Ó Åñåíèíà – áåðåçà! Ó ìåíÿ èõ – ðîùèöà! Ïðîáóäèëèñü îòî ñíà Ìèëûå ïðèòâîðùèöû. Òîíêîñòâîëûå ïîäðóæêè – Äåâû ãîâîðëèâûå. Âîäÿò â áåëûõ ñàðàôàíàõ Õîðîâîäû äèâíûå. Çàäåâàþò âåòî÷êàìè Âñåõ, êòî ñ íèìè øåï÷åòñÿ. Íà âåòðó èõ ëåíòî÷êè Äà ñåðåæêè òðåïëþòñÿ. Òåðïêèå, ñìîëèñòûå Ïî÷êè çðåþò â êîñîíüêàõ.  îñòðîâêàõ-ïðîòàëèíêàõ Íîæêè ñòûíóò áîñîíüêè. Âäð

Un Cuarto De Luna

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Un Cuarto De Luna Massimo Longo Maria Grazia Gullo Un cuarto de Luna: El mundo en el que se ha refugiado Elio tal vez no sea fruto de su fantas?a, sino un cuadro que alguien cre? a su alrededor. Durante unas vacaciones en el campo, podr? conocer una Vig?a que le revelar? la verdad y, junto a un divertido grupo de amigos, reales y fant?sticos, luchar? por recuperar su libertad. Las aventuras de este ni?o te permitir?n conocer a Demonios, Vig?as, Sombras, Bosowe, Guardianes Jiwon, cantos m?gicos… e ir?s de paseo por el mundo usando sem?foros, girando alrededor de un baobab o volando en una esfera de hielo. Maria Grazia Gullo - Massimo Longo Un cuarto de luna Vig?as de Campoverde Traducido por Erika Cosenza Copyright © 2018 M.G. Gullo – M. Longo L'immagine di copertina e la grafica sono state realizzate e curate da Massimo Longo Tutti i diritti riservati. Pr?logo —Ver?s que saldr? todo bien, ya eres grande… Vuelve a jugar con los dem?s ni?os, ?nos volveremos a ver, te lo prometo! El ni?o miraba, con ojos velados de l?grimas, c?mo lentamente desaparec?a quien hab?a sido su compa?ero de juegos desde que ten?a memoria. Corri? r?pidamente hacia los carruseles del parque soleado, donde volvi? a jugar con los ni?os del vecindario, mientras el recuerdo de su amigo imaginario se desvanec?a. Lleg?, entre empujones, su turno en el tobog?n. No espero ni un instante y se lanz? en bajada con todo el impulso posible. No tuvo siquiera tiempo de llegar al fin del descenso. Vio aparecer delante de sus pies a una ni?a rubia muy peque?a, que se hab?a escapado del control de su mam?. No logr? frenar y la golpe? con violencia. La ni?a perdi? el equilibrio y se golpe? la cabeza contra el borde de cemento que rodeaba al tobog?n. Trat? de llegar hasta ella para asegurarse de que no se hubiera hecho mucho da?o, pero la madre, que hab?a llegado a socorrerla, lo empuj? de mal modo. En lo que le pareci? un instante, un enjambre de abuelos, abuelas y mam?s se arremolinaron alrededor de la accidentada. Solo lleg? a o?r una cosa mientras intentaba hacerse lugar en medio del bosque de piernas adultas: —?Se desvaneci?! ?Llamen a una ambulancia! Esa voz le resonaba feroz en los o?dos. El miedo lo apres?. Corri? hacia el bosquecito que hab?a detr?s del parque. De golpe, todo a su alrededor se oscureci?. Un viento g?lido llevaba extra?os sonidos; junto con las palabras o?das hac?a apenas unos minutos, comenzaron a resonar versos que no lograba entender, le llegaban desde atr?s de un grupo de ?rboles donde aparec?a una sombra larga. Luego, la voz se hizo cada vez m?s insistente, llegaba desde diferentes direcciones. Ahora estaba cerca, siempre cada vez cerca, hasta que le susurr? al o?do: «Damnabilis ies iom, mirdo cavus mirdo, cessa verunt ies iom, mirdo oblivio ement, mors damnabils ies iom, ospes araneus ies iom…». Se apret? fuerte la cabeza con las manos para no o?r, pero era in?til. Cay? de rodillas. Sus ojos se apagaron… «Damnabilis ies iom, mirdo cavus mirdo, cessa verunt ies iom, mirdo oblivio ement, mors damnabils ies iom, ospes araneus ies iom…». Cap?tulo 1 Es tan huidizo cuando intento abrazarlo —?Elio, Elio, r?pido! ?Ay?dame con las bolsas de las compras antes de que llegue la tormenta! Elio estaba inm?vil dentro de sus zapatos nuevos y miraba a su madre, haciendo cosas sin descanso. —?Elio! ?Qu? haces all? clavado al suelo? ?Toma! —Lo sacudi? y le carg? los brazos con una enorme bolsa de verduras. Elio no ten?a intenci?n de hacer otra cosa, subi? los escalones exteriores del edificio y, gir?ndose de espaldas, empuj? el port?n. Se detuvo a mirar la maldita luz roja parpadeante del ascensor y, vencido, subi? las escaleras hasta su casa. Tras apoyar la bolsa sobre la mesa de la cocina, se fue derecho a su habitaci?n a escuchar m?sica recostado en la cama. A solo terminar de subir las escaleras, la madre cansada fue en su busca. Se asom? a la puerta de su habitaci?n gritando. —?Qu? est?s haciendo? A?n no hemos terminado. ?Ven a ayudarme! —S?, s?… ya voy…—respondi? Elio sin moverse, solo para librarse de ella. Giulia se aloj?, esperando que esta vez fuese diferente. Estaba desesperada, ya no lograba sacudir a este hijo que se volv?a cada vez m?s ap?tico. Desde la entrada, se oyeron los veloces pasos de la hermana, que lo llamaba con voz alegre. —?Elio! ?Elio! Mueve el trasero de esa cama y ven t? tambi?n a ayudar a mam?, que te est? esperando abajo —le grit? sabiendo que era in?til. Elio no se movi? y continu? mirando el techo indiferente, tras haber aumentado el volumen. Giulia, agotada m?s por la lucha con el hijo que por el cansancio, termin? de descargar las compras junto a su hija, Gaia. No hac?a m?s que pensar en Elio, mientras sub?a las escaleras de ese edificio de cinco pisos, blanco y naranja como todos los del vecindario popular de Gialingua, donde viv?an, en el cual el ascensor funcionaba un d?a s? y un d?a no y, qui?n sabe por qu?, nunca aquellos d?as en los que ten?a que subir con las compras. Viv?an veinte familias, en sendos apartamentos que se asomaban a lados opuestos. —?Esta es la ?ltima vez que haces eso! —le grit? desde la cocina— ?Cuando llegue tu padre vamos a poner orden! Elio ni siquiera la o?a, inmerso en la m?sica mon?tona que le entraba por las orejas sin involucrarlo emotivamente. Nada y nadie podr?a sacarle la sensaci?n de aburrimiento y paranoia que lo invad?a. Su mundo privado de intereses que lo cubr?a como si fuera la mantita de Linus. ?l era as? y era necesario que el mundo lo aceptase. Gaia era muy diferente: ten?a quince a?os, cabellos cortos y negros y ojos despiertos y curiosos. Las veinticuatro horas del d?a no le alcanzaban para atender todos sus intereses. Tambi?n Giulia era din?mica. A diferencia de la hija, su cabellera era rubia y rizada y ten?a un ligero sobrepeso, pero era ?gil y decidida; en resumen, la cl?sica mam? de cuarenta y dos a?os llena de compromisos, dividida entre trabajo y familia. Ya era la hora de cenar, pero desde el cuarto de Elio no llegaban se?ales de ning?n tipo. Silencio absoluto. En verdad, no hab?a cambiado la posici?n asumida luego de haberse arrojado sobre la cama y haberse puesto los auriculares. Se oy? el ruido de las llaves en la cerradura de la puerta de entrada; en ese preciso instante, sin dar tiempo a que la puerta se abriera, la voz alterada y quejumbrosa de Giulia, que se descargaba sobre el marido: —?No se puede seguir as?! —Dame tiempo de entrar, tesoro… Giulia bes? al marido e inmediatamente retom? las quejas. —Otra vez Elio, ?no? —pregunt? el hombre con voz resignada. —?S?, ?l! —respondi? Giulia. Todo esta conversaci?n se desarrollaba mientras Carlo, luego de sacar el recipiente de comida que dejar?a en la cocina, se dirig?a a guardar en el armario el bolso en el que llevaba al trabajo una camisa de recambio por el calor sofocante que ya se hac?a sentir, aunque reci?n estaban a fines de mayo. De la misma edad que su esposa, era un hombre apacible. Sus cabellos, ya casi completamente grises, en una ?poca hab?an sido azabaches como los de la hija. De rostro alargado y mejillas hundidas, sobre la nariz aguile?a se apoyaba un par de anteojos redondos de metal. —?No me puedes contar despu?s de cenar? —le pregunt? con dulzura a la esposa, con la esperanza de calmarla. —Tienes raz?n, tesoro —respondi? ella, pero, sin darse cuenta, sigui? quej?ndose hasta que empezaron a comer. Por suerte, estaba Gaia, que no paraba de contar qu? hab?a hecho durante el d?a, transformando en modo ir?nico y divertido incluso los peque?os fracasos. Hab?a terminado de poner la mesa, cuando la madre le dijo: —Ve a llamar a Elio. —Es in?til —respondi?