Сосновая ветвь над гладью воды Сверкает в росе изумрудом Обласкана утренним солнца лучем В реке отражается чудом. На ряби реки лист кувшинки дрожит И лилия словно невеста - Под сенью сосны белизною слепит Чиста, непорочна и честна. И с хвоей мешая свой аромат Нектаром пьянищим дурманит, И синь отраженная в глади реки Своей бирюзой восхищает. Ласка

Lazos

lazos
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Lazos Roberta Mezzabarba "V?nculos, cuerdas hechas de gritos (Apollinaire). Al filo del nuevo milenio una nueva amenaza llega desde las tinieblas. Un ni?o ha sido salvado pero ahora un muchacho est? en peligro. Tres mujeres luchan. Nadie est? a salvo. El milenio ya no es milenio. Dos mil y Muerte. Una novela fascinante e intensa que mezcla thriller, suspense y esoterismo. Una Novela sobre la fuerza de los v?nculos del pasado y del presente. San Silvestre, 1999. Guglielmo y su vida aparentemente serena, sin sombras. Gemma, su novia, la ?nica por lo que ha sentido algo que ha ido m?s all? del placer f?sico. Angelica, una madre afectuosa y presente. Filiberto, padre fr?o y desapegado. Y, finalmente, Luana y Lucio, los antagonistas de la historia, los que intentar?n destruir la vida de Guglielmo, de arrebatarlo a sus seres queridos para llevar a cabo un proyecto diab?lico y descabellado de una mente enferma y demon?aca. Pero la vida tambi?n est? hecha de elecciones. ?Sabr? Guglielmo desasirse de los nudos que lo asfixian y volver a ser el due?o de su vida? Una novela con una trama compleja, tonos sombr?os y dram?ticos, una historia que atrapa y se deja leer de un tir?n, porque est? llena de suspense y de momentos de tensi?n que apasionan y mantienen la atenci?n. Haz clic aqu? y mira el BOOKTRAILER https://youtu.be/NtFL3BPhOC0 La novela LEG?MI ha recibido los siguientes reconocimientos en diversos concursos nacionales e internacionales en Italia 1) Premio a la excelencia en el Premio Internacional Citt? di Cattolica “Pegasus Litterary Awards XI Edici?n” 2) Menci?n Especial con Diploma de Excelencia en el Premio Literario Alda Merini 2019 3) Menci?n de Honor en el Concurso Literario Argentario 2019 IV edici?n. 4) Finalista en el Concurso Literario Internacional “L’ebbrezza della vita” en Gravina di Catania (CT) 5) Finalista en el Premio Literario Giovane Holden XIII° edici?n en Viareggio (LU) 6) Premio especial femenino reservado a las autoras que han producido obras de admirable profundidad en el Premio Literario Internacional Montefiore IX Edici?n 2019 en Montefiore Conca (RN) 7) 1° clasificado absoluto Narrativa Edita Premio Literario Nacional “Ti meriti un amore 2° Edici?n” en Massa Lombarda (RA) 8) Finalista en el Concurso Literario “La quercia di MYR 3° edici?n” en San Giacomo in Roburent (CN) 9) 3° clasificado en el Concurso Literario Citt? di Terni “Il Logo D’Oro – IXX Edizione) en Terni (TR) 10) Menci?n de honor en el Concurso Nacional e Internacional de Poes?a y Narrativa “Club della Poesia” en Cosenza 11) 3° clasificado en el Concurso Literario Nacional Amarganta 5° Edici?n en Rieti 12) Premio de la Cr?tica en el Concurso Literario 2019 “I poeti sono maestrali” en Trani (BT) 13) Menci?n de Honor en el Premio Bienal Internacional de Poes?a y Narrativa “Percorsi Letterari … dal Golfo dei Poeti Shelley e Byron, alla Val di Vara” en Ricc? del Golfo della Spezia (SP) 14) Menci?n de Honor premio literario Golden Holmes Awards 2020 en Napoli 15) Premio Especial de los Lectores en el Premio Literario Nacional ”Un Libro Amico Per L'inverno” 2019/2020 – IX Edici?n en Rende (CS) " Roberta Mezzabarba Lazos Esta es una obra de fantas?a. Nombres, personajes, ubicaciones y sucesos son imaginarios o son usados de manera ficticia y cualquier referencia a personas, vivas o muertas, a hechos o lugares existentes es puramente casual. Tituolo oroginale de la obra: Leg?mi Primera Edici?n noviembre 2018 IL PORTO © 2018 La Caravella Editrice Segunda Edici?n Publicado por ©Tektime mayo 2020 196 p?ginas www.traduzionelibri.it Roberta Mezzabarba Lazos Traductora: Mar?a Acosta D?az A los movimientos del alma que dan sentido a todo Prefacio San Silvestre 1979 El d?a se estaba desvaneciendo con sus fr?as luces invernales en un crep?sculo claro y sereno. Una respiraci?n forzada sal?a en forma de peque?as y brumosas nubes de los labios exang?es de la parturienta que yac?a sobre una s?bana arrugada, descompuesta, despeinada, casi falta de fuerzas. Otra mujer, tambi?n con el vientre hinchado, esperaba atemorizada, como una sombra, entre los gritos de dolor que rebotaban con ecos similares a polillas enloquecidas, aprisionadas entre los primitivos muros de aquella gran habitaci?n con el techo alto y oscuro. Fuera del gran ventanal, ?nica fuente de luz de aquel ambiente angosto, blindado por una reja de oscuras barras de hierro, el horizonte se extend?a inm?vil al final de los campos oscuros, cortando el tejido cer?leo del cielo con su hoja afilada. Durante un momento las dos mujeres se encontraron actuando de manera id?ntica: cuatro ojos miraron en la misma direcci?n, cuatro ojos se abrieron como platos, asombrados al ver la escena que se mostr? s?lo por un momento, apenas deformada por la superficie r?stica de aquellos vidrios seculares. Hacia la puesta de sol dos esferas contrapuestas y luminosas se enfrentaban, una al final de su camino, la otra en los primeros instantes de su trayecto. Ante aquella visi?n, pensamientos sin un sentido aparente nacieron en la mente de la joven mujer extendida sobre la cama: ve?a mucho dolor, inc?gnitas antiguas como el universo, heridas de dolor y de nostalgia, anhelo morboso de que aquel encuentro pudiese repetirse de alguna manera, incluso la m?s impensable. En la sombra, un hombre con los labios delgados, sonre?a: su primera flor estaba a punto de florecer. En un instante el sol desapareci? de la vista de las dos mujeres: en ese momento saborearon las primeras gotas de un veneno que pod?a llevar el mundo a la locura, sin posibilidad de retorno. Sin anunciarse, como cuando un dique es arrollado por la potencia de las corrientes que durante siglos lo han rozado, las contracciones volvieron a invadir el cuerpo de la parturienta. Le pareci? que el dolor no la dejaba ni siquiera respirar mientras los largos minutos discurr?an mezclados con gotas de sudor. La garganta de Silene rugi? con un grito de dolor y de liberaci?n infinito, culmen de sus sufrimientos, luego