Так врывается поздним июльским утром в окно Пожелтевший иссохший лист из небесной просини, Как печальный звонок, как сигнал, как удар в лобовое стекло: Memento mori, meus natus. Помни о смерти. Готовься к осени.

La Casa De La Esclusa

La Casa De La Esclusa Andrea Calo' LA CASA DE LA ESCLUSA Primera edici?n - Septiembre 2012 © Copyright 2012 – Andrea Cal? (@ e-mail: [email protected]) Traducci?n: Ana P?rez Salaberry A mi hermanita Elena, que por la absurda voluntad de la Vida no ha recibido de mis manos una copia de este libro para poder leerlo, mas la llevo tanto en mi coraz?n que ha llegado al punto de poder escribirlo. [Elena Cal?, 1 mayo de 1985 – 25 septiembre 2011] AGRADECIMIENTOS Escribir un libro es como irse de viaje. Se hacen las maletas, se parte de un punto en concreto y se procede a intentar llegar al punto de llegada, la meta deseada. Sin embargo, y como a veces sucede durante los viajes, los escollos, los errores, los miedos y los imprevistos est?n ah?, dispuestos a sorprendernos, a frenarnos, a veces a punto de hacer que desistamos de proseguir. En cambio, con la ayuda de las personas que est?n a nuestro lado o aquellas que nos hemos ido encontrando a lo largo del camino, se consigue salir adelante, a veces con facilidad, otras veces con una gran pena; pero nunca nos recostamos en el error para no perder la inversi?n que hab?amos hecho. Durante este viaje he tenido a varias personas a mi lado, todas ellas me han animado y empujado a seguir mi camino, a cumplir los sue?os que desde hac?a a?os ten?a metidos en el caj?n, haciendo que me abriera completamente a ello, mi proyecto. Gracias a mi mujer Sonia, que ha cre?do m?s que nadie en m?, desde siempre, por su paciente lectura de mis bocetos ya desde las primeras fases de preparaci?n de este texto. Si no hubiera sido por ella, este libro hoy no existir?a. Gracias a mi cu?ado Enzo por haberme acompa?ado en agradables discusiones acerca de los temas tratados en este libro y por haberme entregado parte de una elaboraci?n suya para poder ser parte de esta reflexi?n: con su claridad de pensamiento me ha guiado a menudo, ayud?ndome a desenredar la madeja. Gracias a mis padres, que me han dado la vida, me han visto crecer y me han educado, haciendo posible que todo esto se hiciera realidad. Y, por ?ltimo, pero no menos importante, gracias a ti, Elena, por instruir mi coraz?n y guiar mi mente durante todo este recorrido: aqu? dentro se encuentra, de verdad, una gran parte de ti. CAP?TULO 1 Todo esp?ritu libre tiene sue?os y locuras. [An?nimo] Siempre me he preguntado cu?ntas hojas de hierba se podr?an contar en un metro cuadrado de tierra. Una pregunta simple con una respuesta no trivial. Son demasiadas las variables que considerar: a qu? campo pertenece el trocito de tierra, qu? tipo de hierba crece en ?l, qu? especies hay presentes, el tipo de terreno, etc. ?stas son solo algunas de las muchas preguntas posibles. ?se es el motivo por el que siempre he esquivado cualquier intento de profundizar en el tema, convenci?ndome de que al final no era tan importante encontrar una soluci?n. Al no poder clasificar mi vida de ninguna manera, he archivado todo bajo la etiqueta «Conocimiento est?ril». ?Qu? bueno ser?a poder saberlo todo acerca de todo! Sin embargo, tambi?n ser?a peligroso y, a mi parecer, estar?a a merced de la incertidumbre en cada una de las situaciones de mi vida. Con demasiadas variables a mi disposici?n, cada una de mis potenciales decisiones encontrar?a un opuesto plausible y evaluable, ralentizando mi proceso de toma de decisiones y dej?ndome al final con la duda de si he tomado la decisi?n correcta. Se apagar?a el instinto en favor de la raz?n, no siempre reconocida como el instrumento m?s adecuado para la superaci?n de todas las situaciones de la vida y capaz de guiarnos hacia las decisiones acertadas. El significado de lo que es justo, al fin y al cabo, es completamente relativo y est? vinculado a las personas, a sus experiencias, a los sucesos hist?ricos. Y, por desgracia, est? sujeto a las modas dictadas por la comunidad, por lo social y por las religiones, sin distinci?n alguna. Se forman personas que se adaptan a un «sistema», cuando en realidad deber?a ser justo lo contrario. Vivir?a mi vida como un hombrecillo colocado en el centro de un cercado, a su vez atado a ?l con muchas cuerdas el?sticas. Podr?a moverme en el interior del espacio asignado, pero no podr?a ir m?s all? de ?l, arrastrado constantemente hacia el centro en cada intento de mirar o experimentar «m?s all?» de los l?mites. Entonces decido emplear mis neuronas en las cosas que realmente importan en la vida. ?Cu?les son las cosas realmente importantes? ?ste es otro concepto totalmente relativo, vinculado a las prioridades personales, a los est?mulos, a las sensaciones, a las emociones de cada uno de nosotros. El cerebro es f?cil de intoxicar. Cuando ?ste alcanza su l?mite, es necesario que nos detengamos y miremos hacia adentro, nos redescubramos y nos cuestionemos nuestro presente sin preocuparnos por el pasado que nos ha llevado hasta ese punto para dise?ar nuestro futuro pr?ximo. Cambiar el rumbo y, si fuera necesario, darse un buen lavado. No es necesario ir demasiado lejos con pensamientos y proyectos porque hay demasiados acontecimientos que se escapan de nuestro control, que se burlan de nosotros y que no son ni lo m?s m?nimo predecibles en el momento en el que nos miramos y hablamos. Forman parte de la esfera de lo desconocido. ?Tenemos que cambiar! Con ello no me refiero solo a un retoque cosm?tico superficial, realmente estoy hablando de una acci?n profunda, radical e inmediata, capaz de excavar en las v?sceras m?s profundas de nuestro ser humano, all? donde habita la parte m?s verdadera de nosotros, donde lo humano encuentra lo Divino en todas sus formas y manifestaciones. Borrar todo y empezar de cero: es ese el desaf?o. Pero es tan simple como adivinar el n?mero exacto de hojas de hierba contenidas en un metro cuadrado de tierra en un campo. El cielo de Borgo?a tiene una luz particular y su color envuelve y captura, incluso cuando hace mal tiempo. Si te paras y te tumbas en el suelo para admirarlo, levantando la mirada, este cielo te caer? encima y te envolver?, haciendo que levites. No eres capaz de percibir el l?mite, puedes perderte totalmente y dejarte llevar a los pensamientos m?s dispersos. Es justo ah? donde el cielo da paso al valle, se despliega un mosaico de terrenos multicolor que van del amarillo pajizo del trizo maduro hasta el verde intenso de las hojas altas de la vid. Las