—. Sabes que no se mueve si no va pap?… —Desde que lo traje de la escuela que no sale de su cuarto. Est? empeorando —Giulia le dijo al esposo. —?No hab?amos dicho que ten?a que comenzar a volver solo? —Estaba por esa zona porque hice las compas… —?Siempre tienes una excusa para protegerlo y luego te quejas! Carlo sacud?a la cabeza con aire de desaprobaci?n hacia la esposa, se levant? del sof? y fue a llamar al chico. Entr? en la habitaci?n sin golpear y encontr? a Elio como la madre lo hab?a dejado. Ten?a los ojos fijos en el techo, mirando al vac?o, a?n ten?a puesto los auriculares inal?mbricos blancos, ni siquiera se hab?a sacado los zapatos… Carlo no lograba reconocer en ese muchacho al ni?o al que acompa?aba a andar en bicicleta. Ahora ten?a trece a?os y era casi tan alto como ?l. Impulsado por la pereza, se hab?a rapado los bucles rubios y abundantes que ten?a de ni?o, para no tener que cuidarlos. Sus ojos verdes a?n eran muy hermosos, pero estaban apagados. En los ?ltimos a?os ya no reaccionaban a ning?n est?mulo. No o?a su risa desde hac?a tanto tiempo que hab?a olvidado su sonido. Lamentaba no poder pasar con ?l el mismo tiempo que le dedicaba de peque?o; sin embargo, dudaba de que ahora sus atenciones hubieran sido bien recibidas. Desafortunadamente, algunos a?os antes, a causa de la crisis econ?mica, hab?a perdido el trabajo cerca de su casa. En realidad, m?s que la crisis, lo que impuls? la relocalizaci?n de la multinacional en la que trabajaba, hab?a sido el incremento de las ganancias, un comportamiento que comparten muchas de estas corporaciones. Logr? con esfuerzo encontrar un nuevo empleo, pero, desafortunadamente, ten?a que recorrer muchos kil?metros por d?a y combinar varios medios de transporte, lo cual le hab?a quitado tiempo con la familia. Adem?s, volv?a tan cansado que le costaba estar presente aun estando all?. Despu?s de cenar, se recostaba en el sof? e, inevitablemente, se quedaba dormido a pesar del esfuerzo que hac?a para mantener los ojos abiertos. Carlo le hizo se?as de que se sacara los auriculares, y Elio cumpli? la orden para evitar tener que aguantar que un largo serm?n le atormentara el cerebro. —Ven a comer. Es hora de cenar —lo intim? enfadado—. ?Tu madre dice que est?s aqu? sin hacer nada desde las cuatro! Elio se levant? y, con la cabeza gacha, pas? cerca del padre sin esforzarse por hablarle y dirigi? a la cocina. Gaia ya estaba sentada lateralmente a la mesa rectangular, que ya estaba lista, y con el tel?fono en la mano intercambiaba mensajes con las amigas para organizar los pr?ximos eventos. Elio se sent? frente a la hermana y no le dirigi? la palabra durante toda la cena. La cena transcurri? tranquila, todos hablaban de las cuestiones del d?a, salvo Elio que dio algunos mordiscos a un s?ndwich y, apenas fue posible, se retir? nuevamente a su habitaci?n, para gran decepci?n de la madre, que encontr? eco en la expresi?n triste del padre. Ya solos, Giulia y Carlo, mientras terminaban de limpiar la mesa, retomaron el tema habitual de los ?ltimos a?os: la preocupaci?n por el comportamiento del hijo. —?En qu? nos estamos equivocando? ?No logro entenderlo! —dijo Giulia. —?Yo lo descuido demasiado! —se acus?, como siempre, Carlo. —No eres el ?nico padre que se ve obligado a pasar tantas horas fueras de casa por trabajo y, adem?s, yo estoy aqu? todas las tardes —le repiti? por en?sima vez Giulia, que no quer?a que Carlo cargase sobre sus hombros tambi?n el temor de ser el problema del hijo. —No es un tema de car?cter, Giulia, porque Elio no era as?. ?Lo sabes! —Yo tambi?n querr?a que fuera as?, Carlo, pero al crecer se cambia y, adem?s, como ves, las cosas empeoran cada vez m?s. Tambi?n en la escuela es un desastre. Esperemos que no tenga que recuperar ninguna materia, si no, no lo vamos a poder mandar ni siquiera a la colonia como otros a?os, ?y el centro de verano de la ciudad ser?a el golpe de gracia para que se transforme en una ameba! Giulia, los otros chicos se divierten en el centro de verano. A los hijos de Francesca y Giuseppe les encanta. ?Sabes que en la colonia tampoco hace nada! Debemos encontrar una alternativa, algo que lo obligue a reaccionar. Ni siquiera parece estar vivo. ?Recuerdas c?mo ?ramos a su edad? —?Claro! A la noche, mi madre me gritaba desde la puerta para avisarme que ya estaba la cena, y la mayor?a de las veces yo ni la o?a, de lo entretenida que estaba corriendo por el campo y rodando por el pasto. Viv?amos libres y felices. Claro que en la ciudad no podemos ofrecerle eso, pero ?l no sabe aprovechar ni siquiera la colonia. No tiene un solo amigo, nadie a quien invitar a casa para cortar con esta mon?tona existencia que se lo est? comiendo. No permite que nade se acerque demasiado a su coraz?n, a veces me pregunto qu? siente por nosotros. Es tan huidizo cuando intento abrazarlo… —Giulia, los chicos de esa edad ya no quieren los mimos de la mam?, pero estoy seguro de que nos ama. Es solo que no encontramos la clave justa para comunicarnos con ?l. Debemos encontrarla. Debemos encontrar el modo de sacudirlo. He pensado hablar con Ida, que tiene dos varones. Tal vez nos pueda dar alg?n consejo. —?Temes que siga los pasos de Libero? ?Tienes miedo de que sea un trastorno psicol?gico hereditario? —pregunt? Giulia. —No, Libero tuvo problemas diferentes, vinculados con la muerte de su padre, pero hay una base com?n y la experiencia de Ida puede sernos ?til. Ha hecho milagros con ese chico luego de que se mudaron al campo. ?Y sola! Y teniendo que cuidar la granja. —S?, h?blale. Conf?o en tu hermana, tiene una forma de ver las cosas que me gusta. —?Cu?ndo llega el bolet?n de calificaciones? —pregunt? Carlo. —El 19 de junio… —Demasiado tarde para decidir. P?dele a la profesora de italiano que te reciba. Debemos decidir d?nde mandar a los chicos, ni el centro de verano ni la colonia esperan hasta esa fecha —propuso Carlo. —S?, tienes raz?n. Mejor estar seguros de la situaci?n, aunque Elio no va tan mal en la escuela. Solo que, como en todo lo que hace, no pone el alma. ?Sabes que hoy llegaron los nuevos vecinos del segundo piso? Parecen buena gente. La se?ora Giovanna me ha dicho que mudaron de Potenza. ?Bastante lejos! No ser? f?cil para ellos los primeros tiempos. Tienen un hijo de la edad de Elio. Podr?a invitarlo alguna tarde… —Giulia se dio cuenta de que Carlo, recostado en el sof?, ya dorm?a—. Dale, vamos a dormir, tesoro —lo despert? susurr?ndole