se liber? en el aire el llanto del peque?o que acababa de superar la gran prueba del parto. Se balanceaba, quiz?s todav?a preso del p?nico al sentirse apartado de aquel lugar eterno y caliente que hasta entonces lo hab?a protegido y alimentado. Silene relaj? los m?sculos tensos hasta el espasmo y, cansada, mir? a su hijo: el cord?n umbilical todav?a no hab?a sido cortado y ?l era tan peque?o… hab?a sabido que era un var?n en cuanto advirti? su presencia en el regazo. Con un hilo de voz lo llam? con el nombre que en los largos meses del embarazo hab?a pensado para ?l: Guglielmo, este ser? t? nombre, mi peque?o. Lo hab?a escogido entre miles, lo hab?a buscado con cuidado porque quer?a para su hijo un nombre que pudiese protegerlo (extra?a idea) y, en fin, hab?a escogido uno en desuso y quiz?s un poco anticuado porque significa hombre que con su tenaz voluntad de vivir se defiende de los ataques de los otros. Ella ten?a experiencia en el significado de palabras como soledad, marginaci?n, dolor, violencia y precisamente para su hijo nacido de la violencia quer?a una vida distinta. Inmersa en esos pensamientos Silene advirti? un dolor sutil en el pecho pero no se par? a tenerlo en cuenta: s?lo imagin? que la excesiva felicidad que sent?a presionaba con fuerza desde el estern?n, que no consegu?a contenerla totalmente. Ella y su peque?o hab?an logrado sobrevivir a aquel parto, contrariamente a las pesadillas que la hab?an perseguido: ?ltimamente en sus sue?os ve?a una muerte y el comienzo de un tiempo lleno de sombras y dolor. Lleno de esa felicidad tan ef?mera su coraz?n dej? de latir en pocos segundos. Silene se hab?a apagado con la imagen de su hijo Guglielmo impresa en sus ojos, casi sin darse cuenta, sin sentir inquietud por el fin que le esperaba a ella y a su peque?o… La historia de aquella extra?a noche que podr?a parecer inveros?mil a un oyente normal, resonar?a m?s adelante, en un futuro, como una de esas premoniciones que a los ancianos videntes les complace contar en las noches de tormenta…hab?a una vez una joven mujer que fue secuestrada el d?a en que deb?a dar a luz un ni?o… El hombre que hab?a gozado en la sombra de cada uno de los gemidos de dolor de Silene hab?a escapado: de todas maneras todo ir?a como la seda. Hab?a trabajado tan bien que, aunque una de las dos mujeres hab?a muerto, no ten?a importancia: deber?a s?lo cambiar ligeramente sus planes. La luna brillaba en lo alto del cielo, negro como la pez. Lina, la mujer que se hab?a quedado en la sombra, estaba perturbada, paralizada por el terror. Cuando decidi? acercarse a Silene, sus sospechas cobraron vida… estaba muerta y la luna estaba ya arriba en el cielo: fue entonces, y s?lo por un momento, que su mente volvi? a recordar n?tidamente el sol y la luna que tocaban al mismo tiempo la l?nea del cielo, cruzando sus destinos s?lo durante un suspiro… tampoco ella sab?a, como Silene, que aquello que hab?a visto no era s?lo una simple coincidencia, y por lo tanto, no conoc?a bien el significado que deb?a atribuir a aquello de lo que hab?a sido testigo. El sol se hab?a puesto, Silene hab?a sido arrastrada a las tinieblas con el coraz?n destrozado… quedaban s?lo el peque?o Guglielmo y una gran luna roja de sangre en el cielo. Ese pensamiento la devolvi? a la realidad, ten?a una misi?n que cumplir. El hombre, probablemente, no hab?a previsto que Silene muriese y ella no ten?a ni la m?s m?nima idea de qu? hacer en ese momento con el ni?o. Lo decidi? en un decir Jes?s: no contar?a jam?s a nadie lo que hab?a sucedido. El peque?o, criado en una familia normal, que no ten?a nada que ver con aquella horrible noche, no correr?a ning?n peligro. Por otra parte, si aquel hombre no estaba loco ya no la buscar?a m?s: era un peligro demasiado grande el que correr?a exponi?ndose de aquella manera. Todo hab?a acabado. Un escalofr?o helado la golpe? en los ri?ones y un dolor agudo, serpenteante, le envolvi? el vientre. Sin pensar envolvi? al peque?o, que se hab?a adormecido, en el camis?n con el cual Silene hab?a sido raptada y abandon? aquellos primitivos y t?tricos muros que la separaban del aire fresco de la noche: dej? a sus espaldas el cad?ver de Silene todav?a caliente, decidida a abandonar al reci?n nacido en la primera casa que encontrase. El destino se hab?a cumplido. PRIMERA PARTE Y luego estoy solo. Queda la dulce compa??a de luminosas mentiras.     Sandro Penna Uno Diciembre, 1999 El aire del gimnasio era una mezcla de olores, perfumes acres de epidermis sudadas y de cansancio f?sico llevado hasta el extremo. Guglielmo estaba levantando una barra de pesas brillantes, los dedos apretados con un agarre de hierro, los b?ceps atravesados por las bandas musculares evidenciadas por el esfuerzo, la piel ligeramente bronceada reluciente de sudor… Adoraba aquellas tardes despreocupadas que pod?a pasar en aquel ambiente, desahogando con el esfuerzo f?sico la peor parte de s? mismo. Observaba despreocupado los cuerpos envueltos en adherentes ch?ndales de colores llamativos. ?vido investigaba los cuerpos y las almas en contraluz de aquellas muchachas, segu?a sus movimientos, las expresiones de los rostros, los cabellos que flotaban en el aire, por millones, los innumerables fragmentos de vida que nunca conocer?a. En el banco de al lado, mientras tanto, ocup? el puesto uno de sus compa?eros de universidad con el que, a menudo, se encontraba tambi?n en el gimnasio: Claudio. « ?Qu? haces? Siempre babeando detr?s del sexo opuesto, ?eh? » Ante aquellas palabras Claudio hab?a fijado la mirada en una muchacha flexible que rellenaba perfectamente unos leotardos de color verde agua. «Bueno, ?te tengo que dar la raz?n! Aunque yo no crea en Dios, en ciertos momentos debo admitir que debe existir algo realmente bueno y misericordioso para dar vida a criaturas tan hermosas…» Claudio era un muchacho muy susceptible a la fascinaci?n femenina. Mientras continuaba levantando pesas por encima de la cabeza, Guglielmo miraba a un grupo de cinco muchachas que hablaban entre ellas, gesticulando ligeramente. «Sabes. Cuando era peque?o me gustaba mucho estar en la habitaci?n donde mi madre recib?a a sus amigas. Me gustaba la manera en que ellas, olvid?ndose de mi presencia, hablaban libremente sobre hombres, sin pudor, sin tapujos; hablaban de lo f?cil que era predecirles y engatusarles. Estaba totalmente fascinado por esas conversaciones y todas las