Вроде как было терпимо. Нет ни тоски, ни печали. Но, пролетавшие мимо, Утки с утра прокричали. Острым, ноябрьским клином Врезали с ходу по двери. Годы сказали: с почином! Зря ты в такое не верил. Зря не закрыл ещё с лета В бедной храмине все щели. С возрастом старше и ветры, Жёстче и злее метели. Надо бы сразу, с железа, Выковать в сердце ворота

Buscando A Goran

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Buscando A Goran Grazia Gironella Despu?s de meses de intentar volver a su realidad tras el accidente de coche que le caus? la amnesia, Goran sigue sinti?ndose atrapado en una vida que le es ajena. Cuando inician las visiones, estas se sit?an en un mundo g?lido y lucha por la supervivencia que le es extra?a. Habiendo perdido la esperanza de que sean s?lo recuerdos, Goran lo abandona todo para seguir el oscuro hilo que parece unirle a Escandinavia y al misterioso hombre de sus visiones. No estar? solo en su viaje, porque su pasado no est? dispuesto a dejar que se aleje. El encuentro con Nico, una ni?a fugitiva, ser? un problema m?s por resolver, pero tambi?n una ayuda inesperada. Goran es un hombre de ?xito, pero esa palabra no tiene sentido para alguien que ha perdido su identidad. Tras el accidente de coche que le sumi? en la pesadilla de la amnesia, enfrentado a una realidad que no reconoce, con una esposa dif?cil de amar y un socio con demasiadas caras, Goran lucha por mantener un precario equilibrio hasta que llegan las visiones, incomprensibles y devastadoras; pero lo que surge son momentos y situaciones que parecen pertenecer a otro lugar, a otro tiempo y sobre todo, a otro hombre. Abandonando cualquier intento de volver a la normalidad, Goran decide averiguar qu? es lo que ocurre. Para saber m?s sobre un pasado que nadie de su entorno parece conocer, busca a Enrico, su hermano con el que no tiene relaci?n desde hace a?os. Por ?l se entera de una vida familiar dif?cil, marcada por la muerte en circunstancias misteriosas de su madre, de la que ?l mismo pudo haber sido responsable. Mientras se enfrenta a sus dificultades, Goran no est? solo, ya que Cassandra, su amante en el pasado, aunque no lo recuerda, investiga para ayudarlo y da con una hip?tesis inquietante. La amnesia podr?a haber hecho que la personalidad de Goran fuera absorbida por una entidad ajena. Sin embargo, su tarea parece condenada al fracaso, el profesor Roversi, ?nica lumbrera en la materia, ahora retirado a la vida privada, se niega a involucrarse. El propio Goran reh?ye cualquier hip?tesis de cura y parte hacia Escandinavia siguiendo las pistas que surgen en sus visiones. Cuando Cassandra descubre que Irene, la mujer de Goran, le ha denunciado por un robo inexistente para obligarlo a volver a casa y que ha puesto a la polic?a tras su pista, se da cuenta de que la situaci?n es grave. Finalmente consigue la colaboraci?n del profesor Roversi y juntos siguen a Goran por toda Europa, para ayudarlo a reconocer y enfrentarse a la entidad que est? minando su vida. El camino de Goran se cruza sorprendentemente con la de la peque?a Nico, que se escap? de casa para huir de una situaci?n familiar intolerable. Entre los dos improbables compa?eros de viaje surge una verdadera amistad, y es gracias a Nico que Cassandra y Roversi consiguen finalmente llegar a Goran y solucionar su problema. ?Qui?n es Petri, la entidad que ha ocupado el vac?o creado por la amnesia? ?Cu?les son sus objetivos y a qu? est? dispuesto a llegar para conseguirlos? Cada visi?n hace que Goran se adentre m?s en el mundo paralelo de Petri, una Finlandia de mediados del siglo XIX en la que los dramas familiares se hacen m?s extremos por la lucha diaria por la supervivencia durante el periodo del Gran Hambre. La llegada a Lepaa, el pueblo donde viv?a Petri, crea las condiciones para la visi?n guiada por Roversi, con la ayuda de la hipnosis. Goran se sumerge en el pasado de Petri y descubre que su intenci?n es revivir el incendio del que fue responsable y morir junto a su familia, en lugar de huir a Am?rica, como hizo en la realidad. Para dar a esta dram?tica situaci?n un desenlace capaz de devolver la paz a Petri, y al mismo tiempo salvar su vida, Goran se enfrenta a ?l y consigue salvar a su familia, al tiempo que recupera un importante recuerdo: el de su propia inocencia en la muerte de su madre. En el momento m?s delicado de la visi?n, Roversi se olvida de toda precauci?n para llevar a cabo lo que considera su experimento m?s importante, poniendo en riesgo la vida de Goran, pero Nico y Cassandra consiguen evitar el peligro en extremo. Ahora Goran, libre de cualquier sentimiento de culpa, puede aceptar que no conoce todo su pasado y est? dispuesto a abrirse a un futuro con Cassandra, que siempre le ha seguido queriendo; pero antes de abandonar Finlandia descubre un aspecto misterioso de lo que le ha sucedido. Tal vez sus decisiones durante la visi?n han sanado los asuntos de la familia de Petri, no s?lo en el mundo paralelo, sino tambi?n en la realidad. Grazia Gironella Buscando a Goran Cualquier referencia a personas o hechos de la vida real, es pura coincidencia. Copyright – 2017 Grazia Gironella Traducci?n del italiano: Elizabeth Garay Todos los derechos reservados. De acuerdo con las leyes de publicaci?n, la reproducci?n, incluso parcial y por cualquier medio, no est? permitida sin el permiso previo por escrito de la autora. La imagen de la portada fue tomada de Pixabay y reelaborada por la autora. Estoy despierto. ?Qu? significa eso? ?Volver a m? mismo, a mi mundo? No ha sido as? desde hace mucho tiempo. Debo abrir los ojos. Es un movimiento sencillo. Si tan solo los p?rpados no fueran una esclusa que me proyectara de una conciencia a otra, sin respeto, sin darme tiempo de recuperar el punto cero, quien yo soy. En el sue?o, estaba nevando. GORAN Comparaci?n entre pinturas chinas de las dinast?as Ming y Ching. Comparaci?n entre las pinturas chinas de las dinast?as Ming y Ching. Comparaci?n… Goran desliz? el ensayo sobre el escritorio con un suspiro de frustraci?n. La lectura era de poca utilidad cuando los ojos y el cerebro iban por caminos separados. Dej? que su mirada vagara en busca de un punto de apoyo que lo devolviera a la realidad funcional. A la luz del oto?o, el negocio que se encontraba debajo de su oficina, era un torbellino de polvo de oro, oro en los marcos y jarrones birmanos, en las mesas chinas y en las esteras que colgaban de las paredes, oro flotando en suaves remolinos en los rayos de luz que daban forma al espacio, como focos en un escenario. Entonces alguien apag? el sol y las motas finas y relucientes desaparecieron abruptamente, el oro se transform? nuevamente en polvo prosaico e invisible en el momento de un chasquido de dedos. Goran desvi? su atenci?n de la tienda e hizo algunos movimientos cautelosos con el cuello para disuadir el acechante dolor de cabeza. El entrepiso pavimentado con suelo de plexigl?s transparente hab?a sido idea suya para vigilar al personal y al flujo de clientes, desde una posici?n de control suspendida, casi sobrehumana. M?s tarde, tambi?n tuvo la idea de extender alfombras al menos en el rect?ngulo de piso que albergaba el escritorio de caoba, solo para sentir algo menos insustancial bajo los pies. Exigencias diferentes, nacidas de diferentes momentos. Sobre su escritorio, un mont?n de papeles reclamaba su atenci?n, anuncios, propuestas, facturas, cat?logos en varios idiomas de lugares lejanos, que en teor?a conoc?a bien. Era dif?cil mantenerse concentrado, sabiendo lo in?til que era ese trabajo para el Orient Express. Por supuesto que pod?a evaluarlo, hacer contactos; pretender que su voz ten?a peso, y que en una semana Edoardo no le hubiera propuesto el mismo material en una nueva interpretaci?n, su interpretaci?n, la definitiva. La relaci?n entre socios se convirti? en una cadena pesada cuando las ideas y elecciones pertenec?an a una sola parte. Siempre asumiendo que todav?a le importaba. El murmullo hipn?tico de Antonia se filtr? desde la planta baja, mientras discut?a con un posible cliente sobre el problema de las falsificaciones en el mercado indio de muebles antiguos. Goran la vislumbr? junto a la columna, erguida y un poco r?gida con su traje de color gris paloma, su cabello casta?o recogido en una cola tan apretada sobre sus sienes que daba a sus ojos un toque ex?tico. Quiz?s Antonia ten?a una doble vida. No era la sobria mujer de unos cincuenta a?os que todo el mundo cre?a conocer, sino una anciana de rostro marchito, a la que solo la pinza de huesos manten?a en tensi?n. Qui?n sabe qu? espect?culo daba en casa cuando se soltaba el pelo por la noche. ?Habr?a alguien que la ayudaba, un marido, un amante, una andrajosa sirvienta? "Sr. Milani, necesito hablar con usted". Elisa vacil? en la puerta. Muy joven ella, con su moderna ropa de ni?a de las flores. Sus ojos p?lidos eran casi transparentes bajo el grueso trazo de l?piz negro. "Entra, no estoy haciendo nada urgente". La chica cruz? el umbral y se detuvo a una distancia prudente, como si temiera por su propia seguridad. En su lugar, Antonia habr?a entrado como un gladiador. ?Hab?a sido por este contraste que unos a?os antes las hab?a elegido como sus dependientas? "Quer?a preguntarle si puedo... si es posible... tener el d?a libre el pr?ximo s?bado". Elisa se mordi? el labio y agreg? apresuradamente. "S? que no es el mejor momento, pero tengo varios d?as acumulados desde el a?o pasado, pero si es un problema, siempre puedo anticipar...". "No hay problema", la interrumpi? Goran. "T?mate tambi?n el viernes, si lo necesitas". Elisa lo mir? con los labios entreabiertos por la sorpresa. "El viernes...?". "Seguro. ?Puedo saber a d?nde vas?". La expresi?n de asombro de Elisa, la misma cada vez que le hablaba, lo devolvi? inexorablemente a la realidad de su situaci?n. Nada de lo que dec?a o hac?a era igual que antes. Pasaban los meses, pero esas nimiedades, como esta, consegu?an deprimirlo o enloquecerlo, seg?n fuera el d?a. "No tienes que responder. Puedes hacer lo que quieras con tu tiempo libre". Ante su tono molesto, Elisa dio un paso atr?s y luego sonri? t?midamente. "A la monta?a. Voy de excursi?n". "?Gran altitud y v?as f?rreas, pernoctar en refugios, o una caminata m?s tranquila?". La ni?a se relaj? visiblemente. "Un poco de todo, pero esta vez es un viaje de cinco horas, nada extenuante". "?Ad?nde?". "Dolomitas, alrededor de los Tres Picos de Lavaredo. ?Conoce usted la zona?". "No... al menos no lo creo". Elisa se sonroj?. "Disculpe, no quise decir...". "Lo s?, lo s?... entonces est? bien para viernes y s?bado. Le pedir? a Giacomo que me ayude en la tienda. Lo ha hecho antes, no habr? problema". "Entonces… gracias". Con un gesto incierto de despedida, Elisa sali?. A trav?s del suelo transparente, Goran la vio girar a la mitad de las escaleras para lanzarle una ?ltima mirada de desconcierto. En ese momento, con la desenvoltura de un propietario, Edoardo irrumpi? en la oficina. "Ran, sobre ese pedido de gongs tibetanos, yo lo veo diferente". Le puso algunas fotocopias frente a ?l, apresuradamente se?alando los precios escritos junto a las fotos. "?Qui?n compra estas cosas? Demasiado caro, demasiado voluminoso, demasiado... m?stico. ?Los imaginas en un estudio?". Goran lo mir?. Todo en Edoardo lo pon?a de los nervios, el hermoso cabello ondulado, la confianza inquebrantable en s? mismo, sus modos apresurados. Y la costumbre de llamarlo Ran. "?Desde cu?ndo tenemos clientela de estudios?". "Desde el comienzo de la crisis econ?mica, amigo, ?no te has dado cuenta? Ahora tenemos que ampliar el c?rculo de posibles clientes o existe un terrible riesgo". Le dirigi? a Goran una sonrisa salvaje. "Pero tal vez te perdiste de algunos detalles, tan ocupado como estabas, estando tan olvidadizo". Goran lo consider? una broma y le dio una palmadita en la espalda sin pesta?ear. "Entonces, ?qu? sugieres, Ardo? ?Nos dedicamos a vender chatarra ?tnica y competimos con los chinos?". "Ciertos art?culos ocupan un espacio en el almac?n que podemos aprovechar mejor. Pi?nsalo y estar?s de acuerdo conmigo. Me voy ahora, tengo que preparar una cita para la tarde". Antes de que Goran tuviera tiempo de responder, Edoardo sali? con el mismo ?mpetu con el que hab?a entrado, chasqueando los dedos, como ocurr?a cada vez que algo lo pon?a nervioso. Goran sonri? ante este peque?o ?xito. Si lo que le hab?a sucedido ten?a un lado bueno, una hip?tesis que requer?a cierto optimismo, era que lo hab?a convertido en un agudo observador. Ya nada se daba por sentado. Las personas que lo rodeaban tambi?n eran una sorpresa constante, no siempre agradable. Al mirar al otro lado del escritorio se encontr? con la foto enmarcada en plata. En un primer plano estaban ?l e Irene unos a?os antes, guapos, seguros de s? mismos y en control del futuro. Como siempre, cay? en la trampa de enfocarse en s? mismo en la foto y luego en su mismo reflejo en el cristal, buscando morbosamente la comparaci?n. En la foto luc?a una barba bien arreglada y un corte de pelo corto y prolijo; sus ojos grises coincid?an con la mirada acerada que ni siquiera una sonrisa pod?a suavizar. Ahora, el reflejo en el cristal devolv?a unos ojos angustiados y un cabello a un rostro m?s delgado, con solo una sombra de barba. No era un cambio de estilo. Eran hombres diferentes. Una mirada al reloj le record? la recomendaci?n de Irene, ten?a que estar en casa a las siete y media para ‘una cena especial’. No hab?a podido descifrar el tono de voz de su esposa, mientras ella le hac?a esa inusual invitaci?n. Sus profesiones dificultaban el cumplimiento de horarios precisos, e Irene, por su parte, era una mujer muy ocupada; su funci?n como jefa de marketing de una gran multinacional apenas le dejaba tiempo para dos apretadas horas de gimnasia a la semana. Cenar juntos era una excepci?n, ciertamente no era un ritual familiar. Goran se pas? una