А в Озерках – весна, и час езды До этих мест из города в бетоне: Все тот же крест на маленькой часовне, И мягкий свет полуденной звезды… «Журавль» тонконогий, ветхий сруб Старинного колодца… Беспризорной Весны дыханье влагой животворной Коснется снова пересохших губ. Здесь родники студеные хранят Воспоминаний детских вереницу – И по лесным дорог

V?ctima Sin Computar

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V?ctima Sin Computar Yael Eylat-Tanaka Esta es la historia del resto de v?ctimas de la ocupaci?n alemana en Francia. La historia de mi madre, de la separaci?n de su familia, de su huida, y de la tortura que la persigui? para siempre. Estas son las memorias de mi madre, tal y como ella me las cont?. He tratado de contar su historia con tanta precisi?n como ella sol?a relatarla, sum?ndole las partes de sus propios diarios de an?cdotas, con las historias que tanto aportaron y animaron la mi vida, y evitando que mis propias interpretaciones de los hechos se interpongan o los exageren. Esta no es una novela de suspense pero, desde luego, para aquellos que vivieron los hechos que voy a contar, el suspense siempre estuvo presente y, desde luego, yo tambi?n sent? una gran incertidumbre mientras los escuchaba o los le?a. Para que nadie se averg?ence al leer estas palabras, en momentos puntuales utilizar? pseud?nimos y me centrar? sobre todo en mantener la esencia ver?dica de la historia. Mi madre era francesa, por eso a lo largo del texto es posible que aparezcan palabras o expresiones en franc?s. He a?adido su traducci?n para cuando sea necesario. Tambi?n vivi? y estudi? en Italia antes de mudarse a Israel y, m?s tarde, a los Estados Unidos. De nuevo, aparecer?n palabras o expresiones en esos idiomas, as? que las he traducido lo mejor que he podido. V?ctima sin computar El viaje de un alma torturada Memorias Tal y como se las contaron a Yael Eylat-Tanaka Copyright © 2016 de Yael Eylat-Tanaka Todos los derechos reservados. No se permite la reproducci?n de este libro, ni su distribuci?n, ni su transmisi?n en cualquier forma o por cualquier medio, sea este electr?nico, mec?nico, por fotocopia, por grabaci?n o por cualquier otro medio de almacenamiento o sistema de recuperaci?n, sin el permiso previo y por escrito del editor, a excepci?n de citaciones breves utilizadas en comentarios cr?ticos o en casos de utilizaci?n con fines no comerciales permitidos por las leyes de derechos de autor. ?NDICE PREludio Pr?loGO (#ulink_2fb6dd71-97e8-5d1a-85a8-1e2ae4cf23ee) CAP?TULO 1 (#ulink_babd0b1b-6e7e-5be0-8892-f5f974ba243b)- INFANCIA (#ulink_babd0b1b-6e7e-5be0-8892-f5f974ba243b) CAP?TULO 2 (#ulink_faa1d54a-2242-5631-9a63-2237957ef14c)- ALEMANIA INVADE FRANCIA (#ulink_faa1d54a-2242-5631-9a63-2237957ef14c) CAP?TULO 3- La Traici?n de la esperanza (#ulink_05e69a50-fbf6-5e10-b57e-047276e16096) CAP?TULO 4 - El arresto de LOS JUD?OS (#ulink_47b4b4b5-8a53-5f97-979f-c0253ada7bd2) CAP?TULO 5- Cruzando las fronteras (#ulink_c60dc7b4-d499-5e50-b902-98172f072e5d) CAP?TULO 6- Hora de esconderse (#ulink_854d4594-5329-5df8-9c1f-ea1dee269666) CAP?TULO 7- La liberaCI?N (#ulink_67655243-70f9-576a-9ba7-73a8714f5155) CAP?TULO 8- PalestinA CAP?TULO 9- EL GRITO QUE atraves? EL MUNDO (#ulink_963d791d-712a-55fe-96e1-e5f1f66f61ae) CAP?TULO 10- Tarz?n Cap?tulo 11 (#ulink_e06e5da3-bbb6-53c7-ba39-69cd8c711b99)- turno de guardia (#ulink_e06e5da3-bbb6-53c7-ba39-69cd8c711b99) Cap?tulo 12 (#ulink_ea3bac28-5d32-5db8-93eb-965e0c49c8de)- El coraz?n en mil pedazos (#ulink_ea3bac28-5d32-5db8-93eb-965e0c49c8de) Cap?tulo 13 (#ulink_c2d3028f-5e1a-536a-b0bb-8b481049bc83)- Madre e hija Cap?tulo 14 (#ulink_b96790ca-bfa5-547c-81ec-98c7551d54c8)- La Vida civil (#ulink_b96790ca-bfa5-547c-81ec-98c7551d54c8) Cap?tulo 15 (#ulink_f5f3838b-a6fe-54f1-a3a2-b5eb83668ea8)- amor fraternal (#ulink_f5f3838b-a6fe-54f1-a3a2-b5eb83668ea8) Cap?tulo 16 (#ulink_06b3536f-c9ca-54ff-9353-24d43bde0719)- Mosh? Day?n (#ulink_06b3536f-c9ca-54ff-9353-24d43bde0719) Cap?tulo 17 (#ulink_a61d1499-0d75-5f9c-af4f-82e9582595be)- otros hechos m?s recientes (#ulink_a61d1499-0d75-5f9c-af4f-82e9582595be) Ep?logo carta a mi madre (#ulink_22ed2e70-ede5-56f1-bfbd-babc14dcac13) sobre la autora (#ulink_bd7002df-3514-5993-87b4-09dddb0238d9) otros libros de esta autora libros de «M. carling» PRELUDIO Estas son las memorias de mi madre, tal y como ella me las cont?. He tratado de contar su historia con tanta precisi?n como ella sol?a relatarla, sum?ndole las partes de sus propios diarios de an?cdotas, con las historias que tanto aportaron y animaron la mi vida, y evitando que mis propias interpretaciones de los hechos se interpongan o los exageren. Esta no es una novela de suspense pero, desde luego, para aquellos que vivieron los hechos que voy a contar, el suspense siempre estuvo presente y, desde luego, yo tambi?n sent? una gran incertidumbre mientras los escuchaba o los le?a. Para que nadie se averg?ence al leer estas palabras, en momentos puntuales utilizar? pseud?nimos y me centrar? sobre todo en mantener la esencia ver?dica de la historia. Mi madre era francesa, por eso a lo largo del texto es posible que aparezcan palabras o expresiones en franc?s. He a?adido su traducci?n para cuando sea necesario. Tambi?n vivi? y estudi? en Italia antes de mudarse a Israel y, m?s tarde, a los Estados Unidos. De nuevo, aparecer?n palabras o expresiones en esos idiomas, as? que las he traducido lo mejor que he podido. Ojal? el lector pudiera disfrutar de esta historia, pero admito que es demasiado dura como para que alguien la disfrute. Me duele en el alma lo que sufri? mi madre, y lo que sufrieron tant?simas personas al vivir experiencias similares, o incluso peores. Yael Eylat-Tanaka Tampa 2016 Pr?logo Esta no es una autobiograf?a. Cada una de las palabras que hay escritas es tan cierta como lo son mis recuerdos, filtrados por del paso del tiempo y mis propias vivencias. Sin embargo, por respeto a aquellos que ya no est?n entre nosotros para opinar sobre esos hechos que solo podr?an explicarse desde su punto de vista, se han tenido que omitir muchos detalles. Otros hechos, en cambio, los he apartado para no avergonzar a aquellos que s? se encuentran a?n entre nosotros. La finalidad de estas p?ginas es dejar constancia de aquellas partes relevantes