manchas oscuras de los ?rboles altos salpican aqu? y all?, acentuados por las sombras que ellos mismos producen con su espeso follaje. Todo esto se dibuja sobre un terreno suave y ondulado, a veces llano y otras veces delicadamente tendido sobre bonitos montes en los que no podr?a faltar un castillo. A los pies de las alturas, los pueblecitos medievales con sus iglesias, el cementerio anexo y los canales de riego completan este maravilloso cuadro buc?lico. Y la imagen de un tiempo que ya forma parte de un pasado lejano, tan lejano que no podr?a comprenderse completa y plenamente la mayor?a de las veces. Los caminitos inmersos en el campo, estrechos y sin pavimentar, trazan recorridos similares a dibujos realizados a mano alzada. Forman una trama perfecta que es capaz de conectar unos pueblos con otros, como si fuera una enorme telara?a. Las casas rurales construidas tradicionalmente de piedra marcan como nodos de la telara?a los puntos de referencia para los caminantes curiosos por la simplicidad de una realidad de vida a?n presente en estos silenciosos campos. Son enormes en su majestuosidad, con la belleza t?pica de las construcciones francesas del siglo XX, por la piedra de la que est?n hechas, por sus vivos colores, por sus amplios postigos opacos y por sus ventanas de madera y hierro forjado, a menudo refrescadas con opacos esmaltes en tonos pastel. Muchas de estas construcciones albergan exuberantes especies de hiedra que escalan hasta la cima de los t?picos tejados en punta en los que resaltan los tragaluces. Me imagino el panorama que se puede observar desde all? arriba, como ?ltima imagen por la noche antes de acostarnos o como primer dulce despertar a la ma?ana siguiente. Las ramas, capaces de seguir el perfil de los muros, a veces acarician las ventanas, se retuercen alrededor de las numerosas chimeneas durante la estaci?n c?lida para abandonarlas durante el invierno cuando estas se encienden. Donde la hiedra no cubre los muros, las frescas manchas de musgo compacto completan el color natural de las fachadas que dan al norte, como si fueran piezas de tela cruda cosidas a un viejo y arrugado vestido. En muchos otros, un colorido florecimiento de rosas, cicl?menes, glicinias y jazmines se yergue de un lecho compuesto de hierba, amapolas rojas y espesos mechones de lavanda. Las espont?neas hierbas, siempre cuidadas y perfumadas, completan la imagen de jardines simples pero relajantes y frescos s?lo con mirarlos. Hay caballos y bueyes libres por el campo, se mantienen bien lejos de las ovejas y cabras, quienes prefieren, por el contrario, estar en grupo y pasar el rato inm?viles en un sitio, comiendo un poco de hierba fresca de vez en cuando. Si nos paramos a observarlos con atenci?n, nos responden con una mirada lenta y somnolienta, ojos medio cerrados y movimientos m?nimos, aburridos, sin importarles en absoluto la extra?a presencia, sin aviso de riesgo o peligro inminente. Seguramente su fin no sea muy diferente al de aquellos que permanecen encerrados en caba?as o recintos estrechos, pero, indudablemente, la calidad de su existencia no puede compararse lo m?s m?nimo a la de sus semejantes reclusos. Por este motivo se suele decir que su carne es m?s sabrosa. El tiempo parece ralentizarse como el ritmo de la vida y de las emociones. Todo se extiende, todo se abre. La conciencia de los propios problemas se disuelve y nos centramos en todo aquello que est? vac?o, casi irreal, en un mundo material. Me paro a mirar un campo llevando mis ojos a los l?mites de lo visible y veo la l?nea del horizonte. No consigo ir m?s all? con mis sentidos ya que mis ojos no lo permiten, no obstante, mi mente supera el l?mite pintando, delante de m?, la impalpable imagen de la continuaci?n de este paisaje en un instante. Me siento muy peque?o en medio de esta inmensidad, pero, por otra parte, percibo una sensaci?n de seguridad y de satisfacci?n interior, sentimiento que muy raramente he experimentado antes en mi vida. Eleg? Borgo?a para pasar unos d?as de vacaciones, para relajarme con mi mujer y olvidarme durante un tiempo del estruendo de la vida en la ciudad. Aqu? todo es muy diferente. En la ciudad a menudo me invade el deseo de distanciamiento. Los lugares cotidianos me fastidian como un picor de los m?s molestos, las personas no me llenan demasiado y me asalta el deseo de aislamiento: como si la ?nica reconciliaci?n posible fuera s?lo gracias a la ausencia de los ruidos de la ciudad y de sus habitantes. En esos momentos suelo intentar concentrarme en peque??simos detalles de un paisaje: el inicio de una cuesta en la monta?a, la ventana de una casa con vistas a un prado, un banquito situado al lado de una fuente en el campo. Siento que as? el ruido se transforma en sonido, se combina y se integra con el concierto universal de la misma manera que una voz humana puede asemejarse a un canto sin empujar violentamente la primac?a de la omnipresencia. Cuando camino por las calles durante mis d?as de irritaci?n, la humanidad me parece una presencia proterva, por n?mero de ejemplares y por el alboroto. Percibo su af?n de llegar qui?n sabe ad?nde como una se?al de desesperaci?n, de la malvada, dispuesta a hacerse paso incluso con las u?as o con armas. Y entonces no puedo evitar sentir que he nacido y estoy destinado a otra parte, ya sea una cuesta en la monta?a, la ventana de una casa y su prado, o un banquito situado al lado de una fuente en el campo, da igual: se trata de «otra parte» donde la voz puede resonar como un canto, el m?o. Nuestra meta era una peque?a casa junto al canal de Borgo?a, m?s o menos a la mitad de su longitud total, propiedad del conserje de una de las muchas esclusas que hay all?, situada en la aldea de Gissey-sur-Ouche y con vistas al propio canal. Busc?bamos algo de paz, de relajaci?n, de aislamiento del ca?tico mundo de la ciudad, en busca de nosotros mismos. El paisaje se desplegaba frente a nosotros en un concierto de colores, de reflejos de sol que se dibujaban en las charcas y nos capturaban plenamente. Ya en aquel momento me di cuenta de que iba a ser dif?cil volver a la vida en la ciudad, incluso antes de haber probado el lugar. No obstante, lo mejor estaba a?n por llegar, present?ndose de forma poderosa ante nosotros, invadi?ndonos el coraz?n y captando, para siempre, nuestra atenci?n. Gissey es una aldea formada por unas cuantas casas construidas en su gran mayor?a de piedra, al m?s puro estilo medieval. El ayuntamiento, una escuela, una iglesia y su cementerio adyacente eran los ?nicos edificios p?blicos visibles