura, aunque ocluida por detritos y semi enterrada. Seguramente estos ladrillos que delimitan este arco son de una fabricaci?n m?s antigua respecto al resto, tienen un aspecto m?s irregular, son m?s oscuros. A lo mejor son de ?poca romana… Andrea se frot? las manos satisfecho, ech? su aliento sobre ellas para calentarlas un poco y mir? a su alrededor para buscar los instrumentos adecuados, dejando a un lado el pico. Intent? limpiar la supuesta abertura, en todo lo posible, con las manos desnudas, ayud?ndose de una peque?a pala de zapa plegable para extraer los detritos, acabando despu?s el trabajo con un pincel para quitar polvo y restos de tierra. Poco a poco, sali? a la luz una puerta de madera, bastante bien conservada, atrancada con un cerrojo. No ser?a dif?cil abrirla o desfondarla pero, no sabiendo que encontrar?a m?s all? y al ser el momento en que se estaba poniendo el sol, decidi? que, por aquel d?a, se pod?a considerar satisfecho y que pod?a suspender los trabajos para retomarlos al d?a siguiente. Mejor regresar a casa y comprobar los registros del radar. No querr?a tener ninguna sorpresa. Y adem?s, es mejor buscar alguien que me ayude. La prudencia nunca es demasiada en estos casos. No vaya a ser que si abro esa puerta pueda provocar un desprendimiento. Y todo el trabajo de meses y meses se ir?a al garete. Recogi? los b?rtulos, se puso la saca de trabajo en bandolera, sali? de la excavaci?n y subi? por Costa Baldassini, para llegar a su casa. El calor acogedor de su edificio y el olor a humo de los cigarrillos consumidos por su compa?ero lo pusieron de buen humor. Tir? la saca en el suelo de la entrada, intent?, en todo lo posible, de liberar los zapatos del fango y subi? corriendo las escaleras. Encontr? a Lucia dormida, con un brazo y la cabeza apoyados sobre la mesa del sal?n, el ordenador port?til encendido delante de ella y la colilla de un cigarrillo todav?a humeante en el cenicero. Le acarici? los cabellos con delicadeza, provoc?ndole el despertar. ??Dios M?o, Andrea! Me he quedado dormida como una piedra. Deb?a estar muy cansada. He trabajado todo el d?a para intentar interpretar un nuevo documento que he encontrado aqu?, entre las carpetas de tu biblioteca y que se refiere al per?odo en el que tu antepasado Andrea Franciolini fue a combatir a los Pa?ses Bajos por cuenta del rey de Francia contra el emperador Carlo V d'Asburgo. Aparte de que el per?odo es pol?ticamente confuso, por lo que el Papa primero se aliaba con Francia, luego con el Imperio, la cronolog?a de las fechas en este documento me parece extra?a. Y luego est? esta representaci?n, que parece una imagen mucho m?s antigua con respecto a la ?poca de la que estamos discutiendo. Es un le?n tendido, tumbado, grabado en piedra, me parece. No entiendo su significado: no es ni el le?n rampante s?mbolo de Jesi, ni el le?n de San Marco, s?mbolo de la Reppublica Veneziana. Parece m?s un emblema, un altorrelieve en piedra, procedente de cualquier edificio o de cualquier construcci?n de la ?poca romana, casi parecido a aquellos adoquines decorativos que adornan la silueta del portal de este palacio. ?Como ya sabes ahora perfectamente, esos adoquines eran decoraciones de un antiguo templo romano que surg?a en la antig?edad en este lugar y que han sido descubiertao durante las excavaciones de los cimientos. ?Justo. Y por lo tanto, mi idea es que quien ha dise?ado esta ilustraci?n la haya copiado de una decoraci?n del antiguo anfiteatro romano que surg?a, m?s o menos, entre Piazza Colocci y Via Roccabella. A fin de cuentas los leones eran utilizados por los romanos en el interior de la arena, en los combates con los gladiadores. ?Y a veces causaban estragos. ?Qu? espect?culos tan horribles! Y sin embargo en ese tiempo eran del agrado de la poblaci?n. De todas formas, dado que estamos metidos en el tema debo contarte que, puede que hace un rato, haya localizado un pasadizo que podr?a conducir a los restos de aquel antiguo anfiteatro. He conseguido aislar una puerta de madera, en un nivel m?s bajo que el resto de la excavaci?n, que seg?n creo deber?a dar acceso a los antiguos s?tanos del antiguo Palazzo del Governo. Y si cuadran las cuentas, esos s?tanos deber?an corresponder con antiguos lugares que tienen relaci?n con algunas zonas del anfiteatro. ??Has intentado abrir la puerta? ?No, necesito instrumentos adecuados y alguien que me ayude. No me gustar?a provocar desprendimientos. ??Y a qui?n quieres como asistente? ?Estamos cerca de las fiestas navide?as, todos tus amigos arque?logos se han ido ya hace tiempo y la administraci?n del ayuntamiento ha decidido que las excavaciones se cierren cuanto antes! ?Creo que basta con una persona. Y creo que quien me vendr?a de perlas est? justo delante de m?. ??Olv?date de enredarme en una de tus alocadas aventuras s?lo porque puedes apelar al hecho de que estoy enamorada de ti! ?replic? Lucia indignada ?No tengo ganas en absoluto de quedar sepultada viva entre las ruinas de un anfiteatro romano. Y adem?s, sabes bien que sufro claustrofobia. ?Lo s? ?le respondi? Andrea sarc?stico ?Pero tambi?n s? que tu curiosidad de estudiosa consigue prevalecer sobre tus miedos. Ya me lo has demostrado en el pasado. Y si piensas que all? abajo podr?as descubrir la imagen original que representa ese le?n tumbado... ??Piensas que puedes conseguir siempre que haga lo que t? quieras? Lucia alarg? una mano nerviosa hacia el paquete de cigarrillos y sac? uno para encenderlo. Se qued? con el cigarrillo en la boca y el encendedor prendido en la mano, interrumpida por el sonido del tel?fono m?vil. Sobre la pantalla aparec?a el n?mero de un celular que no estaba guardado en los contactos y precedido por el prefijo internacional +49. Lucia y Andrea intercambiaron una mirada interrogativa, luego ?l le hizo una se?al para que respondiese. Lucia puso el manos libres, de manera que Andrea pudiese escuchar la conversaci?n. Desde la otra parte del tel?fono una voz masculina comenz? a hablar en un italiano casi perfecto, aunque con un marcado acento sobre las erres. ??Parrrrlo con la Condesa Lucia Baldeschi-Balleani? ??Para servirle! ?A qu? debo el honor...? ??Deje que me prrrresente! Soy Su Alteza Imperial y Rrreal, el Archiduque Sigismondo d'Asburgo Lorena, Gran duque titular de Toscana y Gran Maestro dell’Insogne Sacro Militare Ordine di Santo Stefano Papa e Martire. ??C?spita! ?dej? escapar Andrea en un susurro para que su voz no llegase al micr?fono del tel?fono. ??A lo mejor ha decidido financiar nuestras investigaciones arqueol?gicas! Lucia puso el ?ndice delante de la nariz para instar a su compa?ero a estar callado. ?Y es un placer para m? enterarme de su inter?s por mi persona. ?A que debo, si se me permite preguntarle, este honor? ?Veo que ha recibido una ?ptima educaci?n y debo darle la enhorabuena a usted y a su familia. Pero, vayamos al grano. Ver?, en conformidad con el art?culo 5 del actual Statuto dell’Ordine di Santo Stefano, y en conformidad con los antiguos Statuti dell’Ordine mismo, cada a?o escojo tre nobles para elevar al grado de Bali Gran Croce de justicia, en consideraci?n por los altos m?ritos adquiridos en vida, en el trabajo o en el estudio. Nunca antes de ahora este honor hab?a sido reservado a una mujer. Pero, vistos los resultados de sus trabajos de investigaci?n sobre los or?genes y la historia de su noble familia, este a?o he sentido que deber?a hacer una excepci?n a la regla. Y he decidido que ser? usted la elegida para ser nombrada Cavaliere di Gran Croce del Bali. Por lo tanto, la invito oficialmente a la ceremonia de investidura que tendr? lugar en Firenze en la Santa Navidad. ??Pero Navidad ser? dentro de quince d?as! Tengo compromisos, tanto de trabajo como personales. En fin, mi prometido, mi familia ?intent? ganar tiempo Lucia un poco confusa. ?No se preocupe. Venga a Firenze con su prometido o con otros miembros de su familia. Por supuesto, su viaje ser? a mis expensas. Le estoy enviando por correo electr?nico la reserva para el tren Frecciarossa Ancona ? Firenze, ida y vuelta, en primera clase. ?La espero con impaciencia! ?y colg? el tel?fono sin ni siquiera darle tiempo a responder. Andrea y Lucia se miraron enseguida con aire at?nito, luego rompieron a re?r. ??Cavaliere di Gran Croce del Bali! ?Mis respetos, Mi Se?ora! ?declam? Andrea