con dulzura. Cap?tulo 2 Lo obsesionaba con un susurro g?lido Elio estaba quieto en la ancha vereda delante de la escuela. Todos se apresuraban y se lanzaban a los autos de los padres o se iban en grupos hacia su casa. ?l, con la esperanza de que su madre no se hubiera ido despu?s de la entrevista con la profesora de italiano, miraba aturdido de un lado al otro, como buscando la salvaci?n en forma del auto materno. La explanada de la escuela se vaci? en poco tiempo, y Elio debi? resignarse a irse caminando. Odiaba moverse y, a?n m?s, regresar por ese maldito bulevar de los tilos, que separa la escuela de su casa. Espero todav?a unos minutos, luego se puso en marcha lentamente. Le orden? al pie que se alzara, algo que puede parecer simple para cualquiera, pero a Elio, que desde hac?a a?os se comunicaba muy poco con sus miembros, le parec?a una enormidad. Comenz? el recorrido girando a la izquierda en la avenida y, apenas dobl? la esquina, se encontr? en el tramo m?s odioso. La avenida estaba flanqueada por a lo que cualquier persona le habr?an parecido maravillosos tilos en flor que, gracias al viento, perfumaban todo el vecindario. Paso tras paso, con esfuerzo, se encamin? hacia la larga fila de ?rboles. Ten?a la desagradable sensaci?n de que lo segu?an. Se volte? de golpe y le pareci? ver que una bestia, completamente negra, se ocultaba detr?s de un ?rbol. «No puede ser», se repet?a. «?Me pareci? que ese extra?o perro ten?a anteojos!». Retom? la marcha asustado, le parec?a ver peque?as sombras negras detr?s de los ?rboles. Como si eso fuera poco, el viento que soplaba entre las ramas lo obsesionaba con un susurro g?lido que le llegaba a las orejas y que, m?s precisamente, se le clavaba en el cerebro. No lograba entender qu? significaban esos sonidos. Presa de esa sensaci?n desagradable, le orden? a su cuerpo que intentara correr. Estaba sudando; m?s corr?a y m?s los sonidos parec?an perseguirlo y las sombras acercarse. Aceler? lo m?s posible, oy? una voz feroz que lo intimaba a detenerse. Se gir? de golpe, y otra vez le pareci? ver algo negro que se escond?a detr?s de un ?rbol cercano. Ya hab?a casi llegado a la esquina que lo sacar?a de esa pesadilla. Sinti? que un aliento le rozaba la nuca, se volte? sin dejar de correr, y algo lo golpe? como una furia y lo arroj? al suelo. Elio, trastornado, se cerr? como un erizo y se cubri? la cabeza con las manos. En ese preciso instante, oy? que una voz querida lo llamaba. —?Elio! ?Elio! ?Qu? demonios est?s haciendo? —Era la hermana que le gritaba enfadada porque la hab?a atropellado. Gaia se dio cuenta de que Elio estaba en una condici?n penosa. Y su tono se volvi? m?s calmo—: ?C?mo est?s? Al sentir su voz, Elio abri? los brazos y levant? la cabeza. Gaia not? su rostro desencajado, m?s blanco incluso que de costumbre y sudado. Reflexion? un instante sobre el hecho de que estuviera corriendo, algo ins?lito en ?l. Le pareci? que estaba escapando de algo o alguien y lo ayud? a ponerse de pie. —?Por qu? corr?as de ese modo? —le pregunt?—. ?Qu? te asust?? Gaia no recordaba haberlo visto correr en los ?ltimos a?os. Elio no respondi?, solo quer?a alejarse lo m?s r?pido posible de esa calle. Sin decir nada, dobl? en la esquina. Gaia lo sigui? preocupada. —?Elio! —lo llam? de nuevo. —?No es nada! —respondi? Elio de mal modo—. ?No es nada! La preocupaci?n de Gaia se transform? en rabia por su comportamiento. —?Nada dices? ?Me atropellaste y no dices nada! Elio, para evitar m?s choques que pusieran a prueba su f?sico ya extenuado, se disculp?. —Perd?name —dijo. Estas disculpas tan superficiales irritaron a?n m?s a Gaia; no obstante, no se alej? del hermano, que la segu?a preocupando. El domingo por la ma?ana Carlo y Giulia hab?an finalmente tomado una decisi?n y, mientras preparaban el desayuno, conversaban al respecto a la espera de comunic?rsela a los chicos, que a?n dorm?an. —Fue verdaderamente amable al hacernos esa propuesta, esperemos que los chicos no den problemas —dijo Giulia sonriendo. Hacer esa elecci?n hab?a sido dif?cil, pero ella y Carlo sent?an una extra?a euforia ahora que ya estaba decidido. —Gaia estar? feliz —dijo Carlo—. Y Elio, vas a ver que ser? impasible, como siempre. —No s?, Gaia tiene muchos amigos en la colonia. No le gustar? no ir; Elio, en cambio, la detesta —coment? Giulia. —Ya no aguanto: voy a despertarlos —propuso Carlo resuelto y fue hacia los dormitorios llamando a los hijos. Ni siquiera les dio tiempo de lavarse la cara. —Mam? y yo hemos decidido lo que van a hacer este verano. La escuela termina el viernes, ?y el s?bado por la ma?ana estar?n en la estaci?n con una valija en la mano! —?Pero la colonia empieza dentro de quince d?as! —hizo notar Gaia preocupada mirando a la madre que, desde la puerta de la cocina, segu?a la escena que transcurr?a en el pasillo. —Es que este a?o no van a ir a la colonia —explic? Giulia, y confirm? los temores de la hija— Hemos pensado regalarles un verano como los que nosotros ten?amos cuando ten?amos su edad. —?Que es qu?? —pregunt? Gaia mientras Elio permanec?a en silencio con un aire cada vez m?s sombr?o. —Aire libre, correr hasta perder el aliento, nadar en el lago y noches de pueblo —respondi? Carlo a la hija. Gaia ve?a que sus padres re?an y se miraban con complicidad, y pens? que era una broma. —Dejen de tomarnos el pelo. ?Qu? les pasa esta ma?ana? —Nadie les est? tomando el pelo. La t?a Ida se ofreci? a hospedarlos —revel? finalmente Carlo mientras sus hijos lo miraban incr?dulos. —?Es una pesadilla, vuelvo a la cama! —dijo Gaia enfadada. —Cre? que ibas a estar feliz —le dijo el padre. —?Feliz? Yo ya estoy en contacto con mis amigos. ?Esper? todo el invierno para ir a la colonia! —Gaia, tambi?n en el campo, de la t?a, har?s amigos —trat? de animarla Giulia. —?Pero por qu?? Yo ah? estoy bien. Ya tengo aire libre y zambullidas en el lago, no me hace falta nada m?s. —A ti no, pero Elio necesita cambiar de aire —agreg? Carlo. —?Sab?a —explot? Gaia— que era por Elio! Entonces, m?ndenlo solo a ?l al campo con la t?a. —No queremos que vaya solo —insisti? Giulia. —?No soy su ni?era! —Pero eres la hermana mayor. ?T? no dices nada, Elio? —pregunt? Carlo. Elio no pronunci? palabra. Se limit? a encogerse de hombros. Eso hizo enfurecer a Gaia. —?No dices nada? Total, para ti da todo igual. Diles a mam? y pap?: en el campo tampoco vas a hacer nada. Elio hizo se?o de s? con la cabeza para darle la raz?n. —?Basta, Gaia, no seas as?! La decisi?n ya est? tomada. Los vendr? a buscar su primo Libero —Carlo cerr? la conversaci?n. Desilusionada y enojada, Gaia se fue corriendo. —Se le va a pasar —dijo Giulia, que conoc?a la actitud positiva de la hija ante los reveses de la vida. Elio, en silencio, se retir? a su cuarto. Carlo se qued? duro; sin embargo, estaba convencido de que esa era la mejor decisi?n que hab?an tomado en los ?ltimos a?os. Lleg? el viernes siguiente, y Carlo fue a buscar al sobrino a la estaci?n. Fue una gran alegr?a volver a abrazarlo. Libero era un muchachote alegre, de modos simples y ciertamente poco convencionales. Alto y delgado, pero no fr?gil, ten?a grandes manos habituadas al trabajo de campo y el rostro oscurecido por el sol. Los ojos verdes resaltaban en su cara, el