desde la calle principal. Un ?nico restaurante, m?s bien peque?o, ofrec?a men?s tur?sticos a precio fijo algunos d?as de la semana, incluyendo s?bados y domingos, aunque raramente para la cena. No hab?a ni rastro de ninguna tienda, ni siquiera de alimentaci?n. Aqu? tambi?n pod?an verse animales libres en el campo, los p?jaros volaban libres por el cielo dibujando c?rculos y arcos a sus anchas, planeando y volviendo a alzar el vuelo como bailarinas guiadas por las notas perfectas de un aria cl?sica. Cuando llegamos a la cercan?a de la aldea, nos desviamos por un estrecho camino de tierra, sembrado de piedras y grava, tan estrecho que dos coches no pod?an pasar a la vez en direcciones opuestas. Salpicado de anchos y profundos hoyos, a veces llenos de agua de lluvia no absorbida por el suelo, el peque?o camino flanqueaba el canal que se extend?a a nuestra izquierda y en el que pod?amos ver algunas peque?as barcazas yendo en l?nea recta. La gente que iba en las barcazas re?a alegremente, miraba a su alrededor a menudo de forma folkl?rica, sus rostros con una piel l?cida y bien tersa, de un color blanco leche manchado por un rosa pastel y las mejillas tendiendo a un rojo vivo. Los hombres hac?an fotograf?as mientras mordisqueaban sus bocadillos y sorb?an con entusiasmo el vino en largas copas de cristal. Tal vez la potencia del alcohol ya los hab?a superado. Las mujeres, de mediana edad, estaban sentadas y relajadas, con las piernas dispuestas en los oscuros bancos de madera y metal que equipaban la cubierta del barco. O estiradas en tumbonas de tela cruda de color beige all? donde las hab?a. Los ni?os, apoyados en sus madres, disfrutaban de sus helados, con sus rostros en parte tapados por los diversos sombreros que llevaban para protegerse del sol y esconder la timidez ante las miradas de sus curiosos compa?eros de viaje. Daban la impresi?n de estar saboreando la m?s absoluta libertad, o cualquier cosa similar a ella, la despreocupaci?n, como si fueran parte del entorno, en comuni?n con ?l. Los problemas de la vida diaria parec?an no preocuparles lo m?s m?nimo, como si en realidad no hubiera absolutamente ning?n problema que afrontar, como si estuvieran exentos de ellos. Aparte del franc?s, tambi?n se o?a hablar alem?n, ingl?s y espa?ol. No hab?a italianos presentes, o al menos ninguno que estuviera hablando en ese momento. Adem?s, ninguno de los presentes mostraba rasgos faciales t?picamente italianos. Pasaban muy cerca de nosotros y los pod?amos ver muy bien, hasta el punto de casi poder apreciar los defectos de su piel. Observ?bamos el barco mientras flotaba y transportaba la alegre banda. Sus motores en acci?n no emit?an ruidos ensordecedores. Daba la impresi?n de que estuviera resbal?ndose sobre el agua, como si la empujase el aire. Desde las ventanillas de nuestro coche, el cual hab?amos parado oportunamente para observar e inmortalizar la escena, pod?amos percibir el sonido de la risa de las personas, sus conversaciones y la sinfon?a del canto de los pajarillos que poblaban el espacio abierto a la derecha del camino. En ese lado se pod?a ver una inmensa explanada verde que cubr?a todo el campo. Era como un marco de colinas de un verde m?s oscuro e intenso que parec?a haber sido puesto all? precisamente para no revelar inmediatamente la belleza que se extend?a detr?s de ellas. —?Todo es incre?ble aqu?! —dijo Sonia con una voz llena de alegr?a y emoci?n palpable, con los ojos brillando con esa luz que hace tiempo no percib?a con la misma intensidad—. ?Parece otro mundo! Parece como si al tomar ese ese camino hubi?ramos cruzado la frontera que divide lo real de lo que es mero fruto de los sue?os. Es indescriptible, ?qu? feliz estoy! —concluy?. —?Es todo tan cierto, pero tan incre?ble al mismo tiempo! Los colores, sonidos, olores e im?genes: todo parece tener su propio espacio, una posici?n tan precisa que, si la alterara un profano, har?a que ese objeto aislado se sintiera «fuera de lugar». Todo forma parte del cuadro que estamos observando en este momento y parece llevar la firma de su autor, de una entidad superior y experta. No se percibe ninguna forma de mejorar lo que ante los ojos ya resulta perfecto desde el principio. ?Yo tambi?n estoy feliz! Gir? la llave para volver a arrancar el coche y, con una sonrisa, la invit? a continuar hasta nuestro pr?ximo destino, la casa de la esclusa 34s. A medida que avanz?bamos, los ?rboles a nuestras espaldas cerraban el t?nel en la carretera como las cortinas de un tel?n de teatro al final de la ?pera. CAP?TULO 2 La gente dice: «Est? loco». O: «Vive en un mundo de fantas?a». O bien: «?C?mo puede confiar en cosas que carecen de l?gica?». Sin embargo, el guerrero sigue escuchando al viento y hablando con las estrellas. [Paulo Coelho - Manual del guerrero de la luz] La casa era peque?a y ten?a paredes construidas en piedra viva. El tejado mostraba una considerable inclinaci?n sobre ambas fachadas de la casa. Era necesario facilitar la descarga de nieve durante el per?odo invernal, evitando la formaci?n de pesadas placas de hielo peligrosas para la estructura de las vigas de madera visibles incluso dentro de las habitaciones. Los due?os de la casa y encargados de la esclusa se llamaban Urs y Doris, una pareja muy unida. Hab?an dividido la casa en dos partes, una m?s amplia reservada para ellos, y otra que alquilaban a turistas como alojamiento vacacional. En su sencillez, la casa ten?a todo lo que uno pod?a necesitar: una sala de estar con una cocinilla bien equipada y con los platos, ollas y cubiertos necesarios, un c?modo sof?, y un ba?o privado muy recogido, pero con una amplia ducha. La zona de dormitorios del altillo ocupaba la parte m?s alta de la estructura. Se acced?a a ella a trav?s de una robusta escalera interna. Estaban a disposici?n todo tipo de electrodom?sticos, ?tiles o no: hab?a una radio, televisi?n por sat?lite, e incluso conexi?n inal?mbrica a Internet. Todo esto parec?a casi fuera de lugar en un contexto aparentemente simple, rural, natural y minimalista. No pude evitar apreciar todas estas comodidades que ahora se han convertido en una parte abrumadora de mi vida como hombre de ciudad, pero me promet? a m? mismo limitar su uso al m?nimo. Busc?bamos la tranquilidad absoluta, el distanciamiento de lo superfluo, la inmersi?n en la naturaleza. Ten?amos claro que no quer?amos perder el precioso tiempo repitiendo las acciones de la ca?tica vida cotidiana. En su exterior, la casa no estaba rodeada de flores o plantas t?picas de los preciosos jardines. Por lo contrario estaba