con aire burl?n, haciendo una reverencia. ?Pienso que tengo bastantes motivos para comenzar a ponerme celoso. A mis expensas, te acompa?ar? a Firenze, no me f?o. ??Venga, ya! Su Excelencia Imperial y Regia ser? realmente una vieja cari?tide ?respondi? Lucia con aire divertido. ?Su Alteza, no Su Excelencia ?la corrigi? Andrea. ?De todos modos la voz parec?a bastante juvenil. No me f?o, no me f?o. Ir? contigo, siempre que tu decidas ir, ?de ninguna manera dejar? que vayas sola! Y adem?s no podemos pasar la Navidad uno lejos del otro, no hay m?s que hablar. Firenze es una hermosa ciudad, una de las ciudades m?s rom?nticas de Italia. Mejor no desperdiciar la ocasi?n de darte el beso m?s apasionado de tu vida sobre el Arno, en el Ponte Vecchio. ??Oh! ?Y desde cu?ndo te has convertido en rom?ntico, t? que siempre has sido un mont?n de m?sculos y testarudez? ??Bueno, desde que me has puesto celoso! ?sonri? Andrea. ?Pero aparte de esto, Firenze es una hermosa ciudad de arte y podremos unir lo ?til a lo placentero. A fin de cuentas alguien escribi? La belleza salvar? el mundo, ?o me equivoco? ?Fedor Dostoevskij en El idiota. Antes de meter la pata al pronunciar una cita intenta estar seguro de conocer a fondo de qu? trata, en caso contrario m?s que la figura del estudioso haces la del... ??… la del idiota! ?dijo estallando en una carcajada, se acerc? a Lucia, la estrech? en un caluroso abrazo, acerc? sus labios a su rostro perfumado y comenz? a besarla. ??La ?ltima palabra siempre la dices t?, eh! ?consigui? pronunciar Lucia jadeante, intentando recuperar el aliento y sac?ndose la camiseta. Sinti? las manos de Andrea buscando el cierre del sujetador para desabrocharlo, luego lo vio quitarse la camiseta para quedarse ?l con el torso desnudo. La urgencia de los cuerpos para encontrar el contacto rec?proco los empuj? al dormitorio, donde frescas s?banas acogieron a los dos amantes ahora ya desnudos del todo. ?La belleza salvar? el mundo ?repiti? Andrea, haci?ndole entender esta vez que la alusi?n iba dirigida a ella. Cap?tulo 7 Cabalgar por la llanura padana en aquella estaci?n fue considerado por Andrea casi peor que navegar en mar abierto. Habituado a las colina y a las monta?as de su amada tierra, nunca se hubiera esperado andar durante leguas y leguas por un terreno todo llano. Pero lo peor era la humedad, la niebla que hac?a perder el sentido de la orientaci?n, tan espesa era en ciertos puntos, y se filtraba debajo de la ropa hasta llegar a afectar a los huesos. Por no hablar de los senderos que a menudo se perd?an en la espesura del boscaje o que llevaban directamente a pantanos y humedales, imposibles de atravesar, obligando a largos e interminables rodeos, sino incluso a dar marcha atr?s para escoger otro ramal del camino. Por suerte los dos soldados que lo acompa?aban estaban familiarizados con el lugar, de lo contrario Andrea habr?a renunciado a llegar a Ferrara, tir?ndose al suelo y permaneciendo a merced de los peligros de la naturaleza salvaje de la llanura del Eridano. Finalmente, salieron del bosque de Porporana y vieron que un amplio campo cultivado se extend?a ante ellos, hacia el burgo de Pallantone, hasta la orilla del r?o Po. Despu?s de mediod?a, el sol hab?a conseguido triunfar sobre la humedad de tal forma que Andrea observ?, no sin disgusto, que sin la protecci?n del bosque y de la niebla, ?l y sus dos soldados que lo acompa?aban estaban completamente al descubierto y eran f?ciles blancos de posibles malhechores. No tuvo ni tiempo de terminar esta consideraci?n cuando dos caballeros ataviados de manera extra?a les pasaron a la carrera, levantando trozos de fango y blandiendo sobre sus cabezas unas espadas de una largura distinta a las que Andrea estaba habituado a usar. ??Qui?nes son? ?pregunt? Andrea preocupado. ?Lansquenetes. Las espadas que hab?is visto se llaman Lanzichenette o Katzbalger . ?ste ?ltimo t?rmino, en su lengua, significa piel de gato. Algunos dicen que, dado que los que llevan estas armas son de baja extracci?n social, son incapaces de comprar una funda aut?ntica y por lo tanto utilizan la piel de un felino dom?stico en sustituci?n de la misma. Pero no es as?. Muchos lansquenetes, a pesar de combatir como soldados mercenarios, pertenecen a la rica burgues?a o a la nobleza germ?nica. El t?rmino Katzbalger se refiere, de hecho, a la ferocidad felina con la que combaten. En la batalla son capaces de tirarse sobre las primeras l?neas de los piqueros enemigos, pasando debajo del bosque de lanzas extendidas y utilizando esas espadas como cuchillos con el fin de romperlas. Pero tampoco tienen ning?n escr?pulo para mutilar a los adversarios, apuntando a partes de su cuerpo que no est?n protegidas con armadura. Hacedme caso, mi Se?or, es gente peligrosa. Mejor estar alejados. ?Si son tan peligrosos como dec?s, ?c?mo es que son libres de corretear de esta manera por nuestras tierras? ?Son mercenarios y, por lo tanto, libres de ponerse a sueldo del Se?or que mejor les paga. Los peores son los que son pagados a doble soldada. Ellos son los m?s despiadados, adiestrados para el combate en primera l?nea o en zonas consideradas de alto riesgo. Y por lo tanto son pagados con una doble soldada. ??Quiz?s el t?rmino doble soldada significa que no tienen escr?pulos en ponerse al servicio de dos se?ores al mismo tiempo, infiltr?ndose como traidores o esp?as en las filas del enemigo? ?Tambi?n puede ser. Os lo he dicho. Es gente de la que no puede fiarse uno. ?Pero, dej?monos de charlas! ?prosigui? Fulvio, el fiel soldado. ?El burgo de Pallantone es famoso por sus tabernas. Cocinan la caza como en ning?n otro puesto que yo conozca... ?… Y la acompa?an con un excelente vino de aguja tinto. Una verdadera exquisitez ?a?adi? Geraldo, el otro soldado que hasta ese momento no hab?a hablado. Andrea, al atravesar las calles del burgo, observ? distintas ense?as de mesones y tabernas pero sus acompa?antes se dirigieron seguros hasta la plaza principal, donde un emblema con forma de bandera especificaba, en caracteres g?ticos, el Mes?n de los guardianes de las riberas. En efecto, por la plaza se distingu?a perfectamente el ruido del agua que discurr?a con ?mpetu en la llanura aluvial justo detr?s de los edificios de aquel lado. Andrea y sus compa?eros ataron las cabalgaduras a los anillos fijados en la parte exterior de la taberna, se aseguraron de tener las espadas en sus respectivas fundas y entraron en el local. La sala estaba bastante llena y el olor de carne de caza cocinada en adobo se mezclaba con la peste de sudor emanada por los clientes. Un hombre grasiento, con el rostro rubicundo y la frente sudada, con un delantal blanco atado a la cintura, fue a su encuentro y los acompa?? a una mesa libre. ??Qu? desean los se?ores? ?Traenos un guiso de codornices. Y una gran jarra de lambrusco para cada uno de nosotros. No hab?a terminado de pronunciar estas palabras cuando la puerta se abri? de par en par de mala manera debido a una patada lanzada desde el exterior por un individuo bastante robusto, al que segu?a otro hombre de su misma catadura. Ambos llevaban la espada en la mano, en vez de envainada. Al darse cuenta de la presencia de los lansquenetes, la mayor parte de los all? presentes se levant? de las mesas, intentando ganar la salida, con el fin de evitar in?tiles escaramuzas con hombres famosos por su arrogancia y prepotencia. M?s de un hombre, cerca del umbral de la puerta, tropez? por casualidad con la bota de uno de ellos dos. Quien se ca?a a tierra no ten?a ni siquiera el valor de enfrentarse a la mirada del lansquenete. Se levantaba, se quitaba el polvo de encima y sal?a de la taberna pitando. Andrea, Fulvio y Geraldo se quedaron en sus sitios, fijando su mirada sobre los reci?n llegados con aire retador. Los otros, en ese momento, fingieron no hacerles ni caso. Se pusieron en una mesa que hab?an dejado libre los clientes anteriores, batiendo con ruido sus katzbalger sobre ella. Uno de los dos cogi? una jarra de lambrusco, la llev? a la boca, dio unos grandes tragos y, en fin, emiti? un sonoro eructo. ?Scheisse! Bleah! Este vino es un asco. Tabernero, traenos cerveza. ?Sab?is perfectamente que no tenemos cerveza aqu? ?respondi? casi balbuciendo el hombre de rostro rubicundo y que cada vez sudaba m?s. ?Si no os gusta el vino