Как подарок судьбы для нас - Эта встреча в осенний вечер. Приглашая меня на вальс, Ты слегка приобнял за плечи. Бабье лето мое пришло, Закружило в веселом танце, В том, что свято, а что грешно, Нет желания разбираться. Прогоняя сомненья прочь, Подчиняюсь причуде странной: Хоть на миг, хоть на час, хоть на ночь Стать единственной и желанной. Не

Los Mozart, Tal Como Eran. (Volumen 2)

Los Mozart, Tal Como Eran. (Volumen 2) Diego Minoia En un siglo dominado por gobernantes absolutistas y arist?cratas prepotentes, la familia Mozart viaja por toda Europa en busca de consagraci?n art?stica y empleo prestigioso. ?Ser? suficiente la ambici?n de su padre Leopold y el genio de su hijo Wolfgang para lograr su objetivo? La historia de su vida, para conocerlos y comprenderlos, sigui?ndolos paso a paso a trav?s de las etapas de sus viajes de aventura. La vida y las peripecias de la familia Mozart en la Europa del siglo XVII: m?s all? del mito, para apreciar su humanidad. En este nuevo ensayo, dividido en dos amenos vol?menes, de Diego Minoia descubriremos la vida, la muerte y ... los milagros de la familia Mozart. Todo lo que necesitamos saber para conocer a estos extraordinarios personajes y su ?poca. Una interesante y curiosa historia que abarca unos treinta a?os de su vida: viajes y encuentros, triunfos y decepciones, peque?os enga?os y genios, rebeliones y derrotas. La vida de los Mozart, narrada por ellos mismos, gracias a la informaci?n contenida en su rico epistolario, enriquecida con percepciones que permiten comprender en 360 grados el mundo en el que se mov?an, incluyendo viajes y recomendaciones, intriga y amistades, sumisi?n a los poderosos y deseo de autonom?a. El retrato de una familia y un continente europeo que nos ayuda a entender un siglo, el XVIII, desde la ?ptica de quienes lo volvieron uno de los per?odos m?s fruct?feros para la m?sica. Los Mozart, tal como eran. La historia de su vida hasta 1775, sigui?ndolos paso a paso, para conocerlos y comprenderlos. ?Quieres ser su compa?ero de viaje? Empezaremos en Salzburgo, donde se form? la familia y donde nacieron Wolfgang Amadeus y su hermana Maria Anna (conocida como Nannerl), y continuaremos acompa??ndolos en sus primeros viajes a Munich y Viena. Luego los seguiremos en la largu?sima Gran Gira Europea que presentar? a los dos peque?os Mozart como ni?os prodigio, atravesando las principales Cortes de Alemania, Holanda, Francia e Inglaterra. 5200 kil?metros recorridos, 80 ciudades tocadas en 1269 d?as: ?ninguna estrella del pop/rock ha hecho jam?s una gira como esa! Los Mozart, Tal Como eran Diego Minoia Los Mozart, Tal Como Eran Una familia a la conquista de Europa Los viajes, la m?sica, los encuentros, las curiosidades El contexto socio-hist?rico, la familia, la infancia y la adolescencia de Wolfgang Amadeus Volumen 2 (1763 - 1775) www.diegominoia.it Traducci?n: Jorge Ledezma Mill?n Todos los derechos reservados Ninguna parte de este libro puede ser reproducida sin el consentimiento escrito del autor Copyright © Diego Minoia 2020 www.diegominoia.it [email protected] (mailto:[email protected]) Dise?o de la portada: Marta Colosio Diego Minoia Los Mozart, tal como eran Una familia a la conquista de Europa Los viajes, la m?sica, los encuentros, las curiosidades Contenido Volumen 1 1^ parte: Salzburgo y la familia Mozart Salzburgo - Los Pr?ncipes-Obispos - Curiosidades de Salzburgo - La m?sica en la Corte de los Pr?ncipes-Obispos - Los m?sicos de la Corte de Salzburgo - La familia Mozart (madre, hermana, padre, Wolfgang) - El lugar de Wolfgang en la historia de la m?sica - La vida de Mozart en Salzburgo - Las ganancias de Mozart - El cat?logo de las composiciones de Mozart 2^ parte: Pensamiento, cultura y sociedad en el siglo XVIII La situaci?n geopol?tica hacia la mitad del siglo XVIII - La Ilustraci?n - La sociedad en la ?poca de Mozart - El teatro, el poder y la sociedad - El teatro y los empresarios - Las dedicatorias y ganancias de los compositores y libretistas - Los "castrati" - M?sicos protegidos, prestados, robados - La m?sica en el siglo XVIII - El papel del m?sico en la segunda mitad del siglo XVIII - El melodrama - La Iglesia y la m?sica - Evoluci?n y perfeccionamiento de los instrumentos musicales en el siglo XVIII 3^ parte: La vida cotidiana en la ?poca de Mozart Las casas en la Europa del siglo XVIII - El cesto o guardinfante - Conservatorios y hospitales de los pobres - La indumentaria - El hielo - La comida y la evoluci?n del gusto - Los artistas y el papel social - Otros vicios y curiosidades: las mascotas, el "Grand habit ? la Fran?aise" - Par?s, el "faro" de la moda - Los chismes y los salones aristocr?ticos - El "mal oscuro" - Los salones de Par?s - El sexo - 4^ parte: Los Mozart antes de los viajes europeos De 1755 a 1762: Leopold Mozart, la Escuela de Viol?n y la formaci?n de los ni?os prodigios - La Epistolaria de Mozart - Las Cartas de 1755/1756 - Leopold Mozart: Un poco de autor, un poco de comerciante - Las cartas al editor Lotter en Augsburgo - La producci?n de papel hasta el siglo XVIII - La estratagema de Leopold - La Feria - La publicaci?n en el siglo XVIII y el derecho de autor - La "copia" de Leopold - Los impuestos en el siglo XVIII - La formaci?n musical de Nannerl y Wolfgang en Salzburgo - Las primeras composiciones de Wolfgang 5^ parte: Los primeros viajes Viajes en el siglo XVIII: las calles, las gu?as, las posadas, los peligros - Un poco de historia del correo hasta la ?poca de Mozart - Los primeros viajes: M?nich y Viena - Viena, la capital del Imperio - Curiosidades - Epistolario de Viena - La ropa en el siglo XVIII - Las academias y la m?sica en la Corte - El comercio y la diversificaci?n del consumo - Los muebles - ?Qu? hac?an Wolfgang y Nannerl durante las representaciones? - Los testimonios de Leopold y otros presentes - El fen?meno de los ni?os prodigio en el siglo XVIII 6^ parte : Los Mozart y la Gran Gira Europea /1 - Alemania y los Pa?ses Bajos, Par?s ?Qu? fue la Gran Gira? - La Gran Gira frente a los Mozart - Las etapas del viaje: Salzburgo, Munich, Augsburgo, Ulm, Ludwigsburg, Bruchsal, Schwetzingen, Heidelberg, Mannheim, Worms, Maguncia, Frankfurt, Maguncia, Coblenza, Bonn, Colonia, Aquisgr?n, Lieja, Tirlemont, Lovaina, Bruselas, Mons, Bonavis, Gournay, Par?s Volumen 2 7^ parte: Los Mozart y la Gran Gira europea/2 Par?s: encuentros, esperanzas, regalos, ?xitos, curiosidades. Las composiciones "pari-sinas" de Wolfgang. 8^ parte: Los Mozart y la Gran Gira europea /3 - Londres Londres: un mundo "nuevo", encuentros musicales formativos, estrategias de marketing y crisis de gobierno. Las composiciones "londinenses" de Wolfgang. 9^ parte: Los Mozart y la Gran Gira europea /4 - El largo regreso Calais, Dunkerque, Lille, Gand, Anversa, Rotterdam, L'Aja, Amsterdam, L'Aja, Haarlem, Amsterdam, Utrecht, Anversa, Bruxelles, Valenciennes, Cambrai, Parigi, Digione, Lione, Ginevra, Losanna, Berna, Zurigo, Winterthur, Sciaffusa, Donaueschingen, Dillingen, Augusta, Monaco, Salisburgo 10^ parte: Salzburgo / Viena / Salzburgo La vuelta a la vida cotidiana en Salzburgo, el per?odo de sedimentaci?n y crecimiento del aprendizaje musical de Wolfgang, su segundo viaje a Viena, el per?odo adicional de los estudios de Salzburgo preparatorio para sus viajes a Italia. Intermedio La Gran Gira en Italia en el siglo XVIII, las opiniones y los diarios de otros viajeros de la Gran Gira, Europa e Italia en la segunda mitad del siglo XVIII 11^ parte: Primer viaje a Italia Salzburgo, Innsbruck, Bolzano, Bolzano, Rovereto, Verona, Mantua, Mil?n, Lodi, Parma, Bolonia, Florencia, Roma, Sessa Aurunca, Capua, N?poles, Roma, Civita Castellana, Terni, Spoleto, Foligno, Loreto, Senigallia, Pesaro, Rimini, Imola, Bolonia, Parma, Piacenza, Mil?n, Tur?n, Mil?n, Brescia, Verona, Vicenza, Padua, Venecia, Vicenza, Verona, Rovereto, Bressanone, Innsbruck, Salzburgo 12^ parte: Segundo viaje a Italia En Mil?n para la composici?n de la Serenata teatral "Ascanio in Alba", de nuevo en Salzburgo 13^ parte: Tercer viaje a Italia En Mil?n para la composici?n de la obra "Lucio Silla", en Salzburgo al servicio de la Corte 14^ parte: Viena y Munich Intentos fallidos en Viena - "La falsa jardinera" en Munich - El triste regreso a Salzburgo - El despido de los Mozart - La separaci?n de Leopold y Wolfgang - La partida de Wolfgang con su madre para buscar su fortuna en otro lugar Advertencia al lector: hay partes con un fondo gris en el libro. Esta informaci?n y conocimientos completan la discusi?n y ampl?an la comprensi?n de los temas inmediatamente anteriores al libro. Aunque es leg?timo salt?rselos para no interrumpir la lectura de los acontecimientos estrechamente relacionados con la familia de Mozart (tal vez volviendo a ella en otro momento), espero que sean apreciados como una contribuci?n a la inserci?n de cada situaci?n narrada en su contexto hist?rico y social. Presentaci?n ?Por qu? este libro? ?Porque no exist?a! Llevo a?os buscando un libro sobre la familia Mozart con estas caracter?sticas. Como no lo he encontrado, como siempre he hecho con mis libros, lo escrib? yo mismo. Se pueden encontrar docenas de publicaciones sobre Mozart, algunas con s?lo la biograf?a de Amadeus, otras con un an?lisis musical detallado y t?cnico de sus composiciones, otras con una mezcla de biograf?a y an?lisis musical. Este libro es diferente a todos los dem?s, el lector lo notar? desde las primeras p?ginas. Para empezar, se trata de toda la familia Mozart, no s?lo de Wolfgang. Luego, no hay un an?lisis musical de las composiciones y la biograf?a se reconstruye en gran parte extrayendo la informaci?n de la fuente m?s directa y autorizada: el epistolario de Mozart. Por ?ltimo, est? lleno de temas que no est?n presentes en otras publicaciones sobre Mozart: informaci?n sobre su ?poca, su forma de pensar y vivir, curiosidad por los acontecimientos y situaciones que los vieron como protagonistas, etc. Con este trabajo me gustar?a proporcionar un nuevo instrumento, menos especializado y ciertamente no musicol?gico, pero m?s rico en informaci?n y pistas que permitan al lector sumergirse en la forma de vida y pensamiento de la segunda mitad del siglo XVIII. Espero haber logrado humanizar a los Mozart, sin menospreciar el tema, pero exponiendo de forma sencilla y clara los argumentos extra?dos de mis m?s de diez a?os de inter?s por Amadeus, Leopold, Nannerl y los miles de personajes con los que entraron en contacto. Desde el principio me propuse escribir un libro que resultara interesante, fac?lmente legible y entretenido, tanto para los m?sicos (que no siempre encuentran en las publicaciones especializadas informaci?n detallada para comprender mejor el contexto en el que vivieron los Mozart) como para los amantes de la m?sica (que pueden acercarse al "Genio" de Salzburgo sin tener que observarlo desde el fondo hasta la cima del pedestal en el que con demasiada frecuencia queda relegado). Todos los temas son tratados sin in?tiles recovecos de "cr?tica", pero con la cercan?a y el afecto que los Mozart merecen por lo que han dado a la Humanidad, obteniendo a cambio mucho menos de lo que nos dieron. Por lo tanto, contar? c?mo eran realmente los Mozart, c?mo viv?an y pensaban en el siglo XVIII, a?adiendo, cada vez que me pareci? ?til para el lector, curiosidades y breves percepciones de situaciones o temas estrechamente relacionados con lo que ve?an, hac?an, pensaban los Mozart cuando estaban en Salzburgo, cuando viajaban en la "gira europea", durante los tres viajes que realizaron a su querida Italia, etc. En esta obra trataremos el per?odo de 1747 a 1775, casi treinta a?os que incluye la formaci?n de la familia Mozart, el nacimiento de sus hijos, las primeras salidas de Salzburgo para darlos a conocer como ni?os prodigio, la Gran Gira Europea, los tres viajes a Italia hasta los ?ltimos intentos en Viena y Munich realizados por Wolfgang junto con su padre. Despu?s de este per?odo Wolfgang viaj? solo (con la excepci?n de la corta parte inicial del viaje entre Munich y Par?s, donde estuvo acompa?ado por su madre, que muri? en esa ciudad), se traslad? permanentemente a Viena, se cas? y concluy? su par?bola art?stica y humana en 1791. El per?odo posterior a 1777, por lo tanto, forma parte de una nueva fase de la vida de Amadeus que va m?s all? del alcance de este texto. Los lectores interesados en esta obra podr?n elegir, seg?n sus preferencias y h?bitos, entre comprar la versi?n de libro electr?nico o la edici?n tradicional en papel, ambas en dos vol?menes. ?Disfruten la lectura! 7^ parte Los Mozart y la Gran Gira europea/2 22^ Etapa: Par?s Par?s (del viernes 18 de noviembre de 1763 al martes 10 de abril de 1764) Algunos datos sobre Par?s Or?genes: Asentamiento celta durante siglos, a la llegada de los romanos en el 53 a.C. era una aldea de la tribu de los Parisi. Asediada y conquistada, pas? a llamarse Lutetia parisiorum. Se convirti? en una ciudad romana, con termas y anfiteatro, y en el siglo IV aparece por primera vez el nombre de Parisia civita (ciudad de Par?s) en un texto del historiador Ammianus Marcellinus. En la ?poca de los Mozart: tras el traslado de la Corte francesa a Versalles, decidido por Luis XIV en 1682, Par?s mantuvo su papel de capital de Francia y principal centro cultural y econ?mico. La presencia de las residencias de todas las principales familias aristocr?ticas del reino y de una burgues?a financiera y empresarial en ascenso la convirtieron en una ciudad rica en teatros y en el centro de las modas que luego se extendieron al resto de Europa. Cuando llegaron a Par?s, los Mozart se alojaron en el H?tel Beauvais, residencia del Conde Eyck, embajador de Baviera. Al describir su llegada a la capital francesa, Leopold Mozart escribe que las afueras de la ciudad se asemejan a una aldea pero que, al avanzar hacia el centro, el paisaje cambia, con edificios bien construidos y confortables donde, dice sobre el palacio que los alberga, el dise?o es tan racional que "hasta los rincones m?s peque?os sirven para algo". Por supuesto, la primera queja se refiere a los altos costes: nada es barato, excepto el vino. La lista de gastos incluye la comida (que para diez d?as, excluyendo el pan y el vino, cuesta 2 luises de oro, correspondientes a 22 florines de Salzburgo) a la que hay que a?adir dos botellas de vino (20 soldi) y pan (4 soldi) cada d?a, con lo que el coste total, en moneda de Salzburgo, es de 48 kreutzer para la comida y 48 soldi para la cena, evidentemente m?s econ?mico. Una lista completa de las monedas de uso com?n en Francia y su valor de conversi?n con las de Salzburgo (que Leopold, como los turistas siguen haciendo hoy en d?a, intenta simplificar redondeando las cifras) permitir?a a Hagenauer comprender la magnitud de los gastos que tuvo que soportar la familia Mozart. Esta informaci?n ten?a tambi?n, como ya hemos dicho, el prop?sito de evitar que los salzburgueses pensaran que los Mozart se estaban enriqueciendo demasiado, desatando as? la envidia en la peque?a corte principesca que, desde la distancia, no habr?a sido posible debilitar. Muchas noticias se reserva para comunicarlas verbalmente, a su regreso, pero algunas considera incluirlas en las cartas, como las relativas al agua de Par?s: "Lo m?s detestable aqu? es el agua potable que se obtiene del Sena, que es repugnante". De hecho, los Mozart se encontraban en una situaci?n envidiable porque, al vivir en un palacio noble, disfrutaban de los privilegios que la riqueza aportaba al due?o de la casa, como tener agua en casa, mientras que para los ciudadanos de a pie que no eran ricos conseguirla era un compromiso diario y un duro trabajo. Leopold cuenta que los aguadores de Par?s, tras recibir un "privilegio" del Rey, deb?an pagar un impuesto al Estado para realizar su trabajo, que consist?a en ir a sacar agua del r?o o de las fuentes y llevarla en cubos por las calles al grito de "?agua!", vendi?ndola luego a quienes la necesitaban y pod?an pagar. En cualquier caso, aunque tuvieran suerte, los Mozart, al igual que los