veces me promet?a no convertirme, al crecer, en un hombre como los de sus charlas. Me sent?a casi obligado a no desilusionar a las mujeres debido a que me hab?an permitido conocerlas desde dentro. Luego he aprendido que a una mujer le gusta un hombre tambi?n por todas las cosas que no consigue entender, incluso por los puntos de incomunicaci?n, tambi?n porque estamos aqu? mir?ndolas como si fuesen dulces en el escaparate de una pasteler?a, con la boca que se nos hace agua.» «T?, Guglielmo, ?eres tan sentimental y filos?fico que me quieres hacer creer que observas a estas bellezas s?lo con ojo cl?nico, para enriquecer tu conocimiento del universo femenino? » Claudio se esforzaba por mantener una expresi?n seria: para ?l era dif?cil, si no imposible, concebir un inter?s distinto del sexual por una mujer. Una risotada aclar? de nuevo a Guglielmo la opini?n que ten?a Claudio sobre el tema. «Siempre el mismo: t? vender?as tu alma para trabajar de ginec?logo, s?lo para… a m?, de las mujeres me gusta todo, tambi?n la cabeza, sus pensamientos, y me gusta, sobre todo, no desilusionarlas, me gusta darles lo que desean de m?. » Guglielmo era un joven con grandes esperanzas: alto, los cabellos oscuros ligeramente ondulados, la tez dorada, las piernas torneadas y largas sosten?an un f?sico delgado, pero no esquel?tico. Ten?a los dedos largos y armoniosos que terminaban con una u?as lisas y grandes como almendras peladas. Una vez en un mercadillo una gitana le hab?a le?do la mano y se hab?a quedado fascinada por esta caracter?stica suya, confi?ndole que las u?as tan grandes se desarrollan en sujetos que hab?a tenido que luchar con la vida y contra la muerte. Guglielmo no le hab?a dado mucha importancia a la charla de una mujer habituada a inventar historias para vivir. En su memoria no hab?a ning?n rastro de ninguna lucha por la supervivencia. Aquella gitana, sin embargo, se hab?a despedido de ?l con una afirmaci?n que recordaba perfectamente: Nadie recuerda ciertos sufrimientos; se deslizan silenciosamente en la sangre, en caso contrario todos estar?ais destinados a la locura o a la condenaci?n… Dos Angelica era una mujer apacible. Su car?cter resaltaba sin menoscabo de su aspecto f?sico: delgada, casi gr?cil, las manos delicadas, las u?as rosadas, peque?as y perfectas como min?sculos p?talos de rosa, observaba el mundo con los ojos azul cielo y un alma limpia. A menudo su edad resultaba indescifrable, un secreto escondido y cambiante: durante un instante parec?a una joven e indefensa cervatilla que se asomaba por primera vez a la vida con paso incierto, poco despu?s aparec?a la alta columna de un templo antiguo y con historia, irresistible, estable, con la memoria milenaria de los hechos de los que hab?a sido mudo testigo. Ella y su marido Filiberto viv?an en una magn?fica casa llena de molduras, de cuadros de colores sombr?os, de cortinas pesadas y drapeadas, de adornos que habr?an podido contar por si solos la historia de casi todos sus antepasados. Su existencia era tranquila, casi fuera de lo com?n. Angelica amaba a su marido y ?l, aunque era poco propenso a dejar traslucir sus sentimientos, intentaba apoyarla en todos sus caprichos, en todas sus necesidades. Filiberto hab?a demostrado el amor que lo ligaba a su mujer en distintas ocasiones pero aquella que ella hab?a apreciado m?s se remontaba a veinte a?os antes. Era una noche oscura con una luna pavorosamente grande, cuando a su puerta llam? una mujer embarazada con la mirada aterrorizada. Llevaba entre las manos un paquete andrajoso del que proven?an unos gemidos. «Haceos cargo de este peque?o, su madre… no puede… lo ha abandonado… ha muerto y yo no tengo ya fuerzas para llamar a otra puerta, dentro de poco tendr? que traer al mundo a mi hijo… alguien os lo agradecer?. Su nombre es Guglielmo. S?lo os pido una cosa: no cont?is jam?s a nadie esto… jam?s.» Angelica no hab?a conseguido nunca terminar un embarazo: parec?a que su f?sico rechazaba llevar el peso de una nueva vida. Aquella extra?a visita, en esa extra?a noche, hab?a sido para ella como un mensaje divino escrito con letras de fuego en el cielo. Con la llegada del peque?o Guglielmo, Angelica hab?a comprendido que hab?a llegado la hora de poner fin a una serie de fallidos intentos de engendrar un ni?o. Se sent?a tan da?ada de cuerpo como de mente… Seguramente, pens? ella, Guglielmo hab?a sido un premio, un bomb?n, un calmante para sobrevivir al dolor que la percepci?n de su deficiente predisposici?n a concebir hijos le causar?a. Angelica cogi? de los brazos de aquella desconocida a aquel peque?o, sin decir una palabra, sin saber nada de lo que hab?a ocurrido nueve meses antes, ni aquella noche. La desconocida se fue, con un andar fatigado por el peso de la vida que custodiaba, en la noche que casi la envolv?a furtivamente, con sus manos enguantadas, sin hacer ruido. Antes de desaparecer por completo engullida por las tinieblas fue sacudida por una violenta contracci?n que la oblig? a echarse a tierra. Busc? con la mirada la puerta todav?a abierta de la que sal?a una luz tenue que perfilaba con claridad la figura de la mujer con el largo camis?n con el ni?o, todav?a envuelto en los trapos que lo hab?an visto nacer, estrechado entre los brazos, y de aquel hombre de espesos y oscuros bigotes que estaba a su lado con la mirada recelosa. Angelica suplic? a su marido que ayudase a la mujer, acompa??ndola al hospital. El hombre la recogi? de la carretera y con indiferencia la condujo hasta el coche para luego dejarla en el hospital. Filiberto hab?a advertido algo extra?o en la mujer que se hab?a presentado ante su puerta con aquel beb?, pero su mujer lo hab?a mirado fijamente, con una mirada tan suplicante que no hab?a podido negarle la felicidad de cuidar un ni?o. Desde aquella noche no supieron nada m?s de ella. Obedeciendo al deseo de la mujer hab?an contado a todos la adopci?n del ni?o llevada a cabo debido al inter?s de amigos muy influyentes. Filiberto, alto oficial del ej?rcito, esquivo, seguidor de las normas, de todas las normas de este mundo, con dos bigotes afilados que le separaban los labios finos de la nariz puntiaguda, hab?a vivido con el hijo, desde sus primeros a?os, una relaci?n hecha de silencios. A ?l le hubiera gustado un recluta al que adiestrar, quiz?s porque no conoc?a otra manera de comunicarse con sus semejantes, Guglielmo, en cambio, con su car?cter