mano por la nuca, donde su cabello se hab?a levantado levemente al recordar la emoci?n en las palabras de Irene. Odiaba lo inesperado. Era dif?cil apreciar las variaciones de una rutina diaria que le resultaban tan extra?as como un viaje a Marte. No recordaba lo que le hab?an dicho sobre Irene en los primeros d?as, ya que no recordaba muchas otras piezas del mosaico que todos se hab?an apresurado a reconstruir para ?l despu?s del accidente. Miles, millones de piezas de informaci?n se hab?an vertido en ?l desde los primeros momentos despu?s de su despertar, formando un flujo regular que se intensific? tras la cautelosa admisi?n de los m?dicos: el proceso de recuperaci?n de la memoria ser?a gradual, pero tambi?n exist?a la posibilidad de que no volviera en absoluto. Hubiera preferido olvidar solo una escena, y en cambio estaba clara en su mente, el momento en que abri? los ojos en una habitaci?n de hospital y se encontr? con dos extra?os a cada lado de la cama. La mujer, rubia y hermosa, un ?ngel, hab?a pensado en su aturdimiento, se hab?a inclinado para darle un ligero beso en los labios. "Bienvenido de nuevo, amor", dijo sonriendo. "Sab?a que podr?as hacerlo. Siempre has sido un luchador". Palabras vac?as de significado en una realidad igualmente vac?a. Luego, el elegante hombre se adelant? y le dio una palmada avergonzada en la mano que yac?a sobre las s?banas, conectada a la maquinaria por cables y tubos. "Pronto te pondr?s bien, Goran. El viaje a Indonesia todav?a te est? esperando". Los hab?a observado mientras hablaban, a uno y a otro, como si estuviera viendo un partido de tenis, mientras los engranajes de su cerebro intentaban conexiones y las descartaban a una velocidad alarmante. No hab?a dicho una palabra. ?Qu? hab?a que decir? Desafortunadamente, la tregua del silencio hab?a sido de corta duraci?n. El recuerdo le hizo sentir que la oficina estaba abarrotada y mal ventilada, a pesar de las grandes ventanas. A?n faltaban un par de horas para cerrar, pero su presencia en la tienda no era necesaria. Quer?a respirar. Afuera, el viento se hab?a llevado las nubes. A pesar del sol, el aire oto?al mord?a la piel desnuda. Goran dej? el tintineo de juncos de la puerta de vidrio detr?s de ?l y se desliz? entre la multitud en direcci?n al estacionamiento. El b?lgaro manco que mendigaba en la esquina agit? su gorra al pasar. Era una se?al de saludo, m?s que una solicitud de atenci?n, pero a?n as?, Goran le dio un par de euros. "?Qu? tal el d?a, Krum?", pregunt?, inclin?ndose para bromear con el monito. "Pesado, jefe". "Ser? mejor ma?ana". Krum asinti? con la expresi?n de quien ha visto cosas peores. M?s all?, Goran se lo imagin? recogiendo el bot?n del d?a y conduciendo a casa en un Mercedes, que ni siquiera esa hip?tesis era tan absurda. Si era as?, al menos una puerta del autom?vil deber?a haber sido nombrada en su honor, tanto como hab?a contribuido a su compra. Casi todos los viejos conocidos hab?an dicho que su nuevo inter?s por la naturaleza era "curioso", pensaba en ello de nuevo mientras se abr?a paso entre el tr?fico al salir de la ciudad. Seg?n ellos, antes del accidente los paisajes buc?licos siempre lo hab?an puesto nervioso y los animales a?n m?s. Raz?n de m?s para no alardear lo que no era en absoluto un mero inter?s, sino una necesidad devoradora. La ciudad lo asfixiaba. Los colores apagados de los edificios le daban una sensaci?n de oscura decadencia, el enjambre de personas y veh?culos era una opresi?n f?sica. Quiz?s como reacci?n, sus noches estaban pobladas de sue?os al aire libre, bajo cielos despejados de viento y nieve. A veces se despertaba con el chillido agudo de un ave rapaz en sus o?dos, y sus t?mpanos zumbaban durante mucho tiempo mientras esperaba que su coraz?n recuperara el ritmo normal. Si se lo hubiera mencionado a alguien, le habr?an aconsejado que volviera a la terapia, pero eso estaba fuera de discusi?n. Se lo hab?a jurado a s? mismo unos meses despu?s del accidente. Unos minutos en auto y encontr? las colinas, deslumbrantes en el aire limpio. Los verdes intensos del verano ya hab?an dado paso a tonos oto?ales m?s brillantes, con matices dignos de un gran artista. Las palabras de un cliente ingl?s, unos d?as antes, volvieron a su mente: "la luz de los paisajes italianos es ?nica". Todav?a se reconoc?a en estas palabras como un turista enamorado, despu?s de meses de redescubrimiento de la realidad desde cero. Se hundi? en el silencio con un suspiro de satisfacci?n. La fr?a temperatura y la jornada entre semana, promet?an una situaci?n desierta, promesa que se cumpli? cuando lleg? a la plaza, donde solo estaban estacionados dos autos. Uno de los trabajadores m?s j?venes, vestido de vaquero, corr?a hacia el corral. En el aire, su respiraci?n y la del animal que lo acompa?aba, se condensaban en nubes r?tmicas. Goran sali? del auto y camin? hacia los establos con el cuello en alto y las manos hundidas en los bolsillos. "Buenos d?as, Sr. Milani". El vaquero le sonri?, revelando dientes muy blancos en su rostro bronceado. "Hola, Joe. ?Todo bien aqu??". «Rayo dio a luz. ?Quiere ver el potro?". "Seguro que s?". Joe, nacido Giovanbattista, at? el caballo a un travesa?o y sali? del recinto para dirigirse a los establos. "Es extra?o verle aqu? a esta hora. ?Dia libre?". "No exactamente". Al principio su aparici?n hab?a despertado cierta curiosidad. No conoc?a a nadie, no ten?a caballo y ni siquiera montaba. Era dif?cil decir qu? estaba haciendo all?. Pero para ?l, que hab?a encontrado su lugar con una especie de instinto animal, esta era una rama del para?so. All? no hab?a Goran-antes, ni Goran-despu?s. Solo estaba el del presente, donde todo, cada palabra, cada gesto, ten?a un valor en s? mismo, no como una mutaci?n o deterioro de otra cosa. Y como era f?cil ser amable en el para?so, no le sorprend?a que la gente que trabajaba en los establos le diera la bienvenida. "?El parto fue sin complicaciones?", pregunt?, disfrutando del calor animal en los establos y la banda sonora habitual de bufidos, relinchos y cascos. "Luch? un poco, pobre bestia". Joe meti? la mano en la caseta de Saetta y acarici? el cuello que el animal estiraba hacia ?l. "Ya no es tan joven. El veterinario dijo que esta es la ?ltima ronda". Goran se inclin? para mirar. El potro, leonado y larguirucho, era una maravilla de vitalidad explosiva. Se mantuvo pegado al costado de su madre, con la cabeza contra la cola, ocupado en exigir su dosis de leche. "Buena Saetta", murmur? Goran, rozando la nariz aterciopelada del animal con la palma de su mano. "Hiciste un buen trabajo". Tal belleza lo puso melanc?lico. Casi en respuesta a su estado de ?nimo, a Joe se le ocurri? una propuesta inesperada. "?Le gustar?a echarme una mano para asearla?". Evalu? la ropa de Goran con una mirada dudosa. "Solo si lo desea... claro, vestido as?...". Goran vacil?. "La ropa se lava, aunque... nunca he hecho algo as?. Pero, ?qu? diablos! ?Ni que fuera tan dif?cil cepillar un caballo!". Se quit? la chaqueta y afloj? el nudo de la corbata. "No se preocupe, no necesita de un t?tulo. Juntos tardaremos diez minutos". "Vamos por esos diez minutos. Mi recinto personal puede esperar". Sus relaciones con los caballos del establo, siempre se hab?an limitado a la observaci?n remota. Un contacto tan s?lido e ?ntimo nunca hab?a pasado por su mente. Entr? en el establo con s?bita aprensi?n y con cautela y firmeza, tom? la brida que Joe le entreg?. Quiz?s no hab?a sido una buena idea aceptar su propuesta; incluso esta nueva pasi?n por la naturaleza ten?a algunos l?mites. Pero Joe ya se hab?a posicionado al lado del animal y comenz? a usar la brida en el cuello, con movimientos circulares, descendiendo lentamente hacia las patas. Vacilante, Goran trat? de imitar sus gestos. Al principio, Saetta parec?a desconcertada por su presencia, pero pronto se calm?, mientras Goran se familiarizaba con ese tipo de masaje y con las sensaciones que le transmit?a, intensas, sorprendentes. Parec?a conocer esos gestos, el calor del animal, el temblor de su piel al pasar el cepillo. Le resultaba familiar, mucho m?s que su trabajo en la tienda, mucho m?s que todo lo dem?s. Uno de los pocos elementos reales en un mundo al que no lograba dominar. "Tiene mano de santo, se?or Milani", observ? Joe, asombrado. "Por lo general, las madres desconf?an de los extra?os, en cambio, mire lo tranquila que est? Saetta, incluso con el potro sin tener que defenderlo". Goran sonri?. "?Me pediste que te ayudara pensando que me sacar?a del camino con una patada en la frente?". "No, ?qu? est? diciendo?". El chico se sonroj?. "Simplemente me parec?a que ella era m?s... bueno, no s? c?mo me parec?a, pero Saetta sabe m?s que yo". La pesada figura de Agnese, la due?a de los establos, se asomaba por la entrada de las cuadras. "?Joe, son las seis en punto! Mira, no te pagar? horas extras... oh, Sr. Milani. ?Ha decidido saltar la zanja?". "?Zanja?". "Lo que nos separa de las enormes bestias peludas". La mujer apareci? en la puerta del establo con una sonrisa comunicativa en el rostro. "Hay quienes tardan a?os. Ya sabe, el tama?o, y luego esa mirada certera... deja claro que el caballo lo lleva, pero no est? a su servicio. Lo consideran la combinaci?n perfecta de elegancia y potencia, pero muchas personas a las que les gustar?a acercarse a la equitaci?n, les atemoriza. Pens? que pertenec?a a ese grupo, pero al verlo, ahora estoy tentada a cambiar de opini?n. ?Por qu? no viene a echar un vistazo a los nuevos corrales? Est?n a solo unos minutos a pie". Goran vacil?. El reloj lo llamaba a su cita con Irene, pero al final ya era un hombre adulto; no necesitaba pedir permiso a nadie. Se levant? de forma brusca, volvi? a ponerse la chaqueta y sigui? a Agnese al exterior. Los ?ltimos rayos del sol se volvieron violetas, filtrados por la niebla que se acumulaba en las colinas. Los nuevos recintos estaban a solo unos minutos a pie, a la vista de un buen excursionista. Goran, avergonzado por los zapatos inadecuados, luch? por mantener el ritmo de Agnese, que caminaba despreocupadamente, charlando. Caminar a?n le produc?a un sutil placer, como escucharla explicar sus planes y las dificultades para manejar los establos. Fue un buen momento para compartir con un extra?o. La vida no estaba llena de ellos ?ltimamente. Cuando regresaron a los establos, el reloj marcaba m?s de las siete. "Tengo que irme. Gracias por todo". Mientras aceleraba su paso hacia el estacionamiento, la voz de Agnese lo alcanz?. "?Si quiere, puede lavarse usando nuestro ba?o!". Goran se detuvo con su mano ya en la manija de la puerta. "?Para qu?? Los caballos huelen bien". IRENE "?M?s r?pido m?s r?pido! ?Aumenta la inclinaci?n, porque as?, es un trabajo para alguien de la tercera edad!". Irene apret? los dientes y obedeci?, mirando de lado al instructor. Muchas frases se precipitaron a sus labios, ninguna pronunciable sin una gota de estilo. Desde la cinta de correr a su lado, puesta a una velocidad perezosa, Valeria la observaba con picard?a. "As? que lo hiciste de nuevo", dijo su amiga, tan pronto como el instructor se alej?. "?Deber?a considerar perder?". "Cuenta con ello", jade? Irene. La apuesta se remontaba a un par de semanas antes, donde seg?n Valeria, en un mes enviar?a al demonio al guapo instructor de modales insoportables; pero se necesitaba m?s que eso para hacerla perder el control. "T?, en cambio, ?vienes a calentar o a dormir?". Valeria sonri?. "Fuiste t? quien pidi? un programa de tonificaci?n para bajar de peso, no yo. A m? me basta un peque?o interludio recreativo en mi pausa del almuerzo". Irene neg? con la cabeza en silencio para no alterar el ritmo de su respiraci?n. Que Valeria considerara ‘recreativo’ verla trabajar duro, no era ning?n misterio. En cuanto a ese instructor imb?cil, qui?n sabe c?mo reaccionar?a si se corriera la voz de que manosea a las clientas, por ejemplo. A su curr?culum ciertamente no le caer?a bien. Si era cierto o no, era algo completamente secundario. "Est? por comenzar la hora de Pilates", le inform? Valeria, envolviendo la toalla alrededor de su cuello. Junto con otras mujeres caminaron hacia el sal?n. Entre los paneles ajustables que serv?an de divisorio, se pod?a ver al instructor, ya ocupado calentando en la escalera sueca. Pilates, qu? invento tan revolucionario. Desde que lo descubri?, Irene nunca lo hab?a dejado. La hac?a sentirse ?gil y tranquila, abismalmente alejada de los problemas que la aguardaban fuera del gimnasio. Caminaba cinco cent?metros por encima del suelo, y desde ese nivel era m?s f?cil mantener el control, ya se tratara del trabajo, la familia o cualquier otra trampa tendida por el destino. Pens?ndolo bien, el t?rmino ‘control’, aparec?a con demasiada frecuencia en sus pensamientos. Quiz?s val?a la pena comentarlo con el analista. Despu?s de Pilates, la agenda inclu?a el almuerzo con los japoneses en la esquina de la plaza y el regreso a la oficina a pie. Por supuesto, la hora del almuerzo estaba fuera de los horarios normales, pero tanto ella como Valeria desempe?aban funciones en Cosmos lo suficientemente importantes como para poder ignorar las reglas impuestas a los simples mortales. Ese d?a, ni siquiera ten?a la intenci?n de volver a la oficina. Ten?a que preparar la cena, ?y qu? cena! La llamada telef?nica se produjo mientras luchaba con los palillos para mojar un maki en salsa de soya. Odiaba esas torturas orientales, pero hubiera preferido ayunar antes que darse por vencida. Molesta por la interrupci?n, sac? su tel?fono celular de su bolso de mano y se lo coloc? entre el hombro y la oreja. "?Qu? pasa?", ladr?, tanteando con el indisciplinado bocado. "Quise decir ‘hola, mam?, ?c?mo est?s? ?Qu? deseas?’". El tema era una invitaci?n a una fiesta ben?fica la tarde siguiente, en uno de los clubes favoritos de su madre. Tiempo perdido. "No hablemos m?s. Yo trabajo, por si lo olvidaste. M?s bien, recuerda que dej? dicho a la gente de los muebles que te los entregaran... no, no quiero llevarlo todo a casa por ahora. Ahora me despido, estoy ocupada". Dej? su celular con un suspiro y evalu? la situaci?n. Valeria, el maki, los odiosos palillos. El en?simo intento result? en una peque?a salpicadura en el taz?n, lo que provoc? que los granos de arroz salieran disparados y que hubiera salpicaduras de salsa por todas partes. Am?n. "Siempre tan tierna con tu madre", coment? Valeria. "Ella tambi?n ha perdido varias oportunidades de estar conmigo, entre exposiciones y conciertos... De ni?a estaba convencida de que mi verdadera madre era Mar?a, el ama de llaves". Irene descart? el pensamiento con molestia. "No me gusta hablar de ella, pens? que lo hab?as entendido". "No he visto a Goran en mucho tiempo", dijo Valeria, cambiando r?pidamente de tema. "?C?mo est??". "Bastante bien, dir?a yo". Valeria se inclin? para mirarla a los ojos. "‘?Dir?a yo?’ ?Ninguna mejora, ni siquiera alg?n destello de memoria?". "A?n no". "Sin embargo, los m?dicos dijeron que con el tiempo...". "… tal vez recupere la memoria. No fue una promesa". Irene intent? sonre?r. La comprensi?n se parec?a demasiado a la compasi?n, para su gusto. "Es un mal momento, pero lo superaremos. Lo importante es luchar". "Muy bien. ?Qu? intenta hacer?". "?Qui?n?". Valeria la mir? perpleja. "Goran. ?No dijiste que est? tratando de luchar?". "Oh no, ?l no. Estaba hablando de m?. Para ?l... es como si nada hubiera pasado. Espera Dios sabr? qu?. Hace las cosas que hac?a antes, pero no est? en ello con su cabeza, parece un aut?mata. Peor a?n, tambi?n hace cosas nuevas". "?Como qu??". "Paseos sobre barro, visitas a establos... a juzgar por los libros que encuentro por ah? y el estado de la ropa que llevo a la tintorer?a, debe ser as? como pasa su tiempo libre, en lugar de comprometerse a recuperar el terreno perdido". Valeria se qued? con la cuchara suspendida frente a su boca. "Eres muy dura. No ha de ser f?cil para ?l". "?Y para m?? Han pasado ocho meses. No sabes lo que significa vivir con un marido que es un perfecto extra?o. Estas cosas las ves en las pel?culas, no crees que te puedan pasar. En cambio, suceden. Pero nuestra vida tiene que cambiar, y es hora de tomar el asunto en nuestras propias manos". "No me digas que lo vas a dejar", dijo Valeria con incredulidad. "?Est?s bromeando? No tiro la toalla tan f?cilmente". "?Ahora te reconozco! No en vano en el trabajo te han apodado "el mast?n". ?Qu? tienes en mente?". Irene le dirigi? una sonrisa enigm?tica. "Digamos que intentar? abordar el problema con un enfoque menos... directo". GORAN El aroma de los establos acompa?? a Goran en su viaje en autom?vil y lo sigui? hasta la entrada a casa. Mantener las ventanas abiertas s?lo hab?a servido para que volviera semicongelado. Sin embargo, la visita a la escuela de equitaci?n hab?a mejorado su estado de ?nimo. "?Eres t?, cari?o?". La cabeza de Irene apareci? y desapareci? por la puerta de la cocina. "Est? listo, solo faltabas t?". Goran bendijo su estrella de la suerte. Llegar con m?s de media hora de retraso para una ‘cena especial’ podr?a hacer que la noche diera un giro poco rom?ntico, siempre que el romance estuviera incluido en su contrato matrimonial. Era dif?cil definir la naturaleza de su relaci?n con Irene. Ciertamente Irene era ‘una gran mujer’, que era la expresi?n m?s popular para definirla. Inteligente, culta, decidida… y una chica hermosa, imposible negarlo, mientras se acercaba a ?l enfundada en un su?ter negro de cuello alto, con esa sonrisa perfecta y el cabello color miel colgando por sus hombros. "Afortunadamente, esper? para poner las papas en el horno". Se inclin? para darle un beso, colocando su c?lida mano en la parte de atr?s de su cuello, y all? se congel?, su nariz se curv? en una mueca. Goran trat? de no re?r. "Una ducha y estar? presentable de nuevo", dijo, tratando de sonar arrepentido. "Solo necesito unos minutos". Los brazos de Irene cayeron a sus costados mientras su sonrisa perd?a dos puntos de brillo. "Este olor...". "Fui a los establos". Mirando de reojo la reacci?n de Irene, observ? con deleite sus esfuerzos por mantener la calma. En su sentido pr?ctico, una cosa era quedarse hasta tarde para no perder un buen negocio, y otra era poner tontos cuadr?pedos antes de la cena. En cuanto a ?l, le gustaba burlarse de Irene y verla implementar todas sus estrategias de adaptaci?n, incluso si no estaba orgulloso de ello. Hab?a resultado mucho peor para ?l despu?s del accidente. Cuando regres? al sal?n se encontraba relajado y dispuesto a afrontar lo desconocido, que por el momento se presentaba en forma de un juego de mesa de estilo moderno, minimalista, platos y vasos con motivos visuales en blanco y negro sobre lo que formaba una hermosa exhibici?n de una fantas?a de entremeses. Mordi? un bocadillo y se sent? a la mesa, mientras Irene aparec?a detr?s de ?l para verter el prosecco helado en una copa de champ?n. "?Un d?a improductivo?", pregunt?, sent?ndose a su lado. "No dir?a eso, hoy hubo bastante tr?fico en la tienda". "Pens? que... como hab?as estado en los establos...". "Un descanso de vez en cuando es bueno para m?". Lo necesito. ?l podr?a haberle dicho la verdad, pero un desaf?o a la vez era suficiente. Mientras tanto, Irene abandonaba el tema y desaparec?a. "?Han hablado, t? y Edoardo?", grit? desde la cocina. "?Sobre qu??". "Sab?a que quer?as tomarte unas horas para discutir el futuro de la tienda". "?l quiere discutirlo. Para m?, el Orient Express est? bien, tal como est?". El tono fue, quiz?, m?s brusco de lo que pretend?a, pero no pod?a soportar los constantes intentos de Edoardo de dirigir el negocio con ese trabajo furtivo en la costa, sin ponerse en franco conflicto con ?l. Hubiera preferido una discusi?n real, incluso a golpes, a ese falso equilibrio irritante. Si ?l mismo no tomaba la iniciativa era solo porque su situaci?n lo colocaba en desventaja. Era de esperar que Irene, simpatizante, sin ocultarlo demasiado, de las ideas de Edoardo, no hubiera decidido interferir. La sonrisa con la que abandon? el tema le provoc? que un escalofr?o recorriera su espalda. ?Qu? hab?a en el plato de servir, el de verdad? "Tagliolini con lim?n y caviar, filete a la miel con espinacas, y para terminar, panna cotta al caf?. ?Qu? te parece el men??". Irene coloc? el primer plato humeante en el centro de la mesa. "Todo preparado con mis propias manos". "?T? cocinaste?", Goran tosi? para camuflar la incredulidad en su voz. "Este nuevo inter?s tuyo es una verdadera... sorpresa". Irene no respondi? de inmediato, decidida a manejar las pinzas para servir los tagliolini, con la punta de la lengua entre los labios. "No es un inter?s nuevo". Movi? el plato que sobresal?a de la mesa con un movimiento de cadera. "Siempre me ha gustado cocinar, pero nunca encuentro el tiempo para hacerlo". Goran se abstuvo del comentario mordaz que ten?a preparado. Las mujeres como Irene no cocinaban; en todo caso, criticaban lo que los dem?s cocinaban. Pero era mejor quedarse callado. Cuanto m?s bajas fueran las defensas de Irene, antes podr?a llegar al punto. Su mirada se desliz? sobre los pechos que ella le ofrec?a junto con el plato, magn?ticos en la constricci?n del ajustado su?ter. Un mech?n rubio cay? por su frente, inmediatamente lo reacomod? con su mano cuidada. Ciertamente Irene ten?a lo que se necesitaba para calentar la sangre de cualquiera. "?Entonces, de ahora en adelante, te dedicar?s a preparar asados y fettuccine, en lugar de estrategias de marketing y capacitaci?n del personal?". "En realidad no, pero es hora de un cambio", dijo Irene, ignorando la iron?a. "La vida contin?a". "Claro que sigue. Si no tienes cuidado, a veces te abruma". Irene esboz? una sonrisa, como si le agradara la broma. La dulzura y las f?rmulas de consuelo no formaban parte de su repertorio. Goran redujo la velocidad de su masticaci?n. El tema de la noche zumbaba tan amenazador como un escarabajo que se acerca. "Pens? que algunos cambios tambi?n te vendr?an bien", dijo Irene. "?Sabes que el medio ambiente tiene una influencia decisiva en la psique?". "?Quieres pintar las paredes de p?rpura?". "?Lo digo en serio! Es hora de que tengamos un hogar". "Esta es un hogar", dijo Goran con cautela. "?Un apartamento en alquiler? Me refiero a un hogar real, completamente nuestro. Grande, iluminado. ?Qu? dices?". Goran contempl? la expresi?n entusiasta de Irene con una mezcla de ternura y culpa. Era desagradable sentir una aversi?n tan instintiva a cualquier cosa que la excitara. Pero quiz?s ten?a raz?n. Un nuevo hogar... luz, espacio, aire. ?Por qu? no? Pod?an permit?rselo, y ciertamente no empeorar?a la situaci?n. "Me toma por sorpresa, pero no es mala idea. He visto que est?n construyendo en las colinas al sur de la ciudad, cerca de...". Irene lo detuvo con un gesto. "Tengo algo diferente en mente". Abandon? su tenedor para buscar a tientas en el armario. Cuando regres? a la mesa tra?a en sus manos un mont?n de revistas de bienes ra?ces, que coloc? junto al plato de tagliolini. "Aqu? encuentras lo mejor que hay en el mercado". Empuj? el material hacia ?l con una sonrisa de satisfacci?n. Goran dej? de comer y comenz? a hojear las revistas, marcadas con dobleces en las esquinas, c?rculos y remarcados. Un trabajo profesional. L?stima que todo girara en torno a... "?Un ?tico? No, eso no es para m?. Cuando hablaste del espacio, pens? que te refer?as a un espacio real, donde pudieras moverte, respirar. Un refugio del caos de la ciudad". Irene frunci? el ce?o. "?Refugio de qu?? Trabajamos en la ciudad, nuestra vida est? aqu?, nuestros amigos est?n aqu?. En cuanto al espacio, si te fijas, todos tienen m?s de doscientos metros cuadrados, entonces...". "Hablo en serio, Irene. Estar en lo alto de un edificio, con el vac?o alrededor y tal vez la jungla falsa en un jarr?n… prefiero quedarme aqu?. Por un momento pens? que quer?as alejarte de la ciudad". Irene se puso r?gida en su silla. "?Perder horas en el tr?fico en las horas pico y respirar el hedor del esti?rcol en tu tiempo libre? Muy bonito cambio... pero estoy segura de que ma?ana el agente inmobiliario podr? convencerte". "?Agente inmobiliario? No hab?amos hablado de eso". Irene se limpi? la boca con un gesto nervioso. "Si tuviera que esperar a que dieras cada paso, tendr?a tiempo de morir de vieja". ?Paso? Horas dedicadas a buscar ?ticos en la ciudad, quiz?s incluso a verlos, m?s una cita ya fijada, ciertamente no podr?a llamarse ‘un paso’. Estaba claro que Irene solo quer?a dos firmas suyas, una en el contrato y la otra en el cheque. "Entiendo que esto puede ser frustrante para ti, pero necesito tranquilidad", dijo, tratando de mantener la calma. "Olvidemos esta conversaci?n, no quiero discutir. M?s bien, ?recogiste los boletos de avi?n?". La idea de las vacaciones tambi?n llevaba la marca de Irene, pero obligado a enterarse y a hojear folletos, ?l tambi?n hab?a comenzado a fantasear con cruzar el desierto argelino. Un paisaje tan agreste y esencial que estaba m?s cerca de c?mo se sent?a. "No hay espacio en ese vuelo", dijo Irene secamente, tanteando en la cocina. Goran se qued? sin palabras. "?No es posible, hemos reservado! Ma?ana vamos a la agencia y resolvemos el asunto". Al otro lado de la isla, Irene encendi? la estufa debajo de la cafetera. La llama se encendi? en lo alto, antes de regularla al m?nimo, casi alimentada por la tensi?n en el aire. Goran sinti? una descarga dolorosa en la sien, otra m?s en los ?ltimos d?as. Por un instante, los contornos de las cosas se difuminaron, se duplicaron, luego todo volvi? a la normalidad. ?Podr?a ser el preludio del regreso de la memoria? "No confirm? la reservaci?n", dijo Irene, arreglando nerviosamente su cabello. "El desierto argelino no es el lugar ideal para distraerse. Tal vez tomemos un crucero m?s adelante". Goran se puso en pie de un salto con tal frenes? que su silla se volc?. Sent?a que su rostro ard?a, pero eso no era nada comparado con la ira que ard?a dentro de ?l. Respir? hondo, varias veces. "?Hay algo en lo que mi opini?n tenga valor?", pregunt? con voz alterada. "?Quiz?s el color de las bolsas de basura?". Irene lo mir?. Goran habr?a dado cualquier cosa por encontrar una emoci?n en sus ojos azules o un temblor en su voz; en cambio, una sonrisa tensa apareci? en su rostro. "Me he movido por mi cuenta porque s? que en tu estado no quieres ocuparte de nada. Te gustar? el ?tico". Goran se qued? mir?ndola en silencio. ?Quiz? deber?a haberse sentido aliviado? Una esposa tan considerada, dispuesta a hacer cualquier cosa para evitarle preocupaciones, ?en su estado! ?Era un regalo del destino? L?stima que ten?a el sabor de una maldici?n. Dej? la servilleta sobre la mesa. "Lo siento, he perdido el apetito". Tuvo tiempo para ver la sonrisa de Irene desvanecerse antes de cerrar la puerta detr?s de ?l. GORAN En la noche brumosa de oto?o, el puente parec?a flotar libremente sobre el r?o, desconectado de sus soportes, como una pancarta navide?a gigante iluminada por los faros de los coches en movimiento. En las orillas, grupos borrosos de luces atestiguaban que la ciudad a?n exist?a m?s all? de los sonidos amortiguados del tr?fico. Goran aminor? el paso, inhalando el aire h?medo. Estaba empezando a sentirse cansado despu?s de horas de vagar sin sentido, pero a?n no estaba listo para regresar a casa. Hab?a caminado por las calles de la ciudad sin siquiera verlas, primero en el atardecer a?n claro, ciego de ira, luego en el mar lechoso que realmente lo hab?a cegado, hasta que la ira hab?a sido reemplazada por la sensaci?n de vac?o que ahora llevaba dentro. Las vitrinas iluminadas de pubs y discotecas se materializaron de pronto en la niebla, con su halo de voces y risas apenas reprimidas por puertas cerradas. Eran una promesa de calidez y compa??a, pero a pesar de su