cabello era casta?o, corto y peinada con raya al costado, como se usaba durante la posguerra. Abraz? con fuerza al t?o y no par? de hablar hasta llegar a la casa. Carlo lo miraba maravillado. Recordaba el per?odo en el que hab?a estado mal y era ap?tico y f?cilmente irritable. Era verdad que Libero no era un genio, pero la vida simple que llevaba lo hac?a feliz. Carlo quer?a ver a Elio as? de sereno. Mientras, Libero estaba con la nariz contra la ventanilla del auto del t?o y hac?a preguntas sobre todo lo que ve?a. En casa todos esperaban su llegada. Giulia estaba nerviosa mientras terminaba de preparar las valijas. Hab?a llegado el momento y ahora se preguntaba c?mo saldr?a todo; su instinto de madraza tomaba la delantera. Gaia, en cambio, ya hab?a asimilado el golpe y le iba detr?s haci?ndole miles de preguntas sobre lo que iba a poder ver y hacer en los alrededores de la granja. La ?ltima vez que fueron eran muy chicos y todav?a estaban los abuelos; casi ni se acordaban del lugar, ten?an solo vagos recuerdos del campo o del olor de los ?rboles entre los cuales jugaban a las escondidas. Despu?s de la muerte de su marido, a la t?a le hab?a costado reorganizarse y hab?a decido mudarse con los hijos a la vieja granja de los padres, ahora abandonada. Gaia oy? el ruido de la llave en la cerradura y corri? a recibir al primo, que la alzo como hab?a hecho con su pasare y la hizo girar como en un carrusel. Gaia sonri?. No se esperaba esa demostraci?n de afecto. —Hola, Libero. ?C?mo est?s? —le pregunt? de coraz?n al primo que no ve?a desde hac?a tanto. —Bien, peque?a —respondi? Libero. Entre tanto, lleg? Giulia, y fue la ?nica con la que Libero se comport? como un caballero, bes?ndole las mejillas apresuradamente. —?C?mo estuvo el viaje? —le pregunt? Giulia premurosa. —Bien, la vaca de acero es muy c?moda y veloz para viajar y la ciudad est? llena de cosas curiosas. ?Estoy contento de estar aqu?! —Si?ntate, debes estar cansado. ?Puedo ofrecerte un helado? —ofreci? Giulia. —S?, gracias, t?a, me encanta el helado —acept? Libero de buen grado—, pero ?y Elio d?nde est?? —Elio est? en su habitaci?n, ahora viene —dijo Carlo enfadado con el hijo, que no se dignaba a venir a saludar al primo que hab?a hecho ese viaje solo para venir a buscarlo, y fue a su cuarto. —No, no, t?o. —Libero lo detuvo—. Voy yo, quiero darle una sorpresa. Dime cu?l es su habitaci?n. Apenas Carlo se la indic?, Libero se lanz? hacia la habitaci?n, desde donde se sintieron sus gritos de felicidad mientras lo saludaba. Ni siquiera Elio, no obstante su frialdad, logr? escapar al abrazo envolvente. Gaia mir? a la madre con sorpresa y le susurr?: —?No lo recordaba tan tonto! —No digas eso —le recrimin? Giulia—. Es un buen muchacho, y muy correcto. —S?, pero… ?est?n seguros de que podr? llevarnos a destino? —pregunt? Gaia perpleja. —?Claro que s?! —la tranquiliz? Carlo—. No lo subestimes. Lleva adelante la granja junto a la madre. Es fuerte y competente. Lleg? la hora de la cena, que, con todos los colores que Libero hab?a tra?do del campo, fue muy alegre, naturalmente para todos salvo para Elio. —No veo la hora de mostrarles todo —concluy? Libero dirigi?ndose a los primos al final de la descripci?n de la granja. —?Est?s seguro de que no quieres quedarte un par de d?as antes de viajar? —pregunt? Giulia. —No puedo dejar a mam? sola en este ?poca, hay mucho trabajo. —Tienes raz?n, Libero. Eres un muy buen muchacho —lo elogi? Carlo palme?ndole con afecto el hombro. —?Sabes, t?o? En el auto me preguntaba una cosa. Antes de venir a la ciudad pensaba que la bocina serv?a solo en caso de peligro. —Claro —respondi? Carlo—. ?Por qu?? —Porque parece que aqu? la usan para festejar. ?No dejan de tocarla! Todos, menos Elio, rompieron a re?r pregunt?ndose en silencio si Libero estaba bromeando o si hablaba en serio… Cap?tulo 3 D?ndose cuenta de su terror, comenz? a re?r A la ma?ana siguiente, Libero hizo saltar de la cama a Giulia, cuando se tropez? con la alfombra del corredor. Y as?, ?l y su t?a se encontraron preparando el desayuno antes que los dem?s se despertaran. Cuando el aroma del caf? inund? su habitaci?n, Carlo tambi?n se sum? y, junto a su esposa, empez? a contar lo que le estaba sucediendo a Elio. —No tengan miedo —los tranquiliz? el muchacho—. Esta experiencia fuera de casa o ayudar? ?y adem?s mam? ya prepar? un plan de ataque! En la estaci?n, Giulia no hac?a m?s que dar recomendaciones a los hijos, para que se portaran bien en la casa de la t?a. Gaia no pod?a m?s de la emoci?n y la curiosidad mientras, como de costumbre, se ve?a a la legua que Elio hab?a sido arrastrado a esa historia. Arrastraba la pesada valija de Gaia porque Libero lo hab?a obligado. «Las se?oritas no levantan peso!». Ese primo ya lo hab?a cansado. Libero, en jeans y camiseta, ten?a puesto tambi?n un gorro amarillo ocre de defensa civil, que a los primos les parec?a fuera de lugar, y cargaba el resto del equipaje como si fueran valijas vac?as. El tren dej? la estaci?n con perfecta puntualidad. En el compartimento estaban ellos tres solos. Libero acomod? las valijas en el portaequipaje y propuso: —Ven, Gaia, vamos al vag?n restaurante a comer un segundo desayuno. Llegaremos tarde a la granja y deber?n tener fuerzas. Elio cuidar? las valijas, vas a ver que nadie se va a acercar a nuestras cosas. ?Cualquier cosa, gru?e! —dijo dirigi?ndole una sonrisa al primo—. Y si no tienes cara larga, te traeremos algo de comer tambi?n a ti… Los dos primos se fueron para alivio de Elio, que estaba deseoso de quedarse solo. Miraba fijo el paisaje siempre igual. Hab?an apenas salido de la zona industrial y finalmente se ve?an las primeras tierras de cultivo, y despu?s campo y m?s campo y colinas y m?s colinas y m?s campo. De pronto, reflejado en el vidrio de la ventanilla, vio a un se?or sentado en el asiento de la fila al lado de la suya, del otro lado del corredor. ?Cu?ndo hab?a entrado en el compartimento? No hab?a o?do la puerta abrirse. El sujeto estaba vestido de negro y usaba unos extra?os anteojos. Estaba leyendo un libro encuadernado en cuero negro y con las p?ginas de papel cebolla, que parec?a tener cientos de a?os. Usaba un sombrero de ala ancha que le cubr?a el rostro y, es necesario decir, causaba inquietud. Elio no se volte?, sigui? vigilando el reflejo sobre el vidrio. Le daba miedo estar ah? solo con ese hombre. Ahora le habr?a gustado que el primo, grande y fuerte, volviera r?pido, pero no hab?a se?ales ni de ?l ni de Gaia. En tanto, el sujeto continuaba leyendo. Se interrump?a solo de tanto en tanto para mirar un viejo reloj que sacaba del bolsillo del chaleco que ten?a debajo del traje con una elegancia de otros tiempos. Esto hac?a que Elio se pusiera m?s nervioso y se preguntara qu? estaba esperando. Seguramente era algo importante porque segu?a mirando el reloj todo el tiempo. Entonces, de golpe, el hombre, luego de haber mirado el reloj por en?sima vez, cerr? el libro y se agach? para tomar algo de una bolsa negra que ten?a apoyada en el suelo y sostenida entre las piernas. Los pantalones levemente alzados mostraban los tobillos negros de las extra?as medias que parec?an de cuero. Elio no lograba contener su inquietud y comenz? a temblar. Entonces, el sujeto, como