Íè ñëîâà ïðàâäû: êðèâäà, òîëüêî êðèâäà - ïî÷òè âñþ æèçíü. Ñ óòðà äî ïîçäíåé íî÷è çíàêîìûì, è äðóçüÿì, è ïðî÷èì-ïðî÷èì ïóñêàþ ïûëü â ãëàçà. Ñêàæè ìíå, Ôðèäà, êóäà èñ÷åçëà äåâî÷êà-åâðåéêà ñ òóãèìè âîëîñàìè öâåòà ìåäè, ÷èòàâøàÿ ïî ñðåäàì «áóêè-âåäè» ñ õðîìîé Ëåâîíîé? Ãäå æå êàíàðåéêà, ïî çåðíûøêó êëåâàâøàÿ è ïðîñî, è æåëòîå ïøåíî ñ ëàäîøêè ëèïêîé? Ô
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90 millas hasta el parai?so

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90 millas hasta el parai?so Vladi?mir Eranosia?n El libro “90 millas hasta el parai?so” sera? de intere?s para un amplio ci?rculo de lectores que son aficionados al ge?nero del detective poli?tico y del thriller histo?rico. El argumento se basa en acontecimientos reales y narra acerca del ma?s escandaloso en Ame?rica Latina“kidnapping” del an?o 2000, el secuestro del nin?o cubano Elia?n Gonza?lez. El proceso judicial ligado a este asunto se convirtio? en un show poli?tico sin precedente con la participacio?n de los ma?s altos li?deres de estados, agencias de inteligencia y clanes de ga?nsteres. A opinio?n del autor, el Comandante Fidel Castro teni?a en este caso y sus motivos personales para el retorno del nin?o a la Patria. Pero los principales protagonistas de la novela son individuos habituales, que no admitieron ni las amenazas, ni el chantaje, ni el soborno y lucharon por Elia?n hasta el fin en esta historia increi?ble. ?El secuestro que conmoviî al mundo! En los momentos transcendentales de la historia de un pueblola actitud de una persona puede compensar la ignominia, con la que han cubierto a este pueblo todos sus traidores tomados en conjunto Fidel Castro Se lo dedico a mi mamà, a mi hijo Màximo, y a todos los padres. El tema està basado en sucesos reales, en la cronolog?a histîrica y fuentes fidedignas. Lo imaginario solamente figura para darle una mayor veracidad a la narraciîn. Realmente, esta isla es el lugar màs hermoso de los que haya podido ver el hombre. Cristîbal Colîn * * * 2 de diciembre de 1999. La Habana, Cuba. Palacio de la Revoluciîn, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la Rep?blica de Cuba Fidel Castro Ruz Ellos no se han olvidado de quå fecha es hoy. Este d?a, hace 43 a?os, ål junto con ochenta y dos rebeldes, entre los cuales figuraba el Che, contra?do por el asma y fatigado por el mareo, desembarcaron del yate “Granma”, para vencer o morir… La mesa fue servida en la sala de descanso, adyacente al despacho. Hab?a bogavantes, langostas, langostinos tigres en una salsa agridulce, un delicioso pescado panga, frito en crema a la plancha. A la par con todo eso a Fidel le sirvieron su vino espa?ol preferido, con 50 a?os de solera, as? como una botella de champa?a “Dom Pårignon”. Toda esta abundancia provocadora podr?a desorientar y desanimar a cualquiera, pero de ninguna manera al l?der. El Comandante estaba a la espera de una reuniîn importante. El hermano Ra?l trajo a la capital a Juan Miguel Gonzàlez Quintana, oriundo de la provincia de Càrdenas. Era un empleado ordinario, cajero en uno de los hoteles de Varadero. Por ål, mejor dicho, por el hijo de 6 a?os de edad, se desencadenî un escàndalo internacional. Un d?a antes, los compa?eros de lucha desaconsejaban seguir en el motivo de la juez americana, con un t?pico apellido latinoamericano Rodr?guez, e intentaban convencerle de que no se deb?a permitir al càndido Juan Miguel presentarse ante el juzgado en los EE.UU. Ra?l aseguraba que a este jovencito en Amårica le estaba esperando un refinado tratamiento psicolîgico y un soborno directo. – No podrà resistir – as? lo declarî el hermano un d?a antes, y, a pesar de todo, en el fondo del alma quisiera que hubiera un milagro. Ål personalmente se dirigiî a Càrdenas, para traer a La Habana al padre inconsolable. – ?Quå te parece, no fallarà? – por debajo de las espesas pesta?as negras miraban a Ra?l aquellas mismas pupilas fogosas, que pod?an hacer quemar a cualquiera en los agudos instantes del asalto al cuartel Moncada, pero cuyas llamas se han empa?ado desde los d?as de la victoria de la Revoluciîn. No por la desilusiîn de los ideales, sino de la traiciîn humana. – Ya no estoy seguro– pronunciî pensativamente Ra?l. – Es demasiado joven y demasiado categîrico en sus reflexiones. – Nosotros tambiån åramos jîvenes, åramos maximalistas. – Pero nosotros luchàbamos en nuestra tierra, mientras que ål deberà enfrentarse con el enemigo, cabe decir, en la misma guarida de ellos, en Miami, donde han arraigado estos canallas, “gusanos”. – ?A la voluntad de Dios! Los ojos de Ra?l se entornaron involuntariamente. ?Quiån hubiera podido pensar que a fines de los a?os noventa el ate?smo de Fidel empezara a retroceder bajo el empuje de las dudas que surgieron en su alma impetuosa! No retornarà a sus manantiales de adolescente… En su infancia se consideraba ser uno de los màs aplicados novicios en el colegio de jesuitas. Transcurridos unos a?os debido a los dogmàticos retrîgrados y a los pedantes atrasados del ambiente de los superiores, de manera impredecible se hizo ateo. La muy creyente madre catîlica nada pudo hacer con la pårdida de la fe del hijo. La mente curiosa de este exig?a pruebas, mientras que Lina Ruz – hija de una bruja autodidacta – no dispon?a de una formaciîn sîlida. Cabe decir, a Stalin los estudios en el seminario espiritual no le impidieron gobernar a los ate?stas. Esto es un hecho. A lo largo de toda la vida ål citaba el Evangelio, y en lo que se refiere a la Iglesia Ortodoxa, destruida por Lenin, esta aumentî la cantidad de parroquias precisamente durante el culto a la personalidad de Stalin. ?De quå manera amenaza a la Cuba socialista tal regeneraciîn? ?En quå se volcî el permiso de Fidel de admitir a los creyentes al Partido Comunista? ?No olvidemos el coqueteo con el Pont?fice y la Congregaciîn de la Santa Sede! El sacerdote brasile?o Fray Betto hasta publicî un libro sobre este quisquilloso tema entre los marxistas. La obra “Fidel y la religiîn” simultàneamente sumiî en un shock al Vaticano, y a la ålite ate?sta del partido. ?Eso no vale! ?Confiar en la Providencia es el màximo grado de descuido! Solo Fidel ser?a capaz de actuar as?. Nadie en Cuba dudaba que el absoluto “recordman” mundial en sobrevivir a atentados, y hubo màs de setecientos treinta, que el “embrujado” Fidel morir?a por su propia muerte. ?Pero quå ocurrirà con ellos? Los que han servido al Comandante en cuerpo y en alma. Los yanquis y la inmigraciîn solamente desean la muerte de Castro. Sue?an con una revancha desde los tiempos de aquella derrota vergonzosa en la Bah?a de Cochinos. La juventud, que ha crecido en las condiciones de un dåficit total y depravada por la permanente y continua propaganda del consumo, es poco probable que se ponga a defender las conquistas de la Revoluciîn. Naturalmente, entre los vàstagos jîvenes habrà patriotas tambiån. Pero Ra?l solamente ten?a fe en “la vieja guardia”, en los veteranos de las guerras de liberaciîn nacional en Àfrica y Amårica Latina. En total son 400 mil personas. Justamente ellos les daràn una vez màs a los yanquis y a los mercenarios una patada en el culo. Es verdad que serà mucho màs dif?cil hacerlo sin el carisma de Fidel… Ellos llaman dictador a Fidel. ?Que sabrà esa gente de eso? ?Quå es lo que comprenden bajo la palabra “dictador”? Es màs que risible si aceptamos las conclusiones de mådicos expertos, los cuales afirman que todos los dictadores, sin excepciîn, padecen de descomposiciîn. Los estre?imientos de Hitler y los problemas intestinales de Mao Zedong no ten?an relaciîn alguna con el neurastånico Benito Amelgara Andrea Mussolini y el diabåtico Josip Broz Tito. Cada uno de ellos ten?a sus propias enfermedades. Ser?a extra?o si el viejo Fidel no tuviera problemas con el intestino. ?A fin de cuentas no es un robot! Lo com?n en todo esto era completamente otra cosa, el carisma y la aficiîn al uniforme militar. Por ejemplo, Tito, el såptimo hijo en una numerosa familia croata, desde la màs tierna infancia so?aba con tener una camisa blanca y zapatos de charol de camarero. Pero una vez cumplido el sue?o, se probî el vestido de camarero de restaurante. Muy pronto entendiî que esta ropa de gala no val?a las humillaciones que tuvo que soportar. Quizàs por eso Tito haya llegado a ser militar. Hasta en los minutos de ocio en su famosa residencia, en la isla Brioni, donde en màs de una ocasiîn se ba?aba en la piscina con la bell?sima Sof?a Loren, llevaba puesto el uniforme de gala de mariscal, hecho a medida. ?Quå hay de sedicioso si uno siente la pasiîn por los uniformes militares y las mujeres hermosas? Es natural que as? se comporte un varîn verdadero. El pa?s ha de ser gobernado por personas mentalmente sanas. Fidel, un gran admirador del sexo dåbil, tambiån prefiere la guerrera militar al traje de paisano, no le son ajenas tales debilidades, as? como el vino espa?ol de solera. En ese aspecto no hay nada censurable. Cabe decir, Ra?l da preferencia al whisky “Chivas”, de doce a?os de a?ejamiento. Cuando el asceta y romàntico Che visitî al l?der yugoslavo en Brioni, no pudo entender la aficiîn al lujo de Tito. Posiblemente, el garaje con coches Jaguar, Rolls-Royce y Bentley, as? como el safari, parque de cebras, avestruces y leopardos, regalados por el rey de Etiop?a era el colmo. En este caso nadie siquiera discut?a con el Che. Pero las mujeres y el whisky de malta, tra?do en un vuelo especial del estado norteamericano de Kentucky, hab?a alegrado hasta a Guevara, y Fidel estaba muy arrebatado. Convertirse en el l?der del Movimiento de Pa?ses No Alineados, siendo comunista, en el ajedrez tales jugadores llevan el t?tulo de Gran Maestro. Yugoslavia durante el rågimen de Tito florec?a. La muerte del mariscal, ya al cabo de un a?o, conllevî la ruina del pa?s y el desmoronamiento de la unidad internacional. ?Acaso la muerte de Fidel provocarà esa misma situaciîn? No, Tito no ten?a a tal hermano como ål, Ra?l. Los dos disponen de cierto tiempo. Mientras que todo siga sin cambios. El l?der yugoslavo sab?a manipular a los omnipotentes. Orde?aba a todos los que le rodeaban. Tal es la suerte de un dirigente de un pa?s grande o peque?o, pero no potente. Ål se encuentra en el filo de la navaja, en la punta del cuchillo, en el borde del abismo. Uno debe aprender a obtener provecho de su situaciîn poco envidiable. Fidel, s?, mejor que otros sab?a cîmo hacerlo. ?Quiån en la China acomodada de hoy d?a, recuerda los muy reales cuentos acerca del Gran Timonel Mao, que hasta en los ?ltimos d?as de su vida no se limpiaba los dientes y se vaciaba en el foso? ?Que ål obligaba a los campesinos a aniquilar los gorriones, con lo que atrajo a los campos a insectos e hizo morir de hambre a millones de personas? ?Homenajear?an los chinos a Mao Zedong porque el revestimiento de terciopelo de su tren especial estaba remachado con clavos de oro? Entonces al dictador rumano Ceaucescu no lo habr?a linchado la multitud, aunque ål usaba un inodoro de oro. ?No, naturalmente! El respeto a Mao està ligado con un momento de su historia: empezaron a respetarle a?n màs porque supo hallar la forma de cîmo obtener del “perspicaz campesino”, as? Fidel llamaba a Jruschev, la bomba nuclear y levantî el pa?s que estaba de rodillas, convirtiåndolo de una China retrasada, en una gran potencia nuclear. Fidel tambiån hizo de los ex esclavos una naciîn orgullosa. Los cubanos han de quedarse as? para siempre. ?Su suerte es la de conservar la independencia del pa?s o morir! “?Les ayudarà en esto Dios? Ser?a bueno” – pensî Ra?l. En tales casos, parece, se supone rezar. Para sus 74 a?os, Fidel a?n no ha venido al altar con la oraciîn. ?Quiån sabe, quizàs lo haga para su jubileo a los ochenta a?os? – S?, naturalmente – aprobî Ra?l la fatalidad en la conducta del hermano mayor, pero para s? pensî que, si se deja correr el asunto de Gonzàlez, ser?a un descuido imperdonable. En el caso de que al joven cubano, seducido con las promesas de una vida paradis?aca, se le ocurra traicionar a su patria, habrà que neutralizarlo. Sea como sea. F?sica o moralmente. No tiene importancia. Lo principal es que el pueblo de Cuba vea el castigo inevitable por la traiciîn… – ?Pues, este joven està aqu?? – preguntî, al fin, Fidel. El hermano menor lo confirmî con un gesto afirmativo. – Hazlo pasar aqu? – le ordenî a Ra?l. – Inviten a Juan Miguel Gonzàlez – ordenî a los comisionados del Ministro de Defensa.      Juan Miguel, de mediana estatura, un joven con una figura bien formada con unas orejas un poquito alargadas, estaba sentado en la sala de recepciîn en una silla trenzada indonesia con un espaldar afiligranado – Como un escolar, esperaba amedrentado la entrevista con un gran hombre, el l?der de Cuba. No pod?a imaginar que todo esto le ocurriera a ål. Su esposa Nersy, con motivo de una visita a La Habana, obligî a Juan Miguel a que se pusiera una nueva camisa blanca, cuyo cuello le apretaba ahora la garganta, como si fuera un estirado collar de perro. – Pase Ud. – le susurrî al o?do un negro robusto de la escolta presidencial de Fidel. Juan Miguel entrî en el “Sancta Sanctorum”, un modesto despacho del l?der de la Rep?blica. En la pared estaba colgado un retrato hecho a îleo del håroe de la revoluciîn, de un barbudo sonriente, Camilo Cienfuegos, cuya muerte originî en los c?rculos de la inmigraciîn en Miami todo tipo de versiones acerca de las causas de su fallecimiento en un accidente aåreo fatal. Junto al retrato hab?a un cuadro con la imagen del trabajo voluntario de los ni?os cubanos en la cosecha de la ca?a de az?car, la zafra. Los muebles en el espacioso gabinete de Fidel no parec?an ser lujosos. En el amueblado no hab?a alusiîn alguna al estilo “kitsch” de palacio. Al contrario, algo hac?a recordar el mal gusto, el burocratismo y el ascetismo del morador de este espacio. Apareciî Fidel. ?Ah? està ål! El hombre leyenda. El “Barbudo” con una barba ya enralecida. Un orador genial, capaz con su discurso fogoso, en el transcurso de muchas horas, de captar la atenciîn de cualquier auditorio. Ni una sola vez perdiî el hilo de sus comentarios, segu?a la lîgica de la narraciîn, sin que confundiera las fechas, cifras y detalles histîricos. Una persona que dispone de una memoria incre?ble y una voluntad inquebrantable. El håroe y “El Caballo”, el potro que pudo dar vida a la ?ltima criatura, siendo un viejo de 65 a?os… Fidel apretî su mano. No permitiî que fuera largo el apretîn de manos, sino muy breve. Hubo una contracciîn muscular en la palma de la mano y Juan Miguel sintiî en ese instante la potencia de una gran personalidad. El joven se turbî de la mirada fija de la persona ¹1 en Cuba, y as? mismo sent?a como lo taladraban los ojos de Ra?l, del hombre ¹2. – Juan Miguel, deberàs emprender un viaje al juzgado a los EE.UU. Eso lo requieren las circunstancias, el derecho internacional y la Temis americana. En esto insisten el Ministerio de Justicia y los subordinados a este, el Servicio de Inmigraciîn y Naturalizaciîn. La presencia del padre en el juzgado relacionado al asunto del retorno de su hijo Eliàn, lo desea tambiån el pueblo norteamericano. All? estàn seguros de que, en cuanto te liberes de mi vigilancia, naturalmente, pediràs refugio pol?tico en los EE.UU. Esto significa que el problema de la reuniîn del padre y el hijo se soluciona automàticamente, y para quå se armî ese escàndalo ruidoso. – Yo no voy a rendirme. Me han robado al ni?o, y yo quiero solamente una cosa: que sea devuelto Eliàn a su padre, a su pa?s natal, donde se sent?a feliz. Las palabras del joven conmovieron a Castro, pero el Comandante no quiso mostràrselo. – En 41 a?os transcurridos despuås de la victoria de nuestra revoluciîn, la legislaciîn americana no hizo a Cuba ni una sola concesiîn – continuî Castro – los recursos de los que disponen tus oponentes son ilimitados. Tanto en el aspecto jur?dico, como en el financiero. – ?Y lo que se refiere a lo moral? – el joven cortî involuntariamente a Fidel. ?Y el aspecto moral? Fidel se cruzî la mirada con el hermano. A los dos les agradî la råplica del simple muchacho de Càrdenas, el cual no tomî en consideraciîn las palabras de los oponentes, insist?a en lo suyo. – La parte moral de nosotros, de los cubanos, siempre se encuentra en el primer plano. Todo el pueblo, y cada uno de por s?, se incorporarà a la lucha por su peque?o ciudadano. Iniciando este enfrentamiento, debemos tener sîlidos motivos, no solo en lo jur?dico, sino en lo moral tambiån. Pero ten en cuenta, te esperan grandes pruebas. – Estoy listo a enfrentarlas. – Tu ?mpetu es digno de elogio. Pero deberàs llevar contigo a tu nueva esposa y a tu nene, as? como a las dos abuelas de Eliàn. – ?Para quå han de estar ellos all?? Yo podr?a ir solo para traer a Eliàn. – Entonces ellos diràn que Castro dejî como rehenes en Cuba a la nueva familia de Juan Miguel y a su madre. El joven està acorralado, en una situaciîn sin salida. No puede ser libre en la toma de sus decisiones. Es inflexible en sus intentos de hacer volver al hijo a Cuba solo porque a los familiares les amenaza la represiîn f?sica. ?Es eso lo que quieres? Juan Miguel, el padre del ni?o, por un instante quedî pensativo. Luego exclamî: – Lo he comprendido. – Te van a ofrecer mucho dinero y una vida paradis?aca… – En el Edån no se necesita dinero – de manera segura lo expresî tajantemente Juan Miguel – Por lo tanto, Amårica no puede ser para?so para el cubano. Esto es una cuestiîn de honor. – Para nosotros esto es a?n una cuestiîn de confianza – intervino su palabra Ra?l. – No solamente para nosotros – confirmî Fidel – Todo el pueblo confiarà a ti, Juan Miguel. Para once millones de cubanos de diferentes edades y sexos, naciones y grupos åtnicos, catîlicos y “santeros”[1 - "santeros" – descendientes de los esclavos, principalmente mulatos, seguidores del culto pagano “santer?a”, es de origen africano.], t? y Eliàn se convertiràn en s?mbolos de nuestro pa?s. No hay pecado màs terrible que el de enga?ar a la gente que haya confiado en ti… ?Cîmo se llamaba tu primera esposa, la madre de Eliàn? – de repente preguntî Fidel, como lo hac?a habitualmente si le interesaban algunos detalles. – Elizabeth Brotons – lo dijo muy despacio el joven cubano – No me dijo nada acerca de sus planes… – ?Le eras fiel en el per?odo de la vida conjunta? Juan Miguel agachî la cabeza – La respetaba mucho – expresî este, justificàndose. – Como varîn yo te comprendo – Fidel se rascî la barba. Y yo, siendo comunista, te recomiendo que pienses muy bien acerca de tu actual situaciîn – expresî su opiniîn Ra?l – No te exhorto a que mientas y te pongas a justificar tu conducta. Ten en cuenta, simplemente, que sus juristas van a engancharse a cualquier hilo posible, para denigrarte, desacreditar ante millones de norteamericanos la imagen de los comunistas, y como resultado, humillar a Cuba. El valor de cada palabra, pronunciada por ti en los EE.UU., crecerà de manera incre?ble. Nadie te obliga a confesar que hab?as sido infiel a tu cînyuge.Pueden aprovechar tu honradez, como instrumento contra tu patria. No les concedas a nuestros enemigos una informaciîn adicional. No les entregues personalmente un triunfo complementario. – Hay una historia en la Sagrada Escritura – recordî a propîsito el Castro mayor– Cuando Joså, queriendo aleccionar, y luego perdonar a los hermanos ruines, aprovechî un enga?o peque?o. ?No se necesitî el enga?o, si este no se utiliza en aras de la bondad? Este argumento deber?a ser el ?ltimo que aprovechar?a el hermano menor. Acaso Fidel se ha olvidado de que todos estos cuarenta a?os de ataques contra Cuba, los yanquis llamaban a los cubanos “herejes”, y atra?an a su lado el nombre de Dios. Los Conquistadores tambiån aniquilaban a los indios bajo las banderas Santas. Fidel no pudo olvidar esto. Poseyendo tal memoria, probablemente cree que Dios està a favor de Cuba… La conversaciîn no finalizî as?. Fidel le pidiî a Juan Miguel que saliera por un rato, este ten?a varias preguntas confidenciales a su hermano. – ?Quå està emitiendo la hostil radio enemiga, a la cual no pudiste silenciar completamente? – se interesî Fidel. – Estàn demasiado cerca… Siguen el ruidoso escàndalo histårico en torno al ni?o – informî Ra?l. – Estàn transmitiendo tambiån que has adquirido en Francia un yate tipo “flybridge” con un bar, una barbacoa y una ba?era de màrmol. – Ser?a mejor dar a conocer que en este se hayan instalado giroscîpicos estabilizadores de balanceo y un sistema que mantiene inmîvil el yate, sin usar el ancla. Ahora nuestros buzos podràn filmar para el pueblo los buques hundidos y la fauna del mar del Caribe, sin da?ar con el ancla echada los arrecifes de coral. – Siguen comentando que t?, a la manera de Gorbi, el cual devorî una pizza italiana para hacer publicidad, permitiste que te fotografiaran por dinero en zapatillas deportivas espa?olas. – ?Los ni?os recibieron las zapatillas? – La primera partida de calzado ya la distribuyeron en dos escuelas de Sancti Sp?ritus y en un orfanato en Agramonte. – Ellos promet?an dar muchas zapatillas, y a Gorbachov, seguramente, le hab?an prometido mucha, mucha pizza… – Creo que no le enga?aron… para que ål enga?ara a su pueblo. Ademàs, Gorbi lo ped?a, no para el pueblo, sino para s?, y eso significa que ål no ped?a tanto. – El l?der de tal pueblo de ninguna manera deb?a pedirlo… – expresî pensativamente Fidel – Sea como sea, yo no comprendo quiån les dio el derecho de llamar a su vil radio con el nombre de nuestro håroe nacional, Joså Mart?. Silåncialos. – Estàn demasiado cerca… – ?Quå opinas sobre este muchachito de Càrdenas? – Es que t? sabes mi opiniîn. Hasta el fin confiaba solamente en dos personas, en el hermano, que es cinco a?os mayor que yo, y en el Che. Ahora, solo en mi hermano. – Quiero charlar cara a cara con este muchacho. Vete a hacer tus asuntos – ordenî Fidel y pidiî que llamaran a su despacho al se?or Gonzàlez… – Eres incorregible – as? se expresî Ra?l, yåndose del despacho – A?n sigues creyendo en la gente… Al volver Juan Miguel al despacho del Comandante, este comprendiî que el l?der cubano quer?a hablar francamente con ål. – Cuåntame sobre tu Elizabeth y Eliàn – pidiî Fidel. Juan Miguel le narrî su historia. Quedo muy sorprendido. Era incre?ble que, a pesar de estar tan atareado, el l?der del pa?s hubiera escuchado todo hasta el final, apenas de vez en cuando interrumpiendo al narrador y exigiendo de este pormenores para concentrarse en los detalles… Municipio Varadero, Cuba D?as antes de la tragedia Làzaro Mu?ero, gamberro menudo, que so?aba con ser un gran contrabandista, al fin se decidiî a infiltrarse en la habitaciîn de un entrado en a?os burguås de Fràncfort. Vino a descansar con su nieta veintea?era. El cîmplice del efractor, Julio Cåsar, ayudante del barman del hotel “Siboney”, prometiî entretener al alemàn un rato, deteniåndole en la barra del bar. Làzaro entrî sin ninguna dificultad en la habitaciîn. Le han servido para esto los hàbitos de cîmo usar la ganz?a, adquiridos en los a?os de su juventud. Entonces, realizî su primer hurto con fractura, extrayendo del despacho del director de la escuela los medios recolectados por los alumnos para comprar medicamentos destinados a los ni?os de Chernîbil. En aquella åpoca el gobierno de Cuba aprobî una decisiîn sin precedente: sanar gratuitamente a los ni?os irradiados ucranianos. Si a Làzaro lo hubieran pillado en aquel momento, el asunto habr?a adquirido màs bien un caràcter pol?tico que penal. Pero la sospecha recayî en otro alumno, cuyos parientes denigraban a Castro, a?n en los a?os de la dictadura de Fulgencio Batista, y ahora resid?an en Florida. Al muchachito inocente lo expulsaron de la escuela, lo que Làzaro acompa?