arist?cratas, estaban sometidos a la rutina de tratar el agua, que deb?a hervirse y luego dejarse reposar para que los residuos se depositaran en el fondo del recipiente. No respetar escrupulosamente este procedimiento provocaba consecuencias desagradables como, en el mejor de los casos, diarrea, si no algo peor. Leopold narra que casi todos los extranjeros que llegaban a Par?s sufren al principio este trastorno, y que toda la familia tambi?n tuvo que soportarlo, aunque de forma leve. El agua en la Europa del siglo XVIII Para entender c?mo han cambiado los usos y abusos a lo largo de los siglos, el ejemplo del agua es paradigm?tico. En nuestras ciudades modernas damos por sentado este precioso bien: basta con abrir un grifo y ah? est?, fr?o o caliente seg?n nuestras necesidades. Se calcula que el consumo per c?pita de agua (usos dom?sticos, industriales, p?blicos y agr?colas) ha pasado de 200 litros diarios a mediados del siglo XX a m?s de 2000 litros en la actualidad (y m?s, para las zonas m?s derrochadoras del mundo). Para tener una percepci?n inmediata de la diferencia, basta con pensar que en 1700 un ciudadano de Par?s pod?a disponer de una media de 5 litros de agua al d?a, que aument? a 10 litros a finales de siglo. Es evidente que, con esas cantidades disponibles, la limpieza personal no ocupaba el primer lugar en la lista de usos del agua: el ba?o se realizaba en el r?o y en verano (para los varones, aunque exist?a una idea preconcebida sobre la nocividad para el organismo de tal pr?ctica, que se tem?a que hiciera perder fuerza al cuerpo) o en los escasos ba?os p?blicos. En 1789 hab?a en Par?s unos 300 ba?os p?blicos, a los que se a?aden un millar de ba?os privados en las casas de la nobleza (pero s?lo una d?cima parte de los palacios aristocr?ticos, en 1750, estaban equipados con un ba?o especial, aunque Luis XVI en Versalles mand? construir seis). En la ?poca de los Mozart, por tanto, en las ciudades europeas el agua no era un bien c?modamente disponible para todos, como lo es hoy. La escasez de agua se compensaba con la difusi?n de las normas de "buenas costumbres", aumentando el n?mero de prendas de vestir en los armarios: el cuerpo sucio se "cubr?a" con ropa limpia (y el blanco de la ropa empez? a asociarse con la virtud personal). No s?lo eso, se pensaba que el lino, al absorber la suciedad y el sudor del cuerpo, lo dejaba limpio. Por lo tanto, se considera adecuado, incluso siguiendo el consejo de los m?dicos, cambiarse de camisa cada 2/3 d?as, quiz?s en verano o si se era rico con m?s frecuencia. S?lo se lavaban cuidadosamente con agua las partes visibles del cuerpo: cara, manos y cuello. Unos pocos afortunados (nobles, altos funcionarios, instituciones religiosas, hospitales) hab?an recibido "privilegios" especiales que les permit?an el acceso directo a los acueductos p?blicos, que s?lo serv?an a unos pocos distritos de la ciudad. Todos los dem?s se abastec?an del pozo com?n, de la fuente del barrio o de los vendedores ambulantes que se abastec?an directamente de los r?os o canales y que iban de casa en casa ofreciendo agua transportada en cubos. Sin embargo, las aguas de los r?os y canales, especialmente los pertenecientes a las ciudades, estaban cada vez m?s contaminadas por actividades que vert?an sus efluentes directamente en los cursos de agua: curtidur?as, carnicer?as, lavander?as, etc. Ya en el siglo XVII los principales r?os europeos, como el T?mesis y el Sena, se defin?an como letrinas (el escritor Beaumarchais, sarc?sticamente, dec?a que "los parisinos beben por la noche lo que han vertido al r?o por la ma?ana"), pero todav?a es de ellos de donde Londres y Par?s toman las cantidades imprescindibles de agua para saciar la sed de su poblaci?n. Sin embargo, las zonas m?s alejadas de la ciudad quedaban excluidas de los canales que llevaban el agua de los r?os de la ciudad a los barrios, que ten?an que satisfacer sus necesidades cavando pozos colectivos (en los patios de los bloques de pisos o en las plazas del barrio) o, para los ricos, los cuales eran privados. Sin embargo, ni siquiera los pozos daban agua cristalina, contaminados como estaban en la capa fre?tica por infiltraciones de todo tipo: desde los pozos negros hasta las aguas residuales de los cementerios, que dieron lugar a epidemias de c?lera y tifus. El agua, si no se utilizaba para fines externos, deb?a hervirse en cualquier caso. El oro blanco se convirti? en poco tiempo en un "lujo necesario" hasta el punto de empujar a los Estados a inversiones masivas en acueductos que, como en el caso de Par?s (casi como contrapunto) se financiaron con un impuesto sobre el vino consumido en la ciudad. A?n as?, durante mucho tiempo el agua corriente era un lujo para unos pocos y, para los que ten?an la suerte de vivir cerca de una fuente (otros ten?an que recorrer un largo camino con el peso del suministro de agua sobre sus hombros), las colas significaban largos tiempos de espera. Las mujeres, al ser las principales encargadas de buscar el agua, pod?an llevar a casa una media de 15 litros cada vez y quiz?, tras el esfuerzo de llevarla de la fuente a la casa, ten?an que subirla cuatro, cinco o seis pisos hasta el apartamento. En 1782 se inauguraron las bombas hidr?ulicas de los hermanos Perrier, que tomaban el agua del Sena y la distribu?an en los canales disponibles, permitiendo incluso un lavado parcial de las calles principales con la consiguiente mejora de la salubridad del aire. A pesar de ello, la mayor?a de los ciudadanos tuvieron que seguir utilizando los pozos y las fuentes p?blicas, a menos que pudieran permitirse comprar a los aproximadamente 20.000 porteadores/vendedores que recorr?an incesantemente las calles con sus cubos llenos de agua. Otro dato interesante aportado por Leopold se refiere al correo en Par?s. Por un lado se quejaba del coste de enviar/recibir el correo a/desde fuera de la ciudad: las cartas se pesaban y se tasaban de forma sorprendentemente cara, por lo que pidi? a Hagenauer que utilizara hojas de papel finas y al hijo de Hagenauer, Johann (que ten?a la tarea de escribirle noticias y hechos ocurridos en Salzburgo o que pudieran ser de inter?s) que escribiera en letra peque?a. Por otro lado, alababa la comodidad del llamado "peque?o correo" que permit?a comunicarse dentro de Par?s de forma r?pida (la ciudad estaba dividida en zonas y el correo sal?a cuatro veces al d?a para ser distribuido en los diferentes sectores). El tama?o de la ciudad, de hecho, hac?a que "los viajes fueran a veces largos y caros, teniendo que pagar el transporte p?blico (Leopold se preocupaba de presentarse de forma decente y evitaba ir andando a los arist?cratas para no llegar sudado y manchado por la suciedad de las calles). Una confirmaci?n de su reticencia a viajar a pie se encuentra en una carta fechada el 9 de enero de 1764 en la que, acabando de regresar a Par?s desde Versalles, escribe al notario Le Noir inform?ndole de que ha pasado por su casa sin encontrarle y se?alando que "he llegado a su casa incluso a pie; ?es realmente sorprendente!". Para valorar lo notable de la distancia, hay que tener en cuenta que la residencia de Van Eyck, donde los Mozart eran hu?spedes, estaba situada cerca de la plaza de Vosges, mientras que la casa del notario Le Noir estaba en la calle de Echelle, detr?s del Louvre y de los jardines de las Tuller?as, a unos 2,5 kil?metros, todo ello en terreno llano y practicable en menos de 30 minutos. Esta carta al notario nos muestra otra curiosidad: quienes no ten?an sirvientes para recibir a los invitados en ausencia del due?o de la casa colocaban una pizarra en la entrada, donde los visitantes escrib?an sus nombres, para saber qui?n hab?a pasado... y as? lo hac?a Leopold. Cuando pod?a, Leopold utilizaba el "fiacre", carruajes p?blicos numerados (como los taxis actuales) que defin?a como miserables, mientras que en ocasiones m?s importantes se ve?a obligado a contratar "carruajes de remesas", muy caros ya que se alquilaban para todo el d?a, pero permit?an entrar en los patios de los palacios nobiliarios directamente en carruaje (mientras que el "fiacre" ten?a que parar en la carretera y los invitados, por tanto, ten?an que entrar a pie, lo cual rebajaba la percepci?n de su estatus social y econ?mico). Los Mozart, como hemos visto, llegaron a Par?s el 18 de noviembre de 1763 y Leopold habr?a querido empezar inmediatamente a organizar representaciones y obtener gloria y dinero, pero un acontecimiento luctuoso que envolvi? a la Corte francesa (la muerte de la infanta de Espa?a Mar?a Isabel de Borb?n-Parma, sobrina de Luis XV, a causa de la viruela) impuso un periodo de luto durante el cual se suspendieron el ocio y las diversiones. As? pues, los Mozart tuvieron que esperar hasta finales de diciembre para presentarse ante los protagonistas de la ciudad pero, gracias a los buenos oficios del bar?n Friedrich Melchior von Grimm, escritor y encargado de negocios en Par?s del Principado de Frankfurt, fueron invitados a Versalles, sede de la Corte de Luis XV, donde fueron alojados durante diecis?is d?as en la posada Au Cormier. Friedrich Melchior von Grimm (1723-1807) escritor y diplom?tico Llegado a Par?s en 1749 como secretario del Conde de Friese, se convirti? en encargado de negocios del Principado de Frankfurt. Hombre de vasta cultura, fue amigo de los enciclopedistas Rousseau, Diderot y Voltaire, y durante dos a?os fue redactor del bolet?n "Correspondance litt?raire, philosophique et critique" destinado a informar a las Cortes europeas (desde Alemania hasta el Zar de Rusia) de las nuevas modas y tendencias culturales parisinas, que deb?an ser imitadas por el resto de Europa. En la disputa entre los partidarios de la ?pera italiana y los que apreciaban el estilo de Gluck, tom? partido abiertamente, con todo el peso de sus relaciones con la aristocracia parisina, a favor del estilo italiano. Las excelentes amistades y el hecho de ser el amante de Louise d'Epinay, escritora y animadora de uno de los m?s famosos "salones" parisinos, le permitieron ascender en la sociedad, lo que le llevar?a a recibir nombramientos diplom?ticos y a ser nombrado bar?n en 1774 por la emperatriz de Austria, Mar?a Teresa. Como cr?tico literario y musical tambi?n escribi? para la famosa revista Mercure de France. En el primer viaje de los Mozart a Par?s desempe?? un papel esencial en su ?xito, pero m?s tarde, cuando Wolfgang fue a Par?s solo con su madre, ?sta le trat? con frialdad y no le apoy? como en el pasado. En su ?ltima carta desde Par?s a su amigo Hagenauer, Leopold Mozart habla as? de Grimm: "...este hombre, este buen amigo m?o, este se?or Grimm, gracias al cual estoy consiguiendo todo aqu?". Aunque contaba con muchas cartas de recomendaci?n (entre ellas, la del conde de Chatelet, embajador de Francia en Viena, la del conde Starhemberg, enviado imperial austriaco en Par?s, la del conde von Cobenzl, ministro de Bruselas, la del pr?ncipe de Conti, etc.) ninguna de ellas, seg?n Leopold, sirvi? para nada. S?lo el conde Grimm "lo hizo todo"... ?y pensar que este apoyo le lleg? gracias a una carta escrita por la esposa de un comerciante de Fr?ncfort que hab?a conocido por casualidad en esa ciudad donde hab?an hecho escala antes de llegar a Par?s! Pues bien, mientras tanto, le dio a Leopold Mozart 80 florines de oro para las actuaciones de los ni?os en su casa, y luego se ocup? de distribuir 320 entradas para el primer concierto en el Teatro F?lix y de pagar la cera para iluminar la sala, para lo cual se necesitaron m?s de sesenta velas de mesa. La primera informaci?n sobre Versalles enviada a Salzburgo por Leopold Mozart hace sonre?r un poco porque, hablando de la marquesa de Pompadour (antigua amante del rey Luis XV) la compara con la difunta se?ora Stainer, una conocida de Salzburgo. En cuanto a su car?cter, sin embargo, dice, es extremadamente altiva y lo dirige todo incluso ahora (a pesar de que ya no era la amante oficial del Rey desde hace una docena de a?os). La describe como una mujer de esp?ritu poco com?n, grande, bien cargada pero muy bien proporcionada, rubia, todav?a bonita y seguramente muy bella en el pasado, ya que hab?a excitado a un Rey. Los apartamentos de la Pompadour en Versalles, con vistas al jard?n, son descritos por Leopold Mozart como "un para?so", mientras que el palacio del Faubourg St. Honor?, utilizado como residencia parisina, es descrito como magn?fico. El palacio, hoy residencia oficial del presidente de la Rep?blica Francesa, hab?a sido construido unas d?cadas antes para el conde de Evreux; fue comprado en 1753 por el rey Luis XV por 730.000 libras y regalado por ?l a la Pompadour, en aquel momento su mujer favorita. Es evidente que los Mozart hab?an sido admitidos all?, ya que Leopold describe la sala de m?sica, donde hab?a un clavicordio dorado pintado "con gran arte" y en las paredes hab?a dos cuadros de tama?o natural de la Pompadour y el rey Luis XV. Incluso en Versalles el coste de vida era bastante elevado, y afortunadamente en aquellos d?as hac?a mucho calor escribe Leopold (en diciembre...) de lo contrario habr?a tenido que comprar le?a al precio de 5 dinares por tronco para calentar la habitaci?n de la posada donde se alojaban. Los Mozart, en Versalles, vivieron durante dos semanas en una calle que, teniendo en cuenta los dos ni?os presentes en la familia y su talento, llevaba un nombre perfectamente apropiado: Rue des Bon Enfants (Calle de los Buenos Ni?os). Comodidades: calefacci?n De una sociedad acostumbrada a permanecer en el fr?o o, en el mejor de los casos, a protegerse con ropas pesadas y de porte, vemos el paso relativamente r?pido a las comodidades de la calefacci?n: primero en los lugares p?blicos (hospitales, cuarteles, oficinas) y luego en los hogares. La chimenea de pared parece haber sido un invento italiano (tenemos las primeras noticias de ella en Venecia hacia el siglo XIII) y, en comparaci?n con el fuego central abierto, permit?a que las habitaciones estuvieran menos invadidas por el humo, pero era energ?ticamente ineficiente y dispersivo. Adem?s, "asaba" la cara y la parte delantera del cuerpo, dejando la parte trasera congelada. El nuevo invento fue la estufa (de hierro, fundici?n o cer?mica), que ahorraba combustible y ofrec?a una calefacci?n m?s homog?nea y agradable. La chimenea necesitaba repetidas operaciones para su funcionamiento y mantenimiento: abastecimiento de le?a (que hab?a que comprar, apilar, traer a la casa, tirar como cenizas o utilizar para la gran colada mensual). Encontramos una referencia a la carga de las tareas relacionadas con la madera en una carta de Leopold Mozart a Hagenauer, desde M?nich, fechada el 10 de noviembre de 1766: "Le pido a usted, o m?s bien a su se?ora esposa, que nos busque una buena criada, especialmente en esta ?poca en la que debemos llenar continuamente las estufas de le?a. Son cosas indispensables, o m?s bien un malum necessarium". Hab?a que tapar las brasas por la noche para evitar incendios frecuentes y reavivar el fuego a la ma?ana siguiente; el humo era el compa?ero inevitable en la mayor?a de las casas, donde la chimenea era el centro de la actividad dom?stica en la cocina. Las habitaciones, si las hab?a, quedaban en el fr?o y para protegerse del fr?o dorm?an con ropa pesada, en el mejor de los casos precalentando las camas con calentadores y braseros. La estufa era ciertamente m?s c?moda y los ricos, por supuesto, fueron los primeros en adoptarla, incluso en varias habitaciones de los apartamentos, mientras manten?an, en las salas de recepci?n, las antiguas e imponentes chimeneas, s?mbolos de un poder en v?as de decadencia. La satisfacci?n de la nueva necesidad masiva de calor en el hogar provoc? un aumento de la demanda de madera (antes de que llegaran otros combustibles, como el carb?n, hacia el ?ltimo cuarto de siglo) que provoc? un aumento de los precios del orden del 60/70%. Los pobres, en los inviernos m?s duros, saqueaban los bosques a pesar de los riesgos de ser "pescados" por la Guardia del Rey o por los