tinto, puedo ir abajo a la bodega a cogeros un buen vino blanco fresco. ?Os aseguro que no os arrepentir?is! ??Te arrepentir?s t? por no habernos servido la cerveza! Uno de los dos lansquenetes salt? de repente y cogi? al hombre por detr?s, agarr?ndole, con su poderoso brazo, alrededor del cuello. Andrea vio que el rostro del camarero se pod?a cada vez m?s rojo, levantado del suelo por la notable altura de su captor, los pies colg?ndole a un palmo del pavimento. Si no hubiese intervenido aquel hombre hubiera muerto sofocado. ??Ya basta! ?exclam? Andrea poni?ndose en pie ?Si busc?is pelea no la tom?is con una persona desarmada. No es divertido. Combatid como hombres, y no como bellacos, contra quien est? armado como vosotros. El lansquenete, cogido de improviso, solt? la presa, permitiendo al mesonero tomar aliento. Pero su amigo, que hasta ese momento se hab?a quedado sentado en su mesa, aferr? su espada y se dirigi? amenazador hacia Andrea. ?ste ?ltimo, extrayendo su espada de la vaina, intent? estudiar a ojo a su adversario. Muchos m?sculos pero poco cerebro. Debo ser astuto. Veamos. La espada es poderosa y la coge con una sola mano. Pero la guardia es particular, constituida por una guarda de hierro moldeada en forma de ocho, como la de los grandes sables de batalla. Puedo parar su fendente cuando est? bajando, pero no conseguir? hacer saltar el arma de la mano. Me desequilibrar?a, en ese momento, y al parar cruzado no podr?a responder r?pido y no tendr?a salida. En un abrir y cerrar de ojos, con un solo golpe podr?a separarme la cabeza del cuello. ?Y adi?s Andrea! ??Por qu? te entrometes en cosas que no son de tu incumbencia, amigo? No es de buena educaci?n interrumpir una discusi?n en la que no te han pedido tu opini?n. Especialmente para un noble que sobre su casaca tiene bordado el dibujo de un le?n rampante. ?Venga, demu?strame cu?nto de le?n hay en tu sangre! S?lo la mesa de madera ya preparada para la comida separaba a Andrea del lansquenete. Fulvio y Geraldo se hab?an levantado de sus sillas y se estaban dirigiendo hacia el otro energ?meno con el fin de evitar que tambi?n ?l aferrase la espada. Estuvieron ?giles para agarrarlo por debajo de los brazos, uno por cada lado, oblig?ndolo a abandonar la presa del tabernero. A continuaci?n Fulvio extrajo un estilete y se lo apoy? contra el cuello, para convertirlo en inofensivo. Andrea, por su parte, vio a su adversario levantar la katzbalger. Se puso con su espada en posici?n de defensa para esperar el fendente que deb?a parar. Esper? el golpe en bajada pero, haciendo una finta en el ?ltimo momento, permiti? a la espada del lansquenete proseguir su trayectoria y que, por inercia, arrastrase detr?s al brazo que la sosten?a. El filo cortante de la katzbalger fue a clavarse en la mesa, parti?ndola en dos. El germano, desequilibrado, cay? al suelo junto con la espada. La jarra de Lambrusco, que hab?a volado por los aires, dibuj? una trayectoria en arco, cayendo y rompi?ndose justo sobre su cabeza. Alrededor del lansquenete se form? un charco de vino tinto y sangre. Andrea aprovech? el aturdimiento moment?neo del adversario para caerle encima y, apoyarle la punta de la espada contra la nuca. ??C?mo te llamas, amigo? ?le pregunt? levant?ndolo por un brazo y poni?ndolo derecho pero sin bajar la guardia, continuando a amenazarle con la punta de la espada. ?Franz ?respondi? el otro. ?Bien, Franz. Hoy considerate afortunado. Me quedo con tu espada y te perdono la vida. Pero no te cruces m?s en mi camino porque no ser? clemente contigo una segunda vez, ?y diciendo estas palabras lo empuj? hacia la salida, le dio la vuelta y lo lanz? afuera con una patada en el culo, mand?ndolo a morder el polvo de la plaza que hab?a delante. No le fue tan bien a su compadre que yac?a en el suelo sin vida en el charco de su propia sangre. Fulvio no hab?a dudado en hundir la hoja de su estilete ante la m?nima tentativa de su adversario de escabullirse de la sujeci?n. El hombre del rostro rubicundo estaba observando at?nito la escena. Mientras tanto hab?a salido de la cocina otro tabernero, muy semejante al primero, pero con menos cabellos en la cabeza, con toda probabilidad su hermano. ??Qu? demonios hab?is hecho? ?intervino ?ste ?ltimo ??Est?is locos! Estamos habituados a los abusos de estos bravucones. Dejamos que se desahoguen, se emborrachen, hacen alg?n da?o, destrozan alguna cosa, pero luego se van y durante d?as y d?as vivimos en paz. Ahora, en cambio... ?No pasar?n ni dos d?as para que de este local no queden m?s que las cenizas humeantes ?respondi? el hermano, masaje?ndose el cuello dolorido. ?Y los guardianes de las riberas ser?n encontrados en el fondo del canal, ?muertos qui?n sabe c?mo! ?Imagino que los guardianes de las riberas sois vosotros dos ?dijo Andrea, volvi?ndose a los dos posaderos. ??Mientras tanto, en el fondo del canal vamos a tirar a este godo! ?Efectivamente, mi Se?or, no ha sido una buena idea dejar libre al tal Franz. Seguro que volver? aqu? con fuerza para vengarse. Y nosotros ya no estaremos aqu?. Ser?n ellos dos los que las pagar?n ?intervino Fulvio, haciendo una se?al hacia Geraldo que lo ayud? a levantar el cad?ver, arrastr?ndolo a la ventana y, a trav?s de ella, tir?ndolo al canal que corr?a detr?s de la taberna. Andrea, Fulvio y Geraldo se asomaron desde el alf?izar, observando con aire satisfecho c?mo la fuerte corriente estaba llev?ndose el cuerpo inerte del lansquenete. ?Encontrar? la manera de darles una adecuada protecci?n a nuestros anfitriones ?dijo Andrea. ?Hablar? sobre ello con el Duca di Ferrara. Estoy convencido de que enviar? a algunos de sus guardias para protegerlos. ?Fulvio, Geraldo! Vamos. Intentemos llegar a la ciudad antes de que se haga de noche. Los guardianes de las riberas se quedaron parados en la entrada de la hoster?a, mirando a los tres caballeros alejarse hasta desaparecer en la bruma de la tarde. En el fondo de su coraz?n sab?an que ning?n guardia del Duca D’Este llegar?a jam?s a aquel lugar perdido para dar protecci?n a dos taberneros. No quedaba m?s que cerrar el local y alejarse de Pallantone. Les iba en ello la vida. Cap?tulo 8 Bernardino sali? de su taller con una copia de su ?ltimo trabajo en la mano. Quer?a verlo a la luz del d?a, observar c?mo hab?an resultado las ilustraciones en colores. Con aquella edici?n ilustrada de la Divina Comedia hab?a superado, no s?lo a su predecesor Federico Conti, sino tambi?n a s? mismo. Bernardino hab?a retomado la edici?n florentina del poema del sumo poeta Dante Alighieri. Sab?a que en el a?o del Se?or de 1481, Lorenzo Pierfrancesco De’ Medici hab?a encargado a Sandro Botticelli la fabricaci?n de cien tablas que ilustrasen las escenas del poema. De estas cien, Botticelli, hab?a hecho solamente diecinueve, que hab?an sido grabadas sobre piedra, para poder ser grabadas, por el grabador Baccio Baldini. Al no haber sido terminada la obra por Sandro Botticelli, la edici?n florentina, que presentaba un espacio en blanco al comienzo de cada canto, hab?a sido comercializada sin im?genes. El sue?o de poder realizar una edici?n pr?ncipe de la Divina Comedia, con todas las ilustraciones estampadas en color, hab?a sido alimentada por Bernardino durante a?os y a?os. Hab?a conseguido que dise?asen las tablas que faltaban, bas?ndose en el mismo estilo de Botticelli, algunos monjes benedictinos de la abad?a de Sant’Urbano, en tierras de Apiro. Pero el verdadero toque maestro, que le hab?a permitido alcanzar su sue?o, hab?a sido el de haber podido identificar gracias a algunos de sus colaboradores los grabados del florentino Baccio Baldini. ?ste ?ltimo hab?a sido dado por muerto en Firenze en 1487, a la edad de cincuenta y un a?os. Hab?an pasado otros treinta y cinco y, por lo tanto, si hubiese estado vivo ser?a ya un ultra octogenario. Cosa rara, pero no imposible, siempre se hab?a dicho Bernardino. Y, en efecto, se sab?a que de su taller continuaban saliendo elegant?simos trabajos de grabados en oro y cobre que no pod?an ser obra de sus jovenc?simos alumnos. Detr?s estaba su mano, que continuaba trabajando en la sombra. Por qu? quer?a que lo creyesen muerto, aunque las hip?tesis eran muchas, nadie lo sab?a con seguridad. Se dec?a que quer?a huir de los acreedores a los que les deb?a sumas exorbitantes. Otros dec?an que tem?a la