d?ndose cuenta de su terror, empez? a re?r mientras segu?a rebuscando en la bolsa. Era una risa profunda y l?gubre que resonaba en sus o?dos. Para no o?rla m?s, se tap? las orejas con las manos. Cerr? los ojos para no ver en el vidrio el reflejo de aquel hombre y en su interior rog?: «Que regrese Libero, que regrese Libero». La puerta del compartimiento se abri? con un golpe seco. —?Qu? haces, Elio? ?No te habr?s tra?do una otitis, verdad? ?A ver si nos matas a todos, pobres campesinos, con esos virus para gente de la ciudad! Elio se sobresalt? y, luego, al reconocer la voz bromista del primo, se volte? y vio que un sonriente Libero estaba en la puerta con una bolsa y una bebida en la mano. Detr?s de ?l, Gaia hincaba los dientes en un enorme croissant. Del sujeto, ning?n rastro. Desapareci? tal como hab?a aparecido. Desaparecidos ?l, su libro, su reloj y su bolsa. Libero se sent? al lado de ?l, le pas? un croissant y se dio cuenta de que temblaba. —?Pas? algo? —le pregunt?. —Creo que estoy un poco mareado por el tren —minti? Elio. Gaia entendi? que su hermano estaba sufriendo una de sus crisis y se propuso hablar con Libero en secreto. El resto del viaje fue tranquilo. Libero describi? la fiesta de la cosecha que iba a tener lugar dentro de poco y en la que participaban los pueblos vecinos. Se iba a hacer al aire libre con bailes tradicionales, como la taranta, y tambi?n con bailes m?s modernos. Elio miraba a la hermana y al primo y se preguntaba c?mo hab?an hecho esos dos para sintonizarse tan r?pidamente en el mismo canal. Pero estaba feliz de no viajar solo; todos esos sucesos extra?os empezaban a preocuparlo. ?Era v?ctima de un complot o deb?a empezar a dudar de su integridad mental? Libero se agit?, era hora de preparase para bajar, hab?a visto por la ventana la casa de la se?ora Gina, que hab?a tomado como punto de referencia. El tren se detuvo, ?l carg? todas las valijas mientras Gaia abr?a la puerta del vag?n y se lanz?. Estaba agitado como quienes, como ?l, viajaban muy poco. Los habitantes del lugar le dec?an estaci?n, pero era solo una parada. Las ?nicas comodidades era una marquesina con el techo agujereado y una m?quina autom?tica para comprar los billetes, siempre rota, que dec?a a toda persona que pasara: «Est? alerta: la estaci?n no est? vigilada, puede sufrir un robo». Liber suspir? hondo y dijo: —Ahora respir? hondo. Bienvenidos a Campoverde. —Ya siento el perfume de los campos —not? Gaia—. ?No, Elio? Elio no advert?a la diferencia con la ciudad y se encogi? de hombros. —Elio, t? toma la valija de Gaia; yo llevo el resto —orden? Libero. A Gaia esta actitud de caballero, que en otros casos la habr?a fastidiado, hecha con esa naturalidad, la divert?a. Y se prestaba al juego. Tal vez, su evaluaci?n inicial del primo hab?a sido apresurada. No era tan tonto… Gaia y Libero pasaron delante de la m?quina habladora que por en?sima vez repiti? la misma frase y, sonriendo, se dirigieron al paso subterr?neo. Elio tuvo que aferrar con las dos manos la enorme valija de Gaia para descender las escaleras del paso subterr?neo y, de nuevo, para volver a subir. Esto lo dej? agotado. Al llegar a los ?ltimos escalones, us? todas sus fuerzas, convencido de que la t?a lo estaba esperando con el auto. Fuera de la estaci?n, lo esperaba el estacionamiento vac?o. Libero, con la prima a su lado, se dirigi? hacia la izquierda por una larga calle estrecha y asfaltada lo mejor posible. Dos canales de agua separaban la calzada de los campos de ma?z, de un lado, y los de trigo, del otro. Elio, desesperado, mientras recuperaba el aliento, les grit? que se detuvieran. La hermana se volte? extra?ada. Hac?a a?os que no o?a a su hermano hablar en voz alta, mucho menos gritar. —?D?nde est? el auto de la t?a? —pregunt? Elio. —Ah, me olvidaba, me llam? antes, dijo que no pod?a venir a buscarnos porque Camilla, nuestra vaca, est? por parir de un momento a otro y no puede alejarse. —?Camilla, parir? ?C?mo hacemos? —pregunt? Elio jadeando. —Qu?date tranquilo, son solo cuatro kil?metros y ya llegamos a la granja —agreg? Libero en tono tranquilizador. —?Cuatro kil?metros? —fueron las ?ltimas palabras de Elio. —?Vamos, arriba el ?nimo! ?La valija de tu hermana hasta tiene rueditas! —se burl? Libero y, tras decir esto, retom? el camino. A lo lejos se empezaban a vislumbrar las primeras casas del pueblo. —?Ah? est?! Esta casa con el cerezo es nuestra granja. Libero indic? una casa r?stica de color rojo veneciano con postigos verdes. Ten?a un jard?n delantero bell?simo muy cuidado y, en la parte de atr?s, estaba el establo y las sogas para tender la ropa. M?s all?, se extend?an los campos. —?Mam?, llegamos! —grit? Libero, que solt? las valijas en el caminito y fue corriendo al establo. La t?a Ida sali? a la puerta de la casa. —?Mis sobrinitos! —grit? de alegr?a. Gaia le tir? los brazos al cuello. Elio se acerc? agitado y le dio, por educaci?n, un beso en las mejillas. Ida hab?a superado hac?a poco los cincuenta a?os, pero su belleza a?n no se hab?a marchitado aun cuando ella no hiciera nada para resaltarla. Era delgada y de altura, bien proporcionada, y sus brazos y piernas ten?an m?sculos marcados y fuertes que ser?an la envida de cualquier atleta. La dura vida de la granja era su entrenamiento diario. Su cabello era rubio y lo ten?a recogido en una cola de caballo. La piel del rostro era clara y sus bell?simos ojos eran verdes, como los del sobrino Mientras, Libero volv?a del establo gritando con alegr?a. —?Camila tuvo una hembra! ?M?s leche en el futuro! La t?a los invit? a entrar. La mesa estaba preparada y en el aire se sent?a el buen aroma del almuerzo listo. Los chicos comieron con hambre. Gaia no paraba de contarle a la t?a las emociones del viaje. Despu?s de almorzar, Gaia ayud? a la t?a a ordenar la cocina, mientras Libero arrastr? a Elio en un paseo por la granja pidi?ndole, en realidad, orden?ndole que lo ayudara en cada tarea. Por la noche, la t?a les explic? que iban a dormir en la sala, en el div?n cama, hasta que arreglaran la buhardilla que ser?a su habitaci?n por el verano. Gaia se lanz? por las escaleras detr?s de la t?a para verla. Elio, en cambio, estaba trastornado por la en?sima mala noticia. Subieron hasta el primer piso, donde estaban las habitaciones de la t?a, de Libero y de Ercole, el m?s chico, que estaba de campamento con los scouts. Ida le indic? la escalerita de madera que llevaba a la buhardilla. Ella no iba a subir, estaba cansada de subir y bajar; hab?a ido varias veces en el d?a para abrir las ventanas y ventilar. Mientras tanto, la t?a se fue a su habitaci?n para llamar por tel?fono en secreto a su cu?ada Giulia. Quer?a ponerla al tanto de la llegada de sus hijos. Giulia no dej? que el tel?fono sonara m?s de dos veces. —Hola, querida, ?c?mo est?s? —le pregunt? Ida. —Bien, pero cu?ntame c?mo fue todo. —Logr? llegar de la estaci?n caminando desde la estaci?n sin desmayarse. Pensaba que lo iba a estar esperando con el auto, como excusa Libero le dijo que la vaca Camila ten?a parir —re?a Ida. —?Me habr?a gustado verlo sudado! —Despu?s de almorzar… —comenz? a decir Ida, pero Giulia la interrumpi?. —?Comi? algo? —S?, liquid? el primer plato y la carne. —?Guau! En casa, apenas le da un