guardabosques de los nobles propietarios. Pero la le?a, la turba y el carb?n vegetal no eran los ?nicos combustibles utilizados: los pobres, a falta de algo mejor y sin ser demasiado quisquillosos con el hedor, tambi?n utilizaban esti?rcol que, debidamente secado, ten?a un valor calor?fico igual al de la turba e incluso superior al de la le?a (4,0 frente a un valor medio de 3,5 para la le?a). Si en el campo era bastante f?cil conseguir esti?rcol, en la ciudad los pobres se dedicaban a recoger lo que "regalaban" los caballos. Tambi?n los cristales de las ventanas (tambi?n esta innovaci?n est? certificada en ciudades italianas como G?nova y Florencia desde el siglo XIV) que, sustituyendo paulatinamente a las contraventanas de madera o a las telas impregnadas de trementina (para hacerlas semitransparentes), contribuyeron a librar la batalla contra el fr?o. Con las ventanas de cristal, las necesidades de iluminaci?n y calefacci?n se fusionaron: el cristal se hizo cada vez m?s claro, permitiendo que la luz entrara en habitaciones que hab?an sido h?medas y oscuras durante siglos. Al principio, se trataba de peque?os redondeles de vidrio unidos con plomo (como en las vidrieras de las catedrales) para llegar, con el progreso t?cnico-constructivo, a l?minas de vidrio transparente cada vez m?s grandes. Afortunadamente, las actuaciones en la Corte de los dos ni?os prodigio comenzaron a dar algunos frutos. La condesa Adrienne-Catherine de Noailles de Tess? (dama de honor del Delf?n y amante del poderoso pr?ncipe de Conti, a quien Wolfgang dedicar?a dos sonatas para clavicordio compuestas y publicadas en las semanas siguientes) le regal? una caja de rap? de oro y un peque?o y precioso reloj. Una peque?a caja de rap? transparente con incrustaciones de oro para Nannerl y un escritorio de bolsillo de plata con plumas del mismo metal para Wolfgang de la princesa de Carignano. En los d?as siguientes llegaron otros regalos: una tabaquera roja con anillos de oro, una tabaquera de material v?treo con incrustaciones de oro, una tabaquera de "laque Martin" (tambi?n llamada "vernis Martin" porque fue inventada en 1728 por los hermanos del mismo nombre, era una imitaci?n de las lacas chinas y japonesas pero mucho m?s barata, ya que se produc?a a partir del copal, una resina semif?sil parecida al ?mbar) con flores y utensilios pastorales en oro esmaltado, un peque?o anillo montado en oro con una cabeza antigua. As? como una serie de cosas que Leopold no tuvo en cuenta por su escaso valor (cintas para dagas, cintas y lazos para los brazos, peque?as flores para los auriculares de Nannerl, peque?os pa?uelos y otros accesorios necesarios en Par?s para estar a la moda).Un ?ltimo regalo curioso fue una caja de palillos de oro macizo que se le regal? a Nannerl. Vajilla La referencia al regalo de una caja para palillos nos permite hablar brevemente de unas innovaciones que justo entonces se estaban popularizando y que pasar?an a formar parte del bon ton: los utensilios para la mesa. A partir del siglo XVIII, la comida se vincula a los utensilios que a partir de entonces constituir?n la parafernalia de la mesa: cuchara, tenedor y cuchillo. La cuchara, ya conocida en el Antiguo Egipto y por los romanos, deriva su nombre de c?clea (concha) durante la Edad Media se fabricaba en madera o, para los ricos, en oro o plata, marfil o cristal. El cuchillo tiene un origen a?n m?s lejano y b?lico, quiz? por ello su uso segu?a siendo muy limitado, por temor a que pueda herir a los comensales o ser utilizado como arma en caso de disputas (en China estaba prohibido por ley) hasta que, en el Renacimiento, se cre? el cuchillo de punta redonda, ciertamente menos agresivo. El uso moderno del tenedor como instrumento para llevar la comida a la boca apareci? en Venecia en el a?o 955, cuando la princesa griega Argilio (que probablemente hab?a aprendido su uso en Bizancio) lo luci? con motivo de su matrimonio con el hijo del dux Pietro III Candiano. La difusi?n de esta ?til herramienta, sin embargo, tuvo que contar con la Iglesia romana que, debido al cisma ortodoxo, identific? el tenedor con las costumbres de Bizancio y prohibi? su uso, consider?ndolo como instrumento del diablo. Para entender c?mo este anatema qued? profundamente arraigado en la mentalidad de la gente, baste decir que en el siglo XVII, una persona no ciertamente de bajo nivel cultural como el m?sico Claudio Monteverdi, cuando se ve?a obligado a usar tenedores por buena educaci?n hacia quienes le hab?an invitado, recitaba entonces tres misas para expiar el pecado. En la corte francesa, el tenedor fue introducido, como es l?gico, por Catalina de M?dicis, cuyo hijo, Enrique III, legisl? (sin mucho ?xito) para imponer su uso generalizado. Durante esos d?as los Mozart se vest?an, al menos en parte, seg?n la moda parisina y Leopold menciona un vestido negro de Wolfgang con un sombrero franc?s. En realidad, la familia Mozart tuvo que mandar a hacer cuatro vestidos de luto negros por la muerte del Elector de Sajonia, Friedrich Christian von Wettin, hermano de l a Delfina de Francia. Las reglas del luto Las muertes en el siglo XVIII eran frecuentes, debido a enfermedades, guerras o epidemias. M?s de una vez, como sabemos por el epistolario de Mozart, un acontecimiento luctuoso frustr? los planes de Leopold Mozart, arruinando posibles ganancias y semanas de contactos y maniobras para obtener una invitaci?n a cierta corte o palacio para las actuaciones de sus hijos. La est?tica del luto estaba bien codificada, tanto en lo que respectaba a la vestimenta de los familiares del difunto como a la duraci?n del propio luto. En el caso de la muerte de la realeza, el luto implicaba a todos los sujetos, con manifestaciones externas m?s o menos evidentes, que iban desde el vestido de luto de los nobles hasta el lazo negro en el brazo de los burgueses. Con motivo del luto real se interrump?an todos los actos en curso o previstos y se cerraban los teatros durante semanas o incluso meses, como en el caso, que tambi?n afect? a los Mozart y a sus proyectos en Viena, de la muerte de la archiduquesa Mar?a Josefa de Habsburgo-Lorena, prometida al rey de N?poles Fernando IV de Borb?n, lo cual provoc? la suspensi?n de todos los espect?culos durante seis semanas. En Versalles, la estricta etiqueta exig?a que las ropas de luto del Rey fueran de color p?rpura, mientras que las de la Reina deb?an ser blancas y se prescrib?an para la muerte de un miembro de la familia real o de un gobernante extranjero. No hab?a luto por la muerte de los ni?os menores de siete a?os, que se consideraba el comienzo de la edad de la raz?n. Adem?s, las muertes en la infancia eran numerosas y se aceptaban con resignaci?n. Para las viudas las prescripciones eran igual de estrictas: toda la casa se cubr?a con un velo negro, incluidos los cuadros y los espejos, y la habitaci?n de la viuda se repintaba completamente de negro. La mujer deb?a llevar un velo negro en la cabeza y un vestido del mismo color. Los requisitos del luto en Francia, pero tambi?n en otras naciones europeas, estaban incluso prescritos por ley. En Francia, en 1716, la duraci?n del luto se redujo a la mitad mediante una ordenanza que establec?a, para la viuda, la duraci?n de un a?o y seis semanas. Durante los primeros cuatro meses y medio la viuda deb?a vestirse con capa, sobrepelliz y falda de estame?a (tejido de lana ligero y no precioso), durante otros cuatro meses y medio la ropa deb?a ser de crep? y lana, durante los tres meses siguientes la ropa era de seda y gasa (tejido de seda transparente) y, finalmente, durante las seis semanas restantes se permit?a el medio luto, durante el cual el c?digo de vestimenta se hac?a menos estricto y se permit?a el uso de joyas.. La compra de la ropa y los gastos para llegar al Palacio de Versalles desde la posada ascendieron a 26/27 Luises de oro en diecis?is d?as, calcula Leopoldo, ya que en Versalles no hab?a "fiacres" ni "carruajes", sino s?lo sillas de manos. Como eran cuatro, los Mozart, a causa de los d?as de lluvia, para no ensuciar sus ropas antes de entrar en la Corte, tuvieron que tomar varias veces dos carruajes con un coste de 12 dineros cada uno: en uno iba su madre con Nannerl, en el otro Leopold con Wolfgang. En dinero efectivo, los Mozart hab?an recibido hasta ese momento, a la espera de las esperadas donaciones del Rey, la suma de 12 Luises de oro que cubr?an, sin embargo, s?lo la mitad de los gastos ocasionados. Los 50 Luises que fueron donados por el Rey a trav?s de la Oficina de los Menus plaisir du Roy (que se encargaba de los peque?os placeres reales), contenidos en una caja de tabaco, permitieron, sin embargo, cerrar el viaje a Versalles con un beneficio (sin contar el valor de los regalos que ya hemos mencionado). En Par?s, los Mozart tambi?n intentaron hablar franc?s, al menos de la forma sencilla que permite a los extranjeros comunicarse con los locales, pero, a juzgar por los errores que se aprecian en el epistolario, el dominio de la lengua no debi? de ser especialmente bueno. Tambi?n en las cartas de Wolfgang de los a?os siguientes se aprecian errores ortogr?ficos y ling??sticos tanto cuando utiliza el franc?s como cuando emplea el italiano, aprendido "de memoria" a trav?s de los libretos de ?pera y durante sus tres viajes a nuestro pa?s. En una carta desde Par?s dirigida, excepcionalmente, a la esposa de Hagenauer, Leopold expresa su opini?n sobre la belleza de las mujeres parisinas. En su opini?n, est?n tan maquilladas (en contra de la naturaleza, dice, como las marionetas producidas en Berchtesgaden, una localidad de los Alpes b?varos a 25 kil?metros de Salzburgo) que, aunque sean bonitas, resultan insoportables a los ojos de un alem?n honrado. Productos de belleza En el tocador de una dama elegante (pero no piensen que sus maridos no utilizaban diversas cremas y maquillajes) hab?a numerosos productos destinados a dejar la piel clara, fresca y a la moda, as? como sustancias para colorearla, falsos lunares, etc. Ya en el siglo XVI se imprim?an libros con recetas de todo tipo para curar enfermedades o preparar ung?entos y cremas de belleza, como "I secreti universali in ogni materia" ("Los secretos universales en todas las materias"), de Don Thimoteo Rossello, publicado en Venecia en 1565, que, en su segunda parte, enumera decenas de recetas para embellecer o ruborizar el cabello, tener una piel blanca y brillante, etc.. En el siglo XVIII tambi?n se difundieron publicaciones similares, como "La toilette de Venus", publicada en 1771, o "La toilette de Flore", del m?dico Pierre-Joseph Buc'hoz, que propon?a recetas de cremas y ung?entos de belleza a base de flores y plantas. Una piel transparente y resplandeciente (el modelo a seguir era el "color convento") era tan alabada en el siglo XVIII que incluso a la mujer que las luc?an se les perdonaba su estupidez o sus modales poco refinados. Para maquillar a hombres y mujeres se utilizaba el blanco de plomo para aclarar la piel (inicialmente obtenido de la clara de huevo y m?s tarde pigmento blanco a base de plomo, t?xico) y el belletto (tambi?n llamado colorete, rojo) para los labios y las mejillas (inicialmente obtenido de sustancias animales como la cochinilla o vegetales como el s?ndalo rojo, m?s tarde obtenido de minerales como el plomo, el minio y el azufre tratados en un horno a altas temperaturas), as? como decenas de esencias, cremas, pastas, eau (aguas) perfumadas. En uno de sus escritos, el Chevalier d'Elb?e estima la venta de colorete en 2.000.000 de frascos y recoge las palabras de Montclar, uno de los m?s famosos vendedores de belletto de Par?s, que afirmaba vender al se?or Dugazon (el actor Jean-Baptiste-Henry Gourgaud) tres docenas de frascos de colorete al a?o, mientras que a las actrices Rose Lef?vre (su esposa), Bellioni y Trial les vend?a seis docenas a cada una, a seis francos el frasco. El vientre o colorete, sin embargo, no se eleg?a al azar en sus matices, sino que deb?a decir algo sobre la persona que lo llevaba, de modo que un determinado tipo estaba reservado a las damas de rango, diferente al de las damas de la Corte (las Princesas lo llevaban en un tono muy intenso), otro era el adecuado para la burgues?a, obviamente diferente al de las cortesanas. Luego estaban las lociones: para aclarar la piel o enrojecerla, para nutrirla y lavarla, contra las pecas y los puntos negros, para rejuvenecer la piel amarillenta por la edad, etc. Se derrochaban verdaderas fortunas en productos de belleza, hasta el punto de hervir hojas de oro en el zumo de un lim?n para obtener una piel con un brillo sobrenatural. Tambi?n hab?a ung?entos para reparar los da?os dejados en la piel por las enfermedades, especialmente la viruela, muy extendida en la ?poca, y productos para el cabello, las u?as y los dientes. ?Y qu? pasa con los topos, llamados mouches, moscas? Eran peque?os trozos de tela engomada de diferentes formas (coraz?n, luna, estrella, etc.), adquiridos por la famosa fabricante Madame Dulac, destinados a completar el maquillaje del rostro d?ndole personalidad y esp?ritu. La posici?n de estos lunares falsos, cada uno con un nombre asignado, estaba estrictamente prescrita por reglas conocidas: el assassine (en la comisura del ojo), el gallant (en medio de la mejilla), el pr?cieuse (cerca de los labios), el majestueuse (en la frente), etc. La finalizaci?n de la preparaci?n de la cabeza de una dama noble, antes de salir de casa, inclu?a el cuidado y el peinado del cabello que, para las grandes damas en ocasiones importantes, pod?a proporcionar una verdadera arquitectura realizada por los m?s grandes peluqueros de Par?s. La altura de estos peinados alcanzaba l?mites tan extremos que los caricaturistas se inspiraron para representar a los peluqueros en taburetes, o incluso en altas escaleras, para alcanzar la cima de sus creaciones. Si en la primera parte del siglo XVIII el color marr?n se hab?a impuesto como est?ndar de belleza para las mujeres, a finales de siglo la moda cambi? bruscamente: el negro cay? en desgracia en favor de la combinaci?n de ojos azules y cabello rubio. La palidez del rostro, sin embargo, segu?a siendo un elemento esencial, por lo que muchas damas para lograr el objetivo se somet?an a sangr?as incluso varias veces al d?a, haci?ndose extraer sangre mediante la aplicaci?n de sanguijuelas o dejando que una lanceta se clavara en una vena superficial. Incluso sobre la devoci?n religiosa y la moralidad de las mujeres parisinas, Leopold expresa sarc?sticamente muchas dudas. En cuanto a los negocios que los Mozart esperaban de las representaciones en Versalles, las cosas iban lentas, hasta el punto de que Leopold se queja de que en la Corte "las cosas van a paso de tortuga, incluso m?s que en otras Cortes" sobre todo porque toda actividad de ocio (fiestas, conciertos, obras de teatro, etc.) ten?a que pasar por la evaluaci?n y organizaci?n de una comisi?n especial de la Corte, los Menus-plaisirs du Roi (los peque?os placeres del Rey). A la esposa de Hagenauer, Leopold Mozart le ilustra sobre algunas pr?cticas de la corte en Par?s diferentes a las que hab?an visto en Viena: en Versalles no se acostumbraba a besar las manos de los miembros de la realeza, ni a molestarlos con peticiones y ruegos, y menos a?n durante la ceremonia del "paso", es decir, el desfile entre dos alas de cortesanos que la familia real realiza para ir a misa en la capilla del interior del palacio. Ni siquiera era costumbre rendir homenaje a la realeza inclinando la cabeza o la rodilla, como se hac?a en otras cortes europeas, sino que se permanec?a erguido y se pod?a ver c?modamente el paso de los miembros de la familia real. Leopold no pierde la oportunidad, al informar de estos h?bitos, de comentar que, en cambio, para asombro de los presentes, que las hijas del Rey se hab?an detenido a hablar con los dos hijos, dej?ndoles besar las manos y bes?ndolas a su vez. Incluso, en la v?spera de A?o Nuevo, durante el "grand couvert" (una cena real a la que asist?an, de pie, numerosos cortesanos