î con una sonrisita, jactàndose ante una nueva amiguita: “?Lo torpe que son!” “?Quå hermosura!” – por un instante, Làzaro quedî maravillado del lujo de la habitaciîn del hotel y, mirando nerviosamente en torno suyo, se puso a buscar dinero y objetos de valor que pondr?a en su sombrero de paja. Despuås de revisar las mesitas de noche, ål descubriî un frasco de agua de colonia “Carolina Herrera”, que ya estaba casi vac?o. Se perfumî con mucha abundancia y se dirigiî al tremî. En la caja hab?a varios billetes arrugados de diez pesos. No era tan grande el bot?n… ?Pero en la otomana azul, al lado de la cama, ål tropezî con una videocàmara! El ladronzuelo la empaquetî cuidadosamente en el sombrero. Al ver en el sillîn junto a la mesita de noche una chaqueta de lino, examinî con mucho esmero los bolsillos y extrajo un portamonedas con tarjetas bancarias. “?Fritzes de mierda! ?Quå hay de malo en el dinero en efectivo?” – Làzaro se puso rabioso. No era posible poder utilizar una tarjeta de crådito en Càrdenas, as? como en cualquier otra ciudad. No porque el due?o al enterarse de la pårdida, inmediatamente la bloquearà. Simplemente, en Cuba usaban las tarjetas exclusivamente los extranjeros, mientras que Làzaro solo so?aba con ser uno de ellos. S?, ten?a planeado recibir la ciudadan?a estadounidense, y sin duda alguna as? lograrà alcanzar su meta, en cuanto gane un gran dineral en el contrabando. En su mente, en ese per?odo, no hab?a una distinciîn clara entre los tårminos “contrabandista” y “americano”. El dinero, todo lo solucionan los deseosos billetes de cien dîlares, desde los cuales contempla con altivez el inmortalizado Franklin. “?Por fin hay algo de valor!” – se alegrî Làzaro, habiendo tropezado contra una jarra de cristal. En el fondo de esta hab?a un brazalete muy pesado, decorado con un capullo de påtalos de oro de una orqu?dea. Automàticamente lo metiî en el calcet?n, enrollàndolo al tobillo, y se precipitî al cuarto de ba?o. Hace tiempo so?aba con un cepillo de dientes “Oral-B” con un motorcito. ?Quiån sabe, puede ser que el alemàn use justamente uno de estos! “?Tendrå suerte alguna vez!” La puerta del ba?o resultî estar cerrada. Al cabo de un segundo esta se abriî y ante Làzaro apareciî en toda su belleza la pelirroja Magda von Trippe, nieta del entrado en a?os Miljelen Calan. Poseyendo una cantidad de “atributos”, Magda no era famosa por su belleza. La ropa interior de color turquesa, que llevaba puesta despuås de tomar el ba?o espumoso, no pod?a ocultar los matices de su constituciîn idiosincràsica. No se puede decir que ella sea fea… Desprovista de gracia femenina, s?. Màs bien deportiva que hombruna. Y de ninguna manera era repugnante, lo que deb?a probar Làzaro ahora mismo. Justamente as?, ya que Magda midiî al malhechor con una mirada inequ?voca, cuyo significado Làzaro pudo evaluar estando ya en la habitaciîn, en la cama. La muchacha alemana tomî la ?nica decisiîn justa para s?, prefiriendo a la resistencia total a ese cubano de alta estatura y muy simpàtico, una capitulaciîn activa… Como se habr?a alegrado por la nieta Miljelen, que en el declive de la vida se aficionî seriamente a Sigmund Freud y sospechaba en Magda inclinaciones lesbianas. Lo que se refiere a la ni?a todo estaba en orden, y este resultado se hizo el resumen de todos sus esfuerzos titànicos en la rehabilitaciîn psicolîgica, no demandada ni siquiera entre los alemanes turcos, Magda von Trippe. Cuba es un pa?s maravilloso donde la gente es jovial, sociable. Ellos bailan por doquier la salsa, el merengue y el reggaetîn, siempre estàn contentos para ti. No les eres indiferente. Siempre quedan agradecidos por una propina. Y si no les ofreciste mucho dinero, sus sonrisas francas no se hac?an menos deslumbrantes. Y esto, en realidad, està estrechamente ligado con la avaricia de Miljelen respecto a los criados. En comparaciîn con el Marmar?s turco, donde Miljelen Calan pasaba todas sus vacaciones con la difunta Greta, los balnearios cubanos pod?an darles a los turcos cien puntos de ventaja. Las mulatas y mestizas, atractivas f?sica y sexualmente, iban y ven?an por todos lados, y las autoridades y, lo màs importante, los varones locales, de manera demostrativa, se tapaban los ojos contemplando sus cortos amores con los extranjeros. La verdad es que la polic?a se los tapaba con peque?os billetes en pesos convertibles. Una nader?a en comparaciîn con las costumbres de la Porta aliada. Los turcos no son tan hospitalarios. Se portan sin ceremonia en sus pretensiones importunas a los turistas, y su religiîn es demasiado severa respecto a las mujeres. La cuestiîn es otra si hablamos de la santer?a cubana con su panteîn de dioses, con collares de diminutas conchas marinas y semillas de àrboles “sagrados”. La admiraciîn de Miljelen por los dioses paganos, que se asentaron en un pa?s de catîlicos merced a los descendientes de los esclavos, tra?dos de la costa occidental de Àfrica, se explicaba fàcilmente… En la åpoca del rågimen de Hitler, siendo joven Miljelen, ingresî en las Juventudes Hitlerianas, donde entre los ni?os se cultivaba la lealtad incondicional al F?hrer del Reich Germànico, la fe en la superioridad racial de los arios y el respeto piadoso al culto nîrdico de Od?n, el que encabeza el panteîn de los dioses paganos. Desde aquel entonces transcurrieron a?os y a?os, pero pocos son los individuos que pueden cambiar radicalmente su propia cosmovisiîn. Hasta bajo el influjo permanente de los golpes del destino. En cuanto a Miljelen, su nacimiento en la patria del gran teîlogo Mart?n Lutero no le imped?a amar abnegadamente al se?or del pa?s de los Nibelungos, al Rey Sigfrido, decantado por los “escaldas” a la guerrera Krimilda[2 - Krimilda es un personaje de la obra åpica germànica el Cantar de los nibelungos] y Od?n[3 - Od?n (nîrdico antiguo (https://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%B3rdico_antiguo) Î?inn), tambiån llamado Wotan o Woden, es considerado el dios (https://es.wikipedia.org/wiki/Deidad) principal de la mitolog?a nîrdica (https://es.wikipedia.org/wiki/Mitolog%C3%ADa_n%C3%B3rdica), as? como de algunas religiones etenas (https://es.wikipedia.org/wiki/Etenismo).], como ahora lo ve?a tan parecido al Ayaguno cubano, el dios de la guerra. Valiåndose de los rumores que llegaron a o?dos del se?or Calan, el propio Fidel se encontraba bajo la protecciîn del dios màs fuerte de las diecisåis encarnaciones de Obatalà, ?dolo supremo de la santer?a. Justamente por eso a ål no le da?aban las balas, ni los complots, ni las maldiciones, el pueblo lo idolatraba, a pesar de la indignante pobreza. No es extra?o, Miljelen Calan no era el primero que imaginaba a Castro, ate?sta dubitativo, como adepto de su culto. La necesidad en la mistificaciîn se ha unido en el alma del alemàn con el abecå del anàlisis psicolîgico, despuås de ser le?das las primeras diez pàginas del grueso tomo de Freud. La obra completa “Interpretaciîn de las visiones” ål no pudo “tragàrsela”, aunque lo le?do resultî ser suficiente para que Miljelen se creyera ser un innato psiquiatra, al descifrar los deseos escondidos de la propia nieta. En Cuba el alemàn pod?a ayudar a Magda y el riesgo apenas ser?an cincuenta euros. En la playa don Calan contratî a uno de los gigolîs locales, con zarcillos en los dos lîbulos. El muchacho se llamaba Guillermo y le ordenî que al atardecer se presentara en la habitaciîn de su chica como si fuera un masajista para demostrarle de manera convincente todas las ventajas de la esencia masculina. Miljelen le suministrî con aversiîn un condîn, y as? Guillermo adquiriî un especial art?culo de goma. El abuelo avisî a Magda acerca de la visita de un mago–relajador. Debido a eso, se preparî minuciosamente, literalmente dicho, se lavî con fragancias. El abuelo era tan delicado que previamente comunicî sobre su intenciîn de ir a una excursiîn a La Habana nocturna. Eso significaba que ella se quedar?a con el mago Guillermo t?te-?-t?te. ?Quer?a ella aprovechar la situaciîn? Naturalmente… Antes de que llevara al cubano a la cama, Magda le quitî al huåsped, enmudecido y tomado por sorpresa, el sombrero de paja, de donde comenzaron a caer ciertas prendas, entre estas, el agua de Colonia y el portamonedas del abuelo. Y la videocàmara… “El macho” la pudo coger al vuelo y cuidadosamente la volviî a colocar en el puf con las palabras: – Bitte, danke sch?n. Hard life und I am sorry… Das ist total en mobilizationen[4 - Algunas palabras tontas en alemàn e inglås]            A lo que Magda le contestî: – “?Cuba libre! ?Hasta la victoria siempre!”, dejî a Làzaro en calcetines, de paso se quitî la ropa interior, y como por encanto, por la iron?a del destino, la tirî directamente en el cilindro del sombrero. Una vez desnuda completamente la alemana, Làzaro concibiî que el ser, que apareciî de repente del cuarto de ba?o, era del gånero femenino. En primer lugar. En segundo lugar, no ten?a la intenciîn de armar un escàndalo por su incursiîn delictiva. Tercero, es que lo quer?a claramente… De parte del muchacho no hab?a ni deseo siquiera, pero el miedo a veces hace maravillas… Acabado el asunto, se vistiî apresuradamente, se cubriî la cabeza con el sombrero y se precipitî por el pasillo a la escalera, maldiciendo al cîmplice de Julio Cåsar y a la ninfa pecosa, tan àvida al amor. No pasî un minuto siquiera y, ante la extendida y desnuda, llena de gozo y placer, Magda von Trippe, se presentî en las puertas abiertas el verdadero Guillermo. Se puso a cumplir de manera imperturbable sus compromisos pagados, lo que de ninguna manera desalentî a Magda. Todo lo contrario, la obligî a creer en la existencia del para?so en la Tierra y la convenciî de que este se extend?a en el territorio de la Isla de la Libertad. Guillermo quedî contento de s? mismo y del condîn ahorrado… El abuelo volviî tarde, cuando los dos pseudomasajistas ya hab?an hecho los servicios a la nieta. La puerta abierta con una ganz?a le hizo originar malas ideas y pensamientos, los cuales los compartiî con su ni?a. Solamente ahora Magda pudo recordar la extra?eza en la conducta del primer “masajista”. Le narrî al abuelo sobre su torpe intento de robar la videocàmara y, habiendo examinado sus prendas, declarî sobre la desapariciîn de un brazalete de oro, el regalo de sus padres con motivo de la mayor?a de edad. – ?Quå apariencia ten?a este joven? – Miljelen preguntî severamente. – Magn?fica… – respondiî Magda, y se puso a gimotear como una ni?a. El abuelo escupiî con rabia en el piso y, habiendo descolgado el telåfono, pidiî al guardia en la recepciîn que llamara a la polic?a para declarar el hecho de un robo con allanamiento. Los inspectores de polic?a, acompa?ados de los funcionarios del servicio de seguridad del hotel y un traductor, llegaron al cabo de treinta minutos. Ni hablar de operatividad en el caso citado. Las declaraciones de Magda eran confusas y disparatadas. En estas no hab?a lîgica alguna. Ella reaccionaba de una manera no adecuada a las preguntas estàndares de los investigadores, como si leyera en ellas un subtexto no expl?cito sexual. Miljelen Calan, contemplando tal actitud de la nieta, estaba dispuesto a cambiar su opiniîn negativa respecto a las lesbianas desde el ?ltimo tiempo, rechazar al dios Od?n a favor del cristianismo tradicional y quemar todos los libros de Freud, salvo aquellas diez pàginas que hab?a le?do con tanta dificultad. Por fin, le llegî el turno y el alemàn cabeceî de manera positiva, cuando le preguntaron si ten?a algunas sospechas. – Un barman con demasiado ah?nco intentaba detenerme hablando por hablar. Su nombre… Parece que se llamaba Julio… Julio Cåsar. ?Precisamente as?! – Miljelen tomî la iniciativa de la investigaciîn en sus manos – Ål se irritaba artificiosamente cuando yo intentaba apartarme de la barra, se ofend?a por la falta de atenciîn a su palabrer?a. Y a?n màs, el barman hablaba mal de Fidel Castro y ped?a con insistencia propina. La suerte de Julio Cåsar estaba echada… * * * El bot?n de Làzaro constaba de un brazalete de oro y una ropa interior de color turquesa – una lencer?a con bordadura de encaje. Ven?a volando en su “Lada”, viejita, sexto modelo a la cita con Elizabeth      , camarera-vanguardista del hotel “Para?so-Punta Arenas”, una fe?cha de veinte y seis a?os, que sufr?a por la falta de atenciîn de su ex marido. Càrdenas es un peque?o pueblito. Dec?an que Juan Miguel se buscî una amante mucho antes de haberse divorciado de Elizabeth. ?Se separaron y todo! ?Para quå compartir un techo? La mujer dijo que ål nunca la quer?a, simplemente se compadec?a de ella. Siempre sent?a el complejo de inferioridad de su misericordia. Hasta reconociî que ål, Làzaro, le regalî la felicidad… Elizabeth realmente por primera vez sintiî lo que era una pasiîn, sentir que era deseada, sentir ser una mujer, de la cual no se compadecen, sino que la quieren sinceramente… Làzaro deseaba ?nicamente solo una cosa – lo màs ràpido posible conocer a los familiares de Elizabeth, que estaban residiendo en Miami. El t?o de Eliz, su tocayo Làzaro le ayudar?a en los primeros d?as de estancia all?, luego ål solo se las arreglar?a. La meta estratågica que era hacerse millonario, ya no parec?a ser una quimera. En lo que se refiere a Eliz, dicho sea de paso, su cuerpo no era tan malo. Cabe decir, Làzaro dispon?a de un pelotîn entero de chicas como ella. Pero precisamente ahora Eliz lo excitaba mucho màs que todas ellas juntas. En ese aspecto, Làzaro se asemejaba ser una ramera, la que goza del orgasmo viendo solamente los grifos de oro en el jacuzzi. En opiniîn de Làzaro, el apego a su ex marido Juan Miguel y al hijo Eliàn llegaba al absurdo. En sus proyectos a Elizabeth se le destinaba el punto clave, y ål, como una persona con instinto hipertrofiado de propietario, aguantaba a duras penas tal bifurcaciîn. Sin embargo, ål estaba màs que seguro de que quedaba poco tiempo para compartir a Elizabeth con su ex familia. ?Lo viejo serà destruido para satisfacer lo nuevo! El ladroncillo no pod?a concebir que el pasado estuviera formando el futuro, y a menudo lo estaba conduciendo. Los individuos de tipo aventurero menosprecian sus viejos pecados, no desean analizar sus errîneos modos de actuar. Creen que, al enajenarse del pasado, llegaràn màs ràpido a la meta. Cuàl es su sorpresa cuando al final del trayecto se encuentran con el pasado, esta inesperada cita conlleva habitualmente a resultados infortunados. Yendo camino a la “amada”, Làzaro hizo una parada imprevista. Pudo ver una vaga silueta conocida en el senderito empedrado, al lado de la parte transitable. – ?Quiån lo hubiera dicho, Dayana! – lo dijo en voz alta y apretî el pedal del freno. El coche se detuvo chirriando al lado de la chica, en el pecho de la cual colgaba una mochila con un pituso. El “Lada” traqueteî unos segundos y se parî espontàneamente. El chîfer con dificultades hizo bajar el vidrio, se atrancaba la manecilla. – ?Y en esta chatarra llevas a turistas? – expresî con iron?a la muchacha. – Es que t? sabes – esto es provisional – sin salir del coche, Làzaro lo comentî entre dientes, estando irritado con su ruidosa chatarra, la cual no arrancaba de ninguna manera. – En tu vida todo es provisional – continuî riåndose del ex coinquilino la chulona – Aunque una sola vez hubieras venido a visitar a Xavier… – suavizando un poco el tono lo pronunciî Dayana con reproche. El pituso, al o?r su nombre, balbuceî algo ininteligible. – Para quå visitarle, si acabo de verle – lanzî esta råplica Làzaro despidiåndose, estaba contento de que el coche hubiera arrancado. Apretî el pedal del acelerador, sin lamentarse dejî atràs a su antiguo amor y no deseaba pensar en el destino del ser, en cuyas venas flu?a su sangre. Al llegar al hotel “Paradisus Punta Arena”, se reasegurî por si acaso – no hizo parar el motor. Quiån sabe… Con odio iba recordando sus intentos infructuosos al fallarle la llave de encendido hasta que no hubo concebido el olor de una fragancia agradable y no hubo o?do la tierna voz de Elizabeth. Ella ya hab?a saltado al asiento delantero de su coche y cerrî as? la portezuela. – Llegaste con diez minutos de demora – le susurrî en su o?do. – Para eso hubo causas muy sîlidas – murmurî Làzaro, cubriåndola con besos. Hasta en este momento, despuås de las “simultàneas”, que organizî la alemana llena de amor en el hotel “Siboney”, ål la besaba con gran placer. Su aficiîn ven?a impulsada por la comprensiîn de su completa superioridad sobre la criolla crådula, la que deber?a convertirse en un trampol?n para su ascensiîn. Despuås le dirà “Adiîs”, y no se pondrà a fingir su piedad hacia ella, asemejàndose de tal forma a su ex prometido. Ademàs, ella misma reconociî que la piedad solo humillaba a uno. La dejar?a abandonada sin m?nima compasiîn, en cuanto llegue la hora. Los millonarios deben tener un montîn de criollas, mulatas y “chicas” de piel negra. – Espera, aqu? no – Eliz hizo parar a su håroe-amante. – La mucama Lourdes trabî un l?o amoroso con un huåsped – petrolero de Rusia. Alquilî un jeep y se fue con ella a las playas del Caribe, a Trinidad. Sin dificultad alguna podemos penetrar en su bungalî… – lo pronunciî ella de una manera conspirativa, desapretando la palma de la mano y mostrando una llave magnåtica. – Vamos – no hab?a que persuadir a Làzaro, si se hablaba del sexo en apartamentos lujosos. De adue?arse de algo all?, ål tampoco rechazaba esa idea. Verdad es que, yendo por el camino, Elizabeth pudo convencerlo de que no lo hiciera. Ademàs, Lourdes le hizo un gran favor y ella no estaba acostumbrada a recompensar la bondad con una negra ingratitud. Ål, a su vez, aceptî lo expuesto por la amante con pocas ganas. Un rato despuås, ellos ya estaban en el lugar de destino. Realmente, sin ninguna dificultad, por el caminito secreto de su amiga pudieron pasar de largo la guardia por el senderito que llevaba al bungalî del hotel “Melià Las Amåricas”. Al entrar en la casa y viendo los enseres lujosos de sus habitaciones, Làzaro exclamî con amargura: – ?Por quå todo eso no es para nosotros? – Es para nosotros, pero solo hasta las dos de la madrugada. Debo volver a Càrdenas para las dos, de otra manera, Juan Miguel no estarà tranquilo – se puso a arrullar Elizabeth, acariciando con su mano las sobrecamas de seda de una enorme cama de dos plazas y echando una mirada “coquetona” a Làzaro. –As? siempre ocurre lo mismo. En este pa?s del diablo nos limitan en todo – en el tiempo y en la libertad de circulaciîn – Làzaro se puso a cantar su vieja canciîn, arrimàndose a Eliz. – Esta “isla del diablo”, como te expresas t? – es nuestra Patria – repuso Elizabeth. – Y yo voy a hacer el amor con un miembro activo de la Uniîn de Jîvenes Comunistas – observî irînicamente – Ademàs, muy activo – a?adiî Elizabeth mientras iba quitàndose la ropa. – Espårate – recordî de improviso el amigo. Ahora quiso especialmente hallarse inmerso en el pellejo de un oligarca real. Te he preparado una sorpresa, mejor dicho, ser?an dos verdaderas sorpresas. Quiero ponårtelas, sin que esto sea aplazado para despuås y tirî a la desnuda Elizabeth una ropa interior de encaje de incre?ble hermosura. El color turquås de esta dejî asombrada a la joven mujer, la cual pod?a ver prendas semejantes solo en los cuerpos de ricas turistas. – ?Quå hermosura! – exclamî apasionadamente la joven, que saltî de la cama en un instante y se pegî al espejo. Volviî irradiando alegr?a, la talla le quedaba bien. – ?De dînde es esto? – Ven aqu? – la tomî de la mano y le puso en su mu?eca un brazalete grande de oro con un capullo en forma de påtalos de una orqu?dea. En esta ocasiîn el corazîn avaro del “donante” se estremeciî en el pecho. Ål mismo se asustî de la generosidad que se adue?î de s?. No obstante, se tranquilizî ya que estaba seguro de que hab?a elegido una estrategia infalible. Ahora la chica le har?a todo, pidiera lo que pidiese. ?Ya ten?a garantizada la vivienda y el estatuto de fugitivo pol?tico en los EE.UU.! Eliz quedî atolondrada, enmudecida. – ?De dînde los sacaste? – por fin, volviî a pronunciar algo. – Yo så que lo que tienes t? es m?o – respondiî el “håroe”, atrayendo a la amante y se apoderî de ella en una enorme cama llena de una concupiscencia vergonzosa. Sus cuerpos se deslizaban por la seda fina, haciendo el amor vicioso, sin recordar nada – ni de la Dayana rechazada, ni del apacible Juan Miguel, ni de los dos peques, uno de los cuales a?n no ha experimentado los sufrimientos por tener la edad de dos meses, y el otro muy pronto deber?a enfrentarse a toda la maldad del mundo… Frenado el instinto animal, Làzaro se extendiî en la cama y extrajo de la cajita de nàcar un cigarro “Hoyo de Monterrey”. Se puso a fumar contemplando el techo y reflexionando en voz alta: – Mi padre toda la vida està trabajando duro, extrayendo el petrîleo del pozo, pero nunca podrà permitirse tener tal bungalî. Hasta los rusos comprendieron que el socialismo es una bazofia. Sus petroleros estàn haciendo amor con todas nuestras chicas. – ?Y a ti, te faltan chicas? – interpuso Eliz. – No hablo de eso. Es que antes de la revoluciîn besàbamos el trasero a los yanquis y ahora lamemos los talones de los europeos, canadienses y rusos. ?Hay diferencia alguna? Los cubanos eran y siguen siendo pobres. – En vano lo dices ?Y la medicina gratuita, la educaciîn, la tierra, dada a los campesinos? Si no hubiera existido el embargo de los norteamericanos, ahora vivir?amos prosperando solamente a expensas de nuestros balnearios – comentî Elizabeth – Realmente ellos nos impiden hacerlo. – ?Quå bien te ha instruido la educaciîn gratuita! – dec?a intranquilo Làzaro y continuaba opinando, sin sacarse el cigarro de la boca – ?Para quå diablo lo necesito? ?Para trabajar de camarera? ?O lavar los platos de esos burgueses? – No, para poder diferenciar a los jîvenes inteligentes de los groseros – Eliz reparî ofendida. – No deber?as ofenderte – expresî Làzaro valiåndose de un tono de reconciliaciîn – Mejor dime: ?quå tal te pareciî la ropa interior? – Probablemente, algo de este estilo le pidiî que le comprara el joven Che Guevara a Chichita Ferreiro, su primer amor, cuando el futuro Comandante emprendiî un viaje por Amårica Latina – Elizabeth en un instante se derritiî y continuî – ?Nunca has o?do hablar de esta historia? ?No? Ah? la tienes… Ella le dio quince dîlares y pidiî que ål le comprara un juego hermoso de ropa interior en Miami. La traves?a no resultî ser nada fàcil, no se dejî convencer por su compa?ero de viaje Alberto Granado en gastar esos quince dîlares. Hasta en el momento cuando se rompiî la moto, hasta cuando pasaban hambre, hasta cuando el Che sintiî la exacerbaciîn del asma, y Alberto exigiî este dinero para adquirir medicamentos para el Che enfermo. – ?Y luego quå? – sonriî Làzaro – Y luego le escribiî que se cansî de esperarle… – ?Eso significa, que el compa?ero Che no llegî siquiera hasta Miami, como yo ya he hecho en una ocasiîn, y volverå a hacerlo una vez màs! ?El Che no le comprî la ropa interior a su Chichita! – se re?a Làzaro – ?Yo la consegu? para mi chica, sin abandonar los l?mites de Cuba! Piånsalo bien, quå puedo traerte cuando llegue a Miami por segunda vez. Mejor ser?a si yo te llevara all?. Solamente ah? mis capacidades seràn apreciadas. En Cuba no tengo ningunas perspectivas, no hay amplios horizontes… A propîsito, ?dînde metiî el Che aquellos quince dîlares? – Parece que se los dio a una familia necesitada de inmigrantes pol?ticos peruanos.                   – ?Quå màs se puede esperar de un fanàtico! Quisieron construir un para?so sin dinero, crear una nueva persona, tomando las viejas materias primas. ?Dînde estàn ahora los huesos de Che Guevara? ?Se pudrieron en la selva boliviana! ?Su cuerpo no fue inhumado siquiera! – ?No hables as?! ?Encontraron sus restos en Vallegrande, Bolivia y con honor volvieron a ser enterrados en Santa Clara! ?Los hallaron al cabo de treinta a?os! – se indignî Elizabeth. – S?, he o?do hablar que los indios bolivianos adoran al Gran Comandante no menos que nuestros comunistas – se expresî Làzaro. – Los habitantes de Santa Cruz y Vallegrande hasta quedaron amargados, cuando les quitaron a ellos los huesos… – ?No te atrevas! – le gritî Eliz. – Tu misma empezaste sobre el Che tuyo – le reprochî Làzaro – Sabes perfectamente que a m? me hacen rabiar los cuentitos acerca de las haza?as heroicas de los guerrilleros. Mejor bajemos a la tierra. Sea como sea, aqu? todo es màs interesante. Y màs a?n – en Miami. Es que t? tienes ah? parientes. ?Hay que largarse en esa direcciîn! – ?Tonter?as! – resoplî Eliz. – En Cuba me conviene todo. Tengo un trabajo estupendo en Varadero. No estoy necesitada de nada. Mi ex marido gana bastante bien… – ?Esposo! –un ataque de ira se apoderî de Làzaro – ?Parece que nunca podràs olvidar a tu Juan Miguel! – Dåjate de celos. Los dos somos como hermano y hermana – lo dec?a excusàndose la joven mujer. – ?Abre los ojos! ?Ål gana? – hablaba con histeria – ?