fuera de lo normal, a veces un poco rebelde, no pod?a encerrar su gozo por la vida en un uniforme que lo habr?a obligado a una serie infinita de S? se?or. No hab?a conflictos. Nunca hab?an ocurrido enfrentamientos directos pero estaba claro que Guglielmo sent?a poco la presencia del padre. Con su aversi?n a la vida militar, a todas las formalidades que aquel universo pretend?a, realmente habr?a incumplido las expectativas de su padre, un hombre habituado durante mucho tiempo a que no le contradijesen, jam?s. Tres Estaban acabando los preparativos para despedir el segundo milenio: por todas partes se o?a hablar de fiestas, veladas, cenas enormes, grandes bailes de disfraces, un Hallowen del fin del milenio, para ahuyentar la mala suerte y comenzar el Dos mil con la convicci?n de haber hecho todo lo posible para olvidar los problemas del siglo XX, comenzado con una p?gina en blanco un nuevo cap?tulo, si no con la certeza de mejorar, al menos con el beneficio de la duda. Guglielmo participaba activamente en la organizaci?n e intercalaba, con las horas fren?ticas de los preparativos, momentos de estudio: estaba preparando una investigaci?n sobre los miedos del pueblo medieval en el A?o Mil. Extra?o tema, hab?a pensado, cuando el profesor de Historia Medieval se lo hab?a asignado para la tesina pero, luego, cuando hab?a comenzado a investigar se hab?a dado cuenta de que pod?a resultar un tema interesante, tambi?n porque se hab?a convertido en excitante por el hecho de que no hab?a muchos textos que mencionasen el estado de ?nimo que hab?an afectado a los ciudadanos del A?o Mil. El conserje de la biblioteca de la universidad lo ve?a agarrado a las escaleras defectuosas revolviendo, entre las estanter?as m?s altas, libros polvorientos que no hab?an sido tocados en decenas de a?os. Lo ve?a bajarlos a la mesa, hojearlos, buscando afanosamente algo que lo ayudase a comprender mejor aquel oscuro misterio. A menudo su trabajo se demostraba vano, en muchos textos el A?o Mil ni siquiera estaba documentado, s?lo aparec?a alguna noticia corta y poco significativa que se remontaba a un a?o antes o algunos a?os despu?s del milenio del nacimiento del Redentor. Guglielmo viv?a ese per?odo, sin embargo, en una doble dimensi?n: por una parte la m?s espont?nea y que lo un?a a los prop?sitos de sus coet?neos, completamente empe?ados en enterrar deliberadamente todo lo que quedaba de los ?ltimos respiros del a?o mil novecientos noventa y nueve, preparando bailes, m?sica, grandes fiestas para celebrar dignamente esta muerte anunciada, a la que nadie llorar?a; por otra, se encontraba separado del resto, completamente atrapado en excavar, desesperadamente, entre las ruinas de diez siglos la b?squeda de un indicio, una pista, una luz aunque fuese d?bil que lo guiase en el descubrimiento de lo que atemoriz? al pueblo que hab?a atravesado el primer cambio de milenio. Manten?a encerradas dentro de ?l estas emociones y a menudo, en los momentos m?s impensables, se preguntaba porqu? ?l y sus amigos, aut?nticos representantes de la especie habitantes del segundo milenio, no sent?an un poco de miedo al preparase para vivir la transici?n del viejo al nuevo. Quiz?s, pensaba, ?era la inconsciencia que aliviaba todo tipo de miedo o el demasiado conocimiento hab?a cegado las mentes priv?ndolas de la capacidad de discernir la proximidad de un per?odo tan inminente? No hablaba con nadie de estas teor?as suyas, las escond?a casi amorosamente, en la oscuridad de las habitaciones iluminadas s?lo por tenues l?mparas que convert?an en todav?a m?s sugestiva su investigaci?n. Ten?a una novia, Gemma, que era su pareja fija desde hac?a unos meses. Antes de aquella historia no hab?a puesto jam?s a prueba su monogamia, hab?a revoloteado de flor en flor, llegando a permitirse la compa??a de cuatro chicas al mismo tiempo: lo m?s asombroso era que hubiese conseguido tener siempre la situaci?n controlada sin herir a ninguna de sus chicas. Admirable. Ahora, sin embargo, desde que hab?a conocido a Gemma le parec?a que ella sola bastaba para cubrir el vac?o de decenas de chicas: no ten?a nada en com?n con aquellas que hab?a conocido antes, no era un t?a f?cil, no le gustaban los sitios oscuros, ten?a una monta?a de cabello rubios rizados, revueltos de manera salvaje. Se sentaban a menudo en los bancos del parque, al fr?o sol de diciembre, y Guglielmo siempre se perd?a en los reflejos dorados de aquella melena, como hipnotizado por el destello de una joya. Era por la ma?ana temprano del ?ltimo martes del a?o y Guglielmo se encontraba en la biblioteca. Se hab?a levantado con la convicci?n de que ese ser?a el d?a en el que encontrar?a algo interesante. Hab?a sacado de la ?ltima estanter?a llena de vol?menes aparentemente antiguos, un peque?o libro de p?ginas muy finas y amarillentas, distinto de todos los dem?s: Guglielmo abri? el libro y se sumergi? entre aquellas letras, y ley?: La imagen del A?o Mil, que perdura todav?a hoy, es la de un pueblo aterrorizado por la inminencia del fin del mundo […] en la consciencia colectiva los esquemas milenaristas no han perdido del todo en nuestros d?as su facultad de seducci?n […] el Medioevo, ?poca oscura, esclava, madre de todas las supersticiones g?ticas […] la primera descripci?n de los terrores del A?o Mil aparece cuando triunfa el nuevo humanismo y responde al desprecio que profesaba la joven cultura de Occidente por los siglos oscuros y burdos de los cuales sal?a, de los que renegaba para observar, m?s all? del abismo de barbarie, hacia la antig?edad, su modelo […] en el medio de las tinieblas, el A?o Mil, ant?tesis del Renacimiento, ofrec?a el espect?culo de la muerte y de la prosternaci?n insensata. ?Lo hab?a encontrado! Hab?a encontrado un cabo de aquella madeja tan intrincada, una peque?a esperanza que, quiz?s, promet?a llevarlo lejos, muy lejos. Apoy? la palma de ambas manos sobre las p?ginas abiertas de aquel libro y solt? un gran suspiro, estir? la espina dorsal sobre el respaldo de la r?gida silla y ech? la cabeza hacia atr?s. Si ese d?a no hubiese encontrado una pista, incluso muy peque?a, habr?a pedido una entrevista con el profesor de Historia Medieval declarando su imposibilidad de seguir adelante con la elaboraci?n de su tesina. Volvi? a su lectura, confirmando sus sospechas sobre la escasez de noticias de aquel per?odo. En los d?as de terror, si es que hab?a habido alg?n