ira de Botticelli, ya que no hab?a satisfecho sus expectativas al realizar los grabados de las piedras con las que se deb?an haber estampado algunas de sus obras para decorar el poema de Dante Alighieri. El hecho es que las diecinueve lastras producidas en su momento hab?an quedado en el taller del grabador y nunca hab?an sido estampadas. Y no s?lo eso, nunca hab?an sido reclamadas ni por los Medici que las hab?an encargado ni por Botticelli que hab?a imaginado los dibujos. Paolo y Valentino, dos fieles trabajadores de Bernardino, se hab?an desplazado a Firenze y hab?an localizado el taller del grabador. De ?l no hab?a ni sombra. Quiz?s algunos a?os antes hab?a muerto realmente y sus alumnos hab?an conseguido, efectivamente, refinar las t?cnicas del taller hasta llegar e incluso superar las de su maestro. No fue un trabajo f?cil para Paolo y Valentino, pero al final la oferta de dinero hizo capitular a los alumnos de Baccio que cedieron los grabados de las obras de Botticelli por una suma de treinta mil florines de oro. Mucho m?s de lo que val?an en realidad pero Bernardino estaba convencido de que, en realidad, recuperar?a la suma con los debidos intereses, siempre que consiguiese imprimir su Divina Comedia. Los frailes hab?an realizado no s?lo las ilustraciones que faltaban sino tambi?n los grabados de las mismas planchas de cobre que Bernardino pasar?a luego a planchas de plomo, m?s id?neas para la impresi?n. Usar tintas de colores para las ilustraciones no era una novedad pero implicaba pasos largos y repetitivos para llegar a obtener un buen resultado. Adem?s del negro, Bernardino hab?a usado el rojo, el azul y el amarillo. No m?s de cuatro colores, se hab?a dicho, de otro modo no lo acabar?a jam?s. Hoje? con satisfacci?n cada p?gina, apreci? cada una de las cien ilustraciones, olisque? el aroma del papel impreso, toquete? con las yemas de los dedos la cubierta de piel siguiendo con los dedos las incisiones del t?tulo, letra a letra, la D, la I, la V, etc. Finalmente elev? los ojos hacia el cielo azul, l?mpido, sin nubes, de las primeras horas de la tarde de una jornada de finales de marzo. Admir? las golondrinas que ya giraban en el aire, anim?ndolo con sus trisados. Estaba cansado, se sent?a cansado. Hubiera querido ser una de aquellas golondrinas para ver el mundo desde una perspectiva distinta, desde lo alto, volando como ellas y descendiendo en picado sobre todo lo que llamase su atenci?n. Pero comprend?a, por la pesadez de sus piernas, que la edad se hac?a sentir cada d?a un poco m?s. A grandes pasos estaba a punto de llegar a los sesenta a?os, y no eran pocos, sobre todo para una persona que siempre hab?a trabajado, como ?l. Tuvo la sensaci?n de un vac?o en el t?rax, el coraz?n darle un salto como cuando se siente un temor imprevisto. Una falta de latidos, alg?n golpe de tos y el coraz?n volvi? a su ritmo acelerado para luego tranquilizarse en unos pocos segundos. Era una sensaci?n desagradable pero a la que Bernardino, desde hac?a alg?n tiempo, se estaba habituando. Enfocando de nuevo la vista, se materializ?, a unos pocos pasos de ?l, la noble Lucia Baldeschi. ??Bernardino! ?Est?is muy p?lido! ?Qu? os sucede? ??Oh, nada grave, Madonna Lucia! Palpitaciones. De vez en cuando mi coraz?n se pone quisquilloso pero he aprendido a imponerme alg?n golpe de tos que le hace retomar su ritmo regular. ??Nada grave, dec?s? Ya ten?is una edad y las se?ales que os manda el coraz?n no se deben infravalorar o estas palpitaciones, como vos las llam?is, os llevar?n directamente a la tumba. Y esto ser?a una contingencia muy poco agradable para m?. ?Tomad! ?y le alarg? un peque?o frasco de vidrio oscuro que conten?a un l?quido. ?Cuando advirt?is estos trastornos poned un par de gotas en la boca. Pero no las tragu?is, mantenedlas durante un tiempo debajo de la lengua y recompondr?n vuestro coraz?n, devolvi?ndolo a un ritmo y a una fuerza de contracci?n normal. Si luego vuestra taquicardia, as? se llama en t?rminos m?dicos vuestra molestia, empeorase, cada noche, antes de acostaros, deb?is tomar una gota de este elixir manteni?ndolo bajo la lengua como os he dicho poco antes. Actuando de esta manera estar?is preservado de nuevos ataques que, antes o despu?s, pueden resultar fatales. ?Mi Se?ora, ?quer?is atemorizarme? S? que soy un anciano, s? que el accidente que me ocurri? durante el incendio de mi imprenta no me ha dejado indemne, s? que tengo alg?n que otro achaque debido a que hace a?os que trabajo con el plomo, pero de esto a hacerme creer que estoy a un paso de la tumba... ?No digo eso, Bernardino. S?lo digo que deb?is cuidaros. Sab?is perfectamente cu?nto me preocupo por vos y por vuestra amistad. Y, de hecho, es por esto que estoy aqu?. Quer?a deciros que viajar? a Apiro los pr?ximos d?as, as? que me he pasado para despedirme. El impresor fij? sus ojos en los de color avellana de la noble dama. Admir? su belleza, admir? c?mo, de la chica que hab?a sido, en el transcurso de poco tiempo, se hab?a convertido en una mujer madura, todav?a m?s hermosa y placentera. Envuelta en su gamurra de tonos azul celeste, ce?ida a la cintura por un elegante cintur?n de cuero, el generoso escote que mostraba la curva de sus senos, Lucia era de una belleza que quitaba el aliento. Los cabellos negros, largos, estaban recogidos detr?s de la nuca en una trenza, mientras que la frente estaba rodeada por un simple lazo de cuero, adornado en la parte delantera por una piedra preciosa del mismo color azul del vestido que llevaba puesto. Bernardino, que nunca hab?a querido atarse a una mujer en toda su vida, comprend?a que la ?nica de la que se hab?a enamorado, con la que hab?a conseguido compartir la pasi?n por el arte, por la poes?a y por la literatura estaba en ese momento a un paso de ?l, pero era totalmente inalcanzable. No s?lo nunca habr?a hecho el amor con ella, sino que de ella no obtendr?a jam?s un beso o una caricia. Deb?a contentarse con sus miradas, sus sonrisas, sus palabras. Y ya era mucho. Por lo dem?s, s?lo pod?a so?ar con ella. ?Mi Se?ora, ?por qu? ir a Apiro? Ya no hay nadie que os ligue a ese lugar. Es un sitio maldecido por Dios, poblado de demonios y de siervos del demonio, brujas y brujos. Vos sois una mujer noble, ?por qu? quer?is ser tomada por una curandera, o peor, por una bruja? ??Oh, venga, Bernardino! ?A qu? vienen estas palabras? ?Os ha hecho mal trabajar con los frailes de la abad?a de Sant’Urbano? Tambi?n ellos son de Apiro, sin embargo os han venido bien para vuestro trabajo. Para preparar infusiones y medicinas como la que os he suministrado hasta ahora, necesito recoger hierbas medicinales. Y en Apiro, sobre todo en la zona de Colle di Giogo, se recogen muchas de excelente calidad. Y adem?s ?sta es la mejor estaci?n para recolectarlas. Adem?s, aprovechar? la floraci?n del azafr?n para recoger los valiosos estigmas y podr? encontrar tambi?n de asparagina. De esta manera podr? proveer tambi?n a mi cocina. Estar? fuera unos d?as y volver? fortalecida en cuerpo y esp?ritu. El invierno ha sido largo y lo he pasado angustiada por no haber tenido ninguna noticia de Andrea. Ahora necesito distraerme un poco y hacerlo a mi manera. Entre otras cosas, me gustar?a tambi?n visitar a Germano degli Ottoni, el regidor de la comunidad de Apiro. ?Veo que mis consejos son como palabras que se las lleva el viento. Hacedme caso por lo menos en esto: ?que os acompa?e una fiel escolta! Es m?s, llegado este momento, dado que os traslad?is a Apiro, os querr?a pedir un peque?o favor ?y puso en las manos de Lucia el valioso libro que hasta hacia un poco hab?a mirado y remirado ??sta es la primera copia impresa por m? de la Divina Comedia que contiene las ilustraciones realizadas por los frailes de Sant’Urbano. Paraos en la abad?a y entregad el volumen al Padre Guardiano, salud?ndolo y d?ndole las gracias de mi parte. Creo que se pondr? muy contento al ver esta obra finalmente acabada y de tener una copia para enriquecer la biblioteca de convento. ??Est?is seguro de que quer?is separaros de ella? ?Me parece que es la ?nica copia que hab?is impreso! ?He comprobado su calidad y tengo todo preparado para estampar cientos y cientos de copias. Creo que es justo que esta primera copia se le entregue a la comunidad de frailes que han estado trabajando en su