Âäàëè îò ñÓåòíûõ âîëíåíèé, çà ïåðåêð¸ñòêàìè äîðîã, âóàëüþ ðîáêèõ îòêðîâåíèé ãðóñòèë îñåííèé âåòåðîê. Íå îáíàæàë... è áóéñòâî êðàñîê ñ äåðåâüåâ ïðî÷ü íå óíîñèë, - îí èõ ëàñêàë, íî â ýòîé ëàñêå íè ñ÷àñòüÿ íå áûëî, íè... ñèë. Ïðîùàëñÿ, âèäíî... - íåæíûé, ò¸ïëûé... Ó âñÿêîé ãðóñòè åñòü ïðåäåë - äî ïåðâûõ çèìíèõ áåëûõ õëîïüåâ îí íå äîæèë...

El Retorno

El Retorno Danilo Clementoni Volumen 1/3. ”Est?bamos volviendo. Solo hab?a pasado un a?o solar desde que hemos tenido que abandonar r?pidamente el planeta pero, para ellos, hab?an pasado 3.600 a?os terrestres. ?Qu? ?bamos a encontrar?” Nibiru, el duod?cimo planeta de nuestro sistema solar, tiene una ?rbita extremadamente el?ptica, retr?grada y bastante m?s grande de la de los otros planetas. De hecho, para hacer un giro completo alrededor del Sol tarda casi 3.600 a?os. Sus habitantes, aprovechando esta aproximaci?n c?clica, desde hace cientos de miles de a?os nos han hecho sistem?ticamente visitas, influenciando cada vez cultura, conocimientos, tecnolog?a e incluso la misma evoluci?n de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchos modos, pero seguramente el nombre que m?s les representa desde siempre es ”Dioses”. Azakis y Petri, dos simp?ticos habitantes de este extra?o planeta a bordo de su astronave Theos, est?n volviendo a la Tierra para recuperar una misteriosa y valios?sima carga escondida la ?ltima vez que han estado aqu?. Un relato apasionante, divertido, pero tambi?n lleno de suspense y con relecturas de acontecimientos hist?ricos que os van a sorprender. Danilo Clementoni El retorno Las aventuras de Azakis y Petri T?tulo original: Il Ritorno Este libro es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, lugares y organizaciones citadas son fruto de la imaginaci?n del autor y tienen la finalidad de aportar veracidad a la narraci?n. Cualquier semejanza con hechos o personas reales, vivas o difuntas, es pura coincidencia. EL RETORNO Copyright © 2013 Danilo Clementoni Primera edici?n: Noviembre de 2013 Editado e impreso de forma independiente Facebook: www.facebook.com/libroilritorno blog: dclementoni.blogspot.it e-mail: [email protected] Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de esta publicaci?n pueden reproducirse en ninguna forma, ni por ning?n medio, sea electr?nico o mec?nico, sin el permiso previo por escrito del editor, a excepci?n de pasajes breves que pueden citarse para rese?as. A mi mujer y a mi hijo, por la paciencia que han tenido conmigo y por las valiosas sugerencias que me han dado, contribuyendo a mejorar tanto a m? como a esta novela. Un agradecimiento especial a todos mis amigos, que continuamente me han reconfortado y animado a seguir hacia adelante en la finalizaci?n de este libro, que quiz?s, sin ellos, nunca habr?a visto la luz. Otro agradecimiento especial a mi traductora, Ester Vidal, por el tiempo y energ?as dedicados a este libro y por la pasi?n y profesionalidad que ha demostrado en la traducci?n de este libro. «Volv?amos. Hab?a pasado tan solo un a?o solar nuestro desde que nos vimos obligados a abandonar el planeta a toda prisa, pero para ellos hab?an pasado 3.600 a?os terrestres. ?Qu? nos ?bamos a encontrar?» ?ndice general Introducci?n 1 (#ulink_9e41f05c-b730-5a7c-929e-cfde6ecd68f6) Nave Espacial Theos - A 1.000.000 Km de J?piter 3 (#ulink_35dbfcea-0c37-560c-ba63-b06ba9f25c0a) Planeta Tierra - Tell el-Mukayyar - Iraq 7 (#ulink_d5c42c06-449b-5ee2-825a-02d669de646f) Nave Espacial Theos – ?rbita de J?piter 11 (#ulink_57d030b5-cff0-55d3-8d17-d643688ef5a8) Nassiriya – El hotel 15 (#ulink_3f691cbc-530f-51da-bcca-0fa0d40266ac) Nave Espacial Theos – Alarma de proximidad 19 (#ulink_3dbdfa75-15b5-5276-af0c-112e8e0b4e24) Nassiriya – Restaurante Masgouf 23 (#ulink_10bf22c5-5aba-57de-a0d0-e8bba6a37bb4) Nave espacial Theos – El objeto misterioso 29 (#ulink_af95b636-945f-58be-99d8-10a1537fc42f) Nassiriya – La cena 35 (#ulink_59bc27e8-5941-5c2c-bf70-9d42209ba7fb) Nave espacial Theos – An?lisis de los datos 43 (#ulink_2a15663f-ca7f-50b8-be73-26223793ce84) Nassiriya – Despu?s de la cena 47 (#ulink_3fe2bf33-90df-52cb-b214-dcca3a527cc7) Nave espacial Theos – Los Ancianos 57 (#ulink_961e4de9-ea57-5a4c-b506-0ca670084805) Nassiriya – El despertar 63 (#ulink_15594c47-1ee5-5b6b-8602-4eb931d1d2e6) Nave espacial Theos – Im?genes de la Tierra 69 Tell el-Mukayyar - Las excavaciones 79 (#ulink_877c54b0-37fb-5ed6-bd09-f90b7e949496) Nave espacial Theos - El terrible descubrimiento 89 (#ulink_1d65623d-048d-51d9-86e6-fe54df3e5829) Tell el-Mukayyar - El sarc?fago 95 (#ulink_9ddbf66f-8ffc-5e2c-9deb-7844a5bb6818) Nave espacial Theos – El cintur?n de asteroides 109 (#ulink_fd117536-84dd-58c0-ab8c-17a258a02ce2) Tell el-Mukayyar – La incursi?n nocturna 115 (#ulink_0b083128-25b3-5a29-b863-c0831ed6bd7a) Nave espacial Theos – El rostro en Marte 123 (#ulink_81aa589d-0049-5877-b74a-83dbba2efcbe) Tell el-Mukayyar – Sorpresa en la noche 131 (#ulink_5f5e65ff-fad9-5085-b683-2b5c4c6ab983) Nave espacial Theos – ?rbita terrestre 137 (#ulink_137ec52c-7581-5f50-a30c-7fdd113c9d6a) Tell el-Mukayyar – El desenmascaramiento 145 (#ulink_1e6f2768-00d8-5600-be41-d144a4cbdb2d) Nave espacial Theos – Los preparativos finales 157 (#ulink_b48390cc-4512-5e8a-a765-4c34f31a7c00) Tell el-Mukayyar – Los cuatro guardianes en llamas 163 (#ulink_5bec57a3-fb1a-53f1-863a-94ebea76768f) Tell el-Mukayyar – El contacto 175 (#ulink_bd18ad8f-7996-5205-b74a-ba91c26cc2e5) Tell el-Mukayyar – La recuperaci?n 187 (#ulink_20efc0e9-b972-52f2-9a18-574646e728c2) Nave espacial Theos – Hu?spedes a bordo 201 (#ulink_96311d76-1155-5624-8678-2a5a58eec54a) Nave espacial Theos – La revelaci?n 209 (#ulink_e843a984-8ccd-5166-8caa-bfd239b5a26f) Referencias bibliogr?ficas 217 (#ulink_d05dd73d-ee1b-562d-ab9b-e7fd805bc032) Introducci?n El duod?cimo planeta, Nibiru (el planeta de cruce) como lo llamaron los Sumerios, o Marduk (el rey de los cielos) como lo rebautizaron los Babilonios, es en realidad un cuerpo celeste que orbita alrededor de nuestro sol, durante un periodo de 3.600 a?os. Su ?rbita es claramente el?ptica, retr?grada (gira alrededor del sol en sentido contrario a todos los dem?s planetas) y est? muy inclinada respecto al plano de nuestro sistema solar. Cada una de sus aproximaciones c?clicas ha provocado, casi siempre, enormes alteraciones interplanetarias en nuestro sistema solar, tanto en las ?rbitas como en la conformaci?n de los planetas implicados. Concretamente, fue en uno de sus m?s tumultuosos cruces donde el majestuoso planeta Tiamat, situado entre Marte y J?piter, con una masa de casi nueve veces la actual Tierra, rico en agua y con once sat?lites, fue devastado debido a una colisi?n ?pica. Una de las siete lunas orbitantes alrededor de Nibiru impact? en el gigantesco Tiamat, rompi?ndolo pr?cticamente por la mitad y forzando a las dos secciones a moverse en ?rbitas diferentes. En el cruce sucesivo (el «segundo d?a» del G?nesis), los dem?s sat?lites de Nibiru completaron la obra, destruyendo completamente una de las dos partes que se formaron en la primera colisi?n. Una parte de los detritos generados por los m?ltiples impactos formaron lo que hoy conocemos como el «cintur?n de asteroides» o, como lo llamaban los Sumerios, el «Brazalete Martillado», mientras que otra parte fue absorbida por los planetas vecinos. En concreto, fue J?piter el que captur? la mayor parte de los detritos, aumentando de forma considerable su masa. Los sat?lites que provocaron el desastre, entre ellos los supervivientes del ex-Tiamat, fueron «lanzados» en su mayor?a a ?rbitas externas, formando lo que hoy conocemos como «cometas». La parte que sobrevivi? al segundo cruce se ubic?, sin embargo, en una ?rbita estable entre Marte y Venus, llev?ndose el ?ltimo sat?lite que quedaba y formando as? la que hoy conocemos como la Tierra, junto a su inseparable compa?era la Luna. La cicatriz provocada por aquel impacto c?smico, que tuvo lugar hace unos 4 millones de a?os, es a?n hoy parcialmente visible. La parte da?ada del planeta se encuentra, actualmente, completamente cubierta por las aguas de lo que hoy se denomina Oc?ano Pac?fico. ?ste ocupa una tercera parte de la superficie terrestre, con una extensi?n de m?s de 179 millones de kil?metros cuadrados. En toda esta inmensa superficie no existen pr?cticamente tierras emergidas, tan solo una gran depresi?n que se extiende hasta profundidades que superan los diez kil?metros. Actualmente, Nibiru posee una conformaci?n muy similar a la de la Tierra. Dos terceras partes est?n cubiertas de agua, mientras que el resto est? ocupado por un ?nico continente, que se extiende de norte a sur y que posee una superficie total que supera los 100 millones de kil?metros cuadrados. Algunos de sus habitantes, desde hace cientos de miles de a?os y aprovechando la aproximaci?n c?clica de su planeta al nuestro, nos han visitado regularmente, influyendo en cada ocasi?n en la cultura, el conocimiento, la tecnolog?a e incluso en la evoluci?n misma de la raza humana. Nuestros predecesores los han llamado de muchas formas, pero quiz?s el nombre que siempre les ha representado mejor es el de «Dioses». Nave Espacial Theos - A 1.000.000 Km de J?piter Azakis estaba c?modamente tumbado en su oscuro sill?n autoconformable, aqu?l que un viejo amigo Artesano, construy?ndolo con sus propias manos, quiso regalarle algunos a?os antes, con motivo de su primera misi?n interplanetaria. «Te traer? suerte», le dijo aquel d?a. «Te ayudar? a relajarte y a tomar las decisiones correctas cuando lo necesites». Efectivamente, ah? sentado, hab?a tomado muchas decisiones desde entonces y la suerte estuvo a menudo de su parte. As? que se asegur? de llevar consigo aquel preciado recuerdo, sin tener en cuenta muchas de las reglas que imped?an su uso, especialmente en una nave estelar de categor?a Bousen-1 como en la que se hallaba ahora. Una estela azulada de humo se alzaba recta y veloz del cigarro que sosten?a entre el pulgar y el ?ndice mientras, con la mirada, intentaba recorrer las 4,2 UA que a?n lo separaban de su meta. A pesar de que hiciera ya algunos a?os que realizaba este tipo de viaje, el encanto de la oscuridad del espacio que lo rodeaba y los millones de estrellas que lo salpicaban eran capaces de raptar sus pensamientos. La gran apertura el?ptica, justo frente a su posici?n, le permit?a tener una visi?n completa de la direcci?n del viaje y siempre se sorprend?a de c?mo aquel delgad?simo campo de fuerza era capaz de protegerlo del fr?o sideral del