mordisco a un s?ndwich. —Es dif?cil, no habla —dijo Ida—. Pero vas a ver que vamos a lograr que se recupere un poquito. En el fondo, se o?a que Carlo preguntaba y re?a. —Hice desaparecer el televisor y los videojuegos. Si tiene que ser un tratamiento para caballos, as? ser?. Elio, despatarrado en el div?n, no pod?a mover ni un m?sculo. Hac?a a?os que nos e mov?a tanto. En la escuela, con una excusa u otra, se las ingeniaba para saltar la hora de gimnasia. —Elio, vamos, corre a llamar a tu hermana. Necesito ayuda para preparar la cena. Elio no cre?a lo que o?a. Levantarse le parec?a imposible. Pero la t?a, con tono de general que no admit?a negativas, intim?: —Elio, ?me o?ste? —Voy —respondi? y con un agotamiento de funeral fue hacia las escaleras. Se detuvo al pie y comenz? a llamarla para que bajara. Gaia, no obstante los gritos del hermano, no respond?a. A?n m?s afligido, subi?. La semioscuridad que proven?a de la buhardilla le daba ansiedad. Un escal?n tras otro, el trayecto le parec?a infinito. Lleg? con la cabeza apenas bajo el hueco rectangular y comenz? a llamarla de nuevo. Una vez m?s, obtuvo silencio como respuesta. Reuni? fuerzas y afront? los ?ltimos escalones. Desde arriba, algo le aferr? el brazo. Elio se qued? inm?vil, con los ojos cerrados. El terror se dibuj? en su rostro. —?Te atrap?! —exclam? Gaia, que vio al hermano en ese estado. —?Qu?tate, est?pida! Me hiciste preocupar. Podr?as haberme respondido. Gaia no hizo caso de la provocaci?n. Todo lo que hab?a encontrado le causaba curiosidad. —Esta buhardilla est? llena de cosas raras. Ven, mira esto… Elio termin? de subir y sigui? a la hermana, que estaba hojeando fotos viejas. —Mira qu? c?mico —le dijo pas?ndoselas. —?Qu? tiene de c?mico? —pregunt? Elio. —?C?mo qu? tiene? —pregunt? Gaia—. ?NO lo reconoces? —?A qui?n? —volvi? a preguntar Elio. —?A pap?! —exclam? Gaia. —?Pap?? Tienes raz?n. As? vestido, no lo hab?a reconocido. Se parece un poco a Libero. ?Est? vestido de la misma manera! Despu?s de tanto tiempo, finalmente, se le escap? una sonrisa. Gaia, mientras tanto, exploraba con curiosidad otras fotos. —?Viste esta? Parece Libero cuando era chico. Est? tan serio y ce?udo que casi no se lo reconoce. —En la foto se ve?a un ni?o, d?bil, con la mirada fija en el vac?o, p?lido e inexpresivo—. Parece que fue abducido por extraterrestres —coment? Gaia. La imagen lo mostraba en el jard?n, con autitos en las manos. Hab?a sido tomada mientras oscurec?a, con el atardecer a sus espaldas. Al lado de su larga sombra hab?a otra, pero el ni?o estaba solo en la foto. Elio la mir? fijo y dijo preocupado: —?Ves esta sombra? —?Cu?l? Elio comenzaba a agitarse. —Esta, ?no la ves? Esta que no corresponde a ning?n cuerpo —dijo indic?ndola. —?Esta? Te equivocas: es del ?rbol. —Aunque la perspectiva no la convenc?a, Gaia intent? tranquilizarlo. Elio no quer?a parecer loco y, para evitar volver sobre el tema, afront? el motivo por el que hab?a ido. —Debemos bajar. La t?a me hab?a mandado a llamarte. Necesita ayuda con la cena. —?T? te quedas aqu?? —pregunt? Gaia saltando como un grillo y dirigi?ndose a la escalera. Elio pens? que ni en sue?os se habr?a quedado ah? solo. —No, bajo contigo —respondi?. Gaia encontr? a la t?a atareada con la cena y comenz? a ayudarla. Elio estaba por arrojarse en el div?n cuando lleg? la voz de Ida. —?Qu? haces? Vamos, arriba, ven a ayudar. A?n no es hora de descansar. Pon la mesa. —?D?nde est? Libero? —pregunt? Gaia. —Seguramente est? terminando de cerrar el establo —respondi? Ida—. Elio, si terminaste, ?por qu? no vas a buscarlo? —Voy yo —se ofreci? Gaia con alegr?a. —No, a ti te necesito aqu?. Deja que vaya a tu hermano. —S? —respondi? Elio exhausto. Extra?amente sent?a un hambre feroz. Tras cruzar la puerta de entrada, mir? alrededor para tratar de ubicar al primo. Estaba en los campos, sentado sobre el tractor y mirando al cielo. Elio se acerc? gritando. Parec?a es ese d?a todos hab?a perdido el o?do porque tambi?n ?l, como Gaia antes, no le respond?a. —Esperemos que sea contagioso, as? pierdo yo tambi?n el o?do y puedo quedarme recostado sin responderle a nadie —reflexionaba Elio. Debi? llegar hasta la mitad para obtener una respuesta. —?Por qu? gritas? —pregunt? Libero. —Debes entrar, es hora de cenar —respondi? Elio. —Sube —lo invit? como si no oyera lo que le dec?a. —?Yo, ah? arriba? —S?, sube. Te muestro algo. Elio subi?. Libero se hizo a un lado y se sentaron juntos. —?Mira qu? maravilla! —exclam? Libero indicando el cielo—. Piensa que hace algunos a?os no pod?a verlo. —?Qu?? —pregunt? Elio tratando de ver no s? qu? cosa extra?a. —El cielo —repiti?. —?El cielo? —S?, el cielo. Es bell?simo, pero suele pasar que, durante mucho tiempo de nuestra vida, no alzamos la cabeza para mirarlo, y no quiero decir mirarlo para ver c?mo est? el tiempo, sino admirarlo en silencio, como se hace con el mar, que estando en una posici?n m?s favorable a los ojos, se parec?a con m?s frecuencia. ?T? te detienes a mirarlo? —No. —Deber?as. Te carga de energ?a y pone muchas cosas en perspectiva. Elio se sorprendi? por semejante profundidad en el primo y permaneci? en silencio con ?l por un momento para admirarlo. Del blanco enceguecedor hasta los matices del humo, las nubes estaban suspendidas entre dos franjas de cielo; un cielo plomizo por debajo de ellas, turquesa por arriba mixto en los reverberos ocres de un sol ya casi en el ocaso que las alumbraba mostrando toda sus cimas doradas y dando de la sensaci?n de ser la luz de otro mundo que est? all? para iluminar una vida que se desarrollaba sobre ellas. Densas, como claras batidas a nieve, las blancas; garabateadas como en el desahogo pict?ricos de una criatura de tres a?os, las grises. Entre todas, se distingu?a una, con forma de unicornio, que se recortaba oscura en el fondo blanco como si el animal gris corriera sobre las blancas praderas del cielo. Exactamente como en un fresco de Tiepolo, este cielorraso natural desfondado tend?a al infinito que hab?a m?s all? de lo visible, al misterio que hace sentir que nuestras almas son peque?as y al mismo tiempo eternas. Libero de repente baj? del tractor de un salto. —Ahora tengo hambre —dijo riendo en voz alta—. ?Y t?, Elio? —S?. —Entonces, salta y vamos a comer, tal vez la pr?xima te llevo a dar una vuelta con el tractor. Y se dirigi? hacia la casa. Elio no perdi? tiempo y lo sigui?. El hambre volv?a a hacerse sentir. Cap?tulo 4 Como un mal augurio, murmuraba palabras en una lengua desconocida Elio se levant? muy temprano. Era inevitable ceder a la t?a que lo llamaba con insistencia. Afuera apenas amanec?a. Mir? el cielo que clareaba y volvi? a pensar por un momento en el ocaso del d?a anterior, en la sensaci?n de paz que tuvo en esos instantes, pero dur? poco. Sus orejas comenzaron a silbar, un silbido sordo, punzante, que le cortaba el alma y lo hac?a precipitarse nuevamente en su fr?a realdad. Elio se arrastr? a?n en pijama hasta la cocina, esperando despertarse un poco con el desayuno. La t?a, el primo y su hermana ya estaban vestidos y peinados como si fueran las ocho, ?y eran las cinco y media! Hab?a un cierto aire de fiesta. Su primo Ercole estaba por volver del campamento de los scouts. Ida estaba entusiasmada por el regreso