agotamiento, Goran se mostr? reacio a sumergirse en el pozo humano. Si el silencio no era paz, al menos se parec?a. Aqu? estaba el Pub Robin. El letrero, un p?jaro bebiendo de un vaso con una pajita, apareci? frente a ?l cuando comenz? a sospechar que estaba perdido. Ya hab?a estado all? despu?s del accidente, pero incluso antes, seg?n le hab?a dicho Cassandra, la chica del bar. Empezaba a llover. En el interior, el calor y la confusi?n lo envolvieron como un capullo, reconfortante y molesto al mismo tiempo. En el peque?o escenario, un mago con botas y sombrero de vaquero, interpretaba su n?mero frente a una audiencia risue?a, mientras su asistente brillaba de sudor ante los reflectores. Goran busc? la diminuta figura de Cassandra y la encontr? ocupada junto a la rocola, una pieza de museo ahora; se encontraba pate?ndola bajo los ojos divertidos de un par de falsos adolescentes en jeans. La cascada de rizos oscuros, combinada con el uniforme rojo y negro, le daba una apariencia diab?lica. Goran lleg? hasta ella zigzagueando entre la gente. "?Problemas?", pregunt?, acerc?ndose por detr?s. Cassandra se dio la vuelta e inmediatamente su rostro fruncido se ilumin? con una sonrisa. "?Goran! Corres el riesgo de que te muerdan". "?Tengo ese efecto en ti?". "No estoy molesta contigo". Cassandra mir? la rocola con odio. "Este cacharro funciona de forma intermitente. Qui?n sabe si alg?n t?cnico de ultratumba pueda venir a repararlo". "Espera". Goran se inclin? detr?s de la m?quina de discos, la desenchuf?, esper? unos segundos y volvi? a enchufarla. "Se reestablecen. Es la operaci?n m?s est?pida del mundo, pero a menudo funciona con computadoras". Funcion?. Acompa?ado por el murmullo de aprobaci?n de los dos fan?ticos, el monstruo se puso en marcha de nuevo entre inquietantes crujidos y parpadeos de luces. Con un gesto de incomodidad, Cassandra se alej? de la rocola para llegar a la barra y Goran la sigui?. "Gracias", suspir? ella, comenzando a vaciar la lavadora de vasos. "Esos tipos no dejaban de quejarse". Goran ocup? su lugar en un taburete. "Por nada. ?Puedo tener una cerveza oscura?". Cassandra era una de los muchos extras que hab?an poblado su antigua vida. Le hab?a pedido que le contara c?mo se hab?an conocido, solo para agregar algunos detalles a las im?genes que ten?a, siempre aproximadas. Durante el d?a, Cassandra dirig?a una peque?a herborister?a frente al Palazzo Cotroneo, por la noche trabajaba en el Robin. Una ma?ana hab?a entrado en su tienda buscando un perfume para Irene y terminaron charlando. Cuando un par de meses despu?s del accidente entr? en el pub, por pura casualidad, la expresi?n de ella, de asombro mezclada con malestar, le hizo darse cuenta de que ?l no era un extra?o para ella. A estas alturas ya estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones, pero por lo general evitaba involucrarse en discursos que dejaban al interlocutor avergonzado y a ?l, con ganas de marcharse. Esta vez, sin embargo, se hab?a detenido hasta altas horas de la noche para charlar con Cassandra, en los pocos fragmentos de tiempo que permit?a la sala abarrotada, y hab?a descubierto muchas cosas sobre ella. Cuando a?n era una ni?a, sus padres hab?an tratado su problema con las drogas con tanta brutalidad que decidi? irse de casa tan pronto como alcanz? la mayor?a de edad, y as? lo hizo Cassandra, enfrent?ndose a bastantes problemas antes de conseguir ganarse la vida con su trabajo. Goran la hab?a escuchado, pensando en cu?ntas formas diferentes encontraban los humanos para hacerse da?o entre s?. Cassandra le entreg? la jarra, luego sirvi? a dos clientes m?s antes de regresar con ?l. Se sec? las manos en el delantal, mir?ndolo de reojo. "?Qu? te trae por aqu? a esta hora? Ten?a entendido que llevabas una vida de retiro". "La noche ha dado un mal giro". "Lo entiendo. ?Me ofrecer?s un argumento de respaldo?". Goran tom? dos sorbos de cerveza. "Estoy un poco corto esta noche". "?Entonces viniste a atenuar el resplandor del lugar con tu mal humor?". "Si quieres ponerlo as?...". Ella le dirigi? una sonrisa insegura. "Si tienes ganas de hablar, aqu? estoy". Goran guard? silencio durante mucho tiempo. No quer?a sumarse a las filas de los pobres que pasan la noche bebiendo y terminan llorando en su hombro, pero el vac?o en su interior respondi? a la invitaci?n de Cassandra, sin darle tiempo para pensar. No hicieron falta m?s cervezas por todo lo que hab?a querido borrar vagando por la noche, la tensi?n, la desorientaci?n, la ira, todo se desbord?. Cuando Goran guard? silencio, el lugar se hab?a vaciado, el vaquero y el asistente se hab?an ido y la rocola dorm?a el sue?o de los justos. Solo un grupo de chicos apostados alrededor de una mesita, participaban en alg?n juego que la cerveza hac?a explotar en espor?dicos estallidos de voces. Cassandra, ahora desocupada, se sent? en el taburete junto al suyo. "?Es trivial si digo que lo siento?". "Bastante". "Realmente lo siento. No puedo imaginar lo que es vivir una vida que no sientes tuya, sin saber si las cosas saldr?n bien tarde o temprano". "Es… terrible". Goran neg? con la cabeza, jugueteando con el posavasos. Nadie podr?a haber imaginado tal cosa, ni siquiera los especialistas que lo viviseccionaron despu?s del accidente. Que se vayan todos al infierno. "Es como si me estuvieras mirando desde fuera y esperara saber cu?nto tiempo puedo seguir as?. Absurdo, ?verdad? Al principio, despu?s del accidente, fue diferente. Estaba confundido, las heridas a?n ten?an que sanar. La normalidad estaba tan lejos... pero ahora estoy bien, soy un hombre adulto de treinta y dos a?os con buena salud... y no s? qui?n soy". La mueca de Cassandra hizo que aparecieran dos hoyuelos en sus mejillas. "Un macho adulto... as? pareces como un raro ejemplar de orangut?n". "?Crees que es f?cil pasar tus d?as adivinando lo que otros esperan de ti? Qu? decir, qu? hacer, c?mo reaccionar?a el viejo Goran...". "?Pero no puedes hacerlo!", Cassandra solt? con vehemencia. "De esa manera nunca volver?s a vivir". Ella se sonroj?. "Lo siento, no deber?a permitirme...". "?No? ?Por qu?? Sigamos tu razonamiento. Deber?a borrar el tiempo pasado, ?es eso? Empezar de nuevo, como si hubiera nacido nuevamente a los treinta. Es una idea. Me deshago de todo y de todos como si fueran un lastre in?til, y empiezo a ser yo mismo". Se ri? suavemente. "Pero, ?cu?l yo? Cassandra, cada uno es producto de esos miles de millones de ladrillos que han construido su vida. Los que no tienen pasado, es como si no existieran". Cassandra guard? silencio durante mucho tiempo. "S? que es f?cil hablar para m? que no estoy en tu situaci?n, pero digo, ?no tienes un pasado? Siempre te queda un presente y un futuro. Es m?s de lo que muchos otros est?n permitidos. Si el viejo Goran es un rompecabezas sin sentido, ?por qu? no conocer al nuevo Goran?". El razonamiento era v?lido sobre papel. L?stima que la vida fuera m?s complicada. "?Y c?mo se comporta el nuevo Goran con su antigua vida? De eso, algo qued?, aunque no en su cabezota. Solo piensa que recientemente descubr? que tengo un hermano en alguna parte. Nunca hablaba de ?l y ni siquiera s? por qu?. Es como si nunca lo hubiera conocido, pero mi amnesia no fue suficiente para borrarlo. No, no es tan simple como dices, te lo aseguro". Cassandra vacil?. Estaba visiblemente avergonzada, pero su mirada brillaba con determinaci?n. "Sigo pensando que deber?as pasar p?gina. Cambia lo que puedas cambiar, corta lo que tengas que cortar". "?Mi esposa tambi?n?". Por un momento tuvo la sensaci?n de que Cassandra responder?a as?, ‘especialmente tu esposa’. "No puedes actuar de por vida", murmur? en cambio, escapando de su mirada. "Al menos estoy de acuerdo en eso". La atm?sfera que se hab?a creado de repente parec?a demasiado confidencial. No quer?a volverse pat?tico. "Has sido muy amable al escucharme, pero ahora ser? mejor que me vaya". Se puso de pie y vacil? unos momentos, avergonzado, como si no supiera la forma correcta de despedirse de ella. Cassandra, con una sonrisa igualmente avergonzada, r?pidamente volvi? a sentarse detr?s de la barra. "Entonces, te deseo lo mejor. Si regresas por aqu?, ven a saludarme". En ese momento, una voz gruesa se elev? desde la ?nica mesa ocupada. "?Oye, nena, ven aqu?! Nos sentimos con antojo de un par de... ?c?mo se llaman estos?". El hombre robusto se?al? una l?nea en el men? hacia la rubia sentada en su regazo. "Cr?-pes flam-bees", bal?, provocando una r?faga de risas. "?Ay, Maddi, eres una aut?ntica vaca con el ingl?s!". Y a Cassandra, "Entonces, ven a tomar la orden o tenemos que hacer nosotros mismos estas cr?pes?". El tono era tenso, casi amenazador. Cassandra maldijo entre dientes. "Justo hoy que el propietario tuvo que irse a casa temprano...". Se acerc? a la mesa, mostrando una sonrisa profesional. "Lo siento, chicos, pero la cocina est? cerrada. De hecho, tambi?n deber?a cerrar el lugar, debido al tiempo". "?Que, qu??", jade? el hombre. "Aqu? no hay nada cerrado si queremos comer, ?verdad?". Los acompa?antes rugieron en aprobaci?n. "Si quieren una ?ltima ronda de cervezas...", intent? Cassandra. Uno de los amigos del hombre se levant? de un salto y la agarr? por el delantal. "No lo entiendes, cari?o, dijimos que quer?amos comer", respir? en su rostro. No hab?a terminado de hablar todav?a cuando Goran se interpuso entre ?l y Cassandra y bloque? su antebrazo. Con una mueca, el chico solt? su delantal, mientras los dos amigos y las chicas se levantaban al un?sono. "?Qu? quieres t??", gimi?, tratando de liberarse. "Si est?s buscando problemas...". "Ser? mejor que no te enteres”, dijo Goran con frialdad. Se percat? en los ojos de Cassandra una s?plica para dejarlo ir, y ?l le solt? el brazo. "Hagamos esto", dijo con firmeza. "Les preparo las cr?pesflamb?es y se marchar?n sin pedir nada m?s. ?Estamos de acuerdo?". Por unos momentos no estuvo claro qu? giro tomar?a la situaci?n, luego el hombre abri? los brazos. "?No es eso lo que pedimos, cari?o? Tr?enos comida y nos iremos como buenos ni?os". Otro estallido de risa. Cassandra volvi? detr?s de la barra mientras Goran volv?a a sentarse en su taburete, sin perder de vista al grupo. Los amigos del hombre parec?an aliviados por la pac?fica evoluci?n de la disputa. Ese tipo ten?a que ser un alborotador. "No tienes que alimentar a estos idiotas", le dijo en voz baja a Cassandra, que estaba rebuscando con la sart?n. "Llamar? a la polic?a si quieres". "No te preocupes, estoy acostumbrada", dijo con una sonrisa tensa. "Si tuvi?ramos que llamar a la polic?a cada vez que alguien se aloca, tambi?n podr?amos contratar a un par de gorilas. Se comer?n sus cr?pes y se marchar?n. No necesitas quedarte". «Por supuesto que me quedo. No te dejar? aqu? con estos". La mezcla estaba lista y la preparaci?n tom? unos minutos, pero casi de inmediato el hombre lleg? a la barra con la cara enrojecida. "?Cu?nto tiempo se necesita para hacer estas cr?pes?", ladr?, golpeando con el pu?o la mesa de madera. "?Nos est?s jodiendo?". "Tuve que calentar la sart?n", se apresur? a explicar Cassandra. "Mira, est?n casi listas, solo falta flamearlas...". Sirvi? el Grand Marnier e inclin? la sart?n hacia el fuego. La llama se elev? alto, se dividi? y se multiplic? en los reflejos de los paneles de acero detr?s del mostrador. Con un rugido, el hombre se arroj? sobre la barra y se desliz? sobre Cassandra mientras la sart?n ca?a al suelo con su contenido hirviendo. Los compa?eros corrieron vociferando. "?Esta perra nos prender? fuego a todos!". Murmur? el atacante mientras Goran lo arrojaba desde detr?s de la barra y lo golpeaba en el est?mago, luego lo empuj? a una mesa cercana. Por el golpe y quiz?s tambi?n por el alcohol en su cuerpo, el hombre cay? al suelo, pero su amigo rubio ya apuntaba a Goran con una mirada malvada. "Te dije que estabas buscando problemas". Goran esquiv? los golpes de uno-dos como boxeador de peso medio y se abalanz? hacia ?l con furia ciega. Juntos cayeron al suelo, entrelazados, mientras el hombre rudo, ahora de nuevo en pie, pateaba a ciegas. Uno lo golpe? en el vientre y Goran se acurruc?, gimiendo. Una segunda patada, esta vez en las costillas, le hizo ver gris, pero la idea de darse por vencido ni siquiera se le ocurri? por un momento. La voz de Cassandra proven?a de una dimensi?n distante. "Basta ya, det?nganse", pero eran palabras sin sentido. Dolorosas punzadas le atravesaron la cabeza de una sien a otra. Se levant? aferr?ndose a la pierna que no dejaba de golpearlo y se abalanz? sobre el due?o, sin siquiera mirar qui?n era, asestando golpe tras golpe y recibiendo otros tantos. Mientras la resistencia del oponente debajo de ?l se debilitaba, el hombre rudo lo atac? junto con el m?s joven del grupo. Goran se incorpor?, se volvi? y le acomod? un golpe al chico con una rodilla en los atributos que lo hicieron caer al suelo aullando, luego golpe? su cabeza en la cara del otro mat?n. Algo en ?l cruji? cuando cay? al suelo. Goran sigui? golpe?ndolo, una y otra vez. Alguien trat? de sujetarlo por los brazos, pero no pod?a parar, sinti? el sabor de la sangre en su boca y su brazo segu?a golpeando y golpeando, como un mazo, sin sentirse cansado ni dolorido. Un grito agudo se infiltr? en su conciencia alterada, "?M?talo, m?talo!". En el suelo, el oponente era un t?tere inerte... Con un tremendo esfuerzo de autocontrol, Goran se puso en pie tambale?ndose. El silencio era un zumbido molesto. De los tres matones en el suelo, dos se movieron gimiendo, el otro yac?a inm?vil. Las chicas del grupo lo miraron alternativamente a ?l y a sus compa?eros, aterrorizadas. Una mano toc? su brazo y era la mano de Cassandra. Ella estaba bien. Ya no estaba en peligro. "Goran...". "No". "Goran, si?ntate, por favor...". "Mantente alejada". "Yo solo quiero…". "?D?jame en paz!". No quer?a mirarla, no quer?a o?r su voz. No hab?a nada que decir. Sali? corriendo