espacio e imped?a que el aire saliera repentinamente, succionado por el vac?o absoluto del exterior. La muerte ser?a pr?cticamente inmediata. Aspir? una r?pida bocanada del largo cigarro y volvi? a mirar en el visor hologr?fico frente a ?l, donde aparec?a el rostro cansado y sin afeitar de Petri, su compa?ero de viaje que, al otro lado de la nave, estaba reparando el sistema de control de los conductos de descarga. Se entretuvo un rato distorsionando la imagen, soplando el humo apenas aspirado en el centro, creando as? un efecto ondulante que le recordaba mucho a los movimientos sinuosos de las sensuales bailarinas, a las que sol?a ir a ver cuando finalmente regresaba a su ciudad de origen y pod?a disfrutar de un poco de descanso bien merecido. Petri, su amigo y compa?ero de aventuras, ten?a ya casi treinta y dos a?os y era la cuarta misi?n de este tipo en la que participaba. Su imponente y maciza complexi?n inspiraba siempre, a todos aquellos que se lo encontraban, un profundo respeto. Ojos negros como el espacio exterior, cabellos oscuros, largos y desordenados que le llegaban hasta los hombros, casi dos metros treinta de altura, t?rax y brazos poderosos capaces de levantar a un Nebir adulto sin esfuerzo y, aun as?, ten?a el esp?ritu de un ni?o. Era capaz de emocionarse viendo florecer una flor de Soel , pod?a permanecer horas mirando extasiado las olas del mar mientras romp?an en las eb?rneas costas del Golfo de Saraan . Una persona incre?ble, fiel, leal, dispuesta a dar su vida por ?l sin dudarlo. Nunca habr?a partido si no hubiera tenido a Petri a su lado. Era el ?nico en el mundo en el que confiaba ciegamente y al que no traicionar?a nunca. Los motores de la nave, configurados para la navegaci?n dentro del sistema solar, transmit?an el cl?sico y tranquilizador zumbido bif?sico. Para sus o?dos expertos, ese sonido confirmaba que todo estaba funcionando a la perfecci?n. Con su sensibilidad auditiva habr?a sido capaz de percibir una variaci?n en las c?maras de intercambio, incluso de tan solo 0,0001 Lasig, mucho antes de que el sofisticad?simo sistema de control automatizado se diera cuenta. Otra raz?n por la que se le hab?a permitido, desde muy joven, dirigir una nave de categor?a Pegasus. Muchos de sus compa?eros habr?an dado un brazo por estar ah?, en su lugar. Pero ahora estaba ?l. El implante intraocular O^COM materializ? frente a ?l la nueva ruta recalculada. Era incre?ble c?mo un objeto de pocas micras pod?a desempe?ar todas aquellas funciones. Introducido directamente en el nervio ?ptico, era capaz de visualizar todo un puente de control, superponiendo la imagen a la realidad que se ten?a delante. Al principio, no hab?a sido f?cil acostumbrarse a aquella maldita cosa y m?s de una vez las n?useas hab?an intentado tomar el control. Sin embargo, ahora no ser?a capaz de vivir sin ?l. Todo el sistema solar giraba a su alrededor con su fascinante majestuosidad. El peque?o punto azul, cercano al gigantesco J?piter, representaba la posici?n de su nave y la sutil l?nea roja, ligeramente m?s curvada que la anterior ya desvanecida, indicaba la nueva trayectoria de aproximaci?n a la Tierra. La atracci?n gravitacional del planeta m?s grande del sistema era impresionante. Definitivamente, deb?an mantener una distancia de seguridad y solo la potencia de los dos motores Bousen permitir?a a la Theos huir de aquel abrazo mortal. «Azakis», grazn? al comunicador port?til apoyado en la consola ante ?l, «tenemos que comprobar el estado de las juntas del compartimento seis». «?A?n no lo has hecho?», respondi? con tono divertido, convencido de que iba a hacer enfadar a su amigo. «?Tira ese apestoso cigarro y ven a echarme una mano!», grit? Petri. Lo sab?a. Hab?a conseguido ponerlo nervioso y eso le encantaba. «Ya vengo, ya vengo. Estoy llegando, amigo m?o, no te cabrees». «Date prisa, llevo cuatro horas rodeado de esta porquer?a y no estoy de humor para juegos». Cascarrabias como de costumbre, pero nada ni nadie habr?a podido separarlo de ?l. Se conoc?an desde la ni?ez. Fue ?l quien, en m?s de una ocasi?n, lo salv? de una paliza asegurada (era mucho m?s grande que los dem?s ni?os), interponi?ndose con su respetable tama?o entre su amigo y la habitual banda de matones de la que casi siempre era objetivo. Durante la adolescencia, Azakis no era precisamente la clase de chico por el que las agraciadas representantes del otro sexo se habr?an peleado. Siempre vest?a demasiado desali?ado, pelo rapado, complexi?n delgada, constantemente conectado a la Red de la que absorb?a millones de datos a una velocidad diez veces superior a la media. Ya con diecis?is a?os, gracias a sus notables resultados en los estudios, obtuvo un acceso de nivel C, con la posibilidad de alcanzar conocimientos vetados a casi todos sus coet?neos. El implante neuronal N^COM, que le garantizaba ese tipo de acceso, ten?a, sin embargo, alguna peque?a contraindicaci?n. Durante las fases de adquisici?n, la concentraci?n deb?a ser casi absoluta y, dado que la mayor parte de su tiempo lo pasaba as?, ten?a pr?cticamente siempre una expresi?n ausente, con la mirada perdida, totalmente ajeno a lo que suced?a a su alrededor. De hecho, todos pensaban que, al contrario de lo que proclamaban los Ancianos, era un poco retrasado. A ?l no le importaba. Su sed de conocimiento no ten?a l?mites. Incluso durante la noche permanec?a conectado y, aunque durante el sue?o las capacidades de adquisici?n se redujeran a un triste 1%, precisamente por la necesidad de concentraci?n absoluta, no quer?a desperdiciar ni siquiera un solo instante de su vida sin tener la posibilidad de aumentar su bagaje cultural. Se levant? esbozando una leve sonrisa y se dirigi? hacia el compartimento seis, donde su amigo lo estaba esperando. Planeta Tierra - Tell el-Mukayyar - Iraq Elisa Hunter estaba intentando por en?sima vez secar aquella maldita gotita de sudor que, desde la frente, se obstinaba en descender lentamente hacia su nariz, para despu?s zambullirse en la ardiente arena bajo sus pies. Hac?a ya varias horas que estaba de rodillas, con su inseparable Trowel Marshalltown raspando delicadamente el terreno intentando sacar a la luz, sin da?arla, lo que parec?a ser la parte superior de una l?pida. No obstante, esta idea no le hab?a convencido desde un principio. En las inmediaciones del Zigurat de Ur , donde desde hace casi dos meses, gracias a su fama de arque?loga y de experta conocedora del idioma Sumerio, le permitieron trabajar, se hab?an encontrado muchas tumbas desde las primeras excavaciones realizadas a principios del siglo XX, pero nunca, en ninguna de ellas, hab?a aparecido un artefacto de ese tipo. Dada la particular forma cuadrada y el importante tama?o, m?s que un sarc?fago, parec?a la «tapa» de alguna clase de contenedor sepultado ah? hace miles de a?os, para proteger o esconder qui?n sabe qu?. Por desgracia, al haber desenterrado, hasta el momento, solo una porci?n de la parte superior, a?n no hab?a sido capaz de establecer la altura del supuesto contenedor. Las incisiones cuneiformes, que recubr?an toda la superficie visible de la tapa, no se parec?an a nada que jam?s hubiese visto. Para traducirlas habr?an sido necesarios varios d?as y otras tantas noches insomnes. «Doctora». Elisa levant? la cabeza y, apoyando la mano derecha justo encima de los ojos para protegerse del sol, vio a su ayudante Hisham venir hacia ella a paso ligero. «Doctora», repiti? el hombre, «hay una llamada para usted de la base. Parece urgente». «Ya voy. Gracias Hisham». Aprovech? el par?n forzado para tomar un sorbo de agua, ya casi hirviendo, de la cantimplora que llevaba siempre sujeta a la cintura. Una llamada de la base... Solo pod?a significar problemas. Se levant?, sacudi? sus pantalones levantando una nube de polvo y se dirigi? decidida hacia la tienda que funcionaba como campamento base para la investigaci?n. Abri? la cremallera que cerraba la tienda de campa?a y entr?. Hicieron falta unos segundos para que sus ojos se acostumbraran al cambio de luminosidad, pero esto no le impidi? reconocer, en el monitor, las facciones del coronel Jack Hudson que, con aire siniestro, miraba al vac?o esperando su respuesta. El coronel era oficialmente el responsable de la escuadra estrat?gica antiterrorismo destinada en Nassiriya, pero su misi?n real era la de coordinar una serie de investigaciones cient?ficas contratadas y controladas por un misterioso departamento. ELSAD . Dicho departamento estaba rodeado del usual misterio que envuelve todas las estructuras de ese tipo. Casi nadie conoc?a exactamente el objetivo y la finalidad de todo el tinglado. Solo se sab?a que el cuartel general de la operaci?n respond?a directamente ante el Presidente de los Estados Unidos de Am?rica. En realidad, a Elisa no le importaba demasiado todo esto. El verdadero motivo por el que hab?a decidido aceptar la oferta, y participar en una de las expediciones, era que finalmente pod?a volver al lugar que m?s amaba del mundo, haciendo un trabajo que le encantaba y en el que, a pesar de su relativa corta edad (treinta y ocho a?os), era una de las mejores y m?s cotizadas del sector. «Buenas tardes coronel», dijo exhibiendo su mejor sonrisa, «?A qu? debo este honor?» «Doctora Hunter, d?jese de formalidades. Conoce perfectamente el motivo de mi llamada. El permiso que se le ha concedido para realizar su trabajo caduc? hace dos d?as y usted no puede seguir all?». Su voz era firme y decidida. En esta ocasi?n, ni siquiera su indiscutible atractivo iba a ser suficiente para conseguir una nueva pr?rroga. As? que decidi? jugarse su ?ltima carta. Desde que la coalici?n encabezada por los Estados Unidos decidiera, el 23 de Marzo de 2003, invadir Iraq con el prop?sito de destituir al dictador Saddam Hussein, acusado de poseer armas de destrucci?n masiva (acusaci?n que result? ser infundada) y de apoyar al terrorismo isl?mico, en Irak todas las investigaciones arqueol?gicas, ya bastante complicadas en tiempos de paz, hab?an sufrido un estancamiento. Solo el cese oficial de las hostilidades, el 15 de Abril de 2004, hab?a reavivado la esperanza de los arque?logos de todo el mundo de poder acercarse a uno de los lugares desde donde, supuestamente, las civilizaciones m?s antiguas de la historia se hab?an desarrollado y hab?an difundido su cultura en todo el mundo. La decisi?n de las autoridades iraqu?es, a finales de 2011, de abrir nuevamente a las excavaciones algunos lugares de valor hist?rico inestimable