coloreada por flores y arbustos silvestres, amapolas rojas y otras flores elegantes de un intenso color naranja, campanillas blancas y p?rpuras que trepaban por las paredes o salpicaban el suelo, tan bellas y gruesas que uno se ve?a obligado a prestar atenci?n para no pisarlas mientras caminaba. Hab?a hierbas y arbustos que yo seguramente habr?a quitado si hubieran crecido en el jard?n de mi casa en la ciudad, porque no eran adecuados o no eran hermosos a simple vista. Estas flores de forma ?nica mostraban vetas y tonos de color en los suaves p?talos, aterciopelados al tacto. Y su dinamismo, la forma en que se balanceaban al entregarse al aire por su largo tallo, las hac?a parecer bailarinas entrenadas por un gran maestro. Todo esto nos fascin?, captur?ndonos en una especie de hechizo, de hipnosis. ?Por qu? esto s?lo nos ocurr?a all? y entonces? He visto muchas campanillas y amapolas en mi vida, ?por qu? nunca me di cuenta de lo bonitas, delicadas y elegantes que son? En ese momento fui consciente de mi gran superficialidad y en parte me entristec?. En un rinc?n de la casa hab?a una hermosa rosa de color rojo vivo, sus p?talos eran suaves como el m?s preciado terciopelo y desprend?a un perfume que envolv?a por completo, aniquilando los sentidos. Ten?amos dos bicicletas disponibles, que eran esenciales para moverse sin tener que usar el coche. Despu?s de compartir con nosotros alguna informaci?n sobre la zona y sus lugares de inter?s, Urs y Doris nos dejaron instalarnos, invit?ndonos a una bebida de bienvenida que nos tomar?amos esa misma tarde. El silencio que nos rodeaba era palpable, un silencio casi molesto, percibido directamente por el o?do y al que no est?bamos acostumbrados. Mir? a mi esposa y la invit? a escuchar. Se pod?a o?r el canto indefectible de los p?jaros, numerosos y de diferentes especies, el suave rugido del agua en la esclusa detr?s de nosotros, mantenida para tener el nivel del canal bajo control, el saludo rec?proco de los propietarios a los transe?ntes y las hojas de los ?rboles movidas por el aire de fondo. En el canal hay muchas esclusas, una por cada descenso del nivel del agua, generalmente de unos pocos metros. Por cada una de ellas hay una casa en la que vive su cuidador, que tiene la tarea de abrir y cerrar la esclusa cuando pasa cada una de las barcazas del canal. Las operaciones de apertura y cierre se siguen realizando manualmente, con los mismos movimientos que han sobrevivido al paso del tiempo hasta el d?a de hoy. Una esclusa est? formada por un dep?sito estanco, largo pero muy estrecho en comparaci?n con la anchura del propio canal, realizado como una excavaci?n en el suelo con bloques de piedra colocados para reforzar los bancos de tierra que de otro modo estar?an sujetos a la erosi?n por su contacto con el agua. El nivel del agua dentro del tanque se aumenta o disminuye para permitir que las barcazas pasen a trav?s de ?l y se eleven o desciendan, llev?ndolas al nivel deseado igualando la parte del canal que est? subiendo o bajando para poder alcanzado. Los pasajeros de las barcazas siempre parecen estar muy atentos al observar durante la ejecuci?n de estas maniobras, como si las realizaran ellos mismos. A pesar de los intentos del gobierno franc?s de automatizar estos sistemas, el canal y las personas que trabajan en ?l siempre han intentado, con ?xito, mantener esta habilidad manual que todav?a hoy es muy apreciada y admirada por los turistas. Urs y Doris nos llamaron para un aperitivo, invit?ndonos a unirnos a ellos en la mesa con vistas a la esclusa. Desde all? se pod?a disfrutar de un maravilloso panorama, la mirada pod?a extenderse libremente sobre el canal, embriag?ndose con sus vivos colores, pos?ndose sobre los reflejos llenos de detalles de los ?rboles que pintaban el agua, sobre las flores y arbustos que poblaban las orillas. Las familias de patos nadaban en l?nea, a veces en zigzag, sobre el cauce abierto. No era raro ver a estas peque?as familias dirigi?ndose hacia los bordes del canal cuando transitaban las barcazas, esperando a que pasasen y poder colocarse detr?s de ellas para continuar su viaje. El canal albergaba en su vientre muchos peces de gran tama?o, que son dif?ciles de ver desde el exterior debido a la turbiedad del agua verde militar. Es una atracci?n esencial para los grupos de pescadores que acechan regularmente los caminos de las orillas, algunos expertos y bien equipados, otros simples principiantes con s?lo una ca?a y una red, pero todos con la intenci?n de llevar a casa un gran pescado y disfrutarlo en la cena solos o en familia, acompa?ado de una sabrosa salsa francesa, un buen vino y una baguette. Se ve?an much?simos, alineados como soldados, algunos m?s concentrados, otros m?s relajados, casi cansados. Dejaban sus coches aparcados no muy lejos de sus lugares de pesca, pero con todas las ventanas estrictamente abiertas. Frente a la esclusa, algunas colinas marcaban una frontera no infranqueable de altura modesta. No hab?a casas ni edificios de ning?n tipo, forma u otro uso en toda la zona que nos rodeaba. Unos pocos pasos m?s all? de la orilla del canal, en frente de donde nos encontr?bamos, un torrente bastante agitado saturaba el aire con el sonido de su agua rugiente, ligeramente desviada por grandes rocas dispersas por el lugar. Las hojas que se desprend?an de las ramas de los ?rboles del borde ca?an al agua despu?s de haberse balanceado por un tiempo, para luego ser llevadas por la corriente a lo largo de su curso. Los cantos rodados con movimientos elegantes, curvos y sinuosos permanec?an all? sorprendidos, silenciosos e incapaces de detener o incluso ralentizar el viaje. ?Menudo baile! Eran las primeras horas de la tarde, el sol alto en el cielo calentaba el aire, pero no era molesto. La humedad del aire era m?nima, a pesar de la proximidad del curso de agua. Urs mostraba su habitual bonita sonrisa. Invit?ndonos a la mesa, se disculp? diciendo que tardar?a unos minutos en preparar el aperitivo. Desde el interior de la casa, a trav?s de la peque?a ventana dejada parcialmente abierta, llegaba el sonido sordo del cuchillo que Doris manejaba para cortar cubitos de queso y pan tostado con aceite y especias. El cuchillo parec?a golpear una encimera de piedra viva a intervalos tan regulares que se pod?a confundir con los producidos por una m?quina en lugar de un brazo humano. Mi esposa y yo nos miramos en silencio, sintiendo una sensaci?n de sue?o profundo, de relajaci?n. S?lo dos horas en el lugar nos hab?an hecho perder completamente el v?nculo con la realidad de