e invitados de rango) que se celebraba en el Sal?n de la chimenea que tambi?n serv?a de antesala a los Apartamentos de la Reina, "mi se?or Wolfgangus tuvo el honor de permanecer todo el tiempo cerca de la Reina". Habl? con ella (que hablaba bien el alem?n, siendo de origen polaco pero habiendo vivido algunos a?os en Alemania en su juventud) e incluso comi? los platos que le ofreci?. Leopold no deja de se?alar que fueron acompa?ados a la sala del "grand couvert", dada la gran multitud que acud?a a la cena, por los guardias suizos y que tambi?n se situ? junto a Wolfgang mientras su esposa y Nannerl se colocaban junto al Delf?n Luis Fernando de Borb?n (el heredero al trono) y una de las hijas del Rey. La Guardia Suiza Hoy en d?a, cuando se habla de la Guardia Suiza, se piensa inmediatamente en los pintorescos soldados del Estado del Vaticano que, con sus coloridos uniformes renacentistas, act?an como guardia de honor del Papa. En realidad, ya en el siglo XIV, en la ?poca de la Guerra de los Cien A?os, muchos soberanos europeos recurrieron a mercenarios suizos para formar los cuerpos militares destinados a su protecci?n. El primer monarca que cre? un cuerpo de guardias suizos fue Luis XI, y su sucesor, Carlos VIII, fue aumentando su n?mero hasta llegar al centenar, por lo que se les llam? Cent suisses (los Cien Suizos). Entre finales del siglo XV y principios del XVI, los pont?fices siguieron el ejemplo del rey de Francia, hasta el punto de que Julio II ten?a a su servicio 150 guardias suizos que demostraron su lealtad durante el saqueo de Roma, llevado a cabo por los lansquenetes (soldados mercenarios alemanes alistados en el ej?rcito del emperador Carlos V). En el siglo XVI, los Saboya tambi?n ten?an su propia Guardia Suiza, y a partir del siglo XVIII los suizos fueron guardias personales de Federico I de Prusia, la emperatriz Mar?a Teresa de Austria, Jos? I de Portugal, e incluso fueron utilizados por Napole?n Bonaparte. Los Mozart llegaron a Versalles en la Nochebuena de 1763 y pudieron asistir a las tradicionales misas en la Capilla Real: una a medianoche, una segunda a ?ltima hora de la noche, una tercera al amanecer y la ?ltima en la ma?ana de Navidad. Como m?sico, tambi?n envi? sus valoraciones sobre la m?sica escuchada: fea y bella, dijo, precisando que las piezas para voz solista y las arias eran fr?as y sin valor, es decir, francesas (el estilo vocal franc?s no era evidentemente apreciado por Leopold, que prefer?a el italiano y el alem?n). Por otro lado, las piezas corales fueron calificadas incluso de excelentes, hasta el punto de que aprovech? para continuar la formaci?n musical y estil?stica de Wolfgang llev?ndole a la misa del Rey todos los d?as, la cual se celebraba a la 1 de la tarde en la Capilla Real (a menos que el Rey quisiera ir de caza: en ese caso la misa se adelantaba a las 10 de la ma?ana). La externalizaci?n de la riqueza por parte de los arist?cratas parisinos m?s ricos, de los fermiers g?n?raux (particulares que recib?an el privilegio de recaudar impuestos en determinados territorios, enriqueci?ndose desproporcionadamente) y de los grandes banqueros burgueses, un centenar de personas en total seg?n Leopold, impact? tanto al moroso Salzburger que los consider? "locuras asombrosas". La ostentaci?n llevaba a las mujeres a llevar pieles incluso en ?pocas no fr?as: cuellos de piel, tiras de piel en los peinados en lugar de flores, cintas de piel alrededor de los brazos. Las grandes damas, que pod?an permit?rselo, llevaban pieles muy lujosas (armi?o, lobo, nutria, marta) en la ?pera y en las recepciones. Especialmente afortunados eran los "manicotti", que pod?an ser de piel o de angora, que pod?an ser cil?ndricos (los llamados "barilotti") o descender majestuosamente hasta el suelo. Sin embargo, el uso y el abuso de las pieles no s?lo concern?a a las mujeres. Los hombres llevaban correas para pu?ales, de moda en Par?s, hechas con las mejores pieles, lo que llev? a Leopold a comentar ir?nicamente que semejante ridiculez evitar?a sin duda que el pu?al se congelara. Leopold Mozart tambi?n reprochaba a los franceses su excesivo amor por la comodidad, en particular la costumbre de enviar a los reci?n nacidos al campo para que los nodrizasen, confi?ndolos a un "director de orquesta" que, a su vez, los distribu?a entre las esposas de los campesinos, anotando los nombres de los padres y los de los acogidos en un libro de contabilidad, con la ayuda de los p?rrocos locales que, a cambio de su "certificaci?n", recib?an un donativo. El "cuidado" de los ni?os en el siglo XVIII en Par?s - Ser mujer era un duro destino Cuando una ni?a nac?a era generalmente una decepci?n para sus padres, fueran ricos o pobres, eso no cambiaba sus reacciones. Sin celebraciones y, sobre todo, con un destino marcado por un futuro "menor" en comparaci?n con el de sus hijos varones: no continuar?a el nombre de la familia, ni heredar?a bienes y cargos p?blicos (en el caso de las familias nobles) y no contribuir?a al sustento de la familia con la fuerza de sus brazos si no era ayudando en casa o entrando en servicio (en el caso de las familias pobres). En las casas aristocr?ticas, los reci?n nacidos eran confiados inmediatamente a nodrizas y alejados de la casa y de su madre hasta el destete. Las nodrizas sol?an ser campesinas ignorantes que descuidaban a los ni?os hasta el punto de que a menudo mor?an o, como le ocurri? a Charles-Maurice de Talleyrand-P?rigord (pr?ncipe y m?s tarde astuto pol?tico para todas las ?pocas), los dejaban inv?lidos. De hecho, parece que Talleyrand se qued? cojo tras caerse de un asiento demasiado alto, en el que su descuidada nodriza le hab?a dejado desatendido. Tras el destete, los ni?os volv?an al n?cleo familiar, pero eran confiados a una institutriz que se ocupaba de ellos en todos los aspectos, desde la educaci?n b?sica (lectura y escritura, catecismo, algunos pasajes de la Biblia) hasta el cuidado personal, a menudo con la ayuda de una de las muchas publicaciones dedicadas a la educaci?n de los ni?os. No exist?a ninguna intimidad con la madre, y menos a?n con el padre, salvo en ocasi?n de la visita matutina a la habitaci?n de la madre, que lo recib?a con desapego, dedicando a menudo m?s atenci?n a sus perros. Las ni?as ricas, desde muy peque?as, se vest?an como mujeres adultas (corpi?os, enaguas, grandes peinados rematados con un sombrero, etc.) y recib?an como regalo mu?ecas con un vestuario completo. El semanario Le Mercure de France anunciaba a sus lectores en 1722 que la duquesa de Orleans hab?a regalado al Delf?n de Francia (la esposa del Delf?n, hijo mayor y heredero del rey de Francia) una mu?eca con un vestuario completo y joyas por un valor astron?mico de 22.000 libras para la ?poca. Al llegar a la edad de seis o siete a?os, la ni?a rica comenzaba a recibir lecciones de baile, canto y de tocar el instrumento (el clavicordio) para prepararse para sus futuras funciones en la sociedad ... y finalmente fue enviada a un convento, elegido seg?n el prestigio de las chicas que asist?an. Obviamente, no se trataba de una vida mon?stica tal y como estamos acostumbrados a imaginarla hoy en d?a, sino de una especie de internado en el que las muchachas llevaban una vida relativamente apartada y moralmente "garantizada": hab?a apartamentos bien amueblados para las muchachas de linaje noble y en los conventos m?s prestigiosos se establec?an contactos y amistades entre las muchachas que, una vez que sal?an y volv?an al mundo a trav?s del matrimonio, pod?an obtener ventajas sociales y econ?micas para su familia de origen y la de su marido. Suced?a con frecuencia que las j?venes se casaban, por decisi?n exclusiva de la familia y sin consultarlas, a partir de los doce o trece a?os, y luego eran enviadas de nuevo al convento hasta que alcanzaban la edad apropiada para consumar el matrimonio. Tal fue el caso de una hija de Madame de Genlis, que se cas? a los doce a?os, y de la marquesa de Mirabeau, que enviud? del marqu?s de Sauveboeuf a los trece a?os. En los conventos particulares exist?a tambi?n un curioso tipo de muchachas que, aunque no pronunciaban votos religiosos vinculantes, recib?an un h?bito y el t?tulo honor?fico de canonesas, lo que les daba prestigio a ellas y a las familias a las que pertenec?an: sin embargo, estaban obligadas a residir en el convento dos de cada tres a?os. Las canonesas se subdivid?an, seg?n su edad, en t?as damas, a cada una de las cuales se le confiaba una sobrina dama, que recibir?a su apoyo para entablar relaciones con las dem?s damas y, a la muerte de la t?a, heredar?a sus muebles, joyas y cualquier renta y beneficio ligado a su posici?n en el convento. Los conventos principales y m?s codiciados por las familias nobles eran el de Fontevrault, en la regi?n del Loira (donde se educaban las Hijas de Francia, las hijas de los Reyes y Delfines de Francia), el de Penth?mont (donde se educaban las Princesas y se "retiraban" las Damas de calidad una vez que envejec?an o enviudaban). La hospitalidad en estos conventos no era gratuita, sino todo lo contrario. En 1757 el coste pod?a ir, en Par?s, de 400 a 600 libras a las que hab?a que a?adir otros gastos: 300 libras para la criada m?s otro dinero para el ba?l, la cama y los muebles, para la le?a de la calefacci?n y para las velas o el aceite de la iluminaci?n, para el lavado de la ropa blanca, etc. En el convento de Penth?mont, el m?s caro, se distingu?a entre una pensi?n ordinaria (600 libras) y una extraordinaria (800 libras que se convert?an en 1000 si el educando quer?a tener el honor de comer en la mesa de la abadesa). Al final de su preparaci?n en los conventos m?s prestigiosos, las chicas estaban listas para el matrimonio y, si damos cr?dito a lo que pensaban sus contempor?neos, "lo sab?an todo sin haber aprendido nada". El matrimonio, para la mayor?a de estas chicas, representaba simplemente la realizaci?n del proyecto familiar y ten?a valor por el estatus que les conferir?a, basado en el estatus del marido, el lujo y la afluencia que les permitir?a. Como reci?n casadas, comenzaban entonces la gira de visitas al c?rculo aristocr?tico de las familias amigas de su linaje y del de su marido, para afirmar su nueva condici?n de mujeres casadas y preparadas para la vida social, con una guarnici?n de ropa de moda, joyas, peinados para lucir en la ?pera y en cualquier ocasi?n, especialmente si pertenec?an a la ?lite que ten?a la posibilidad de acceder a las "presentaciones" en la Corte. En ese momento, para estar a la altura, las chicas ten?an que aprender las palabras de moda y utilizarlas con naturalidad: Asombroso, Divino, Milagroso, son t?rminos que se utilizaban para describir una actuaci?n musical en la ?pera y no un nuevo peinado o un nuevo paso de baile. El d?a de una se?ora no empezaba sino hasta las once, hora en la que se despertaba, llamaba a la criada para que le ayudara con el aseo mientras la se?ora acariciaba al siempre presente perrito faldero que dorm?a en su habitaci?n. El hecho de que la costumbre de poner a los ni?os reci?n nacidos al cuidado de campesinas ignorantes, que a menudo los descuidaban, estuviera extendida no s?lo entre los arist?cratas, sino tambi?n en estratos mucho menos ricos de la poblaci?n (el coste, de hecho, era muy bajo), provocaba deficiencias que, para los pobres, significaban miseria y marginaci?n para el resto de sus vidas. Leopold observa que en Par?s no es f?cil encontrar un lugar que no est? lleno de gente miserable y lisiada. Al entrar y salir de las iglesias o al caminar por las calles, uno se ve?a constantemente sometido a las demandas de dinero de los ciegos, los paral?ticos, los lisiados, los mendigos pustulosos, las personas cuyas manos hab?an sido devoradas por los cerdos cuando eran ni?os, o que hab?an ca?do en el fuego y se hab?an quemado los brazos mientras sus cuidadores los hab?an dejado solos para ir a trabajar al campo. Todo esto disgustaba a Leopold, que evitaba mirar a aquellos desventurados. Los pobres En el siglo XVIII las desigualdades sociales eran muy amplias. Frente a una clase aristocr?tica, que viv?a en el lujo y ten?a "prohibido" trabajar (por lo que viv?a a costa del resto de la poblaci?n) y la gran y mediana burgues?a (que se las arreglaba bastante bien gracias a las finanzas, el comercio y las profesiones) hab?a multitudes de pobres y, bajando en la escala social, de miserables sin casa, comida ni familia. En 1783, el pr?ncipe Strongoli dijo de los mendigos napolitanos que "pululan sin familia" porque la pobreza a menudo imped?a la formaci?n de v?nculos familiares o incluso provocaba su ruptura, con maridos que abandonaban a sus familias o hijos que se marchaban a buscar un destino mejor en otro lugar, generalmente en alguna ciudad donde esperaban tener mejores oportunidades. Entre los necesitados no s?lo se encontraban los holgazanes y vagabundos por elecci?n, sino tambi?n todos aquellos que no pod?an ganarse el pan de cada d?a por ser demasiado viejos o demasiado j?venes (aunque los ni?os empezaban a trabajar a una edad muy temprana), discapacitados o enfermos. En la ?poca del pr?ncipe Strongoli se calcula que en N?poles una cuarta parte de la poblaci?n (100.000 de 400.000 habitantes) pertenec?a a la categor?a de pobres o miserables. El n?mero de pobres crec?a o disminu?a tambi?n en funci?n de las contingencias: el hambre, las guerras, la p?rdida de trabajo, las enfermedades, las epidemias pod?an aumentar los porcentajes incluso hasta el 50% y m?s en los momentos de peor crisis. Sin llegar a las aterradoras cifras de N?poles a finales del siglo XVIII, la pobreza tambi?n era elevada en otras ciudades europeas: de sur a norte (Roma, Florencia, Venecia, Lyon, Toledo, Norwich, Salisbury) oscilaba entre el 4% y el 8% de la poblaci?n. Por tanto, es f?cil imaginar la enorme masa de miserables y pobres que hab?a en Europa, teniendo en cuenta que la poblaci?n del continente ascend?a a unos 140 millones de personas a mediados del siglo XIX, y que se elevaba a 180 millones en el umbral de la Revoluci?n Francesa. Una peque?a parte de la enorme masa de ni?os pobres, por ser hu?rfanos o pertenecer a familias que no pod?an alimentarlos y cuidarlos, era "atendida" por los Conservatorios u Hospitales que, nacidos en N?poles, Venecia y otras ciudades italianas durante el siglo XVI, se extendieron a otras grandes ciudades europeas. En sus cartas, Leopold se refiere tambi?n, de paso, a los restos de la famosa "Querelle des bouffons", es decir, la disputa entre los partidarios del estilo musical teatral italiano (representado por la "Serva padrona" de Pergolesi) entre los que militaban los enciclopedistas con Jean-Jacques Rousseau a la cabeza, y los admiradores del estilo franc?s ? la Lully (que, por cierto, Giovan Battista Lulli, tambi?n era italiano, a pesar de la afrancesamiento de su nombre). Aunque la discusi?n se hab?a resuelto una docena de a?os antes, evidentemente las secuelas de la pol?mica no se hab?an calmado del todo, y Leopold no se priv? de dar su opini?n al respecto: la m?sica francesa, toda ella, no val?a nada para ?l, mientras que los m?sicos alemanes presentes en Par?s o cuyas composiciones impresas eran populares en la capital francesa (Schobert, Eckard, Honauer, etc.) contribu?an a cambiar el gusto musical de sus colegas franceses. Algunos de los principales compositores que trabajaban en Par?s, escribe Leopold, hab?an llevado como regalo a Mozart sus composiciones publicadas, mientras que el propio Wolfgang acababa de entregar a la imprenta 4 Sonatas para clave con acompa?amiento de viol?n marcadas en el cat?logo de Mozart como K6 y K7 (las dedicadas a la Delfina Victoire Marie Louise Th?r?se, hija del rey Luis XV) y K8 y K9 (las dedicadas a la Condesa de Tess?). Diremos algunas palabras m?s sobre las composiciones publicadas en Par?s por Wolfgang (pero compuestas en los meses anteriores, no sin la ayuda de su padre) despu?s de completar la informaci?n sobre la estancia de Mozart en la capital francesa. Mientras tanto, Leopold imagina, y no deja de se?alar