para «continuar valorando el propio patrimonio cultural», hab?a finalmente transformado la esperanza en certeza. Bajo el amparo de la ONU y con numerosas autorizaciones firmadas previamente y refrendadas por un incalculable n?mero de «autoridades», algunos grupos de investigadores seleccionados y supervisados por comisiones espec?ficas, pod?an operar, con car?cter temporal, en las principales ?reas de inter?s arqueol?gico del territorio iraqu?. «Querido coronel», dijo, acerc?ndose todo lo posible a la webcam para que sus grandes ojos verde esmeralda obtuvieran el efecto que esperaba, «tiene usted toda la raz?n». Sab?a muy bien que dar inicialmente la raz?n a su interlocutor lo predispon?a de forma m?s positiva. «Pero...estamos tan cerca». «?Cerca de qu??», grit? el coronel levant?ndose de la silla y apoyando los pu?os sobre el escritorio. «Hace semanas que me repite la misma historia. No estoy dispuesto a seguir confiando en usted sin ver con mis propios ojos algo s?lido». «Si me concede el honor de acompa?arme esta noche durante la cena, estar? encantada de mostrarle algo que le devolver? la esperanza. ?Qu? le parece?» Sus blanqu?simos dientes, brillando en una espl?ndida sonrisa, y el jugueteo con su rubio y largo cabello hicieron el resto. Estaba segura de que lo hab?a convencido. El coronel frunci? el ce?o intentando mantener una mirada enfurecida, pero incluso ?l sab?a que no se pod?a resistir a aquella propuesta. Elisa siempre le hab?a gustado y una cena para dos le intrigaba much?simo. Tambi?n ?l, a pesar de sus cuarenta y ocho a?os, a?n era un hombre atractivo. F?sico atl?tico, rasgos marcados, pelo corto canoso, mirada firme y decidida sostenida por ojos de un color azul intenso, con una excelente cultura general que le permit?a mantener discusiones sobre innumerables temas, todo ello junto al indiscutible atractivo del uniforme, lo convert?a en un hombre considerablemente «interesante». «Vale», resopl? el coronel, «pero si esta noche no me trae algo impresionante, ya puede comenzar a recoger toda su chatarra y a hacer la maleta». Intent? utilizar el tono m?s autoritario que pudo, pero no le sali? demasiado bien. «Est? preparada a las 20:00 horas. Un coche le recoger? en el hotel», y cort? la comunicaci?n algo arrepentido de no haberse, ni siquiera, despedido de ella. Tengo que darme prisa. Me quedan solo algunas horas hasta que oscurezca. «Hisham», grit? asom?ndose a la tienda, «r?pido, re?ne a todo el equipo. Necesito toda la ayuda posible». Recorri?, a paso ligero, los pocos metros que la separaban de la zona de excavaci?n, dejando tras ella una serie de nubes de polvo. En cuesti?n de minutos, todos se reunieron alrededor de ella a la espera de ?rdenes. «T?, por favor, quita la arena de aquella esquina», orden? indicando el lado de la piedra m?s alejado de ella. «Y t?, ay?dalo. Por favor, tened mucho cuidado. Si es lo que creo, esta cosa nos salvar? el culo». Nave Espacial Theos – ?rbita de J?piter El peque?o, pero extremadamente c?modo, m?dulo esf?rico de transferencia interna estaba recorriendo, a una velocidad media de 10 m/s, el conducto n?mero tres, que conducir?a a Azakis a la entrada del compartimento, donde lo esperaba su compa?ero Petri. La Theos, tambi?n con forma esf?rica y con un di?metro de noventa y seis metros, contaba con dieciocho conductos tubulares, cada uno con una longitud de unos trescientos metros que, como meridianos, fueron construidos a una distancia de diez grados el uno del otro y cubr?an toda la circunferencia. Cada uno de los veintitr?s niveles, de cuatro metros de altura, excepto por la cabina central (nivel und?cimo) que med?a el doble, era f?cilmente alcanzable gracias a las “paradas” que cada conducto ten?a en cada planta. En la pr?ctica, para recorrer la distancia entre los puntos m?s alejados de la nave, se tardaba como m?ximo quince segundos. El frenazo del m?dulo fue casi imperceptible. La puerta se abri? con un ligero silbido y tras ella apareci? Petri, de pie con las piernas separadas y los brazos cruzados. «Hace horas que te espero», dijo con un tono claramente poco cre?ble. «?Has terminado de saturar los filtros del aire con esa porquer?a maloliente que siempre llevas encima?». La alusi?n a su cigarro fue muy sutil. Ignorando, con una sonrisita, la provocaci?n, Azakis sac? del cintur?n el analizador port?til y lo activ? con un gesto del pulgar. «Agu?ntame esto y d?monos prisa», dijo pas?ndole con una mano el aparato, mientras con la otra intentaba colocar el sensor dentro del conector de su derecha. «La llegada est? prevista para dentro de unas 58 horas y estoy muy preocupado». «?Por qu??», pregunt? ingenuamente Petri. «No lo s?. Tengo la sensaci?n de que nos espera una desagradable sorpresa». El instrumento que Petri ten?a en la mano empez? a emitir una serie de sonidos de diferentes frecuencias. Lo observ? sin tener ni idea de lo que indicaban. Levant? la mirada hacia el rostro de su amigo buscando alguna se?al, pero no la encontr?. Azakis, movi?ndose con mucho cuidado, movi? el sensor a la otra conexi?n. El analizador emiti? una nueva serie de sonidos indescifrables. Despu?s, solo silencio. Azakis cogi? el instrumento de la mano de su compa?ero, observ? atentamente los resultados y a continuaci?n sonri?. «Todo en orden. Podemos proceder». S?lo entonces, Petri se dio cuenta de que hac?a ya rato que hab?a dejado de respirar. Ech? todo el aire y not? una cierta sensaci?n de relajaci?n. Un fallo, incluso m?nimo, de uno de aquellos conectores, podr?a comprometer irremediablemente su misi?n, oblig?ndoles a volver lo m?s r?pidamente posible. Era lo ?ltimo que quer?a. Ya casi lo hab?an conseguido. «Voy a asearme», dijo Petri, intentando sacudirse el polvo de encima. «La visita a los conductos de descarga siempre es as?...», y torciendo el labio superior a?adi?, «?instructiva!». Azakis sonri?. «Nos vemos en la cubierta». Petri llam? a la c?psula y un segundo despu?s, ya hab?a desaparecido. El sistema central comunic? que ya hab?an pasado la ?rbita de J?piter sin ning?n problema y que se estaban dirigiendo sin incidentes hacia la Tierra. Con un leve pero r?pido movimiento de los ojos hacia la derecha, Azakis pidi? a su O^COM que le mostrara de nuevo la ruta. El puntito azul que se mov?a en la l?nea roja ahora se hab?a desplazado un poco hacia la ?rbita de Marte. La cuenta atr?s que indicaba el tiempo previsto para la llegada indicaba 58 horas exactas y la velocidad de la nave era de 3.000 Km/s. Cada vez estaba m?s nervioso. Despu?s de todo, esta nave en la que viajaba, era la primera nave espacial equipada con los nuevos motores Bousen, con un dise?o completamente diferente a los anteriores. Los dise?adores afirmaban que se pod?a impulsar la nave a una velocidad parecida a una d?cima parte de la de la luz. No se hab?a arriesgado a?n a llegar a tanto. Por el momento, 3.000 Km/s, le parec?an m?s que suficientes para un viaje inaugural. De los cincuenta y seis miembros de la tripulaci?n que normalmente deber?an alojarse en la Theos, para esta primera misi?n hab?an sido seleccionados solo ocho, incluyendo a Petri y Azakis. Los motivos expuestos por los Ancianos no fueron demasiado exhaustivos. Se limitaron a sentenciar que, debido a la naturaleza del viaje y del destino, pod?an aparecer dificultades y, por lo tanto, era mejor no poner en peligro demasiadas vidas in?tilmente. Entonces, ?nosotros somos sacrificables? ?Qu? clase de explicaci?n era esa? Siempre pasaba lo mismo. Cuando hab?a que arriesgar el pellejo, ?a qui?n enviaban? A Azakis y a Petri. En el fondo, su inclinaci?n a la aventura e incluso la considerable habilidad que ten?an para resolver situaciones “complicadas”, les hab?an permitido obtener todo tipo de ventajas muy interesantes. Azakis viv?a en un enorme edificio de la hermosa ciudad de Saraan, ubicada en el sur del Continente, que los Artesanos de la ciudad hab?an utilizado, hasta poco tiempo antes, como almac?n. ?l, gracias a las “influencias”, hab?a podido tomar posesi?n y tener el permiso para modificarlo a su gusto. La pared sur hab?a sido sustituida completamente por un campo de fuerza parecido al que utilizaba en su nave espacial, de manera que pod?a admirar, directamente desde su inseparable sill?n autoconformable, el maravilloso golfo que se extend?a a sus pies. Si era necesario, toda la pared pod?a transformarse en un gigantesco sistema tridimensional, donde pod?an visualizarse al mismo tiempo hasta doce transmisiones simult?neas de la Red. En m?s de una ocasi?n, este sofisticado sistema de control y gesti?n le hab?a permitido recoger con mucha antelaci?n informaci?n decisiva, permiti?ndole as? resolver brillantemente algunas crisis de magnitud considerable. No podr?a renunciar a ?l. Toda un ala del ex-almac?n hab?a sido reservada para su colecci?n de “souvenirs” recogidos en cada una de sus misiones hechas durante a?os alrededor del espacio. Cada uno de ellos le recordaba algo concreto y cada vez que se encontraba en medio de aquel absurdo revoltijo de extra??simos objetos, no pod?a parar de dar gracias a su buena suerte y, sobre todo, a su fiel amigo, que m?s de una vez le hab?a salvado el pellejo. Petri, sin embargo, a pesar de haber destacado brillantemente en los estudios, no era un amante de la alta tecnolog?a. Aunque fuera capaz de pilotar sin dificultad pr?cticamente todo tipo de aeronaves, conociera a la perfecci?n todos los modelos de armas y todos los sistemas de comunicaci?n local e interplanetaria, prefer?a, a menudo, confiar en su instinto y en sus habilidades manuales para resolver los problemas que se le presentaban. M?s de una vez, ante ?l, lo hab?a visto transformar, en poqu?simo tiempo, una masa amorfa de chatarra en un medio de locomoci?n o en una temible arma de defensa. Era incre?ble, era capaz de construir cualquier cosa que necesitara. Esto se lo deb?a en parte a lo que hab?a heredado de su padre, un h?bil Artesano, pero, sobre todo, a su gran pasi?n por las Artes. Desde joven, de hecho, hab?a admirado c?mo las habilidades manuales de los Artesanos eran capaces de transformar la materia inerte en objetos de gran utilidad y en tecnolog?a, manteniendo siempre intacta la “belleza” en su interior. Un sonido desagradable, intermitente y a un alto volumen, le sobresalt?, devolvi?ndolo inmediatamente a la realidad. La alarma autom?tica de proximidad se hab?a activado de forma repentina. Nassiriya – El hotel El hotel no era precisamente un “cinco estrellas” pero, para