como un loco a la calle oscura y desierta ba?ada por la lluvia, sin importar con qu? tropezaba, hasta que se encontr? sin aliento y con arcadas. Una nueva ola de dolor atraves? su cerebro, estall? en un destello de luz que lo ceg? desde adentro, bajo los p?rpados entreabiertos. Buscando apoyo a tientas, se encontr? con una superficie vertical, lisa y fr?a. Abri? los ojos y se qued? mirando su propio reflejo en la ventana oscura, sin reconocerse. CASSANDRA "?A d?nde quedaron los jeans cortados en los muslos?". Cassandra corri? del dormitorio al armario del pasillo y le lanz? a la t?a Isadora una mirada acusadora. "No pongas esa cara, estoy segura de que tuviste algo que ver. S? que odias esos jeans". "Soy inocente", dijo la mujer en la silla de ruedas, riendo, "aunque no me importar?a verlos desaparecer. No son adecuados para ti". "Ay, t?a, ?alguna vez miras a tu alrededor?". La gente ya no se viste como en el siglo XIX, las faldas y las crinolinas ya tuvieron sus d?as". La mujer le lanz? una mirada indignada. "Seg?n tus normas y reglamento, yo todav?a no nac?a en el siglo XIX, y en cualquier caso no es mi culpa que las chicas de hoy hayan decidido disfrazarse de miserables le?adores". Movi? la silla de ruedas hacia adelante hasta ponerse detr?s de las rodillas de Cassandra, quien, tomada por sorpresa, se derrumb? en sus brazos. "En fin, creo que los vi en la canasta de ropa sucia, cari?o". Cassandra se ri? a pesar de s? misma, levant?ndose r?pidamente. "Sucia... tendr? que encontrar algo m?s". Mir? a su t?a con aprensi?n. "?Te lastim??". "En absoluto, eres una pluma. ?Por qu? tanta emoci?n hoy?". "Todav?a tengo que maquillarme y peinarme… y no me importar?a tomar el viaje de las ocho y media. Me gustar?a limpiar la ventana antes de que lleguen los clientes". Para escapar de la mirada inquisitiva de Isadora se refugi? en el ba?o, pero su voz tambi?n la alcanz? all?. "?Est?s segura de que tiene que ver con el tipo que dej? su billetera en el pub ayer? Tienes que ir y recuperarla, si lo entiendo correctamente". Frente al espejo, Cassandra puso los ojos en blanco. "Imag?nate. M?s bien, deber?as dejar de escuchar a escondidas mis conversaciones". M?s all? de la puerta escuch? el suspiro teatral de Isadora. "Esta casita es tan silenciosa...". "... y lo que le queda a una pobre anciana sino entrometerse en la vida de los dem?s, etc.". Se recogi? el pelo con los dedos hacia arriba y hacia abajo, luego lo despein?, maldiciendo en voz baja. "Por supuesto que viene a recuperar su billetera, dentro hay dinero y documentos...". Hab?a encontrado la billetera en el mostrador, despu?s de que Goran hab?a huido y la banda de matones hab?a recogido a los heridos y magullados para ir a pasar el resto de la noche en otra parte. Hab?a salido al callej?n con la esperanza de que Goran no se hubiera marchado, pero no hab?a rastro de ?l. Hab?a cerrado el lugar, tratando de silenciar la preocupaci?n. Goran era solo un buen conocido, con una carga desproporcionada de problemas, pero nada m?s. Lo repiti? varias veces para asegurarse de haber entendido correctamente. En su billetera hab?a encontrado una tarjeta de presentaci?n que mostraba su tel?fono celular, y all? lo hab?a llamado a las siete de la ma?ana siguiente. No quer?a que comenzara el d?a desperdiciando horas en que la polic?a informara de una p?rdida que no era tal. Por los sonidos de fondo no entend?a d?nde estaba y no hab?a tenido el valor de preguntarle, considerando lo que le hab?a dicho antes de desatarse el Apocalipsis. Goran le dio las gracias con voz cansada. Estaba bien, estar?a en la tienda por la ma?ana. Nada m?s. Sinti?ndose tonta, busc? en su billetera una foto de su esposa, pero no pudo encontrarla. Al llegar a la tienda, se pase? un rato, moviendo objetos y ordenando papeles, sin perder de vista la puerta. El tiempo nunca pasar?a de esa manera, pens?, resoplando. De mala gana, comenz? a vaciar la ventana. Cuando la figura que esperaba se destac? m?s all? del cristal, era ya casi el mediod?a, el recipiente de popurr? que ten?a en la mano se volc?, esparciendo flores y hierbas por todo el suelo. Un fuerte olor a c?tricos inund? la tienda cuando la puerta se abri? para dejar entrar una r?faga de viento helado y un Goran bastante maltrecho. "Aqu? estoy. No tengo buena apariencia, lo s?. Tomo mi billetera y me marcho". Cassandra se desliz? por la ventana, sacudiendo los restos del popurr? de su ropa. "Disparates. D?jame verte". Rover sali? de la trastienda y corri? moviendo la cola hacia el reci?n llegado. Goran se inclin? para acariciarlo, pero Cassandra empuj? al perro para acercarse y comprobar el da?o. El corte hinchado y enrojecido en el p?mulo derecho, la mand?bula magullada y el halo oscuro debajo del ojo eran el resultado natural de la paliza, mientras la barba despeinada y larga, junto con la ropa arrugada, hablaban del despu?s. "Mala noche", murmur?. Goran se encogi? de hombros. Parec?a diez a?os mayor. Sus ojos cansados parpadeaban inquietos, como si quisiera vigilarla, a la tienda y a la calle al mismo tiempo. "Dorm? en el Orient Express". "?Y tu mujer?". La expresi?n de Goran se ensombreci?. "Llam? all? esta ma?ana, ya que no contestaba mi tel?fono celular, pero hice decir que no estaba all?". Consigui? sonre?r. "?Porque esa cara? Una buena noche no hubiera sido suficiente para hacer volar sus nervios. Irene no es ese tipo de mujer. En lugar de llorar, prefiere reflexionar, planificar... y atacar". Cassandra prefiri? no comentar sobre la hermosa imagen que acababa de dibujar Goran. "Todav?a est?s mojado... si?ntate aqu?, al menos te desinfectar?". ?l retrocedi?. "No hay necesidad. Tomo mi billetera y...". "Dije que te sientes". Ella se?al? el taburete y ?l obedeci?. "Si alguien entra, ?c?mo te har? lucir as??". "Tienes raz?n". Fue a la puerta y la cerr?, mostrando el letrero de ‘Regreso pronto’. "No quise decir…". "Lo s?". Por debajo del mostrador sac? el botiqu?n de primeros auxilios y comenz? a desinfectarlo. "Aparte de tu cara, ?c?mo te sientes?". "Entero. Espero que los tres idiotas de anoche puedan decir lo mismo". "Se fueron por su propio pie, as? que podr?a haber sido peor. ?Est?s preocupado por ellos?". Goran detuvo su mano en el aire. "?Por qu?, crees que quer?a verlos muertos? ?Es esto lo que piensas?". "Lo que pienso es en darte las gracias. Sin ti no s? c?mo habr?a terminado". Cassandra se solt? de su agarre y se alej? un poco para comprender mejor su expresi?n. "?Cu?l es el problema?" "No hay ning?n problema". "Es porque los golpeaste fuerte, ?no es as??". "Tal vez". "?Tal vez?". Goran se puso de pie de un salto. "?Qui?n diablos eres, mi psic?logo? ?Qu? quieres que te diga, que me siento como un h?roe porque te salv? y esos tipos merec?an algo peor? ?Dios, casi los mato! Yo no... no soy as?". "Lo s?". "?Y c?mo lo sabes? Apenas me conoces". Goran se ri? amargamente de su silencio. "?Lo ves? Por lo que sabes, y por lo que yo s?... ?ah, eso es divertido! Tambi?n podr?a ser un soci?pata potencial, un tipo peligroso. ?No es fant?stico cu?ntas posibilidades te abre la amnesia?". Su rostro se contrajo en una mueca de dolor que lo envi? de regreso a su asiento. "?Qu? pasa, Goran?". "La cabeza... me dan estas punzadas...". Se llev? las palmas de las manos a los ojos. "Pero no duran mucho... ya est? pasando". La mir? con el ce?o fruncido, como si estuviera teniendo dificultades para enfocarla. "?Desde cu?ndo sufres de dolores de cabeza? ?Dsde el accidente?". "M?s o menos. Al principio pens? que eran las consecuencias de la lesi?n en la cabeza, luego... empez? a empeorar. Nunca fue tan fuerte como anoche. Cuando sal? a la calle, me vi en un reflejo y por un momento... pero no, es demasiado absurdo ni siquiera pensarlo". Cassandra esper? en silencio, pero Goran no dijo nada m?s. "Te podr?a dar algo para el dolor de cabeza", sugiri? entonces, "pero no es f?cil encontrar remedios sin conocer las causas. ?Tambi?n tienes una sensaci?n de dolor y tensi?n en el cuello?". "Cuando me dan ataques me siento tan mal que siento que me estoy volviendo loco. Nunca le prest? atenci?n al cuello". "Probar?a con una combinaci?n de matricaria, tila y melisa. Pero si yo fuera t?, no descuidar?a la acupresi?n, hay un punto entre el pulgar y el ?ndice de la mano izquierda que...". "Oye". Goran puso una mano c?lida sobre la de ella. "Eres amable, pero no estoy de humor para experimentos". Ella apart? la mirada, confundida. "Lo siento, este no es el momento de cambiar a la medicina hol?stica. ?Qu? dices entonces, t? de hierbas o tabletas?". "Tabletas. Pero dudo que sean de mucha utilidad, este dolor de cabeza es... diferente". Cassandra hubiera querido saber m?s, tal vez los mismos detalles que Goran parec?a decidido a guardarse para s? mismo, pero al mirarlo se dio cuenta de que cualquier pregunta solo acortar?a su visita. El martilleo de psiquiatras y psic?logos tras el accidente debi? crear una aut?ntica aversi?n a todo aquello que pretendiera analizar su mente aturdida. Si era as?, ?qui?n podr?a ayudarlo, suponiendo que hubiera una manera de hacerlo? "Quiz?s estos dolores de cabeza son una peque?a grieta en la pared de tu amnesia", aventur?, tratando de sonar optimista. Goran se pas? las manos por el pelo, que ya estaba revuelto desde la noche. "Lo esperaba, incluso cuando comenzaron los sue?os, pero nada ha cambiado en mi memoria". "?Sue?os?". "Basta de hablar de m?. Solo sirve para ponerme nervioso y eres demasiado amable para que te trate mal. Entonces, si me das las tabletas y la billetera...". Hab?a ocurrido, ella hab?a logrado hacerlo escapar. Cassandra coloc? la billetera de Goran en el mostrador y se dirigi? directamente al estante donde guardaba las tabletas, pero despu?s de una b?squeda meticulosa tuvo que desistir. "Lo siento, habl? demasiado pronto. Puedo tenerlas en un par de d?as. Toma esto, mientras tanto, te ayudar?n a relajarte". Rover, que durante un tiempo se hab?a comportado bien en la trastienda, volvi? a divertirse con Goran, quien se inclin? para rascarle detr?s de las orejas. El perro se tendi? con la panza en alto, bendecido, ignorando los reproches de Cassandra. "Lo siento, es una bestia intrusa". "Es un perro tan simp?tico que si no quieres que los clientes lo acaricien, deber?as dejarlo en casa", dijo Goran sin dejar de frotar el vientre negro rosado de Rover. "Es irresistible". Cassandra se dio cuenta de que se hab?a quedado sin habla y volvi? a guardar silencio. "No parec?as del tipo al que le gustan los perros", murmur?. "?Por qu??". "No lo s?, fue... solo una impresi?n". "Impresi?n equivocada. Me encantan los perros, los caballos y otras cosas que definitivamente no te imaginas". Cassandra sinti? que se sonrojaba e inclin? la cabeza para protegerse el rostro con el cabello. "Tal vez descubra algunas, si surge la oportunidad". GORAN "Men? degustaci?n para dos, gracias. Un Pinot Grigio le ir? bien". Goran cerr? el men? y centr? su atenci?n en el hombre que estaba sentado en el lado opuesto de la mesa, ser?fico como un Buda con su sonrisa inmutable. El traje a rayas lo hac?a parecer un g?ngster con ojos almendrados, pero las l?neas verticales ayudaban a adelgazar su figura, lo que Wu Xiang definitivamente necesitaba. Dejando a un lado la estatura, Xiang era un hueso duro de roer incluso para un interlocutor l?cido, y Goran no estaba seguro de encajar en esa categor?a. Despu?s de otra noche m?s luchando con los sue?os que lo atormentaban, una reuni?n de negocios de esa importancia era un desaf?o. La ?nica nota positiva fue que Xiang, despu?s de a?os de comerciar con Italia, hablaba el idioma bastante bien, un hecho que no deb?a subestimarse considerando el sonido extra?o de su ingl?s. "?Este listolante tiene selvicio l?pido?". "?R?pido? No tengo idea... ?por qu? esta pregunta?". "Selvicio l?pido y nosotlos discutil negocios despu?s de caf?. Selvicio lento, nosotlos discutil mientlas espelamos comida". Goran estuvo de acuerdo con la segunda hip?tesis, para no perder el tiempo. Con una sonrisa y una ligera inclinaci?n de cabeza, acept? el cat?logo que le entreg? Xiang y comenz? a hojearlo. En su mayor parte, se trataba de art?culos peque?os, t?picos chinos que se pod?an encontrar igual en Alaska que en Sud?frica. Sin embargo, le pareci? que val?a la pena el trato con algunas piezas, como una serie de ba?les Qingdai, algunos armarios y guardarropas de boda mongoles. El mecanismo en s? era simple; si el comprador estaba interesado en algunos art?culos, para conseguirlos ten?a que comprar otros tambi?n, lo que no le interesaba en absoluto. Ambos interlocutores sab?an desde el principio cu?les eran las piezas valiosas, pero fing?an ignorarlo para sacar el m?ximo provecho a la negociaci?n. Este era un ritual en el que se dec?a que el viejo Goran era un mago. Edoardo hab?a insistido en reemplazarlo en ese papel, pero Goran no hab?a querido darse por vencido. Despu?s del accidente, hab?a estudiado manuales completos de arte; incluso le hab?a pagado a un conocido que importaba ropa de China para que le ense?ara a tratar con los orientales. Esto hab?a sido unos meses antes, una ?poca que ahora parec?a estar a a?os luz de distancia, cuando todav?a estaba luchando, met?dica y obstinadamente, por reconstruir las piezas de su vida pieza por pieza, cuando a?n no se daba cuenta de que no habr?a pegamento para mantenerlas unidas. Al llegar al final del cat?logo, comenz? de nuevo, mientras Wu Xiang esperaba inm?vil. Jarrones, sillas, medidas de arroz y aparadores comenzaron a desdibujarse en su mente a medida que la concentraci?n se evaporaba, pero no su resoluci?n. Llegar?a a un trato ventajoso, incluso a costa de quedarse en ese restaurante hasta altas horas de la noche. Agradecimientos de ambos partes. Peor calidad que la ?ltima vez. Excelente calidad. Pocas novedades. Aqu? est?n las novedades. De nuevo agradecimientos y reverencias, reverencias, reverencias. Haber