a sus interlocutores en Salzburgo, el revuelo que espera que causen las Sonatas de su hijo, sobre todo teniendo en cuenta la edad del autor. Tampoco teme que Wolfgang se vea desafiado por cualquier prueba p?blica de sus capacidades, pruebas que ya hab?a afrontado y superado no s?lo a nivel de virtuosismo ejecutivo (interpretaci?n, lectura a primera vista, transposici?n a otras tonalidades, improvisaci?n, etc.), sino tambi?n, como dice, a nivel de composici?n, cuando se le puso a prueba al escribir un acompa?amiento de bajo y viol?n para un minu?. Los progresos del peque?o Wolfgang fueron tan r?pidos que su padre imagin? que, a su regreso a Salzburgo, podr?a entrar en la Corte como m?sico. Tambi?n Nannerl interpretaba con precisi?n las piezas m?s dif?ciles que se le presentaban, pero Leopold no hizo ning?n plan grandioso para ella: era una mujer y los prejuicios de la ?poca, plenamente compartidos por Leopold Mozart, la convert?an, en el mejor de los casos, en una int?rprete con la perspectiva de ganarse la vida dando clases a los v?stagos de las familias ricas de Salzburgo. En la carta del 22 de febrero, Leopold Mozart anuncia a Hagenauer la muerte de la condesa van Eyck, que hab?a acogido a toda la familia en su palacio durante meses (nadie se tom? la molestia de pincharle las plantas de los pies para asegurarse de que estaba realmente muerta, apunta Leopold) y la enfermedad que hab?a atacado a Wolfgang: un dolor de garganta con un resfriado tan fuerte que le provocaba inflamaci?n, fiebre alta y producci?n de mucosidad que no pod?a expulsar completamente. La muerte de la condesa oblig? a los Mozart a buscar un nuevo lugar para vivir y Grimm les encontr? un apartamento en la calle de Luxemburgo. Con motivo de la enfermedad del peque?o Wolfgang descubrimos una de las caracter?sticas de Leopold Mozart, a saber, su competencia (emp?rica, pero tambi?n basada en la lectura y la experiencia) en el ?mbito m?dico. En el epistolario, en este caso como en otras ocasiones, encontramos los tratamientos que ?l mismo administraba a su familia bas?ndose en diagn?sticos personales o, para los casos m?s graves, en las indicaciones de los m?dicos consultados. En primer lugar, sac? al peque?o Wolfgang de la cama y le hizo caminar de un lado a otro de la habitaci?n mientras, para bajarle la fiebre, le administraba repetidamente peque?as dosis de Pulvis antispasmodicus Hallensis (polvo antiespasm?dico de Halle). Este medicamento, que tom? su nombre de la ciudad alemana de Halle (en Sajonia, cerca de Leipzig), se basaba en Assa fetida (una resina de origen persa), Castoreum de Rusia (secreci?n glandular producida por el castor en la ?poca de la "fragata", que se vend?a a un precio elevado, por lo que a menudo se falsificaba o se sustitu?a por la menos valiosa importada de Canad?), la valeriana (una planta rica en flavonoides, que todav?a se utiliza hoy en d?a para favorecer el sue?o y reducir la ansiedad), la digitalis purpurea (una planta que contiene principios activos con efectos sobre la insuficiencia card?aca), el mercurio dulce (85% de ?xido de mercurio y 15% de ?cido muri?tico) y el az?car. Ese brebaje, fuera efectivo o no, no mat? al ni?o y, al menos, no impidi? que Wolfgang se recuperara en cuatro d?as. Sin embargo, por seguridad, Leopoldo, que se preocupaba obsesivamente por la salud de su hijo (una enfermedad habr?a puesto en peligro los proyectos y las ganancias y los cuatro d?as de descanso forzoso calcula que podr?a haber ganado 12 Luises de oro m?s), tambi?n consult? a un amigo alem?n, Herrenschwand, m?dico de la Guardia Suiza que proteg?a al Rey en Versalles. Puesto que el m?dico s?lo vino dos veces a visitar a Wolfgang (Leopold lo escribe como si el m?dico amigo hubiera descuidado sus obligaciones, pero evidentemente la enfermedad no era tan grave como para requerir visitas diarias) el nuestro decidi? complementar los tratamientos con un poco de Aqua laxativa Viennensis (agua laxante vienesa), una medicina popular ciertamente menos peligrosa, que se compone de Senna (una planta de origen indio con efectos laxantes), Manna (extra?do de la savia del fresno, con propiedades emolientes y expectorantes, ligeramente laxante), Crema de T?rtaro (?cido tart?rico con propiedades leudantes naturales) y seis partes de agua. La medicina en el siglo XVIII La mortalidad en la segunda mitad del siglo XVIII en las ciudades europeas era cuatro veces superior a la actual. Viena, con una poblaci?n de unos 270.000 habitantes, ten?a una tasa de mortalidad de 43 por mil. La raz?n principal era el gran n?mero de enfermedades presentes en la ?poca, como la viruela, el tifus, la escarlatina y, en los ni?os, la diarrea. Adem?s, las infecciones cr?nicas como la tuberculosis y la s?filis aumentaban el n?mero de muertes. La esperanza de vida en la segunda mitad del siglo XVIII, especialmente en las ciudades, era de 32 a?os. La raz?n principal era la elevada tasa de mortalidad infantil. En los a?os 1762 a 1776 la tasa media de mortalidad de los ni?os menores de dos a?os era del 49% y al menos el 62% de los ni?os mor?an antes de los cinco a?os. La causa principal era la diarrea debida a la falta de higiene y a la inadecuada nutrici?n de los ni?os. La lactancia materna no era popular, por lo que las mujeres de clase media y alta recurr?an a amamantar a sus hijos, que eran de clase baja y a menudo eran portadores de enfermedades. Otro m?todo utilizado era la comida para beb?s, que consist?a en pan hervido en agua o cerveza con az?car a?adido. Wolfgang Mozart ten?a ideas err?neas al respecto, como demuestra una carta escrita a su padre en junio de 1783 con motivo del nacimiento de su primer hijo, Raimund Leopold, en la que se muestra su oposici?n a la lactancia materna. Le hubiera gustado que el ni?o fuera alimentado s?lo con comida de beb?, como se hizo con ?l y con su hermana. Afortunadamente, cedi? a la insistencia de su suegra y el ni?o fue confiado al cuidado de una nodriza, aunque, por desgracia, no sirvi? de mucho, ya que el beb? s?lo vivi? cuatro semanas. Las terapias utilizadas en ese momento no eran muy eficaces. Poco a poco se fueron descartando las nociones de la medicina medieval, pero en su lugar hab?a pocas alternativas. Por ejemplo, la quinina en forma de corteza peruana se utilizaba contra la malaria; el opio era el ?nico analg?sico conocido, mientras que el mercurio se empleaba contra la s?filis. Adem?s, segu?a en boga la teor?a humoral de la enfermedad, que exig?a la eliminaci?n de los fluidos corporales para expulsar los malos humores y restablecer as? el equilibrio. Por lo tanto, los em?ticos, los laxantes, los enemas y las sangr?as eran muy utilizados. En el siglo XVIII se utilizaban t?cnicas m?dicas que hoy nos hacen sonre?r, como los "enemas de humo de tabaco", que se practicaban sobre todo para reanimar a los ahogados (en Londres, pero tambi?n en Venecia, hab?a a lo largo del r?o o de los canales, en las boticas y no en las parroquias, cerca de los muelles y los puertos, cajas con el equipo necesario para practicar la terapia, igual que los desfibriladores actuales que se utilizan en casos de parada card?aca). Es probable que Leopold Mozart, que siempre se hab?a interesado por los tratamientos m?dicos, los remedios m?s novedosos y, en general, las innovaciones cient?ficas, los conociera durante su larga estancia en Londres durante la Gran Gira europea. Dada la escasez de resultados de la medicina oficial, los remedios "caseros" eran muy utilizados, y la familia Mozart, como hemos visto, no estaba en absoluto exenta. A continuaci?n se presenta una tabla de los medicamentos m?s utilizados en la ?poca: - polvo de margravia (carbonato de magnesio, mu?rdago, etc.). Producido originalmente por el qu?mico berlin?s Andreas Margraff (1709-1782); - polvo negro, tambi?n llamado Pulvis Epilepticus Niger (semillas de crot?n, escam?n, peon?a, productos animales, etc.). Es, con mucho, el remedio m?s utilizado, ya que contiene fuertes laxantes. Se empleaba contra la epilepsia y tambi?n conten?a lombrices secas; - t? de escabiosa; - ra?z de ruibarbo; - t? de sa?co; - ung?ento blanco (manteca de cerdo, plomo blanco); - pastillas para la gota (algas o esponjas cocidas) A pesar de la aproximaci?n de muchos diagn?sticos y tratamientos relacionados, no hay que subestimar la evoluci?n que el pensamiento racionalista del siglo XVIII permiti? al desarrollo de la ciencia m?dica que, gracias al m?todo experimental, avanz? a pasos agigantados y prepar? el camino para los progresos posteriores. En el siglo XVIII, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo, la pr?ctica de la medicina comenz? a tomar las caracter?sticas modernas que le son propias en la actualidad. Personajes como Giovanni Battista Morgagni (1682-1771), fundador de la anatom?a patol?gica, Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794), fundador de la qu?mica moderna, Lazzaro Spallanzani (1729-1799), un cient?fico con m?ltiples intereses que fue llamado por Pasteur "el mayor cient?fico que ha existido", Georges Buffon (1707-1788), el mayor naturalista de su tiempo, Edward Jenner (1749-1823), descubridor de la vacuna contra la viruela, etc. El desarrollo de la ciencia m?dica fue acompa?ado por la transformaci?n de los hospitales, que pasaron de ser lugares de segregaci?n de los enfermos, prisiones infames con tasas de mortalidad muy elevadas, a instituciones de asistencia en las que, aunque muy lentamente, se introdujeron la higiene y sistemas de tratamiento cada vez m?s eficaces. La medicina de cabecera (en la que durante siglos el medicus se desplazaba al domicilio del enfermo para administrarle tratamientos m?s o menos eficaces) fue sustituida paulatinamente por la medicina hospitalaria, con los consiguientes cambios en la relaci?n m?dico-paciente. En 1784, el emperador austriaco Jos? II, a?o en que Wolfgang Mozart viv?a en Viena cosechando ?xitos y gloria por doquier, promovi? la fundaci?n del Allgemeines Krankenhaus (Hospital General). La evoluci?n de la ciencia m?dica, sin embargo, no impidi? durante mucho tiempo que varias personas, como Leopold Mozart, siguieran utilizando pr?cticas tradicionales y comunes de autocuidado, la llamada "medicina sin m?dicos" (dietas, sangr?as, purgas, ung?entos m?s o menos peligrosos para la salud, recetas sacadas de libros impresos, etc.) y que personas no siempre preparadas, como boticarios, cirujanos y barberos, siguieran desempe?ando funciones relacionadas con la salud. Para no hablar de los charlatanes que vend?an brebajes de todo tipo como soluciones milagrosas para cualquier dolencia. C?mo no mencionar aqu?, como s?mbolo de los charlatanes de todas las ?pocas, al doctor Dulcamara quien, en el "Elisir d'amore" de Donizetti representado en 1832, vend?a frascos de vino de Burdeos como remedio general en el aria "Udite, udite, o rustici" (O?d, o?d, r?sticos): Benefactor de los hombres, reparador de los males, en pocos d?as despejo los hospitales, y salud para vender por todo el mundo voy. C?mpralo, c?mpralo, por poco te lo regalo. Este es el admirable licor odontol?gico, el poderoso destructor de ratones y bichos, cuyos certificados aut?nticos y sellados har? ver y leer a todos. Para este milagro espec?fico y simp?tico m?o, un hombre, septuagenario y valetudinario, abuelo de diez hijos todav?a se convirti?. Por esta caricia y salud en una semana corta m?s de un joven afligido dej? de llorar. Oh, matronas de cuello duro, ?anhel?is rejuvenecer? Tus arrugas inc?modas las borra ?Les gustar?a que su piel fuera suave? ?Quieren ustedes, se?oritas, tener amantes para siempre? Compra mi esp?cimen, te lo dar? barato. Mueve a los paral?ticos, manda a los apopl?jicos, a los asm?ticos, a los hist?ricos, a los diab?ticos, cura las timpanitis, y la escr?fula y el raquitismo, e incluso el dolor de h?gado, que se puso de moda. Compra mi espec?fico, por poco te lo doy. El temor por la salud de Wolfgang (sobre todo) y Nannerl hizo que los padres se comprometieran a hacer rezar misas en Salzburgo en caso de recuperaci?n: 4 misas en el Santuario de Mar?a Plan (no lejos de Salzburgo) y 1 misa en el altar del Ni?o Jes?s en la Loretokirche de la ciudad. Los costes de las misas deb?an descontarse de la cuenta de los Mozart en Hagenauer. Entre las novedades que Leopold cuenta a sus corresponsales de Salzburgo est? la pr?ctica de inocular la viruela a sus hijos, algo que, seg?n dice, le pidieron en repetidas ocasiones. La inoculaci?n o variolizaci?n fue introducida en Europa en 1722 por Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador ingl?s en Constantinopla, que la hab?a visto practicar en Turqu?a. Hizo inocular a su primer hijo, y el segundo fue incluso inoculado p?blicamente en la Corte Inglesa, como demostraci?n de la eficacia del m?todo. El resultado positivo hizo que toda la familia real inglesa se sometiera a la inoculaci?n. En Par?s, parece que en la ?poca en que los Mozart estaban presentes en la ciudad era una moda bastante extendida, hasta el punto de que se promulgaron leyes que, salvo permisos especiales, prescrib?an la pr?ctica en la ciudad (para evitar el contagio) mientras que en el campo estaba permitida. La inoculaci?n era una forma de defensa contra la viruela, en aquella ?poca la enfermedad infecciosa m?s extendida en Europa, y consist?a en exponer al sujeto a una forma leve de la enfermedad que permit?a, en caso de resultado positivo, inmunizarlo contra las formas m?s graves y a menudo mortales. La pr?ctica, sin embargo, ten?a graves riesgos tanto para el sujeto sometido a la inoculaci?n (pod?a enfermar de la forma m?s grave) como para quienes lo frecuentaban durante la fase activa de la enfermedad. El riesgo, por tanto, para los Mozart era especialmente grave, tanto por el posible contagio como por el lucro cesante debido al aislamiento forzoso al que deb?a someterse el sujeto inoculado. Esta pr?ctica se mantuvo hasta 1796, cuando la vacuna introducida por Edward Jenner erradic? progresivamente la enfermedad. En Par?s, en aquel oto?o/invierno de 1764, s?lo nev? una vez y el clima sigui? siendo suave, al menos seg?n Leopold Mozart en sus cartas en las que comparaba las temperaturas de la capital francesa con las mucho m?s fr?as de Alemania. Por otra parte, la humedad y la lluvia eran tan frecuentes que resultaba indispensable un impermeable de seda que, al parecer, casi todo el mundo llevaba en el bolso al salir de casa. Cubierta para la lluvia y paraguas Sin duda, Leopold estaba acostumbrado a protegerse de la lluvia con capuchas o capas, como todo el mundo en Europa hasta ese momento, hasta el punto de considerar la cubierta para la lluvia un invento reciente. La moda de la cubierta para la lluvia (obs?rvese el uso que hace Leopold de esta palabra francesa derivada de parapluie) hab?a sido importada a Par?s desde Inglaterra, una tierra de conocidas caracter?sticas lluviosas. En realidad, la historia del chubasquero deriva de la muy antigua historia del parasol. Lo que com?nmente llamamos paraguas esconde, de hecho, en su nombre su significado original: hacer sombra. Este objeto est? atestiguado en la antig?edad en China y Jap?n como un atributo de los emperadores y los samur?is y un s?mbolo de poder reservado para ellos, pero tenemos constancia de su uso en el antiguo Egipto, en la Grecia cl?sica y en la Roma imperial. La sombrilla ceremonial tambi?n fue utilizada como s?mbolo de poder por los Papas, primero, y m?s tarde por los Dogos venecianos (quienes ten?an que pedir permiso al Pont?fice romano para utilizarla tambi?n). En tiempos m?s cercanos a nosotros, parece que la costumbre de la sombrilla fue llevada a Francia (como muchas otras cosas, incluido el helado) por Catalina de 'Medici, en el a?o 500, en el momento de su matrimonio con Enrique II. Desde Francia, el uso de la sombrilla se extendi? a Inglaterra, donde en el siglo XVIII, dado el clima reinante en esa zona, se decidi? utilizarla como cubierta para la lluvia. La nueva moda regres? entonces a Francia, donde se hizo de uso com?n entre las clases m?s