ella, acostumbrada a pasar semanas en una tienda en medio del desierto, la ducha sola pod?a considerarse un lujo. Elisa dej? que el chorro caliente y restaurador que ca?a le masajeara el cuello y los hombros. Su cuerpo pareci? agradecerlo mucho, y una serie de agradables escalofr?os recorrieron varias veces su espalda. Te das cuenta de lo importantes que son algunas cosas solo cuando ya no las tienes. Despu?s de solo diez minutos, se decidi? a salir de la ducha. El vapor hab?a empa?ado el espejo que estaba mal colgado, claramente torcido. Intent? enderezarlo, pero en cuanto lo solt?, volvi? a su posici?n oblicua original. Decidi? ignorarlo. Con el borde de la toalla limpi? el agua que se hab?a depositado en ?l y se admir?. Hac?a unos a?os, le hab?an propuesto trabajar de modelo e incluso de actriz. Tal vez ahora podr?a ser una diva del cine o la mujer de un rico jugador de f?tbol, pero el dinero nunca le hab?a llamado la atenci?n. Prefer?a sudar, comer polvo, estudiar textos antiguos y visitar lugares remotos. Siempre hab?a tenido la aventura corri?ndole por las venas, y la emoci?n que le provocaba el descubrimiento de un objeto antiguo, sacar a la luz vestigios de hac?a miles de a?os, no pod?a compararse con nada m?s. Se acerc? al espejo, demasiado, y vio aquellas malditas arrugas a ambos lados de los ojos. La mano se col? autom?ticamente en el neceser y sac? una de esas cremas que “te quitan diez a?os en una semana”. Se la unt? con cuidado en el rostro y se observ? atentamente. ?Qu? pretend?a? ?Un milagro? Despu?s de todo, el efecto era visible solo pasados “siete d?as”. Sonri? por ella y por todas las mujeres que se dejaban embaucar por la publicidad. El reloj, colgado en la pared sobre la cama, indicaba las 19:40. Nunca conseguir?a estar preparada en solo veinte minutos. Se sec? lo m?s r?pido posible, dejando ligeramente mojados los largos cabellos rubios y se plant? frente al armario de madera oscura, donde guardaba los pocos vestidos elegantes que hab?a conseguido llevarse. En otro momento, habr?a sido capaz de pasar horas para elegir el vestido apropiado para la ocasi?n, pero esa noche la elecci?n deb?a ser r?pida. Opt?, sin pensar demasiado, por el vestido negro corto. Era muy elegante, considerablemente sexy, pero sin ser vulgar, con un generoso escote que sin duda realzaba su exuberante talla noventa. Lo cogi? y, con un elegante gesto de la mano, lo lanz? a la cama. 19:50. Aunque fuera una mujer, odiaba llegar tarde. Se asom? por la ventana y vio un SUV oscuro, incre?blemente brillante, justo delante de la puerta del hotel. El que deb?a ser el ch?fer, un chico joven vestido con ropa militar, estaba apoyado en el cap? y pasaba la espera fumando tranquilamente un cigarro. Hizo todo lo que pudo por realzar sus ojos con l?piz y m?scara de pesta?as, se pas? r?pidamente el carm?n por los labios y, mientras intentaba extenderlo uniformemente lanzando besos al vac?o, se coloc? sus pendientes preferidos, luchando bastante para encontrar los agujeros. Efectivamente, hac?a ya mucho tiempo que no sal?a de noche. El trabajo la forzaba a viajar por todo el mundo y no hab?a sido capaz de encontrar una persona para una relaci?n estable, que durara m?s de unos meses. El instinto maternal innato que toda mujer tiene y que hab?a h?bilmente ignorado desde que era adolescente, ahora, al aproximarse la fecha de caducidad biol?gica, se dejaba notar cada vez m?s a menudo. Quiz?s hab?a llegado el momento de formar una familia. Elimin? lo m?s r?pidamente posible ese pensamiento. Se puso el vestido, se calz? el ?nico par de zapatos de doce cent?metros de tac?n que hab?a llevado y, con amplios movimientos, se roci? ambos lados del cuello con su perfume preferido. Foulard de seda, gran bolso negro. Estaba lista. Una ?ltima comprobaci?n ante el espejo colgado en la pared, cerca de la puerta y manchado en varios puntos, le confirm? la perfecci?n de su atuendo. Gir? la cabeza y sali? con aire satisfecho. El joven chofer, despu?s de recolocar el ment?n, que se le hab?a ca?do al ver a Elisa saliendo con paso de modelo del hotel, en su sitio, tir? el segundo cigarro que acababa de encender y corri? a abrirle la puerta del coche. «Buenas noches, doctora Hunter. ?Podemos partir?», pregunt? con aire titubeante el militar. «Buenas noches», respondi? ella poniendo a prueba su maravillosa sonrisa. «Estoy lista». «Gracias por llevarme», a?adi? mientras sub?a al coche, sabiendo perfectamente que su falda se levantar?a ligeramente y mostrar?a una parte de sus piernas al avergonzado militar. Siempre le hab?a encantado sentirse admirada. Nave Espacial Theos – Alarma de proximidad El sistema O^COM materializ? inmediatamente frente a Azakis un extra?o objeto cuyos bordes, debido a la baja resoluci?n obtenida por los sensores de largo alcance que lo detectaban, no estaban bien definidos. Definitivamente estaba en movimiento y avanzaba claramente hacia ellos. El sistema de alarmas de proximidad informaba de que la probabilidad de impacto entre la Theos y el objeto desconocido era superior al 96% si ninguno de los dos modificaba su ruta. Azakis se apresur? a entrar en el m?dulo de transferencia m?s cercano. «Cubierta», orden? categ?ricamente al sistema de control automatizado. Despu?s de cinco segundos, la puerta se abri? silbando y en la gran pantalla central de la sala de mandos aparec?a, a?n muy desenfocado, el objeto que se encontraba en trayectoria de colisi?n con la nave. Casi al mismo tiempo, otra puerta cerca de ?l se abri? y entr? Petri sin aliento. «?Qu? demonios est? sucediendo?», pregunt? el amigo. «No deber?a haber meteoritos en esta zona», exclam? asombrado, observando tambi?n la gran pantalla. «No creo que sea un meteorito». «Y si no es un meteorito, ?entonces qu? es?», pregunt? Petri visiblemente preocupado. «Si no corregimos inmediatamente la trayectoria, lo podr?s ver con tus propios ojos, cuando nos lo encontremos clavado en la cubierta». Petri toquete? inmediatamente los mandos de navegaci?n y configur? una ligera variaci?n de trayectoria respecto a la establecida anteriormente. «Impacto en 90 segundos», comunic? sin emociones la c?lida voz femenina del sistema de alarmas de proximidad. «Distancia del objeto: 276.000 kil?metros, acerc?ndose». «?Petri, haz algo, y hazlo r?pido!», grit? Azakis. «Ya lo estoy haciendo, pero esa cosa va demasiado r?pida». La estimaci?n de la probabilidad de impacto, visible en la pantalla a la derecha del objeto, descend?a lentamente. 90%, 86%, 82%. «No lo conseguiremos», dijo Azakis con un hilo de voz. «Amigo m?o, a?n tiene que nacer un “objeto misterioso” capaz de destrozar mi nave», afirm? Petri con una sonrisa diab?lica. Con una maniobra que les hizo perder el equilibrio moment?neamente, Petri impuso a los dos motores Bousen una instant?nea inversi?n de la polaridad. La nave espacial tembl? durante un largo instante y solo el sofisticado sistema de gravedad artificial, procediendo a compensar inmediatamente la variaci?n, impidi? que toda la tripulaci?n acabara estampada en la pared de delante. «Buena jugada», exclam? Azakis dando una fuerte palmada en la espalda de su amigo. «Pero ahora, ?c?mo pretendes parar la rotaci?n?» Los objetos a su alrededor hab?an empezado a elevarse y a girar descontroladamente en la habitaci?n. «Dame un segundo», dijo Petri sin dejar de presionar botones y juguetear con los mandos. «Solo necesito conseguir...», una serie de gotas de sudor estaban cayendo lentamente por su frente. «Abrir la...», continu?, mientras todo lo que hab?a en la habitaci?n revoloteaba sin control. Incluso ellos dos empezaron a levantarse del suelo. El sistema de gravedad artificial no pod?a seguir compensando la inmensa fuerza centr?fuga que se estaba generando. Cada vez eran m?s ligeros. «La... la... ?compuerta tres!», grit? finalmente Petri, mientras todos los objetos ca?an al mismo tiempo al suelo. Un pesado contenedor de residuos golpe? a Azakis exactamente entre la tercera y la cuarta costilla, provocando que emitiera un sordo lamento. Petri, desde el medio metro de altura donde se encontraba, cay? bajo el cuadro de mandos, asumiendo una pose muy poco natural y totalmente rid?cula. La estimaci?n de la probabilidad de impacto hab?a descendido al 18% y continuaba descendiendo r?pidamente. «?Todo bien?», se apresur? en confirmar Azakis, intentando disimular el dolor del lado golpeado. «S?, s?. Estoy bien», respondi? Petri, intentando levantarse. Un instante despu?s, Azakis estaba contactando el resto de la tripulaci?n, que informaron inmediatamente a su comandante de la ausencia de da?os a cosas o personas. La maniobra realizada hab?a desviado ligeramente a la Theos de la trayectoria anterior, y la depresi?n provocada por la apertura de la compuerta hab?a sido inmediatamente compensada por el sistema automatizado. 6%, 4%, 2%. «Distancia del objeto: 60.000 Km», comunic? la voz. Ambos estaban conteniendo la respiraci?n, esperando llegar a la distancia de 50.000 Km a partir de la cual se activar?an los sensores de corto alcance. Aquellos instantes parecieron interminables. «Distancia del objeto: 50.000 Km. Sensores de corto alcance activados». La figura desenfocada frente a ellos se defini? de repente. El objeto apareci? claramente en la pantalla, haciendo visible cada detalle. Los dos amigos se giraron al mismo tiempo, con los ojos desorbitados, buscando cada uno la mirada del otro. «?Incre?ble!», exclamaron al un?sono. Nassiriya – Restaurante Masgouf El coronel Hudson caminaba nervioso, hacia delante y hacia atr?s, a lo largo de la diagonal del descansillo de la sala principal del restaurante. Miraba casi cada minuto el reloj t?ctico que llevaba siempre en la mu?eca izquierda y que no se quitaba jam?s, ni siquiera para dormir. Estaba entusiasmado como un adolescente en su primera cita. Para pasar la espera, pidi? un Martini con hielo y una rodaja de lim?n al bigotudo camarero que, por debajo de las pobladas cejas, lo observaba con curiosidad, mientras secaba lentamente unos vasos de tubo. L?gicamente, el alcohol no estaba permitido en los pa?ses isl?micos, pero, esa noche, se hizo una excepci?n. El peque?o restaurante se hab?a reservado por completo para los dos. El coronel, despu?s de haber terminado la conversaci?n con la doctora Hunter, hab?a contactado inmediatamente al due?o del local, solicitando expresamente el plato especial Masgouf, que daba nombre al restaurante. Debido a la dificultad para encontrar el ingrediente principal, el