Ål es cero! ?Estaràs metida un siglo en este pozo, sin haber visto el mundo! ?T? no cambiaràs estos cåntimos por un para?so verdadero! ?Solamente en los Estados Unidos seremos felices, vamos a tenerlo todo! – ?Es quå no hay mendigos all?? ?No hay guetos? – no lo aceptaba la testaruda – ?All? no hay que trabajar? ?All? todos son ricachones y no hay camareras y lavaplatos? ?Ellos mismos se autoserviràn? ?Los ni?os de la poblaciîn de color van a los colegios prestigiosos a la par con los hijos de los millonarios? – ?Est?pida! – comenzî a refunfu?ar Làzaro – ?Seremos ricachones! Ganarå tanto dinero, que ni en sue?os lo ha visto tu torpe maridito. ?Estando aqu?, lo ganarå en Cuba! ?Sabes cuàntas personas inteligentes quieren trasladarse hacia allà? ?Miles! Yo les ayudarå. ?Contrabando! ?Has o?do hablar de eso? El contrabando de cubanos. Mil dîlares por cada uno que ha sido trasladado a Miami. Ganarå millones, y t? y yo vamos a vivir como en un cuento. Y no en este pa?s olvidado por Dios, sino en un verdadero para?so. ?Lo has concebido? Elizabeth sin hablar se quitî la ropa interior de color azul turquesa, luego el brazalete y se vistiî, lo que enfureciî finalmente a Làzaro. Apenas conteniåndose, este vociferî: – ?Me quieres humillar no aceptando mis regalos? – Simplemente no så quå voy a decirle a Juan Miguel, si ål me ve luciendo tal ropa interior y llevando este brazalete. – Amor m?o – haciendo de tripas corazîn, se puso a gorgorear Làzaro – no me complace de ning?n modo que sigas viviendo bajo un techo con tu ex maridito, y posiblemente, deber?a resignarme a que ål, hasta en estos minutos, te pueda contemplar en la ropa interior. En doce a?os de matrimonio ha podido verte hasta en aspectos mucho màs quisquillosos. Espero que ahora no tenga tal posibilidad… Recuerda que he hecho un regalo de todo corazîn. ?Acaso, no te ha gustado? Es que esa ropa interior te queda muy bien, y llevando el brazalete pareces ser una reina espa?ola. – Quå tiene que ver la reina… – Eliz volviî a derretirse. Echî una mirada al brazalete, pensando si hay fuerzas en ella para superar la tentaciîn de no ponerse otra vez la hermosa prenda. Uno pod?a estar admiràndolo infinitamente. Quå obra fina y delicada… – Puedo decirle a Juan Miguel que el petrolero ruso se lo regalî a Lourdes y ella necesitaba con urgencia dinero. – Venciî la tentaciîn, Eliz se rindiî. – Ni?a inteligente – la felicitî Làzaro – reconozco a mi chica. As? agarraràs al flamenco de las dos patas – podràs sin miedo llevar el brazalete y le sacaràs a Juan Miguel unos trescientos dîlares. ?De Juan Miguel? ?Trescientos dîlares? Esto es casi todo su ahorro… Susurrî como hipnotizada Eliz. Ya era la hora de volver a casa. Nunca se atrever?a a cometer tal enga?o… Si la joya no luciera de manera tan encantadora. No es una pieza de artesan?a de conchas, ni siquiera de coral negro enmarcado en plata. Una verdadera obra maestra de joyer?a. Ella misma es como una reina espa?ola… En aras de tal maravilla uno puede acudir a un peque?o enga?o. Eliz se sentî en el coche de Làzaro para irse a Càrdenas. En su mano brillaba el brazalete, y en la bolsita llevaba la nueva ropa interior. En su cabeza se hab?a ideado una leyenda precisa y muy ver?dica acerca de las imprevistas adquisiciones. La chica se dispon?a a exponer lo inventado al ex esposo, cuyo respeto era lo ?ltimo que ella no quer?a perder. Se perdonaba diciendo que Juan Miguel le hab?a prometido comprar algo muy caro inmediatamente despuås de que naciera Eliancito, pero resultî que no hab?a cumplido lo prometido. Ål es bueno. Uno puede manejar a Juan Miguel como un gui?ol. Lo simplîn que es. ?Oh, si en aquellos a?os no hubiera sido tan descuidado! Làzaro, s?, es otra cosa. Este hombre sabe lo que desea y quå es lo que quieren las mujeres. Cada uno cree en lo suyo y se traiciona siempre del mismo modo. Càrdenas, municipio de Matanzas, Cuba Juan Miguel dorm?a tranquilamente, abrazado a su peque?o Eliàn, envuelto cuidadosamente en una tierna manta de plumîn, que le hab?a regalado al nieto la abuela Raquel – la mamà de Elizabeth. Todo el d?a el chiquillo estuvo jugando con los ni?os vecinos. Primero al båisbol y luego al f?tbol. No, por ahora no le invitaban a jugar en el equipo. Todav?a es peque?o. Pero corriî hasta hartarse y varias veces pudo chutar el balîn cuando este sal?a fuera del campo. Papà todo el tiempo estaba al lado suyo. Despuås de uno de los sucesivos “out”, cuando la pelota volviî a hallarse muy cerca de Eliancito, el ni?o, sin pensarlo siquiera, se lanzî hacia ella, y le dio con todas sus fuerzas y se precipitî a correr tras esta, apartàndose as? del campo de f?tbol. Lo alcanzî el ochoa?ero Lorenzo, el capitàn del equipo que iba perdiendo, contrariado de su propia incapacidad. Ål gritî furiosamente a Eliancito, echando una sarta de exigencias, que le diera la pelota: – ?Dàmela! ?Esta es mi pelota! ?No nos molestes cuando jugamos! Al haber quitado el objeto anhelado, el fi?e[5 - Chico – se usa solamente en Cuba] ah? mismo lo puso en juego, haciåndolo sacar de la banda del campo. Hubo un segundo de compasiîn entre los espectadores respecto al desanimado Eliancito, cuyos ojos se humedecieron de una amargura insoportable. Y luego todos, con admiraciîn sincera, siguieron los momentos del juego. Solo el padre concibiî la “gran tragedia” del peque?o Eliàn, el cual vino corriendo hacia ål para compartir su ofensa. – No hay nada de malo – le gui?î el ojo al hijo – Pasados dos a?os estaràs crecidito y vas a jugar como el argentino Diego Armando Maradona, el rey del f?tbol. Y entonces, querrà venir a Càrdenas[6 - A fines de los a?os noventa la estrella del f?tbol Diego Armando Maradona realmente arribî a Cuba, invitado por Fidel Castro para pasar un curso de cuatro a?os de rehabilitaciîn contra la drogadicciîn.]. Le serà curioso contemplar a un ni?o, que se hizo tan mago en el juego, como el propio Maradona. Y cuando te vea, te entregarà personalmente una verdadera pelota de f?tbol con su autîgrafo. Eliancito, inmerso en el cuento de su padre, casi se olvidî de la humillaciîn que acababa de sufrir. En su rostro de repente se manifestî una “perfidia infantil” – ål se imaginaba cîmo hac?a gambetas con la pelota con rombos negros ante los ojos de su ofensor, del capitàn de ocho a?os de la selecciîn del barrio, despuås de lo cual el ni?o es admitido al equipo y Eliàn mete un gol. – ?Papà, Maradona no puede venir antes? – preguntî el chiquillo a su papà. – No, ahora tiene problemas con el calzado – contestî ràpido Juan Miguel – No tiene con quå jugar. Las botas de f?tbol se rompieron despuås de un sucesivo partido, y es que ål estaba muy acostumbrado a estas. – ?Cîmo se rompieron? – se sorprendiî el ni?o. – Es que demasiado fuerte chutî la pelota… – Que se ponga otras botas nuevas – continuî Eliancito. – El asunto es que ål màs bien se verà frustrado, porque empezarà usando otras botas. Sus piernas no se sentiràn cîmodas llevando un calzado nuevo. Esto es como tu casa natal. Alguien quizàs pueda tener un apartamento màs espacioso con hermosos muebles, pero estando de visitas en alg?n lado, sue?as solamente una cosa, hallarte en tu casa donde eres due?o de ti mismo, donde la limpieza y el orden dependen solo de ti, donde no estàn desparramados los juguetes. ?Y estàs contento! Te alegran los huåspedes, siempre y cuando no se comporten groseramente en tu casa, aprovechando tu hospitalidad. En este caso, naturalmente, pediràs de manera cortås a tus visitantes, muy exaltados, que vuelvan a casita. – ?Volver a casita! – repitiî el ni?o estas palabras y no se sabe por quå empezî a re?r a carcajadas. – Y t? dices: “Botas nuevas” … – resumiî Juan Miguel – cuando Maradona repare sus botas queridas, entonces ål vendrà a verte. – ?Cuàndo las repararà? – Eliàn quisiera saber eso. – Habrà de ser dentro de dos a?os – con pleno conocimiento de la causa, respondiî papà – Cuando seas ya un delantero conocido. – ?Ah! – exclamî Eliàn – ?Es que hay tiempo todav?a! ?Podrå entrenar! El ànimo del ni?o mejorî considerablemente. Volviî a correr hacia el borde del campo esperando recibir un pase, aunque siendo por error este, y no era importante de quiån. No hubo tal pase. La causa no era la avaricia de los ni?os, sino un caso de fuerza mayor que interrumpiî el partido de f?tbol. Uno de los chicos, salvando la porter?a, golpeî con tanta fuerza la pelota que esta cayî exactamente en el camino carretero. Echî a rodar hacia abajo por el empedrado y acertî a dar bajo las ruedas de un “?koda” de alquiler. El turista espa?ol que conduc?a el coche, al o?r el estallido, en ese mismo momento se puso en guardia. El turismo de poca cilindrada continuaba moviåndose. Eso significaba que no hab?a causas de preocupaciones. El cuadro que se abr?a ante los ojos de los ni?os del barrio, no era nada agradable, era una arrugada pelota de cuero con dos agujeros y ya no era apta màs para jugar. Un pillo del equipo de Lorenzo alzî los restos de la pelota y, metiendo la mano en el orificio, pudo calmar al capitàn diciendo: – ?Si la pelota estuviera entera, los despedazar?amos como a gatitos ciegos! – ?As? es! – aprobaron la declaraciîn los restantes miembros del equipo – ?Como a cachorros mudos! Lorenzo, el “propietario” de la pelota magn?fica o, mejor dicho, de lo que quedî de esta, hasta el ?ltimo momento segu?a estando en completa postraciîn, de repente concibiî que la derrota del equipo del odioso Enrique, condisc?pulo-pendenciero, podr?a ser disputada en tiempos mejores. Los amigos de Enrique jugaban mejor y en esos segundos llegî una salvaciîn inesperada. Lamentaba mucho lo ocurrido, pero, como se expresa su abuela de Miami, la cual visita al nieto una vez al a?o, “no hay mal que por bien no venga”. Justamente ella enviî de Estados Unidos esta muestra futbol?stica. – ?Pues, olvidemos lo de la pelota! – opinî sobre eso el fanfarrîn peque?o – mi abuela querida me enviarà una pelota como esa y hasta a?n mejor. ?Entonces jugaremos el partido! ?Y eso no les saldrà bien! – dijo de manera amenazante, dirigiåndose a los contrincantes, tomî la pelota pinchada y, sin lamentarse, la tirî al contenedor de basura. Habiendo contemplado esto, los rapaces se desbandaron. Una pareja entrada en a?os, la cual ya hace una hora estaba sin hacer nada en el balcîn, de manera casual, hab?a o?do estas råplicas y opinî de lo ocurrido: – ?Que ni?o tan mimado es este Lorencito! Su abuela Luc?a, cuando hu?a de Cuba, dejî su hija con un ni?o de teta y ahora hace penitencia de sus pecados ante ella y el nieto. Los colma de regalos y les hace zalamer?as, v?bora – no de buena manera se expresî de la abuela de Lorenzo la se?ora canosa. – Todo lo que env?an los yanquis a Cuba, hay que aplastarlo y echar a la basura – con odio refunfu?î el anciano, håroe de la batalla de Playa Girîn. – Ese es el destino de esta limosna americana. En esto la historia no ha acabado. Apenas hubo amanecido, Juan Miguel dejî a Eliancito dormido y se dirigiî a buscar el fat?dico atributo futbol?stico. Sin dificultad alguna encontrî en la acera aquel mismo contenedor de basura y extrajo de ål el regalo tirado de la abuela Luc?a de Miami. Por la ma?ana llamî al a?n semidormido Eliàn para ir al campo de f?tbol. El chiquillo dio un grito, cuando el padre, como un mago circense, sacî de un paquete, una pelota de f?tbol y la golpeî levemente con la pierna, haciendo un pase al hijo. Este inmediatamente se reanimî, y la somnolencia se esfumî. De manera incansable corr?a tras la pelota, tropezaba, cayî varias veces, pero al instante se levantaba, animado por las palabras del padre: – ?Maradona nunca lloraba si se ca?a! A ål le pegaban de manera muy dura. Los hombres verdaderos no lloriquean como las ni?as. Se levantan inmediatamente. Se ponen de rodillas solamente los lacayos… Eliancito, sudado, ni siquiera notî que casi una hora entera estuvo jugando con su papà al f?tbol. Ål ganî. No sab?a que su padre no jugaba con plena entrega. Es que Juan Miguel sinceramente se apenaba e indignaba cuando le met?an goles en su porter?a. Una hora despuås de iniciarse el juego, Juan Miguel se cansî. No hay nada extra?o. No pegî ojo durante la noche, haciendo meter trapos en la càmara de la pelota rota. Pero la primera etapa de esta muy minuciosa labor para reanimar la propiedad del ochoa?ero Lorencito era apenas la mitad del asunto. Cuando la càmara de la pelota estaba llena hasta el tope con una cantidad numerosa de capas de trapos, por delante hab?a que realizar una operaciîn, cuyas herramientas ser?an una gruesa aguja de la abuela Raquel e hilos irrompibles de nilîn y un dedal de esta?o. El dedal no pudo proteger a Juan Miguel de unos cuantos pinchazos, no obstante, el resultado de su labor abnegada ya adquiriî formas concretas hacia la ma?ana. La pelota “restaurada” parec?a ser nuevita, y en cuanto al peso no lo superaba en mucho a la de la original. – ?Papà, ataja! – gritî Eliancito al padre y asestî un fuerte golpe a la pelota con la punta del pie. Esta pasî volando sin acertar en la porter?a y rodando llegî hasta los mismos pies de Lorenzo, cargado de rabia. Toda la banda futbol?stica del barrio se hab?a amontonado tras la espalda de su capitàn. – ?Ud. robî mi pelota! – expuso Lorenzo su acusaciîn a Juan Miguel. – ?Esta pelota es m?a! ?No es suya! ?Ud. es un ladrîn! Juan Miguel tomî de la mano a Eliancito y se aproximî callado a los ni?os ah? reunidos. El pie de Lorencito pisaba demostrativamente su propiedad. Sent?a el respaldo tàcito de los compa?eritos de equipo parados detràs de ål. Ellos quedaron admirados de que uno de sus l?deres no se hubiera asustado siquiera. La confrontaciîn desigual entre el audaz capitàn y el adulto musculoso don Juan, que resultî ser ladrîn, podr?a terminar quiån sabe cîmo… – Nunca ansiaba poseer los bienes ajenos. Me sobra lo que tengo – se puso a hablar tranquilamente Juan Miguel – Eso se lo estoy ense?ando a Eliancito. Es que ayer alguien echî a la basura un objeto inservible, no apto para nada. Tuve que trabajar con mucho ardor para volverlo a la vida. Primero hubo que rellenarlo hasta el tope, luego coserlo con una aguja muy gruesa. Ademàs, varias veces me her? el dedo. No habr?a posibilidad de corregir la situaciîn de otra manera., es sabido que en toda la barriada no hay ni una bomba para este tipo de pelotas. Sea como sea – la pelota es tuya, pues llåvatela. Lo que nosotros con mi hijito la aprovechamos jugando, que sea eso el pago por la reparaciîn… Juan Miguel y Eliàn se encaminaron lentamente hacia su casa. Los acompa?aban doce pares de ojitos infantiles. – ?Eliancito, no quisieras jugar con nosotros? – de improviso se oyî una tard?a invitaciîn de Lorenzo. Eliàn se volviî asustado, luego esperanzado alzî los ojitos hacia el padre. Juan Miguel meneî la cabeza aprobativamente, y el hijo feliz se precipitî a correr apresuradamente hacia los ni?os mayores. Estos se desbandaron al instante por la cancha y con mucha seriedad iniciaron el sorteo. En esta ocasiîn Lorencito repart?a a los ni?os en equipos. No permitirà màs que el pendenciero Enrique ordene aqu?. ?Pero dînde habrà de jugar el chiquit?n Eliàn, naturalmente, en mi equipo, y yo personalmente voy a proteger al hijo de Juan Miguel, si los chicos de Enrique se atreven a empujarle y jugar duro… Satisfecho con el resultado del partido y la rica cena, que hab?a preparado su papà, ya hacia la noche Eliàn se puso a bostezar. Juan Miguel lo tomî en sus brazos y lo trasladî a la cama. Cuidadosamente lo tendiî de costado en ella y se acostî al lado, contemplando al chiquit?n que se dorm?a. – Duerme, querido m?o, yo le dije a un àngel que te besara por m?, pero este volviî y dijo: “Los àngeles no besan a los àngeles” … Por eso yo mismo debo besarte. Le dio un beso ruidoso en la mejilla y, mirando el reloj, comunicî: – Son las dos. Pronto vendrà mamà. Pero Eliàn ya no o?a nada. Dorm?a dulcemente, inmerso en panoramas agradables y sue?os dorados. * * * Elizabeth sorprendiî al ex marido y al hijo durmiendo abrazados. Llegî por la ma?ana el insaciable Làzaro de improviso hizo un enroque, sin que se tomaran en consideraciîn los planes de ella. Cabe decir, que Eliz no se revelî mucho cuando el amante la llevî, en vez de Càrdenas, a un lugarcito a la muy concurrida casa de trueno del Varadero nocturno. All? se hallaba la discoteca “La Cueva del Pirata”, ubicada en una gruta natural. …Los extranjeros y las extranjeras, que iban y ven?an en ansiosas b?squedas del amor cubano, fàcilmente encontraban a muchachos y muchachas interesados en hacer zambullir a los turistas en, el poco acostumbrado para el ciudadano occidental, mundo de una sincera y despreocupada cordialidad, condimentada con un sexo excelente y bien ensayado. Los descendientes de los conquistadores espa?oles y esclavos de Ruanda hac?an salir del estado de depresiîn espiritual a las ninfas, despose?das del mimo masculino, de la Europa, y las mulatas y mestizas cubr?an de besos, derrotados por la emancipaciîn, a los desdichados canadienses y, los que huyeron de las feministas al vedado cubano, a los papanatas alemanes. Todo el mundo, salvo los veraneantes rusos, fàcilmente pudieron evaluar la esencia que diferencia las civilizaciones. Estos turistas no pudieron notar la diferencia, se lo imped?a hacer la enorme cantidad tomada de “daiquiris”, “mojitos” y “cubalibres”. La borrachera, que en ciertos momentos conllevaba al trastorno mental, no permit?a plenamente concentrarse en lo màgico, lo que suced?a ante los ojos y gozar del sue?o hecho realidad. Las cubanitas brincaban estando con los muchachos rusos, como delfines, que chapoteaban y se zambull?an al lado de la orilla, en espera de exaltaciones infantiles. La reacciîn de los rusos, en el mejor caso, se asemejaba a la conducta de las iguanas desconfiadas, en el peor caso a la inmovilidad del cocodrilo. Pero lo màs inexplicable es el pago por el goce. En realidad, resultî ser màs bien m?sero en comparaciîn con el equivalente de los gastos de servicios anàlogos en cualquier pa?s de la viejecita Europa, sin hablar ya de Mosc?. Enloquecida esta por el flujo de petrodîlares, con sus prost?bulos, camuflados como clubes de striptease. Lo màs extra?o de la prostituciîn cubana consist?a en que no era obligatorio el pago, si esto era por amor. Hab?a de sobra voluntarios, tanto entre los turistas, como entre los locales, que estaban sedientos y ansiosos de compartir lo romàntico. Aqu? dominaba la sed de comunicaciîn sobre el vergonzoso sentimiento de lucro. La causa es muy simple. Los cubanos no son solamente una naciîn. El cubano es el nombre del orgullo y de la independencia. Pudieron liberarse del Imperio no solo de facto y de jure, muchos lograron alcanzar la independencia en sus propias cabezas. A esta cohorte numerosa los gobernadores ascetas en el transcurso de largos a?os de soberan?a estatal le han inculcado el desaire hacia Su Majestad el Dîlar, lo que, sin embargo, no repugnaba a la gente de ganancias casuales y ayudaba a considerar como temporal cualquier sindineritis. En Cuba pueden ser permanentes solo la temperatura del agua y el aire – de +21?C a +27?C el a?o entero. En tales condiciones del tiempo se fusiona precisamente la codicia. En lo que se refiere a Fidel… Ål tambiån es algo permanente. La amplitud de sus variaciones es insignificante. No permite que desaparezca el pueblo por el embargo econîmico. El genial longevo Fidel aparentaba ser una especie de corifeo ante los ojos de las masas. Se asemeja a los mådicos cubanos, famosos en todo el mundo, que elaboraron un medicamento eficaz contra el SIDA. Solamente los esculapios cubanos pudieron hacer lo imposible e inventar un preparado, que mantiene el sistema inmune de los infectados por VIH. Solo Fidel fue capaz de realizar un milagro – una pociîn extraordinaria de vitalidad de un pueblo poco numeroso cercado por los enemigos. La fîrmula del elixir se manten?a en absoluto y estricto secreto. Transcurridos los a?os lo misterioso se hizo evidente. Fidel no inventaba nada, ål, llamàndose ate?sta, materializî en la pràctica el postulado cristiano – no teman reproducirse. Dios no dejarà sin sustento a sus hijos queridos… Durante los cuarenta a?os de su gobierno la cantidad de habitantes del pa?s se duplicî, mientras el incremento de la poblaciîn del mundo occidental cuenta con unos mezquinos porcentajes. Las sanciones de Estados Unidos justamente as? influyeron en los cubanos. La respuesta de Cuba fue la reproducciîn. A åsa contribuyeron aquellos mismos mådicos. Y la educaciîn cubana los hizo altamente cualificados, a lo expuesto no ten?an nada que ver los proxenetas y criminales, lo que nos obliga a retornar la lîgica y la continuidad de esta narraciîn. Pues, volvamos a nuestro håroe-amante. Jean-Baptiste Moliåre, autor del inmortal “Tartufo”, cierta vez notî con aire de clarividencia: “Los envidiosos moriràn, pero la avaricia – nunca…” Làzaro sufr?a de un malestar espiritual, viendo a una cubanita, paseando con alg?n extranjero a lo largo de la playa. Los dos se las daban de ser una pareja de amantes, arrullando como tortolitos. Una cosa es el sexo inofensivo, lo que te da una posibilidad segura, al 100%, de conseguir divisas. No ve?a nada reprensible en tal tipo de “iniciativa empresarial”. Pero es completamente otra cosa entablar relaciones duraderas con estos acicalados dandis. ?He aqu? donde yace la verdadera traiciîn! As? opinaba el mujeriego Làzaro, el Don Juan local, siendo antes barman, nunca desde?aba arrancar sus intereses de las amiguitas, que fueron ofrecidas a los europeos. No le acusaba la conciencia cuando este viv?a a expensas de las mujeres ca?das. Otra cosa le sacaba de quicio – cuando las citas breves iban cobrando un caràcter màs serio. Entonces la indignaciîn del ex barman se transformaba en ira y acababa en palizas y golpes contra las compa?eras. Justamente ahora, en “La Cueva del Pirata”, adonde trajo a Elizabeth la despreocupaciîn ràpidamente cambiî por la irritaciîn. Los nervios se rebelaron porque este lugarcito de moda estaba lleno de parejas de enamorados, donde desempe?aban el papel de machos los ricachones europeos y las hembras, conforme a la definiciîn de sicolog?a, eran sus compatriotas. ?Tontas! ?Estàn listas a entregarse por un ron con cola y bombones! ?Quå beneficios se esfuman! Su alma baja de proxeneta requer?a de ål nuevas acciones y actividades. Pero ahora, cuando en el horizonte se vislumbraba la perspectiva de Miami, Làzaro no empezar?a a ofrecer su mediaciîn a unas mozas poco conocidas. Los “mastines” lo ten?an fichado en una nîmina especial. ?Val?a la pena arriesgarse en minucias, ya que un gran dineral estaba a la vuelta de la esquina, tras una bah?a? Se hac?a frenar con la idea de que su iniciativa empresarial, a la que en Cuba nadie toma en consideraciîn, en plena medida serà ?til en realidad en una gran operaciîn. Para este asuntito se necesitarà no solo un fuerte y seguro barquito, sino una astucia incre?ble, de la cual ål dispon?a indudablemente. La recompensa serà el sue?o americano hecho realidad. Por eso no se ha de cazar al zunzuncito[7 - Zunzuncito – pàjaro mosca, o elfo de las abejas (Mellisuga helenae) es la especie màs peque?a de los colibr?es y de las aves en general.], cuando al pie de la catarata hay una bandada de flamencos rosados… Se llevarà lo que merece debido a su talento. ?Vivir como toda esa gentuza, no es para ål! Que crean en los cuentos de Castro sobre la vida modesta, pero llena de dignidad humana, los fanàticos de ål. El mundo a nuestros pies, a eso debemos aspirar. Las doncellas prefieren a los se?ores adinerados. Ellas se lanzaràn tras ål, como lo està haciendo la fe?cha Eliz – ella es su entrada al para?so. Se ha de llevar adicionalmente a Miami a su mocoso. ?Oh! Como se revelan los gastos de la afecciîn maternal. ?Quå bueno es que al tonto Juan Miguel lo haya alejado de ella! – ?F?jate como este gordinflîn està bailando la salsa! ?Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Làzaro meneî la cabeza en direcciîn al marinero inglås. Este llevaba una barba art?stica y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”. A Elizabeth le hizo sonre?r la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metiî en la boca una pipa grande y empezî a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vert?a de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca. “Ella es igual como todas las otras – pensî Làzaro – ?Plebe! Cîmo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachîn, que hab?a tra?do a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.” – ?Quå t?o gracioso! – re?a a carcajadas la joven mujer. En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Làzaro nadie podr?a convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atenciîn, bailador de poca val?a, valiåndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores. Las bailadoras no se dispon?an a galantear al gordinflîn con la cara abofada, y por a?adidura, bizco y chueco. Terminada la m?sica, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglås no quedar?a en soledad, pero estas dos compa?eritas de la improvisaciîn no estar?an en compa??a con ål. En cuanto a Làzaro, ål odiaba precisamente a estas, lo que le comunicî a Elizabeth: – ?Quå te parece, no le impedirà la grasa adue?arse de las dos? – Yo cre?a que tienes celos solamente de m? – improvisî Eliz. – ?Hay motivo? – Muåstrame a un macho, y siempre habrà motivo alguno – bromeî ella. – Estoy seguro de que este gordinflîn serà aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa. ?Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ?Aqu? reina la alegr?a! ?Para quå se ha de complicar todo? – se amargî la chica – T? mismo me trajiste aqu?. – Aunque te dec?a que no pod?a ir. Ahora estàs vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizàs sea la ?ltima. – No les tengo rabia a ellos, sino a m? mismo – de repente la besî y continuî – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflîn con la barba de chivo. – No me hace falta nada – asegurî Elizabeth. – Yo s?, que lo necesito – soltî avinagradamente Làzaro. – Qu?tate los complejos innecesarios – aconsejî Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo màs maravilloso del mundo està ya a tus pies. Soy tu esclava. ?Quå màs necesitas? – Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros pa?ses, como lo hac?an los yanquis en Cuba antes de la revoluciîn. – No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro pa?s, que sea màs hermoso que el nuestro – soltî con seguridad Eliz. – ?Estàs segura? – se rio sin ganas Làzaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar. Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo: – Para quå comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser màs grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho màs querido… Ademàs, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y a?n màs… Ellos pagan por lo que aqu? se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llåvame a casa, ya està saliendo el sol… Làzaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Quå vas a hacer, habrà que aguantar su rebeld?a. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo para?so socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbåcil Juan Miguel le metiî en la cabeza sus convicciones procastristas, quizàs ål solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas. Ese d?a Làzaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salîn de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cari?o actual. Tal situaciîn daba lugar a sentir su superioridad varonil. Su vecina, mujer entrada en a?os, do?a Marta fue testigo de una conducta incalificable de Elizabeth. Esta decidiî, que despuås de lo visto, no se saludar?a con la ingrata Eliz. Y al mismo tiempo no contar?a nada al pobre Juan Miguel. La mujer no quer?a hacer disgustar a este buen joven, que se pasaba el d?a entero con el peque?o Eliancito, dejando aparte su tiempo libre. Es claro, no era una persona impecable, como lo son realmente los varones, pero hasta ahora, por lo visto, està ciego de amor por una zorra indigna, ya que sigue viviendo tras el divorcio con ella bajo un mismo techo. Todos cre?an que Juan Miguel y Eliz alg?n d?a volver?an a unirse obligatoriamente. Ya que los dos quer?an apasionadamente a su hijito. La gente creerà de buena gana en un cuento, y no en el reportaje en directo de un testigo de vista. Do?a Marta lamentî tener un insomnio progresivo, que hubiera armado un lavado a la madrugada y hubiera puesto a secar la ropa. Ahora la mujer sabe mucho màs de lo que necesita y eso empeora el proceso del sue?o. Es malo que te convenzas una vez màs de la injusticia del mundo. Es bueno que esta provenga solo de la gente imperfecta. Cansada Eliz se dejî caer al sofà y al instante se durmiî, as? pasî inadvertido un pintoresco amanecer incre?ble. Un ligero vientecito del ocåano ahuyentaba las bandadas de cirros, dando el camino al sol que se despertaba. Este resplandor pol?cromo se revelaba en las formas de colores lila, rosado o azul. Era, ni màs ni menos, una autåntica obra maestra. Aqu? uno contempla un milagro prosaico, el que no puede ser captado por los seres altivos, y que se abre tan fàcilmente a los que pueden sentir el dolor ajeno como el suyo propio, y alegrarse tanto de los åxitos propios como de los demàs… * * * Juan Miguel fue el primero en despertarse. Hoy era un d?a no laborable, lo que significaba que ål deb?a cumplir la promesa dada al chiquillo Eliancito y dirigirse a Camag?ey para mostrarle un pez exîtico, un marl?n azul, y tiburones amaestrados. Los amigos-buceadores siempre lo recib?an y atend?an como al huåsped màs deseado. Ya hace mucho tiempo que no quer?a solo admirar los extravagantes palacios submarinos de arrecifes de coral. Eliz trabajaba todo el tiempo. Completamente otra cosa era Eliàn, este recordarà para siempre la primera odisea subacuàtica. Estando en la misma costa, uno puede contemplar los bancos de coral y los peces tropicales en la Playa Santa Luc?a. All? le ense?arà a Eliàn cîmo nadar a estilo braza, ya que su hijo hasta el momento solo asimilî su propio estilo de nadar, no aprobado por el Comitå Ol?mpico Internacional. All? le permitirà al hijo que se ponga el traje de buzo, le ense?ara cîmo se ha de ajustar la careta y usar el balîn de ox?geno, le permitirà sumergirse unas veces bajo la vigilancia del instructor, el cual le relatarà sobre la vida de los buceadores. Los muchachos zambullistas se especializaban en entrenar a los peque?itos. Dec?an que dispon?an de equipos de buceo de tallas peque?as y sin riesgo alguno se pod?a sumergir a Eliàn, atado a un cable, de unos cinco metros. Juan Miguel rechazî rotundamente esta idea. Para quå acelerar los acontecimientos. Para la segunda ocasiîn del programa ideado esto era màs que suficiente. – ?Papà, veremos los buques hundidos? – segu?a preguntando el chiquillo acalorado antes de emprender una lejana traves?a mar?tima en espera de un milagro. – Esto serà un d?a de entrenamiento. Los galeones, de los piratas y espa?oles, no desapareceràn hasta la prîxima visita màs profesional tuya. Cabe decir, para ese momento ya habràs aprendido a nadar a estilo braza. Te lo prometo. – Comprendido – lo aceptî Eliàn. Eliancito nadaba bastante bien, y para un ni?o de seis a?os eso ser?a algo excelente. Solamente se agitaba mucho, y por eso se cansaba pronto. Al tragar una considerable porciîn de agua salada, empezaba a entrar en pànico, pero era un tipo especial de pànico – taciturno, tesonero y lo paradîjico era que eso fuera fundamentado. S?, ten?a miedo, pero no de ahogarse. Tem?a reconocer a papà abiertamente su estado de insolvencia. Es que ål ya es adulto, sabe nadar. A?n sab?a que su papà estaba al lado, a unas diez yardas. El padre està observàndole y controla la situaciîn y en el caso de que su hijo de veras empiece a ahogarse siempre lo sacarà del agua o le echarà un salvavidas. Algo parecido ocurriî el oto?o pasado. En la åpoca de las lluvias en la playa Cayo-Sabinal… Aquel d?a los amigos –buceadores los llevaron en una lancha peque?a de un embarcadero en Playa Santa Luc?a hasta un lugarcillo maravilloso, declarado como reserva nacional. Aqu? numerosas bandadas de flamencos compet?an exhibiendo su finura y elegancia con los ibis blancos y lindaban con legiones de tortugas marinas, pesadas y torpes tipo Chaelonidae, que tomaban el sol. A una de estas el chiquillo hasta pudo tocarle el caparazîn de la tortuga. Cuando Pedro el amigo de Juan Miguel, el instructor de buceo, le mostrî al ni?o una pesad?sima barracuda que acababan de capturar, Eliàn estaba loco de admiraciîn y quiso tocarla. Apenas hubo rozado la aleta del pez, este bruscamente moviî la cola y se contrajo, y un poco màs se habr?a deslizado de las fuertes manos del t?o Pedro. Unànimemente se decidiî que hab?a que fre?r a la intratable moradora del ocåano en una fogata y comerla por complacer el apetito que se hab?a desatado. Fue preparado un plato exquisito en el propio litoral. Una vez terminada la comida, el padre pidiî a Eliancito que le ayudara a recoger la basura – ya que no se permit?a dejarla en la blanca arena cubana. Organizaron el fest?n en la misma lancha. Habiendo tomado un tentempiå, los viajeros se dirigieron hacia la bah?a de Nuevitas, a una cueva rocosa, un paraje muy elogiado solamente entre los conocedores de tales maravillosos lugares costeros. Aqu?, probablemente, escond?an sus botines los corsarios de Henri Morgan – filibustero inglås que horrorizaba la Corona espa?ola. – Aqu? tienes veinte y cinco centavos – entregando al hijito la moneda, Juan Miguel le advirtiî en voz baja que Eliàn deb?a entrar solo en la cueva – tales son las reglas. De otra manera el Santo Cristîbal no cumplir?a tu deseo. Lo debes pronunciar con susurro y solo una vez, tapando la boca con la palma de la mano. De este modo… Solamente a las paredes se les permite o?r los deseos ?ntimos de los ni?os peque?os y hacerlos pasar a la consideraciîn del Santo Cristîbal. En las paredes se puede confiar, ellas pueden guardar los secretos. – ?Se puede encargar solo un deseo? – Eliàn, con los ojos desorbitados, pronunciî intimidado. – Solamente uno, lo màs importante – afirmî el padre – Por eso, m?ralo bien antes de que le pidas algo. – ?Puedo pedirle una patineta autåntica? Es que la m?a, hecha de una tabla y cojinetes, la vienes reparando cada d?a. – Ya no se puede, es que me has contado lo de tu deseo recîndito, y yo te advert? que lo guardaras en estricto secreto. – ?Es que t? eres mi papà! – se ofendiî el ni?o resentido, intentando clasificar y ordenar en la mente sus innumerables deseos seg?n el grado de importancia de estos. – Tales son las reglas. Yo no las he ideado. Son como las normas de tràfico. Si no te gu?as por estas, entonces obligatoriamente sufriràs alg?n accidente. El hombre como tal debe subordinarse a ciertas normas. De otra manera, simplemente no podrà sobrevivir. ?Lo has comprendido? As? que apres?rate, ap?rate. Y no olvides echar la moneda en el hueco, en el centro de la cueva. Veràs adonde tirarla – all? en el fondo hay cantidad de monedas. – ?Resulta que el Santo Cristîbal necesita dinero? – Preguntî desconfiadamente Eliàn. – Todos necesitan dinero. Pero no lo aceptarà de todos los deseosos. Solamente de aquellos que lo merecen. No le importa cuànto dinero has dejado – es que uno puede dar cien pesos y otra persona no juntarà un centavo siquiera. Ål tomarà el dinero de los que de verdad quieren a su pa?s y obedecen a los padres. – ?Y si yo quiero mucho a mi pa?s, puedo encargar un solo deseo o varios? ?Aunque sean tres? – Eliàn se puso a regatear el derecho de encargarse para s? una nueva bici china a cambio de la patineta, del machete de juguete, que brilla en la oscuridad en una funda de cuero, y un enorme Mickey Mouse de peluche. O, siquiera, un Batman mecànico, en el caso de que todos los Mickey Mouses se hayan agotado. Si no, por si acaso hasta podrà ser aprovechado un Mickey de plàstico peque?o como el que tiene Lorencito. – No, solo un deseo – se oyî una respuesta severa. – ?Puede ser que aqu? en las cercan?as haya otra cueva? – tal variante retorcida ofrec?a Eliàn a su padre. – En las cercan?as hab?a solo manglares intransitables – lo comunicî en manera implacable Juan Miguel. Eliancito deca?do de ànimo, pasaba pisando de una piedra a otra, se encaminî lentamente hacia la cueva. El padre que ten?a el ce?o fruncido y el t?o Pedro sonriente quedaron al lado de la lancha. Estando dentro de la cueva, Eliàn se quedî aturdido, mirando las paredes porosas de las cuales colgaban bloques de piedras. En el fondo del peque??simo hueco, en medio de la cueva, en el agua cristalina brillaban las monedas de diferentes pa?ses. Eliàn se sentî por un momento en la ?nica piedra plana pulida por el agua, cubierta por algas y musgo. Quedî muy pensativo. ?Quå hay que pedirle al Santo Cristîbal? ?Por quå estableciî tales reglas severas, permitiendo pedir un solo deseo, el màs ?ntimo que haya? Eliancito reflexionaba calladamente hasta que no hubo sentido que de la humedad de la cueva empezî a acalorarse. Entonces, el chiquillo se levantî decididamente de la piedra plana, se arrimî a la pared y tapando la boca con la mano, susurrî: – Santo Cristîbal hasta el momento no puedo elegir de todos mis deseos lo màs importante, y por eso quiero pedirte que hagas lo siguiente… Hazlo de tal manera, que yo vuelva aqu? obligatoriamente. Para ese momento lo habrå examinado minuciosa y debidamente lo que yo quiero màs de todo en el mundo. Cuando vuelva a estar aqu?, te pedirå un solo deseo… El ni?o saliî de la cueva empapado de làgrimas. – ?Quå ha ocurrido? – sin entender algo, preguntî el padre. Dejå escapar mi deseo – sollozaba amargamente Eliàn – le ped? al Santo Cristîbal solamente poder volver aqu?. – ?Volver? – Repitiî tras el hijo el padre – un deseo excelente – poder volver. ?Y quå te ha apesadumbrado as?? – ?Cîmo es que no lo entiendes? Resulta que no recibirå nada. Volverå simplemente y todo. No tendrå ni la bici, ni a Mickey Mouse, ni el machete con una funda de cuero… Chorreaban las làgrimas de los ojos. El padre estaba desconcertado. No sab?a quå hacer para calmar al hijito. – Espårate, espårate – intervino en la conversaciîn el ingenioso t?o Pedro – ?Quå tienes en la mano? Eliancito abriî el pu?o. Brillî una moneda de veinte y cinco centavos, que se la hab?a dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios. – Conforme a las reglas, la peticiîn entra en vigor solamente despuås de que se haya pagado el impuesto al Santo Cristîbal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que t? no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que t? has pedido acerca de volver aqu?, el Santo Cristîbal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle. – ?Cîmo es eso? – sin creer a?n en su dicha, pero ya sin llorar graznî Eliàn. – De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si t? no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, s?, ser?a malo. Si la persona està muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aqu?. Y a?n màs, si no se ha definido quå es lo màs importante para ella. – ?Hurra! – Gritî Eliàn, alegrando de tal forma a Juan Miguel – ?Pues, volver – esto no es un deseo! – Es tu derecho legal – afirmî Pedro. …Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro echî el ancla cerca de un faro. El sol iba poniåndose, hab?a una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El t?o Pedro tomî un salvavidas de la caseta de timîn y lo tirî bastante lejos al agua.                  – Yo tambiån quiero nadar – balbuceî lastimosamente Eliancito. Ya hab?a ca?do la noche. – A los ni?os les està prohibido ba?arse en alta mar – se lo prohibiî el padre, y saltî al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el t?o Pedro. Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubriî unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego ven?a nadando atràs, valiåndose del estilo braza. Apoyî las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver cîmo ser?a su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emit?a ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado… – ?Eliàn! – llamî el padre. Silencio en respuesta. – ?Eliancito! – Gritî en voz alta Juan Miguel – ?No bromees as?! Nada se oyî. Ni una palabra. – ?Juan Miguel! ?Està a veinte yardas tras la popa! ?Ràpido! – las palabras proven?an de atràs. Lo dec?a a grito pelado Pedro, el cual advirtiî al ni?o en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa direcciîn y cayî unas diez yardas màs lejos del chiquit?n. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, ademàs, no pronunciaba ni un sonido. El padre se precipitî en ayuda del hijo. Entre ål y el peque hab?a unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Eliàn se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y papà no estaba a su lado… En ese momento, de repente, no se sabe de dînde, emergiî el salvavidas. Ål llegî solo hasta all?. Quedaba solamente agarrarse a ål. As? lo hizo Eliàn. Todo… Està fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el ni?o el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del ni?o. Luego se aproximî nadando Juan Miguel y lo llevî tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo: – Querido m?o, hijito m?o… El t?o Pedro con gran aplicaciîn se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando. – Perdîname, por favor, ti?to – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque. Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido: – ?Por quå pasî eso? – No me lo habr?a perdonado… Si… “Es extra?o – pensî en ese momento el golfillo – Papà, posiblemente, me castigarà despuås por la desobediencia.” – ?Travieso! – refunfu?î por entre los bigotes el t?o Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Eliàn ya echaba de menos a su mamà, a las abuelas Raquel y Mariel, a Càrdenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracciîn equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila.      Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, papà tomî la decisiîn de pernoctar en la casa de Pedro: – No se puede bromear con el ocåano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximaciîn de una posible tormenta. Llegaremos a Càrdenas ma?ana. “Quå d?a magn?fico ha sido. Espero que papà no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…” …Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspirî a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, quedî entusiasmado de lo visto. Hoy es un d?a hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro. Al otro lado de la calle ål advirtiî la figura corpulenta de do?a Marta. Juan Miguel le gritî: “Buenos d?as”. La mujer casi no reaccionî al saludo del vecino, haciendo una leve inclinaciîn de cabeza, pasî ràpidamente a la puerta de su casucha. La se?ora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendiî nada esa rareza en su conducta. Ål tambiån volviî a casa para llevarle a la cama el cafå con bocadillos a Elizabeth. Se le olvidî que estaban oficialmente divorciados. Es que ål tiene a Nersy, y Eliz tambiån, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada… Ambos dorm?an – dos personas queridas por ål. ?Podrà haber algo màs valioso en todo el mundo? Aqu? està el hijo, su vida y felicidad para el padre. Y all? Eliz, la mejor mujer de Càrdenas. Mejor dicho, de todo el municipio de Varadero, y, quizàs, de toda la provincia de Matanzas. Ål la tiene a ella, una mujer con la cual està divorciado. Y nada podràs hacer. Nunca serà como antes. En sus relaciones desapareciî el sexo, pero quedî el amor. Eso ocurre entre las personas… Ål respeta sus opiniones. Cree en ella y por eso siempre fue fiel con Eliz. Cierta vez le confesî su adulterio. Probablemente, fue algo est?pido e injusto respecto a ella. As? se lo dijeron unànimemente los amigos… Se divorciaron, pero no se separaron. Puede ser que pronto y viviràn separadamente, pero, acaso, podràn estar largo tiempo sin verse el uno al otro. S?, habrà que acostumbrarse a esta idea y aceptar lo inminente, no existe màs una muy plena y completa familia. Hay solamente unos buenos recuerdos y un vac?o. Este que ha de ser llenado con la vida futura. Solamente este nicho no deber?a ser ocupado por la vanidad, la que siempre està tirando a expulsar lo màs valioso que hay en la vida, el amor verdadero. No quisiera uno pensar en lo amargo. No pod?a encontrar una soluciîn, creyendo que el tiempo se lo dir?a, cîmo deb?a actuar. Todo se arreglar?a. No pudo hacerla feliz. Sigue queriåndola, aunque tiene relaciîn con otra mujer. Aqu? està su contradicciîn. Su cruz que la lleva a cuestas. Ama a una, pero quiere con ardor a la otra. La ama, porque son almas gemelas; compart?an sus sue?os en una cama. La quiere, por el hecho de que ella dio a luz a Eliàn… ?Eh, levàntate, dormilîn! T? mismo me pediste que te despertara màs temprano. ?O te has olvidado que deber?amos ir a Camag?ey? * * * A principios de los noventa, despuås de desmoronarse el campo socialista, Fidel Castro ordenî que debiera sobrevivir. La brusca reducciîn en el intercambio de mercanc?as con los ex aliados impactî en Cuba mucho màs fuerte que el embargo de los yanquis. El pa?s donde dominaba el monocultivo, donde no crece nada, salvo la ca?a de az?car, el cafå y el tabaco, perdiî los mercados de suministro. Fidel, amigo de las paradojas, encontrî varios måtodos capitalistas de ayuda al socialismo, gracias a los cuales Cuba pudo resistir. Introdujo la libre circulaciîn de divisas, permitiî funcionar a las peque?as empresas y empezî a atraer a inversionistas extranjeros en el àrea del turismo. Ademàs, el estado manten?a en sus manos las carteras de control de todos los hoteles. Hasta permitiî a sus irreconciliables enemigos ideolîgicos, a la diàspora de Miami, enviar dinero a sus familiares a Cuba. Pronto Castro creî una alianza pol?tica con Hugo Chàvez, l?der venezolano, que escapî de la tutor?a de los EE.UU., despuås de sentir las crecientes ambiciones imperiales de Rusia, copiadas del modelo de la pol?tica internacional de la Uniîn Soviåtica, ål concibiî que los buenos viejos tiempos estàn retornando. Predecir esto no era tan fàcil, pero los experimentados ajedrecistas deben tener a su alcance numerosas jugadas adelantadas. Los yanquis se precipitaron a dar por perdido al “Barbudo”. Pero no fue as?. Primero, Fidel ayudî a su amigo Chàvez a comprar a los rusos una partida de cien mil fusiles de asalto “Kalashnikov”. A ninguna persona en el mundo le surgiî duda alguna contra quien estar?an apuntados esos ca?ones, la mitad del territorio de Colombia se hallaba bajo el control de los guerrilleros. Muchos de los Comandantes de los rebeldes se cubrieron de barro por las relaciones con los capos de la droga de Cali y Medell?n. El peso y la influencia de Castro en la regiîn disminuyeron en el per?odo del principio de los noventa. Hay que decir, se reanimaron y con cada a?o, iban creciendo enormemente. Fidel en este sentido parec?a ser el ave Fånix, el que siempre està en vela y despejado. Hasta cuando todos en torno suyo duermen y estàn algo loqueados, y, puede ser, especialmente en momentos como estos… Naturalmente, los fanàticos de los coches en Cuba se mov?an en carcachas y las amas de casa miraban los antiqu?simos televisores. Sea como sea, la mayor?a de la gente estaba dispuesta a sufrir las incomodidades domåsticas y la muy larga parada en los a?os cincuenta, ya que Fidel personificaba la mentalidad de los propios cubanos. Eran pobres, pero una naciîn orgullosa. El gu?a se fusionî con el pueblo y se armî de su principal dignidad, el amor a la libertad. ?Son palabras altivas? Probablemente. En especial, si tomamos el hecho de que la dignidad de los ciudadanos del gran y potente pa?s de los Sîviets, que dejaban caer la làgrima al o?r el himno nacional y ver como izaban la bandera con la hoz y el martillo, no pudieron resistir a un par de tejanos “Rifle” y a un trago de “Coca-Cola” de una botellita de relieve de vidrio. Puede ser que los cubanos estån hechos con otra pasta, amasados en condiciones de un verano eterno y la esclavitud todav?a fresca no se ha borrado en la memoria. Aunque, lo màs probable ser?a, que son ellos las màs corrientes personas como todos los pueblos que habitan el planeta. Simplemente respetaban a su Fidel, es que ante ål se inclinaban todos los enemigos. No se retiraba de ål solamente la vejez, precursora de la muerte. Todo el mundo solamente hablaba de una posible revancha, cuyos planes fraguaban los yanquis, los antiguos due?os de Cuba. ?Pero quer?an los cubanos el retorno de la dictadura de t?teres, latifundistas, oligarcas, mafiosos e inmigrantes, que se han achanchado, cebados por los norteamericanos? Claro que no. Lo que se refiere al debilitamiento de la opresiîn, el levantamiento del bloqueo y las sanciones econîmicas, eso es aceptable. Pero no ha de haber ninguna restauraciîn de los viejos îrdenes. La muerte de Fidel, indudablemente, podrà servir de impulso a variar la r?gida pol?tica de Estados Unidos respecto a Cuba a favor de una menor opresiîn. Sin embargo, no hay que enga?arse respecto a lo dicho y enterrarse en ilusiones acerca de que la mayor?a de los cubanos desea la muerte de la persona, a la que respeta. Sinceramente, ser?a el punto supremo del cinismo. Tales ilusiones pod?an haber nacido solamente en las costas de Florida, en el balneario de Miami… en expectativa del desenlace de un espectàculo muy alargado, cuyo fin inevitablemente tendrà lugar con la pårdida de Fidel, de su capacidad de obrar, o, lo que saboreaba la inmigraciîn pol?tica de Miami, con el pronto fallecimiento del l?der de los comunistas. A contrapeso el mådico personal de Castro expidiî solemnemente un veredicto prestigioso relacionado con su paciente de alto rango. Quitando sudor de la frente, el maestro asegurî a todo el mundo con esta conclusiîn: “?Fidel llegarà a vivir hasta los ciento veinte a?os!” El esculapio, probablemente, quedî pasmado de una declaraciîn tan audaz, pero se la hizo pasar a ål y pidiî cortåsmente que la leyera el propio jefe del màs influyente servicio de investigaciîn de Cuba – DI[8 - La Direcciîn de Inteligencia o DI, anteriormente conocida como Direcciîn General de Inteligencia o DGI es el principal organismo estatal de inteligencia del Gobierno de Cuba (https://es.wikipedia.org/wiki/Cuba).] – Joså Måndez Cominches. En cuanto a la medicina, en Cuba confiaban. Y no solamente porque es gratis y accesible para