adineradas. Las frecuentes e intensas lluvias tambi?n provocaron el desbordamiento del Sena hasta el punto, dice Leopold, de que muchas zonas de Par?s cercanas al r?o eran intransitables y, para cruzar la plaza de la Gr?ve (actual plaza del Ayuntamiento) hab?a que utilizar una barca. En la misma carta del 22 de febrero de 1764, Leopold Mozart anuncia que tiene previsto ir a Versalles en un plazo de 14 d?as para presentar la primera ?pera de Wolfgang, las 2 Sonatas para clave con acompa?amiento de viol?n K6 y K7 (dedicadas a Victoire, segunda hija del rey Luis XV) y la segunda ?pera, las 2 Sonatas para clave con acompa?amiento de viol?n K8 y K9 (dedicadas a Madame de Tess?, dama de compa??a de la Corte y animadora de un famoso sal?n cultural de Par?s). En una carta fechada el 4 de marzo de 1764, Leopold Mozart quiere disipar el prejuicio, evidentemente extendido entre sus conciudadanos, de que los franceses no pod?an soportar el fr?o. Por el contrario, escribe, ya que en Par?s, a diferencia de otros lugares, los talleres de los artesanos (sastre, zapatero, guarnicionero, cuchillero, orfebre, etc.) permanecen abiertos durante todo el invierno. Y no s?lo eso: las tiendas est?n abiertas a la vista de todos los transe?ntes y se iluminan por la noche con numerosas l?mparas o apliques fijados en las paredes, cuando no con el a?adido de una hermosa l?mpara de ara?a en el centro del local. La iluminaci?n era necesaria porque, se maravilla Leopold, estas tiendas parisinas permanec?an abiertas por la noche hasta las 22 horas, y las tiendas de comestibles incluso hasta las 23 horas. Las mujeres de la casa utilizaban calentadores que guardaban bajo los pies, formados por cajas de madera cubiertas de lata provistas de agujeros por los que sal?a el calor, en los que se colocaban ladrillos o brasas al rojo vivo en el fuego. El fr?o no imped?a a los parisinos de ambos sexos pasear y lucirse en los jardines de las Tuller?as, en el Palacio Real o en los bulevares. En marzo, Leopold recibi? noticias de Salzburgo: el organista de la corte, Adlgasser, hab?a sido financiado por el arzobispo para viajar a Italia y estudiar el estilo de m?sica que estaba teniendo tanto ?xito en Europa. Seguramente Leopold ya hab?a pensado que esa experiencia ser?a necesaria para el joven Wolfgang, pero esta noticia probablemente confirm? su idea de que el arzobispo, como hab?a hecho con Adlgasser (y con otros m?sicos de Salzburgo, como la cantante Maria Anna Fesemayer, de permiso para estudiar en Venecia) financiar?a al menos en parte el viaje y le permitir?a volver a tomarse un tiempo libre de las obligaciones de su funci?n musical en la Corte. El 3 de marzo de 1764 los Mozart "perdieron" (para gran disgusto del peque?o Wolfgang, que le ten?a cari?o) a Sebastian Winter, el criado que les hab?a acompa?ado desde Salzburgo durante todo el viaje a Par?s. De hecho, encontr? la manera de entrar al servicio del pr?ncipe von Furstenberg como peluquero y dej? Par?s para ir a Donaueschingen, donde los Furstenberg ten?an su residencia (que a?n hoy puede visitarse junto con la cervecer?a del mismo nombre). Por supuesto, no se pod?a permanecer en Par?s y frecuentar el bello mundo sin un peluquero-camarero personal, as? que los Mozart se apresuraron a encontrar un sustituto, un tal Jean-Pierre Potevin, un alsaciano que, dados sus or?genes, hablaba bien tanto el alem?n como el franc?s. Sin embargo, era necesario que el nuevo camarero estuviera adecuadamente vestido, de ah? los nuevos gastos de los que se queja Leopold. Proporcionando algunas noticias especialmente dirigidas a la se?ora Hagenauer, Leopold Mozart aprovecha la ocasi?n para mostrar toda su oposici?n (quiz? un poco acentuada para subrayar la sobriedad de sus ideas y su modus vivendi) a las costumbres francesas. Mientras tanto, para Leopold, los franceses s?lo amaban lo que les agradaba y aborrec?an cualquier tipo de renuncia o sacrificio: en las ?pocas de vacas flacas no era posible encontrar alimentos que respetaran los preceptos de la Iglesia cat?lica y los Mozart, que sol?an comer en restaurantes, se vieron obligados a romper la prohibici?n comiendo caldo de carne o a gastar mucho en platos de pescado, que era muy caro. Los parisinos no practicaban el ayuno, y Leopold, ir?nicamente, se esforz? por pedir una dispensa oficial que le permitiera tener la conciencia tranquila sin respetar las prescripciones alimentarias cat?licas. Tambi?n las costumbres en las pr?cticas religiosas eran diferentes en comparaci?n con Salzburgo: nadie en Par?s usaba el rosario en la iglesia y los Mozart se ve?an obligados a usarlo ocult?ndolo dentro de las mangas de piel que mantienen las manos calientes, para no ser objeto de miradas curiosas o molestas. Hab?a pocas iglesias bonitas, pero por otro lado, hab?a muchos palacios nobles que mostraban el lujo y la riqueza. Incluso los carruajes eran s?mbolos de extremo lujo, completamente lacados en laque Martin (el mismo que hemos visto utilizar para las tabaqueras) y adornados con pinturas que no desfigurar?an en las mejores pinacotecas. En el periodo de Cuaresma, pues, a diferencia de las tradiciones alemanas que prev?n la suspensi?n de los espect?culos y los bailes, en Par?s se interrumpe el periodo de reflexi?n y penitencia inventando el "Baile de las v?rgenes", tambi?n conocido como "Carnaval de las v?rgenes". Y aqu? Leopold Mozart deja claro lo que piensa de la moral de los franceses. El sexo en Francia y Europa en la ?poca de los Mozart Mientras que el concepto de que el placer sexual no es una prerrogativa exclusiva de los hombres, sino que tambi?n debe formar parte de la esfera femenina, la actividad er?tica (tanto literaria como pr?ctica) se extiende como un reguero de p?lvora y sin los frenos morales que en el pasado la hab?an relegado al secreto del t?lamo. Por supuesto, las normas morales y las leyes segu?an condenando la promiscuidad y la prostituci?n se castigaba, por ejemplo, en Viena, obligando a las chicas pilladas en el acto (las pobres, por supuesto) a limpiar las calles de la ciudad de excrementos de caballo. En toda Europa se habla y se practica el amor y el sexo, pero sobre todo en Par?s y Venecia, la ?nica ciudad que, a pesar de su decadencia, pod?a competir con la capital francesa en cuanto a "dolce vita". La b?squeda del placer como fin en s? mismo se convierte, primero en el mundo aristocr?tico pero pronto tambi?n en las clases burguesas de la poblaci?n, en una forma de pensar y de vivir que para algunos llega a ser incluso una obsesi?n. Amar, incluso fuera del matrimonio (con discreci?n pero sin falso pudor) se convirti? en algo normal, al igual que salir sin demasiado dolor en vista de un nuevo "carrusel" que llevar?a a otras conquistas. El sexo se convierte en una experiencia, para hombres y mujeres (a pesar de la permanente situaci?n de minor?a social frente a los hombres), en una conquista que hay que enumerar y catalogar (pensemos en el Don Giovanni de Mozart y su cat?logo, perfecto representante del mundo que estaba a punto de desaparecer a finales de siglo). El siglo XVIII es el siglo de los seductores y los libertinos: Casanova (que enumera 147 conquistas en su biograf?a) y el Marqu?s de Sade son quiz?s los campeones, y han permanecido as? en el imaginario colectivo. Los nobles, sin embargo, tuvieron que empezar a sufrir la competencia de nuevos "objetos de deseo": los artistas. En un momento hist?rico que, si no inventa el star-system, al menos lo consolida, actores y actrices, cantantes y bailarines representan la "fruta prohibida" que atrae los deseos de maridos y esposas, deseosos de experimentar nuevas intoxicaciones. Pero siempre se trataba de caprichos y deseos que se agotaban en el tiempo de un fuego de pasi?n fuerte pero no duradero o en menajes en los que la parte rica financiaba al amante ofreci?ndole un nivel de vida que pod?a ser "respetable". Los artistas rara vez eran considerados dignos de figurar en las listas de la raza de sangre azul. El sexo, en el siglo de los Mozart, pod?a ser un puro disfrute o un medio para ganar dinero, poder y asignaciones amablemente favorecidas por quien, hombre o mujer, disfrutaba placenteramente de la relaci?n. Ciertamente, ni Leopold ni Wolfgang pertenec?an a la categor?a de arribistas de las s?banas: el matrimonio del primero fue feliz, pero ciertamente no le dio riquezas ni ascenso social, luego el del segundo, con la ins?pida Constanze (que le fue impuesta por la astuta se?ora Weber, que finalmente hab?a logrado colocar incluso a la menos atractiva de las tres hijas) fue una elecci?n forzada. En cuanto al libertinaje, sin embargo, Amadeus no era de los que rehuyen, al menos desde el momento en que se encontr? a su disposici?n lejos del control de su padre: el affaire con su prima y las aventuras vienesas con alumnas y actrices de sus obras forman parte de la historia, a menudo oscurecida, de su vida. En el siglo XVIII, los ricos y poderosos disfrutaban, incluso en un sentido no representativo, de su posici?n de poder, que les permit?a dispensar dinero y nombramientos a sus amantes; ?stos no ten?an ning?n problema en pasar de sus camas al cargo de recaudador de impuestos o funcionario real. Si eres hombre haces carrera, si eres mujer utilizas la influencia obtenida entre las s?banas para consolidar tu papel y ayudar a familiares y amigos apoyando sus peticiones. Un solo ejemplo, que circulaba por los salones parisinos en la ?poca de Luis XV, puede ser esclarecedor. Una condesa, que ya hab?a rendido las armas en un singular combate con el Rey, le escribi? una carta (encontrada casualmente por el criado del monarca y entregada a Madame de Pompadour, su amante oficial) en la que le ped?a 50.000 coronas, el mando de un regimiento para uno de sus parientes, un obispado para otro pariente... y la liquidaci?n de Pompadour (a quien evidentemente quer?a sustituir). Los arist?cratas ricos, cuando estaban "viciados" por alguna doncella y no quer?an perder el tiempo para intervenir directamente en el juego seductor, nombraban a un ayuda de c?mara de confianza, que actuaba como chulo, que hac?a de intermediario y organizaba los encuentros (a veces aprovechando personalmente su particular papel de poder frente a las damiselas, que no se negaban por miedo a perder la mayor oportunidad). La pr?ctica de tener amantes, despu?s de todo, vino de arriba. Luis XIV, el Rey Sol, tuvo un enorme n?mero de amantes, de las cuales una treintena eran "oficiales"; su sucesor Felipe de Orleans (regente hasta la mayor?a de edad del futuro Luis XV) ten?a dos amantes oficiales que trabajaban simult?neamente y sin celos, ni para la una ni para los innumerables meteoros que pasaban r?pidamente por las cortinas del t?lamo real; Luis XV pod?a contar con una quincena de amantes reconocidas, m?s las pasajeras. Y no pensemos que el Alto Clero era menos que eso. Por el Carnaval, hab?a bailes en todos los rincones de la ciudad, a menudo con s?lo un par de m?sicos que tocaban, seg?n Leopold, minuetos a la antigua. A medida que se acercaba la hora de partir hacia Londres, Leopold pens? tambi?n en desprenderse de algunos de los regalos y compras realizados durante las etapas anteriores del viaje envi?ndolos a Salzburgo y, al mismo tiempo, evitar posibles robos o roturas debido a la pr?xima carga y descarga del carruaje y su traslado a las posadas. Una novedad que caus? sensaci?n en la mente de Leopold fueron los llamados "ba?os ingleses" que se encontraban en todos los palacios privados de la aristocracia de Par?s. Se trataba, en efecto, de los primeros modelos de bid?, dotados de agua fr?a y caliente pulverizada hacia arriba, que Leopold describe de forma muy esquem?tica, sin querer utilizar t?rminos poco elegantes. Los ba?os de los palacios aristocr?ticos tambi?n eran lujosos, con paredes y suelos de loza, m?rmol o incluso alabastro, equipados con orinales de porcelana con bordes dorados y jarras con agua y hierbas perfumadas. Higiene personal y necesidades corporales Hemos visto anteriormente c?mo el uso de t?rminos relacionados con las funciones corporales y las partes del cuerpo implicadas era habitual en la familia Mozart, especialmente en los h?bitos de Wolfgang y su madre. Pero no deber?a sorprendernos. En aquella ?poca en Salzburgo, pero tambi?n en el resto de Europa, si excluimos a la aristocracia (que se conten?a un poco m?s en el lenguaje para respetar la presunta superioridad sobre las clases bajas) el uso del lenguaje trivial era habitual. Al fin y al cabo, la costumbre con las funciones naturales del cuerpo era mucho m?s "p?blica" que hoy. Los ba?os estaban pr?cticamente ausentes en la gran mayor?a de los hogares, si excluimos los palacios de la nobleza, y las funciones corporales no se ocultaban como hoy, sino que se realizaban tranquilamente all? donde la naturaleza hac?a sentir sus necesidades. ?C?mo pod?a considerarse la defecaci?n como una actividad vulgar que hab?a que ocultar si, en la ?poca del Rey Sol (Luis XIV), se consideraba un privilegio reservado a los m?s altos rangos de la nobleza de la Corte asistir a la "lever du Roi", el despertar del Rey, incluyendo su asiento en la "seggetta" (equipada con un jarr?n de may?lica y una mesita para leer y escribir) que el soberano utilizaba cada ma?ana para hacer sus necesidades corporales? Y as?, en cascada desde el Rey, las actividades del cuerpo se consideraban naturales y se realizaban, si se estaba en casa, en el orinal que luego se vaciaba tirando su contenido por la ventana. El resultado de todo esto, sumado a las deyecciones de los animales y a la costumbre de arrojar todo tipo de basura o desechos de procesamiento a la calle (no hab?a alcantarillas ni sistemas de limpieza urbana, salvo alg?n lavado raro de las calles principales y centrales de las ciudades) era: calles sucias y ciudades apestosas. Si, por el contrario, se estaba fuera de casa las cosas se complicaban, no tanto para los hombres que, gracias a una ropa m?s pr?ctica y a una fisiolog?a favorable, pod?an encontrar un rinc?n donde recluirse, como para las mujeres. Las arist?cratas llevaban ropas complejas y sobreabundantes, con faldas, enaguas, corpi?os provistos de cordones y botones, sin olvidar el "panier", un armaz?n de c?rculos conc?ntricos de mimbre o ballena, atados con cintas y fijados directamente al cors?. ?C?mo hacerlo entonces? Una soluci?n para cada problema: se invent? el Bourdaloue, un orinal port?til, dotado de un asa y con una forma acorde con la forma femenina, que era colocado bajo las faldas por la criada y que permit?a a la gran dama, gracias a que las bragas estaban dotadas de una abertura estrat?gicamente colocada, liberarse en p?blico respetando el concepto de decencia considerado aceptable en la ?poca. Sin embargo, parece que a principios del siglo XVIII s?lo tres arist?cratas de cada cien llevaban bragas, ya sea por comodidad o porque la Iglesia las segu?a considerando una prenda pecaminosa (en el siglo anterior las llevaban y ostentaban sobre todo las prostitutas, como en Venecia, donde se llamaban "braghesse" y se impon?an como obligaci?n para las chicas que "hac?an el trabajo"). En p?blico, dijimos. Por supuesto, el bourdaloue se utilizaba sin problemas, en el '700, en todas las ocasiones: durante los paseos, durante los viajes en carruaje, en medio de un baile y, s?, incluso en la iglesia. El t?rmino bourdaloue procede del apellido de Louis Bourdaloue (1632-1704), un predicador muy famoso que, gracias a su extraordinario arte oratorio, fue llamado a Versalles para dar sus sermones en la Capilla Real, ante el Rey y los cortesanos. Los sermones, sin embargo, eran muy largos y, para no perderse ni una sola palabra (y no abandonar su lugar, que representaba un orden jer?rquico preciso dentro de los cortesanos), las damas recurr?an a la bourdaloue, que les permit?a resolver los problemas de incontinencia sin abandonar su lugar en la iglesia. Leopold comunic? entonces a Hagenauer la esperanza de recaudar 75 luises de oro para el primer concierto parisino de los j?venes Mozart, programado