de mi vida que nunca pude describir en su totalidad. Pienso sobre todo en mi hija, a quien no quer?a aburrir con historias de cuando ella a?n no hab?a nacido o que sucedieron en su infancia. En aquel entonces, surgieron problemas m?s importantes que deb?amos afrontar y todas esas reminiscencias quedaron relegadas a un segundo plano, pues no eran mi mayor preocupaci?n en el momento. A?n as?, tengo nuestro pasado grabado a fuego en mi memoria, a veces un poco enrevesado o distorsionado como para estar segura, pero siguen siendo esos recuerdos los que nos convierten en quienes somos hoy en d?a, los que se filtran hasta la ?ltima c?lula de nuestro cuerpo. He tratado de mirar hacia delante, en busca de un futuro mejor en vez de estancarme en el pasado, pero este siempre ha sido una parte irrefutable de la persona que soy hoy. No podemos cambiar los hechos. Como mucho, podemos cambiar de perspectiva y de opini?n sobre esos hechos. Yo, no siempre he sido capaz. Cap?tulo 1 Infancia No s? mucho sobre mis abuelos, de la familia de mi madre no me quedan m?s que algunos vagos recuerdos. En cambio, de quien s? me acuerdo es de mi abuela por parte de padre, Mem?, que siempre estuvo muy presente en nuestra familia. Mi padre y ella estaban muy unidos. Ella era la matriarca de nuestra familia y eclipsaba a mi madre cada segundo, hasta sus ?ltimas consecuencias. El d?a que mi hija fue secuestrada por su propio padre, Mem? me cont? que ella misma se hab?a divorciado, porque no era feliz en su primer matrimonio. Mi familia proven?a de Turqu?a, y mis recuerdos sobre las historias de mi infancia tienen mucho que ver con la cultura y la vida de mis antepasados. A menudo mi padre me contaba la historia de la vez que mi abuelo se encontr? un loro precioso en sus terrenos y se lo llev? al Sult?n Hamid, de quien hab?a sido consejero. Otras veces, cuando ven?an de vendimiar en el campo con los ni?os subidos en los burros y pasaban por el cementerio al anochecer, los mayores contaban historias sobre los muertos y los ni?os palidec?an de miedo al imaginarse que todas esas cosas fuesen verdad. Aunque no conoc? a mi abuelo, ?l era un jud?o muy devoto y, como tal, cumpl?a con la tradici?n de no afeitarse la barba. Si un solo pelo se le ca?a, ?l lo recog?a y lo guardaba en su libro de oraciones. Se cas? de segundas, con mi abuela Mem?, despu?s de que ella se divorciara del maltratador que fue su primer marido y tras abandonar a su primer hijo. ?l, por su parte, ten?a hijos mayores que ella y que incluso hab?an intentado cortejarla, pero ninguno la trat? con m?s amor y respeto que mi abuelo. Estos vol?tiles recuerdos son lo ?nico que me queda de mis ra?ces. Peque?as hebras de mi infancia que a veces se adornaban con alguna fotograf?a o con an?cdotas de otros miembros de mi familia. Mi madre tambi?n era turca. Por lo que me contaba de su juventud en Izmir, tanto ella como su familia hab?an vivido en el barrio armenio y griego de la ciudad. Mi abuelo ten?a una tienda de porcelana y vidrio y envi? a sus hijos a una escuela religiosa, gestionada por misioneros protestantes escoceses. Recuerdo a mi madre resplandeciente cada vez que cantaba los himnos que aprendi? all? y cada vez que hablaba del Sr. Murray, el director, que sol?a llamarla a primera fila para escucharla mejor. Por supuesto, se trataba siempre de c?nticos religiosos, por lo que se mencionaba mucho a Jes?s en mi casa y eso, a mi padre, le daba una rabia tremenda. Al vivir entre griegos y armenios, mi madre aprendi? a hablar ambos idiomas y a cantar sus canciones, algo que me encantaba cuando era peque?a. Aunque nunca aprend? lo que significaban, todav?a recuerdo algunas letras. Aquellas canciones me parec?an tan rom?nticas que muchas veces le ped?a a mi madre que me ense?ase griego. Como ella fue a la escuela de misioneros escoceses, curs? toda la ense?anza en ingl?s, y lo aprendi? tan bien que lo mantuvo durante toda su vida. Adem?s, mi madre hablaba turco perfectamente, por supuesto. Cuando los adultos no quer?an que los ni?os escuchasen lo que dec?an, empezaban a hablar en turco entre ellos, hasta que los ni?os empezaban a entender parte de las conversaciones. Cuando era joven, mi madre conoci? a su mejor amiga en Izmir. Se llamaba Allegra Romano y lo hac?an todo juntas. Un d?a encontr? unas fotos de ellas dos y, en el reverso, mi madre hab?a escrito algunas frases en franc?s. Mi madre y su familia se mudaron a Francia tras la Primera Guerra Mundial, al igual que su amiga Allegra, as? que, mantuvieron su amistad y, al final, se casaron con dos hermanos: mi padre y mi t?o Raphael. Sin embargo, como mi padre estaba enamorad?simo de mi madre, y mi t?o Raphael era m?s bien un vividor, Allegra se llen? de celos y resentimiento contra mi madre y su amistad se fue a pique. Creo que mi madre, a pesar de todo el deterioro de su relaci?n, todav?a la quer?a y la extra?aba much?simo. Durante la Gran Guerra, cuando a?n viv?an en Izmir, mi madre y su familia presenciaron la terrible masacre que los turcos ejercieron sobre los griegos y los armenios, lo que desde entonces se conoce como genocidio. Pasaron tant?simo miedo que, durante largo tiempo, mi madre sufri? de ?lceras estomacales y pesadillas. La brutalidad de los turcos contra los griegos y los armenios que viv?an en sus tierras, caus? un gran ?xodo de las comunidades jud?as que viv?an all? desde que, en 1492, Isabel de Castilla y Fernando de Arag?n los expulsaron de Espa?a por orden de la Inquisici?n. La comunidad jud?a se dio cuenta de que la tranquilidad con la que hab?an vivido —en mayor o en menor grado— durante los ?ltimos cinco siglos, hab?a llegado a su fin, as? que todos los que tuvieron la posibilidad de marcharse, lo hicieron. Algunos, emigraron a Francia y se establecieron en Lyon. Mi madre y su familia llegaron a Francia en 1920 y se mudaron a casa de su hermano Vidal, que estaba casado, en Lyon. Mi t?o se hab?a hecho amigo de dos hombres, Henri y Raphael, que tambi?n se hab?an venido a Francia desde Turqu?a en la misma ?poca que ?l. A mi t?o le ca?a muy bien uno de los hermanos, Henri, por lo que decidi? present?rselo a mi madre invit?ndolo a casa. Ella me cont? despu?s que estaba cosiendo en el sal?n cuando lleg? mi padre y empez? a chincharla jugando con