del hijo, que se hab?a ausentado por cinco d?as. Siempre se preocupaba cuando sus hijos no estaban en casa, por el accidente que hab?a sufrido Libero cuando era peque?o, y no quer?a perderlos nunca de vista. La sargenta Ida, apenas avistado el insubordinado Elio, lo ech? inmediatamente de la cocina para que fuera a lavarse y arreglarse. Ida era una mujer fuerte, con un temple obtenido por las vicisitudes de la vida. Despu?s de la muerte del marido y el problema con el hijo, debi? adaptarse a un estilo de vida completamente distinto al de la ciudad, que hab?a marcado su vida en los primeros a?os de matrimonio. Dura y decidida, se hab?a tomado a pecho ese nuevo desaf?o. M?s de una vez se hab?a hallado sola llorando de desesperaci?n, pero no se dej? vencer. Su aire de generala no deb?a enga?ar, por dentro era blanda como el coraz?n de un souffl?. Poco despu?s, Elio regres? vestido y casi en orden, aunque su humor era negro y a?n ten?a hambre. Se sent?a el perfume de la leche con chocolate, pero sobretodo de los gigantes bizcochos que la t?a hab?a hecho el d?a anterior, que a?n perduraba en el aire. Eran enormes trenzas lacteadas amasadas con diferentes aromas: a la canela, al an?s y, para que no faltase nada, sus prefer?as al s?samo. Su hermana y Libero ya las estaban mojando en la leche. Libero le pregunt?: —?Sabes qui?n regresa hoy? Elio se sorprendi? por la pregunta. —?Qui?n? —respondi?. —?Ercole, mi hermanito! Elio no dijo nada, pero se hab?a olvidado completamente del primo de su misma edad. —?De d?nde? —pregunt?, como si no hubieran hablado de eso el d?a anterior. —?C?mo de d?nde? —respondi? Gaia—. Lo dijo ayer la t?a. —Vuelve del campamento de los scouts —dijo Libero sonriendo. —Hoy les espera la buhardilla —sugiri? la t?a con un tono que no admit?a r?plicas—. Mu?vete, Elio, termina el desayuno y ponte a trabajar. Gaia ir? a ayudarte luego, ahora la necesito para un encargo. Elio termin? la leche de un sorbo pensando con alivio que por un tiempo estar?a solo y tranquilo en la buhardilla. Disfrutaba de la idea de ponerse los auriculares de su amado reproductor de mp3. Lo busc? sin ?xito, luego volvi? a la cocina y pregunt?: —?Alguno vio mi reproductor? —Desafortunadamente, ayer fue v?ctima de un accidente. Lo hab?as dejado sobre el div?n y, cuando lo abr? para prepararles la cama, termin? encastrado en el medio del mecanismo de extracci?n de la red… No qued? demasiado, pero te guard? la tarjeta de memoria —cont? la t?a y, tom?ndola de un plato decorativo apoyado sobre el mueble, y se la entreg?. El d?a hab?a empezado mal, pens? el chico y subi? la escalerita que llevaba a la buhardilla con la lentitud que lo caracterizaba y prendi? la luz. Hab?a cosas apiladas por todos lados. Ten?an que limpiar y crear un espacio donde preparar las camas, demasiado cansancio de solo de pensarlo. As? que decidi? abrir la gran ventana central, para que entrara el aire y la luz, y luego sentarse en alg?n lugar a holgazanear mientras esperaba a Gaia. Sus ojos vieron algo que lo impresionaron, un libro sobre una vieja caja de madera, como el que le?a el extra?o se?or que hab?a entrado en el compartimiento. Verdaderamente, una extra?a coincidencia. No era un best-seller de moda, y eso lo inquiet?. De repente, se apag? la luz, y Elio empez? a o?r la extra?a voz que, como un mal augurio, murmuraba palabras en una lengua desconocida para sus o?dos. Aun sabiendo que no era posible, sinti? terror de que ese hombre estuviera ah?, con ?l, en la oscuridad. Busc? el interruptor de la luz, pero no logr? volver a encenderla, deb?a haberse quemado la l?mpara. Un miedo profundo se apoder? de ?l. La voz era cada vez m?s fuerte, la sent?a resonar dentro de su cabeza. Trat? de llegar a la ventana a tientas, arrastrando los objetos que encontraba a su paso. Al llegar a la manija, no logr? abrirla. Entonces, fuera de s?, empez? a golpearla con los pu?os con la esperanza de poder desbloquearla. Temblaba y lo recorr?a un sudor fr?o. De repente, se encendi? la luz. Elio se dio vuelta de golpe, quer?a gritar, pero la voz se le hab?a quedado en la garganta. Vio a Gaia. —Elio, ?est?s bien? ?Qu? es todo ese ruido? ?Te lastimaste? El chico, blanco como un papel, ten?a la mirada desorbitada y temblorosa. Gaia lo abraz? fuerte, preocupada, y le susurr?: —?Est? todo bien? Te sucedi? otra vez, ?no? Esa cosa extra?a que te envuelve en confusi?n… Elio no respond?a ni le devolv?a el abrazo. Todav?a estaba muy lejos, atrapado en sus pensamientos, y no lograba sentir el calor de ese abrazo, como si fuera de piedra. Lentamente, el abrazo se disolvi?. Elio comenzaba a volver en s?. Lo primero que hizo fue voltearse para controlar si este extra?o manuscrito estaba verdaderamente all? donde lo hab?a visto, o si solo se lo hab?a imaginado. Por desgracia, a?n estaba all?. Su mirada se volvi? g?lida. Gaia, habiendo notado toda la escena, se acerc? para tomarlo, para ver si realmente era el motivo de la inquietud del hermano. Se interpuso entre la mirada de Elio y el libro. S?, estaba mirando ah?. Se gir?, lo tom? y, encar?ndolo con el libro en la mano, le pregunt?: ?Es esto lo que te inquieta tanto? —Elio se mantuvo en silencio—. H?blame, Elio. No puedo ayudarte si te obstinas a no hablar. —El tren —susurr? Elio. —El tren, ?qu? quiere decir «el tren»? —En el tren vi una copia de ese libro.? —?Y eso qu? tiene de extra?o? —Lo ten?a un sujeto extra?o que estaba sentado en la fila al lado de la m?a, mientras ustedes estaban en el vag?n restaurante. —Muchas personas leen mientras viajan. —Pero no es un libro com?n, ?no lo ves? —Elio se agit?. Efectivamente, Gaia hab?a notado la particularidad de la tapa del libro y se asombr? a?n m?s cuando lo abri?. Estaba escrito en una lengua que le resultaba desconocida; las im?genes, todas en blanco y negro, ilustraban personajes extra?os en un marco de bosques y lunas llenas. Muchas de esas figuras eran, como m?nimo, angustiantes. Gaia hizo como si nada, cerr? inmediatamente el libro y lo lanz? en un rinc?n, tratando de simular indiferencia. —Vamos, es solo una coincidencia, y ese es solo un libro viejo. Elio ya se hab?a hundido nuevamente en el silencio; sus o?dos silbaban otra vez. La chica trat? de distraer al hermano, aunque esas im?genes espectrales no abandonaban su mente. —Dale, dame una mano. Corramos estas cajas hacia la luz y empecemos a hacer lugar debajo del tragaluz. Quiero poner la cama ah?. Lamentablemente, nos toca dormir en la misma cama, y yo quiero quedarme dormida mirando las estrellas. Trabajaron toda la ma?ana con af?n. Gaia, con sus charlas, logr? distraer a Elio, que, tras lo ocurrido, parec?a reaccionar con un poco m?s de energ?a. Pasaron tambi?n buena parte de la tarde limpiando, hasta que la t?a los invit? a ir a lavarse. Esa noche llegaba Ercole y hab?a que festejar. Libero hab?a prometido llevarlos a bailar. En el pueblo se hac?a la fiesta anual de la cosecha. Se oy? que desde el exterior llegaba el sonido de la bocina del viejo autob?s que dos veces por semana, luego de haber atravesado las diversas poblaciones partiendo desde la ciudad, llegaba al pueblo, Los scouts lo usaban para volver del campamento organizado en Tresentieri, un bosque no muy lejano. Libero sali? disparado