creaci?n. ?Perfecto, Bernardino, si ese es vuestro deseo, ser? feliz de llevar a t?rmino esta misi?n de vuestra parte. Lucia hizo casi desaparecer el tomo bajo su brazo. Luego se acerc? con cuidado al impresor, acarici?ndole una mejilla con sus labios, a modo de despedida. Bernardino hizo como si nada pero su coraz?n estaba alterado. Mientras la observaba alejarse, se dej? caer en una silla de madera, cerca de la entrada del taller. Puso una mano en el bolsillo y estrech? la botellita que le hab?a dado Lucia. Pero no le dio tiempo a meter en la boca una gota de la medicina porque antes de hacerlo se cay?. Jade?, buscando aire, los p?rpados se le cerraron. Sinti? que el coraz?n ya no le lat?a, estaba parado. Se desliz? del banco hasta llegar al suelo, luego, todo a su alrededor se hizo oscuro como la pez. Cuando volvi? a abrir los ojos vio a Valentino, su aprendiz, sobre ?l, que le oprim?a la nariz con los dedos y empujaba con fuerza su aliento en el interior de su boca. Le hizo una se?al para que parase, encontrando la fuerza suficiente para llevar hasta la boca el frasquito que todav?a estrechaba en la mano. Consigui? echar algunas gotas, manteni?ndolas debajo de la lengua. En unos pocos segundos sinti? que lo invad?a un extra?o calor, recuper? sus fuerzas, se volvi? a poner en pie, rechazando la ayuda de Valentino que le tend?a la mano, y volvi? dentro del taller. ??Paolo, Valentino! Preparad las m?quinas. ?Vamos a imprimir! Cap?tulo 9 La primavera es ?xtasis. Florecer es un acto de amor. (An?nimo) Antes de abandonar la ciudad Lucia se fue al palacio episcopal para despedirse de Monsignore Piersimone Ghislieri, que se alegr? de recibirla en la sala de audiencias. ?Mi querida condesa, estoy muy feliz de veros ?dijo tendiendo la mano anillada hacia la joven postrada a sus pies. ?Venga, venga, alzaos y decidme. ?Hay novedades de vuestro prometido? ?Se sabe cu?ndo volver?? ?Cu?ndo podr? uniros en matrimonio? ?Cu?ntas preguntas, Vuesa Eminencia. Si tuviese las respuestas ser?a feliz comparti?ndolas con vos. Por desgracia, mis informadores me han dicho que Andrea ha sido enviado el oto?o pasado a combatir en los Pa?ses Bajos para ayudar a los soldados franceses en la sucia guerra contra Carlo V d'Asburgo. El invierno ha sido largo y de Andrea y de sus compa?eros de armas no se ha sabido nada m?s. Pero mi coraz?n me dice que est? vivo. ?Por lo que yo s?, los franceses est?n llevando la peor parte, tanto que nuestro Papa Clemente VII, para no ser arrollado por los acontecimientos, est? intentando tejer una posible alianza con el Emperador con el fin de proteger el Estado de la Iglesia. ??De verdad? ?Y en el resto de Italia, nuestro bien amado Papa no piensa? Si act?a as? le estar?a abriendo el camino a los lansquenetes que incluso podr?an llegar hasta Milano, saquearla, y desde all? llegar hasta Firenze y hasta Roma. ?Y los nuestros, que est?n ayudando al ej?rcito franc?s, qu? fin tendr?n? ?Debemos confiar en nuestro Santo Padre. Ver?is, todo saldr? a la perfecci?n. Pero decidme el motivo que os ha tra?do a verme. No creo, Condesa Lucia, que hay?is venido aqu? a hablar de la guerra y de pol?tica. ?Entonces? ?y el cardenal se puso en posici?n de escuchar, mirando a la joven de reojo, con mirada perspicaz. Lucia enrojeci? ligeramente, sinti?ndose observada de esa manera por un alto prelado. Intent? disimular la incomodidad, apartando la mirada de los ojos del cardenal y fij?ndola en las llamas alegres de la gran chimenea. ?Durante unos d?as estar? fuera de Jesi y, por lo tanto, no podr? continuar, como he hecho hasta ahora, con el gobierno y la administraci?n de la ciudad. As? que, en mi ausencia, devuelvo estas funciones, que con tanta confianza me hab?is encomendado en su momento, a vuestras manos. Est? claro, hasta que yo vuelva. ?Bien, no tengo ning?n problema con esto, aunque soy m?s experto en el gobierno de las almas que en las cuestiones materiales y terrenas. Pero, por favor, decidme d?nde quer?is ir y por cu?nto tiempo estar?is ausente. ?No tendr?is la intenci?n de ir con vuestro enamorado a los Pa?ses Bajos poniendo en peligro vuestra vida? ?No, no os preocup?is. Mi intenci?n es estar fuera unos cuantos d?as. Ir? hacia los Apeninos y llegar? hasta la abad?a de Sant’Urbano. Tengo una misi?n que cumplir de parte de Bernardino, el impresor. Debo entregar a los frailes benedictinos, hermanos muy queridos por vos, una copia de la Divina Comedia hecha por mi querido amigo tip?grafo y enriquecida con las ilustraciones dise?adas por las manos de los mismos monjes. Aprovechar? la ocasi?n para aislarme unos d?as para meditar, rezar y hacer penitencia. Despu?s del largo invierno transcurrido lo necesito. ?Perfecto, mi querida condesa. No quiero obstaculizar de ninguna manera vuestra voluntad. Pero permitidme que os acompa?en algunos hombres de mi confianza. Os har?n de escolta y yo me sentir? m?s tranquilo. Lucia, que no ten?a ninguna intenci?n de ser controlada d?a y noche por los soldados del cardenal, hizo como si se lo pensara un poco, luego volvi? a hablar. ?Os lo agradezco, Vuesa Eminencia ?y Lucia se agach? un poco para coger la mano del purpurado y besar el anillo para despedirse ?Ya le he dado orden a cuatro de mis hombres para que preparasen los caballos y las provisiones. Estoy bien escoltada. No os preocup?is por m?. Como es l?gico, al d?a siguiente por la ma?ana muy temprano, incluso antes del alba, Lucia imparti? instrucciones a las institutrices de las ni?as, despert? al mozo de cuadra, hizo ensillar a Morocco y se march? al galope, sin ninguna escolta y sin provisiones. Lleg? a la abad?a de Sant’Urbano a ?ltima hora de la tarde. El aire era fresco. A pesar de que luc?a el sol, las monta?as de alrededor todav?a estaban cubiertas de nieve. Subiendo por Esinante hacia la abad?a, Lucia se par? en una amplia llanura salpicada de flores de colores. La caracter?stica de estas flores, llamadas crocus , era la de surgir en los prados de monta?a justo despu?s del deshielo. Los estigmas de los crocus eran muy buscados por las amas de casa y las curanderas. Las primeras, de las plantas cultivadas que florec?an en oto?o, extra?an el azafr?n, ?ptimo condimento de color amarillo rojizo para hacer sabrosos ciertos platos especiales. Las curanderas aprovechaban, en cambio, las propiedades medicinales de las flores campestres que, en la naturaleza, brotaban en primavera. Los estigmas de ?stas ?ltimas eran secados en cuanto eran recogidos y luego conservados en frascos de vidrio bien cerrados. El crocus, adem?s de tener propiedades digestivas, sedativas y tranquilizantes, pod?a, de hecho, resultar t?xico, sobre todo si se tomaba en dosis elevadas o si los estigmas no hab?an sido secados como se deb?a, seg?n las reglas transmitidas de madre a hija. Por lo tanto, una vez satisfecha de su recolecci?n, Lucia se mont? r?pidamente en su caballo para llegar a la abad?a. Entre otras cosas hab?a pedido al prior, Padre Gerolamo, poder utilizar el secadero que sin duda hab?a en el convento. Pero, en cuanto lleg? al sitio, lo primero que le salt? a la vista, y que hizo que pasase a un segundo plano el resto, fue la carreta de Padre Ignazio Amici, abandonada en el patio. Es verdad, estaba recubierta de una hermosa capa de polvo, como demostrando que llevaba all? mucho tiempo. Pero el hecho de que Padre Ignazio pudiese llegar de un momento al otro, la angustiaba much?simo. El Prior, muy probablemente, hab?a vislumbrado desde la ventana de su celda a la damisela titubeante en el patio de la abad?a. As? que hab?a salido para ayudarla a descender del caballo y para darle la bienvenida. ?Mi se?ora, me siento realmente honrado con vuestra presencia. Pero, decidme, ?c?mo hab?is llegado hasta aqu?, en esta estaci?n tan mala y, para colmo, sola, sin ning?n tipo de escolta? ?No es poco prudente para una dama deambular como hac?is vos? ?Bueno, ahora que veo esa carreta, alg?n temor si que tengo. ?No os preocup?is ?sonri? Padre Gerolamo ?Si os refer?s a Padre Ignazio Amici, creo que ya no tendremos m?s relaci?n con ?l y con sus man?as inquisidoras. Hace un a?o y medio, despu?s de haber escenificado aquella farsa de proceso en el Colle dell’Aggiogo, desapareci? y nadie ha sabido nada m?s de ?l. Pero os aseguro que no est? dando vueltas por estos bosques como un lobo. Alguien antes o despu?s lo