todos. Simplemente, en realidad, es la mejor en toda Amårica latina y puede competir con los fabulosamente caros tratamientos en Occidente. Todo lo positivo de la sanidad p?blica de Cuba Juan Miguel y Elizabeth lo pudieron apreciar en plena medida, cuando despuås de unos intentos infructuosos de tener un ni?o, al fin y al cabo, lograron alcanzar lo deseado, y con ayuda de los mådicos de La Habana apareciî el fruto de su amor y heredero del linaje, el peque?o Eliàn. Esto tuvo lugar despuås de tener siete abortos, unas decenas de consultas, investigaciones en el servicio genåtico en el hospital “Ramîn Gonzàlez Coro”. ?El octavo embarazo condujo a alcanzar la meta deseada – el 6 de diciembre de 1993 entre Juan Miguel y Elizabeth, oficialmente divorciados, pero que viv?an bajo un mismo techo, naciî un ni?o sano! Padre y madre… Por fin, se han hecho padres. No pod?an apartar la vista del pituso envuelto en pa?ales con las cejas pegadas. Era muy dif?cil creer que esta diminuta criatura hace poco se mov?a en la barriga de Eliz. Los dos estaban locos de alegr?a. El mu?eco era la encarnaciîn del sue?o de ellos. Pertenec?a de igual manera a los dos. Ambos se sacrificar?an, si se necesitara algo para este ser indefenso. – Eres una verdadera hero?na – as? alentaba Juan Miguel a la a?n dåbil Eliz. Su cara despuås del parto estaba cubierta de peque??simas pintas – debido al parto, se reventaron numerosos vasos capilares. Se sent?a cohibida de su apariencia impresentable y, ademàs, de que hubiera engordado tanto. ?Quå tonter?as! Nunca antes Eliz hab?a sido tan guapa. As? francamente lo cre?a su ex marido. Cuando ellos se conocieron, la chica apenas hab?a cumplido catorce a?os. Quiån sedujo a quiån, es una pregunta problemàtica. Elizabeth, muchachita animada, siempre lograba alcanzar lo que quer?a. Juan Miguel era el primero y ?nico varîn en su vida. Para Cuba, donde los criterios de edad tienen sus espec?ficos marco. Esa relaciîn sexual tan temprana se consideraba, si no una norma, ya establecida, entonces habiendo un acuerdo mutuo y si no se manifiestan en contra los familiares, era algo habitual y com?n. Inicialmente sus relaciones se llenaron de pasiones irresistibles, que desembocaban en inolvidables placeres de la carne. Al correr los a?os, el ardor sexual se relajî, y los sentimientos se transformaban en algo màs prîximo serio y maduro. Eliz quer?a tener una familia normal, quer?a ser verdaderamente una mujer adulta, ser madre. Juan Miguel so?aba de la misma manera que su esposa. Se festejî un casamiento modesto, los dos sin demora se pusieron a cumplir las tareas planteadas – dar a luz a un ni?o. El tiempo pasaba volando, pero la criatura no quer?a nacer. El sexo de manera gradual adquiriî un caràcter de trabajo minucioso, cuya finalidad era tan noble y generosa que ya ni hablar de la concupiscencia. La seriedad de las intenciones empeoraba la ilusiîn ligada a los permanentes fracasos. El miedo ante el sucesivo aborto conllevaba a los dos a un estado de desesperaciîn. Cada intento de iniciar todo desde el principio finalizaba con un nuevo fiasco. A Juan Miguel y Elizabeth transcurridos ocho a?os tensos y, siendo este un per?odo poco feliz, ya no les hac?a falta explicar quå significaba la imperfecciîn y el sentimiento de perdiciîn irremediable. Muchas familias en todos los rincones de la tierra padecen de un ansia similar, repitiåndose esta de a?o en a?o en intentos fallados de tener un angelito. Algunos hallan el motivo para re?ir y llevan el asunto hasta el divorcio, ocultando la causa verdadera con las habituales frases: “No nos llevàbamos bien”. Otros caen en una depresiîn horrible y buscan formas de relajarse en ligues romànticos fuera de la casa. Algunos, a semejanza de Juan Miguel y Elizabeth, al haber perdido la agudeza de la pasiîn carnal, siguen yendo hacia la meta, costara lo que costara. En el caso de que la alcancen, ellos seràn los seres màs dichosos del mundo. Se concentraron en lo màs importante. Juntos alcanzaron el fin. Su peque Eliancito – un ser vivo, su hijito querido – se hizo ciudadano del pa?s, al cual los dos lo quer?an con locura. En ellos hab?a tanto de com?n. Si lo hubieran comprendido antes, no habr?a ocurrido lo que tuvo lugar seis a?os despuås de nacer su criatura… * * * La polic?a encontrî ràpidamente a Làzaro. Decidieron arrestarlo directamente a la salida de la discoteca “La Rumba” – meca de la reserva tur?stica de Varadero. La entrada aqu? a las cubanas, que se dedicaban a la prostituciîn, se les estaba prohibida rotundamente. Se las arreglaban para pasar el cordîn de seguridad, yendo tomadas del brazo de alg?n novio cubano… Làzaro interven?a en esta ocasiîn como cortejador de Yoslaine, una mulata exuberante con colmillos de oro. Las lechuguinas habaneras no se olvidaron de adquirir este atributo de estilo, tomado de los videoclips puertorrique?os y de Miami, y difundir la moda de estas coronas de oro a todas las grandes ciudades, desde la capital tabacalera Pinar del R?o hasta el carnavalesco Santiago y la colonial Trinidad. La tarea de la parejita era simple. Primero, pasan a la discoteca, aparentando ser unos enamorados. Luego, la mulata encuentra a un extranjero y se pone de acuerdo en reunirse con el cliente en la calle. Làzaro se la lleva del club y la acomoda en el coche del turista. Ella le entrega diez pesos “convertibles” por el servicio, de los cuales dos llegaràn al “pico” del guardia. Todos quedan satisfechos. Làzaro Mu?ero Garc?a en màs de una ocasiîn se vio realizando tales negocios. Los guardias de “La Rumba” le reconocieron y uno pod?a notar en estos una alegr?a prudente, ya que esperaban recibir una propina. La parte principal del trayecto de la puta – que se extend?a en torno a la pista de baile, llena de un p?blico variado – ya se hab?a superado. Làzaro hasta tuvo tiempo de apurar tres copas de “cubalibre”. Lo bueno es que la entrada la pagî la compa?era. No se puede decir que Làzaro haya agarrado una borrachera hasta la insania, pero su natura bronquinosa empezî a mostrar actividad en busca de cîmo usar las maniobras de judo, aprendidas a?n en el colegio. Sin embargo, la sed de dinero fàcil y el miedo ante una docena de miembros de la seguridad apagî el inicio de un escàndalo. Pero se vertiî hacia afuera la pasiîn del eterno discutidor respecto a las disputas. Dicen que en la discusiîn nace la verdad. ?Y si ambos discutidores estàn seguros en que sus justificaciones son correctas y no toman en consideraciîn los argumentos del oponente? Los expertos aseguran que en tales discusiones muere la verdad… – ?Actuando as? vas a buscar largo tiempo a un cliente! – Làzaro vociferî con irritaciîn a Yoslaine, pegada a la barra esperando a alg?n turista simpàtico. No quisiera entregarse a un bebedor, un gordinflîn o un monstruo. – As? no se hacen los asuntos – incitado a largas peroratas con el cîctel de turno de ron blanco y cola, continuî Làzaro – hay que buscarlo no entre los jîvenes juerguistas, los cuales arden por bailar. ?Estos pueden bailar con frenes? un par de horas, sin pensar en una chica! Ah? hay dos. Estàn sentados con un fin muy concreto – enganchar a alguien. ?Quieres yo mismo se lo explique a ellos? Solo el precio por mis servicios se duplicarà. ?De acuerdo? Un billete de veinte. ?OK? –Ponte de acuerdo mejor con tu Elizabeth. ?Cîmo es que te aguanta? – hizo pasar tras los dientes Yoslaine – ?Sabe ella que t? eres un animal ordinario? –Eres tan audaz porque aqu? todo està lleno de vigilantes –dijo rabiosamente Làzaro –Y si no, te meter?a tu leng?ita aguda en aquel ?nico lugar, al cual està destinada. –S?, un animal ordinario –repitiî Yoslaine, sonriendo al mismo tiempo a un italiano. Aquel de manera extra?a reaccionî a la sonrisa y los gestos de llamada de la mulata, y eso bastî para concluir que era gay. –Primero, no es ella la que me aguanta, sino yo la aguanto. Soy seis a?os menor que ella y yo soy un guapetîn – continuî, haciåndose un reclamo con aplomo, el ex barman – Segundo, està loca por m? y està segura de que yo la amo.                                      – ?Le has pegado ya alguna vez? – era una pregunta normal respecto a Làzaro.              – No – contestî ål. – Entonces, ella tiene dinero o algo imprescindible que t? necesitas tanto – la ramera hizo esta conclusiîn – claro, naturalmente, es camarera en Varadero. ?Te alimentas a costa de ella! – Estoy en condiciones de sustentarme – no lo aceptî Làzaro. – S?, pero solamente a expensas de las mujeres o asuntitos turbios. – ?Esto lo està diciendo una ramera ordinaria! – Se lo està diciendo a un jinetero. – ?Muy pronto le meterå ca?a, chuchas vendibles! – ?Volveràs a largarte a Miami y luego volveràs a la càrcel? ?Ella sabe que t? estuviste de manera ilegal en los EE.UU., que te agarraron y ahora te encuentras bajo la vigilancia de la polic?a? –Lo sabe. – Lo dudo mucho… Aunque las agujas en un costal no se pueden disimular, y t? eres una aguja verdadera, tratas de emplastarte en disgustos y arrastrar as? a los que te rodean.       – ?Tonta! ?Soy el muchacho màs perspectivo en toda la comarca! Cuatro meses me las paså tomando el sol en las playas de Miami Beach. ?Sabes lo que he comprendido yo? ?Aqu? no tengo nada que hacer! Aqu? soy un elemento antisocial, eso soy yo. Escoria de la tierra. Criminal. Paràsito. ?Cîmo los odio a todos! – ?Para quå has vuelto, entonces? ?Para que los guardafronteras te “acogieran” y te encarcelaran? ?Para que luego te rescataran con dinero de las rameras piadosas? – He vuelto porque en aquel sistema es dif?cil lograr åxitos si no posees un capital inicial. Empezar siendo lavaplatos no es para m?. Esa profesiîn podrà quedarse contigo para siempre. El primer dinero puede ser ganado aqu?. Mejor dicho, con ayuda de aquellos que residen aqu?, pero all? tienen familiares ricos. T? les ayudas a ellos – estos te ayudan a ti. – Robar es lo màs fàcil y menos peligroso – como si lo estuviera viendo Yoslaine, la cual sol?a ratear a los clientes. Esto son minucias – iba expansionàndose el pobre hombre de negocios, estando ya bien mamado – voy a tener una flotilla entera que se dedicara al traslado ilegal de los cubanos a Miami. Ni siquiera voy a surcar las aguas del golfo de Florida. Solamente acancharå buques, contratarå equipos y recogerå dinero de los ricachones norteamericanos por el traslado desde Cuba de sus desdichados parientes. – ?No tienes miedo? Es que soy miembro del Comitå de Defensa de la Revoluciîn – la chica no se sorprendiî ni un àpice al o?r los grandiosos planes de Làzaro, pero, como de costumbre, no los tomî en serio… … En realidad no hab?a nada que pudiera asombrar a uno con tales proyectos. El embargo y las limitaciones de visas de Estados Unidos para los cubanos hac?an imposible el tràfico legal al “para?so” a tales personas como Làzaro Mu?ero. En primer lugar, a tales tipos nunca les dejar?an pasar “los suyos” – Fidel Castro dispon?a de su propia lista para casos de esta ?ndole. En segundo lugar, no quer?an admitir a tal categor?a de refugiados en el otro lado del mar – ?a quien le hace falta un individuo con reputaciîn de criminal! Sin embargo, los norteamericanos no hab?an tomado en consideraciîn algo muy importante. Hasta, mejor dicho, no contaron la cantidad de aspirantes, los cuales saltar?an a chorros al “pa?s de las mil maravillas”, si el t?o Sam abre las compuertas. Aunque no sean oficiales. Pero, naturalmente, nadie en Norteamårica empanzada pudo prever la reacciîn del Comandante a la acogida cordial de los estadounidenses a los migrantes ilegales, provenientes de su Isla. En el a?o 80, se registrî algo extraordinario – “como piedra ca?da del cielo”, – cuyo nombre es “Mariel” … Actuando en el cauce de su pol?tica de descreditar el rågimen dictatorial de Castro, y flirteando con la diàspora cubana de Florida, que iba cobrando fuerza, los yanquis recib?an con los brazos abiertos a todos los fugitivos de Cuba. A todos, los que lograban alcanzar las costas ilegalmente, en barcazas robadas, peque?as improvisadas embarcaciones, en balsas, botes, lanchas destartaladas y yates rechinantes, hasta en los aviones de pasajeros, tomados por la fuerza. Aquellos, a los que antes les negaban las visas en los propios EE.UU., comprendieron que obtendr?an lo deseado, si iban a empu?ar las delincuencias so pretexto especioso de heterodoxia. A los que pisaron la costa disfrutable de Florida, ciudadanos de Cuba, inmediatamente los sub?an hasta las nubes como refugiados pol?ticos, les conced?an cartas de ciudadan?a, trabajo y subvenciones. Ah? es cuando sucediî un caso imprevisto. La finalidad de mostrar a todos los norteamericanos, que el socialismo es el mal màs allà de los l?mites, que de este todos huyen, ligada a una idea fija de hacer una mala jugada a Fidel personalmente – todo esto en conjunto fracasî. Fidel abriî el puerto Mariel para todos los aspirantes a abandonar la isla. En total hubo 125 mil personas… A Florida se precipitaron todos los que tomaban por asalto las embajadas extranjeras, abrigando la esperanza de acelerar su partida de la Isla de la Libertad al continente norteamericano, ya que este era el sue?o de ellos. La mayor?a de estos no sab?a que tendr?a por delante so?ar con una suerte mejor, fregando los pisos y lavando los platos a los nuevos due?os. Iban a hablar de la Libertad sin haberla conocido y perdiåndola para siempre. En efecto es libre solamente el que se siente libre dondequiera. No se sent?an libres en su patria, los EE.UU., mientras tanto, te daban una oportunidad, pero no a todos. Pero dif?cilmente, en la categor?a de selectos figuraban los que nunca habr?an evaluado la libertad, ya que no la habr?an comprendido. Los que de manera incondicional la aceptar?an perdiendo la libertad por “un tarro de mermelada y una cesta de galletas”. Junto con los disidentes, a los màs escarceadores de ellos con motivo de este caso hasta los soltaron de los manicomios, Castro embarcî en las barcazas a miles de criminales, a los que se cansî de alimentar en sus càrceles. Las autoridades de inmigraciîn se llevaron las manos a la cabeza, pero ya era tarde. La descomunal marea que trajo la escoria inundî las calles de Miami, completî las filas de los pordioseros y los marginales, y al mismo tiempo las bandas callejeras, las corporaciones de asesinos y los sindicatos de narcotraficantes. Solo los hermanos Castro habr?an podido meter en un pu?o a los gànsteres cubanos. Miami se hizo el cielo en rejas para los bandidos ambiciosos de origen cubano en muchos casos, pero ya en una càrcel del T?o Sam, o una necrîpolis. Para algunos este lugar se convirtiî inicialmente en un trampol?n para una ràpida ascensiîn a los superiores eslabones de la jerarqu?a criminal, y solamente despuås se hizo necrîpolis. El final, en esta ocasiîn, ya lo tienes dise?ado y vaticinado, como el fin de la pel?cula hollywoodense “El precio del poder” con Al Pacino, siendo este el capo de la droga Tony Montana, que no reconociî bajo la influencia de la coca?na su mortalidad propia, hasta habiåndose ido al otro mundo. Como resultado, los senadores y congresistas, los que cabildean los intereses de los oligarcas y latifundistas que perdieron sus bienes en Cuba, no pudieron hacer la mala jugada a Castro. Y, entonces, con pocas ganas, anunciaron un armisticio temporal, aumentando la cuota de visas. Se redujo la cantidad de migrantes ilegales. Pero hasta cierto tiempo. La paz entre la Cuba socialista y el pilar del mundo libre, Estados Unidos, como tal no pod?a existir.      El embargo no ha finalizado. Ven?an turnàndose las generaciones de cubanos en condiciones de un embargo incesante. Las numerosas sanciones econîmicas hac?an endurecer al pueblo, formaba en la gente la diligencia y la parsimonia, pero al mismo tiempo estas ven?an creando a nuevos aventureros, dispuestos a aprovechar el dåficit reinante en el pa?s. Làzaro Mu?ero Garc?a era uno de ellos. Su “business project”, desde el punto de vista de materializarlo en la vida, no parecer?a ser utop?a ni a los residentes habitantes del lujoso Miami, ni a los ciudadanos de Cuba, cansados del realismo socialista, que estàn esperando el “transfer” prohibido a Florida. Hay que destacar las dåcadas de la confrontaciîn con la màs poderosa potencia, reforzaron a Fidel en la tesis de Lenin sobre la posible victoria de una revoluciîn socialista en un solo pa?s. Su esp?ritu, desmoralizado por haberse desmoronado el pa?s de los Soviets, se afianzî a fines de los a?os noventa al adquirir un nuevo aliado en la persona del formidable Chàvez. Lo que significaba que la guerra continuaba. Los norteamericanos se encontraban en un estado de euforia, despuås de ser destruida la segunda superpotencia, disfrutaban de plena impunidad, lo que significaba menospreciar a sus enemigos. S?, ellos aprendieron a derrocar reg?menes indeseables no solamente aplicando la fuerza de una intervenciîn directa, sino hasta valiåndose de revoluciones de colores. Pero no tomaron en consideraciîn que Fidel con el tiempo aprendiî a adaptarse a nuevos y mejores cambios en el àmbito pol?tico. Para la revoluciîn cubana, cualquier otra neoliberal era una contrarrevoluciîn – como se ha de portar con “la contra” en Cuba lo sab?an desde la derrota de los mercenarios, saboteadores y bandidos en la Playa Girîn y en los macizos monta?osos del Escambray… … Làzaro midiî a Yoslaine con una mirada furiosa, murmurando impulsado por una porciîn sucesiva de ron: – ?Estàs hablando de que eres miembro del Comitå? Yo tambiån soy miembro. – No lo dudo siquiera – sonriî la chica. Con el rabillo del ojo advirtiî aproximarse a un gilipolla con una gorra vasca de color verde oliva con una estrellita roja, con bigotes y una barba a lo Che Guevara. En un concurso de dobles, siendo este un pueblecito cualquiera, no tendr?a ningunas posibilidades de ganar un premio. Pero aqu?, el estado de embriaguez de “La Rumba”, lo identificaban como håroe. Apenas hubo frotado un segundo el culo sobresaliente de Yoslaine, el imitador de Che le hizo soltar el humo del cigarro y le comunicî que ella le gustaba mucho: – ?Linda muchacha! ?Magn?fico! ?Admirablemente buena! ?Soy soltero, soy alegr?a! De que ella era guapa, Yoslaine no lo dudaba. No necesitaba de los cumplidos de este “frico”, mientras, que el pseudo Che, que en el momento dado estaba solo, le conven?a. Se pudo averiguar que ål, como el ?dolo favorito, es argentino, y està residiendo en un hotel de dos estrellas y eso no tiene nada que ver con que el portamonedas estå vac?o, sino exclusivamente relacionado a la esencia del ascetismo de los guerrilleros. – Entårate, solo de manera cuidadosa, si tiene dinero – susurrî al o?do de la puta el impaciente Làzaro. –No es un consejo de un chico, sino de un adulto – dijo rabiosamente Yoslaine, preguntàndole a quema ropa al argentino. – ?Tienes dinero? – Treinta pesos convertibles – le dio a conocer “El Che”. – Es poco – la puta balanceî negativamente la cabeza – ?Cuarenta! – En el hotel hay a?n – lo reconociî de pocas ganas el imitador. – ?Estàs con carro? – ?Que pregunta est?pida, cîmo el huåsped de un hotel de dos estrellas puede tener un coche! – Bien, habrà que tomar un taxi hasta el hotel. Te esperarå en el coche. En Càrdenas tengo una casa. Eso requerirà de ti quince pesos màs. ?De acuerdo? El argentino se puso a fumar un “Coh?ba”, imitando as? un ataque de asma. Luego, mostrando una fila alineada de dientes blancos, expresî: – ?Forever! – Hoy tendrå que follar con un loco – comentî el caso la muchacha Yoslaine. El proxeneta hizo salir a la chica, y a un viejo conocido, que estaba a la salida, le entregî un peso arrugado. El taxista taciturno con una impenetrable cara de confidente precisî la direcciîn del punto de destino. La verdad es que cuando el chîfer vio al argentino con la imagen del Che comprendiî que esta situaciîn no huele a propina. Tales idiotas pagan de acuerdo a las indicaciones del tax?metro. La chica ya hab?a empujado al Che en el salîn y estaba dispuesta a zambullirse en ål. Làzaro la parî. – ??Y mis diez?! – manten?a fuertemente el asa de la portezuela. – Lo dejamos para despuås – intentî deslizarse la moza. – ?Eso no estaba as? acordado! – estando ya a punto de gritar, refunfu?î Làzaro. – OK. Dame, por favor, diez convertibles a cuenta de mi honorario – se dirigiî ella al argentino. Aquel no pudo extraer inmediatamente del bolsillo trasero del pantalîn el billete arrugado y se lo entregî a la doncella. Yoslaine descontenta le alargî el dinero a su gu?a, y despidiåndose le regalî una mirada despreciativa. Làzaro tomî lo suyo, echî una risita nerviosa con la esquina de la boca, e invitî a la se?ora al salîn con un gesto de comediante con el fin de golpear demostrativamente la portezuela. Todo fue as?. Golpeî con la portezuela y arrimî el billete arrugado a la nariz. Por lo visto, quer?a una vez màs cerciorarse de que el dinero, sin embargo, huele. En ese dulce momento una mano velluda, aplicando un brusco movimiento, arrancî el muy arrugad?simo billete debajo del îrgano olfatorio de Làzaro. “?Diablo!” – maldijo a todo el mundo el jinetero desgraciado, concibiendo que le està tocando el brazo una mano fuerte y pesada, la del morrocotudo teniente Manuel Murillo. Este hab?a sido puesto a vigilar al ex barman despuås de la prisiîn. Junto con el sargento Esteban de Mendoza los dos eran un par de polic?as conocidos en el distrito, a los cuales los llamaban Grande y Peque?o. Estos sobrenombres eran los màs neutrales de todos los apodos y motes, los cuales serv?an para denominarlos a sus espaldas. – ?Hasta cuànto puede jugar uno! – soltî con amenaza el teniente corpulento. A Yoslaine y al mariquita infortunado, haciendo la imagen de håroe, lo estaba sacudiendo fuertemente el colega del teniente, el paticorto sargento Mendoza, cuyo sobrenombre màs injurioso era la palabra “ba?o”. Si pasaba a visitar a alguien, Mendoza ante todo preguntaba dînde se encuentra el cuarto de ba?o. Todos sin excepciîn comprend?an que en el caso dado estaba buscando un retrete – el sargento padec?a de los ri?ones, cargado con urocistitis y hemorroides, con a?adidura. En cuanto a los detenidos siempre apuraba los asuntos, era una cosa hecha a la represiîn y muy concreto, dando el precio para obtener la indulgencia para esta. – Veinte – no le ced?a a la chica, al mismo tiempo convenc?a al argentino, que hab?a usurpado la imagen del Che, que en lo que se refiere a ål no ten?a ningunas pretensiones y, ademàs, no dudaba que los veinte convertibles tendr?a que darlos el turista. Si no, a la palomilla nocturna de largas pernas la ha de acompa?ar al departamento el pernicorto guardador de la ley. Sea como sea, el pseudo Che se despidiî del ?ltimo billete que dispon?a de veinte pesos convertibles. Los dejaron libres. El taxi a toda velocidad se dirig?a al hotel barato y la chica se prometiî no tener nunca màs relaciones con Làzaro Mu?ero. Este buitre desgraciado trae solo disgustos. Es como si atrajera desdichas. Donde està Làzaro, ah? siempre hay problemas… ?Teniente, y yo quå tengo que ver? – Ahora, cuando soltaron a la puta, ya no hab?a motivo de temer algo. ?No hay testigo, – no hay delito! – No estoy bajo arresto domiciliario, sino solo estoy bajo la vigilancia. ?Resulta que ya no puedo divertirme siquiera! – He aqu? lo que has conseguido, Làzaro – el teniente cerrî las esposas en las mu?ecas del delincuente. – “Helado”, ?quå ha cometido este malvado? – muy ràpido preguntî el sargento Mendoza dirigiåndose al compa?ero. La cuestiîn es que Murillo, como millones de otros golosos, no era indiferente al riqu?simo helado cubano de “Coppelia” y no perd?a la oportunidad de comprarse un helado sin ponerse en la cola, utilizando la posiciîn oficial. A los peque?uelos, que les indignaba la conducta de Murillo, este les explicaba que estaba muy apresurado porque deb?a arrestar a un delincuente muy peligroso. Dos chiquillos suyos le pidieron a papà que les trajera helados. A las presuposiciones razonables de los adolescentes acerca de que el helado de igual manera se derretir?a hasta que el polic?a lo llevara hasta sus ni?os, el sin prole Murillo contestaba que no habr?a tiempo para derretirse. Ål no taca?eaba en este caso, ya que se ingeniaba a exterminar la golosina como si fuera un meteoro. Necesitaba pocos minutos para acabar con los helados. S?, minutos porque, habitualmente, ya que ål no se limitaba a dos-tres porciones. La cifra aceptable para Helado era “seis”.                                     