la vida en la ciudad que casi parec?a ya no pertenecernos. —?Pero, todo esto puede realmente existir? ?Estoy viviendo un sue?o? —exclam? Sonia en voz baja, tal vez para no ser escuchada por los due?os, quienes igualmente no habr?an entendido nuestras palabras. —Es una realidad incre?ble que cre?a perdida en el tiempo y se despliega aqu? mismo ante nuestros ojos con una gran cantidad de detalles. No hay nada que a?adir. Disfrutemos de esto, cari?o. S?lo para nosotros —respond? estrechando sus manos entre las m?as. Urs reapareci? sosteniendo dos botellas, una de vino blanco y la otra, ya abierta previamente, conteniendo un vino bastante denso, de un color rojo muy intenso. Explic? que era un licor de mora producido en su finca, con una alt?sima graduaci?n alcoh?lica. Normalmente se usaba para «cortar» otros vinos o para preparar c?cteles, aperitivos o postres. Rara vez se beb?a as? tal cual, tambi?n por su sabor ligeramente ?spero. Verti? alrededor de un cent?metro de este licor en las copas y llen? el resto con vino blanco, formando una mezcla muy similar en color al vino rosado. El sabor picante pero muy agradable conservaba casi inalterado el contenido de alcohol del licor, s?lo m?nimamente suavizado por la graduaci?n del vino blanco. Doris sali? de la casa llevando triunfalmente una bandeja llena de bocadillos de queso y pan preparados unos minutos antes. Despu?s de los saludos rituales, comenzamos a saborearlo todo, dej?ndonos llevar completamente por los sabores, los olores, el delicado y discreto canto de los p?jaros, el susurro producido por el roce de las hojas de los ?rboles empujadas por la brisa que comenzaba a apreciarse, templando el aire. Unas peque?as nubes blancas mancharon el cielo hasta entonces azul, atenuando una monocrom?a totalmente desprovista de l?mites. Hablamos de muchas cosas, de nuestra vida en la ciudad, de nuestro trabajo. Urs y Doris nos contaron parte de su pasado, mostr?ndonos los caminos y elecciones que los hab?an llevado a aquel para?so. Sus estados de ?nimo, acompa?ados por sus palabras, nos llegaron directamente al coraz?n. Amaban aquel lugar, se sent?an parte de ?l. Y la luz que brillaba en sus ojos, sus sonrisas y la alegr?a que mostraban en cada situaci?n nos lo confirmaron en cada momento, tambi?n en los d?as siguientes. Viv?an una vida real, una vida plena en su simplicidad. Nunca olvidar? una imagen que se grab? a fuego en mi mente mientras miraba a Urs. Sosten?a el c?liz medio lleno en sus manos, con el tallo apoyado en la mesa. Su mirada, perdida en el horizonte, transmit?a una ligera sonrisa producida por los pensamientos que pasaban por su mente en aquel momento. Pensamientos ciertamente de delicada importancia, libres de todo tipo de problemas. En la copa, el sol dibujaba manchas de luz y sombra animadas por el balanceo del vino impulsado por los movimientos de la mano. Urs se llev? el vaso a la boca sin siquiera mirarlo, totalmente absorto en sus dibujos, casi alienado. Por otro lado, Doris hablaba sin parar, s?lo ligeramente interrumpida por un cigarrillo del que inhalaba regularmente. Finalmente nos despedimos de ellos y les dimos las gracias, luego nos retiramos a la casa para descansar un poco, esperando que llegara el frescor de la noche. Despu?s de s?lo un d?a ya hab?amos vivido tantas emociones que pod?amos revivirlas incluso por la noche en nuestros sue?os. CAP?TULO 3 La amistad es uno de los regalos del cielo a la humanidad «Las monta?as no se encuentran, pero los hombres s?».[Samburu, Kenia] Entre amigos se derrumban las barreras que normalmente cierran a los individuos en su peque?o cercado. No hay secretos entre amigos: «Si se quiere, no se oculta la desnudez».[Mongo, RD. Congo] La oscuridad total de la noche dio paso a las tenues luces de un t?mido alba. Las primeras manchas de una luz sin fuente, formada s?lo por el resplandor que sub?a por las colinas, apenas ten?an espacio para pasar a trav?s de las espesas copas de los ?rboles. Como una s?bana, una fina y uniforme capa de niebla baja cubr?a el campo de trigo ligeramente humedecido por el roc?o de la ma?ana. Cre? una atm?sfera t?pica de los paisajes del norte de Europa, los que se ven a menudo en las postales y los libros de fotograf?a. La esclusa estaba desierta y el flujo de agua a trav?s de los desag?es estaba reducido al m?nimo. Una ligera brisa manten?a fresco el aire de aquella ma?ana, levantando lentamente la niebla hasta hacerla desaparecer. Las tiernas espigas doradas de trigo, tan redescubiertas, fueron iluminadas por los rayos del sol ya en lo alto y libre en el cielo. Eran s?lo las siete de la ma?ana, pero se pod?a sentir el retraso que ten?a la luz del sol comparado con lo que yo ve?a en mis ma?anas milanesas. Un conejo silvestre saltaba irregularmente por el sendero frente a la puerta principal. Pens? que probablemente estuviera buscando comida. Cog? una peque?a zanahoria del frigor?fico y la puse fuera de la puerta, en el suelo, en la parte que daba a la calle. Lo hice con cuidado para que no se asustara y saliera corriendo. Me miraba con sus ojitos negros y redondos, y su cuerpo petrificado, listo para huir si fuera necesario. Mi presencia lo inquietaba, era obvio. Pero no se iba. Cuando apoy? la zanahoria, me alej? lentamente sin quitarle los ojos de encima. Una vez estaba lo suficientemente lejos, en lugar de agarrar la zanahoria, se fue corriendo a gran velocidad. Entonces pens? que habr?a sido perturbado por algo diferente, tal vez un ruido que yo no hab?a percibido o tal vez un animal que se mov?a por el campo. Me qued? solo mirando la zanahoria que estaba en el suelo, me di la vuelta y volv? a la casa a contarle a Sonia lo que hab?a pasado. Incr?dula, mir? por la ventana y vio la zanahoria abandonada, estallando en una fuerte risa. Desayunamos en paz y tranquilidad, tom?ndonos el tiempo necesario, discutiendo lo que har?amos durante el d?a: recorrido en bicicleta por la zona, c?mara en mano, quedarnos a almorzar en medio de uno de los muchos campos coloridos o en alg?n ?rea de descanso en los pueblos cercanos. Podr?amos pedir indicaciones a los pescadores a lo largo del camino. Cuando sal? al camino, al cerrar la puerta de casa me di cuenta de que la zanahoria hab?a desaparecido. Al principio estaba molesto, pero luego me dej? llevar con una sonrisa. No pod?a esperar que el conejito me diera las gracias por haberle dado una zanahoria. Acostumbrado a su libertad, tampoco estar?a habituado a ninguna forma de relaci?n. A veces ni siquiera los humanos somos agradecidos, ?c?mo podr?a pensar que un animal