esturi?n del Tigris, quer?a asegurarse de que el local tuviera suficiente. Adem?s, sabiendo que se necesitaban al menos dos horas para su preparaci?n, deseaba que todo se cocinara sin prisas y con una perfecci?n absoluta. Para la velada, teniendo de cuenta que el uniforme de camuflaje no habr?a sido adecuado para la situaci?n, hab?a decidido desempolvar su traje oscuro de Valentino, combinado con una corbata de seda de estilo Regimental con rayas grises y blancas. Los zapatos negros, relucientes como solo un militar sab?a dejarlos, tambi?n eran italianos. Por supuesto, el reloj t?ctico no pegaba absolutamente nada, pero era incapaz de prescindir de ?l. «Est?n llegando». La voz ronca sali? del receptor, muy parecido a un tel?fono m?vil, que ten?a en el bolsillo interior de la chaqueta. Lo apag? y mir? fuera, a trav?s del cristal de la puerta. El enorme coche oscuro esquiv? una bolsa de cart?n que, empujada por la ligera brisa vespertina, rodaba suavemente en medio de la calle. Con una r?pida maniobra, par? el coche justo delante de la entrada del restaurante. El conductor esper? a que el polvo levantado por el autom?vil se depositara de nuevo en el suelo, despu?s sali? con precauci?n del coche. Al auricular semi-escondido en su oreja derecha llegaron una serie de “despejado”. Mir? con atenci?n todas las posiciones anteriormente establecidas, hasta que estuvo seguro de haber identificado a todos sus camaradas que, en posici?n de combate, se ocupar?an de la seguridad de los dos comensales durante toda la duraci?n de la cena. La zona era segura. Abri? la puerta trasera y, ofreciendo delicadamente la mano derecha, ayud? a su invitada a bajar. Elisa, agradeciendo al militar su amabilidad, sali? suavemente del coche. Dirigi? la mirada hacia arriba y, mientras llenaba los pulmones con el limpio aire de la noche, se regal? un instante para contemplar el magn?fico espect?culo que solo el cielo estrellado del desierto pod?a ofrecer. El coronel permaneci?, durante un momento, indeciso sobre si salir a encontrarse con ella o permanecer en el interior del local a la espera de su entrada. Al final eligi? quedarse sentado, intentando disimular lo mejor posible su agitaci?n. Entonces, con aire indiferente, se acerc? a la barra, se sent? en un taburete alto, apoy? el codo izquierdo en la tabla de madera oscura, hizo girar un poco el licor que quedaba en su vaso y se detuvo a observar la semilla del lim?n que se depositaba lentamente en el fondo. La puerta se abri? con un leve chirrido y el militar conductor se asom? para comprobar que todo estuviera en orden. El coronel hizo una leve se?al con la cabeza y el acompa?ante introdujo a Elisa en el interior, cedi?ndole el paso con un amplio gesto de la mano. «Buenas noches, doctora Hunter», dijo el coronel levant?ndose del taburete y luciendo su mejor sonrisa. «?Ha sido agradable el viaje?». «Buenas tardes, coronel», respondi? Elisa con una sonrisa no menos deslumbrante. «Todo bien, gracias. Su ch?fer ha sido muy amable». «Puede irse, gracias», dijo con voz autoritaria el coronel, dirigi?ndose al acompa?ante que salud? militarmente, gir? sobre sus talones y desapareci? en la noche. «?Un aperitivo, doctora?», pregunt? el coronel, llamando con un gesto de la mano al bigotudo camarero. «Lo mismo que est? tomando usted», respondi? inmediatamente Elisa, indicando el vaso de Martini que el coronel a?n ten?a en la mano. A continuaci?n, a?adi?: «Puede llamarme Elisa, coronel, lo prefiero». «Perfecto. Y tu ll?mame Jack. “Coronel” dej?moslo para mis soldados». Es un buen comienzo, pens? el coronel. El camarero prepar? con cuidado el segundo Martini y lo sirvi? a la reci?n llegada. Ella acerc? su vaso al del coronel y brind?. «Salud», exclam? alegremente y bebi? un buen sorbo. «Elisa, tengo que decirte que esta noche est?s realmente hermosa», dijo el coronel deslizando r?pidamente la mirada desde la cabeza hasta los pies de su invitada. «Bueno, t? tampoco est?s nada mal. El uniforme tambi?n tiene su encanto, pero yo te prefiero as?», dijo sonriendo maliciosamente e inclinando un poco la cabeza hacia un lado. Jack, un poco avergonzado, dirigi? su atenci?n al contenido del vaso que ten?a en la mano. Lo observ? durante un instante, luego se lo bebi? todo de golpe. «?Nos sentamos en nuestra mesa?». «Buena idea - exclam? Elisa. - Estoy hambrienta». «He pedido preparar la especialidad de la casa. Espero que sea de tu agrado». «No, no me digas que has conseguido que nos preparen el Masgouf», exclam? asombrada, abriendo un poco m?s sus maravillosos ojos verdes. «Es pr?cticamente imposible encontrar esturi?n del Tigris en este periodo». «Para una invitada como t?, solo puedo pedir lo mejor», dijo complacido el coronel, viendo que su elecci?n hab?a sido apreciada. Le ofreci? delicadamente la mano derecha y le invit? a seguirlo. Ella, sonriendo maliciosamente, se la estrech? y se dej? acompa?ar a la mesa. El local estaba finamente decorado siguiendo el estilo t?pico del lugar. Luz c?lida y difusa, amplias cortinas que recubr?an casi todas las paredes y descend?an desde el techo. Una gran alfombra con dibujos Eslimi Toranjdar recubr?a casi todo el suelo, mientras otras m?s peque?as estaban colocadas en las esquinas de la habitaci?n, enmarc?ndolo todo. Sin duda, la tradici?n habr?a querido que la comida se consumiera estirados en el suelo sobre c?modos y suaves cojines, pero, como buen occidental, el coronel hab?a preferido una mesa “cl?sica”. Esta tambi?n hab?a sido decorada con atenci?n y los colores elegidos para el mantel combinaban perfectamente con el resto del local. Un fondo musical, donde un Darbuka acompa?aba a ritmo Masqum la melod?a de un Oud , llenaba delicadamente todo el ambiente. Una velada perfecta. Un camarero alto y delgado se acerc? educadamente y, con una reverencia, invit? a los dos comensales a sentarse. El coronel acomod? primero a Elisa y se ocup? de acercarle la silla, luego se sent? frente a ella, teniendo cuidado de no deslizar la corbata en el plato. «Es realmente bonito este sitio», dijo Elisa mirando alrededor. «Gracias», dijo el coronel. «Tengo que confesar que ten?a miedo de que no te gustara. Luego me he acordado de tu pasi?n por estos lugares y he pensado que podr?a ser la mejor opci?n». «?Has acertado de pleno!», exclam? Elisa mostrando de nuevo su maravillosa sonrisa. El camarero destap? una botella de champ?n y, mientras llenaba las copas de ambos, lleg? otro con una bandeja en la mano diciendo: «Para comenzar, disfruten de un Mosto-o-bademjun ». Los dos comensales se miraron complacidos, cogieron las dos copas y volvieron a brindar. A unos cien metros del local, dos extra?os personajes dentro de un coche oscuro toqueteaban un sofisticado sistema de vigilancia. «?Has visto c?mo el coronel se liga a la chica?», dijo sonriendo desde?osamente aquel con claro sobrepeso, que se encontraba en el asiento del conductor, mientras mord?a un enorme sandwich y se llenaba de migas de pan los pantalones. «Ha sido una gran idea poner el transmisor en el pendiente de la doctora», respondi? el otro, mucho m?s delgado, con ojos grandes y oscuros, mientras beb?a caf? en un gran vaso de papel marr?n. «Desde aqu? podemos escuchar perfectamente todo lo que hablan». «Intenta no liarla y gr?balo todo», le rega?? el otro, «de lo contrario, nos obligar?n a comernos los pendientes en el desayuno. «No te preocupes. Conozco perfectamente este aparato. No se nos escapar? ni siquiera un susurro». «Tenemos que intentar descubrir lo que realmente ha descubierto la doctora», a?adi? el gordo. «Nuestro jefe ha invertido much?simo dinero para seguir en secreto esta investigaci?n». «No habr? sido f?cil, dada la imponente estructura de seguridad que ha montado el coronel». El tipo delgado levant? la mirada hacia el cielo con aire so?ador, luego a?adi?: «Si me hubieran dado a m? solo la mil?sima parte de ese dinero, ahora estar?a tumbado bajo una palmera en Cuba, con la ?nica preocupaci?n de elegir entre un Margarita o una Pi?a Colada». «Y quiz?s junto a un mont?n de chicas en bikini que te extienden la crema solar», dijo el gordinfl?n, explotando despu?s en una en?rgica risa, mientras el temblor de la gran barriga hac?a caer parte de las migas que se hab?an depositado ah? antes. «Este entrem?s est? exquisito». La voz de la doctora sal?a, algo distorsionada, del peque?o altavoz colocado en el salpicadero. «Tengo que confesarte que no cre?a que, detr?s de ese aspecto de militar rudo, se pudiera esconder un hombre tan refinado». «Bueno, gracias Elisa. Yo tampoco habr?a pensado nunca que una doctora tan cualificada pudiera ser, adem?s de hermosa, tan amable y simp?tica», dijo la voz del coronel, un poco distorsionada, pero con un volumen algo m?s bajo. «Escucha c?mo coquetean», exclam? el grandull?n en el asiento del conductor. «Yo creo que acabar?n en la cama». «No estoy tan seguro», afirm? el otro. «Nuestra doctora es mucho m?s lista y no creo que una cena y alg?n que otro piropo sean suficientes para conseguir que caiga en sus brazos». «Diez d?lares a que esta noche lo consigue», dijo el gordinfl?n alargando la mano derecha hacia el colega. «Ok, acepto», exclam? el otro estrechando la gran mano que ten?a delante. Nave espacial Theos – El objeto misterioso El objeto que se materializ? ante los dos estupefactos compa?eros de viaje estaba claro que no era nada que la naturaleza, incluso con su infinita fantas?a, pudiera crear por s? misma. Parec?a una especie de flor met?lica con tres largos p?talos, sin tallo, con un pistilo central de forma ligeramente c?nica. La parte trasera del pistilo ten?a forma de prisma hexagonal, con la superficie de la base ligeramente m?s grande que la del cono situado en la parte opuesta y que serv?a de soporte para toda la estructura. Desde los tres lados equidistantes del hex?gono sal?an los p?talos rectangulares, con una longitud de al menos cuatro veces la de la base. «Parece una especie de viejo molino de viento, como los que se utilizaban hace siglos en las grandes praderas del este», exclam? Petri sin separar, ni siquiera un momento, los ojos del objeto que se visualizaba en la gran pantalla. Un escalofr?o recorri? la espalda de Azakis, mientras recordaba algunos viejos prototipos que los Ancianos le hab?an sugerido estudiar antes de partir. «Es una sonda espacial», afirm? con decisi?n Azakis. «He visto algunas, hechas m?s o menos as?, en los viejos archivos de la Red», prosigui?, mientras se apresuraba en recoger mediante