temor, a que llegase el fin del mundo, todos estaban demasiado ocupados en vender sus almas y otros bienes como para ocuparse de describir el estado de ?nimo de la gente. Cuando, luego, el miedo pas?, quiz?s, a muchos les debi? parecer fuera de lugar ponerse a contar cosas de un peligro que la posteridad habr?a entendido como imaginario. Para agravar la situaci?n, Guglielmo sab?a bien que ninguno de los literatos de esa ?poca se habr?a interrogado sobre las condiciones de la vida mental del pueblo: se tomaban en consideraci?n y se pon?an de relieve s?lo las cosas excepcionales, lo inusual, s?lo aquello que interrump?a el curso ordenado de los hechos. El mundo salvaje, la naturaleza casi virgen, los hombres todav?a poco numerosos, provistos s?lo de instrumentos rudimentarios, que luchaban con las manos desnudas contra fuerzas vegetales y poderes de la tierra, incapaces de dominarlas, arranc?ndoles con esfuerzo un escaso sustento, arruinados por la intemperie, flagelados peri?dicamente por la carest?a y las enfermedades, constantemente aquejados por el hambre […] una sociedad muy jerarquizada, masas de esclavos, un pueblo campesino en la m?s absoluta miseria, completamente sometido al dominio de las pocas familias que se despliegan en ramas m?s o menos ilustres, pero que la fuerza de los v?nculos de parentesco re?ne en torno a un ?nico tronco. Hubiera querido encontrar noticias, historias, sobre esos pueblos tan angustiados por la vida ordinaria y por el miedo por el inminente fin del mundo que parec?a planear sobre ellos como una sombra. Sus o?dos no hab?an escuchado ning?n ruido pero una sombra, que hab?a oscurecido casi completamente las p?ginas de aquel libro que absorb?a toda su atenci?n, lo sobresalt? mientras pensaba. Un poco molesto Guglielmo levant? la mirada pr?cticamente seguro de encontrarse de frente con el conserje, curioso por conocer si hab?a encontrado algo para su investigaci?n. Su expresi?n disgustada se transform? en sorpresa cuando, en cambio, vio a Gemma, con los brazos cruzados sobre el pecho y con una media sonrisa sobre aquel rostro que, ya de por s?, era una primavera. Quedaron mir?ndose durante unos segundos, inm?viles cada uno en su posici?n, casi como si estuviesen en el palco de un teatro. Gemma vest?a un twinset[1 - Nota del traductor: Conjunto compuesto por un jersey fino y una rebeca del mismo color; popularizado por Jane Fontaine en la pel?cula Rebeca.] verde salvia: parec?a que la misma ma?ana hubiese arrancado dos peque?as bolitas de aquella lana para colorear los iris de sus ojos con los que de manera insistente miraba a Guglielmo, estudi?ndolo en cada detalle, en cada gesto, escarbando incansablemente debajo de su aspecto exterior a la caza de alg?n pensamiento que hubiese escapado a su control. Era una chica inteligente. Se coloc? en una silla cercana a la ocupada por Guglielmo, apoyando su mano sobre la de ?l, todav?a acomodada sobre las fin?simas p?ginas del libro, que parec?a que lo hab?a salvado del precipicio de la desesperaci?n de no poder encontrar nada que saciase sus ansias de saber, de conocer los sentimientos, las conmociones y las frustraciones que hab?an angustiado la existencia de los hombres que hab?an vivido en el A?o Mil. «?Cre?a que hab?as desaparecido en las fauces de alg?n drag?n escupe fuego!» una risa cristalina sali? de los labios de la muchacha. «He pasado por tu casa y tu madre me ha dicho que esta ma?ana ni te han sentido salir y yo he pensado que seguramente en tus sue?os hab?as tenido una idea genial para tu tesina. ?Y qu? lugar mejor para Guglielmo si no una biblioteca para sacar partido a todas tus energ?as matutinas?» Gemma se hab?a acercado a Guglielmo peligrosamente, era consciente de ello, al que hab?a comenzado a conocer desde hac?a alg?n tiempo. Estando tan cerca arriesgaba mucho… Pero quiz?s era aquello lo que deseaba, un enfrentamiento amoroso a primera hora de la ma?ana, entre las estanter?as de la biblioteca… Estaba cambiando. Gemma se daba cuenta de la metamorfosis que lentamente la estaba llevando desde su forma de cris?lida hasta liberar en el aire las espl?ndidas alas de mariposa. Comenzaba a tener pensamientos extra?os, deseos que jam?s hab?a advertido antes de ahora. Y todo suced?a a causa de Guglielmo. La vio asomarse desde la posici?n que ocupaba, hacia ?l, con un movimiento fluido, sensual. Durante unos segundos se miraron a los ojos, distantes s?lo unos pocos cent?metros, tanto que pod?an advertir el h?lito c?lido de sus respiraciones sobre la piel del rostro, luego las pesta?as de Gemma ocultaron la luz de sus ojos, su rostro se inclin? de manera imperceptible, su nariz roz? la de Guglielmo, y un instante despu?s sus labios se unieron. Siempre ocurr?a de la misma manera. La magia envolv?a esos momentos con una niebla fin?sima e impenetrable, un impulso incontrolable envolv?a como humeante espiral la mente de Guglielmo, confundi?ndole con susurros jam?s escuchados, conduci?ndolo a lugares que s?lo su fantas?a pod?a contener. «?Has encontrado algo sobre estos milenaristas atemorizados por el fin del mundo?» «S?, Gemma, he encontrado algo, aunque muy vaga e infinitamente peque?a con respecto a lo que esperaba hallar, pero es un principio, de todas formas. El misterio que envuelve estos hechos es innatural, no me convence. Quiz?s hay algo m?s de lo que fue escrito, hace decenas, cientos de a?os, algo que nadie deb?a conocer jam?s. Qui?n sabe si yo podr? alcanzar esa meta…» La mirada de Guglielmo estaba perdida en la nada, como si desde un agujero en la atm?sfera pudiese conseguir ver las cosas que a ning?n mortal le estaba permitido ver. «Tu madre me ha dicho que ayer por la noche has tenido un enfrentamiento con tu padre, estaba un poco molesta, y no puedo no darle la raz?n… ?no podr?as por lo menos intentar…?» «Venga. Gemma, sabes perfectamente c?mo est?n las cosas. No depende de m?. Ayer por la noche estaba en el sal?n consultando algunos libros que hab?a cogido en la biblioteca, y ?l ha comenzado a decir que no deber?a perder tanto tiempo con los libros, la vida es otra cosa… como si ?l lo supiese realmente… Gemma, no quiero que ?l me modele a imagen y semejanza de sus antepasados, soldados profesionales, eslab?n de una tradici?n inviolable. Quiero a mi familia, pero no quiero sentir su presencia como una soga alrededor del cuello, no quiero a cada peque?o movimiento sentirme ahogado, no