habr?a visto. Yo mismo he investigado y he encontrado rastros inconfundibles que me han convencido de que nuestro hermano Ignazio, el mismo d?a de las innobles ejecuciones, cay? en una trampa, precipit?ndose en el interior de un manantial sulfuroso. ?Satan?s lo ha reclamado y ha ido derecho al infierno! ?Bien, aunque no deseo la muerte de nadie, ni siquiera de mi enemigo m?s ac?rrimo, esta noticia me tranquiliza. Pero hablemos de los motivos de mi visita. ?Ciertamente, pero no aqu?, se?ora. Est? comenzando a hacer fr?o. Venid conmigo, vayamos a la biblioteca. Conversaremos delante de una hermosa chimenea. La biblioteca era, por s? misma, un ambiente c?lido y confortable. Las paredes estaban casi en su totalidad recubiertas con estanter?as llenas de libros. Cada secci?n estaba marcada con una letra del alfabeto, indicando la inicial del t?tulo de los textos all? conservados. Algunos frailes trabajaban en absoluto silencio sentados en algunos escritorios, dispuestos en el centro de la habitaci?n. Una gran chimenea desprend?a luz y calor por todo el amplio sal?n. A una se?al del Prior, los amanuenses pusieron en orden sus instrumentos y se marcharon, uno tras otro. En fin, Lucia qued? a solas con Padre Gerolamo. Lo primero que hizo fue darle el valioso tomo que le hab?a confiado Bernardino. El Prior lo agradeci?, primero husme?ndolo, para sentir el olor del papel impreso, luego ojeando algunas p?ginas y, en fin, par?ndose ante algunas de las ilustraciones. ??Un magn?fico trabajo! ?dijo mientras se dirig?a hacia la secci?n de la biblioteca se?alada con la letra D. ?Dad las gracias a vuestro amigo tip?grafo. Pocos en el mundo saben trabajar como ?l. ?Es ?l quien os da las gracias. Sin vuestro trabajo, su obra tendr?a un valor muy escaso. Y es por esto por lo que quer?a daros la primera copia que ha impreso. ?Me siento halagado y tambi?n mis hermanos lo estar?n. Pero hablemos de nosotros. Dentro de poco tiempo caer?n las tinieblas e imagino que necesit?is hospitalidad. No tenemos monjas aqu? en Sant’Urbano, por lo tanto deber? haceros preparar una habitaci?n para pasar la noche en la hospeder?a. Espero que no teng?is miedo a estar sola. ?No os preocup?is, estoy muy cansada y dormir? como un lir?n. Y adem?s s?lo se trata de una noche. Ma?ana por la ma?ana me volver? a poner en marcha. Har? una visita de cortes?a al sindaco Germano degli Ottoni y volver? a Jesi antes de ma?ana por la noche. Pero todav?a querr?a pediros un par de cosas. Ante todo me gustar?a rezar y, por lo tanto, os pedir?a poder participar en la plegaria de v?speras junto con vuestros hermanos. ?Esto no es un problema. Recitamos la oraci?n vespertina en la iglesia y siempre hay algunos fieles que asisten. Tomad un puesto en la nave central y rezad al Se?or como mejor os parezca. Hay tambi?n padres confesores, si quer?is aprovechar la ocasi?n. ?Ten?is alguna otra petici?n, mi Se?ora? ?S?, si me lo permit?s. El ?ltimo favor que querr?a pediros es el de dejarme secar los estigmas de los crocus que he recogido esta ma?ana. Sab?is perfectamente que deben ser secados lo antes posible para aprovechar sus propiedades medicinales. ?Por desgracia, no puedo complaceros en esto. El hermano que se encargaba de la farmacia era muy anciano y se ha muerto hace algunos meses. No hemos podido todav?a sustituirlo y, por lo tanto, no hay nadie que sea capaz de utilizar el instrumental que le pertenec?a. Lucia estaba a punto de pedir poder hacer ella misma el trabajo pero, consciente de que su petici?n hubiera sido muy inc?moda para el Prior, se contuvo. Deber?a encontrar una soluci?n alternativa para secar los estigmas antes de volver a Jesi. No sab?a c?mo, pero ya se le ocurrir?a algo. ?Bien, gracias, lo entiendo. Dadme, por lo menos, algunos tarros de vidrio para conservarlos de manera adecuada. ?Muy bien, Se?ora, por eso no os preocup?is. Despu?s de v?speras, pod?is tomar la cena en el refectorio con nosotros y, al final de la comida, nuestro hermano custodio os entregar? los frasquitos que necesit?is. ?Os lo agradezco mucho, Padre, y antes de irme no dejar? de conceder un generoso regalo a vuestro convento. M?s que en los rezos y en los frascos de vidrio los pensamientos de Lucia estaban concentrados en intereses bien distintos, incluso mientras estaba hablando con el prior. Era perfectamente consciente de que aquel d?a, 21 de marzo, ocurr?a el equinoccio de primavera, pero la noche que estaba a punto de llegar ser?a a?n m?s m?gica por la circunstancia astral que prev?a tanto el novilunio como la entrada del sol en la constelaci?n de aries. En su cabeza resonaba una frase que a menudo su abuela le hab?a repetido: La luna nueva en Aries trae el fuego sagrado del amor que nos har? a todas libres. As? que, una vez que qued? sola en la habitaci?n de la hospeder?a, se asom? a la ventana varias veces para admirar la c?pula celeste, que se presentaba a sus ojos como una alfombra de estrellas luminosas, en la cual la luna no se ve?a, pero su presencia se intu?a como un disco oscuro evidente en un punto concreto del cielo. Recordaba una por una las palabras de la oraci?n que su abuela Elena le hab?a ense?ado, para dirigirse a la Tierra, a la Buona Dea. Hazme libre. Enciende el Fuego Sagrado y hazme libre de ser hazme libre para amar. Hazme libre y me ense?ar?s a tener dentro de m? todos los amores del Mundo. Sinti? un escalofr?o a lo largo de la espalda al pensar que cualquiera de los frailes hubiese podido intuir sus pensamientos. La inquisici?n era una instituci?n muy poderosa de la Iglesia, incluso en aquellos lugares perdidos, y no era el caso tener que pelear con ellos. Pero ahora el deseo de llegar a Colle d’Aggiogo, el lugar m?gico en que en su momento hab?a sido iniciada en el arte del curanderismo y donde le hab?a sido entregado el volumen La chiave di Salomone para que fuese su guardiana, era demasiado fuerte. A fin de cuentas, ?qu? hab?a de malo, una vez llegada all? arriba, en encender una hoguera, quiz?s con el fin de secar al calor de la misma los estigmas del crocus, recitar la plegaria a la Buona Dea y celebrar de esta manera el equinoccio de primavera de manera digna, aunque en solitario? Podr?a volver al monasterio antes del alba, antes de la plegaria matutina de los monjes y nadie se dar?a cuenta de nada. Cuando estuvo segura de que todo estaba tranquilo, cogi? los frasquitos con el crocus y sali? al fr?o cortante de la noche, lleg? hasta su caballo, lo solt? y, para no hacer ruido, lo condujo a pie durante un buen trecho, luego salt? a la silla y subi? por la cuesta que, superados los peque?os poblados de Poggio y de Frontale, conduc?a a Colle dell’Aggiogo. La llanura que hab?a delante, la que eran las ruinas de la casa de Alberto y Ornella, estaba iluminada de manera tenue por la claridad azulina emanada por las estrellas. La c?pula celeste era atravesada por la V?a L?ctea y Lucia reconoc?a perfectamente las principales constelaciones, el Peque?o y el Gran Carro, Ori?n, Tauro, el Auriga, el Can Mayor, etc. El lugar recordaba demasiado a Lucia los tr?gicos acontecimientos de los que hab?a sido escenario m?s o menos dos a?os atr?s, as? que decidi? seguir hasta la cumbre de la colina. Localiz? un claro tranquilo, at? a Morocco a un ?rbol, recogi? le?a y encendi? la hoguera. En poco tiempo las llamas se elevaron alegres, dispers?ndose hacia lo alto en miles de pavesas. La joven dispuso los crocus cerca del fuego y se concentr? en las llamas que, por momentos, asum?an formas y tonalidades diversas. Las pavesas convierten todo lo que es invisible e irreal en visible y real. Ahora el rostro de Lucia estaba iluminado por las llamas y todav?a m?s vivo por su luz. La muchacha, inmersa en sus pensamientos y en sus meditaciones, ni siquiera se dio cuenta de las mujeres j?venes que, poco a poco, se estaban acercando a la hoguera y que, cogi?ndose de la mano, se hab?an unido a sus meditaciones. Todo es amor, y el amor libera todo y a todos y nos hace libres. Lucia escuch? llegar estas palabras a sus o?dos, de manera amortiguada, casi como si fuesen pronunciadas en voz baja por ella misma. Luego mir? a su alrededor y se vio circundada por al menos una decena de muchachas que, al calor de la hoguera, hab?an comenzado a desvestirse hasta quedar desnudas, formando un c?rculo alrededor del fuego. Ech? m?s