N^COM toda la informaci?n posible sobre el tema. «?Una sonda espacial?», pregunt? Petri, mientras se giraba con aire sorprendido hacia el compa?ero. «Y, ?cu?ndo se supone que la hemos lanzado?». «No creo que sea nuestra». «?No es nuestra? ?Qu? quieres decir, amigo m?o?». «Quiero decir, que no ha sido ni construida ni lanzada por ninguno de nosotros, los habitantes del planeta Nibiru». La cara de Petri se volv?a cada vez m?s desconcertada. «?Qu? quieres decir? No me digas que t? tambi?n crees en esas tonter?as de los alien?genas, ?eh?». «Lo que s? es que nada como esto ha sido construido jam?s en nuestro planeta. He revisado todo el archivo de la Red y no hay ninguna coincidencia con el objeto que tenemos delante. Ni siquiera en los proyectos que no se han realizado nunca». «?No es posible!», exclam? Petri. «Tu N^COM tiene que estar desfasado. Vuelve a comprobarlo». «Lo siento Petri. Ya lo he comprobado dos veces y estoy totalmente seguro de que esta obra no es nuestra». El sistema de visi?n de corto alcance gener? una imagen tridimensional del objeto, recre?ndolo minuciosamente hasta en los m?s peque?os detalles. El holograma flotaba ligeramente en el centro de la sala de mandos, suspendido aproximadamente a medio metro del suelo. Petri, con un movimiento de la mano derecha, empez? a girarlo lentamente, examinando con atenci?n cada m?nimo detalle. «Parece estar hecho de una aleaci?n met?lica muy ligera», dijo Petri, con un tono bastante m?s t?cnico respecto al de sorpresa inicial. «La alimentaci?n de los motores tiene que estar suministrada por esos tres p?talos, que parecen cubiertos por una especie de material sensible a la luz solar». Por fin hab?a empezado a toquetear los controles del sistema. «El pistilo tiene que ser una especie de antena de radio y en el prisma hexagonal est?, sin duda, el “coraz?n” de esta cosa». Petri mov?a cada vez m?s r?pido el holograma, gir?ndolo en todas las direcciones. De repente se par? y exclam?: «Mira aqu?. Seg?n t?, ?qu? es esto?», pregunt? mientras proced?a a ampliar el detalle. Azakis se acerc? todo lo que pudo. «Parecen s?mbolos». «Dos s?mbolos, dir?a yo», corrigi? Petri «o m?s bien, un dibujo y cuatro s?mbolos cerca». Azakis continuaba arduamente, mediante N^COM, buscando algo en la Red, pero no consigui? encontrar nada en absoluto que se pareciera lo m?s m?nimo a lo que ten?a en frente. El dibujo representaba un rect?ngulo formado por quince rayas longitudinales de color alterno blanco y rojo y, en la esquina superior izquierda, otro rect?ngulo de color azul con cincuenta estrellas de cinco puntas de color blanco. A su derecha, los cuatro s?mbolos: JUNO «Parece alg?n tipo de escritura», especul? Azakis. «Quiz?s los s?mbolos representen el nombre de quienes crearon la sonda». «O quiz?s es su nombre», rebati? Petri. «La sonda se llama “JUNO” y el s?mbolo de los creadores es esa especie de rect?ngulo coloreado». «En cualquier caso, sin duda no lo hemos hecho nosotros», sentenci? Azakis. «?Crees que puede existir alg?n tipo de forma de vida en su interior?». «No lo creo. Por lo menos no aquellas que conocemos. El espacio de la c?psula posterior, que es el ?nico lugar donde podr?a haber algo, es demasiado peque?o como para contener a un ser vivo». Mientras hablaba, Petri ya hab?a comenzado a realizar un escaneo de la sonda, buscando cualquier tipo de signo vital que pudiera proceder de su interior. Despu?s de algunos instantes, una serie de s?mbolos aparecieron en la pantalla y se apresur? a traduc?rselos a su compa?ero. «Seg?n nuestros sensores no hay nada “vivo” ah? dentro. No parece que haya ni siquiera armas de ning?n tipo. En un primer an?lisis, yo dir?a que esta cosa es una especie de explorador enviado en reconocimiento al sistema solar en b?squeda de quien sabe qu?». «Tambi?n podr?a ser eso», afirm? Azakis, «pero la pregunta que debemos plantearnos es: “?Enviado por qui?n?”». «Bueno», supuso Petri, «si excluimos la presencia de misteriosos “alien?genas”, yo dir?a que los ?nicos capaces de hacer algo parecido son solo tus viejos “amigos terr?colas”». «?De qu? est?s hablando? Si cuando los hemos dejado la ?ltima vez casi no eran capaces ni de montar a caballo. ?C?mo pueden haber alcanzado un nivel de conocimiento as? en tan poco tiempo? Enviar una sonda a dar vueltas por el espacio no es ninguna tonter?a». «?Poco tiempo?», objet? Petri, mir?ndolo fijamente a los ojos. «No olvides que, para ellos, han pasado casi 3.600 a?os desde entonces. Considerando que su vida media era como m?ximo de cincuenta - sesenta a?os, eso significa que se han sucedido al menos unas sesenta generaciones. Quiz?s se han vuelto mucho m?s inteligentes de lo que imaginamos». «Y tal vez es precisamente por esto», a?adi? Azakis, intentando completar la reflexi?n del amigo, «que los Ancianos estaban tan preocupados por esta misi?n. Ellos lo hab?an previsto o al menos, hab?an considerado esta posibilidad». «Bueno, podr?an habernos adelantado algo, ?no? Encontrar este objeto me ha dado un buen susto». «Estamos aun especulando», dijo Azakis mientras con el pulgar y el ?ndice se frotaba el ment?n, «pero parece que esta teor?a tiene l?gica. Intentar? ponerme en contacto con los Ancianos y tratar? de sacarles algo de informaci?n extra, si es que tienen. T?, mientras tanto, trata de entender algo m?s sobre este aparato. Analiza la ruta actual, velocidad, masa, etc?tera, e intenta hacer una previsi?n de su destino, cuanto hace que parti? y los datos que ha almacenado. En definitiva, quiero saber lo m?ximo posible sobre lo que nos espera all?». «Vale, Zak», exclam? Petri mientras hac?a volar en el aire, alrededor de ?l, hologramas de colores con una infinidad de n?meros y f?rmulas. «Ah, no olvides analizar lo que has identificado como una antena. Si realmente lo es, podr?a ser capaz de transmitir y recibir. No me gustar?a que nuestro encuentro hubiera sido ya comunicado a los que han enviado la sonda». Dicho esto, Azakis se dirigi? r?pidamente hacia la cabina H^COM, la ?nica en toda la nave equipada para las comunicaciones de larga distancia, que se encontraba entre las puertas dieciocho y diecinueve de los m?dulos de transferencia interna. La compuerta se abri? con el habitual ligero silbido y Azakis se meti? en la angosta cabina. A saber por qu? la hab?an hecho tan peque?a...se pregunt? mientras intentaba acomodarse en el asiento, min?sculo tambi?n, que hab?a descendido autom?ticamente de arriba. Quiz?s quer?an que la us?ramos lo menos posible... Mientras se cerraba la puerta a sus espaldas, empez? a teclear una serie de instrucciones en la consola frente a ?l. Tuvo que esperar algunos segundos antes de que la se?al se estabilizara. De repente, en el visor hologr?fico, completamente igual al que ten?a en su habitaci?n, empez? a aparecer el rostro surcado y claramente marcado por los a?os de su superior Anciano. «Azakis», dijo sonriendo levemente el hombre, mientras alzaba lentamente la huesuda mano en se?al de saludo. «?Qu? te hace llamar, con tanta urgencia, a este pobre viejo?». Nunca hab?a conseguido saber exactamente la edad de su superior. A nadie le estaba permitido conocer informaci?n tan privada de un componente de los Ancianos. Desde luego, vueltas alrededor del sol hab?a visto muchas. Aun as?, sus ojos se mov?an de derecha a izquierda con tal vitalidad que ni siquiera ?l habr?a sabido hacerlo mejor. «Hemos encontrado algo muy sorprendente, al menos para nosotros», dijo Azakis sin demasiadas formalidades, intentando mirar fijamente a los ojos de su interlocutor. «Casi chocamos con un extra?o objeto», continu? tratando de analizar cada m?nima expresi?n del Anciano. «?Un objeto? Expl?cate mejor, hijo m?o». «Petri a?n lo est? analizando, pero creemos que puede tratarse de una especie de sonda y estoy seguro de que no es nuestra». Los ojos del Anciano se abrieron de repente. Parec?a que ?l tambi?n se hab?a sorprendido. «Hemos encontrado s?mbolos extra?os grabados en el casco, en un idioma desconocido», a?adi?. «Te estoy enviando todos los datos». La mirada del Anciano pareci? perderse por un momento en el vac?o mientras, mediante su O^COM, analizaba el flujo de informaci?n entrante. Despu?s de unos largu?simos instantes, sus ojos volvieron a fijarse en los de su interlocutor y, con un tono que no mostr? ninguna emoci?n, dijo: «Convocar? inmediatamente el Consejo de los Ancianos. Todo parece indicar que vuestras deducciones iniciales son correctas. Si las cosas est?n realmente as?, deberemos revisar inmediatamente nuestros planes». «Esperamos noticias», y de esta forma Azakis cort? la comunicaci?n. Nassiriya – La cena El coronel y Elisa estaban ya terminando la tercera copa de champ?n y el ambiente se hab?a hecho bastante m?s informal. «Jack, tengo que decir que este Masgouf est? divino. Ser? imposible acabarlo, hay demasiado». «S?, es realmente excelente. Tendremos que felicitar al cocinero». «Quiz?s deber?a casarme con ?l y que cocinara para m?», dijo Elisa riendo un tanto exageradamente. El alcohol ya empezaba a causar efecto. «No, que se ponga a la cola. Primero estoy yo», se atrevi? a bromear, pensando que no estaba tan fuera de lugar. Elisa hizo como si nada y sigui? mordisqueando su esturi?n. «T? no est?s casado, ?verdad?». «No, nunca he tenido tiempo». «Eso es una vieja excusa», dijo ella mir?ndolo sensualmente. «Bueno, en realidad estuve muy cerca una vez, pero la vida militar no est? hecha para el matrimonio. ?Y t??», a?adi?, retomando un tema que a?n parec?a hacerle da?o, «?Te has casado alguna vez?». «?Est?s de broma? ?Y qui?n soportar?a tener una mujer que pasa la mayor parte de su tiempo viajando por el mundo para cavar bajo tierra como un topo y que se divierte profanando tumbas con millones de a?os de antig?edad?». «Claro», dijo Jack, sonriendo amargamente, «evidentemente, no estamos hechos para el matrimonio». Y mientras alzaba la copa, propuso un melanc?lico «Brindemos por ello». El camarero lleg? con un poco m?s de Samoons reci?n sacado del horno interrumpiendo, afortunadamente, ese momento de leve tristeza. Jack, aprovechando la interrupci?n, intent? deshacerse r?pidamente de una serie de recuerdos que le hab?an vuelto a la mente de repente. Era agua pasada. Ahora ten?a una bell?sima mujer junto a ?l y ten?a que concentrarse solo en ella. Algo que no era demasiado dif?cil. La m?sica de fondo, que parec?a arroparlos delicadamente, era la adecuada. Elisa, iluminada por tres las velas colocadas en el medio de la mesa, estaba