los hilos. Esa fue toda su presentaci?n. Empezaron a salir y, al poco tiempo, se casaron. Como acababan de llegar a Francia, los reci?n casados no contaban todav?a con muchos medios, as? que decidieron empezar su vida en el mismo apartamento en el que viv?an los dos hermanos con su madre. M?s tarde, a Allegra, la mejor amiga de mi madre, le presentaron a Raphael uno de los d?as que visit? a mi madre y, con el tiempo, tambi?n se casaron y empezaron a vivir en esa misma casa, junto a mi madre y mi abuela Mem?, que ahora ten?a toda una corte sobre la que gobernar. Imag?nate tener dos hijos, que se casen los dos, y que decidan vivir en el mismo piso que t?. Por lo que s?, la vida en esa casa no fue de lo m?s apacible y placentera para las dos parejas, sobre todo porque mi abuela siempre se pon?a de parte de Raphael, que era m?s risue?o que su hermano. Lo recuerdo siempre ri?ndose y haciendo bromas, pero tambi?n le gustaban mucho las mujeres. Por las historias que escuch? cuando era peque?a, y por desgracia para su mujer, ?l sol?a pasar muchas noches fuera de casa. Mi padre, en cambio, quer?a much?simo a mi madre y se quedaba junto a ella cada noche para mostrarle todo su cari?o. Enseguida se qued? embarazada de mi hermano mayor. La convivencia de las dos parejas, con la suegra y en el mismo piso, deterior? poco a poco la amistad entre mi madre y Allegra, que empezaron a tener cada vez m?s rencillas. Adem?s de toda la tensi?n, mi abuela se posicion? de parte de Raphael por sus aires joviales e irresponsables, puso de manifiesto toda su animadversi?n hacia mi madre y claro, que mi madre estuviese embarazada no hizo m?s que aumentar el resentimiento por parte de Allegra. Por suerte, el primer hijo de mi madre fue un ni?o, mi hermano Ren?, al que otorgaron el nombre jud?o de Salom?n, aunque todo el mundo lo llamaba Momon y m?s tarde, simplemente Momo. Al poco tiempo mi madre volvi? a quedarse embarazada, esta vez de m?. Pero para entonces, Allegra ya hab?a conseguido quedarse en estado. Las dos mujeres ten?an que lidiar continuamente con su suegra, pero a esta le pareci? que mi madre no deber?a tener un segundo hijo tan seguido del primero. Seg?n cuentan las leyendas familiares, Mem? fue bastante desagradable con mi madre cuando estaba embarazada de m?, mientras que fue todo un primor con Allegra, que llevaba en su interior el beb? de su hijo favorito. Al parecer mi abuela me odiaba desde antes de nacer yo y eso solo empez? a cambiar cuando empez? a estar senil. M?s tarde, me enter? por mi abuelo de que Mem? ni siquiera hab?a ido al hospital a ver a mi madre cuando nac? y de que, una vez en casa, nunca se acerc? a la cuna para ver a su nieta reci?n nacida. Cuando ten?a cinco o seis a?os, mi madre me cont? que nac? en el hospital Hotel-Dieu de Lyon. Como a todo ni?o peque?o, a mis hermanos y a m? nos encantaba o?r las historias sobre c?mo hab?amos llegado al mundo. Es ese tipo de historias que los adultos contaban de manera excepcional para cautivar a los ni?os y que se callasen un rato. Mi madre continu? contando a su joven p?blico que este hospital lo gestionaban unas hermanitas de la caridad de San Vicente de Pa?l y que, una de ellas, zarande? su cama y le dijo: —Despierta, fortachona. ?Has tenido una ni?a preciosa! Me sent? orgullos?sima de que me llamasen «ni?a preciosa», pero no era consciente en ese momento de que ninguna enfermera osar?a llamar «precioso» a un beb? reci?n nacido. Mientras me regodeaba en esa sensaci?n tan gratificante, hubo un instante en que se me pas? por la cabeza preguntarme por qu? los beb?s nac?an por la noche mientras la madre duerme y por qu? estaba mi madre durmiendo en aquel hospital. Para mi desgracia, nadie me respondi? nunca a estas preguntas. Muy de vez en cuando y siendo todav?a bastante joven, consegu?a ir reuniendo peque?os fragmentos de informaci?n sobre mi m?s tierna infancia. Maman siempre dec?a que era una ni?a muy tranquila y que me entreten?a durante horas jugando con mis juguetes. Dec?a que como era tan tranquila, una vez que me puse enferma se le olvid? quitarme el ap?sito medicinal que me hab?a puesto en la espalda y, cuando por fin se acord? y vino corriendo hasta la cuna, ten?a toda la espalda hinchada y roj?sima, pero como no me ech? a llorar, ella no se hab?a dado cuenta. Claro que yo no recuerdo nada todo aquello; es m?s, seg?n la recuerdo, mi infancia pudo ser cualquier cosa menos tranquila. Se dice que la autoestima y la concepci?n del valor de uno mismo se forjan muy temprano. Me pregunto si ese accidente fue la primera vez que empec? a pensar que no val?a la pena acordarse de m?, ni siquiera para mi madre... Cuando ten?a unos tres a?os, mi familia se mud? a Valence, una ciudad a unos cien kil?metros al sur de Lyon. Se trata de una ciudad medieval a orillas del R?dano, donde se hab?an asentado hac?a tiempo dos de mis t?os. All? es donde me cri?, espachurrada entre mi hermano Ren?, que ten?a un a?o y medio m?s que yo, y mi hermano Jacques, que era dos a?os menor que yo. Mi abuela Mem? viv?a con nosotros y, de vez en cuando, mi abuelo nos visitaba y se quedaba en casa por temporadas. Nos quer?a mucho a los tres ni?os. ?l era un jud?o muy devoto; todav?a lo recuerdo rezando cada ma?ana en direcci?n a Jerusal?n, con la cabeza cubierta con su talet y sosteniendo el tefil?n con la mano izquierda. Somos jud?os sefard?es y, como tales, mi madre y mi abuela se ocupaban de que se cumplieran todas las leyes y el estilo de vida jud?o, como no trabajar durante el Sabbat o los Santos D?as. Es curioso que sigui?ramos esta tradici?n, cuando mis padres hab?an sido educados por misioneros cristianos. Recuerdo a Maman encendiendo las velas sobre el mantillo de su cuarto en la noche del viernes al Sabbat y, durante los Santos D?as, sol?a cubrir las camas con colchas de encaje y almohadas. Todav?a hoy, el olor de los jacintos, los claveles y las mimosas me transporta a?os atr?s a aquel piso en ?poca de Pascua, cuando Maman decoraba todas las habitaciones con estas flores y sus preciosas colchas de encaje hechas a mano por la suegra de mi t?o. Empezaron a ense?arme la labor de los encajes cuando era muy peque?a, en uno de los viajes que hicimos a Lyon. Mi madre nos llev? a los tres a pasar unos d?as con mi t?o