El teniente conoc?a a fondo los problemas de la urinaria y otras evacuaciones, y ya un a?o entero intentaba obtener en el Departamento de Polic?a a un nuevo compa?ero de trabajo, que no sea tan listo como el favorito de la jefatura, el sargento Mendoza. En su labor ingrata, el apresuramiento solamente causa da?o. Este charanguero quedaba satisfecho con las menudencias y hasta no pod?a imaginar que en sus redes ahora quedî atrapado un “pez gordo”. Solamente el teniente Murillo, el que decidiî que no val?a la pena dar a conocer el asunto a su socio, conoc?a de vista a Làzaro Mu?ero. – Mendoza, pasa por “La Rumba” – ah? hay un magn?fico cuarto de ba?o. Haz tus necesidades apremiantes, mientras tanto hablarå con un viejo conocido. – Bien – sin pensarlo mucho, Ba?o se dirigiî al club. – Ahora escucha, guapetîn – haciendo una mueca terrible y, ademàs, empujando con el dedo ?ndice en el pecho del sospechoso, rugiî a Làzaro el polic?a – Tu amiguito Julio Cåsar ya no tendrà la oportunidad de ingresar en el “Club de Cantineros”. Aunque resultî ser un chivato de primera. Tu cîmplice te entregî con los callos, y lo hizo como en la palma de la mano. Es as? como arreglaron el asunto con el alemàn. Lo de “Che Guevara” es una buena jugada tuya – hay que acostumbrarse, ya que estaràs encarcelado en la ciudad de la guerrilla, en Santa Clara. Estaràs tras las rejas unos veinte a?os, como pol?tico. Un robo con allanamiento en un hotel es un sabotaje ideal contra uno de los art?culos fundamentales del presupuesto del estado. ?Sabes quå instrucciones nos cursan antes de montar la patrulla? Nos advierten que soplemos el polvo de los turistas. ?Y no ves eso? ?La polic?a vial no los detiene por exceso de velocidad, y hasta no los multan en el caso de conducir en estado de embriaguez! Nos tapamos los ojos a todo eso. Solamente que vengan de turistas al pa?s. ?Que traigan esas divisas malditas! ??Y t? quå estàs haciendo?! Estàs socavando. ?Eso es! ?Estàs socavando! ?Pero lo sabes que estàs socavando? Al haber concebido que de improviso llegî el apocalipsis, la frente de Làzaro se cubriî de sudor. Meneaba la cabeza de manera inadecuada, pero el teniente Murillo percibiî esos gestos como respuesta negativa a su pregunta. ?No lo sabes! Cîmo puedes saberlo… Seràn las bases… Estàs socavàndolas. ?Crees dàrsela con queso a todos? Es que dispongo de informaciîn, que en aquella ocasiîn lograste alcanzar Miami. A todos les dijiste que hab?as ido de pesca. ?Es sabido que varios meses estuviste fuera de aqu?! ?Crees que somos tontos? Simplemente nos compadecimos de ti y de tu madre. ?Cîmo nos agradeciste, bastardo! ?Puede ser que los gusanos de Miami te hayan dado una misiîn – saquear a los turistas en Varadero y en Guardalavaca, para reducir el flujo de extranjeros y debilitar la econom?a de la Cuba Libre? – Suåltame, Manuel… – implorî sollozando Làzaro – tengo trescientos dîlares… Devolverå el brazalete y la videocàmara. Y la ropa interior… La conversaciîn iba adquiriendo para el se?or Murillo una forma espec?fica, comercial. Continuando de esta manera la conversaciîn se podr?a obtener un gran dineral… Si no hubieran partido los huåspedes alemanes de Cuba sin sus declaraciones, ya que el robo tuvo lugar un d?a antes del vuelo a Frankfurt, el teniente no se habr?a internado en las explicaciones del corriente momento pol?tico al proxeneta y alborotador incorregible, tal como era el detenido Làzaro Mu?ero. Pero las v?ctimas se esfumaron. El socio de Làzaro se derrumbî, el ayudante eterno del barman Julio Cåsar, pudo haber denigrado al amiguito. Quiån lo sabe. Le dieron unos buenos garrotazos, y este desollî al primero, que le vino a la mente, solamente para poder justificarse as?. Pues, hab?a que llegar a un acuerdo hasta que volviese Mendoza. – Hoy, de ti espero el brazalete y el dinero. La videocàmara me la traeràs ma?ana. Hasta la ma?ana ya te habrå fabricado una coartada veros?mil, lo que està balbuceando tu amigo Julio Cåsar no es admisible. No hay huellas dactilares tuyas, y solamente los alemanes podràn identificarte. A propîsito, esto ha de ser lo màs dif?cil. Càlmate, las declaraciones de los testigos son de mi incumbencia. Lo màs importante es que hoy ya habrà que devolver a los burgueses aunque sea el brazalete y, tenlo bien claro, la lealtad del equipo de investigaciîn no es algo gratuito. En el caso dado, trescientas divisas no seràn bastante para cubrir el asunto – se rascî la barbilla “el bonachîn simpatizante” Murillo. – Esto es todo lo que pudo conseguir hoy… – jurî el ladrîn esperanzado – el brazalete y el dinero lo tiene mi chica. Habrà que pasar por su casa y traerlos. No està lejos, en Càrdenas. – Vale, la pasta restante la devuelves luego. Tendràs que disponer aproximadamente de una suma como la de hoy. Hazlo sin apresurarte mucho. Me las devolveràs al cabo de cinco d?as. ?Quå te parece? Solamente no màs tarde de los prîximos d?as de descanso. Habrà que hacerlo a tiempo – el domingo es mi cumplea?os. De tu parte un regalo. – Pues, me voy a buscar el brazalete y el dinero… ?Manuel, puedes quitarme las esposas? – Làzaro, al tropezar con la habitual manera corrupta de los patrulleros, gradualmente, iba recuperàndose. – Mientras tanto permaneceràs esposado. En el coche no despegues la boca acerca de la conversaciîn sostenida. ?Comprendiste? – le advirtiî severamente Murillo. Làzaro hizo un gesto aprobativo. En la oscuridad se vio aparecer la silueta de Esteban Mendoza. – ?Quå decidiste hacer con este engendro? – preguntî muy interesado el sargento. – Creo que no estaràs en contra de que hoy yo tengo merecidamente mis veinte convertibles. Aunque sea por la muy amplia informaciîn dada por este canalla – balbuceî con refunfu?o Murillo, haciendo empujar al detenido al coche de polic?a – ?No tiene consigo ni un centavo! Tendremos que ir a la casa de su chica. El coche emprendiî la marcha hacia Càrdenas. … Làzaro se alegrî al haberse enterado de que Elizabeth estaba sola en casa. – Y si Juan Miguel y Eliancito ya hubieran vuelto de Camag?ey – lo recibiî con manera descontenta la adormilada Eliz. – ?Vuelves a temblar de miedo ante el ex marido! Tengo problemas, cari?o m?o. ?Ves el coche de polic?a? Esta es mi escolta. Necesito dinero con urgencia. ?Lo devolverå! Si no me ayudas, repito, – aqu? llegarà mi fin… – ?Quå es lo que volviste a hacer de mala gana? – intimidada pronunciî Elizabeth. – Dejåmoslo para despuås. Si no me ayudas, repito – aqu? llegarà mi fin. Me met? hasta los codos. – ?Cuànto dinero necesitas? – Trescientos dîlares. – No dispongo de tal suma. – Entonces, estoy perdido. Me meteràn en cana. La ?nica salida es untar las manos de estos bastardos… Hurtå a unos extranjeros. A Elizabeth, de improviso, se le ocurriî la idea de que el brazalete y la ropa interior, que le hab?an regalado el d?a anterior, todo estaba ligado de una manera muy estrecha. Làzaro sufriî por ella. Pobre chico… – ?El brazalete? – en este caso la intuiciîn no le enga?aba a ella. Y solamente la motivaciîn de su håroe se extend?a tras los l?mites de la compresiîn de la confiada mujer enamorada. Làzaro refunfu?î algo ininteligible, confirmando con su barboteo las suposiciones de Elizabeth. Su amado està en peligro y ella puede ayudarle. Es que hay dinero en casa. Juan Miguel repet?a incansablemente que hasta en la actual situaciîn, tras el divorcio, ellos dispon?an de un presupuesto com?n y ella pod?a tomar de all? hasta toda la suma, actuar a su propio parecer. Una buena mitad de los ahorros eran las propinas de Eliz, juntadas durante casi dos meses. En la “hucha secreta” se acumularon unos trescientos dîlares y algunas moneditas. Y el brazalete… Eso simbolizaba ni màs ni menos que un desgraciado atributo de un mundo ajeno, casi cîsmico, quizàs. Hasta al ponårselo en la mu?eca, le parec?a ser un cuerpo extra?o, la mente se negaba a reconocer la propia mano, anillada con una cara bagatela. Habrà que devolvårselo… Estaba extrayendo el contenido del jarro secreto y con tejemaneje recontaba el dinero. ?Quå dirà Juan Miguel cuando descubra en el lugar secreto solo unos pesos cubanos? ?Quå pensarà? ?Cîmo explicarle la desapariciîn del dinero? ?Inventar algo? ?Decirle que les robaron, o dar a conocer lo ocurrido? ?Y luego quå? ?Y ahora quå? Los une solamente la criatura. Los dos lo comprenden bien. Nada puede volver a ser como antes, como no se puede reanimar un cadàver… – He aqu? el dinero y el brazalete – le tendiî la suma necesaria a Làzaro y el objeto que le ard?a en la mano. – All? se encuentra eso… Habrà que devolver esa ropa interior – le hizo recordar el amante. – ?Cîmo no! – Soltî un grito Eliz y, un ratito despuås, regresî con un peque?o paquete – ah? lo tienes. Entrågales todo, que te dejen libre y todo. Ål, sin agradecerle siquiera, se largî con los regalos devueltos y el dinero de una familia ajena a sus escoltas. Elizabeth quedî sola compartiendo un pensamiento, no pod?a hacerlo de otra manera. Habiendo entrado otra vez en su dormitorio, echî un vistazo a la mesita de noche abierta con el cajoncito extra?do, de donde un minuto antes hab?a sido sacado el brazalete robado. All? hab?a otra joya màs, un abalorio de semillas y conchas, el primer regalo de Juan Miguel. Lo tomî en sus manos y la voz interna constatî el hecho: “Eso me pertenece a m? y es solamente m?o, y nadie me pedirà que sea devuelto” … Pero la voz proveniente de la subconsciencia en ese mismo instante quedî callada. Eliz puso cuidadosamente el abalorio en su sitio y cerrî el cajoncito. … El teniente Murillo, que hab?a dejado a Ba?o en el coche interceptî a Làzaro en la esquina y se llevî el dinero junto con el brazalete sin actas ni protocolos. – ?Aqu? hay trescientos? – Frunciî las cejas el polic?a largo de u?as – no voy a recontarlos. Dispones los cinco d?as para anular la parte restante. ?Un brazalete y esto quå es? La ropa interior… Se los devolverå hoy mismo a los agredidos. Lo principal es que no te pongas a comentarlo. Lo de los alemanes, creo, que hasta ma?ana por la noche, todo estarà arreglado, as? como la coartada tuya tambiån. Punto final, estàs libre… Hasta ma?ana. ?Espero que la videocàmara estå en buen estado? Murillo abriî las esposas y Làzaro se lanzî a correr de ese lugar. – Ahora estamos pagados. Ambos hemos cortado dos de a veinte convertibles – hizo un gui?o p?caro Manuel a Esteban. – Tu ganancia serà mayor que la m?a, amigo – le insinuî el sargento a la picard?a de su socio. Murillo se saliî de sus casillas: – ??Quå tienes en cuenta?! – ?Piånsalo! ?Crees que no he visto como, a?n estando en “?La Rumba”, le arrancaste a ål diez pesos convertibles! Eso ser?a que del ex barman recibiste treinta pesos y no veinte. ?Me da igual, lo ?nico que yo no quiero es que me tomes por un papanatas! ?No soy un fracasado total! – ?Vete a…! – escupiî por la ventanilla el teniente, ya estando tranquilo. Ba?o pod?a contemplar solamente la punta del “iceberg”, lo m?nimo del asuntillo que hoy pudo arreglar Helado. Los reveses de la vida. Lo que pudo ver Mendoza, resultî ser bastante para que en un futuro no lejano, cuando los agentes de seguridad empezaran la investigaciîn acerca de un asunto completamente diferente, en el cual tambiån figuraba Làzaro Mu?ero Garc?a, acusar al teniente Murillo en actos de corrupciîn: – No conoc?a visualmente a Mu?ero. Mientras que el teniente Murillo lo conoc?a ya que efectuaba la instrucciîn. Ål sab?a que aquel sospechaba en el robo de los turistas alemanes y lo soltî por treinta pesos. Se vendiî por treinta monedas de plata, Judà.       Los colegas del departamento no dudaban que Murillo y Mendoza val?an el uno como el otro. Haciendo recordar una tarifa entera de apodos de los dos “compa?eros inseparables”, definieron unànimemente para evaluar la situaciîn de la manera màs oportuna posible, echando una broma muy precisa y certera en el vestuario: – Ba?o, por fin, defecî… ?Era helado! * * * Huir… Huir. Y cuanto antes, mejor. En este pa?s maldito desde la infancia lo ?nico que hac?an era humillarle, expulsàndolo de una de las escuelas, o de otra mientras que ål simplemente defend?a su opiniîn, como pod?a… No importa que el casco sea viejo y el motor estuviera en las ?ltimas. Hasta Florida hay 90 millas. Las pasaremos cueste lo que cueste… Para la traves?a se alistaron siete clientes de pago. Dinero en vivo. Podemos llevarnos a la madre reciån recuperada del infarto, al padre y el hermano. Ser?a bueno si llevàramos a la criatura. Magn?fica idea. Correcto. Aunque sea para hacerle una faena a Dayana y a su madraza ciza?era, a do?a Regla. Nunca lo respetaba, no lo consideraba ser un digno partido para su hijita. Procuraba encontrar alg?n nomenclador alisado de la Uniîn de Jîvenes Comunistas. Le tildaba de ignorante y desafortunado. Por ella todo se fue al garete lo de Dayana, la muchacha terca, que nunca se escapar?a de la tutela de su madraza. La chica no estaba en casa. Su madre, vieja quisquillosa, no quiso dar a Làzaro el peque?uelo Javier Alejandro. ?Quå es lo que se està permitiendo! ?Es su criatura! Oh, si en casa, en vez de la se?ora, hubiera estado solamente el padre de Dayana, don Oseguera, entonces, Làzaro habr?a podido realizar lo ideado, el viejo Lorenzo era un inocentîn, y ser?a muy fàcil enga?ar a tal dominguejo. Ya no hab?a tiempo para organizar el secuestro del bebå. Do?a Regla sospechî algo. ?Una bruja sagaz! No obstante, Làzaro no parec?a estar muy disgustado, ya que hurtar a su propia criatura era para ål una tarea secundaria. El hecho de que, al finalizar exitosamente la traves?a, el peque?uelo Javier pod?a ser para ål en los EE.UU. un agobio, tranquilizî la flagelaciîn de Làzaro por este intento fracasado de un enga?o “justo”. El teniente Manuel Murillo, su vigilante avaro, lo segu?a persiguiendo. Làzaro no ten?a la intenciîn de volver a cruzarse con ål en esta vida pecadora y, màs a?n, no ten?a ni el menor deseo de pagarle un tributo eterno. El aventurero quemaba las naves. Aqu? no ten?a nada que perder. Para ål la isla de la Libertad pod?a convertirse solamente en una càrcel. Desde la infancia ål era el màs fuerte entre todos sus coetàneos, pero ellos con su esp?ritu gregario y colectivismo siempre se un?an contra ål, o, en vista de su debilidad, se quejaban a los maestros. Y si ål juntaba entorno suyo a muchachos, los cuales reconoc?an su liderazgo incondicional y su autoridad innegable – lo clasificaban como delincuente y casi siempre conllevaba acabar expulsado del colegio. Siempre hab?a motivo alguno para actuar as?. Es que ål era una persona de acciones. Si a alg?n escolar lo han herido con una lezna, si a alguna alumna de los grados superiores le romp?an la nariz o han tirado por el patio del colegio latas con excrementos, ya no hab?a que dudar que esto ser?a asunto de manos de Làzaro y sus amigos. Tales como ål conquistan Amårica. Porque act?an sin volver la cabeza atràs. Prosperando en los EE.UU., se vengarà del sistema que lo ha rechazado… No le dejaba en paz el problema principal, hab?a que persuadir a su amante. Sin ella, màs exactamente dicho, sin sus parientes forrados ser?an muy penosos los primeros d?as de estancia all?. – Lo tengo todo preparado. ?Ya ma?ana t? y Eliancito estaràn en el para?so! – no admit?a objeciones Làzaro, impidiendo a la mujer a tomar la decisiîn, su decisiîn, en la casa de los padres. – No me dispongo a irme a ning?n lado – no lo admit?a Eliz. La artiller?a pesada de argumentos a favor de partir inmediatamente de modo inesperado tronî los labios de la madre canosa de Làzaro, do?a Mar?a Elena, mujer imperiosa y locuaz, la cual intervino en la conversaciîn de los amantes muy a propîsito para Làzaro, que iba perdiendo la paciencia. – Chica m?a – se puso a arrullar do?a Mar?a Elena – mi hijo te ama a ti. Si no fuera as?, no habr?a vuelto de Miami. Vino, arriesgando su vida y la libertad, solamente por ti. Te necesita… – F?jate – se enfureciî Làzaro – si no les va a gustar, no serà nada dif?cil para m? hacer volver a los dos. ?Esto es coser y cantar! – Quå significa que no te va a gustar – intercalî estas palabras la madre aliada – all? no puede ser que no te agrade. Eliz, mi chico sabe cîmo ganar dinero. Ya consiguiî siete mil dîlares. Lo que aqu? es ilegal en aquel pa?s es normal y admisible. Podràs ayudar a tu familia como esta merece. Elizabeth permanec?a callada. De repente, al haber recordado a Juan Miguel, pronunciî: – Para Juan Miguel Eliàn es su hijo, como para m? tambiån. Eso serà injusto respecto a ål. – ?Injusto? – Se erizî la do?a entrada en a?os – he aqu? un caso monstruoso de injusticia respecto a ti, chica. Por si fuera poco, toda la ciudad siempre sab?a sobre sus andanzas, te difamaba, no ve?a en ti a una mujer, a diferencia de mi chico. Pues ål, quiero dec?rtelo, se la pasa casi todo el tiempo libre con su hijito de pecho. – ?Eliancito no es el ?nico ni?o? – no lo creyî Elizabeth. – Llåvatela a esta direcciîn – le ordenî al hijo la madre y le tendiî un desgarrado papelito, en el cual con una letra ordenada y apretada estaban dados la direcciîn y el n?mero de la casa – que lo vea con sus propios ojos, solo hay que ir ahora mismo – a?adiî esta susurrando al o?do del hijo. Làzaro trajo a la mujer conforme a las se?as dadas por la madre de ål. Aparcî su coche, sin apagar el motor, al lado de un edificio pintado de color azul, en una callecita empedrada de guijas entre el puerto y la fàbrica de ron. No esperaron mucho rato. A la casa ven?a aproximàndose una pareja. El hombre sosten?a en sus manos una criatura. Los dos entraron en la casa y desaparecieron tras una puerta de hierro. Este era Juan Miguel. – ?Vayàmonos! – ordenî Eliz con un tono decidido. – ?Puede ser que pasemos y veamos a quå se estàn dedicando? – su contrincante saboreaba el desenmascaramiento de Juan Miguel, el cual hasta hace un rato pose?a una imagen impecable. El plan de su madraza resultî ser exitoso. El padre de Eliàn quedî denigrado. Apareciî ante Eliz con un aspecto de embustero o, digamos, semi mentiroso. ?Da igual! El resultado es lo primordial. Eliz pidiî dos d?as para los preparativos… * * * 22 de noviembre de 1999. Los suburbios de Càrdenas El viento segu?a soplando ya hace dos d?as, infundiendo la inquietud no solamente en las columnas desordenadas de las olas oceànicas, sino en los corazones de media docena de personas, que se decidieron a abandonar la patria y que hab?an confiado su suerte en el piloto diletante que se llamaba Làzaro Mu?ero. – All? està el para?so – as? hablaba un hombre que llevaba colgado un machete del cinturîn, pero el peque?o Eliancito, no se sabe por quå, no cre?a en eso, mirando el cielo deslucido, y a un repugnante buitre negro con la cabeza roja, que planeaba sobre la barcaza miserable, en la cual se hab?an reunido los condenados para emprender una traves?a peligrosa. La gente portaba los ba?les con las prendas, pisando la escalera oxidada, volviendo la cabeza hacia atràs y rega?ando al caudillo muy seguro de s? mismo. Se desped?an muy de prisa y corriendo con los pocos familiares, cuyos ojos se humedec?an por las làgrimas. El buitre negro, conocido como aura o tragîn de carro?a, ahora estaba dando vueltas sobre la barcaza en compa??a de otras aves, uniåndose en una bandada entera de compa?eros de esta especie. Desplegando las alas ralas, ellos se lanzaban en picada a las rocas ribere?as, o se levantaban por las nubes, la trayectoria inconcebible pod?a ser emparentada al caos, en el ànimo que reina entre los refugiados. A las aves que volaban de acà por allà, sin ser capaces de determinar la altura requerida, algunos de los que vinieron a despedir a los suyos cre?an que era el presagio de una desgracia. Una de las jîvenes mujeres, que se llamaba Ariana, se arriesgî a emprender un viaje tan peligroso con su hijita de cinco a?os, pero le fallaron los nervios. Una escaramuza violenta con Làzaro le hizo comprender que arrancar sus mil dîlares pagados, en calidad de avance por el traslado, ella de ninguna manera podr?a obtenerlos de nuevo, ya que el dinero hab?a sido gastado en la preparaciîn de la expediciîn. Entonces, la mujer entregî forzosamente a su chicuela a la madre, que vino a despedirse de ellos, y mostrando su desdån hacia Làzaro, o al riesgo que ahora le amenazaba solamente a ella, iba portando el ?ltimo bàrtulo al casco. Este era de una vitalidad dudosa. Para Ariana ahorrar tal suma era pràcticamente algo irreal, por eso no le quedaba, a su parecer, otra salida. La traves?a de la peque?a Estefan?a y su madre anciana la aplazaba para organizarla despuås… Cuando estuviera bien plantada en los EE.UU. – ?Mamà, por quå papà no se va con nosotros? – pesta?eaba con sus ojitos casta?os Eliancito. – ??No estàs harto de chacharear sobre tu padrazo?! – Lo cortî bruscamente Làzaro, estando acalorado de la disputa con la loca Ariana, – te las pasas callejeando de un lado a otro los d?as enteros. Ya es hora de hacerse mayorcito. Ma?ana estaràs en un pa?s donde hay todo lo que puedas so?ar… – ?Y un Mickey Mouse grande? – la pregunta del peque?o desconfiado Làzaro mentalmente la clasificî como primitiva, pero de igual modo contestî: – Mickey Mouse no serà lo ?nico que podràs ver all?. – ?Y una nueva patineta? – En ella iràs a ver a Mickey Mouse – lo expresî con mordacidad este, cansado del interrogatorio est?pido del ni?o. – ?Habrà un machete de juguete en un estuche de cuero con motivos indios y con el perfil de Hatuey[9 - Hatuey – cacique de los indios. Encabezî la sublevaciîn de 1511–1512 contra los colonizadores espa?oles. Fue hecho prisionero por la orden de Diego Velàzquez de Cuellar fue quemado en la hoguera.]? – siguiî preguntando el chico melindroso. – ?Para quå necesitas un machete de ese tipo? F?jate, tengo uno verdadero. Con ål se puede cortar tu leng?ita desobediente, si no cesa de desembanastar… – La amenaza no parec?a ser tan inofensiva, en especial para Eliancito, que se asustî no tanto del irritado tono del conocido de mamà, sino del aspecto amenazador de su machete con un mango macizo hecho de madera rosa. – ?Es obligatorio que te la pases asustando al ni?o? – intervino la madre. – No te enojes con ål, ni?a m?a – como siempre surgiî a tiempo do?a Mar?a Elena, fumando un cigarro – Todo eso tiene lugar por las divisas malditas. Le hicieron perder la cabeza al pobre chico. Ahora lo està pagando con el propio trabajo. Està tan atareado que no le queda tiempo para elegir las adecuadas expresiones. Querida, deberàs comprenderlo. Es que ål tambiån està esforzàndose por ti. En primer tårmino, es por ti, nena. – Quiero ver a papà… – mirando con esperanza a su mamà, pidiî Eliancito. – Ahora ål es tu papà, – la vieja anciana con el cigarro en la boca, parec?a ser un babalao[10 - babalao – es t?tulo Yoruba que denota a los Sacerdotes de Santer?a materializaron en la pràctica su sue?o y no llegaron hasta el para?so en la Tierra.], indicî al conocido de mamà. – No hay dos papàs. ?Papà ha de ser solo uno! – rechazî esas palabras el ni?o, apretando los labios y buscando con los ojitos la afirmaciîn de su conclusiîn, aunque fuera con una gesticulaciîn m?mica aprobatoria de su mamà. Pero esta no reaccionî siquiera a su råplica. Permanec?a callada. – ?Es verdad, mamà? – lanzî un grito Eliàn, tiràndola de la manga. La mujer no contestaba al hijo, observando ensimismada al ?ltimo viajero que subiî a bordo, en cuya mirada pudo leer sus propios pensamientos. A Don Ramîn Rafael, se le pod?a o?r gimiendo, era el padre de Làzaro. El hijo y la mujercita de ål pudieron convencerle de trasladarse solamente mediante un ultimato directo, afirmando que si ål contin?a obstinàndose – desamarraràn solos. ?Cîmo ål, una persona solitaria y de edad avanzada, podrà vivir luego sin sus familiares? Sean como sean, pero son los màs allegados. Si parara a estos “viajeros”, lo martirizar?an luego con reproches, chantajes y cavilaciones. Le pondr?an el gorro a ål, acusàndole de que por culpa suya no materializaron en la pràctica su sue?o y no llegaron hasta el para?so en la Tierra. ?Quiån sabe dînde està ese para?so? Puede ser que estå aqu?, en Cuba… Si una persona habla constantemente, que està viviendo mal, el Se?or puede mostrarle como es “realmente mala la vida”. Cuando un hombre ve lo bueno hasta en condiciones donde la vida no es muy fàcil, Dios mostrarà lo que es “verdaderamente bueno”. Puede ser que Fidel de verdad sea profeta, semejante a Moisås. Cuarenta a?os a partir de 1959 estuvo ål indicando el camino limitàndose a una isla, explicando que no hay nada que buscar, que en realidad se hallan en el para?so. En su isla poblada por miles de animales excepcionales y no hay ninguno que sea venenoso. Donde los àrboles sagrados e imponentes, la ceiba, que crece junto a Caesalpinias fogosas. Donde se abre la mariposa n?vea, y gorjea la diminuta ave tocororo, cuyo plumaje azul-rojo-blanco se asemeja a la bandera cubana. Quizàs transcurridos cuarenta a?os de andanza por la isla su tierra se haya convertido en un para?so, ademàs, llegî a ser el Edån con ayuda de sus manos cansadas, que con la misma obstinaciîn saben manejar el arado y el fusil… – Debes ir por tu hijo – as? se expresaba Mar?a Elena, instruyendo a don Ramîn para el lejano camino – aqu? estarà perdido, se pudrirà en las mazmorras de Ra?l. All? se abren inimaginables perspectivas… Tu hijo te necesita. No lo traiciones. … Cuando el caudillo de la primera guerra por la independencia de Cuba, Carlos Manuel de Cåspedes, fue puesto por los espa?oles ante la opciîn de salvar a su hijo natal o traicionar a la patria, el håroe prefiriî sacrificar la vida del hijo a rescatarla mediante el precio de la traiciîn. Don Ramîn Rafael se orientaba bien en la historia, pero no cre?a poder ser capaz de un acto de hero?smo. Por dentro se arrepent?a por la bajeza de esp?ritu y con todo corazîn sent?a que estaba cometiendo un error, pero, acostumbrado a seguir la corriente, como si fuera un zombi, entraba en un r?o turbio lleno de ilusiones ajenas, sin saber a dînde lo llevar?a la corriente tempestuosa. – ?Dame el extremo! ?T?ramelo! – Vociferaba Làzaro a un torpe jovencito, el cual intentaba sacar la soga del bolardo – ?Por quå eres tan lento?