le?a al fuego para reavivar las llamas y aumentar la altura y sinti? tambi?n el instinto de liberarse de los vestidos. El ariete nos envuelve con su abrazo. Nos invita a abrazar, a sentir el achuch?n, a sentir el coraz?n que explota de felicidad en el pecho. Declamando estas palabras, cogi? de la mano a dos de las j?venes cercanas a ella, invitando a las otras a hacer lo mismo para unirse en un c?rculo alrededor de la hoguera. Nos merecemos a nostras mismas. Nos debemos amar a nosotras mismas. Nosotras debemos curar dando amor y amor. Curar es liberar el amor que tenemos dentro y liberar la fuerza que sentimos dentro. Es el momento de florecer y de saborear el aire fresco y lleno de amor. Las muchachas, ahora, doce en total, incluida Lucia, danzaban en c?rculo cogidas de la mano, completamente desnudas, a la luz del fuego y de las estrellas. En esta Luna Nueva, que trae cambio y aprendizaje, debemos solamente abrazarnos entre nosotras y ser capaces de amar hasta el fondo. El ariete trae como regalo el fuego del amor. En ese momento, el c?rculo se rompi? y, de dos en dos, las muchachas se dejaron caer al suelo, comenzando a acariciarse entre ellas, los cuerpos empapados de sudor, que brillaban ante las llamas. Manos que acariciaban caderas, lenguas que buscaban erectos pezones, labios rojos como el fuego que besaban generosas vaginas. La tierra acog?a jadeos y gritos discretos, a medida que cada una de las j?venes llegaba al sumo placer. Luego se cambiaba de compa?era y recomenzaba el rito. Lucia hab?a alcanzado el orgasmo ya tres veces, cuando se dio cuenta de que el fuego estaba disminuyendo, la luminosidad de la c?pula celeste se estaba atenuando y que, hacia el este, se comenzaba a ver la claridad que presagiaba un nuevo d?a. Se dio cuenta de que se hab?a quedado sola, que a su lado no hab?a nadie. ?Ser?a posible que hubiese imaginado todo? ?Ser?a posible que, presa de un trance incontrolable, hubiese s?lo practicado el auto erotismo, estimulada por el calor del fuego? ?No importaba! La noche hab?a sido maravillosa, su cuerpo hab?a gozado, se hab?a fundido con algunos de los elementos de la naturaleza, con el fuego, con la tierra, con el aire, con el agua, ahora sent?a discurrir el riachuelo que estaba all? cerca. En definitiva, estaba en paz consigo misma. Tambi?n los crocus se hab?an secado perfectamente y pod?an ser utilizados para fines curativos. Pero ahora deb?a darse prisa y volver al convento. O decidir no volver en absoluto, para evitar que los frailes, sobre todo el Prior, sospechase de ella y de su comportamiento. No era propio de una doncella dar vueltas por el bosque una noche de luna nueva, sobre todo si coincid?a con el equinoccio de primavera. ?Ser?a tachada de bruja enseguida! Por lo tanto, recogi? sus cosas, recuper? su caballo y se dirigi? hacia el centro poblado de Apiro. Mejor contar al Prior que hab?a partido muy temprano para no molestar a los frailes. A fin de cuentas, Germano degli Ottoni, a cuya casa se estaba dirigiendo, confirmar?a la versi?n de los hechos, en el caso de que alguien tuviese una sombra de duda. Pero quiz?s eran precauciones del todo in?tiles. Cap?tulo 10 Con la impresi?n de ser espiados a cada momento durante su recorrido, Andrea, Fulvio y Geraldo llegaron a Ferrara cuando ya era bien entrada la noche. Hab?an iluminado el camino con las antorchas, sobresalt?ndose ante el m?nimo ruido. S?lo la visi?n de la imponente silueta del castillo estense consigui? calmar sus ?nimos. En efecto, desde el poblado de Pallantone a Ferrara no hab?an encontrado ni un alma pero el temor de toparse de nuevo con bandas de lansquenetes hab?a invadido sus ?nimos durante todo el trayecto. El castillo de San Michele era un enorme baluarte, circundado por un impresionante foso, hecho erigir hac?a m?s o menos siglo y medio por voluntad del Marchese Niccol? II. Andrea y sus compa?eros entraron a la carrera por la puerta principal, encontr?ndose en el patio interno de la fortaleza. No fueron interceptados por los guardias s?lo porque ?stos ?ltimos hab?an sido avisados de su llegada por el Duca Alfonso en persona. De lo contrario los tres hombres armados, que atravesaban el puente sobre el foso para llegar al interior de la fortaleza hubieran sido un blanco f?cil para las flechas de los guardias de las almenas. De hecho, aunque la puerta estaba abierta, toda la fortaleza estaba bien custodiada por centinelas, presentes en gran n?mero en las torres y en los caminos de ronda. Alfonso I d’Este ten?a 47 a?os pero demostraba muchos m?s, quiz?s extenuado por su vida matrimonial con Lucrecia Borgia, de la que hab?a tenido siete hijos, de los cuales tres hab?an muerto a corta edad, y por una grave herida recibida en el a?o del Se?or de 1512 en la defensa de Cento. Recibi? a Andrea en la sala de audiencias, vestido perfectamente con una zamarra de terciopelo rojo, ce?ido a la cintura con un elegante cintur?n de seda y sobrepuesta por un manto de armi?o. En el cuello el Duca resaltaba un gran collar met?lico finamente labrado, con un colgante donde estaba representada la efigie de su difunta esposa, Lucrezia, muerta de parto en el a?o 1519. Tambi?n Isabella Maria, la hija nacida en esta desafortunada ocasi?n, hab?a muerto a los dos a?os de edad. El Duca ten?a fama de guerrero, tanto que, durante las audiencias, como en ese momento, llevaba la espada envainada sobre su flanco izquierdo, con la empu?adura que sal?a del cintur?n de manera evidente. Por la otra parte, a la derecha, una talega de cuero que le serv?a para llevar dinero contante para utilizar cuando fuera necesario. Alfonso I d’Este no era s?lo un gran experto en t?cnicas bal?sticas sino tambi?n un maestro de artiller?a, un metal?rgico y un fundidor de ca?ones, tanto era as? que era llamado el Duque Artillero. En el a?o 1509, durante la batalla de Polesella, los ca?ones del ducado de Ferrara, fundidos bajo su supervisi?n, hab?an conseguido desmantelar una flota veneciana que hab?a remontado el Po para llegar a la ciudad estense. El Duca y sus artilleros hab?a esperado que una providencial crecida del Po elevase las naves hasta la l?nea de tiro de los ca?ones, luego hab?an hecho fuego, destruyendo gran parte de la flota. En su momento, la derrota naval de la rep?blica veneciana por parte de un ej?rcito terrestre hab?a producido una gran impresi?n y hab?a favorecido la reconciliaci?n entre la Serenissima y la ciudad de Ferrara. Recientemente el Duca hab?a puesto a punto una nueva t?cnica de fabricaci?n de la p?lvora negra, usada por ?l para la creaci?n de una nueva arma mort?fera, llamada granada, que hab?a sustituido a los proyectiles explosivos. La granada, lanzada por medio de armas de fuego, ca?ones o bombardas, se activaba al contacto con el suelo. La p?lvora negra de su interior explotaba y la deflagraci?n esparc?a materiales a su alrededor, como esquirlas y fragmentos met?licos, destinados a herir al enemigo. El Duca, con los ojos cansados y enrojecidos, invit? a Andrea a acercarse y, al mismo tiempo, llam? a su lado a otro hombre, que apareci? pavone?ndose desde una puerta secundaria. Con no poca sorpresa Andrea reconoci? a Franz, el lansquenete con el que se hab?a enfrentado unas horas antes. El hombre se puso al lado del Duca con una sonrisita estampada en el rostro. Andrea, a su vez, lo mir? de mala manera. Pero deb?a poner al mal tiempo buena cara y esperar a que fuese el Duca Alfonso quien le dirigiese la palabra. Con un movimiento de la mano, ?ste ?ltimo, hizo sentar a sus hu?spedes en la mesa ya preparada. Los sirvientes echaron vino en las copas y luego se marcharon, dejando al terceto a solas. ?Hoy es un d?a de suerte para m? ?empez? el Duca alzando la copa y saboreando el vino. ?Casi al mismo tiempo, uno desde el norte, y otro desde el sur, han llegado a Ferrara, ante m?, dos valientes guerreros, es m?s, me atrever?a a decir, dos valientes condottieri. Venga, estrechaos las manos y haceos amigos porque es mi intenci?n confiaros una importante misi?n que llevar?is a cabo juntos. ?Franz de Vollenweider, Signore del Sud Tirolo, os presento al Marchese Franciolini, Signore de las tierras del Alto Montefeltro! Andrea, pensativo, dio un sorbo al vino, hincando el diente a un trozo de focaccia mojada en la salsa del estofado de pintada. ??Signore del Sud Tirolo? ?dijo