y, cuando vio el minucioso trabajo de encajes que hab?a realizado su suegra, no pudo evitar encargarle que le hiciera una colcha dedicada para ella. Al poco tiempo se la entregaron pero solo la usaba durante los Santos D?as Supremos. M?s adelante me enter? de que la pobre mujer y su hijo hab?an visto c?mo los alemanes deportaban al resto de su familia a Drancy, un campo de concentraci?n al sur de Par?s, y que nunca volvieron a saber de ellos. Mi pobre t?a... Debe part?rsele el coraz?n cada vez que piense que su madre, su padre y todos sus hermanos murieron de una manera tan terrible y que, en 1944, tambi?n perdi? a su hijo de 17 a?os en un bombardeo mientras intentaba salvar a las personas de un refugio. M?s tarde, mi primo fue condecorado post mortem de parte de toda la ciudad, pero estoy segura de que mi t?a preferir?a mil veces tener a su hijo que una medalla. ?Cu?ntas veces he dado gracias a Dios porque mis padres murieran en la cama y no bajo los horrores del Holocausto! Muchos a?os despu?s, mi hermano Ren? visit? a mis padres en Israel y mi madre le regal? la preciosa colcha de encaje como regalo para su mujer pero, con el tiempo, ella me la entreg? a mi como recuerdo de mi madre. **** Estamos en Januc? de 1991. Esta tarde, estaba encendiendo las velas cuando se me ha venido un recuero a la cabeza. Estaba otra vez en Januc?, pero este momento era antes de la Segunda Guerra Mundial y est?bamos todos reunidos en la cocina de Bourg-les-Valences alrededor de la menor? de Januc?. Yo deb?a tener unos nueve o diez a?os y ten?amos visita ese d?a, el Sr. Yerushalmi, que imagino que era amigo de mis padres aunque yo no lo hab?a visto nunca. Esa noche me tocaba a m? encender la menor?, puesto que mis hermanos y yo nos turn?bamos para que uno la encendiera cada noche. Justo cuando iba a encender la primera vela mientras comenz?bamos nuestras plegarias, el Sr. Yerushalmi, angustiado, nos hizo parar todo y dijo: «?La ni?a no puede encender las velas! ?Podr?a ser impura!». Yo no ten?a ni idea de esos temas de adultos, solo me sent? humillada porque me llamasen ‘impura’ en p?blico, con esa connotaci?n de ‘algo sucio’ y delante de mi padre y mis hermanos, as? que no entend? lo que realmente quer?a decir nuestro invitado. Por supuesto, como anfitriones, mis padres me pidieron que le pasase las cerillas a uno de mis hermanos y yo me qued? ah? pensando cu?l habr?a sido mi pecado, si es que hab?a cometido alguno. No recuerdo que me lo explicaran despu?s, solo recuerdo que creci? ese sentimiento de ostracismo que siempre hab?a sentido cada vez que me dec?an que, solo por ser una chica, no pod?a hacer las mismas cosas que mis hermanos. M?s tarde entend? a qu? se refer?a nuestro invitado. Deb?a tratarse de un jud?o ortodoxo que opinaba que las mujeres eran como ‘jarrones impuros’. Muchos a?os despu?s, mi padre y mi hermano Jacques decidieron estudiar a fondo el budismo. Normalmente, se le?an el uno al otro fragmentos de sus libros en voz alta y, una de las veces que pas? por delante de la habitaci?n donde se sentaban escuch?: «...car la femme est impure...» (porque la mujer es impura). Me march? corriendo alucinada de que fuesen capaces de leer en voz alta tales insultos incluso estando mi madre, mi hija y yo en casa. Claro est? que, despu?s de esa experiencia, no me dieron ganas ningunas de estudiar la filosof?a budista, por mucho que insistiera mi padre. Nos ense?aron muy poco sobre el juda?smo, pero algunas de sus tradiciones estaban profundamente arraigadas en nuestra familia. Sab?amos que ?ramos jud?os y, a veces, cuando volv?amos del colegio llorando porque otros ni?os nos llamaban ‘jud?os asquerosos’, mi padre siempre nos dec?a que ten?amos que estar orgullosos de ser jud?os. Sin embargo, a pesar de sus afirmaciones, sent?amos que ?ramos diferentes a los otros ni?os y, muchas veces, sab?amos que no les ca?amos bien. Nuestras fiestas no eran las mismas que las de nuestros amigos, no ?bamos a la iglesia o al catequismo como ellos y nuestro d?a de descanso era el s?bado, no el domingo. En Pascua, despu?s de limpiar todo rastro de comida que hubiera en la casa, com?amos pan ?cimo durante ocho d?as. La primera noche siempre se dedicaba a S?der, as? que mi padre siempre le?a el largu?simo Hagad? que cuenta la liberaci?n de los esclavos jud?os en Egipto. En aquella ?poca, y sabiendo que en mi familia se manten?an todas las tradiciones, se daba por descontado que yo celebrar?a mi Bar Mitzvah. Yo ni siquiera sab?a que esta ceremonia se celebrase en otros pa?ses para las ni?as, en cambio, mi hermano Ren?, empez? a estudiar para su Bar Mitzvah con tan solo trece a?os, pues esa celebraci?n marcar?a su entrada en la edad adulta y en la comunidad jud?a. Siempre lo quise mucho y mantuvimos una estrecha relaci?n; me encantaba imitar todo lo que ?l hac?a. Solo con escucharle recitar las lecciones sobre Los Trece Principios de Fe de Maim?nides me los aprend? yo tambi?n, tanto que a?n recuerdo claro como el agua el principio de una de las plegarias: « Oui, je promets du fonds de mon ?me de te rester fid?le, oh, mon p?re et mon dieu...» (‘S?, prometo desde lo m?s profundo de mi alma serle fiel, oh, mi padre y mi Dios...’). Durante Yom Kippur hicimos ayuno. Los ni?os aguantamos todo lo que pudimos, pero cuando vimos la comida preparada en la cocina, no pudimos soportar la tentaci?n y perdimos el control, comi?ndonos disimuladamente todas las rechicas y los deliciosos trovados, unas galletas t?picas ba?adas en miel que hab?a preparado nuestra abuela para cuando rompi?ramos el ayuno. M?s o menos, esa era toda nuestra educaci?n religiosa. Maman y Mem? nos ense?aban seg?n las hab?an criado a ellas, pero mi padre prefer?a que aprendi?ramos de una forma m?s tolerante. ?l no cre?a que fuese necesario vivir siguiendo todas las tradiciones. A d?a de hoy, se le considerar?a un jud?o reformista por pensar as? y por cuestionar e interpretar las Escrituras con tanta ah?nco. Vamos, que en lo que respecta a su fe jud?a, mi padre era menos ortodoxo que mi madre o mi abuela y, en vez de dejar que nos ense?asen religi?n de una manera tan cerrada, decidi? que no se nos inculcar?a ninguna religi?n. Esta decisi?n acarre? graves consecuencias imprevistas que, en un futuro no muy lejano, sacudieron