elegido el men? degustaci?n supuso un duelo con su interlocutor durante al menos seis platos. Despu?s de una hora y media decidi? tomarse unos minutos de descanso. Seg?n las ense?anzas de su amigo Omar, los chinos te atrapaban por el cansancio, as? que el truco consist?a en mantener la cordura m?s tiempo que ellos. "Si me disculpa, vuelvo enseguida". Se levant? de la mesa despu?s de otro intercambio de reverencias y cruz? la habitaci?n para llegar al ba?o, apreciando la sensaci?n de estiramiento de los m?sculos, despu?s de la prolongada inmovilidad. Ese Xiang estaba hecho de goma. Cada vez parec?a ceder, solo para volver a la carga con una calma digna de una estatua. En el ba?o se ech? agua fr?a en la cara, se frot? el cuello y respir? hondo durante unos minutos junto a la ventana abierta. Era hora de llegar a las firmas. Entonces ser?a libre. La sala segu?a abarrotada, aunque ya eran las dos y media, casi todas eran reuniones de negocios de alto nivel, como lo demostraba la elegancia de la clientela y el tono tranquilo de las voces. Mientras caminaba de regreso a la mesa, una voz llam? su atenci?n hacia la parte del sal?n donde las cabinas ofrec?an m?s privacidad. Con la mirada recorri? las mesas una a una, y finalmente los vio. Eran Edoardo, bien vestido y acalorado en su discurso, y frente a ?l Ugo Hartmann, que lo escuchaba con expresi?n concentrada. Goran se apresur? a salir de su campo de visi?n y camin? a paso lento hacia la mesa donde Wu Xiang lo estaba esperando. Necesit? unos momentos para recuperarse de la sorpresa. Edward y Hartmann eran una pareja imposible, en teor?a. Hartmann era el principal competidor del Orient Express en la ciudad. Su Emporio de las Indias disfrutaba de una ubicaci?n envidiable a las afueras del centro, y hab?a atrapado a un par de los mejores vendedores del negocio. En los ?ltimos a?os, seg?n le dijeron, el Orient Express hab?a tenido que luchar para mantener su posici?n. Por decir lo menos, era extra?o que Edward estuviera almorzando con el due?o del Emporio. Algo en la imagen no estaba bien. De vuelta a la mesa, Goran intent? reanudar la conversaci?n pendiente con Wu Xiang, pero descubri? que ya no ten?a la claridad necesaria. No dejaba de pensar en la expresi?n que hab?a visto en el rostro de Edoardo, intensa, llena de emoci?n contenida. Xiang, mientras tanto, notaba su momento de vulnerabilidad y lo presionaba. Molesto, Goran se dio cuenta de que ten?a que posponer la conclusi?n del trato. Era la ?nica forma de no frustrar los esfuerzos realizados y, sobre todo, de no arriesgarse a ser visto por Edoardo. Simul? los s?ntomas de un violento ataque de migra?a para Xiang (no necesitaba mucha imaginaci?n) y pidi? continuar las negociaciones al d?a siguiente. Despu?s de despedirse, se dirigi? a la tienda. El Orient Express estaba a varias manzanas de distancia, pero caminar le ayudar?a a despejar la mente. Cuando Elisa y Antonia lo encontraron ya en la tienda en la apertura de la tarde, sus expresiones de desconcierto le dieron una percepci?n clara de lo aburrida que debi? haber sido su participaci?n en el trabajo recientemente. "M?ndame a Edoardo en cuanto llegue", orden?, sin ni siquiera saludarlas. La descortes?a, a diferencia de la llegada anticipada, no despert? asombro. Eso era lo que se esperaba de ?l. El viejo Goran no pod?a ser un campe?n de la simpat?a. Aun as?, ?cu?nto tiempo podr?a seguir consider?ndolo un extra?o? ?No era hora de que las nieblas de la amnesia comenzaran a aclararse? Suced?a, al menos en las pel?culas, donde el personaje se atormentaba a s? mismo en su ‘no identidad’ nebulosa, hasta el d?a en que un detalle rasgaba el velo, y finalmente el centro de atenci?n volv?a a su pasado, y la vida del personaje retomaba su curso. Lo que le preocupaba era el hecho de que algo hab?a cambiado en su mente, pero ?en qu? direcci?n? ?Qui?n fue el mat?n, qui?n fue el hombre que arremeti? contra un oponente indefenso con el deseo de matar? ?Qui?n se sinti? como un le?n enjaulado en espacios cerrados, jadeando por un pedazo de c?sped? Y sobre todo, ?de qui?n era el rostro que hab?a visto reflejado la noche de la pelea? ?Hab?a sido solo un truco de la imaginaci?n? Y los sue?os. La nieve, la casa de madera... el r?o congelado... nada de eso ten?a sentido. Solo Irene pod?a seguir con una sonrisa en el rostro, como si todo fuera seg?n el programa preestablecido. Despu?s de su noche entre el Robin y la tienda, simplemente hab?a dicho que la situaci?n se hab?a salido de control y que ella misma ten?a la culpa. Una ecuanimidad digna de un juez, m?s que de una esposa. Goran estaba dividido entre la admiraci?n y el disgusto, tanto que hab?a simulado una llamada en la otra l?nea para terminar la conversaci?n. Pero, Edoardo no parec?a tener prisa por regresar. Goran lo esper? en la oficina sin hacer nada ?til, hasta que las voces de la planta baja anticiparon la aparici?n del socio en la entrada, acompa?adas de un olor a perfume picante. "Ran, no esperaba encontrarte aqu?". Edoardo se detuvo para introducir un vaso de pl?stico en la cafetera. "Dijeron que me necesitabas. ?Paso algo?". "Me gustar?a conocer tu opini?n sobre la propuesta de Xiang". "Ah, s?, el chino. Fuiste a almorzar con ?l, ?verdad?". "Lo llev? a los Tres Gallos. Es un tipo duro... tal vez deber?a haber aceptado tu ayuda". Estoy seguro de que lo hiciste bien sin m?. Yo, en cambio, almorc? en la Cascina con una linda rubia". "Ah, la Cascina. ?El nombre de tu... rubia?". Edoardo lo mir? perplejo. "?Disculpa?". "Ella debe tener un nombre, esa chica. ?O es un secreto?". Edoardo hizo crujir los nudillos y frunci? el ce?o. "Alessia. ?Por qu??". "?Su apellido es Hartmann?". La sonrisa en los labios de Edoardo se desvaneci? r?pidamente. "?Qu? est?s diciendo?". "Yo tambi?n estuve en la Cascina con Xiang, cambi? mi programa en el ?ltimo minuto. Te he visto". Edoardo dej? el caf? y se volvi? hacia ?l. "Nos viste, ?y qu?? ?Qu? pensaste? ?En la traici?n! ?Dense prisa, mis valientes!". Goran se qued? mir?ndolo en silencio. Hab?a una sutil satisfacci?n en mantener la calma mientras Edoardo recib?a la presi?n. Con todo, casi pod?a entender a Irene, quien aplicaba esa t?cnica como profesional. "Lo que pens? es de poca importancia. La cuesti?n es, ?qu? estabas haciendo con Hartmann?". "Lo que ya no puedo hacer contigo. ?Estaba hablando de negocios!", rugi? Edoardo, con la cara roja. "?Crees que es f?cil seguir fingiendo tener un socio, cuando eres la sombra de ti mismo? El mercado est? cambiando. Gestionar una empresa requiere coraje y decisiones oportunas. ?Qu? diablos est?s haciendo, adem?s de estar estancado y ver a los competidores ganar posiciones?". "Sigo mi idea, que tambi?n fue tuya, ?si no me equivoco! Se necesita poco para seguir las tendencias, pero aquellos que tienen una idea precisa y la llevan adelante, incluso en tiempos dif?ciles, duran. Si bajamos la calidad, perderemos a nuestros clientes, y esta no es la forma en la que podremos ganar a la competencia". "?Para ya!". Edoardo se inclin? hacia ?l a trav?s del escritorio. "Claro, comenzamos con esta idea, pero ?cu?ntas cosas han cambiado desde entonces? ?Y t?, lleno de justa indignaci?n, vienes y repites conceptos que ni siquiera sabr?as si alguien no se hubiera molestado en explicarlos de nuevo!". No llegaba el menor ruido del piso de abajo. Goran imagin? que sus o?dos se tensaban para captar la discusi?n a trav?s de la puerta abierta, la verg?enza si hab?a un cliente presente. Conociendo a Antonia, quiz?s esta ?ltima verg?enza se habr?a evitado con un giro de la llave y un letrero de "Vuelvo pronto". "Entonces escuchemos tu verdad", le dijo a Edoardo. "Porque de tu conversaci?n con Hartmann habr? surgido un golpe de genialidad que resolver? nuestros problemas, supongo". "El golpe de genialidad es convertirnos en la segunda sede del Emporio de las Indias en la ciudad", sise? Edoardo entre dientes. «Adquirir un puesto de mayor protagonismo, tambi?n a nivel regional. Solos, somos demasiado d?biles". Goran se ri?. "Demasiado d?biles, dices. Y, por supuesto, Hartmann no nos pedir?a nada a cambio. ?Qu? papel tendr?amos t? y yo, el de parientes pobres, que sonr?en y agradecen?". Mientras rodeaba el escritorio para colocarse frente a Edoardo, la situaci?n se le ocurri? claramente. "Espera, tal vez lo entiendo. El golpe de genialidad no incluye mi participaci?n. ?Es eso as??". Edoardo sac? el Zippo del bolsillo del pantal?n y encendi? un cigarrillo. Su expresi?n fue m?s que una respuesta. Para Goran, la ola de n?useas anunci? la llegada de un nuevo dolor de cabeza, que lleg? a tiempo unos segundos despu?s. Respir? hondo para mantener a raya el dolor. Lo quer?an fuera. No sab?an qu? hacer con alguien como ?l. "Eres absurdo en tu indignaci?n". Edoardo exhal? el humo con rabia. "La verdad es que ya no te importa una mierda todo esto, y lo sabes". Goran busc? las palabras adecuadas para responder con amabilidad, pero no pudo encontrarlas. Incluso si nadie pudiera expulsarlo sin su consentimiento, ?era razonable persistir en llevar a la sociedad a una situaci?n de total desacuerdo? Y luego, ?podr?a permitirse convertir el Orient Express en una arena tambi?n? ?Podr?a su vida soportar una presi?n similar en todos los frentes? Inm?vil a unos cent?metros de ?l, Edoardo esperaba su reacci?n. Goran le ajust? el cuello de la camisa con los dedos. "Quiz?s tengas raz?n, alguien que ni siquiera se reconoce a s? mismo cuando se ve en el espejo no es el compa?ero ideal. ?Pero sabes lo que pienso? Podr?as haberme dicho todo con franqueza, sin mentirme, sin esperar a que te pillara en el acto. Una cosa es un choque de ideas, otra es un enga?o. No s? c?mo ibas a continuar la alianza con el Emporium sin mi conocimiento, pero eres un idiota, Ardo. Ojal? me hubiera dado cuenta antes". Edoardo neg? con la cabeza en silencio y sali? de la oficina. Goran se encontr? sentado en su escritorio mirando a la nada. Las n?useas no parec?an disminuir y los contornos de las cosas a?n se difuminaban, como si l?neas y sombras extra?as se superpusieran a la realidad de la oficina. A trav?s del piso transparente enmarc? a Elisa y a Antonia mir?ndolo con la boca abierta… y a Cassandra. ?Cassandra? Unos segundos despu?s la encontr? frente a ?l. "Goran, ?est?s bien? ?Est? todo bien?". Intent? una sonrisa que result? en una nueva punzada en su cabeza. "‘Todo est? bien’, no es... la expresi?n correcta. ?Qu? est?s haciendo aqu??". "Te promet? las pastillas para la migra?a, ?recuerdas? Pasaba por aqu? y pens? en tra?rtelas". Goran entrecerr? los ojos lo suficiente para ver lo preocupada que estaba Cassandra. Era linda. Volvi? a cerrar los ojos. "Las tabletas, cierto. Siempre eres tan… amable". Masaje? los globos oculares bajo los p?rpados cerrados. Aun as?, sigui? vislumbrando l?neas y contornos de algo que no pod?a definir. "Creo que necesito un oftalm?logo", murmur?. "?C?mo es que las chicas te dejaron subir?". Percibi? su vacilaci?n en su ceguera. "Pas? aqu? unas cuantas veces... hace un tiempo". Goran volvi? a abrir los ojos. Entonces no les gritar?. Me voy a casa, ya me he divertido bastante por hoy". "Te ves terrible". "Gracias". "Debes ver a un m?dico, Goran. Goran, ?est?s bien? ?Escuchaste lo que dije?". Goran logr? mantenerse en pie haciendo palanca con los brazos sobre el escritorio. Esquivando a Cassandra, se tambale? hasta el umbral. "Un m?dico, por supuesto... muerto". NICO Si hab?a un Dios en alguna parte, ciertamente estaba demasiado ocupado para hacer bien su trabajo. Acurrucada detr?s de la campana de cristal en el campo ecol?gico, por un momento Nico dio vueltas al pensamiento en su mente, esperando que Samir y su hermano gordo se cansaran de buscarla y volvieran a casa. Era por el lunes. Por lo que entendi?, alguien en la casa de los dos simios se hab?a acostumbrado a darles una paliza los fines de semana, y el lunes llegaban al colegio dispuestos a hacer pagar a todos, con intereses. No ten?a idea de por qu? la hab?an elegido como su objetivo favorito. Ciertamente ser una ‘ni?a rebelde’, como sol?a decir Silvia, con pocas ganas de ser sometida no ayud?. Alguien m?s les dar?a un bocadillo a esos dos par?sitos; tal vez la rubia Arianna toda con rizos, que sin duda com?a tres comidas completas todos los d?as. Tambi?n hab?a alguien que necesitaba esa barra de chocolate. Se asom? a su esquina para comprobar la situaci?n. Izquierda, nadie; derecha, nadie. Est? bien, ya estaba hecho. Ser peque?o ten?a algunas ventajas de velocidad; por esta raz?n, la persecuci?n del lunes terminaba bien para ella, al menos, generalmente. La vez que hab?a terminado mal, hab?a tenido que picarle las costillas durante un mes. Nico recogi? la mochila y la limpi? con las manos, usando los souvenirs del patio ecol?gico, luego retom? el viaje a casa, volvi?ndose de vez en cuando para comprobar, por si los dos hab?an cambiado de opini?n. Dentro de la puerta estaba, como siempre, la anciana desgarbada de la planta baja, la que pasaba m?s tiempo en el rellano que en su apartamento. Tal vez la enterrar?an all?, solo para permanecer en su entorno. "?Hola peque?a!", la mujer se dirigi? a ella. "Te he dicho mil veces que no alimentes a ese gato, que luego viene a hacer sus necesidades en mi puerta...". "Buen d?a para usted tambi?n, se?ora Alfieri", interrumpi? Nico, subiendo los escalones de dos en dos. La queja, escuchada todos los d?as, incluidos los domingos, la dej? completamente indiferente. Scopino, cuyo nombre se lo hab?a dado ella, era la ?nica alma dispuesta a recibirla cuando regresaba a casa, por lo que no ten?a intenci?n de dejarlo morir de hambre, aunque no fuera en realidad su gato. "Ah? est?s, bestia maleducada". El gato, con su color rojo blanquecino descolorido, acurrucado as?, parec?a parte del tapete de entrada. Nico le rasc? detr?s de las orejas y abri? la puerta. "Vamos, vamos, debe quedar