quiero que ellos decidan por m?. Claro que mis padres me han tra?do al mundo, me han educado, son ellos los que han conseguido convertirme en lo que soy, pero no quiero que me pasen por encima en las decisiones que ata?en a mi futuro. ?Consigues entenderme?» Gemma lo miraba con una sonrisa dulce y comprensiva. No le gustaba que ?l sufriese de esa manera, pero sent?a que no pod?a ayudarle porque sab?a que los asuntos de familia eran eso, asuntos de familia. Despu?s de haber formulado mentalmente aquel pensamiento, sin decir una palabra, la muchacha volvi? a la realidad mirando su reloj de pulsera. Eran las diez y tres cuartos y su lecci?n de Historia de las Civilizaciones comenzar?a en un cuarto de hora. As? que se levant? de la silla y coloc? en sus hombros las asas de una mochila negra, de la que no se separaba jam?s: «Guli, me debo despedir, ?porras!, si no me doy prisa lleg? tarde a clase. Nos vemos esta noche.» Un beso r?pido sobre la frente de Guglielmo, luego desapareci? entre las estanter?as de libros, casi engullida por todo aquel papel. Cuatro Guglielmo continuaba con la lectura de aquel librito del que, despu?s de una b?squeda minuciosa, tambi?n hab?a conseguido recuperar la cubierta que le hab?a descubierto el nombre del autor. Aquellas p?ginas que hab?an comenzado a dar gran parte de las respuestas que buscaba eran de un tal Duby y se llamaban El A?o Mil. Hab?a cogido aquel peque?o volumen de la biblioteca, bajo la curiosa mirada del conserje, para llev?rselo a casa y leer en paz lo que le quedaba por analizar. Eran las tantas de la noche y ?l, tendido en la cama, con el libro apoyado sobre el pecho, ?vido, recorr?a las palabras en las p?ginas buscando algo que todav?a desconoc?a. […] de la era feudal, queda una sola cr?nica que habla del A?o Mil como un a?o tr?gico: la de Sigerberto de Germbloux. Se vivieron en esos d?as muchos prodigios, un espantoso terremoto, un cometa con su cola resplandeciente; la luz v?vida e intensa inund? hasta el interior de las casas y en el cielo, que pareci? cortarse, dibuj? la imagen de una serpiente. […] Muchos al verlo creyeron que era el anuncio del ?ltimo d?a. […] en los Annali di Saint”Benoit”sur”Loire una noticia tan importante sobre el a?o 1003, que se destac? por inundaciones ins?litas, un milagro, el nacimiento de un monstruo que los padres ahogaron; pero el sitio del a?o 1000 de la encarnaci?n qued? vac?o. M?s adelante encontr? una referencia, pocas l?neas, que atrajeron su atenci?n de manera particular. Abbone, abad de Saint- Benoit-su-Loire dej? por escrito un recuerdo de su juventud: […] a prop?sito del fin del mundo, escuch? predicar al pueblo en una iglesia de Par?s que el Anticristo vendr?a al final del A?o Mil y que el juicio universal vendr?a a continuaci?n. Le?a esas palabras mientras su mente divagaba, llegando hasta el almac?n de la memoria donde encontr? el recuerdo de un hecho de algunos a?os antes. En el a?o mil novecientos noventa y siete un cometa, llamado Hale”Bopp, hab?a llegado a ser visible en todas partes con el equinoccio de primavera. Un extra?o evento se produjo debido a su permanencia en el cielo: una treintena de adeptos de una secta religiosa de la California meridional, expertos en cibern?tica, pusieron en marcha un suicidio colectivo, con la convicci?n de que con la muerte podr?an alcanzar una astronave alien?gena que viajaba en la cola del cometa para llegar a un estadio m?s all? de lo humano. En un video clip que hab?an realizado durante el suicidio afirmaban que se sent?an unos elegidos, unos afortunados, admitidos para gozar de la liberaci?n de las miserias humanas. En el mismo a?o una serie de calamidades hab?a flagelado, aqu? y all?, a las pobres ?nimas del globo terrestre sin una l?gica: terremotos, fuertes vientos, lluvias torrenciales, trombas de agua. Parec?a que la historia se repet?a. En otro escrito, del que hab?a fotocopiado s?lo algunas p?ginas, Jules Michelet contaba el mismo fin del mundo por parte de los oprimidos como una liberaci?n de las penas que los atormentaban. El prisionero esperaba en el negro torre?n, en la celda sepulcral; el siervo esperaba en su surco, a la sombra de la odiosa torre; el monje esperaba, entre la abstinencia del convento, entre la agitaci?n solitaria del coraz?n, en medio a las tentaciones y las ca?das, a los remordimientos y a extra?as visiones, miserable broma del diablo que retozaba cruelmente a su alrededor, y que por la noche sac?ndole la manta, le dec?a alegremente al o?do ?T? est?s condenado! Todos deseaban salir de su penosa condici?n sin importar el precio. Y por otra parte deb?a tener una cierta fascinaci?n, ese momento en que la aguda y lacerante tromba habr?a golpeado el o?do de los tiranos. Entonces desde el torre?n, desde el convento, desde el surco explotar?a una terrible risotada en medio de los lloros. Para desmitificar el suicidio colectivo los estudiosos de los a?os noventa se hab?an esforzado en convencer a las masas que aquel punto detr?s de la cola del cometa era s?lo una estrella y que a los componentes de la secta les hab?a lavado el cerebro su l?der, pero los peri?dicos segu?an con los titulares encendidos y alusivos. ?Ser?a verdad que el fin del mundo estaba tan cerca? ?Ser?a verdad que los terrores de un nuevo medioevo invadir?an en pocos a?os a toda la humanidad? La mente de Guglielmo corr?a veloz, comparaba teor?as, enfrentaba hechos, asociaba acontecimientos. En realidad, pensaba, en los umbrales del Dos mil ser?a mucho m?s f?cil difundir el p?nico y que se convirtiese en psicosis. Por otra parte, en el novecientos noventa y nueve despu?s de Cristo ?no habr?a bastado una voz inspirada, una plaza o un p?lpito de una oscura iglesia y una multitud alrededor para difundir la creencia universal de que el mundo estaba a punto de acabarse? Cinco San Silvestre, 1999 Las luces aquella noche parec?an aclarar un cielo sin fondo por el tupido color plomo y el aire, cargado de una niebla insistente, parec?a trasl?cido. Eran las ?ltimas horas de un milenio agonizante, resquicios de luz en la oscuridad de un sue?o ya irreversible. Guglielmo estaba en su habitaci?n: ya se hab?a puesto su traje de Conde Dr?cula, se?or de la noche, con el frac y la capa negra, la camisa blanca como la piel del rostro, cubierto de maquillaje, sobre el que resaltaban dos vistosas ojeras. De los labios sal?an un par de dientes caninos agudos y brillantes. El