salvaje podr?a hacer eso? Pens? que incluso volvi? y acept? con confianza mi regalo. Volv? a pensar en sus ojos y en la intensidad de aquella mirada inm?vil, y me di cuenta de que aquella fue su forma simple pero sincera de darme las gracias. Los humanos a menudo tambi?n se dan la vuelta y se van. Tomamos nuestras bicicletas y nos pusimos en marcha, pedaleando con energ?a, recorriendo los caminos m?s o menos pedregosos y tortuosos, flanqueando el arroyo y deleit?ndonos con su incesante canto, saludando a la gente que nos observaba desde las cubiertas de las barcazas que pas?bamos a toda velocidad. Los pescadores nos miraban con recelo, tal vez perturbados por nuestro ruidoso paso que, de alguna manera, aniquil? sus somnolientas esperas. Cruzamos puentes centenarios que mostraban la roca viva esculpida por el tiempo con los cantos desgastados por la lluvia y el viento. Pod?amos percibir el olor fuerte pero intangible de los materiales del pasado. Era imposible ver coches o incluso o?r el ruido de sus motores tan lejos de las carreteras principales. A lo largo de nuestro camino pasamos varias esclusas, todas muy similares. Despu?s de unos 20 kil?metros sentimos la necesidad de hacer una peque?a parada. Decidimos ir a la siguiente esclusa para preguntar a qu? distancia estaba el pueblo o aldea m?s cercanos. Llegamos a la esclusa, que estaba a otros cinco kil?metros de donde nos hab?amos detenido anteriormente para recuperar el aliento. Como esper?bamos, estaba la casa de su encargado. Era muy similar a aquella en la que nos aloj?bamos nosotros, en su tama?o, color y forma. Sin embargo, el jard?n era mucho m?s espacioso y bien cuidado, lleno de coloridas rosaledas. Las plantas, ya abundantemente florecidas, pintaban manchas de color que se alzaban desde el suelo hasta los dos metros de altura. Se difuminaban del blanco c?ndido al rojo fuego, pasando por dos tonos diferentes de amarillo, casi naranja y rosa. Las paredes de la casa, as? como las p?rgolas, estaban completamente cubiertas de glicinias. Sus flores, en racimos, de un hermoso e intenso color lila y en plena floraci?n brotaban de un lecho de hojas verde pastel y daban a la casa una sensaci?n de absoluta frescura. Los alf?izares de las peque?as ventanas estaban adornados con jarrones de geranios, tambi?n de muchos colores. Las flores, a?n parcialmente cerradas, esperaban el momento adecuado para mostrarse en su m?ximo esplendor. En el lado opuesto de la casa, justo donde terminaba la rosaleda, se pod?a ver un huerto. Tal vez era s?lo una peque?a parte de un terreno mucho m?s grande escondido de nuestros ojos por la casa. Un ni?o entraba y sal?a de la casa, y llevaba una regadera con la que regaba los geranios. El aire fresco que nos rodeaba estaba impregnado de olores, una mezcla de fragancias entre las cuales la menta y la salvia se distingu?an f?cilmente. Con el menor atisbo de voz, para no molestar demasiado, llam? la atenci?n del ni?o que, al o?rse llamar por un extra?o, se qued? algo at?nito. No parec?a muy decidido a hablar con nosotros, as? que nos envi? una clara se?al para que esper?ramos, corri? hacia adentro de la casa y luego sali? acompa?ado por su madre. Cruz? la puerta, ignorando nuestra presencia, y regres? a sus geranios mientras su madre se acercaba a nosotros. Era una hermosa mujer de pelo negro, bastante alta y esbelta pero no delgada. Sin embargo, al acercarse a nosotros, comenzamos a vislumbrar los rasgos y signos del paso del tiempo en su rostro. No deb?a de ser muy joven, pero se ve?a bien cuidada. Tal vez los esfuerzos f?sicos hab?an dejado en su cuerpo su rastro indeleble de forma prematura. No pod?a saberlo ni me importaba en ese momento, as? que dej? de pensar y me prepar? para dialogar con ella mientras una t?mida sonrisa se dibujaba en su rostro. —?Buenos d?as! ?Busc?is a alguien? —exclam?, manteniendo esa pregunta en sus labios, esperando nuestra respuesta. —Buenos d?as, se?ora. Por favor, perdone que la molestemos. ?Podr?a decirnos a qu? distancia est? el pr?ximo pueblo y qu? direcci?n debemos tomar? ?Tenemos que continuar por el camino o hay que desviarse? Ver?, es que estamos buscando un lugar para parar y descansar un poco, para comer y comprar algunos refrescos. No nos importar?a dar un paseo si pudi?ramos, para ver algunas cosas. Hemos pasado por un pueblo que est? ahora a unos diez kil?metros, no nos gustar?a tener que volver directamente por un camino largo y vac?o —le respond?, tranquiliz?ndola. — S?, hay unos pocos, por supuesto. Pero veo que vais en bicicleta y tambi?n parec?is muy cansados. Ir hasta el siguiente pueblo puede ser un reto y vais a llegar agotados. Adem?s, ?no ten?is que volver despu?s igualmente? ?De d?nde ven?s? — pregunt?. Ten?a toda la raz?n del mundo. —Nos hospedamos en Gissey, venimos de la esclusa 34s, se?ora —exclam? con orgullo, como si me sintiera un maestro experto del lugar por donde pasaba en aquel momento. —?Ah, ya veo! Es la casa de Urs y Doris. Son muy buenas personas —respondi? —. A mi parecer ya hab?is hecho tantos kil?metros que os aconsejo que no vay?is m?s lejos, al menos por hoy. De todos modos, al fin y al cabo, es vuestra decisi?n. ?Puedo sentir el dolor de vuestras piernas y traseros! — continu?, guiada por buen humor contagioso que inmediatamente nos llev? a nosotros dos a re?r a carcajadas mientras confirm?bamos su suposici?n produciendo una mueca c?mica de dolor en nuestras caras. —Escuchad, chicos, nosotros tambi?n tenemos refrescos, la ?nica diferencia es que no est?n a la venta, as? que tendr?is que aceptar nuestra hospitalidad —dijo de forma graciosa—. Si quer?is uniros a nosotros, sois bienvenidos. ?No mordemos, os lo aseguro! —exclam? finalmente con una expresi?n tranquilizadora y sincera. —No nos gustar?a aprovecharnos de su amabilidad, se?ora… —?Giselle, me llamo Giselle! —me interrumpi? extendiendo su mano para presentarse y esperando que nosotros hici?ramos lo mismo. Nos presentamos, y despu?s de darle las gracias tantas veces hasta aburrirla, la seguimos. Nos invit? a sentarnos en una hermosa mesa de piedra construida bajo un porche que completaba el lado derecho de la casa hasta casi llegar a la valla del jard?n de la propiedad. Incluso desde aquel punto se pod?a ver la esclusa y el arroyo no muy lejos, rodeados de verdes campos y ?rboles. Ninguna colina limitaba la vista hasta la l?nea del horizonte, permitiendo al ojo vagar m?s all? de los l?mites. S?lo un relieve con salientes irregulares privaba al suelo de aquella monoton?a plana de las llanuras. Llevando el ojo m?s all? del