preciosa. Sus cabellos ten?an reflejos color oro y cobre y su piel era suave y bronceada. Sus ojos penetrantes eran de un color verde profundo. Sus suaves labios intentaban separar lentamente un trozo de esturi?n de la espina que ten?a entre los dedos. Era tan sexy. Elisa no dej? escapar ese momento de debilidad del coronel. Pos? la espina en el borde del plato y se chup?, con aparente desinter?s, primero el ?ndice y luego el pulgar. Baj? ligeramente la cabeza y lo mir? con tal intensidad, que Jack pens? que el coraz?n se le iba a salir del pecho para acabar directamente en el plato. El coronel se dio cuenta de que ya no ten?a el control de la situaci?n y, sobre todo, de s? mismo, e intent? reponerse inmediatamente. Era ya mayorcito para parecer un adolescente enamorado, pero esa chica ten?a algo que le atra?a terriblemente. Respir? profundamente, se refreg? el rostro con las manos y dijo: «?Qu? te parece si te acabas ese ?ltimo trozo?». Ella sonri?, cogi? delicadamente con las manos el trocito de esturi?n que quedaba, se levant? levemente de la silla estir?ndose hacia ?l y se lo acerc? a la boca. En esa posici?n, su escote mostr? parcialmente sus exuberante pechos. Jack, visiblemente avergonzado, dio solo un mordisco, aunque no pudo evitar rozar con sus labios los dedos de ella. Su excitaci?n crec?a cada vez m?s. Elisa estaba jugando con ?l como hace un gato con un rat?n, y Jack no era capaz de oponerse de ninguna forma. Luego, con un aire de chica inocente, Elisa volvi? a sentarse c?modamente en su sitio y, como si no hubiera pasado nada, hizo una se?al con la mano al camarero alto y delgado, que se acerc? r?pidamente. «Creo que es el momento de un buen t? de cardamomo. ?Qu? opinas Jack?». ?l, que a?n no se hab?a repuesto de la situaci?n anterior, balbuce? algo como: «Bueno, s?, vale». Y mientras se colocaba bien la chaqueta, intentando recomponerse, a?adi?: «Creo que es muy bueno para la digesti?n». Se hab?a dado cuenta de que hab?a dicho algo rid?culo, pero en ese momento no se le ocurri? nada mejor. «Todo es muy agradable Jack, es una velada fant?stica, pero no nos olvidemos del motivo por el que estamos aqu? esta noche. Tengo que ense?arte una cosa, ?te acuerdas?». El coronel, en ese momento, estaba pensando en todo menos en el trabajo. Sin embargo, ten?a raz?n. Estaban en juego cosas mucho m?s importantes que un est?pido coqueteo. El caso es que, a ?l, ese coqueteo no le parec?a nada est?pido. «Claro», respondi? intentando recuperar su pose autoritaria. «No veo el momento de saber lo que has descubierto». El gordinfl?n, que a poca distancia en el coche estaba escuch?ndolo todo, exclam?: «Qu? putita. Las mujeres son todas iguales. Primero hacen que te lo creas, te llevan hasta las estrellas, luego te dejan como si nada». «Creo que tus diez d?lares estar?n pronto en mi bolsillo», dijo el delgado, siguiendo la afirmaci?n con una gran carcajada. «En realidad no me importa a quien se lleva a la cama nuestra doctora. No te olvides de que estamos aqu? solo para descubrir todo lo que sabe». Y mientras intentaba colocarse mejor en el asiento, porque la espalda empezaba a dolerle bastante, a?adi?: «Deber?amos haber encontrado la forma de poner una c?mara en ese maldito local». «S?, quiz?s bajo la mesa, as? habr?as podido verle los muslos». «Imb?cil. Pero, ?qui?n ha sido el idiota que te ha seleccionado para esta misi?n?». «Nuestro jefe, amigo m?o. Y te aconsejar?a evitar insultarlo, ya que ?l tambi?n sabe c?mo colocar micr?fonos y no creo que tenga problemas en poner alguno en este coche». El gordinfl?n se asust? y por un momento crey? que su coraz?n hab?a parado de latir. Estaba intentando ascender e insultar a su superior no era el mejor modo de avanzar. «Deja de decir tonter?as», dijo intentando ponerse serio y profesional. «Ded?cate a hacer bien tu trabajo e intentaremos volver a la base con algo concreto». Dicho esto, mir? un punto indefinido en la oscuridad, m?s all? del parabrisas levemente empa?ado. Elisa sac? del bolso su inseparable asistente digital, lo apoy? en la mesa y empez? a pasar algunas fotos. El coronel, curioso, intent? ver algo, pero el ?ngulo no se lo permiti?. Ella, cuando encontr? lo que buscaba, se levant? y se sent? en la silla junto a ?l. «Vale, ponte c?modo que la historia es larga. Intentar? resumirla todo lo que pueda». Deslizando r?pidamente el ?ndice en la pantalla del asistente digital, hizo aparecer una foto de una tabla grabada con extra?os dibujos y con escritos cuneiformes. «Esta es la foto de una de las tablas que se han encontrado en la tumba del Rey Baldovino II de Jerusal?n», continu? Elisa, «que se supone que fue el primero, en el a?o 1119, en abrir la Cueva de Macpela, llamada tambi?n Cueva de los Patriarcas, donde al parecer fueron enterrados Abraham y sus dos hijos, Isaac y Jacob. Estas tumbas se encuentran en el subsuelo de la que hoy llamamos Mezquita o Santuario de Abraham, en Hebr?n, Cisjordania». En ese momento, le ense?? una foto de la mezquita. «Dentro de las tumbas», prosigui? Elisa, «el Rey encontr?, adem?s de innumerables objetos de diversa ?ndole, una serie de tablas que pertenecieron a Abraham. Adem?s, se cree que ?stas pueden representar una especie de diario donde anotaba los momentos m?s importantes de su vida». «Una especie de “registro de viajes”», anticip? Jack, esperando impresionarla. «En cierto modo s?, ya que, para la ?poca, hab?a viajado bastante». Deslizando otra foto, Elisa continu? explicando: «Los mayores expertos de su idioma y de las modalidades de representaci?n gr?fica de la ?poca han intentado traducir lo que est? grabado en esta tabla. Las opiniones han estado, l?gicamente, muy divididas en algunas partes, pero todos est?n de acuerdo en que esto», dijo aumentando un detalle de la foto, «se traduzca como “jarr?n” o bien como “?nfora de los Dioses”. Luego est?n las palabras “sepultura”, “secreto” y “protecci?n” que tambi?n est?n bastante claras». Jack empezaba a estar un poco confundido, pero, asintiendo con la cabeza, intent? convencer a Elisa de que la estaba siguiendo perfectamente. Ella lo mir? un instante, y luego continu? diciendo: «Este s?mbolo, sin embargo», dijo toqueteando la pantalla para aclarar la imagen, «seg?n algunos, representa una tumba, la tumba de un Dios. Mientras que esta parte describir?a uno de los Dioses que advierte o incluso amenaza al pueblo reunido a su alrededor». El coronel, un poco por culpa del alcohol, un poco por el embriagante perfume que Elisa desprend?a a su alrededor, y un poco por los ojos de ella, en los que se hab?a perdido, no estaba entendiendo nada de nada. De todas formas, sigui? asintiendo como si todo estuviera clar?simo. «Entonces, resumiendo», continu? Elisa notando el continuo adormecimiento de Jack, «los expertos han interpretado el contenido de esta tablilla como la representaci?n de un evento que tuvo lugar en los tiempos de Abraham y en el cual, un presunto Dios o m?s gen?ricamente unos Dioses, habr?an escondido, enterr?ndolo alrededor de una de sus tumbas, algo muy preciado, al menos para ellos». «Me parece una afirmaci?n algo gen?rica», coment? Jack, intentando darse importancia. «Decir que han enterrado algo preciado cerca de una tumba de los Dioses no es como si tuvieras las coordenadas GPS. Podr?a referirse a cualquier cosa en cualquier lugar». «Tienes raz?n, pero todas las inscripciones, especialmente las que resalen a hace tanto tiempo, tienen que interpretarse y contextualizarse de alguna manera. Es por esto que existen los expertos y, mira por d?nde, yo soy una de ellos». Al decirlo, comenz? a imitar los movimientos de una modelo mientras es fotografiada por los paparazzi. «Vale, vale. S? que eres buena. Pero ahora intenta que entendamos algo los pobres ignorantes como yo». «B?sicamente», sigui? hablando Elisa mientras se recompon?a, «despu?s de haber analizado y comparado hallazgos hist?ricos de cualquier tipo, historias reales, leyendas, habladur?as y todo lo que he encontrado, las grandes “mentes” de la tierra han afirmado que esta reconstrucci?n tiene una parte de verdad. Sobre estas bases, se ha enviado a arque?logos de todo el mundo a la b?squeda de este lugar misterioso». «Pero entonces, ?qu? tiene que ver el ELSAD?», el coronel estaba recuperando sus funciones cerebrales, «a m? me hab?an dicho que estas investigaciones estaban orientadas a la recuperaci?n de supuestos artefactos nada menos que de origen alien?gena». «Y quiz?s sea precisamente as?», respondi? Elisa. «Ya se trata de una opini?n generalizada, que estos famosos “Dioses”, que en tiempos remotos merodeaban por la Tierra, no eran otra cosa que humanoides provenientes de un planeta externo a nuestro sistema solar. Dada su elevada tecnolog?a y sus notables conocimientos en el campo m?dico y cient?fico, no era tan dif?cil que los confundieran con Dioses capaces de realizar qui?n sabe qu? milagros». «Ya», interrumpi? Jack. «Yo tambi?n, si llegara con un helic?ptero Apache de combate en medio de una tribu del Amazonas central y empezara a lanzar misiles por todos lados, podr?a ser confundido con un Dios furioso». «?ste es exactamente el efecto que deben haber producido aquellos seres en los hombres de aquella ?poca. Hay quien dice, incluso, que fueron los alien?genas los que sembraron en el Homo Erectus la semilla de la inteligencia, transform?ndolo as?, en pocas decenas de miles de a?os, en lo que hoy conocemos como Homo sapiens sapiens». Elisa mir? atentamente al coronel que parec?a tener una expresi?n cada vez m?s asombrada y decidi? dar un golpe bajo. «A decir la verdad, como responsable de esta misi?n, cre?a que estabas m?s informado». «Yo tambi?n lo cre?a», dijo Jack. «Evidentemente, ah? arriba siguen la filosof?a habitual: cuanto menos se sabe, mejor es». La rabia estaba empezando a ocupar el lugar de la ?o?er?a anterior. Elisa se dio cuenta de esto, apoy? la PDA en la mesa y se acerc? a pocos cent?metros del rostro del coronel, que por un momento contuvo la respiraci?n pensando que realmente iba a besarle, y exclam? «?sta es la parte divertida». Volvi? de golpe a su sitio y le ense?? otra fotograf?a. «Mientras todos se lanzaron a la b?squeda de esta famosa “tumba de los Dioses”, hurgando entre las pir?mides egipcias, tumbas de los Dioses por excelencia, yo he formulado otra interpretaci?n de lo que est? grabado en la tablilla y creo que es la buena. Mira esto», y le ense?? satisfecha una imagen que mostraba el texto tal y como ella lo hab?a interpretado. Los