muchacho estaba de pie delante de un gran cuadro al ?leo que, probablemente, estaba colgado en aquella pared, sobre la chimenea que descollaba en su habitaci?n, desde hac?a un siglo o m?s. Una figura masculina con las piernas delgadas, enfundadas por botas altas de jinete, una austera fusta de cuero, los alamares brillantes en las charreteras, posaba con una pizca de vanidad mirando fijamente sobre cualquiera que transitase cerca de ?l. Aquel era uno de los ilustres antepasados de la familia de su padre y, naturalmente, no pod?a ser otra cosa que un oficial de caballer?a. Como hab?a sucedido miles de veces observando aquel cuadro, a Guglielmo le parec?a que desde tiempos inmemoriales los componentes de su familia no supiesen hacer otra cosa que vestir un uniforme y comandar a legiones de soldados. Se alej? unos pasos encontr?ndose, con sorpresa, su imagen en un espejo cercano. Por esa noche ser?a el se?or de las tinieblas, que viv?a de los momentos de otros, que chupaba la vida del cuello de sus incautas v?ctimas. Aquella farsa le divert?a: abrir?a su enorme capa negra y gritar?a adi?s al siglo que dentro de pocas horas se ir?a, para siempre. Gemma lo estaba esperando en su casa. Su padre estaba al final de las escaleras, en el gran vest?bulo de la casa, con la bata de raso brillante apretada alrededor del cuerpo seco, con un peri?dico entre las manos. «Entonces, Guglielmo, ?has decidido no venir al c?rculo de oficiales para conmemorar conmigo y tu madre el cambio al Dos mil? Lo sabes, verdad, que ser?a algo muy importante… por otra parte tu cumples tambi?n veinte a?os… y la familia es una instituci?n sagrada a la que hay que respetar…» Filiberto no miraba a los ojos a su hijo, evitaba su mirada, y por eso Guglielmo estaba nervioso hasta lo inveros?mil. ?Por qu? su padre no intentaba comprenderle aunque fuese s?lo una vez? ?Por qu? para ?l s?lo exist?an el c?rculo de oficiales, los reclutas y aquellos malditos galones? «Pap? sabes que significa mucho para m? festejar con mis amigos esta ocasi?n, y adem?s ?qu? har?a en el c?rculo de oficiales de tu cuartel vestido de Conde Dr?cula?» dijo el muchacho extendiendo con una pirueta su capa negra para intentar desdramatizar un poco la situaci?n. «Realmente estar?as rid?culo, pero a vosotros los j?venes os gustan estas payasadas, y luego cuando ten?is entre la manos un fusil os tiemblan las piernas… S? yo lo que os har?a falta…» «Querido, tranquilo, no arruinemos esta bella velada de fiesta, dese?mosle un buen cumplea?os por sus veinte a?os a nuestro Guglielmo que poco a poco se est? convirtiendo en un hombre…» Angelica hab?a entrado en la conversaci?n con su voz encantadora en el momento justo, antes de que uno de sus dos hombres se enredase en una pelea a gritos. Comenzaba a ser dif?cil, incluso para ella, mantener a raya a aquellas dos cabezas calientes. Ten?a en la mano un peque?o paquete azul marino con un lazo azul claro, todas las miradas de aquella habitaci?n estaban dirigidas hacia ella. «Esto es para ti, hijo m?o, he esperado veinte a?os para d?rtelo, veinte largos a?os…» Guglielmo cogi? de las manos de su madre aquel paquete que parec?a esconder qu? sabe qu? y le sac? el papel que lo envolv?a: un colgante blanco y transparente de alabastro de forma redondeada… una fina cuerda negra, retorcida hasta convertirse en un cord?n, sujetaba el adorno y envolv?a un librito con la cubierta de cuero gastada… realmente un extra?o regalo. «No me he vuelto loca, no Guglielmo, tu madre no ha enloquecido. Es una historia larga, muy larga. Ven, sent?monos en tu sof? preferido.» Con la mano izquierda agarrando la de su madre, y el extra?o colgante sujeto al librito en la derecha, Guglielmo la segu?a d?cil, como cuando de ni?o esperaba que le contase su f?bula preferida. Filiberto, sospechando el tema de la larga historia que su mujer contar?a a su hijo, dijo en tono brusco: «Angelica, ?has pensado bien en lo que est?s a punto de hacer? No creo que sea apropiado… ?No recuerdas lo que nos dijo aquella mujer?… Yo en tu lugar no lo har?a.» Madre e hijo ya se hab?an colocado en el sof?. Al escuchar esas palabras, Angelica alz? los ojos azules hacia su marido, mir?ndolo fijamente con una mirada firme, profunda y al mismo tiempo dulce. ?Ten?an el derecho de esconder a Guglielmo su verdadera identidad? ?Pod?an continuar haci?ndolo eternamente? Quiz?s aquella revelaci?n romper?a la tranquilidad de su hijo pero estaba convencida de que deb?a saberlo todo. «Filiberto, Guglielmo es mayor, y ahora ya no hay un motivo que nos induzca a continuar escondi?ndole algo que con el tiempo sabr?a de todas maneras.» Guglielmo, mientras tanto, como objeto de la contienda, se sent?a frustrado por aquellas verdades escondidas y hasta ese momento desconocidas para ?l: ?de qu? estaban hablando, qu? es lo que le hab?an ocultado durante todos estos a?os? Con un gesto instintivo se sac? los dos caninos postizos, como diciendo: Muy bien, ahora nos dejamos de bromas y hablamos seriamente. Miraba a la madre sentada a su lado y al padre en pie. Estos minutos de expectaci?n parec?an piedras lanzadas a c?mara lenta que nunca acababan de caer al suelo, y la espera a que sucediese parec?a interminable. «Debes saber querido hijo que la noche de San Silvestre de hace veinte a?os, yo y tu padre est?bamos en casa, sin celebrar de ninguna forma la llegada del nuevo a?o, estaba recuper?ndome de uno de los innumerables abortos que mi f?sico ha debido soportar. Efectivamente, hab?a tenido la sensaci?n de que aquella pudiese ser una noche distinta a las otras, la luna destacaba en el cielo alta y muda. En un momento dado escuchamos llamar a la puerta: encontramos a una mujer embarazada con un paquete entre los brazos. Eras t?. La mujer dijo que tu madre natural te hab?a abandonado, quiz?s porque estaba muerta o porque no pod?a cuidarte y darte una vida digna. Con el ce?o fruncido nos recomend? que no cont?semos a nadie la historia de aquella noche y hasta ahora no hab?amos dicho nada a nadie. T? te preguntar?s, ?qu? tienen que ver conmigo el colgante y el libro? Es un peque?o secreto que he mantenido todo este tiempo, ni siquiera tu padre sab?a nada. Cuando, despu?s de haberte cogido de los brazos de la mujer que te hab?a conducido hasta nuestra casa, sub? a la habitaci?n para vestirte con la ropa que hab?a preparado para el peque?o que hab?a perdido hac?a unos d?as, en el camis?n que te envolv?a, quiz?s el de tu madre natural, encontr? estos dos objetos y me hice la promesa de d?rtelos en tu veinte cumplea?os.» Guglielmo recorr?a mentalmente los p?rrafos del discurso que sus o?dos acababan de escuchar, manteniendo fija la mirada sobre aquel colgante de tono mate y transparente que ahora, despu?s de haberlo apoyado en la palma de la mano, hab?a asumido una tonalidad ligeramente rosada: en relieve cuatro espirales aladas converg?an hacia el centro, hacia un agujero desde donde part?a el cord?n negro y brillante. Aquella ense?a se parec?a vagamente a una cruz gamada[2 - Nota del traductor: La cruz gamada, antes de ser utilizada por los nazis, era un s?mbolo de la vida para los hind?es y otros pueblos primitivos. Tambi?n entre los indios americanos se utilizaba este s?mbolo. Representaba el discurrir del mundo.]