para el 10 de marzo en el Th??tre du Signor Felix, que en realidad produjo 112 luises de oro. Durante su estancia en Par?s, los Mozart tambi?n pudieron asistir a "espect?culos" que en Salzburgo eran muy raros y que en Par?s eran casi cotidianos: el ahorcamiento de criminales en la Place de Gr?ve (actual lugar del Hotel de Ville, el Ayuntamiento). No se sabe si lo presenci? o de o?das, cuenta que colgaron a tres criados (un cocinero, un cochero y una criada) que, al servicio de una viuda rica a la que se entregaban los pagos de las anualidades cada mes, hab?an malversado la asombrosa suma de 30.000 luises en oro. Los hechos de este tipo no causaban revuelo y pod?a ocurrir que los siervos fueran ahorcados incluso por los robos m?s peque?os, de s?lo 15 monedas. Leopold, como un burgu?s bien intencionado, pens? que era s?lo para que la gente se sintiera segura. Por otro lado, parece que no se consideraba un robo el "descremado" de los gastos de los amos: Leopold dice que esto deb?a considerarse un beneficio y no un robo. Entonces como ahora, si la ley era muy dura con los pobres, no lo era tanto con los ricos y poderosos. As?, un notario, tras aprovecharse de las sumas de dinero que se le hab?an confiado y no poder ya devolverlas, quebraba y desaparec?a de la circulaci?n. As? que ten?an que conformarse con colgar su retrato. En la ?ltima carta enviada a Hagenauer desde Par?s, el 1 de abril de 1764, Leopold Mozart se refiere a un episodio poco frecuente: un eclipse de sol. Los vidrieros parisinos llevaban d?as recogiendo todos los fragmentos de vidrio sobrantes de las obras para prepararse para el acontecimiento, y los hab?an coloreado de azul o negro para venderlos a quienes quisieran observar el eclipse sin da?ar su vista. Los que no se conformaban con observar el eclipse desde la calle pod?an acudir al Observatorio construido por Luis XIV en 1667 y confiado al astr?nomo y matem?tico italiano Giovanni Cassini (posteriormente nacionalizado franc?s, como hab?a sucedido, siempre bajo Luis XIV con el m?sico florentino Giovan Battista Lulli que se convirti? en Jean-Baptiste Lully). Por desgracia para los parisinos que hab?an comprado la vidriera, ese d?a cay? una fuerte lluvia y la visi?n del eclipse se desvaneci?. Por otra parte, la anticipaci?n del acontecimiento hab?a desencadenado la superstici?n de aquellos (y fueron muchos desde que las iglesias fueron asaltadas esa ma?ana) que cre?an que el eclipse envenenar?a el aire o incluso provocar?a plagas. Habiendo reunido una buena cantidad de dinero con las exhibiciones de los chicos, Leopold escribe a Hagenauer (quien, hay que recordar, era su prestamista/administrador/banquero) que quiere depositar en la sede parisina del banco Tourton y Baur, 200 luises de oro, a la espera de que sean transferidos a Salzburgo. Tambi?n est? esperando ansiosamente la recaudaci?n del pr?ximo concierto, previsto para el 9 de abril, con el que espera reponer las reservas con al menos otros 50 o 60 Luises de oro, sin excluir la esperanza de obtener m?s. Pero, ?c?mo funcionaba la organizaci?n de los conciertos p?blicos en aquella ?poca? Para los particulares, los reyes y los arist?cratas, uno se presentaba, obten?a una invitaci?n, hac?a una representaci?n y esperaba, incluso durante mucho tiempo, un regalo en dinero u objetos preciosos (si sal?a bien). En la ?poca en que los Mozart se encontraban en Par?s, los conciertos p?blicos de pago no estaban todav?a muy extendidos. La principal organizaci?n dedicada a ofrecer conciertos era el "Concert spirituel" que, ya en 1725, contaba con el permiso real para hacer que se interpretara m?sica en competencia con las instituciones teatrales parisinas. En particular, los conciertos se organizaban durante la Cuaresma, ?poca en la que estaba prohibida toda diversi?n profana, y los programas inclu?an m?sica coral e instrumental con intervenciones de los principales virtuosos. A estos conciertos asist?a principalmente la clase media y la baja aristocracia (los grandes arist?cratas, como hemos visto, organizaban conciertos en sus casas). En el caso de los conciertos p?blicos de pago, las entradas se vend?an por adelantado a trav?s de amigos y conocidos de los salones parisinos, que pod?an difundir la noticia del concierto y vender las entradas a los interesados. Incluso las tiendas de los editores de m?sica pod?an formar parte de los puntos de reserva y venta de entradas (en Viena, en los a?os siguientes, fue el caso de Wolfgang pero tambi?n, m?s tarde, de Beethoven y otros que se convirtieron en empresarios de s? mismos). Los amigos, por tanto, ocho d?as antes del concierto se pon?an en contacto con los posibles interesados y les vend?an las entradas del concierto que, en este caso, costaban un cuarto de Luis de oro. Si el precio era el mismo que el cobrado por el concierto anterior, que hab?a recaudado 112 Luises de Oro. ?Podemos estimar la presencia en la representaci?n parisina del 10 de marzo de 1764 de 448 personas! Un peque?o truco de venta, como revela el propio Leopold, consist?a en dar la mayor parte de los billetes, en paquetes de 12 o 24, a se?oras que, como tales, era improbable que recibieran negativas de compra por parte de los corteses hombres a los que se los ofrec?an. Para evitar la impresi?n de entradas falsas, Leopold Mozart hizo estampar su sello en las tarjetas, y el contenido era muy conciso: En el teatro de Herr F?lix, rue et Porte Saint Honor?, este lunes 9 de abril a las 6 de la tarde. El teatro del Sr. F?lix era en realidad un peque?o teatro privado construido dentro de su palacio, donde los amigos y los invitados nobles se deleitaban representando obras ellos mismos. Los dos conciertos ofrecidos por los Mozart pudieron organizarse gracias a la disponibilidad del teatro, obtenida gracias al apoyo de Madame Clermont, pero sobre todo gracias a una autorizaci?n especial obtenida de Monsieur de Sartine, teniente general de polic?a, sobre las m?ltiples intervenciones de los partidarios de Mozart: el duque de Chartres, el duque de Duras, el conde de Tess? y muchas otras damas. ?Por qu? se requer?a un permiso para celebrar los conciertos? La raz?n era que el Rey hab?a concedido a ciertas instituciones parisinas "privilegios" que inclu?an la exclusividad en la organizaci?n de determinados espect?culos: la ?pera (L'Acad?mie Royale de Musique) ten?a el derecho exclusivo de organizar representaciones teatrales, los Concerts spirituels gozaban del privilegio de organizar conciertos, la Com?die francaise y la Com?die italienne eran las ?nicas autorizadas a organizar representaciones teatrales. ?C?mo era el pintoresco mundo del teatro y los teatreros en Par?s? El mundo del teatro en Par?s en la ?poca de los Mozart En primer lugar, hay que recordar que la profesi?n teatral y las personas que la ejerc?an eran consideradas en su momento (y durante siglos) inmorales por la Iglesia, hasta el punto de que los actores y bailarines estaban sujetos a la excomuni?n (para los m?sicos, la situaci?n era diferente, ya que su arte no conllevaba excomuni?n ni acusaciones de corrupci?n de conciencia). Si un noble se hubiera dedicado a la profesi?n teatral habr?a perdido el derecho a su t?tulo, mientras que un arist?crata que quisiera cantar o tocar en la compa??a de ?pera no habr?a sufrido ninguna consecuencia negativa. Mientras que en Italia la situaci?n de los actores teatrales era mejor, gracias a la mayor tolerancia que se practicaba en general hacia todas las formas de conducta en los l?mites de la moral, en Francia la condena social era muy viva hasta el punto de que a los actores y bailarines fallecidos se les negaba la ceremonia f?nebre y el entierro en tierra consagrada. Eran enterrados de noche y casi en secreto, como se hac?a con los criminales m?s atroces, y como le ocurri? al pobre Jean-Baptiste Poquelin, m?s conocido por su nombre art?stico de Moli?re, un gran actor/autor. Su enorme popularidad y los aplausos y el apoyo del Rey Sol, Luis XIV, para quien escribi? y represent? numerosas comedias en Versalles y en los teatros parisinos, no sirvieron de nada: la presi?n de la Corte s?lo consigui? que no fuera enterrado en una fosa com?n. Ni siquiera su muerte en el escenario, durante la representaci?n de "El enfermo imaginario", pudo hacer que los religiosos se sintieran mejor, pero el mismo destino corrieron muchos otros actores teatrales que figuraban entre los m?s admirados e incluso idolatrados, como la actriz Adrienne Lecouvreur (celebrada por el melodrama hom?nimo de Francesco Cilea en 1902), amante de Mauricio de Sajonia y muchos otros, que fue enterrada a orillas del Sena s?lo gracias a la intervenci?n del Prefecto de Par?s. La excomuni?n imped?a a los teatreros recibir los sacramentos, por lo que incluso casarse era un problema. Por no hablar del hecho de que, al ser el matrimonio religioso la ?nica forma de matrimonio oficialmente reconocida, los que hab?an entablado relaciones m?s uxorio, conviviendo como casados, pod?an incurrir en las penas de la ley que castigaba a los concubinos p?blicos. Por ?ltimo, los hijos de estas parejas "de hecho" forzadas se consideraban ileg?timos, condici?n que les privaba de muchos derechos civiles y los expon?a al escarnio p?blico. No hab?a forma de eludir la regla, ni siquiera para las estrellas m?s aclamadas de la escena, ni siquiera para los amigos y amantes de los altos rangos de la nobleza. El ?nico resquicio era declarar solemnemente, ante un sacerdote y testigos, su renuncia irrevocable al teatro. Algunos artistas famosos siguieron este procedimiento pero, como se dice, una vez hecha la ley, tambi?n el truco. Una vez renunciado al teatro, el Rey, por decisi?n propia o instado por los cortesanos que apreciaban al artista, pod?a ordenar al renunciante que apareciera en el teatro y su carrera continuaba. Despu?s de todo, ?podr?a alguien desobedecer al Rey? Sin embargo, no s?lo los teatreros estaban en el punto de mira de la Iglesia, sino que tambi?n las leyes civiles los exclu?an: no pod?an alistarse en el ej?rcito ni ocupar cargos p?blicos, no pod?an testificar en los juicios e, incluso, si un miembro de una profesi?n noble se casaba con una teatrista, era expulsado del escalaf?n. Aunque muchos nobles compet?an por tener en sus mesas a los actores/actrices y bailarines m?s famosos, la moral com?n de algunos segu?a pensando que tenerlos en sus recepciones era escandaloso, mucho m?s que tenerlos entre las s?banas de su cama. Sin embargo, hubo muchos nobles que, desafiando a la familia y arriesg?ndose a ser desheredados, se convirtieron en actores, quiz? ocult?ndose tras un nombre art?stico que al menos ayudara a no deshonrar el escudo familiar. Sin embargo, hay que decir que los actores no hicieron nada para mejorar la percepci?n social de la categor?a, ?todo lo contrario! Se hab?a llegado al punto de que un abad, eclesi?stico pero evidentemente de mente abierta (como muchos religiosos de la ?poca que imitaban al mujeriego Richelieu) lleg? a sostener que si una cantante no ten?a m?s que tres amantes al mismo tiempo era aceptable porque uno lo manten?a por placer, el segundo por honor y el tercero por dinero. Las intrigas y rivalidades estaban a la orden del d?a, as? como la intemperancia en la conducci?n de la vida cotidiana, por no hablar de los repetidos romances sentimentales (a menudo mercenarios) que hac?an la fortuna de los artistas m?s v?lidos y est?ticamente apreciables, llevando en varias ocasiones a sus amantes a la ruina econ?mica debido a los fabulosos regalos que exig?an: carruajes con caballos, joyas, dinero en efectivo para pagar sus deudas hasta palacios enteros obtenidos m?s en las telas de una alcoba que entre las de las cortinas. Las rencillas en las compa??as teatrales eran muy elevadas y bastaba la asignaci?n de un papel a una rival para desatar la ira de la diva que se sent?a despojada de su derecho a destacar. Los enfrentamientos pod?an derivar en simples trifulcas, en fuertes peleas (incluso en el escenario, durante los espect?culos, con intercambios de golpes en la cabeza y tirones de pelo), en intrigas y conspiraciones para perjudicar a los adversarios, en bromas y rencores (como defecar en la caja donde las actrices guardaban sus falsos lunares y lo necesario para el maquillaje), pero tambi?n en verdaderos duelos, como el duelo a espada entre el famoso actor Dazincourt y el m?s joven Dangeville o el duelo a pistola entre el cantante Beaumesnil y el bailar?n Th?odore. Las numerosas publicaciones que circulaban en Par?s, vendidas por los vendedores ambulantes en las calles pero tambi?n en los teatros, se lanzaban a la palestra sobre todos los asuntos que involucraban a los personajes teatrales m?s famosos: los chismes sobre la vida privada y las peleas profesionales no se inventaron ciertamente en nuestra ?poca. El p?blico de "fans" de los artistas m?s famosos no se conformaba con ver sus actuaciones en el teatro, tambi?n quer?a "llev?rselos a casa" y los que no pod?an hacerlo invit?ndolos en persona se conformaban con comprar las estatuillas o retratos de porcelana de S?vres que se produc?an y vend?an en abundancia. Era habitual que actrices y actores, cantantes y bailarines de renombre tuvieran amantes ricos, tanto de la nobleza como de la alta burgues?a, y no era infrecuente que tuvieran m?ltiples relaciones contempor?neas, en las que los amantes sab?an que estaban en un condominio, pero generalmente no les importaba demasiado. Incluso lleg? a suceder, en este siglo XVIII que nos recuerda en tantos aspectos a nuestra ?poca, que gacetas tan comunes en Par?s, como el Espion anglais (el Esp?a ingl?s), publicaran listas de las prostitutas m?s famosas de la ciudad, que parece que llegaron a cobrar de 40000 a 60000, seg?n algunas fuentes. Entre ellas, de un nivel muy diferente al de las decenas de miles de muchachas pobres que ten?an en la venta de sus cuerpos por poco dinero la ?nica forma de llegar a fin de mes, hab?a actrices famosas (como M.lle Clairon, muy recomendada gracias a sus habilidades extra-teatrales, y que debut? en el teatro gracias a un decreto del duque de Gesvres, que en 1743 orden? a la Com?die-Francaise que la hiciera "debutar inmediatamente... en el papel que haya elegido"), cantantes (como M.lle Arnould, de quien hablaremos m?s adelante) y bailarinas (como M.lle Guimard), todas ellas de gran talento. y bailarinas (como M.lle Guimard), todos ellos inscritos en los papeles de la Com?die Francaise o de la Acad?mie Royale de Musique, m?s conocida como la Op?ra. Hacia el final del siglo, cuando las leyes contra la promiscuidad social en los matrimonios aristocr?ticos se hicieron m?s laxas, algunas artistas llegaron a casarse con arist?cratas, obteniendo as? un t?tulo nobiliario que anteponer a su nombre: la cantante Levasseur se convirti? en condesa Mercy-Argenteau, D'Oligny en marquesa Du Doyer, Saint-Huberty en condesa D'Entraigues. A pesar de la visi?n moral negativa, general pero superficial, de las clases altas hacia el teatro y los actores, en el siglo XVIII el amor por ese mundo era desenfrenado: en todas partes se actuaba, se bailaba y se cantaba, desde Versalles hasta los grandes palacios aristocr?ticos parisinos, desde las casas de la burgues?a hasta los conventos. A lo largo del siglo, quienes pod?an permit?rselo no se privaban, dentro de su palacio o castillo, de un teatro privado, a menudo de extremo lujo y con cientos de butacas, donde se reun?an los m?s ilustres blasones de Francia, los m?s altos cargos eclesi?sticos y los intelectuales m?s a la moda, que a menudo, como Rousseau, Corneille y Voltaire, escrib?an textos destinados al teatro. En estos teatros privados, sin excluir el de la Corte de Versalles, los arist?cratas tambi?n actuaban y, en algunos casos, demostraban un talento vocal y actoral ciertamente notable. Los tres teatros reales Todo comenz? con Luis XIV, el Rey Sol, quien, inspirado en las Academias italianas que exist?an desde el Renacimiento, decidi? fundar en Francia, en 1661, la Academia Real de Danza (arte que practicaba desde que ?l mismo protagoniz? varios ballets que escenific? en Versalles para la Corte, con m?sica de su m?sico residente, el florentino Giovan Battista Lulli, que, con el conocido chauvinismo franc?s, fue inmediatamente nacionalizado y rebautizado como Jean-Baptiste Lully). A ?sta le sigui?, en 1669, la Real Academia de M?sica, m?s tarde llamada simplemente ?pera. El tercer protagonista de la Maison du Roi, la Casa del Rey, a la que se confiaban los entretenimientos de Su Majestad, se remonta a 1680 con la fundaci?n de la compa??a de teatro Com?die-Francaise, los comediantes del Rey contrapesados por los actores de la Com?die-Italienne (y qu? batallas surgieron para defender los privilegios franceses de las lujurias de los comediantes italianos). Autores y actores Como descubri? Wolfgang Mozart al componer y ensayar sus melodramas, los actores (y sobre todo las prima donnas) pod?an salirse con la suya neg?ndose a cantar arias que consideraban que no les conven?an, o pidiendo que se a?adieran nuevas arias para resaltar mejor su papel en detrimento de su rival, etc. Tambi?n en Francia la situaci?n no fue distinta, al menos hasta el momento en que Gluck, gracias a su "peso" art?stico a nivel europeo y a los tiempos que cambiaban progresivamente a favor de los compositores y autores, no pudo, al menos en parte, contener y sofocar, no sin esfuerzo, las pretensiones de las estrellas. Los autores de los textos literarios de las tragedias o comedias representadas en los teatros parisinos a menudo no eran remunerados o, si lograban acordar un peque?o porcentaje de la recaudaci?n de las representaciones, eran regularmente enga?ados por los administradores de las Compa??as que falseaban las cifras de ingresos inflando los gastos. Es cierto que un decreto real de finales del siglo XVII establec?a que los autores deb?an percibir unos honorarios equivalentes a la novena parte de los ingresos por los textos en cinco actos y a la duod?cima parte por los de tres actos, netos de los gastos de gesti?n del teatro. Este Decreto nunca se aplic?. Incluso los directores de los teatros pon?an cl?usulas absurdas por las que si una obra no alcanzaba una determinada recaudaci?n en dos o tres representaciones consecutivas, los derechos del texto pasaban a la compa??a, que pod?a ponerla en escena a su antojo sin pagar un c?ntimo al autor. Sin embargo, la compa??a del Teatro Italiano, a partir de 1775, decidi? pagar siempre el trabajo de los autores, lo que provoc? un flujo de escritores que, dejando la Com?die-Francaise, ofrecieron sus obras a los italianos. Ingresos de los actores Los ingresos de los actores, cantantes y bailarines m?s famosos aumentaron considerablemente durante el siglo XVIII: de 2.000 libras al a?o (lo que a mediados del siglo XVIII les permit?a llevar una vida digna, pero ciertamente no brillante) pasaron pronto a 10/20/30 veces esa cantidad, sin contar los regalos de admiradores y amantes. As?, los grandes artistas comenzaron a "hacer un sal?n", acogiendo en sus mesas a nobles e intelectuales, gastando enormes sumas de dinero para alimentar a sus invitados cada d?a y amueblar suntuosamente sus palacios, que comenzaron a competir en lujo con los de la gran aristocracia. Una de las principales partidas de gastos, sobre todo para las mujeres artistas, eran los trajes que durante casi todo el '700 no eran distintos a los que estaban de moda en el mundo contempor?neo (a pesar de las ?pocas representadas en las tragedias, donde la "Arianne" lleg? a llorar el abandono de Teseo con ropas dotadas de "cestas" de 150 cent?metros de ancho o la "Didoni abbandonada" luc?a encantadores zapatos con tacones rojos). S?lo el vestuario teatral de la actriz Raucourt val?a 90000 livres, una miseria comparada con los 4000 pares de zapatos y 800 vestidos que ocupaban el armario de la actriz Hus en 1780. Y luego diamantes, carruajes y caballos, sirvientes que superaban la decena, muebles preciosos, palacios (incluso dos o tres, a menudo recibidos como regalos de amantes). Para tener un t?rmino de comparaci?n, digamos que los actores de los teatros de las ferias, a menudo no menos buenos, pod?an ganar en los mismos per?odos alrededor de 5000 livres al a?o. Cuando se les ped?a que actuaran en el extranjero (siempre que se les concediera permiso para salir de Francia) no eran menos exorbitantes, como en el caso de la cantante Catherine Gabrielli, que pidi? a Catalina II de Rusia 5.000 ducados. A su afirmaci?n de que ni siquiera pagaba tanto a sus generales, la cantante respondi?: "Pues que canten". El "esp?ritu" de la ?poca Tener "esprit y savoir vivre", esp?ritu y refinamiento, era absolutamente imprescindible para ser aceptado en la bella societ? francesa del siglo XVIII y no es de extra?ar que el joven Mozart, cuando estuvo en Par?s, solo con su madre durante su segundo intento de triunfar en Francia, no fuera capaz de ser aceptado por un grupo de ricos, aburridos y esnobs que, despu?s de aplaudirle, le hicieron esperar durante horas en la fr?a antesala antes de recibirle. Adem?s, su "esprit" y su "savoir vivre" no siempre estuvieron a la altura de los rituales y las convenciones considerados dignos de un caballero. Estar a la moda tambi?n significaba saber "d?nde" ir y "cu?ndo" ir, en los d?as "adecuados". Por ejemplo, se consideraba elegante presentarse en la Com?die-Francaise los lunes, mi?rcoles y s?bados. Las representaciones en el teatro comenzaban a las 17:30 y terminaban a las 21:00 (si alguna actriz o bailarina no llegaba tarde o hac?a un berrinche, retrasando las funciones durante horas) y generalmente contaban con dos t?tulos: una primera representaci?n, m?s importante, llamada "grand pi?ce" y una segunda llamada "petite pi?ce". Para anunciar sus espect?culos, los teatros colocan en las calles de la ciudad carteles con sus propios colores: amarillo para la ?pera, rojo para la Com?die-Italienne y verde para la Com?die-Francaise. S?lo como ejemplo, para mostrar el estilo de pensamiento que se consideraba brillante en la ?poca, he aqu? algunas frases de la famosa cantante Sophie Arnould que han pasado a la posteridad. Al encontrarse con el poeta Pierre Joseph Bernard, conocido por ser siempre muy condescendiente y elogioso con todo el mundo, le pregunt? qu? hac?a sentado bajo un ?rbol. A la respuesta del poeta, "me estoy entreteniendo", ella se las ingeni? para hacer un comentario rel?mpago advirti?ndole con las palabras "Ten cuidado porque est?s charlando con una aduladora". Ante la noticia de que el escritor sat?rico Fran?ois Antoine Chevrier, autor de venenosos panfletos contra la mala praxis del mundo teatral, hab?a muerto, Arnould exclam?: "?Debe haber chupado la pluma!". Artistas en prisi?n Hemos visto c?mo los artistas m?s famosos se comportaban, en el escenario y en la vida, a menudo de forma desmesurada, por no decir decididamente prepotente e irrespetuosa incluso con el Rey y los m?s altos cortesanos. El comienzo del espect?culo se retrasaba si el vestido no parec?a estar a la altura de la fama de la que gozaban, o porque el autor no les hab?a satisfecho al a?adir arias y l?neas para realzarlas mejor que sus rivales. La gente faltaba a las representaciones alegando estar enferma y luego se presentaba la misma noche en un palco de la ?pera en compa??a del amante de turno. Ante este comportamiento la reacci?n de las autoridades era m?s que blanda: los citaban en la c?rcel de Fort-L'Eveque, un edificio de Par?s adaptado como prisi?n para delitos menores donde las celdas se pagaban y, si se ten?a dinero, tambi?n era posible amueblarlas seg?n el gusto personal, invitando a la gente a divertirse comiendo y bebiendo lo que ofrec?a el mercado. Una habitaci?n con chimenea costaba 30 dineros al d?a (m?s o menos lo mismo que una entrada al teatro), si no hab?a chimenea bajaba a 20 dineros, 15 dineros por cada persona en las habitaciones comunes, hasta 1 c?ntimo al d?a para los que se alojaban en habitaciones m?ltiples durmiendo sobre paja (?que se cambiaba una vez al mes!). Curiosidades Ya entonces exist?a el bagarinaggio, es decir, la actividad de acaparar entradas para espect?culos y revenderlas luego a precios m?s altos, pero estaba prohibido por ley para los "estrenos" y para los espect?culos m?s esperados. Las entradas gratuitas tampoco son un invento moderno, ya exist?an entonces, pero s?lo pod?an ser utilizadas por quienes las hab?an recibido si el teatro agotaba las existencias vendiendo todas las entradas disponibles. Era una forma de no perjudicar las finanzas del teatro dejando entrar a gente que no pagaba y que ocupaba las butacas de quienes habr?an pagado gustosamente por ver el espect?culo. Evidentemente, hab?a mucha presi?n para asistir a los espect?culos de forma gratuita, por parte de cualquiera que tuviera una posici?n de poder (nobles, funcionarios, cortesanos, mosqueteros), hasta el punto de que el Rey se vio obligado a emitir un edicto, que no se respet?, para prohibir la entrada gratuita a esas categor?as. En el interior de los teatros, la gente no observaba las representaciones en silencio, sino que el p?blico incluso interactuaba con los actores, haciendo comentarios salaces sobre las l?neas del recitado, o iniciando ruidosas disputas entre el patio de butacas y los palcos, por no hablar del bullicio de los vendedores de fruta y revistas impresas de forma m?s o menos ilegal que pasaban entre los palcos durante las representaciones para vender sus mercanc?as. El precio de las entradas en los principales teatros era de 20 sueldos (que hacia finales de siglo se hab?an convertido en 48) y, por tanto, el patio de butacas era frecuentado por personas de extracci?n burguesa entre las que rara vez hab?a mujeres, debido a la multitud y a la promiscuidad a la que se ve?an obligadas a exponerse. La nobleza rara vez ten?a acceso al patio de butacas, prefiriendo ocupar los asientos de los palcos (cuyo coste, sin embargo, aumentaba considerablemente) o incluso comprar los car?simos asientos colocados directamente en el escenario. S?lo a finales de siglo aparecieron las butacas de la platea (con un aumento de los precios) y al p?blico menos pudiente s?lo le quedaba la opci?n de ver los espect?culos desde la parte superior de la galer?a, las ?ltimas filas inmediatamente debajo del techo, que en Italia el p?blico llama cari?osamente "piccionaia". La aglomeraci?n en el patio de butacas, donde la gente se api?aba como sardinas en las representaciones m?s famosas, ofrec?a la oportunidad a los delincuentes de ingenio r?pido de desvalijar a los desafortunados espectadores que, distra?dos por el canto y la actuaci?n de sus favoritos, se daban cuenta cuando ya era demasiado tarde: era imposible en aquel caos divisar al ladr?n, y mucho menos perseguirlo. Hab?amos dejado a Leopold Mozart mientras organizaba el concierto del 9 de abril de 1764 en el teatro del se?or F?lix. Siempre en la ?ltima carta de Par?s, Leopold recomienda al fiel Hagenauer que haga rezar 8 misas en los d?as consecutivos entre el 12 y el 19 de abril (probablemente para propiciar el viaje de Par?s a Londres previsto en esos d?as). Al final de la carta, sin embargo, Leopold no se olvida de tratar asuntos menos espirituales: deposita los famosos 200 Luises de oro, pero le gustar?a encontrar la manera de trasladarlos a Salzburgo, obteniendo un beneficio al transformar el dinero en mercanc?as que, una vez llegadas a Salzburgo, podr?a vender con la ayuda de Hagenauer, ganando 11 florines por cada Luis de oro. Para lograr su objetivo, pidi? a Hagenauer que movilizara a sus corresponsales comerciales en Augsburgo que, entre otras cosas, hab?an pedido a Leopold Mozart que le prestara servicios en Par?s: probablemente compras de mercanc?as de moda que revender?an con beneficio en Augsburgo. Y ciertamente Leopold no habr?a hecho esos servicios gratis. Por ?ltimo, Leopold menciona el trabajo que hab?a encargado a un grabador de cobre parisino para confeccionar la matriz (que se utilizar? para imprimir copias en papel) del cuadro del pintor Louis de Carmontelle en el que podemos ver a Wolfgang al clavicordio, a Leopold detr?s de ?l tocando el viol?n y a Nannerl detr?s del clavicordio cantando mientras sostiene la partitura. Las composiciones parisinas de Wolfgang Mozart Como hemos visto anteriormente, Wolfgang comenz? en Salzburgo, desde la edad de cinco a?os, antes de su partida para el Gran Tour europeo, a experimentar su creatividad con peque?os minuetos para clave. Estas primeras composiciones sencillas, que probablemente tambi?n fueron utilizadas m?s tarde en sus actuaciones como enfant prodige en Viena y en las primeras etapas de la Gira Europea, fueron tomadas en cuanto a la forma y los elementos estil?sticos de los ejemplos de varios compositores que su padre Leopold hab?a transcrito para ?l en un cuaderno, pero tambi?n de las indicaciones contenidas en el Gradus ad Parnassum de Johann Joseph Fux, una obra did?ctica muy conocida en la ?poca. En el transcurso del gran viaje, entrando en contacto con diferentes m?sicos, estilos y formas compositivas, desde las m?s modernas hasta las que ya se consideraban anticuadas en la ?poca, el peque?o Wolfgang fue incrementando no s?lo sus habilidades interpretativas y de improvisaci?n, sino tambi?n enriqueciendo progresivamente su bagaje de experiencia, lo que le llev? a intentar (con la supervisi?n, pero a menudo tambi?n con la intervenci?n directa de su padre para corregir y modificar lo que no funcionaba) creaciones m?s complejas. Una de las formas m?s populares y apreciadas por el p?blico de la ?poca (y tambi?n m?s f?cil de tratar creativamente para un teclista que tambi?n tocaba el viol?n, como en el caso de Wolfgang) era la Sonata para clavic?mbalo con acompa?amiento de viol?n. En esta forma de composici?n particular, la parte del mayor peso era interpretada por el clavic?mbalo, mientras que el viol?n se limitaba a tocar contramelod?as, a menudo en terceras o al un?sono, tomadas de las ideas mel?dicas confiadas al teclado, o simples acompa?amientos con notas repetidas y arpegios basados en las armon?as principales. Para aquellos que quieran escuchar las principales composiciones de Mozart de ese periodo, busc?ndolas en la discograf?a o en internet, he aqu? un resumen: - K6 El primer intento de componer una Sonata completa para clave y viol?n dio sus frutos con la Sonata n? 1 en do mayor, iniciada en 1762 y terminada en 1764 durante el Gran Tour Europeo. La Sonata consta de 5 movimientos: 1 Allegro, 2 Andante, 3 Minuetto I, 4 Minuetto II, 5 Allegro molto. - K7La Sonata n? 2 en re mayor fue iniciada en 1763 y terminada en Par?s en el oto?o de 1764. Consta de 4 movimientos: 1 Allegro molto; 2 Adagio, 3 Minuetto I, 4 Minuetto II Las dos Sonatas K6 y K7 fueron publicadas por las Ediciones Vend?me de Par?s en 1764 y dedicadas a Madame Victoire, hija de Luis XV. - K8La Sonata n° 3 en si bemol mayor, compuesta entre finales de 1763 y principios de 1764 en Par?s, consta de 4 movimientos: 1 Allegro, 2 Andante grazioso, 3 Minuetto I, 4 Minuetto II. - K9La Sonata n? 4 en sol mayor consta de 4 movimientos: 1 Allegro spiritoso, 2 Andante, 3 Minuetto I, 4 Minuetto II. Las dos Sonatas K8 y K9 fueron publicadas por las Ediciones Vend?me de Par?s en 1764 y dedicadas a la condesa Madame de Tess?, dama de compa??a de la corte de Versalles. Estas 4 Sonatas son las primeras publicaciones editoriales de composiciones creadas por Wolfgang Mozart. La m?sica que Wolfgang escuch? en Par?s y el estudio de las numerosas partituras compradas o recibidas como regalo de los principales compositores activos en la ciudad influyeron enormemente en el joven Wolfgang, guiado por su padre para crear m?sica adecuada al gusto imperante. En particular, fueron los compositores alemanes Schobert, Eckard y Honauer, a quienes Wolfgang conoc?a y frecuentaba en Par?s, los que influyeron en estas primeras Sonatas. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=65494707&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
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