nuestra familia tr?gicamente. Bueno a ver, que me estoy precipitando. Hab?a tan pocos jud?os en Valence antes de la Segunda Guerra Mundial, que ni siquiera ten?amos un templo o una sinagoga en toda la ciudad. Sin embargo, hubo un a?o en que mis padres decidieron celebrar misas en casa durante los Santos D?as Supremos. Se necesita un qu?rum de al menos diez varones jud?os para poder celebrar la misa, y ese era aproximadamente el n?mero total de hombres jud?os que hab?a en Valence y que pudieron invitar. Mis padres movieron todos los muebles del comedor y cubrieron el armario con una s?bana blanca. Consiguieron traer una Tor?de los templos de Lyon y la colocaron en un arca improvisada. Las mujeres se sentaban en otras habitaciones y miraban a trav?s de la puerta mientras los hombres rezaban en el ‘santuario’. Recuerdo vagamente una disputa que tuvo lugar durante esos Santos D?as cuando uno de los hombres que se sentaba en el santuario cruz? sus piernas poniendo un pie por encima de la rodilla contraria. Se form? un gran revuelo entre el resto de hombres, que empezaron a reprocharle que aquella acci?n era una gran falta de respeto en un lugar ‘sagrado’. Menciono esta an?cdota para mostrar cu?n sagrado era el juda?smo para mi familia, a pesar de que mi padre hubiese decidido no inculcarnos ning?n tipo de educaci?n religiosa. Ese a?o, como ?bamos a montar un ‘templo’ en casa e ?bamos a recibir tantos invitados, mi madre le pidi? a mi t?a Allegra que me cosiera un nuevo vestido de seda. Era azul claro y ten?a la falda plisada. ?Mi emoci?n cuando fui a casa de mi t?a para prob?rmelo y me dijeron que lo llevar?a durante los Santos D?as no ten?a l?mites! Por desgracia, la semana de antes de las fiestas deb? desobedecer a mis padres o hacer alguna trastada y me castigaron con lo que m?s da?o pod?a hacerme: mi vanidad. Me prohibieron ponerme ese vestido nuevo precioso, que estaba ah? colgado para que todo el mundo lo viera sobre una percha en vez de sobre m?. ?Encima, nunca tuve otra oportunidad para pon?rmelo! Porque crec? mucho de repente y se me qued? demasiado peque?o. Fue una decepci?n tan grande, que me marc? en lo m?s profundo, porque me di cuenta de que para mis padres no solo era una ni?a problem?tica, sino bastante vanidosa. Puedo o?r a las amigas de mi madre dici?ndole que ten?a una ni?a preciosa y, mientras tanto, Maman trataba de mantener raya todo lo que se me pasaba por la cabeza. Mi mejor amiga ten?a un espejo en el que me encantaba admirar mi largo pelo rizado hasta el punto en que mi padre, desesperado, me amenaz? con cortarme hasta el ?ltimo pelo mientras dorm?a si no dejaba de contemplarme en el espejo. No creo que lo dijera en serio, pero en aquel momento s? que me lo cre?. Sin embargo, nunca dej? de mirarme al espejo. Cuando a?n ?ramos peque?os, Maman nos llev? a pasar unos d?as con la familia de mi t?o en Lyon. Viv?an en la parte m?s pintoresca de la ciudad: la Plaza de San Juan. Todav?a recuerdo cosas sueltas de aquellos d?as, dando de comer a las palomas en la Plaza des Terraeaux o cuando me sentaba en el orinal en una de las habitaciones... Un s?bado por la ma?ana, cuando salimos de la sinagoga en el muelle Tilsitt, Maman se par? a hablar con un conocido en las escaleras de la entrada y, tras las amables palabras que me dedic?, yo le salt? encima, lo abrac? y le di un beso. Me reprendieron duramente diciendo que las ni?as no abrazaban ni daban besos a desconocidos. Hab?a sido un poco impulsiva, pero no pod?a resistirme a una sonrisa y a la amabilidad. Muchos a?os despu?s, Maman me confes? que en aquella ?poca, cuando nos llev? a Lyon, se hab?a dado un tiempo con mi padre porque su suegra, Mem?, le estaba haciendo la vida imposible y mi padre prefer?a prestar m?s atenci?n a su madre que a su mujer. ?l le escribi? varias cartas de amor rog?ndole que volviera y cont?ndole lo vac?a que estaba la casa sin ella y sin los ni?os. Cuando me ense?? esas cartas, ya hac?a muchos a?os que hab?amos vuelto a casa. Como he mencionado previamente, mi t?o Raphael, su mujer Allegra y su hijo Sami viv?an con nosotros en Valence. Sami era hijo ?nico, pero se cri? con todos nosotros y, de hecho, sol?a llamar a mi hermano Ren? su fr?re-cousin, o sea, su ‘hermano-primo’. Mi abuela Mem? lo adoraba porque, seg?n dec?an, era el ni?o de su hijo favorito. Tambi?n mostraba su predilecci?n por mi hermano Ren?, ya que era el primog?nito de la familia. Ren? siempre se portaba muy bien, era serio, tranquilo y trabajador, y ten?a un don para la m?sica. Yo le admiraba mucho y me gustaba escucharle recitar sus lecciones y memorizarlas. Mi memoria era muy buena y esa pr?ctica me ayud? mucho para preparar mis clases m?s adelante pero, aunque era muy buena estudiante, tambi?n era una rebelde. ?Prefer?a jugar con mis mu?ecas antes que hacer cualquier otra cosa! Una vez, nos encargaron a Ren? y a m? tejer un jersey, por lo que ten?amos que tejer la mitad cada uno. Para cuando Ren? termin? toda su mitad, las mangas y el cuello, yo todav?a estaba pele?ndome con la parte delantera. Los puntos eran dificil?simos, pero a ?l se le daba de maravilla y yo era demasiado vaga y solo quer?a irme a jugar. Adem?s, siempre fui muy revoltosa, impertinente y respondona con mis padres. ?Ten?an que estar hartos de m?! No me sent?a muy querida, sobre todo cuando me comparaban con mi hermano que lo hac?a todo bien, pero mir?ndolo en retrospectiva, me doy cuenta de que siempre me sent? muy unida a ?l, y de que lo quer?a much?simo. Supongo que aprend? a quererle por imitaci?n y este amor tan profundo me ha acompa?ado toda mi vida. Claro que todo lo que aprendemos de peque?os nos moldea e influye en nuestra personalidad. Nunca hubo una gran rivalidad entre nosotros, porque no recuerdo sentir celos de ?l y creo que ese profundo amor y la afinidad que ten?amos me imped?an sentir cualquier tipo de resentimiento hacia ?l, a pesar de que la actitud de mis padres y de mi abuela, que solo ten?an buenas palabras para mi hermano. Mi hermano ten?a nueve a?os cuando le apuntaron al conservatorio y, por mucho que me empe?? en que me apuntaran a m? tambi?n, todo se resolv?a con un ‘tu eres una ni?a y no puedes hacer lo mismo que los ni?os’. Por supuesto, mi hermano tocaba de sobresaliente, as? que enseguida