. Su madre no era su madre, su padre no era aquel general del ej?rcito, la sangre que corr?a en sus venas era distinta de la suya, ?l no era carne de su carne. ?Pero entonces qui?n era? ?Cu?les eran sus or?genes? ?Qui?nes eran sus verdaderos padres? ?Por qu? su madre lo hab?a abandonado la noche de su nacimiento, probablemente todav?a sucio de la sangre que no era la de Angelica? ?C?mo hab?an podido permitirse aquellos dos adultos construir su vida sobre todas aquellas mentiras? Pero quiz?s hab?a sido mejor as?, la familia que lo hab?a cuidado era una familia tranquila, su madre, su madre adoptiva, lo hab?a amado como si realmente fuese hijo suyo. Pero todo aquello era absurdo. «No quiero que todo lo que te he acabado de decir te cause tristeza, querido Guglielmo. No ha sido la naturaleza la que nos ha unido sino el amor que ha nacido sin condiciones, sin v?nculos de sangre que a veces pesan m?s que las cadenas de plomo. Se ha hecho tarde: ponte tu regalo y vete a buscar a Gemma, el libro lo coloco sobre tu mesilla de noche. Te deseo lo mejor, hijo m?o.» Despu?s de decir estas palabras Angelica cogi? de las manos del hijo el colgante y se lo puso en el cuello, a continuaci?n deposit? un beso en su mejilla acabada de afeitar y se levant? del sof? acerc?ndose a Filiberto que, hasta ese momento, hab?a permanecido como inm?vil y mudo observador de lo que hab?a ocurrido en unos pocos minutos. Quiz?s no hab?a sido tan malo revelar sus or?genes a Guglielmo, ninguna maldici?n hab?a ocurrido cuando Angelica hab?a pronunciado esas palabras, pero en su memoria resonaba todav?a la profec?a de aquella mujer que hab?a conducido a Guglielmo a sus vidas. * * * Guglielmo hab?a parado el coche al lado de la verja que conduc?a a casa de Gemma. Hab?a llamado al portero autom?tico y su madre le hab?a dicho que su hija ya estaba lista y que bajar?a enseguida. Respir? hondo. Guglielmo se dio cuenta de que se hab?an formado peque?as nubes blancas, que luego observaba casi hipnotizado: todav?a no hab?a asimilado completamente la informaci?n que le hab?an dado sin ni siquiera haber sido empaquetada y con el lazo en su sitio. Se inclin? hacia el espejo retrovisor de su coche para buscar su imagen reflejada, esperaba que por lo menos su rostro fuese real, esperaba que al menos su aspecto exterior pudiese ser el mismo despu?s de aquella revelaci?n. Vio en la peque?a superficie reflectante el rostro de un joven que amaba su vida y su familia, adoptiva, pero se sent?a conmocionado, confundido por aquella gran noticia que hab?a sabido poco antes. Realmente su madre no hab?a querido turbar el perfecto orden de su vida, probablemente le hab?a parecido justo revelar al hijo su verdadera identidad, ?pero qu? le hab?a revelado realmente? En ese momento se sent?a despojado de uno de los pocos puntos fijos de su existencia: le daba la sensaci?n de ser un ?rbol al que hab?an arrancado sus ra?ces de la c?lida tierra para exponerlas cruelmente al sol. Aquella noche celebrar?a el final del segundo milenio y qui?n sabe si con los ?ltimos minutos de mil novecientos noventa y nueve podr?a irse tambi?n aquel sentimiento de n?usea que lo invad?a por todas partes. El sonido met?lico de la verja al volverse a cerrar lo devolvi? a la realidad. Gemma hab?a llegado hasta delante de ?l envuelta en un remolino de tejido blanco que pod?a, realmente, parecer innatural en la oscuridad de la noche: dos bonitas alas fabricadas totalmente con c?ndidas plumas sal?an de su espalda y llegaban casi a la altura de la nuca, donde los cabellos recogidos dejaban su rostro al descubierto, una t?nica muy sencilla escond?a las piernas dejando ver s?lo la punta de las zapatillas de tenis, tambi?n blancas. Era el ?ngel m?s gracioso que Guglielmo hubiese visto y de todas formas era el primero, seguramente, que se hab?a materializado delante de sus ojos. Gemma se acerc? a ?l y, despu?s de haberle sacado los caninos que daban a su aspecto un no s? sabe qu? de temible, deposit? un beso en sus labios. Las dos lenguas se rozaron, con un escalofr?o: luces y tinieblas gozaban del mismo placer…un extra?o pensamiento destell? en la mente de Guglielmo, pero su l?gica, r?pidamente, lo descart? enseguida. El torbellino de sus pensamientos, sin embargo, no conoc?a el reposo y generaba conjetura tras conjetura, sin darle tregua. Le parec?a advertir un triste presentimiento mientras observaba a Gemma entre sus brazos, la ve?a tan p?lida y exang?e que parec?a que estuviese muerta… ?Qu? podr?a perturbar sus vidas en ese instante? ?No era quiz?s el candor casi lechoso de su disfraz que hab?a bebido todo el rojo sangre que deber?a haber inundado el rostro de Gemma? Subieron al coche. Guglielmo gir? la llave debajo del volante y el ruido que gener? bast? ?l s?lo para llenar el silencio en sus o?dos. Las revoluciones del motor bajaron bajo el control de Guglielmo que estaba apoyando el pie derecho sobre el freno para pararse en el sem?foro en rojo. Otra vez silencio. Verde. «Soy una especie de hu?rfano. Angelica no es mi madre y Filiberto no es mi padre. Mi madre, mi verdadera madre, me abandon? la misma noche de mi nacimiento.» Guglielmo hab?a pronunciado aquella frase toda de una vez, con la mirada fija en la l?nea discontinua de la carretera y los dedos de la mano derecha que acariciaban la superficie pulida del medall?n que colgaba de su cuello: escuchaba su voz como si proviniese de otro cuerpo. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=57160551&lfrom=688855901) на ЛитРес. 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