dos compa?eros que, dentro del coche estaban escuchando la conversaci?n entre los dos comensales, habr?an dado cualquier cosa por ver la foto que la doctora estaba mostrando al coronel. «?Maldici?n!», despotric? el gordinfl?n. «Tenemos que encontrar la manera de poner las manos en esa PDA». «Esperemos que por lo menos uno de ellos lo lea en voz alta», a?adi? el delgado. «Esperemos tambi?n que esta “cenita rom?ntica” termine pronto. Me he cansado de estar aqu? fuera a oscuras y, adem?s, me estoy muriendo de hambre». «?Hambre? Pero, ?qu? dices? Si te has comido incluso mi parte de los bocadillos». «No toda, amigo m?o. Ha sobrado uno y ahora mismo me lo voy a comer», y mientras re?a satisfecho, se gir? para cogerlo de la bolsa apoyada en el asiento posterior. Pero, al girarse, golpe? con la rodilla el pulsante de encendido del sistema de grabaci?n que emiti? un d?bil beep y se apag?. «Pedazo de imb?cil, ?quieres tener cuidado?». El delgado intent? volver a encender r?pidamente el equipo. «Ahora tengo que reiniciar el sistema y necesitar? al menos un minuto. Reza para que no est?n diciendo nada importante, de lo contrario esta vez patear? tu enorme culo hasta el Golfo P?rsico». «Perd?n», dijo el gordinfl?n con solo un hilo de voz. «Creo que ha llegado el momento de ponerme a dieta». “Los Dioses sepultaron el jarr?n con el preciado contenido al sur del templo y ordenaron al pueblo no acercarse hasta su vuelta, de lo contrario cat?strofes tremendas se habr?an cernido sobre todos los habitantes. Para proteger el lugar, cuatro guardianes en llamas.” «?sta es mi traducci?n», afirm? orgullosamente Elisa. «La palabra exacta para m? no es “tumba”, sino “templo” y el Zigurat de Ur, donde estoy realizando mis investigaciones, no es otra cosa que un templo erigido para los Dioses. Claro, me dir?s que por esta zona hay muchos Zigurat, pero ninguno est? tan cerca de la casa que perteneci? a quien, presumiblemente, escribi? las tablillas: nuestro querido Abraham». «Muy interesante». El coronel estaba analizando atentamente el texto. «Efectivamente, la que todos han se?alado como la “Casa de Abraham” est? solo a unos doscientos metros del templo». «Adem?s, si aquellos seres fueran realmente alien?genas», continu? Elisa, «imagina lo interesante que ser?a, para vosotros los militares, el “jarr?n”. Quiz?s incluso m?s que su “preciado contenido”». Jack reflexion? durante un momento, luego dijo: «Este es el motivo del inter?s por parte del ELSAD. El jarr?n enterrado podr?a ser mucho m?s que un simple contenedor de barro». «Excelente. Y ahora, un giro inesperado», exclam? teatralmente Elisa. «Ladies and gentlemen, aqu? est? lo que he encontrado esta ma?ana». Toc? la pantalla y una nueva foto apareci? en la PDA. «Es el mismo s?mbolo que estaba en la tablilla», exclam? Jack. «Exacto. Pero esta foto la he hecho hoy», respondi? satisfecha Elisa. «Por lo que parece, Abraham, para indicar a los “Dioses”, ha utilizado la misma representaci?n que los Sumerios ya hab?an utilizado: una estrella con doce planetas alrededor de ella y que, casualmente, he encontrado tallada en la tapa del “contenedor” que estamos sacando a la luz». «Podr?a no significar nada», coment? Jack. «Quiz?s es solo una casualidad. El s?mbolo podr?a tener otros mil significados». «Ah, ?s?? Y entonces esto, seg?n t?, ?qu? es?», y le ense?? la ?ltima foto. «La hemos hecho desde el exterior del contenedor con nuestro aparato de rayos X port?til». Jack no pudo ocultar su cara de sorpresa al verlo. Nave espacial Theos – An?lisis de los datos Petri estaba a?n inmerso en el an?lisis de la sonda cuando Azakis, volviendo al puente de mando, dijo dirigi?ndose a su amigo: «Nos avisar?n». «Que quiere decir que nos las apa?emos solos», coment? amargamente Petri. «M?s o menos como de costumbre, ?no?», respondi? Azakis, d?ndole una palmadita en la espalda a su compa?ero de viaje. «?Qu? puedes decirme sobre ese amasijo de hierros?». «A parte del hecho de que ha faltado realmente poco para que nos ara?ara la pintura de la estructura externa, puedo confirmarte, casi con absoluta certeza, que nuestro amigo de tres aspas no ha transmitido ning?n mensaje. La sonda parece que ha sido dise?ada con la finalidad de analizar cuerpos celestes. Una especie de viajero solitario del espacio, que registra datos y los transmite con periodicidad a la base», y se?al? el detalle de la antena en el holograma que fluctuaba en la habitaci?n. «Probablemente hemos pasado demasiado r?pido como para que pueda haber registrado nuestra presencia», se atrevi? a suponer Azakis. «No solo eso, viejo amigo. Sus instrumentos de a bordo est?n programados para analizar objetos a una distancia de cientos de miles de kil?metros y nosotros le hemos pasado tan cerca que, si no estuvi?ramos en el vac?o, el movimiento del aire lo estar?a aun haciendo girar como una peonza». «Y ahora que nos hemos alejado, ?crees que puede detectar nuestra presencia?». «No lo creo. Definitivamente somos demasiado peque?os y r?pidos para formar parte de sus “intereses”». «Bien», exclam? Azakis. «?sta parece finalmente una buena noticia». «He intentado hacer un an?lisis del m?todo de transmisi?n adoptado por la sonda», continu? Petri. «Parece que no est? todav?a equipada con la tecnolog?a de “v?rtices de luz” como la nuestra, sino que utiliza a?n un viejo sistema de modulaci?n de frecuencia». «?No era el que utilizaban nuestros predecesores antes de la Gran Revoluci?n ?», pregunt? Azakis. «Exacto. No era demasiado eficiente, pero permiti? intercambiar informaci?n con todo el planeta durante much?simo tiempo y decididamente ha contribuido a que lleg?ramos donde estamos ahora». Azakis se sent? en el sill?n de mando, se mordisque? el dedo ?ndice, luego dijo: «Si este es el sistema de comunicaci?n utilizado actualmente en la Tierra, quiz?s incluso podamos ser capaces de captar alguna de sus transmisiones». «S?, quiz?s una buena pel?cula porno», coment? Petri sacando ligeramente la lengua por el lado izquierdo de la boca. «Deja de decir tonter?as. En cambio, ?por qu? no intentas readaptar nuestro sistema de comunicaci?n secundario para esta tecnolog?a?». «Entiendo. Me quedan varias horas de trabajo en ese min?sculo compartimento». «?Qu? te parece si comemos algo antes?», pregunt? Azakis anticipando la solicitud de su amigo, que imaginaba llegar?a algunos instantes despu?s. «Esta es la primera cosa sensata que te he escuchado decir hoy», respondi? Petri. «Todo este alboroto me ha abierto el apetito». «Vale, hagamos una pausa, pero yo decido lo que comemos. El h?gado de Nebir que elegiste ayer se ha quedado en mi pobre est?mago tanto tiempo que parec?a que hab?a echado ra?ces». Unos diez minutos despu?s, mientras los dos compa?eros de viaje estaban a?n intentando acabar su comida, en la Tierra, en el Centro de Control de Misiones de la NASA, un joven ingeniero detectaba una extra?a variaci?n de ruta de la sonda que estaba monitorizando. «Jefe», dijo en el micr?fono que ten?a a un cent?metro de la boca y que estaba conectado a sus auriculares. «Puede que tengamos un problema». «?Qu? tipo de problema?», se apresur? en responder el ingeniero responsable de la misi?n. «Parece que Juno, por alg?n motivo que todav?a ignoramos, ha sufrido una ligera variaci?n en la ruta establecida». «?Variaci?n? ?Y de cu?nto? Pero, ?a qu? se debe?». Ya ten?a sudores fr?os. El coste de aquella misi?n era desorbitado y nada deber?a torcerse. «Estoy analizando los datos en este preciso momento. La telemetr?a indica un desplazamiento de 0,01 grados sin ning?n motivo aparente. Todo parece estar funcionando correctamente». «Podr?a haber sido golpeada por un fragmento de roca», supuso el ingeniero anciano. «Despu?s de todo, el cintur?n de asteroides no est? tan lejos». «Juno se encuentra pr?cticamente en la ?rbita de J?piter y all? no deber?a haber ninguno», asegur? con mucho tacto el joven. «Y entonces, ?qu? ha sucedido? Tiene que haber necesariamente un fallo de alg?n tipo». Reflexion? durante un segundo y luego orden?: «Quiero un doble control en todo el equipo de a bordo. Los resultados en cinco minutos en mi ordenador», y cerr? la comunicaci?n. El joven ingeniero se dio cuenta repentinamente de la responsabilidad que le hab?an confiado. Se observ? las manos: temblaban ligeramente. Decidi? ignorarlas. Pidi? ayuda a un compa?ero para que realizara un check-up diferenciado de la sonda y cruz? los dedos. Los ordenadores empezaron a realizar secuencialmente todos los controles programados y, despu?s de algunos minutos, en su pantalla, aparecieron los resultados del an?lisis: Check-up completado. Todos los instrumentos est?n operativos. «Parece que todo est? bien», coment? su colega. «Y entonces, ?qu? demonios ha pasado? Si no lo descubrimos en los pr?ximos dos minutos, el jefe nos patear? el culo a ambos», y comenz? a teclear desesperadamente los mandos del teclado que ten?a delante. Nada de nada. Todo funciona perfectamente. Necesitaba inventarse algo, y ten?a que hacerlo r?pido. Empez? a dar golpecitos con los dedos en el escritorio. Continu? durante una decena de segundos, luego decidi? apelar a la primera regla del manual de comportamiento en el lugar de trabajo: nunca contradecir al jefe. Abri? el micr?fono y dijo de repente: «Jefe, ten?a usted raz?n. Ha sido un peque?o asteroide troyano que ha desviado la sonda. Afortunadamente, no la ha golpeado directamente, sino que ha pasado cerca de ella. Evidentemente, la masa del asteroide ha creado una m?nima atracci?n gravitacional en nuestro Juno, provocando as? la ligera variaci?n de ruta. Le estoy enviando los datos», y contuvo la respiraci?n. Despu?s de interminables instantes, a los auriculares lleg?, orgullosa, la voz del jefe: «Estaba seguro. Hijo m?o, el instinto del viejo lobo no se supera». Luego a?adi?: «Proceded a activar los motores de la sonda y corregir la ruta. No admitir? errores», y cerr? la conversaci?n. Un segundo despu?s, la volvi? a abrir diciendo: «Excelente trabajo chicos». El joven ingeniero se dio cuenta de que la sangre estaba volviendo a fluir en su cuerpo. Su coraz?n lat?a tan fuerte que lo sent?a palpitar en las orejas. Despu?s de todo, podr?a haber sido as?. Dirigi? la mirada hacia su colega y, levantando el dedo pulgar, le hizo un gesto de satisfacci?n. El otro respondi? gui?ando un ojo. Se hab?an librado, al menos por el momento. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=63375768&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.