empez? a tocar el clarinete y, con el tiempo, se uni? a la Orquesta de Valence como clarinetista. Un amigo del colegio que iba con ?l a las clases de m?sica me dijo un d?a con gran admiraci?n que mi hermano estaba hors concours, vamos, que era un fuera de serie. A m? me encantaba y disfrutaba mucho de su ?xito; disfrutaba incluso de pasarle las p?ginas de las partituras cuando tocaba el clarinete en casa, en nuestro piso, donde siempre sonaba m?sica porque, o bien practicaba sus escalas, o bien tocaba alguna obra como Scheherezade, de Rimski-K?rsakov o la Caval?rie L?g?re de Soup? o El mercado persa. Cada vez que escucho ahora el Concerto de Clarinete de Weber o el Concerto de Clarinete de Mozart, me convierto de nuevo en esa ni?a que le pasaba las p?ginas de las partituras a su querido hermano. ?Cu?nto lo quer?a y lo admiraba! Bueno, y todav?a es as?, a pesar de todos los a?os que han pasado, de todos los cambios, de todo el distanciamiento y los acercamientos, ?l siempre ha sido y ser? mi gran pilar, mi hermano, a quien admiro y quiero por ser todo lo que yo no fui: tranquilo y serio, bueno y querido, mientras que yo era vivaz, bromista, rebelde... Y no me quer?an. ?El hecho de que lo quisieran tanto fue lo que le dio tanta confianza en s? mismo y le hizo ser encantador? ?O fue ser encantador lo que hizo que lo quisieran? Yo dir?a que la primera, porque creo que el amor es el mayor regalo que unos padres pueden otorgar a sus hijos, y que este amor es la base de la autoestima y la confianza en uno mismo. Fui a un colegio solo de ni?as, que se separaba del colegio de ni?os mediante la guarder?a. A la edad de once o doce a?os, no entend?a por qu? a las otras chicas m?s mayores les interesaban tanto los chicos, incomprensible. Un d?a, antes de comenzar las clases, me dijeron que un coche hab?a atropellado a mi hermano Ren?. Sal? corriendo al patio y cuando lo vi tumbado en el suelo dolorido y rodeado por toda esa gente, no pude evitar echarme a llorar. Mucho tiempo despu?s, identifiqu? ese dolor que sent? en un poema que la autora francesa Madame de S?vigne hab?a dedicado a su hija y que dec?a: «J’ai mal ? votre gorge...», ‘Me duele tu garganta...’ Me encantaba ir al colegio. Me gustaba aprender y se me deb?a de dar bastante bien porque me salt? el segundo curso y, al ser la alumna estrella me convert? en la favorita de la mayor?a de profesores. Sin embargo, a mis amigas y a m? nos aterraba la directora. La Srta. Herbet era una mujer soltera extremadamente seria y nos daba pavor a todas las ni?as pero, para mi sorpresa, llegu? incluso a quererla y estoy segura de que ella a m? tambi?n. Pod?a sentir el afecto y la aprobaci?n en sus ojos. De hecho, la Srta. Herbet lleg? a invitarme una vez a su casa para tomar el t? despu?s de clase (en la segunda planta del colegio, que era donde viv?a). En otra ocasi?n, me hizo levantarme y me pidi? que cantase la lecci?n que tocaba ese d?a. Con toda mi verg?enza y tras un largo silencio, admit? que no me la hab?a estudiado, a lo que ella respondi?: «Es una pena. Si?ntate. Tienes un cero». Ese cero no pod?a aparecer en mis notas, ?qu? humillaci?n! Entonces, la Srta. Herbet sigui? llamando a otros alumnos y, solo escuch?ndolos, fui capaz de memorizar los teoremas de geometr?a que no me hab?a estudiado la noche anterior. Les dije a mis amigos susurrando que ya s? pod?a intentar cantarlos, que ya me sab?a la lecci?n y, muy emocionados se lo dijeron a la profesora y ella me dio otra oportunidad. Cant? los teoremas al pie de la letra mientras mis compa?eros, alborotados, le suplicaban que me quitase el cero. Y lo hizo. ?Qu? alivio y qu? gran victoria! **** En un viaje que hice hace poco a Francia, me pas? a ver mi escuela primaria, que estaba a orillas del R?dano. Nada hab?a cambiado, pod?a oler hasta las tizas. Emocionada con l?grimas en los ojos, record? que mi m?s tierna infancia ya se hab?a acabado. Me habr?a gustado correr a contarles a mis padres que hab?a vuelto a casa y que hab?a pasado por el colegio, pero, por supuesto, ellos ya no estaban all?. Se marcharon con mi infancia y con la mejor parte de mi vida. Ten?a tantas ganas de contarles todo lo que hab?a visto y vivido, lo grandes que me parec?an las calles de peque?a y lo estrechas que me parec?an ahora. Quer?a contarles que hab?a vuelto al parque al que nos llevaba Maman de ni?os, que hab?a visto a nuestros viejos amigos de la calle de al lado, que segu?an viviendo all? y que no hab?an cambiado nada. Me dijeron que mi amiga Martine era enfermera y que ahora viv?a en Alemania. Necesitaba compartir con ellos toda esta nostalgia, pero no pod?a... Me sent? como si volviera a perderlos y sent? de nuevo todo ese dolor. Par? en la boulangerie donde sol?amos comprar el pan y los pasteles, y me la encontr? tal cual la recordaba: los mismos aromas, la misma variedad de panes reci?n sacados del horno... Pero no era la misma. Es cierto eso de que no se puede volver atr?s. ?Cu?nto jug?bamos de peque?os! Algunas ma?anas, mi padre nos llamaba desde su cama para ver si ya est?bamos despiertos. Si lo est?bamos, nos dec?a «Parlons de lit ? lit», ‘?Hablemos de una cama a otra!’ y nos pon?amos a hablar hasta acabar todos en su cama. Mientras tanto yo, pensando en paisajes soleados, siempre esperaba que nos contase alguna historia sobre l’Italie, pero ?l me correg?a y me dec?a que se trataba de conversaciones «lit ? lit», no de Italia. Tambi?n jugaba con mis mu?ecas. Una de mis favoritas ten?a un carrito que llen? de almohadas y mantas. Un d?a, mientras jugaba con esta mu?eca, me di cuenta de que mi madre se hab?a marchado a comprar y me hab?a dejado en casa con mi abuela, que no hac?a m?s que maldecirme hasta que me echaba a llorar por la angustia de pensar que mi madre nunca volver?a. Todav?a recuerdo el miedo y el dolor que me provocaba pensar que nunca m?s volver?a a verla. El odio de mi abuela hacia m? era incomprensible. Me maldec?a a menudo, pero mi madre nunca se atrevi? a defenderme y mi padre, por su parte, no se atrev?a a hacerle frente porque se ofender?a. Por ejemplo, mi abuela era muy habilidosa con las manos, as? que se dedicaba todo el tiempo a la costura. Una vez, cuando le ped? que me ense?ara a hacer el tal?n de unas medias me respondi?: —?Aprende t? sola igual que hice yo! —?Pero t? eres una magn?fica mujer de tu casa!