… ?Apaga el motor, la soga se puso tensa! No lo podrà hacer este debilucho… – ?Puede ser que demos marcha atràs? – preguntî de manera insegura el duro de o?do Bernardo, que se asumiî voluntariamente el modesto papel de contramaestre, pero, poniåndose al timîn, inmediatamente creyî ser Magallanes. – ?Apaga el motor y apàrtate del timîn, idiota! – ordenî Làzaro, mientras acompa?aba sus exigencias con gestos expresivos… – ?Estàs seguro de que luego lo pondremos en marcha? – Lo dudî el contramaestre rechazado, aunque se sometiî al cacique, parî el motor con pocas ganas, bajî del puente de mando y con aire sombr?o se dirigiî al escotillîn que llevaba a la bodega. Mejor ser?a ir a comprobar el remiendo hecho con soldadura en caliente, ejecutado de prisa en la sala de màquinas, que o?r todo tipo ofensas. Realmente, en esta embarcaciîn oxidada de los d?as de Batista, que era tan caduca, como el submarino alemàn, hundido en estas aguas a mediados de la Segunda Guerra Mundial, hab?a màs de un remiendo bajo la l?nea de flotaciîn. Pero Làzaro y su “contramaestre” solamente sab?an la existencia de un agujero remendado. – ?Tira la soga para s?, pachucho! – Vociferaba a todo grito Làzaro, – Ah? està, holgazàn. ?T?rala a bordo! Por fin. ?Desamarramos! – Hac?a todo lo posible para que lo vieran en acciîn – dec?a palabrotas, se agitaba, se acaloraba… A duras penas al motor se le aclarî la voz a fondo. Este comenzî a traquetear con aire enfermizo y apenas pod?a arrastrar a los fugitivos hacia el horizonte tras el cual se extend?a la deseada Florida – puesto avanzado del sue?o americano. – ?Yo quiero ver a papà! – mirando el agua tempestuosa tras la popa, Eliancito les hizo recordar que estaba a bordo. – ?Càlmalo, o si no yo lo tranquilizo! – Ense?î los dientes como un lobo a Elizabeth, le advirtiî groseramente Làzaro – llåvalo al camarote. – Ah? tampoco hay sitio – le contestî Eliz mostrando la cara de pocos amigos y apretî al ni?o contra el pecho. “Este Làzaro tiene un machete afilado, como una cuchilla. De estar mi papà aqu?, sabr?a cîmo arreglàrselas…” – pensî Eliàn, y este pensamiento grato, junto con la manta de lana, con la cual mamà tapî al ni?o, empezî poco a poco a adormecer al joven pasajero del yate maldito. El aspecto poco atrayente de esta barcaza del sue?o de manera adecuada correspond?a a lo que le estaba predestinado por la suerte, ser el ?ltimo refugio para los doce ciudadanos de Cuba, que se iban en b?squedas de una vida mejor. La mayor?a de ellos, a semejanza de Làzaro, no apreciaba su ciudadan?a. Algunos, como don Ramîn, quedaron sometidos a la voluntad ajena y segu?an yendo por el trayecto trazado. Otros, como Elizabeth, actuaban instintiva y espontàneamente, obedeciendo a la primera emociîn y prestando o?do solo a una amargura fugaz y una ofensa insoportable a primera vista. Esto es una bien marcada caracter?stica de las mujeres latinoamericanas. Pero hab?a entre esos desdichados, afectados por el virus de la desesperaciîn y otros que intentaban hallar el suero de la salvaciîn, no en el lugar donde lo produc?an, un hombrecillo que vagamente se imaginaba a donde lo llevaba una fea y destartalada embarcaciîn del miedo, a la cual no se sabe por quå la tomaron por un deslumbrante buque n?veo de la Esperanza… * * * Las incansables olas se bat?an contra los bordes, haciendo aflojar el yate, como un r?o feroz lanza de un lado al otro la canoa de los descuidados “extråmales” – fanes del balsismo. El mareo, novia eterna de la tormenta, cubriî a todos con un velo inmovilizador. La gente, no acostumbrada al balanceo, vomitaba ah? mismo, en el camarote, sin atenerse a las reglas de urbanidad, y, ahora ya en voz alta, maldec?a a Làzaro. En efecto, ål convenciî a todos que, habiendo calma en el mar y siendo el tiempo despejado, las lanchas fronterizas estar?an yendo y viniendo por todos lados, lo que significaba que no se pod?a evitar la desgracia. Mientras que, en un d?a nublado, acompa?ado de una tormenta leve, no podr?an ser abordados. En condiciones de mala visibilidad podr?an pasar inadvertidos… Ser?a mejor que los advirtieran. Uno de los remiendos en el fondo, junto a la quilla, estaba despegàndose, y por ah? dejaba pasar el agua… El ingenioso plan del intrigante se volviî contra ål mismo. Transcurridas seis horas, despuås de iniciarse la traves?a a ciegas, el motor exprimiî de s? todos los jugos y se puso a escupir con gasîleo de mala calidad. En definitiva, bramando dentro de sus l?mites de potencia, empezî a rugir como una fiera herida de muerte, y en un instante se parî, o se deteriorî o simplemente muriî, y al final despidiî holl?n. Làzaro no habr?a podido comprender la causa de la rotura, y no lo intentaba siquiera. La barcaza ven?a inclinàndose estrepitosamente al borde izquierdo, y al mismo tiempo se hund?a en el mar por el lado de la toldilla. Parec?a ser, que el agujero se formî atràs en el lugar de aquel remiendo de acero. La presiîn del agua lo hizo saltar, como si fuera un corcho de champa?a. Ahora nadie pensaba acerca de los hàbitos nàuticos del piloto-impostor. El pànico no deja lugar a las reflexiones cuando todos concibieron que el buque estuviera hundiåndose, el miedo ya hab?a expulsado los ?ltimos focos del raciocinio. Los ancianos fueron las primeras v?ctimas. No pudieron salir siquiera a la cubierta superior. El camarote quedî inundado en unos segundos. Entre ellos quedaron sepultados los padres de Làzaro, do?a Mar?a Elena y don Ramîn, y cinco desgraciados màs. Una enorme ola cubriî la cubierta sin que dejara la m?nima posibilidad de encontrar all? un refugio. Ahora la gente estaba cara a cara contra el mar. La barcaza, mejor dicho, los restos que quedaron de esta, se desped?a expidiendo los ?ltimos gorgoteos y pompas efervescentes… Hallàndose fuera del yate, Elizabeth vio a unos pobretes que se ahogaban, los cuales uno tras otro iban hundiåndose. No gritaba como los mayores, no ped?a ayuda. All?, a unas veinte yardas de ella, estaba el peque?o Eliancito. Ål combat?a contra las olas, sintiendo que ya se le agotaban las ?ltimas fuerzas, y bataneaba con sus peque?as palmas el ocåano cruel. Ten?a miedo. No pod?a ver sus salpicaduras, se lo imped?an hacer las olas pesadas, de las cuales se hac?a màs y màs dif?cil escurrirse. Su padre todav?a no aparec?a… ?Dînde està? Ahora aparecerà el salvavidas, y luego llegarà a nado su taita. Obligatoriamente llegarà hasta aqu?, habrà que resistir un poquito. Es que su papà le ense?o a nadar… Juan Miguel en este momento realmente ven?a corriendo para socorrerle. Se aproximaba a la orilla inconsciente, la arena porosa le obligaba a desacelerar la velocidad, pero ya el agua le llegaba a la rodilla. Apartando con las manos las olas endiabladas, iba avanzando màs y màs. Estas le pegaban bofetadas, haciåndole borrar al mismo tiempo las làgrimas de su desesperaciîn. Ål gritî por su incapacidad y presintiendo algo muy horrible… La nota, esa extra?a nota de Elizabeth con una palabra alarmante “Perdîname”. Una s?plica humana, expresada mediante un verbo en forma imperativa. “Perdîname” siempre lleva pràcticamente un significado global, y casi nunca se refiere un deseo de ser indulgente por alguna culpa concreta. Por eso, probablemente, es màs fàcil implorar perdîn por todo lo hecho. “?Por quå perdonarle?… – Juan Miguel estaba atormentado por las dudas, – ?Dînde està Eliancito? ?Para quå Eliz se llevî todo el dinero? ?Quå ocurriî? Algo desconocido lo empujî afuera, a la calle, a la avenida, al ocåano… Iba guiado al encuentro por la inminencia. Las olas le pegaban en el pecho, mientras que ål solamente intentaba resistir y no cometer una locura. Quer?a moverse a nado y no pudo explicarse a s? mismo hacia adînde y para quå… Se sent?a como una part?cula de arena, impotente e in?til. Pero en este mundo hab?a una persona, un hombrecito mucho màs vulnerable, este era su Eliancito. Ya por eso no deb?a ser debilucho. Es que ål es el padre… – ?Eliàn!… – gritaba Juan Miguel a la lejan?a infinita, pero su voz iba perdiåndose en un ruido roncador de las hileras amenazadoras. Las falanges alineadas de las olas ven?an avanzando, y la presiîn iba creciendo. Ellas lo hac?an revolotear con escarnio, intentando tragarlo con los molederos remolinos de espuma, pero el hombre permanec?a parado, segu?a llamando a su hijo: – ?Eliàn!… Su ni?o permanec?a callado. Sab?a que su papà lo estaba mirando, que ål de un instante a otro le tender?a la mano y lo salvar?a. Como en aquella ocasiîn… Su papà no dejarà que ål se ahogue… Ya no hab?a ninguna barcaza. Elizabeth pudo visualizar una figura màs, estaba al lado, a unas diez yardas, agarrada a un neumàtico inflado. Làzaro se val?a de ål para desplazarse por el agua y era el ?nico accesorio de salvamento que hab?a en la embarcaciîn ya hundida. Con la mano libre remaba en direcciîn opuesta al lugar donde Eliancito, con sus ?ltimas fuerzas, pretend?a mantenerse a flote. – ?Vuelve! ?Atràs! – rogî Eliz, Làzaro se encontraba màs cerca a su hijo. Pero su llamamiento condenado quedî sin respuesta. Ål continuaba alejàndose, sin poder imaginar que la desolaciîn dio a Eliz un incre?ble coàgulo de energ?a, la obligî a tomar una decisiîn dràstica. Ya no nadaba, sino que se empujaba del agua con las manos y los pies, avanzando precipitadamente. Parec?a que las olas la estaban apretando. La distancia hasta su ex amante iba disminuyendo. En total eran cinco yardas, tres, dos, una y he ah? su pie… Ella ya lo agarrî del tobillo y con fuerza dio un tirîn hacia s?. Ella misma, habiendo alcanzado el neumàtico, como si fuera una martillista, lo hizo girar hacia el lugar donde supuestamente se encontraba Eliancito. Aplicando todas las fuerzas disponibles, hizo sacar del pecho la ?ltima posibilidad de salvar al màs querido, que ten?a ella, a su primogånito, al hijito suyo. ?Dînde està? ?Acaso es tarde? ?Puede ser que todo ha acabado? La vida de ella no vale nada, solamente hacerlo a tiempo, solamente llegar al lugar donde està el peque?uelo… Algo la tiraba hacia atràs. Era la mano musculosa de Làzaro. Emergiî del torbellino oceànico que le estuvo dando vueltas. Eliz se dio vuelta a ål… y sintiî un fuerte golpe. Un potente pu?etazo en el entrecejo. No sent?a dolor. La sangre brotî como un chorro y la ola se la lavî con un manotazo salado. Por primera vez le pegî. Era màs fuerte. Pero ella era màs audaz. Este intentaba salvar su vida, y ella la de su ni?o. Esta era su principal superioridad. Perdiî el sentido por un instante y al volver en s? reanudî la persecuciîn. Las olas parec?an burlarse de Làzaro, organizando danzas delante de su nariz, e impidiåndole determinar el lugar donde se hallaba el neumàtico. ?Y quå misterio es esto? ?Otra vez la bruja! Hab?a que asestarle un golpazo en la frente y as? acabar para siempre con ella. La mujer lo agarrî con las dos manos, ?y quå està haciendo? ?En quå està pensando? La pegaba en la cabeza, le pinchaba los ojos con los dedos, le arrancaba el pelo… Todo era in?til. – ?Suåltame! – vociferaba frenåticamente en un estado de pànico el desgraciado piloto anheloso. Ya ten?a presa de muerte la nuez de la garganta y lo arrastraba al fondo, tras s?, ya que hab?a decidido firmemente alcanzar las profundidades del ocåano en compa??a de un varîn. ?Habr?a que enterarse si estaba all? el ni?o y si logrî alcanzar el neumàtico?… Ella mor?a, liquidando la amenaza a Eliàn. El cuerpo de Làzaro, al haberse desprendido de las manos de Eliz, encontrî un refugio al lado de un enorme cornudo coral cerebro, rodeado de plumas de gorgonias. Esta ca?da inesperada de algo ajeno alarmî a una colonia de esas esponjas de dos metros. Se pegaron al cadàver como si fueran sanguijuelas, habiendo expulsado una cantidad inimaginable de tintura de color lila. Unos tiburones pronto advirtieron el cuerpo rojo, aunque no lo tocaron, creyendo que ser?a venenoso. Tampoco lo hicieron con Eliz, la que estaba durmiendo el sue?o eterno. Se acomodî en una cavidad poco accesible para sus mand?bulas macizas entre los corales negros, en un campamento retirado de peces balistes y angelotes, nîmadas del Atlàntico. Unos peces raros susurraban un no så quå a la bella durmiente, imaginàndose ser guardias, que desterraban el ajetreo y las dudas. Le aplicaban un maquillaje de tranquilidad en su semblante, intentando quitar de su cara el velo inmîvil de un temor incompresible. “No te molestes, princesa… un adepto habr?a podido leer los desahogos mudos, valiåndose de los labios – Esta es una de las màs hermosas inhumaciones terrenales. Aqu? reina la calma y la pacificaciîn…” Si no fuera el severo Epinephelus el que siempre sacude las aletas y menea la cola, como si supiera algo de importancia que solamente lo darà a conocer cuando los otros le abran el paso. Pues, por favor. Expîn tu noticia, fanfarroncito. ?Quå viste all?, estando arriba, en la superficie de las aguas maliciosas? Un ni?o desesperado que se ahogaba. Se val?a de las ?ltimas fuerzas para alcanzar un neumàtico de goma, se encaramî en este y pudo mantenerse hasta que se estableciî la bonanza. Ahora està durmiendo en medio del centellante espejo del mar. El sol le hace cosquillas en la nariz… ?Y nada màs? ?Esa es toda la novedad?… ?Se hinchî como si supiera unos detalles s?per importantes! “No quieren o?rme hablar, como quieran” – Epinephelus saliî a escape, advirtiendo una maravilla azul cielo, era un Acanthurus que se filtrî por detràs del coral, dando a entender que el pececito ser?a un oyente mucho màs agradecido. No obstante, apenas hubo desaparecido el Epinephelus, los sarcàsticos balistes y los irînicos angelotes percibieron con sus escamas que la alarma en su oculta cavidad ya desapareciî sin dejar rostro, y de la faz de la princesa se esfumî la m?mica de un temor incomprensible y apareciî una sonrisa misteriosa… La ma?ana del 23 de noviembre de 1999 Alta mar, a 10 millas del puerto de Key West Extremo meridional de Florida – ?Hombre al agua! – vocifero un pescador barbudo, haciendo bajar un bote de salvamento al agua. Unas fuertes manos cargaron cuidadosamente al ni?o al bote y lo hicieron subir a bordo del buque pesquero que iba a la deriva, donde Eliàn inmediatamente volviî en s?. – ?Chiquillo, como es que has llegado aqu?? – sin esperar la respuesta del chico sin fuerzas, completamente agotado. “Solamente Dios sabe lo que habrà sufrido”, barboteaba uno de sus salvadores. – Me siento mareado – pronunciî con una voz vibrante el peque?o tendido en la cubierta de madera. – ?Quå acaba de decir? – exigiî la traducciîn el capitàn irlandås. – Se queja de que està mareado – sin volverse respondiî un barbudo cubano, en un instante se convenciî de que el chavalito era compatriota suyo. En la tripulaciîn hab?a muchos cubanos. Se mudaron a Miami en la åpoca de Camarioca, en el a?o ‘62 tras la crisis del Caribe, cuando Castro por primera vez declarî que la construcciîn del comunismo era un asunto voluntario y que a nadie le sujetar?a de la mano. Del puerto cubano de Camarioca empezaron a circular centenares de lanchas y yates, transportando a miles de descontentos, a tales como este barbudo. Ål era representante de una profesiîn libre y esperaba que la joyer?a lo sustentara en los EE.UU. Pero no fue as?. Un ducho experto jud?o en orfebrer?a y diamantes, examinando con su mirada experta los hàbitos y la manera del “Fabergå cubano”, como se imaginaba ser el inmigrante, con indulgencia no le ofrec?an siquiera trabajo de aprendiz, temiendo que el refugiado del hambre pudiera hasta meterse al robo, sino un aprendizaje de pago. El instructor, disgustado al examinar su pieza, profiriî en la primera clase: “Esto es algo de mal gusto y primitivo. Algo as? nadie lo comprarà.” Entonces, el joyero fallido golpeî la puerta y se hizo pescador. Ard?a por encontrarse all?, donde le admirar?an, donde ser?a una persona respetable, pero como se suele decir, muy pronto en la vida es demasiado tarde… En la patria ål ahora pertenec?a a la “escoria”[11 - Las escorias son un subproducto de la fundiciîn de la mena para purificar los metales.] , es decir le estaba prohibido el camino a casa. En el barco, aunque sea un poquito, pero estaban màs cerca a las costas natales, en comparaciîn con aquellos para los cuales todo el mundo estaba limitado a los barrios de la Peque?a Habana. – ?Cuàl es tu nombre? – pregunto al ni?o un buen pescador. – Eliàn – pronunciî el chicuelo. – ?Cuàl es tu apellido? – Gonzàlez… Tengo hambre, – interrumpiî el interrogatorio Eliancito. – Todo va estar en orden con ål – reportî el pescador – Quiere comer. ?Traigan arroz con frijoles! All? en la cocina en la caldereta. Todav?a no està fr?o. Trajeron un plato con cangrejo. Nunca pensî que los ordinarios “moros y cristianos”, una comida que ål probî cientos de veces, puede ser tan rica. Luego le ofrecieron tostones, bananas en rodajas fritas en aceite. Este postre era el plato especial de su querida mamà. Debe de estar cerca de aqu?, la encontraràn otros pescadores, y pronto ellos todos juntos, ål, mamà y papà se sentaràn a la mesa a comer. Habrà en esta todos tipos de manjares, tales sabrosos como les que acaban de convidar los generosos pescadores. A ellos, naturalmente, papà y mamà deberàn invitarles obligatoriamente hasta que queden rehartados. Mamà especialmente para ellos prepararà un pollo asado y camarones. De postre servirà mermelada de guayaba. ?Sabrosura! ?Para chuparse los dedos! El mozalbete contento se entornî los ojos en espera de inevitables exaltaciones culinarias de sus nuevos amigos. – Habrà que dar un anuncio en “El Nuevo Heraldo”. Creo que sus familiares daràn se?ales de vida y nos contestaràn. Es que no vamos a ahijarlo – reflexionaba el sombr?o capitàn, contemplando con curiosidad al lobato orejudo, el cual iba tragando uno tras otro los pedacitos de bananas, sin masticarlos. – Yes, sir – gesticulî el pescador – estoy seguro de que los parientes se daràn a conocer. De otra manera nos arruinaremos sustentàndole aqu?, este glotîn traga la comida, como un depîsito de cereales. Si lo incluimos, a este troglodita, en las listas de abastecimiento, toda la tripulaciîn morirà de hambre. Todos en la cubierta se pusieron a re?r a carcajadas. Acababan de salvar a una persona y este hombrecito estaba sano y salvo… Se re?a Eliàn. Aunque no comprendiî el significado del dicho, pero con todo el corazîn sent?a una atmîsfera amistosa y estaba contento de su salvaciîn. Los ojos de los pescadores, su temperamento alegre irradiaba la sinceridad. Esto bastaba para complacer al peque?uelo. Todo era claro como la luz del d?a. En las miradas de ellos se reflejaba un dulce sosiego y una calma contagiosa. Aunque, dicen, que incluso no todos los adultos saben leer mirando los ojos. Pero en el caso arriba mencionado, todo era muy simple. “Quien no comprende una mirada, tampoco comprenderà una larga explicaciîn…” 2 de diciembre de 1999. La Habana, Cuba. Palacio de la Revoluciîn, Residencia del Presidente del Consejo de Estado de la Rep?blica de Cuba Fidel Castro Ruz Ellos conversaban con el Comandante varias horas seguidas, como dos viejos amigos, lo ?nico que uno de los dos era instructor por derecho. Una persona sabia, es decir, buena. Juan Miguel estaba impaciente por preguntarle algo. – Fidel – susurrî con un sentimiento de pårdida irremediable, – ?Puede ser probable que los yanquis no me entreguen al ni?o? El l?der de Cuba con tristeza pasî la mano por la barba y meneî la cabeza. – ?Si no, ordena a un grupo especial de operaciones que saquen a mi Eliancito, o dame un arma para que yo mismo lo haga! – dijo decididamente el padre del chico. – No, la estrategia ya està elaborada. Intervendrå en directo por la televisiîn nacional. Te ayudarå. Cuba te ayudarà. Libraremos la lucha aplicando medios leg?timos. Nos valdremos de la opiniîn p?blica internacional. Ser?a bueno si lo hiciåramos de una manera civilizada, es decir, como deber?a actuar un estado soberano, enfocar este problema quisquilloso y vencer con ayuda de Dios. Ser?a ideal si se solucionara el litigio utilizando måtodos procesales. Teniendo en cuenta que lo suyo no se roba. Lo suyo se ha de devolver… La madre de Eliàn falleciî. Eres el ?nico, el cual tiene el derecho de educar al chico. Pero piensa lo que estàs exigiendo. ?A quå consecuencias conllevaràn los actos de las Fuerzas Especiales cubanas en el territorio de un estado hostil? Tal decisiîn ser?a errînea. Comprendo tus sentimientos, pero te lo pido, compadåcete no solamente de ti, sino tambiån de tus compatriotas. No debes imitar en todo al temerario Fidel, el cual hasta hoy està dispuesto, siendo ya una persona anciana, a volver otra vez a las monta?as de la Sierra Maestra, habiendo un motivo insignificante, abriåndose paso por intransitables manglares y defenderse de las “hordas” de mosquitos, pensando que todos los cubanos sin excepciîn alguna son tales arrojados, como su gu?a. Las provocaciones no acabaràn nunca. Pero no somos aquellos, los de antes. No somos gatitos ciegos y terminamos los estudios de diplomacia, la tàctica en enfrentamientos mediàticos. El pueblo ya hace tiempo que està cansado de esa tensiîn permanente y ansia una vida pac?fica. Sue?a con la buena vecindad con todos. Y con los EE.UU. en primer lugar. Pero all? me han alistado a la legiîn de diablos junto con Sadam, Bin Laden, Kim Jong–il y Lukashenko. No quieren llevar las conversaciones conmigo. Es un circuito cerrado. Pero lo romperemos con la fuerza de la verdad. Por su peque?o ciudadano no intercede Fidel, sino Cuba. ?No quieren hablan con Castro? Entonces deberàn llevar las conversaciones con todo       el pueblo cubano, y t?, un simple joven de Càrdenas, seràs su representante plenipotenciario… Tras estas palabras, Fidel respirî hondo y agregî de manera confidencial: – En mi vida he cometido muchos errores. Debido a mi propia inexperiencia, influencia del àmbito que nos rodea. Te parec?a imposible llevarlo a cabo de otra manera. Luego me arrepent?a. A veces ya era tarde. Uno de estos casos es la invasiîn de las tropas soviåticas en Checoslovaquia. No supe encontrar fuerzas para condenarla. Otro caso a?n peor, a partir de la segunda etapa de nacionalizaciîn, cuando nosotros seg?n el modelo estereotipado soviåtico comenzamos a expropiar los bienes de los guajiros. Entonces ofendimos a la gente. Luego largo tiempo pagàbamos el pato. Pero el error màs grande de mi vida yo creo que es una historia muy antigua, que no figurî en ninguna de las crînicas. En aquella åpoca yo era demasiado joven, era muy iracundo y ego?sta. Te lo relatarå. Ha de ser un gran secreto… A mi hijo Fidelito se lo llevaron a los EE.UU. sin autorizaciîn m?a. Eso lo hizo su madre natal, mi primera esposa Mirta Balart. Era una buena mujer y una esposa fiel. Su t?o, cîmplice de Batista, la obligî a cometer tal tonter?a. Entonces enviamos a Miami a unos muchachos atrevidos. Ellos trajeron a Cuba a mi chico. Hasta hoy d?a estoy lamentando ese episodio. No se deb?a privar a la criatura del amor maternal. Ofend? a la mujer, la cual me quer?a sinceramente, pero al mismo tiempo estaba muy apegada a los suyos y se hallaba entre tenazas de su procedencia noble. Cre?a que costara lo que costase me pondr?a en razîn. Y siguiendo los consejos de su familia hizo una estupidez. ?Y yo quå? Le contestå con una estupidez a la suya, lo que reconozco solamente hoy d?a, transcurridos muchos a?os. Estoy castigado por eso. Cuando Fidelito creciî, se hizo insoportable. Todo el tiempo me reprim?a porque no tuve en cuenta la opiniîn de su madre. Pero el peor castigo fue que mi peque?a Mirta nunca, jamàs, hasta la misma muerte, no se permitiî decir ni una sola mala palabra en cuanto a m?. Nada malo acerca de la persona que le privî del hijo para siempre. Ella no hizo ninguna declaraciîn sobre el secuestro a las autoridades. Hasta se enteraba de los åxitos de su