horizonte, se pod?an ver los cultivos. S?lo eran visibles porque estaban en ligero relieve con respecto al suelo y mostraban tonos de verde m?s oscuros. Se trataba de vi?as muy f?rtiles en las que se produc?a el buen vino de Borgo?a. —Esperad aqu? unos segundos, voy a buscar a Monsieur Jacques. Es mi padre. ?l mismo se define como uno de los mayores charlatanes de Francia o quiz?s de Europa. Yo, sin embargo, creo que es un hombre muy sabio, ahora lo conocer?is —dijo divertida y orgullosa al mismo tiempo. Nunca supe si se sent?a similar a su padre en esto o no, la hija «sabia» de un hombre sabio. Tal vez estaba expresando una sabidur?a diferente a la de su padre. El tiempo me sugerir?a la respuesta. Sonia y yo nos miramos a la cara, entretenidos por tanta alegr?a, pero tambi?n sorprendidos por aquella inesperada hospitalidad. Tem?amos vagamente el bochorno de esa situaci?n, sobre todo hacia el sabio, o charlat?n, Monsieur Jacques. —?Pap?, hoy tenemos amigos a la mesa! —advirti? Giselle justo despu?s de atravesar la puerta, hacia una habitaci?n que no pude identificar. Siempre he cre?do que la amistad y la confianza est?n estrechamente ligadas, dos regalos que la gente recibe y otorga s?lo con el paso del tiempo. El simple conocimiento no implica necesariamente amistad y confianza. No puede haber instinto en una relaci?n amistosa porque no se puede medir la llamada «sensaci?n de piel». La amistad debe sentirse, demostrarse y compartirse. De lo contrario se tratar?a de una relaci?n unilateral. Me refiero a esa forma de amistad que implica complicidad y que a veces tambi?n crea fricci?n entre dos personas, la amistad en su forma m?s verdadera. As?, considero la confianza como el combustible necesario para asegurar que la amistad pueda continuar, permitiendo que nazca, se desarrolle y evolucione hacia sentimientos a?n m?s importantes y profundos. Sin este combustible no podemos proceder, as? que es mejor que nos bajemos y sigamos a pie, pero por nuestra cuenta. Viendo la pel?cula de mi vida, he podido ver y escuchar historias de gente que ha dado su vida por la amistad, amando a su amigo incluso m?s que a ellos mismos. He visto a gente vaciarse de todo con tal de compartir cosas con sus amigos, y me he preguntado si yo podr?a hacer lo mismo por ellos. Tal vez habr?a perdido el desaf?o conmigo mismo, no lo s?, pero claramente a?n no he tenido una verdadera oportunidad de ponerme a prueba a m? mismo. Tambi?n he o?do historias de traici?n, quiz?s porque ese sentimiento de amistad fue experimentado de manera diferente por las personas en cuesti?n, quiz?s en un sentido ?nico, o quiz?s porque para algunas personas la amistad era m?s bien sin?nimo de buena oportunidad y, como tal, de ser explotada al m?ximo. Sin embargo, nada de esto me maravilla. La lucha por la supervivencia de la especie est? escrita en el ADN del animal, ya sea hombre o bestia. Se lucha para sobrevivir y seguir adelante, «muerte tuya, vida m?a». A veces importa bien poco qui?n paga las consecuencias. Es un proceso de selecci?n natural que ha tenido lugar en los ?ltimos milenios y nunca dejar? de tenerlo en el futuro. Nos escondemos detr?s de esta coartada y ya no nos preocupamos por los efectos que puedan derivar de ella. Tambi?n he o?do hablar de historias de amistad rec?proca, casos verdaderamente raros y la mayor?a de las veces parte de cuentos de hadas; cuando son reales, exaltadas e idealizadas a la par de las leyendas. Es asombroso que, ante una bella historia de amistad, se tienda a romantizarla, a hacer pel?culas sobre ella, a crear mitos para exponer y utilizar como referencia, siempre que las cosas no evolucionen como se espera, despleg?ndose en la escritura de poemas o prosa kilom?tricos destinados a la venta. Mitos, grandes ejemplos de vida que emular, que seguir. ?No deber?a eso ser lo «normal»? Cuando pienso en una persona, la considero mi amiga, quiero decir que esa persona es como yo, que est? a la par m?a. Si no, uso otro t?rmino para catalogarla y prefiero llamarla «conocida». ?Y qu? hay de la confianza? ?C?mo surge, d?nde entra, qu? posici?n ocupa? ?Puede la confianza que ponemos en un verdadero amigo, y que no s?lo se supone que lo es, ser la misma que la que ponemos en un simple conocido? Tal y como yo lo veo y como resultado de la experiencia, la respuesta s?lo puede ser negativa. La amistad y la complicidad son cosas antiguas. Desde que el hombre comenz? a caminar por la Tierra para vivir, o m?s bien para sobrevivir, necesit? un compa?ero a su lado. El hombre prehist?rico siempre ten?a que ir acompa?ado de un compa?ero o m?s para cazar y matar a su presa. Se dio cuenta de que no pod?a derribar a su gran presa por s? mismo, de lo contrario se arriesgaba a morir. El legionario romano tuvo que confiar en la capacidad de todo el pelot?n para crear la «tortuga» y luego poder defenderse del enemigo en la batalla. Incluso en el ?mbito literario y art?stico, la amistad ha inspirado al hombre en la creaci?n de sus m?s grandes obras. El hombre, por naturaleza, no puede vivir solo, necesita a la manada. Hay personas que prefieren estar solas, tal vez por la desconfianza que sienten hacia los dem?s, o porque necesitan lograr su propio aislamiento en su b?squeda espiritual sin exponerse a condicionamientos externos. Traigo aqu? un pasaje de Cicer?n que, aunque algo anticuado, nos transmite un mensaje muy moderno: La amistad no es otra cosa a no ser el acuerdo de todas las cosas divinas y humanas con un profundo afecto. Exceptuada la sabidur?a, quiz? esta sea el mayor regalo de los Dioses al hombree. Hay quienes prefieren la riqueza, la salud, el poder, los cargos p?blicos, muchos incluso el placer. […] Luego est?n los que ponen el bien supremo en la virtud: una cosa maravillosa, sin duda, pero es precisamente la virtud la que genera y preserva la amistad, y sin virtud la amistad es absolutamente imposible. […] La amistad no puede existir m?s que entre gente honesta. De hecho, es el hombre honesto, al que es l?cito llamar sabio, quien observa que no hay nada falso o simulado; en efecto, son las almas nobles las que incluso odian abiertamente en lugar de ocultar sus pensamientos tras una falsa apariencia. Adem?s, no s?lo rechaza las acusaciones de alguien, sino que ni siquiera sospecha, pensando siempre que el amigo ha cometido alg?n error. Vale la pena a?adir, finalmente, la suavidad de la palabra y los modales, un condimento nada despreciable de la amistad. […] Digno de amistad es aquel que tiene dentro de s? mismo la raz?n para ser amado. ?Especie rara! […] De todos