— que era el cumplido estrella de la ?poca y yo, inocente de m?, cre? que la aplacar?a. —?Ojal? no veas el d?a de ser una mujer de tu casa! Sal? corriendo a cont?rselo a mi madre y, alucinada, me dijo que le preguntase a mi padre qu? quer?a decir todo aquello. Mi padre me pregunt? de d?nde hab?a sacado esas palabras y, cuando le dije que me las hab?a dicho Mem?, palideci? pero no hizo nada. Ella sab?a que nadie se le pon?a por delante. Otra vez me dijo que ojal? me hubiera muerto en la cuna. No me extra?a que me diese p?nico que mi madre me abandonara y me dejase con esa arp?a. Por aquella misma ?poca, cuando ya ten?a unos diez u once a?os, en el colegio repartieron zapatos y zuecos para los ni?os necesitados. El encargado del programa era el director del colegio de ni?os. Cuando me acerqu? all? para que me dieran mis zuecos, el director me toc? de formas muy poco apropiadas y yo, sinti?ndome totalmente avergonzada, no le dije nada a nadie. Despu?s, en la tienda de al lado donde mi madre sol?a mandarnos a comprar, me ocurri? lo mismo con el dependiente a plena luz del d?a. Esta vez s? que se lo cont? a mi madre y, tanto ella como mi padre, fueron a pedirle explicaciones al hombre que, por supuesto, lo neg? todo. M?s tarde, cuando me hospitalizaron en el Granges Blanches, uno de los muchachos de pr?cticas volvi? a tocarme como no deb?a mientras me examinaba. Volv? a dec?rselo a mis padres, que montaron gran revuelo, pero, de nuevo, el chico lo neg? todo. A?os despu?s, en Italia, un cura me abraz? en su despacho y meti? las manos por dentro de mi camisa. Lo denunci? ante el obispo y —?que raro!— el curo lo neg?. En aquellos d?as, la voz de una mujer no ten?a el peso que tiene hoy, y eso que todav?a nos queda mucho camino por recorrer. A lo largo de mi vida, todos estos hombres que se me echaban encima se han aprovechado de su posici?n, de sus logros o de su modales y lo ?nico que yo pod?a hacer si no toleraba sus maneras de tratarme, era marcharme. Desafortunadamente, siempre trabaj? para el director ejecutivo o para el socio preferente de una empresa, as? que no hab?a ning?n superior a quien yo pudiera dirigir mis quejas, y ellos sacaban un gran partido de esa situaci?n. Adem?s, la ?nica vez que me quej?, habl? con la oficina de empleo y nos llamaron a m? y a mi jefe para una audiencia. Como yo acababa de llegar a los Estados Unidos y todav?a no ten?a mucha fluidez hablando en ingl?s, la oficina de empleo me penaliz? por ‘haber mentido’. Estoy segura de que las formas que ten?an antes para solventar las cosas sorprender?a a m?s de uno en esta ?poca. Pegar a los ni?os era lo m?s normal del mundo y, por lo general, nadie se mor?a. Pero ahora no me refiero a ese tipo de abusos, ahora me refiero a aprovecharse de aquellos que no pueden defenderse a s? mismos por el motivo que sea: bien por su edad, por su sexo, por su cultura o por su fuerza f?sica. Desde luego, el abuso de los fuertes sobre los d?biles siempre ha existido, pero esta es la primera vez que las mujeres y los ni?os empiezan a hacerse o?r y que los medios de comunicaci?n est?n acogiendo con mayor sensibilidad estas historias tan desagradables. El abuso se ha representado de muchas maneras a lo largo de los a?os y las culturas, desde la lapidaci?n o clavar estacas a alguien en las mu?ecas y los tobillos por presuntas blasfemias, hasta marcar y descuartizar por alta traici?n o llegar incluso a incinerar personas. Tales atrocidades se merecen su propia necrolog?a, sus oraciones y que se proh?ba absolutamente su repetici?n. Por terribles que fuesen esas carnicer?as, todo sufrimiento que se le cause a cualquier criatura indefensa deber?a reprenderse y despreciarse. Cuando ten?a unos nueve o diez a?os, me quitaron las anginas y las vegetaciones, una operaci?n que sol?a realizarse sin anestesia en aquel entonces. No me cabe en la cabeza c?mo los adultos pod?an hacer pasar a los ni?os por una situaci?n as?, solo por el hecho de ser ni?os indefensos, ya fuese por su edad o porque se les ataba con cintas. ?Es que esos adultos ya no se acuerdan de lo que era la infancia? ?O es que suponen que la operaci?n es tan r?pida como cuando quitas una tirita de un tir?n y que el ni?o se va a olvidar a los cinco segundos? Aqu? estoy, escribiendo sobre el tema muchos a?os despu?s, traumatizada por el dolor que me produjo esta experiencia. Me envolvieron en una s?bana del tama?o de mi cuerpo, como una salchicha, mientras la enfermera me sujetaba sobre sus rodillas con la cabeza hacia atr?s para que el cirujano tuviese mejor acceso a mi boca. Daba igual lo que yo gritase, de hecho, eso les ven?a bien para mantenerme la boca abierta y poder trabajar mientras me embargaba un tremendo y ardiente dolor. No s? c?mo consegu?a respirar entre la sangre, los dedos del cirujano por toda mi boca, las arcadas y la enfermera tir?ndome de la cabeza hacia atr?s. Cr?edme, no se parec?a en nada a cuando te quitan una tirita. Mi hija tuvo que pasar por lo mismo, pero por suerte a ella le dieron ?ter. Sin embargo, cuando la oigo contar la historia, tambi?n fue una experiencia devastadora en la que se sent?a oprimida contra la enfermera, obligada a mantener la cabeza hacia atr?s y sin poder defenderse. Todav?a se acuerda de aquel d?a traumatizada por la operaci?n que, para much?simos adultos ‘requetesabios’, no es m?s que un moment?n un poco desagradble. En otra ocasi?n, estando de camping con unos amigos, comimos tantas ciruelas con pipo que me dio un ataque de apendicitis. Nuestro cirujano habitual no estaba, as? que me oper? un cirujano viejo que me hizo una chapuza tremenda. Al d?a siguiente, tuvo que volver a abrirme la herida para limpiarme una infecci?n que me llegaba al est?mago y, esta vez, lo hizo sin anestesia. Creo que todav?a se oyen los gritos por toda la ciudad de Nueva York. Cuando nos hicimos m?s mayores, Ren? se uni? a los Boy Scouts y a m? me dejaron inscribirme a las Girl Scouts. Cap?tulo 2 Alemania Invade Francia Ten?a tan solo doce a?os y viv?a con mi familia en Bourg-les-Valences cuando empez? la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939. Sol?a o?r a los mayores hablar de Neville Chamberlain, el Primer Ministro brit?nico, que