y, como era su costumbre, aferr? al hermano, que a?n ten?a en sus hombros una mochila decididamente demasiado grande, y lo hizo volar arrastr?ndolo hasta la puerta de casa, donde, habiendo escapado de su abrazo, se encontr? en el de su madre. Ercole estaba feliz por esa demostraci?n de afecto, pero le parec?a un poco mucho para un ausencia de solo cinco d?as. Salud? afectuosamente con dos besos en las mejillas a Gaia, que le pareci? muy bonita, y reserv? un g?lido «hola» al primo, a quien consideraba responsable de la desaparici?n de la televisi?n y, sobre todo, de sus amados videojuegos. Ercole ten?a la misma edad que Gaia y era la viva imagen del mito de su mismo nombre: alto, musculoso y atl?tico, era parte del equipo de lucha libre del pueblo. Ten?a cabello negro, rapado en los constados y como un cepillo en el centro, ojos oscuros y piel cetrina, pero este aspecto duro no reflejaba su verdadera naturaleza de persona apacible e incapaz de guardar rencor. Adelantaron la cena, para tener tiempo para prepararse para la fiesta. Demasiado, tal vez, pero la t?a hab?a preparado un banquete y se necesitaba tiempo para hacer correr toda aquella comida por la mesa. Ya podr?an digerir todo durante la fiesta de la cosecha. Naturalmente, la espera m?s larga fue a causa de las dos mujeres de la casa. Elio ten?a pocas ganas, se sent?a listo as? como se hab?a vestido para desayunar. Ercole se puso unos jeans y un kilo de gel en el cabello, imposible entender ad?nde hab?a ido a parar. Libero fue, entre los hombres, el que invirti? m?s tiempo. No sali? de su habitaci?n hasta que no estuvo listo. Estaba resplandeciente. Ten?a puesto un par de pescadores azules con una camisa que los hawaianos habr?an considerado excesiva, pero que en ?l no desentonaba. Sus ojos brillaban. Era una de las fiestas que m?s le gustaban. Una vez que todos estuvieron listos, Elio intent? escapar a ese suplicio, pero fue arrastrado por el entusiasmo de la t?a, que estaba casi irreconocible. Ten?a puesto un vestido negro con flores y zapatos de taco alto. Se hab?a soltado el cabello y estaba maquillada. Lo tom? del brazo y lo escolt? fuera de la casa. A lo largo del camino, se pod?an admirar, adem?s de las cl?sicas luces y banderitas de colores, las decoraciones que hab?an realizado quienes se encargaban de la organizaci?n de la fiesta ese a?o. A los costados de las calles fardos de heno cuadrados, rectangulares, de todas formas y dimensiones, decoraban el pueblo. En el centro, el monumento a los ca?dos estaba rodeado por enormes ruedas de paja. La plaza principal ten?a un escenario sobre el cual la banda contratada para tocar acomodaba sus instrumentos. Alrededor del ?rea de baile, las sillas ya estaban ocupadas por las personas mayores, que conversaban a la espera de disfrutar viendo bailar a la juventud. Ya los m?s peque?os corr?an por la pista imitando a los m?s grandes que, en poco tiempo, con delicadeza los habr?an evitado durante la danza. La conversaci?n principal esa noche estaba dedicada a la llegada al pueblo de Gaia y Elio, los hijos e Carlo y Giulia. Las personas m?s grandes recordaban c?mo eran cuando viv?an en el pueblo. Como de costumbre, hab?a muchas opiniones encontradas: alguien los recordaba como irresponsables; otra persona como buenas personas, mientras que los antiguos compa?eros y compa?eras se acordaban de los d?as que faltaban a la escuela para ir a los campos a jugar y no hacer nada. Alguien ve?a en el rostro de Elio el de su padre; alguien en el de Gaia; alguien no ve?a ninguna semejanza y se?alaba a los abuelos como culpables. Se o?an los ruidos de la banda que calentaba los instrumentos. Estaba todo casi listo. El presentador o, mejor dicho, el hombre que cada a?o se ocupaba de hablar desde el escenario invit? a la autoridades de siempre a subir. Termin? el discurso y tambi?n el agradecimiento a los patrocinadores, ante el absoluto desinter?s de las personas presentes, que empezaban a bostezar. Ahora aplaud?an con la esperanza de que hubieran terminado y dejaran que la banda empezara a tocar. Ante el anuncio de que el pseudopresentador abandonaba el palco, parti? el m?s fuerte de los aplausos. El maestro dio un peque?o salto y, con un movimiento de la mano, agit? la batuta, que hizo alzar los trombones que iniciaron la m?sica, seguidos, en tiempo, primero por la bater?a, luego por los saxos y, por ?ltimo, por los clarinetes. El primero en lanzarse a la pista fue Libero, junto a su compa?era preferida, con la cual abr?a el baile todos los a?os. A diferencia de lo que se pueda pensar a partir de su descripci?n, Libero era un bailar?n magn?fico y todas la mujeres del pueblo sol?an deleitarse dando por lo menos una ronda con ?l en la pista. Esto era as? tanto con las m?s j?venes como con las mayores, a quienes ?l no les hac?a sentir la falta de atenci?n. Amaba bailar y lograba transmitir este amor sin inter?s particular en su compa?era de baile. La pista se llen?. Gaia ten?a una cantidad de solicitudes, da las que no se neg?. Elio, por un instante, sinti? una extra?a sensaci?n; sin que se diera cuenta, su pie hab?a empezado a moverse al ritmo. La t?a, antes de que ?l pudiera negarse, apenas la danza se hizo m?s espont?nea y bastaba con tomarse de la mano y girar, lo aferr? por las manos, que pend?an al costado de su cuerpo, y lo hizo bailar en el borde de la pista. Elio, extra?amente, no se opuso, sinti? por un instante el ritmo en su interior, se divirti? y le dolieron las mejillas por esa contorsi?n extra?a que sus m?sculos faciales no hac?an desde hac?a a?os. Logr? pasar de las manos de la t?a a las de diversas y curiosas chicas del pueblo que lo miraban divertido. Terminada la ronda de baile, Elio regres? a su puesto. Sent?a que la sangre le irrigaba los m?sculos. De improviso, volvi? el extra?o silbido de los o?dos, que lo oblig? a alejarse de la plaza. La m?sica, que un momento antes lo divert?a, se estaba volviendo ensordecedora. Se dirigi? hacia el prado verde al lado de la peque?a iglesia, lleno de viejos tractores expuestos y de ni?os peque?os que no dejaban de mirarlos y girar alrededor de ellos. Elio se sent? en un rinc?n oscuro y se qued? mir?ndolos. Todas esas risas le resonaban dentro y le recordaban algo, el eco de una felicidad lejana y sepultada desde hac?a tiempo. Envidi? a un ni?o que fue feliz al encuentro de su padre, que lo tom? de la mano. Un recuerdo sepultado en su mente intent? salir a flote: el calor y el olor de la mano de su padre. Una punzada de dolor le atraves? las sienes y le imped?a pensar. Se tom? la cabeza con las manos. Sent?a fr?o. —Elio, ?qu? haces aqu? solo? ?Te sientes mal? La t?a, que no lo hab?a perdido de vista, se sent? a su lado. Elio no respondi?. Ida le rode? los hombros con un brazo y lo atrajo afectuosamente, pero ?l no sent?a el calor. Otra vez estaba en su fr?o mundo. Esa noche, ya de regreso en la granja, Gaia no hac?a otra cosa que hablar de cu?nto se hab?a divertido y de sus nuevas amistades. Durmieron por primera vez en la buhardilla. Hab?an colocado la cama bajo el tragaluz como deseaba Gaia, que se qued? dormida mirando las estrellas. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=65745985&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.