los bienes de la vida humana, la amistad es el ?nico en cuya utilidad los hombres est?n un?nimemente de acuerdo. […] Todo el mundo sabe que la vida no es vida sin amistad, si al menos en parte quieres vivir como un hombre libre. La amistad, de hecho, se mete, no s? c?mo, en la vida de todos y no permite que ninguna existencia pase sin ella. Por el contrario, si un hombre tiene un temperamento tan rudo y salvaje que reh?ye todo contacto humano y lo odia, no puede evitar buscar a alguien sobre quien vomitar el veneno de su amargura. Entonces es cierto lo que dijo, si no me equivoco, Arquitas de Tarento:«Si alguien subiera al cielo y contemplara la naturaleza del universo y la belleza de las estrellas, la maravilla de tal visi?n no le dar?a la alegr?a m?s intensa, como deber?a, sino casi un disgusto, porque no tendr?a a nadie a quien comunic?rselo». As?, a la naturaleza no le gusta nada el aislamiento y siempre trata de apoyarse, por as? decirlo, en un soporte, que es tanto m?s dulce cuanto m?s querido es un amigo. […] En realidad, las relaciones de amistad son variadas y complejas y hay muchos motivos de sospecha y fricci?n; saber c?mo evitarlos, mitigarlos, soportarlos es un signo de sabidur?a. Un motivo de resentimiento en particular no debe ser exacerbado, para mantener las ventajas y la lealtad en la amistad: hay que advertir y reprochar a los amigos y, con esp?ritu amistoso, hay que aceptar de ellos los mismos reproches si est?n inspirados por el afecto. Si, por lo tanto, es un signo de verdadera amistad amonestar y ser amonestado—y amonestar sinceramente, pero sin dureza, y aceptar las reprimendas con paciencia, pero sin rencor—entonces debemos admitir que la plaga m?s grave de la amistad es la adulaci?n, el halago y el servilismo. Ponle todos los nombres que quieras: siempre ser? un vicio que condenar, un vicio de quien es falso y mentiroso, de quien siempre est? dispuesto a decir cualquier cosa para complacer, pero nunca la verdad. La amistad es ante todo comunicaci?n (http://doc.studenti.it/appunti/psicologia/9/comunicazione.html) entre dos personas que comparten pasiones, situaciones comunes, que para bien o para mal, se soportan durante el largo viaje de la vida. Utilizo la expresi?n «soportarse» porque siempre hay diferencias entre las personas que pueden hacer reflexionar y crecer al mismo tiempo, pero tambi?n provocar un distanciamiento, a veces incluso definitivo, en los casos m?s graves en los que la confianza se desvanece, provocando malentendidos entre ellas. Por desgracia, uno s?lo se da cuenta de la importancia de los amigos cuando nos ignoran, cuando uno percibe su alejamiento de nuestras vidas. En otras palabras, nos quema la falta de amistad cuando nos damos cuenta de que la hemos perdido para siempre. Las disculpas sirven de poco. Pueden recrear el di?logo, tal vez permiten que las relaciones f?sicas se reconecten, pero no devuelven la confianza perdida. Como las heridas causadas por la hoja de un pu?al, aunque se curen con el tiempo, permanecen visibles de por vida. La amistad es un bien preciado que debe ser cultivado d?a a d?a, est? en constante evoluci?n, tanto que gracias a ella no nos damos cuenta del paso del tiempo. Plauto dec?a: «Donde hay amigos, hay riqueza», y para ser tal, la amistad debe ser vivida, construida y no contemplada como un monumento o una maravilla natural gen?rica. No puedes ser espectador de una amistad, tienes que ponerte la ropa de actor y honrar tu papel en el escenario hasta que se cierre el tel?n. Hay que hacerlo en primera persona, involucr?ndonos, quiz?s a veces cometiendo errores o arriesg?ndonos a ser traicionados. Uno puede estar extasiado ante la visi?n de una aurora boreal, pero no es indiferente a la imagen de dos cachorros de perro y gato acurrucados el uno al otro mientras juega sin ser conscientes de su diversidad y de su futuro «adverso/adversario». A veces buscamos a la gente porque sabemos que con ellos el d?a parece ser m?s sereno, cada evento m?s feliz. No nos demos cuenta de que pod?an ser amigos potenciales. As?, de repente, sin motivo ni raz?n, se convierten en tales, tanto para nosotros como para ellos. De acuerdo con las leyes (http://enciclopedia.studenti.it/legge.html) de la Econom?a, «dar» s?lo es bueno si es correspondido por «recibir». En la verdadera amistad desinteresada hay un continuo dar, y la forma en que se hace vale m?s que lo que se da. Y luego viene el amor, en todas sus formas. Amistad y amor, ?una uni?n indisoluble? ?Y ese afecto que de alguna manera los une? Son sensaciones fundamentales en nuestra vida cotidiana, portadoras de emociones ?nicas e inolvidables, razones v?lidas para afrontar las miles dificultades que cada d?a se ponen en nuestro camino. A lo largo de nuestra existencia vivimos estas situaciones varias veces, nos encontramos tan a menudo con estas emociones que tambi?n debemos saber manejar, comprender, a veces aceptar y aceptarnos a nosotros mismos, a pesar de todo y de todos. A veces, estos sentimientos se confunden y se hace dif?cil distinguirlos para aclarar c?mo nos sentimos. En otras ocasiones, esta tarea es in?til y ni siquiera nos damos cuenta: el hambre de claridad s?lo alimenta a?n m?s nuestro estado de confusi?n interior. Cuando amamos a un amigo, sin distinci?n de sexo, cuando nos importa y es parte integrante de nuestra propia existencia, se hace casi superfluo distinguir ambas cosas. El amor es como el culmen de la amistad. En lo m?s profundo de nosotros, el amigo que sufre o se alegra, que vive los momentos buenos o malos de su vida, nos involucra totalmente. Compartimos las mismas experiencias y emociones con ?l. Del mismo modo, el amigo siente las nuestras. Se llega a vivir en simbiosis, cuidando a nuestro amigo tanto como nos preocupamos por nosotros mismos. Debido a que, lo queramos o no, nos amamos, es justo afirma que tambi?n lo amamos de la misma manera. Entonces, ?realmente vale la pena distinguir entre la amistad y el amor? Por supuesto, cuando en la relaci?n entran el sexo, la familia y la convivencia. El hecho es que, en ciertas situaciones, es simplemente innecesario hacerse la pregunta. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=57159186&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
Наш литературный журнал Лучшее место для размещения своих произведений молодыми авторами, поэтами; для реализации своих творческих идей и для того, чтобы ваши произведения стали популярными и читаемыми. Если вы, неизвестный современный поэт или заинтересованный читатель - Вас ждёт наш литературный журнал.