algo de grasa de jam?n". Fue a la cocina, sac? el paquete de la nevera que ol?a a rancio y tir? el contenido al suelo, donde el gato lo hizo desaparecer instant?neamente. "No bromeas cuando tambi?n demuestras que tienes hambre. Fuera, ahora, fuera". Lo presion? hasta que lo dej? salir y cerr? la puerta. "Si Silvia te encuentra aqu?, ambos estamos listos para unas vacaciones". Silvia era su hermana, aunque no hubieras pensado al verla, que ya que estaba bien entrada en la treintena. Ella bien podr?a haber sido su madre, y de hecho ese era su papel, real o supuesto, en ausencia de otros candidatos. Pap? y mam? hab?an muerto cuatro a?os antes en un accidente automovil?stico y el tribunal le hab?a otorgado la custodia de la ni?a a Silvia. Mejor con un miembro de la familia que con extra?os, debieron haber pensado; l?stima que despu?s de las primeras veces nadie se hubiera molestado en comprobar c?mo iban las cosas. En un par de a?os Silvia hab?a logrado perder su trabajo, separarse de su esposo y reemplazarlo con ese gusano de Lupo. Un gran ?xito. Nico sac? del frigor?fico el plato con los macarrones que sobraron del d?a anterior y lo meti? en el microondas. Mientras esperaba, coloc? el plato, los cubiertos y el vaso sobre la mesa, se lav? las manos y luego revis? su agenda. Pocas tareas, mejor as?. Encendi? la televisi?n. Faltaban al menos tres horas antes de que Silvia regresara de su peregrinaje diario en busca de trabajo, y tal vez de Lupo, Nico esperaba que as? fuera, y regresara m?s tarde que ella. De todos modos, todav?a era demasiado pronto. Cuando escuch? girar la llave en la cerradura, ya hab?a recogido la mesa, visto el nuevo episodio de su anim? favorito y limpiado el piso, y estaba luchando con un ejercicio de matem?ticas que se obstinaba en no dar el resultado correcto. "?Como ha ido?", pregunt?, tratando de sonar optimista. "?Encontraste algo?". "Limpiar en el hospital, un cuento de hadas. Me dar?n una respuesta dentro de un d?a". Silvia puso la bolsa de pan sobre la mesa y se dej? caer en una silla. Entre el cabello descuidado y el aire angustiado, uno hubiera pensado que se hab?a pasado el d?a haciendo un trabajo duro, no busc?ndolo. "Todo estar? bien, ya ver?s", dijo Nico, como siempre. Se hab?a obligado a no decir una palabra de sus dudas, si la situaci?n econ?mica no mejoraba, Silvia tendr?a que pedir ayuda a alguien, y entonces, ?c?mo terminar?a con la custodia? ?Considerar?an a Silvia inadecuada para su papel y podr?a ser adoptada? Era terrible no poder nunca influir en las decisiones que la preocupaban. Sin embargo, el mundo era as?, a los diez a?os eras solo un objeto a ser ubicado por la ley. Si decid?an asignarte a una familia, ten?as que obedecer como un buen soldado; pero si por casualidad quer?as trabajar para ayudar a tu familia, no pod?as hacerlo, ?oh no! Sin embargo, ten?as que ir a la escuela y estudiar durante a?os, aunque mientras tanto todo a tu alrededor se derrumbara. Le gustaba estudiar, pero ese no era el punto. "?Y la escuela?", entretanto pregunt? Silvia, prepar?ndose un bocadillo. "Normal". "?El examen de ciencias?". "Solo siete". Silvia resopl?. "Siempre tan exigente... ?realmente no pareces mi hermana!". Habr?a puesto mi firma en ?l para aprobar". Y mira, ?ves c?mo est?s?, pens? Nico, pero no lo dijo. Hab?a muchas cosas que no dec?a. "Cuando hayas terminado tu tarea, ve al negocio de los Rabbani, para ver si ya han reducido los precios. Estoy agotada, me parece que tengo dos pizzas en lugar de pies. Ah, tambi?n compra una botella de vino blanco en la tienda de la esquina, ellos conocen la marca". "Te creo, con el vino que consume Lupo ser?a mejor conectar una manguera a la tienda". "Acaba con estos comentarios". Silvia cerr? de golpe la puerta del frigor?fico. "Tengo entendido que no te gusta Lupo, pero resulta que me gusta a m?". "No es solo que no me gusta...". Silvia se volvi? para mirarla con ojos amenazadores. "?Tengo que ir a la tienda o vas a hacer tu parte?". Nico cedi? de inmediato. Ella estaba acostumbrada. "Ir? ahora y esperar?, para conseguir lo mejor". "Bien". Los Rabbani hab?an llegado de Pakist?n unos meses antes y hab?an abierto una tienda de frutas y verduras en la misma calle. A ?ltima hora de la tarde, cuando el flujo de clientes estaba casi agotado, vend?an a mitad de precio productos que no llegar?an en buenas condiciones al d?a siguiente; una oportunidad de ahorro que la familia siempre aprovechaba. A Nico no le importaba si se burlaban de ella en la escuela por ‘pedir limosna a los paquistan?es’. Y luego los Rabbani ten?an una hija de su edad, Jasmina, que nunca abr?a la boca, pero ten?a una sonrisa amable. Tan pronto como regres? a la casa, Lupo apareci? en el pasillo y tom? la botella de vino de una de las bolsas de pl?stico. "Mi peque?a ha pensado en m?". Extendi? la mano para darle una palmadita en la cabeza, que Nico esquiv? con un movimiento r?pido. "Si fuera por m?, puedes morir de sed". "Escucha, Silvia, ?qu? tan amable es tu hermanita? Deber?as ense?arle algo de modales". Sin esperar la reacci?n de su hermana, Nico se refugi? en lo que le gustaba llamar ‘su habitaci?n’, que era el tramo final del pasillo, separado del resto de la casa por un falso biombo oriental. Con este arreglo, el pasillo hab?a perdido su ?nica ventana, pero a Nico le gustaba mirar el mundo exterior, considerando que el mundo en casa apestaba. El final de la tarde, en particular, era una especie de deslizamiento inexorable hacia la noche, la peor parte, que comenzaba con la inevitable sopa, engullida en una atm?sfera l?gubre o explosiva, seg?n el caso, y luego continuaba con las tontas transmisiones en TV. Y con el resto. Unos meses antes, Lupo hab?a decidido leerle un cuento todas las noches. Ten?a muchas ganas, hab?a dicho, de ser padre durante al menos media hora. L?stima que sus historias siempre tuvieran un rastro de odio. Nico le hab?a suplicado a Silvia que detuviera ese tormento, inventando todo tipo de excusas. Las historias le provocaban pesadillas, su digesti?n se deten?a, se olvidaba de todo lo que hab?a estudiado en la tarde. No hab?a forma de convencerla. Silvia sab?a que le encantaban las historias y, adem?s, los libros siempre eran cultura; si Lupo ten?a la amabilidad de sacrificar algo de su merecido descanso por ella, Nico ten?a que escuchar y agradecer. Durante el tiempo en que Lupo estuvo enfermo, afortunadamente el cuento para dormir hab?a sido abandonado; pero esto no le hab?a impedido, una vez recuperado, reanudar sus visitas nocturnas para ‘saludarla’. Nico resist?a. Ella era inteligente, pero no fuerte. Fing?a no entender las alusiones, se mov?a de un lado de la cama al otro como si sufriera la inc?moda posici?n, cambiaba de tema, evitaba las caricias bajo cualquier pretexto. Hab?a desarrollado un instinto infalible para identificar el momento preciso en que las cosas iban mal, pero se sent?a como una equilibrista, un paso en falso y ella se estrellar?a. Sab?a que solo hab?a una cosa que imped?a lo peor, fuera lo que fuera, la posibilidad de que ella gritara por Silvia. Lo hab?a hecho varias veces, con pretextos, y Lupo pensaba que era suficiente. Su mirada, sin embargo, le hab?a hecho pensar que el apodo proven?a de la ferocidad y no de su apellido, Luperto. En cualquier caso, en cuanto Lupo regresaba a la cocina a ver la televisi?n, ella colgaba una bolsa llena de canicas de vidrio en una esquina del biombo en una posici?n precaria. Si Lupo pensaba en volver a ‘saludarla’ durante la noche, habr?a despertado a toda la casa. CASSANDRA Navegar. Un verbo demasiado rom?ntico para esa vana agitaci?n en el caldero de la red. Cassandra movi? la pantalla para evitar un rayo de sol, procedente de la ventana medio vac?a y golpe? el mouse sobre la almohadilla para que funcionara. Bater?as casi muertas. Fant?stico. Una cosa era utilizar la red para averiguar el horario de apertura de una exposici?n o el precio de un libro, y otra hacer una investigaci?n como la suya. Hab?a empezado la tarde anterior, sin adelantar mucho, y se hab?a lanzado a ello nada m?s llegar, gracias a la escasez de clientes debido al mercado local. Resultado: un mont?n de cajas a?n por clasificar, el suelo sucio y Rover que, sinti?ndose abandonado, hab?a comenzado a roer la pata de una silla. Todo en vano. Mejor desconectar un rato... pero no, quer?a seguir buscando. Ten?a que haber algo m?s interesante en la red sobre la amnesia. Levant? los ojos con gratitud cuando la puerta se abri? para dejar entrar a Ilaria, conocida como Illy por su profesi?n, con su caf? de la ma?ana. El delantal blanco creaba un curioso contraste con la ropa punk y su cresta morada. "Ah? tienes, belleza, energ?a l?quida para trabajadores catat?nicos. ?Qu? pasa?". Cassandra resopl?, estirando sus m?sculos entumecidos. "Son solo las nueve y media y mi cerebro est? hecho un nudo. Aparte de eso, todo est? bien". "?Tuviste una mala noche?". La mueca de Illy hizo brillar al piercing de la comisura de la boca. "Siempre te digo que evites las cosas malas". "No me importan las cosas, buenas o malas. ?Crees que un herbolario se mete en una mierda?". "Nunca se puede decir. Yo tampoco parezco del tipo de camarera". Su risa estridente reson? en la tienda mientras estiraba el cuello para mirar la pantalla del port?til. "Amnesia. ?Por qu? est?s leyendo esas cosas?". "Es una investigaci?n... para un cliente". "?Alguien que quiera curar la amnesia con hierbas? Hay mucha locura". "No realmente… no encuentro nada ?til de todos modos. Las definiciones y explicaciones est?n bien, pero estoy buscando algo diferente... m?s profundo, pero tambi?n comprensible... bueno, necesito una persona, no una computadora. Alguien que sepa todo sobre el tema y quiera explic?rselo a una profana como yo". Elisa dej? de masticar chicle durante unos segundos. "Necesitar?as al tal Roversi". "?Qui?n?". "Roversi. ?Abajo Rover, a ti nadie te llam?!". Ilaria derrib? al perro con un golpecito en la nariz. "Ya sabes, el m?dico del cerebro del que tanto o?mos hablar hace unos a?os. Sali? un par de veces en ‘Los misterios de la psique’". "No veo la televisi?n. Roversi, dices?". Termin? su caf? y tom? nota del nombre. "Mira, estaba bromeando. Es un pez gordo, no puedes contactarlo as?, como si fuera un simple mortal". "Gracias de todos modos, Illy, sigues siendo un activo". "Si fuera cierto, merecer?a estar en Berl?n en la conferencia cyberpunk, no aqu?. Que tengas un buen d?a, belleza". A la salida de Illy, los ruidos del tr?fico inundaron la habitaci?n, solo para desaparecer poco despu?s. Bueno, ahora al menos ten?a un nombre para empezar. Roversi. Roversi, ?qu?? Con un suspiro, Cassandra volvi? a sumergirse en la red. "?Todav?a no ha vuelto? Lo siento, s? que es tarde, pero quer?a… entiendo, s?… pero le aseguro que le robar?a… est? bien, entonces lo intentar? ma?ana. Gracias. Lo siento de nuevo. Buenas noches". Cassandra cerr? la comunicaci?n y mir? fijamente el volante. Qui?n sabe qu? habr?a dicho la secretaria-solterona si hubiera sabido que ya estaba all? en la calle, frente a la puerta. Puede que no fuera una buena idea ir corriendo a casa de Roversi sin una cita, pero la casualidad la hab?a empujado. Cuando todo encaja a la perfecci?n, ?por qu? no aprovecharlo? Y esta vez todo, empezando por la sugerencia de Illy, la hab?a llevado a donde estaba ahora. Marco Roversi viv?a a dos horas en coche de su casa. Su direcci?n no aparec?a en la red, pero hablando con Igor, un viejo amigo del instituto que hab?a estudiado medicina en la Universidad de Bolonia, hab?a descubierto m?s de lo que esperaba. Igor hab?a sido el ayudante del psic?logo durante el per?odo en el que hab?a impartido un ciclo de conferencias en la facultad y hab?a guardado en su agenda tanto su direcci?n, como su n?mero de tel?fono. Cassandra hab?a encontrado el resto en Internet. De s?lida preparaci?n, gran fama internacional, una larga serie de apariciones en programas de radio y televisi?n... luego, nada m?s. La estrella de la psicolog?a hab?a desaparecido repentinamente del panorama medi?tico. Su experiencia, sin embargo, parec?a indiscutible. Aqu? hab?an terminado las ?tiles coincidencias. Llamar y volver a llamar no hab?a ayudado. Roversi estaba ocupado, estaba fuera de casa, no regresar?a hasta altas horas de la noche, no le gustaba este tipo de contacto. En la voz de la hermana de Roversi, el Cerbero que contest? el tel?fono, se mezclaban la molestia por su insistencia y el cansancio de lo que debi? ser la en?sima intrusi?n p?blica en la privacidad de su hermano. Esa mujer no sab?a que se necesitaba mucho m?s para detenerla. La investigaci?n, que hab?a comenzado sin esperanzas precisas, ya se hab?a convertido en una obsesi?n. No pod?a soportar la idea de abandonar a Goran a su destino, incluso si las posibilidades de ayudarlo parec?an m?nimas. Goran no quer?a o?r hablar de m?dicos, y el profesor Roversi dif?cilmente hubiera recibido en su casa, a una extra?a desconocida sin una cita. Y, sin embargo, estaba all?, encerrada en el M?gane, con Rover jadeando inquieto en sus o?dos. Hab?a estado esperando durante casi tres horas y hab?a visto caer la oscuridad. Hab?a estado tentada de irse a casa, derrotada, pero su obstinaci?n era m?s fuerte. Si Roversi estaba realmente fuera de casa, tarde o temprano regresar?a. Un chico en una patineta se desliz? junto al coche y Rover explot? en furiosos ladridos. El patinador salt? y se dio la vuelta, casi chocando contra un poste de luz, luego recuper? el control de la tabla y continu?. Durante la siguiente hora, solo una pareja dispareja y un grupo de muchachos charlando aparecieron en la calle. Finalmente, un Porsche negro aparc? un poco m?s adelante. La atenci?n de Cassandra se volvi? hacia el hombre que sal?a del auto, delgado, de baja estatura, con hombros ligeramente curvados. Coincid?a tanto con la descripci?n de Igor como con los pocos