hab?a viajado a Alemania para convencer a Hitler de abandonar su fanatismo y sus pol?ticas de anexi?n, puesto que ya hab?a ampliado sus territorios a?adiendo toda Austria y una regi?n checoeslovaca conocida entonces como Sudetenland. Desde el momento que Hitler lleg? al poder, todo el mundo ve?a que se avecinaba una guerra; y as? comenz? el 1 de septiembre de 1939 cuando Hitler ocup? Danzig (ahora conocida como Gdansk, en Polonia). Varias reuniones y conferencias internacionales se hab?an celebrado con anterioridad para tratar de evitar esa cat?strofe, y en todas ellas Neville Chamberlain proclamaba: «Paz a trav?s del di?logo», frase con la que parec?a que el mundo entero, incluido Hitler, se quedaban m?s tranquilos. Antes de que estallase la guerra, en Francia cant?bamos muchas canciones patri?ticas retando a Hitler a acercarse a la l?nea Maginot, una l?nea de defensa construida por toda la frontera entre Francia y Alemania, que solo dejaba libre y desprotegida la frontera belga, por donde m?s tarde los alemanes entraron en el pa?s. En tan solo diez meses, las tropas alemanas hab?an derrotado, aplastado e invadido a los franceses dejando atr?s la l?nea Maginot. As? pues, toda paz acordada hasta entonces entre Francia y Alemania no dur? m?s que unos meses ya que, en 1940, el ej?rcito franc?s declar? que los alemanes hab?an ocupado Francia. Los medios de comunicaci?n, totalmente nacionalistas, segu?an cantando canciones populares y retando a Hitler para que trajese el resto de sus tropas hacia los b?nkeres fortificados de la l?nea Maginot pero, por supuesto, Hitler prefiri? que su ej?rcito atravesara las fronteras por tierras belgas, que no estaban vigiladas ni protegidas, y as?, abrirse camino hasta Par?s. Un d?a, vino a casa el mejor amigo de Ren?. Tra?a el rostro descompuesto y nos cont? que el mariscal P?tain hab?a pedido un armisticio y que Francia hab?a perdido la guerra. Nos dijo que el gobierno franc?s hab?a huido de Par?s y que ahora se refugiaba en Vichy (situada en el centro de Francia), as? que los alemanes hab?an invadido el pa?s. El gobierno lo dirig?an el antiguo mariscal P?tain y el primer ministro Pierre Laval. El pueblo franc?s los consideraba unos traidores por permitir sin la menor oposici?n que los invasores alemanes tomasen sus tierras e impusieran todo tipo de restricciones sobre ellas. A la huida del r?gimen se sum? la de dos academias militares, la de San Siro y el Pritaneo Militar, que tambi?n abandonaron la zona ocupada y se instalaron en barracones militares que hab?an despejado los soldados enviados al frente. Los alemanes hab?an requisado todos los alimentos disponibles, as? que los carniceros tuvieron que empezar a vender carne de caballo que, por cierto, a m? me parec?a un manjar. Lo primero que hicieron los alemanes fue obligar a todos los jud?os de la zona ocupada a identificarse con una estrella de David amarilla en su ropa. Adem?s, les impusieron un toque de queda y, aunque yo no viv?a en la zona ocupada, o?mos que algunos franceses estaban ayudando a los alemanes a arrestar jud?os durante la noche. Nunca se volvi? a saber nada de toda esa pobre gente. Tambi?n nos enteramos, gracias a algunos que tuvieron la suerte de cruzar la l?nea de demarcaci?n, de que los alemanes hab?an arrestado a miles de jud?os parisinos, entre los que hab?a muchos ni?os, los hab?an encerrado en el Vel?dromo de Invierno de Par?s y se hab?an ‘olvidado’ de ellos. A los que sobrevivieron al fr?o y a la intemperie, se los llevaron a Auschwitz. Viv?amos sumidos en el miedo. Los aviones aliados nos bombardearon para acabar con los dos barracones militares del barrio y tem?amos que, en cualquier momento, nos despertasen en mitad de la noche para deportarnos, traicionados por nuestros propios compatriotas. Ten?amos mucha hambre y solo nos daban una raci?n de doscientos gramos de pan al d?a que, por supuesto, ven?a sin mantequilla, ni harina, ni huevos, ni az?car, ni chocolate. Al principio solo se pod?a comprar carne de caballo, pero pronto se termin? porque se la quedaban las tropas invasoras. Unas de las primeras ?rdenes que impusieron los alemanes fue prohibir todo tipo de canciones patri?ticas y toda expresi?n de nacionalismo, entre ellas, los desfiles militares de la ciudad. Cuando lleg? el 14 de julio, D?a de la Bastilla, todos est?bamos impacientes por ver c?mo se celebrar?a nuestro d?a de la Independencia y si ver?amos a los cadetes o qu? pasar?a con la prohibici?n alemana. Resulta que, el 14 de julio de 1940, todos los cadetes de las academias militares de San Siro y el Pritaneo, luciendo sus mejores uniformes y mostrando todo su desprecio, desfilaron por el boulevard de la ciudad donde se situaba la sede de la Comandancia alemana. Claro est?, tampoco dudaron en cantar cosas como: Vous avez eu l’Alsace et la Lorraine Mais malgr? tout, nous resterons Fran?ais Vous avez eu l’Alsace et la Lorraine Mais notre c?ur, vous ne l’aurez jamais. ‘Ten?is Alsacia y Lorena Pero franceses somos y seremos Ten?is Alsacia y Lorena Pero nuestro coraz?n no entregaremos’. Para sorpresa de todos, el ?nico castigo que se les impuso fue que no salieran de los barracones durante un mes. Est?bamos todos content?simos porque las consecuencias pod?an haber sido fatales. De todos los que consiguieron cruzar la l?nea de demarcaci?n, se me viene a la cabeza un hombre jud?o h?ngaro, el Sr. Spitzer, que antes viv?a en Par?s y ahora trataba de sobrevivir en la zona no ocupada. Trabajaba de plongeur, (‘lavaplatos’) en un restaurante y sol?a venir a casa para sentirse m?s acompa?ado. Un d?a, nos dijo en su franc?s macarr?nico que cuando estaba llegando a casa del trabajo hab?a visto c?mo se llevaban a su mujer y a sus hijos en un cami?n alem?n y sab?a que no hab?a manera de poder ayudarlos ni salvarlos. Me ech? a llorar y recuerdo que mi padre le dijo: «Tu vois, tu as fait pleurer ma fille» ‘?Ves? Ya has hecho llorar a mi hija’. Su historia solo es una de tantas que ocurrieron aquella ?poca. Todos tem?amos por nuestras vidas, todos ten?amos miedo de que nos deportaran, y de muchas otras cosas peores. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=65495112&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
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