Andrea volvi?ndose hacia el Duca. ?En el poblado de Pallantone, hoy a la hora de comer, este Signore, me dio la impresi?n de ser un loco lansquenete m?s que otra cosa. ?Ya nos conocemos! ?Ya ?respondi? el otro ??Si no me equivoco me deb?is un hombre y una espada! ??Venga, fuera rencores! ?volvi? a hablar Alfonso, vaciando la copa de vino y emitiendo un sonoro eructo ?Ahora necesito que os pong?is de acuerdo. Deb?is ir en mi lugar a ver a Giovanni dalle Bande Nere, all? arriba en el bergamasco, cont?ndole importantes noticias de mi parte y de parte del Santo Padre. ?Si deb?is darle nuevas, ?por qu? no enviarle un mensajero en vez de dos valientes condottieri, como nos hab?is llamado hace poco? ?intervino Andrea, llev?ndose a la boca un buen bocado de pecho de pintada y hablando con la boca llena. ?Dejadme que me explique, Marchese Franciolini. La cuesti?n es delicada y llegar a Bergamo, es m?s al pueblo de Caprino Bergamasco, donde est? acampado Ludovico di Giovanni de’ Medici con sus soldados de fortuna, no es f?cil, es muy arriesgado. Y es por esto que s?lo vosotros dos, juntos, podr?is llevar a cabo la misi?n con ?xito. Vos, Andrea Franciolini, sois una persona de notable inteligencia y de conocidas dotes diplom?ticas. Adem?s de un condottiero, ten?is fama de ser un sabio administrador. Adem?s ya conoc?is a Giovanni, que seguramente se fiar? de vos. Por su parte, Franz es capaz de mantener a raya a las bandas de lansquenetes que infestan la zona, ya que conoce muy bien sus h?bitos y habla su lengua. Creo que pod?is conseguir llegar a la zona de Bergamo sin sufrir bajas, algo casi imposible para un mensajero que, aunque fuese escoltado, podr?a ser degollado sin m?s. ?Por lo que yo s?, Giovanni dalle Bande Nere est? ocupado en dos frentes, es decir que est? enfrent?ndose a dos enemigos distintos ?volvi? a hablar Andrea, interrumpiendo otra vez al Duca Alfonso ?En el pasado mes de agosto, fue contratado por los imperiales y est? combatiendo contra los franceses y sus miras expansionistas en Italia. Sobre todo est? protegiendo Milano, para intentar mantenerla en poder de los Sforza, que son sus familiares por parte de madre. Pero tambi?n combate contra los lansquenetes, que aspiran a la misma ciudad por cuenta del emperador Carlo V, porque desde aqu? ser?a f?cil expandirse hacia el sur, hacia Firenze y, por lo tanto, hacia Roma. ?El Asburgo quiere reunirse con sus primos napolitanos, los de Arag?n, para tener toda Italia bajo su corona! Pero no puede exponerse demasiado, as? que manda por delante un ej?rcito irregular, del que, si es necesario, pueda renegar en cualquier momento. ?Perfecto, veo que est?is bien informado, pero lo que no sab?is, por haber viajado por mar durante unos d?as, y que representa el acontecimiento m?s importante, es que hace unos diez d?as, precisamente el 23 de septiembre, el Papa Adriano VI ha muerto de repente. Y todos nosotros sabemos que ser? reemplazado por un Medici, por el arzobispo de Firenze. Giulio de’ Medici intentar? una posible alianza con los franceses, justo para evitar que el emperador, Carlo V, llegue hasta Firenze y luego a Roma. Por lo tanto, lo que deb?is contar a Giovanni es que su t?o est? dispuesto a pagar todas sus deudas, siempre y cuando comience a pensar en dejar de luchar contra los franceses. Ha conseguido unas hermosas victorias a su costa, rechazando en estos d?as incluso al ej?rcito suizo, que estaba bajando desde Valtellina para ayudarlos. Pero de ahora en adelante ya no ser? necesario. Deber? concentrar sus esfuerzos en combatir s?lo a los lansquenetes. Dicho esto, dicho todo. ?Honremos ahora la mesa! En cuanto el Duca Alfonso bati? las manos, las puertas del sal?n se abrieron de par en par y los siervos volvieron a entrar con una enorme bandeja, donde se exhib?a un jabal? entero asado, que fue puesto en el centro de la mesa. Otras bandejas m?s peque?as, que conten?an verduras y diversas salsas, rodearon en poco tiempo a la primera. Adem?s de vino, en honor de Franz, fue llevada a la mesa tambi?n una jarra de un l?quido de color del ?mbar, espumeante y fresco. ?Endlich Bier! ?exclam? el lansquenete. ??Por fin cerveza, y de la buena! ?Bebed y comed todo lo que quer?is, amigos m?os ?aconsej? el Duca a sus hu?spedes. ?Ma?ana, antes de amanecer, tendr?is unas cabalgaduras frescas y partir?is enseguida a Bergamo. ??Y mi escolta? ?pregunt? Andrea ??Fulvio y Geraldo me seguir?n en esta aventura? ?No, deber?is ir vosotros dos solos. Me ocupar? yo mismo de que los dos hombres puedan ir a Mantova para reunirse con vuestra compa??a y con el Capitano da Mar Tommaso de’ Foscari. Vos mismo, Marchese, en cuanto termin?is la misi?n, podr?is llegar con facilidad a la ciudad de los Gonzaga o, si os apetece, ir con vuestro amado Duca della Rovere al castillo de Sirmione. ?sta ?ltima soluci?n os evitar? una inc?moda y tambi?n larga navegaci?n, desde la d?rsena de Mantova al lago de Ben?co, a trav?s de r?os, canales y campos anegados, para m?s inri a bordo de una nave demasiado grande para maniobrar con agilidad en tales aguas. ?Bien, esto lo considerar? en el momento justo ?respondi? Andrea ?Acepto de buen grado una misi?n que me ha sido requerida por un se?or reconocido amigo y aliado del Duca Francesco Maria della Rovere. Pero, ?qu? garant?as me ofrec?is de que el aqu? presente Franz, una vez que sea llevada a cabo la misi?n, no se vuelva en contra nuestra? ?De la misma manera que ahora nos hace creer que est? de nuestra parte podr?a hacer el doble juego y pasarse de nuevo al bando de sus amigos lansquenetes y de su querido emperador Carlo V! Al escuchar estas palabras una sonrisa sard?nica se estamp? en los labios de Franz que contest? a Andrea adelant?ndose al Duca Alfonso. ??Venga, Marchese! Consideremos la escaramuza de hoy como agua pasada. Quiero condonar las deudas que ten?is conmigo. A fin de cuentas, mi amigo ser? sustituido admirablemente por vos, que sois mucho m?s valioso como compa?ero de aventuras compar?ndoos con aquel palurdo que hab?is matado. Por lo que respecta a mi espada, mi katzbalger, os la quiero regalar. Yo tengo otras y ?estoy seguro de que le dar?is un buen uso! ?Una espada poco manejable, dir?a. De todas formas os lo agradezco y acepto el regalo, pero todav?a no me parece suficiente garant?a. ?Pero ser? suficiente, como garant?a de mi buena fe, lo que el Duca me ha prometido como recompensa ?a?adi? Franz bajando la cabeza en se?al de respeto al Duca y esperando que fuese este ?ltimo el que tomase la palabra. ??Cierto! He prometido a Franz que, en el caso de que la misi?n tenga ?xito, podr? volver, con todos sus derechos, a sus tierras del Sud Tirolo. Ser? nombrado Arciduca de Bolzano y tendr? la jurisdicci?n sobre la ciudad y sobre todo el valle del Adige. El Alto Adige se convertir? en territorio independiente y garantizar? yo mismo la protecci?n de sus fronteras ante los ej?rcitos imperiales. Y ser? un estado que har? de colch?n entre el Imperio y nuestra Italia, ahora que la mayor parte de los gobiernos italianos se est?n aliando con el Rey de Francia. Andrea, pensativo, se tom? otra copa de vino. Se qued? durante un momento en silencio, a continuaci?n volvi? a hablar. ?Perfecto, me conviene. Entonces, pido perd?n, pero estoy muy cansado y me gustar?a retirarme a reposar. Franz… ?Oh, os pido excusas! Arciduca di Vollenweider, nos vemos ma?ana por la ma?ana antes del alba en las caballerizas. Y hablando de esta manera abandon? el sal?n, ostentando indiferencia. Pero en su coraz?n, las dudas continuaban asalt?ndolo. No se fiaba del germano y de ninguna manera bajar?a la guardia, a pesar de la afirmaci?n del Duca d’Este. Y tampoco se fiaba de Giovanni dalle Bande Nere. S?lo estar?a a salvo cuando estuviese junto a Della Rovere en Sirmione. Incluso si ten?a que volver a subir en aquel maldito gale?n veneciano. ?Mejor soportar los mareos que morir a manos de un godo! Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=65971510&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
Наш литературный журнал Лучшее место для размещения своих произведений молодыми авторами, поэтами; для реализации своих творческих идей и для того, чтобы ваши произведения стали популярными и читаемыми. Если вы, неизвестный современный поэт или заинтересованный читатель - Вас ждёт наш литературный журнал.