videos vistos en YouTube. Cassandra salt? del coche y cerr? la puerta ante los gemidos de Rover, acelerando su paso para alcanzar a la figura que se dirig?a hacia la puerta. No quer?a causarle una mala impresi?n. ?Se habr?a enojado por el horario, por su planteamiento poco can?nico? ?La invitar?a a subir? El borde del macizo de flores se materializ? traicioneramente delante de su pie. Cassandra intent? recuperar el equilibrio, pero con horror se encontr? desliz?ndose por el c?sped y luego aterrizando justo en frente de su objetivo. "Disculpe... yo... me tropec?...", tartamude?, levant?ndose r?pidamente. Marco Roversi la escudri?? de la cabeza a los pies con el ce?o fruncido. "No hay problema, se?orita. Buenas noches". Cassandra quer?a hundirse, pero no pod?a perder esa oportunidad. "Profesor Roversi, espere". Roversi, que ya hab?a puesto la llave en la cerradura de la puerta, se dio la vuelta. "?Sabe mi nombre?". "Yo… lo estaba esperando. Ver?, un amigo m?o sufri? de amnesia despu?s de un accidente...". Vio a Roversi retroceder contra la puerta, donde su rostro permanec?a completamente en la sombra. "Tiene a la persona equivocada. Hace a?os que no practico. Si quiere disculparme...". "?No se vaya, por favor! Lo he estado esperando toda la tarde...". "Nadie se lo pidi?. ?C?mo consigui? mi direcci?n?". "Fue... no importa. El caso es que he le?do en Internet sus ?ltimas teor?as sobre la amnesia y estoy convencida de que es la ?nica persona capaz de ayudarme". "Ya le dije que ya no practico". Roversi volvi? a entrar en el halo de luz de la l?mpara de techo Liberty. "Y sobre todo, sobre todo, ya no me interesa la amnesia. ?He sido claro?". Le dio la espalda y desapareci? en la oscuridad del pasillo. Cassandra no pudo contener un gemido de frustraci?n cuando la pesada puerta se cerr?. "?Deme al menos una oportunidad! Si no quiere hablar conmigo ahora, al menos ma?ana... pero pronto, o no sabr? qu? hacer con su ayuda, y a Goran lo salvar? yo sola". La puerta se detuvo. La voz de Roversi emergi? del interior de la oscuridad. "Nadie salva, nunca. Todo el mundo tiene que salvarse a s? mismo". Cassandra escuch? las palabras de Roversi pesar sobre ella. ?No podr?a realmente salvar a Goran? En silencio, el aullido de Rover lleg? desde el M?gane en respuesta a la sirena de una ambulancia. Quiz?s as? era, quiz?s sus esfuerzos estaban condenados al fracaso; pero si se hubiera rendido habr?a sido por su elecci?n, no por la decepci?n de una negativa. "Un m?dico que no quiere ayudar a la gente, ?qu? clase de m?dico es?", murmur? mientras la puerta se cerraba. "Al menos podr?a haberme escuchado". Sorprendentemente, la puerta se abri? de nuevo hasta que le dio espacio para entrar. Cassandra no lo pens? dos veces. Juntos subieron unos tramos de escalones de m?rmol desgastados por el uso, en silencio. Al llegar al segundo piso, Roversi abri? la puerta y le indic? que entrara. El apartamento era viejo y no hizo el intento de ocultarlo. Entre suelos de m?rmol y l?mparas de ara?a, la elegancia y la decadencia parec?an coexistir en un precario equilibrio. "Hola Marco". Una anciana de cabello gris se materializ? en el pasillo. "Quieres que te prepare... oh, pero... no est?s solo". "Fiorenza, tengo un invitado esta noche. S? amable, haznos un poco de t?. ?O prefiere algo diferente, se?orita...?". "Cassandra. Un t? est? bien, gracias... si no es molestia, a esta hora". La mujer le dedic? una sonrisa tensa. "Para no molestar, pudo esperar hasta ma?ana". Mientras segu?a a Roversi al interior del estudio, Cassandra se volvi? para mirar a la mujer que se alejaba r?gidamente por el pasillo. Debi? ser hermosa en una ?poca no muy lejana, pero la mirada austera y la expresi?n sombr?a le recordaron a las institutrices de ciertas novelas del siglo XIX. "Disculpe a Fiorenza, es muy protectora conmigo. No es frecuente que traiga gente a casa". Mirando a su alrededor ten?a que creerle. El estudio ten?a el fuerte olor de una habitaci?n que no hab?a conocido el aire fresco y la luz durante mucho tiempo. Los muebles de los a?os cincuenta estaban grises por el polvo y la mala iluminaci?n. Cassandra ocup? su lugar en la silla acolchada que le se?al? Roversi, mientras que ?l opt? por el sill?n junto a la chimenea apagada, que se utilizaba como trastero para los libros que las estanter?as no pod?an contener. El profesor cruz? las manos en su regazo y la mir? durante un buen rato sin hablar. "Aqu? estamos, una chica dispuesta a salvar al mundo y un se?or mayor que ha dejado de interesarse por el mundo. ?C?mo contin?a la escena?". Ten?a una sonrisa cansada en su rostro. Podr?a haber tenido cincuenta como setenta a?os, pero parec?a pesar algo m?s que la edad sobre sus hombros. "El mundo es demasiado para m?", respondi? Cassandra, avergonzada. "Estar?a feliz de ayudar a un amigo". "En primer lugar, ?por qu? yo?". "?Disculpe?". "?Por qu? est? estacionada debajo de mi casa y no debajo de la casa de otra persona?". El mundo est? lleno de psic?logos exitosos dispuestos a vaciar su billetera". "Ha dedicado gran parte de su trabajo a la amnesia. Mi amigo ya ha sido tratado por varios especialistas, pero no ayudaron". Roversi frunci? el ce?o. "Hablando de amnesia, la expresi?n ‘ser tratado’, tiene poco significado. Como m?dicos, nos limitamos a observar la evoluci?n del paciente o un poco m?s". "Pero sus teor?as...". "?Mis teor?as! Son las fantas?as de un charlat?n, seg?n mis colegas". "Sin embargo, es famoso...". "Los dos no son mutuamente excluyentes. Sin embargo, puede hablar en tiempo pasado". Cassandra se inclin? hacia Roversi, con los codos apoyados en las rodillas. "Hace ocho meses mi amigo tuvo un accidente de coche que le provoc? amnesia. Desde entonces no solo no ha recuperado la memoria, sino que ha comenzado a tener comportamientos extra?os, que… no tienen nada que ver con quien era. Desde el accidente ha sufrido fuertes dolores de cabeza y sue?os de los que no quiere hablar...". "Perder el pasado produce una severa angustia ps?quica, dif?cil de comprender para quien vive la situaci?n desde fuera". "Pero ?l, ver?, es... extra?o. Parece una persona normal y amable". Cassandra vacil?. "M?s amable de lo que era antes del accidente, en realidad… pero en una ocasi?n lo vi reaccionar con una violencia descontrolada y aterradora. Ahora tiene miedo de s? mismo, no comprende lo que le est? pasando. No s? c?mo podr? recuperar el equilibrio de esta manera". Frustrada, Cassandra se dio cuenta de que no ten?a datos precisos que informar. Nunca podr?a conseguir que el profesor la ayudara. "Tal vez piense que soy una tonta". Roversi la mir? en silencio durante el tiempo suficiente para que se sintiera avergonzada. "Deber?amos darle un nombre a este amigo suyo si queremos seguir hablando de su asunto". CASSANDRA La humedad y la multitud hac?an irrespirable el aire del autob?s. Desde su asiento, Cassandra sigui? con la mirada las gotas de lluvia que salpicaban las ventanas, reflexionando sobre las palabras de Roversi. No sab?a qu? valor darle al encuentro, que se prolong? hasta altas horas de la noche. Ten?a la sensaci?n de haber descubierto algo importante y, al mismo tiempo, sab?a que solo hab?a entendido parcialmente lo que hab?a escuchado. Al principio, el profesor se hab?a mostrado reacio a hablar sobre el tema que hab?a sido su principal objeto de estudio durante d?cadas, pero algo, tal vez su obstinaci?n, lo hab?a persuadido de compartir algunos de sus conocimientos con ella. Amnesia retr?grada o anter?grada, amnesia global, lacunar, transitoria, estable, progresiva. Los t?rminos se superpon?an en la memoria, cuanto m?s confuso, m?s se empe?aba en recordar todo perfectamente; pero no pod?a permitirse el lujo de perderse un solo detalle. Estaba casi segura de que Roversi no acceder?a a reunirse con ella de nuevo. Lo hab?a tomado por sorpresa esta noche, pero ahora ser?a f?cil dar un paso atr?s. Un carraspeo alusivo la hizo mirar hacia arriba. Una dama corpulenta con un abrigo de loden la miraba con maliciosa desaprobaci?n. Sus globos oculares sobresal?an como si la presi?n de los cuerpos a su alrededor amenazara con hacerlos salpicar de sus ?rbitas. "Disculpe, tome asiento", dijo Cassandra, poni?ndose de pie. "No la hab?a visto". La expresi?n inalterada de la mujer le dec?a que a estas alturas hab?a perdido la posibilidad de ser clasificada entre los j?venes educados. No se detuvo a pensar en ello, sorprendida por la idea de advertir a Goran lo antes posible, de lo que hab?a descubierto. No iba a ser f?cil. Sin mencionar que la teor?a de Roversi era, de hecho, solo una teor?a, y ella misma hab?a podido informarle al profesor muy poco sobre los s?ntomas de Goran. Se estremeci? al recordar la noche en el Robin, la violencia salvaje en sus ojos, en sus gestos. No, ese no era el Goran que hab?a conocido, ni el Goran que sobrevivi? al accidente. ?C?mo podr?a convencer a Goran a considerar una hip?tesis tan incre?ble? Era una locura. Sin embargo, ?qu? tan lejos de la locura estaba Goran, inc?modo en una vida que no le pertenec?a, temeroso de s? mismo? Ten?a que encontrar las palabras adecuadas. Examin? varias posibilidades y las descart? una tras otra. Es mejor ce?irse a los hechos, a la hip?tesis de los hechos planteada por Roversi, y utilizar un lenguaje sencillo y directo. "Existe la posibilidad de que otra persona viva dentro de ti". Las miradas de perplejidad de un par de pasajeros le hicieron saber que hab?a dicho las ?ltimas palabras en voz baja. Avergonzada, logr? esbozar una sonrisa. No ser?a f?cil, pero lo intentar?a. Era la ?nica raz?n por la que estaba all? en lugar de en casa, hundida en un sill?n escuchando m?sica. Durante los ?ltimos d?as, hab?a llamado a Goran a su tel?fono celular y le hab?a enviado texto tras texto, sin obtener respuesta. Quiz?s estaba ocupado con el trabajo o hab?a cambiado de n?mero; o quiz?s, m?s probablemente, se hab?a cansado de su atenci?n no solicitada. Aun as?, no ten?a intenci?n de darse por vencida. La bajada en la parada Mercato delle Erbe fue un alivio despu?s del aire pesado del autob?s, aunque afuera llov?a, una fina llovizna ennegrec?a el aire y pul?a las calles. Unos minutos a pie y el Orient Express finalmente se situ? en su campo de visi?n. Cassandra se detuvo en seco. El d?a sombr?o y la calle gris parec?an un tel?n de fondo creado ingeniosamente para resaltar las luces c?lidas y los objetos coloridos que se exhib?an en los escaparates. Era un ambiente sugerente, lleno de armon?a. Totalmente incapaz de hablar con Goran sobre sus problemas personales. Ten?a que encontrar otro camino. En ese momento not? que el Audi amaranto de Goran estaba estacionado a pocos metros de ella. La ventanilla del conductor, abierta unos cent?metros, le daba la idea de deslizar una nota al interior. Probablemente Goran la habr?a ignorado, como hab?a hecho con los mensajes de su tel?fono celular, pero val?a la pena intentarlo. Sac? su cuaderno y bol?grafo y se inclin? sobre el papel para evitar que la lluvia lo empapara. Mientras dudaba, sin saber qu? palabras usar, vio una figura acerc?ndose por el rabillo del ojo. La mujer caminaba por la acera en su direcci?n, con paso seguro sobre tacones altos. Era rubia y esbelta, de una belleza helada, enfundada en un abrigo color gris paloma que se adaptaba a sus formas. Imposible no notarla. "Debe ser ella", dijo el extra?o, deteni?ndose al otro lado del auto. "?Disculpe?". "Supongo que eres quien ha estado acribillando en el tel?fono celular de mi esposo con llamadas y mensajes". Era una afirmaci?n, no una pregunta. Cassandra permaneci? en silencio mientras la otra la examinaba con una sonrisa mesurada, tan ofensiva como un insulto. "Desafortunadamente, Goran hab?a perdido su tel?fono celular, lo escuch? sonar y lo encontr? en la parte de atr?s del armario, por lo que la persona equivocada ley? sus mensajes ayer. Le acabo de traer el celular de repuesto... ?quiz? no tiene el n?mero? Ser?a una verdadera l?stima". Cassandra enderez? la espalda. "Estamos en un pa?s libre. No hay leyes que me impidan contactar a quien quiera". La rubia, Irene, si la memoria no la enga?aba, avanz? hacia ella y con un gesto repentino hizo caer al suelo su cuaderno y su bol?grafo. "Me gustar?a que entendieras bien la situaci?n", le susurr? de cerca. "Volv? a armar a Goran pieza por pieza despu?s del accidente, y lo hice por ?l, por nosotros". No dejar? que pierda la cabeza por ninguna cara bonita sin luchar hasta el final. Espero haber sido clara. Te deseo un buen dia". Pis? el cuaderno, ya empapado al aterrizar en el charco, y se alej?. Estupefacta, Cassandra mir? fijamente su figura que desaparec?a entre la gente, hasta que la bocina de una camioneta la devolvi? a la realidad. Con un suspiro, tom? el cuaderno y lo arroj? al bote de basura cercano. Ni siquiera se le hab?a ocurrido justificar o tranquilizar a Irene sobre sus intenciones. Eso habr?a sido l?gico, ya que los mensajes enviados a Goran no conten?an nada comprometedor; pero la actitud hostil de Irene hab?a inhibido cualquier deseo de complacerla. Hab?a dejado de llover, una clara se?al de aliento por parte de los dioses, o de cualquiera all? arriba que tuviera la paciencia de seguir la telenovela de los asuntos humanos. Cassandra sac? los pa?uelos de papel de su bolso. Us? uno para limpiar una parte del parabrisas y se inclin? para escribir en un segundo pa?uelo con el bol?grafo h?medo. Cuando se neg? a funcionar, lo reemplaz? sin dudarlo con el l?piz de cejas. Tengo noticias importantes, por favor llama. Cassandra Desliz? el mensaje por la ventana abierta y lo vio deslizarse sobre la alfombra. Si eso tampoco funcionaba, buscar?a otra forma. Sonri? para s? misma. Irene la hab?a subestimado. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=64616597&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
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