criatura mediante personas ajenas, temiendo que de alg?n modo podr?a causar da?o con su atenciîn a su hijo natal. Por eso la historia no fue de dominio p?blico. Otros no pod?an perder una ocasiîn sin que se ganaran alg?n dinero, denigrando a Fidel Castro. En los Estados Unidos eso lo hizo Juana, mi hermana natal. De Espa?a se o?a llegar acusaciones de la hija natal Alina. Me llamaba demente y difund?a rumores incre?bles. Permanec?a callada solo Mirta, la ?nica mujer ante la cual yo me siento culpable… La Habana, Cuba, Agosto del a?o 1947 El Malecîn como hab?a prometido el presidente Grau San Mart?n a sus protectores norteamericanos se llenî de gente apasionada justo para el mediod?a. Hasta que expirasen sus plenos poderes quedaba un a?o, pero la suerte del “demagogo de las Antillas” ya estaba predestinada. Su trono ya se tambaleaba. Los “gringos” consideraban al “colega Grau” demasiado cobarde porque este intentaba ganarse los favores no solamente ante ellos, sino ante los jefes de las bandas locales. Los gànsteres intrusos no pod?an admitir la dualidad de poderes. Deber?an entronizar una marioneta mucho màs segura. El acompa?ante del presidente, “el peque?o sargento”, llevaba hombreras de coronel, el ambicioso mestizo Fulgencio Batista, con todas sus entra?as arrastrantes present?a que los planes grandiosos de los “gringos” de convertir su pa?s en un s?per-prost?bulo no han de llegar a materializarse sin su muy activa participaciîn. Por lo consiguiente, en Grau ya es hora de poner cruz y raya. – Que empiece la marcha – San Mart?n dio la se?al a los jefes del carnaval a travås de su encargado. El crucero n?veo “Benjam?n Franklin” con los influyentes yanquis a bordo se encontraba a doscientas yardas de los bolardos de amarre. En el amarre, en el lugar determinado donde bajar?an los huåspedes de alto rango, por la escalerilla del buque tendieron una alfombra de pasillo, una copia alargada de la bandera nacional. A nadie se le habr?a ocurrido que, en una situaciîn de tal ?ndole se pisoteaba la bandera nacional, hubiera un subtexto pol?tico. Y cinismo, por a?adidura. Sea como sea, el suceso promet?a ser algo simbîlico. A todo lo largo de la alfombra de pasillo sobresal?an palmas decorativas, asperjadas con un spray dorado. De estas estaban colgados, como si fueran arbolitos de Navidad, pàjaros disecados como colibr?s, pàjaros carpinteros y tocororos, as? como cajas con cigarros cubanos, bananas, caracoles y botellas de ron “Paticruzado” con mo?os en los golletes. San Mart?n trajinaba en el muelle, como un escolar esperando a los severos y justos examinadores. Le presionaban las previstas salvas de bienvenida, la de dos ca?ones de grueso calibre. Estos hab?an sido fundidos en plena correspondencia con la åpoca de Colîn y transportados con tal motivo a la fortaleza Castillo del Morro, directamente de Madrid. El evento, en realidad, una reuniîn a celebrarse en la cumbre, no ten?a anàlogos hasta ahora en la historia universal. Era un encuentro entre un vendedor y un comprador. Cuba serv?a de mercanc?a… El rågimen corrupto de San Mart?n se hizo, aunque no del todo ideal, garante de blanqueo del dinero sin riesgo de la mafia estadounidense. Cuba en los prîximos a?os ten?a todo para convertirse en base de partida de un armisticio a largo plazo entre familias de gànsteres. Dieron inicio a “la reuniîn cubana” el antiguo amigo de “Lucky” Luciano, rey del gambling[12 - Gambling – los juegos de apuestas implican arriesgar una determinada cantidad de dinero o bienes materiales en la creencia de que algo, como un juego, una contienda deportiva, etc., tendrà un resultado predecible.], el genio financiero de la mafia Meyer Lansky y el mafioso de Chicago Salvatore Giancana. Al haberse iniciado la conquista de Las Vegas y las inversiones millonarias en Nevada no imped?an a los clanes seguir pensando en el desarrollo paralelo del business. El futuro de Cuba se vislumbraba a?n màs risue?o, que las ganancias a obtener del casino en el desierto. Los norteamericanos ricos, sin duda alguna, preferir?an la isla de playas blancas, palmas reales y una fiesta eterna, al estado que ten?a una reputaciîn de pol?gono nuclear.       Estando alejados de la tutela de los omnipresentes federales y de la galanter?a servil del reyecillo local, esta situaciîn real apresuraba a los mafiosos a tomar lo màs pronto posible las principales decisiones tàcticas, para que fuera aprobada la ?nica tarea estratågica, Cuba se convertirà en un para?so en la Tierra, con una sola reserva, que el para?so es solamente para ellos. Constantine "Cus" D'Amato, tesorero de Sam Giancana, segu?a por todos lados a su patrîn, llevando en las manos dos pesados maletines llenos de dinero en efectivo. Ese dinero se supon?a que ha de ser gastado en asuntos de la pol?tica. La comisiîn, el consejo superior consultivo de la mafia de Sicilia, aprobî la iniciativa cubana. Viniendo en calidad de pasajeros en el crucero “Benjam?n Franklin”, la gente de “Lucky” Luciano, de Albert Anastasia, representantes de la familia de Banano, de los hermanos-extorsionistas Rocco y la estrella de “Columbia Records”, favorito de las jovencitas actrices hollywoodenses, Frank Sinatra, siempre actuando como titular de plantilla, eso mostraba la coordinaciîn de todas las familias y una plena unanimidad en cuanto a la participaciîn igual al repartir la torta cubana. Hab?a un “pero” … Al otro lado de la bah?a de Florida, el de sobra conocido Vito Genovese, hac?a su propio solitario. Ål hab?a traicionado a Mussolini y volviî de Italia como håroe del desembarco. Vito se sent?a defraudado, y es que ål tambiån echî el ojo a Cuba con su potencial gigantesco de un contingente de trescientas mil rameras… Pero el principal motivo de Vito era la muy remota enemistad hacia Albert Anastasia y el deseo de ocupar la sîlida posiciîn en la jerarqu?a mafiosa, que ål hab?a cedido debido a la forzada “comisiîn de servicio”. A su ex patrîn Lucky Vito no lo tomaba en serio. En primer lugar, porque a Luciano lo deportaron a Italia, y segundo, aquel bailaba al son que le tocaba el jud?o Lansky, el cual convenciî al “capo de todos los capos”, que Vito apunta al puesto del rey… ?Pues que sea as?! Con quå satisfacciîn Vito le agujerar?a la frente a este p?caro zorro Lansky. Pero este se ocultaba tras la espalda del matîn «Bugsy» Siegel y se amparaba en la amistad con el indubitable “Lucky”, al cual hasta ahora le respetaban y tem?an. En lo que se refiere a Lansky, Vito decidiî no apresurarse. Pero, en cuanto a Anastasia, ya no se pod?a demorar màs. De otra manera, el jefe del clan de asesinos profesionales personalmente se las arreglar?a con ål. Vito con anticipaciîn entablî contacto con uno de los “capos” de la familia de Anastasia, Carlo Gambino, prometiåndole respaldo en el caso de que liquidara a su jefe. Pronto Alberto Anastasia desapareciî. Encontrî su muerte en una peluquer?a. Carlo Gambino encabezî su propia familia y Genovese pod?a tranquilamente dirigir la mirada a Cuba y as? impedir que Meyer Lansky gobernara indivisiblemente la isla. El rey del “gambling” estaba en guardia. Luego regalî a Batista el hotel “Nacional”, en La Habana, y prometiî pagar tres millones de dîlares al a?o reservàndose el derecho exclusivo de repartir los terrenos para edificar hoteles y casinos en el litoral cubano. Pero hasta ese momento hab?a a?n tiempo de sobra. Casi cinco a?os. Mientras tanto, Lansky y los socios tuvieron que luchar contra Genovese. Menospreciaron su audacia. En 1948, Vito logrî entablar amistad con el nuevo presidente de Cuba, Pr?o Socarràs. Sin embargo, las ambiciones de Vito de ninguna manera dominaban sobre su previsiîn. La victoria provisional sobre Lansky y otras familias neoyorquinas estaba dispuesta a cambiarla por un armisticio a largo plazo, con la condiciîn de que se le concedieran iguales oportunidades para blanquear los beneficios en la isla de los prost?bulos y casinos.      El acuerdo para organizar la revuelta, encabezada por el “sargento de bolsillo” de Lansky, Fulgencio Batista, Genovese lo aprobî solamente en 1952 tras el exitoso atentado contra Albert Anastasia y las palabras de Joe Bonano, que asegurî que ni Lansky ni nadie màs se pondr?a a obstaculizar el business hotelero y el negocio de apuestas de Vito en La Habana, as? como tambiån atentar contra la vida de su “amigo” cubano Pr?o Socarràs. Ademàs, sabiendo las prioridades de la organizaciîn de Genovese, se declarî que la familia de Bonano no admitir?a la venta de drogas: “Uno puede relajarse sin esta mierda cuando hay tantas “terneras” y ron.” El “leg?timo” presidente derrocado, aunque adquiriî una imagen estable de ladrîn, pod?a servir en el caso de que el dictador empezara a rebasar todos los l?mites. De tal modo, Vito convenciî a los jefes de las otras familias que ellos necesitaban a Pr?o vivo. En eso quedaron de acuerdo. En la åpoca de Batista, Vito edificî un hotel con un casino en La Habana. Transcurr?an los a?os, y el dictador no lo irritaba, podemos decir, que luego, pasados los a?os, pod?a ser ofrecido Socarràs al feroz Fulgencio y a los colegas de la mafia. Echa un hueso al perro y se olvidarà de la pechuga de pato. Dejî de existir la necesidad de Vito de contactar con Socarràs, a?n porque los competidores no se resist?an a sus contactos directos con Fulgencio, sin la mediaciîn de ellos. Este galgo resultî ser un buen chico. Espacio bajo el sol hab?a para todos. Cuba era una “mina de oro”, cada a?o iba convirtiåndose en un autåntico “El Dorado”. La dictadura de Batista serv?a a todos los que ten?a dinero. No era casual que apostaran por ål. A diferencia del ladrîn-liberal Socarràs, el “mestizo rabioso” pod?a asegurar la entereza de las inversiones norteamericanas, aplastar cualquier heterodoxia y romper la oposiciîn en el huevo. Para estos fines dispon?a de un ejårcito de cuarenta mil personas, armado con el dinero de la mafia. Quien, en aquella åpoca, en 1947, en el carnaval, cuyo motivo oficial era crear el Comitå de Amistad Americano–cubana, pudo pensar que la vida del siguiente, a continuaciîn, destronado presidente de Cuba, el aristîcrata Pr?o Socarràs, ser?a salvada, en cierto grado, gracias a la revoluciîn. En la multitud de miles de pazguatos estaba parado un altaricîn forzudo con facciones correctas de la cara y con una mirada ojimorena ardiente, al cual le estar?a predestinado encabezar la revoluciîn. Mirando el aquelarre, organizado por los gànsteres y oligarcas, el muchacho dijo entre dientes con odio: – Los yanquis ahora se limpiaràn las botas con nuestra bandera. Para ellos nuestra bandera es solamente una toalla en una guarida, en la que estàn convirtiendo nuestra isla…       Pasados algunos a?os, bajo la direcciîn de este joven, los cubanos expulsaràn a todos los que hoy han estado dirigiendo este carnaval ejemplar. Batista apenas se quitî de en medio, salvando su vida. Rockefeller perderà sus refiner?as de petrîleo, plantaciones de cafå y tabaco. Los latifundistas quedaràn sin los inmensos campos de ca?a de az?car. Meyer Lansky, yåndose precipitadamente, olvidarà en la isla el malet?n con quince millones de dîlares en efectivo y se despedirà de la esperanza de recuperar sus inversiones. En Cuba, el que menos sufriî de toda dicha epopeya fue Vito Genovese, pero solamente debido a que, para el momento de la marcha triunfal de los rebeldes barbudos, en julio de 1958, ål ya habrà sido acusado en la venta de drogas y encarcelado en los EE.UU. Hasta la victoria de la revoluciîn quedaban doce a?os… Mientras que a bordo del buque de seis cubiertas los yanquis examinaban con arrogancia la infinita hilera de faroleros, bailarines con molinetes de diferentes colores y banderines acoplados de Cuba y Estados Unidos. As? mostraban la hospitalidad del pueblo hacia los huåspedes forasteros. Es verdad que los visitantes inicialmente pretend?an desempe?ar el papel de anfitriones. Estaban dispuestos a dictar a los abor?genes las nuevas reglas de la vida, cuya universalidad se demostraba no mediante referendos, sin acudir a una civilizaciîn altamente desarrollada, sino valiåndose del dinero. ?Perlas en enorme cantidad! Eso apestaba a cadàveres, pero ninguno de ellos lo notaba. En efecto tambiån eran difuntos. Solo eran vivos nominalmente. Y no a largo plazo… Los negros semidesnudos cuerpo arriba rompieron a golpear las congas africanas y las percusiones. Centenares de bailarinas casi desnudas, en exîticos trajes de plumas, se pusieron a agitar las nalgas al son de los tambores… Los mafiosos, uno tras otro bajaban, por la escalerilla a la alfombra de pasillo. Tronaron los ca?ones. El jefe de la secciîn de la guardia honoraria, no se sabe por quå, asustado, hizo el saludo militar. Batista dio un taconazo. A?n siendo todav?a presidente, San Mart?n llevî la mano a la visera por inercia e hizo entrega a los norteamericanos en una almohadilla la llave simbîlica de La Habana, lo que sirviî de se?al para hacer soltar fuegos artificiales y cometas. Las puertas de la ciudad, que durante toda su historia se consideraba ser una fortaleza invulnerable, en esta ocasiîn las abr?a voluntariamente a unos intrusos. La multitud alborozada sonre?a a mand?bula batiente. Los que pierden el orgullo se convierten en lacayos de los que prefieren la altaner?a, al orgullo. La ?nica persona que no se regocijaba era un muchacho alto con pelo negro ondulado, cuya cabeza se elevaba como un pico inalcanzable sobre las coronillas de un bosque humano mixto. Acababa de cumplir 20 a?os, no se cohib?a expresàndose, y no intentaba siquiera contener su cîlera. – ?Acaso ustedes son ciegos? ?No ocultan su desdån hacia ese miserable payaso! – en voz alta declarî este, lo que asustî horriblemente a la gente parada al lado. Se echaron a un lado de ål, como si fuera un leproso y se desvanecieron por los lados. Transcurridos unos instantes, junto al mozalbete ya no hab?a nadie. Los circundantes miraban con la boca abierta al hombre robusto, locuaz, estando a una considerable distancia, sin desear meterse en una discusiîn con el joven imprudente, ni a?n màs llamar a la polic?a que hab?a inundado ese d?a El Malecîn. Sin embargo, la curiosidad ya no es s?ntoma de indiferencia. De repente, “el gigante” sintiî el roce de una mano delicada de una chica. Le tiraba de la mano una hermosa rubia, parecida a un àngel bueno, pero muy fràgil. Lo arrastraba tras s?, apartàndole de los espectadores tuturutos. – ?Para quå te expones a tal riesgo? – preguntî ella tras haber alejado al orador de la multitud que le rodeaba a una distancia conveniente. – ?Te es grato ver cîmo a los cubanos los estàn convirtiendo en gente de segunda, solamente por ser màs pobres! – pronunciî apasionadamente estas palabras el guapo joven cubano. – No pareces ser pobre. Hablå con muchachos màs pobres que t? – mirî la chica evaluando su ropa y el calzado. – Soy hijo de un latifundista, pero eso no cambia nada. Toda nuestra tierra pronto lo compraràn los yanquis a precios casi regalados. Y los que se negaràn a venderla, ellos quedaràn enterrados ah?. – ?Hijo de un latifundista? – volviî a preguntar la joven. – S?, soy hijo de Don Àngel Castro y Lina Ruz Gonzàlez. Me llamo Fidel Alejandro, ?y cîmo te llamas t?? – Soy Mirta D?az-Balart – se presentî la muchacha – Pero si eres hijo de un latifundista, entonces, probablemente tu familia recibiî la invitaciîn a la fiesta benåfica, que organiza el presidente San Mart?n en el hotel “Nacional” en honor de los gringos, amigos de Cuba. – ?Los amigos de Cuba? – Fidel frunciî las espesas cejas y refunfu?î como una cobra – Cuba tiene solo dos amigos, el honor y la dignidad. Cråeme, el demagogo que lame las botas del gringo, aunque ål sea tres veces profesor, no podrà por mucho tiempo enga?ar al pueblo. Nuestro presidente es un mu?eco de cartîn piedra, el cual, de un momento a otro, ha de ser quitado de la mu?eca y lo cambiaràn por otro nuevo. Los marionetistas verdaderos le ense?aràn al nuevo mu?eco a asimilar varias cosas, ladrar lo màs alto posible a su propio pueblo, saludar sonriendo a los due?os y sin piedad aniquilar a aquellos que atentan contra la propiedad de los norteamericanos. – ?Siempre estàs tan furioso? ?O solamente al ver a los gringos bien mimados, mejor vestidos que t?? – Mirta interrumpiî las palabras del joven. – ?Y t? siempre eres una tonta o te convertiste en ella en el momento cuando tomaste otro color, el de pelirrubia? – se lo dijo groseramente Fidel e inmediatamente se largî lo màs lejos posible de la procesiîn de carnaval, y yåndose dec?a irritado, – ?Hay alguna diferencia si miramos lo que lleva puesto una persona? Se puede toda la vida llevar la misma ropa, lo principal es que estå limpia y planchada como una guerrera militar… La se?orita ofendida quedî inmîvil unos instantes, como si estuviera inmersa en una orgullosa soledad, luego lanzî al vac?o: – ?Grosero, soy rubia natural! ?Vete al Diablo! Tengo que prepararme para la fiesta. Habiendo tragado la injuria, Mirta se fue a casa. All? la esperaba una manicura y la modista con nueva ropa hecha. La costura del muy caro ropaje se lo pagî generosamente su t?o rico, futuro ministro del gobierno de Batista. * * * Aproximadamente para las ocho de la noche hacia el “Nacional” empezaron a arribar las limusinas. De la mano fàcil del presidente titular toda la ålite de cubanos, los grandes terratenientes, los pol?ticos, los militares, la bohemia vino a presentar sus respetos a los inversionistas norteamericanos. A todos les ofrec?an torta y cafå. Los camareros con lazos llevaban en las bandejas copas con champa?a francås. Las chicas con sombreros hongos y fraques puestos al cuerpo desnudo ofrec?an whisky escocås. El tradicional ron cubano lo serv?an en el lobby-bar. Se supon?a que los gringos que a?n no tuvieron tiempo para probarlo, se juntar?an en la barra. Mientras los locales preferiràn beber bebidas extranjeras. La banda de jazz ejecutaba a las mil maravillas “Sun Valley Serenade”. Frank Sinatra para el p?blico de acà no era una gran estrella, pero como animador actuaba bastante bien. Y si no fuera as?, quiån entonces aqu? podr?a tomar en consideraciîn a los reyecillos patrios.       Gradualmente, a eso de las doce de la noche, el papel de los cubanos se estrechî en infinitas aseveraciones y juramentos de fidelidad a las autoridades, as? como mostrar la hospitalidad a los yanquis. Ciertas esposas de los nuevos ricos, aquellas que se ve?an arreglar sus vestidos, expresaron as? su amabilidad en una muy original forma, directamente en los apartamentos del hotel. Los “gringos” estaban contentos. Sinatra, no se sabe por quå, no invitî al micrîfono al presidente, sino al coronel Batista. El efecto de tal sorpresa hizo desembriagar a la ålite local, hab?a quedado claro a quiån los forasteros daban preferencia. La alusiîn expl?cita era igual a una humillaciîn p?blica a San Mart?n. – ?Se?oras y se?ores! – empezî de manera muy animada el futuro dictador con una copa en la mano. Batista no se sent?a molesto en cuanto al presidente, que se hab?a turbado. Tales minucias no le incomodaban nada. El brindis val?a mucho. ?Eso s?!… Todo ha de ser correcto. Es importante, – Me conocen a m? como un partidario acårrimo de la democracia y adepto devoto de la ley. Estoy orgulloso de que mis convicciones las forjå en el mismo lugar donde recib? mi educaciîn. Era una academia militar que se extend?a apenas a noventa millas de nuestro pa?s, en un enorme estado amistoso, baluarte del mundo libre y un escudo seguro contra la peste comunista, nuestro gran vecino del norte, ?Estados Unidos de Amårica! ?A la salud de nuestros amigos! Ål terminî muy inspirado, y la multitud se puso a aplaudir. Todos menos una persona… Mirta se equivocî cuando supuso que el padre de Fidel, don Àngel Castro Argiz, recibir?a las invitaciones para la velada en el “Nacional”. En primer lugar, don Àngel viv?a en la lejana provincia de Oriente, en segundo lugar, era un terrateniente de recursos medios, poco destacado para el p?blico capitalino, ademàs, pose?a una m?sera instrucciîn, aunque de manera muy activa abordaba la pol?tica. Tercero, siendo villano de origen, inmigrante de la paupårrima provincia espa?ola de Galicia, Àngel llegî a alcanzar todo en la vida valiåndose de su listeza humana y las cansadas manos callosas. El ex campesino gallego se sent?a incîmodo, hallàndose entre los altaneros herederos de enormes latifundios, a pesar de tener sus abundantes cosechas de ca?a de az?car, las que se hicieron leyendas en las inmediaciones de Santiago. Los chismosos sol?an decir que don Àngel estaba ganando hasta trescientos pesos al d?a. Esta informaciîn originaba una insana obsecuencia con relaciîn a su hijo Fidel en las almas de los condisc?pulos del ni?o en el Colegio de la Orden de los Jesuitas. Hubo un per?odo que, a este emprendedor hombre de negocios, que pose?a la màs lujosa y magn?fica vivienda, lo frecuentaban los politicones de Santiago. Estas conversaciones y promesas fàcilmente convenc?an al confiado don Àngel que este ofrendara considerables sumas a las campa?as electorales. Como resultado el dinero, que logrî alcanzar con sudor y noches sin sue?o, desaparec?a en la nada. No hay mal que por bien no venga. Tras estos contactos absurdos don Àngel se puso, por fin, a prestar o?do al raciocinio y a la exhortaciîn de su cînyuge semianalfabeta, oriunda de la provincia de Pinar del R?o, Lina Ruz Gonzàlez. La querida esposa consiguiî alcanzar el fin deseado, deshabituî a los huåspedes chinchorros y pedig?e?os y le quitî las ganas a su esposo de meterse en proyectos dudosos. El miedo ante los engre?dos alfabetizados don Àngel lo llevaba por dentro. Por eso do?a Lina no ten?a que persuadirle para que asignara dinero a la educaciîn de los chicos. La ambiciîn por el saber se hizo culto en la familia de Castro. Los ni?os agradecidos pagaban a los padres cuidadosos con su aplicaciîn en los estudios. El graduado del colegio catîlico “Belån”, el hijo de don Àngel Castro y do?a Lina Ruz, Fidel, junto con el diploma de graduaciîn de la instituciîn docente jesuita recibiî del rector monse?or Savatini un diploma de despedida, en el cual se dec?a: “Fidel Castro Ruz pudo ganarse en el colegio una plena admiraciîn y el amor. Quiere dedicarse a las ciencias jur?dicas, y no dudamos que en el libro de su vida inscribirà numerosas pàginas maravillosas…”[13 - La cita del libro de Moreno Rodr?guez “Fidel Castro. La biograf?a”. Fue editado en 1959 en La Habana.] En 1945 Fidel se hizo estudiante de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Teniendo en cuenta el ?nico defecto de su padre, al cual pod?an embrollar los granujas de vasta cultura, y, habiendo heredado de su madre la insaciable pasiîn por los conocimientos, Fidel muy temprano se aficionî a la lectura. Hasta emprendiendo viajes lejanos, por ejemplo, hallàndose en la tempestuosa Colombia, insubordinada al rågimen pro americano, en la mochila de uno de los l?deres estudiantiles de La Habana, cuyo apellido era Castro, apenas cab?an cuidadosamente encordeladas peque?as pilas de libros de literatura e historia. Los amigos se re?an del ascetismo y los cachivaches del joven, ya que en realidad cre?a que podr?a sustentarse por veinte centavos al d?a, sin que nada le faltara… Risa con risa, pero en una celda solitaria, en un calabozo de la isla de Pinos – råplica funesta de la prisiîn estadounidense de Sin-Sin – precisamente el amor abnegado a sus acompa?antes-libros, que embellec?an la reclusiîn forzada y ayudaban a olvidar el completo aislamiento, en cierta ocasiîn ese amor le salvî la vida. El celador, que hab?a recibido la orden de envenenar al caudillo de los rebeldes, se compenetrî de gran respeto al preso audaz despuås de un caso incre?ble… Aquel d?a en la isla se desatî un huracàn terrible. El cielo expel?a truenos y ràfagas, sollozando con una incesante lluvia tropical. Pues, en ese momento del cataclismo, cuando el agua brotî de todas las redendijas y fisuras en las càmaras, el recluso Castro lo primero que hizo fue lanzarse a salvar sus libros. Fidel, habiendo sido advertido por el fallido asesino, rechazî el bodrio de Batista, y declarî el inicio de una huelga de hambre contra las condiciones inhumanas del mantenimiento de los detenidos. Luego le permitiràn verse con Mirta, y ella, como siempre, se pondrà a convencerle de que reniegue de esa “lucha desprovista de sentido” y reconozca la legitimidad de la junta a cambio de la amnist?a. Fidel hizo para s? una observaciîn muy notable a partir del lejano momento del encuentro entre ellos en el hotel “Nacional”, la apoliticidad de la chica no sufriî ningunos cambios visibles. Aquella fue la primera cita de los dos. La que se hab?a dividido en dos encuentros en un solo d?a. Era un d?a de agosto de 1947. Fue muy fogoso, hasta demasiado fogoso… – Eres t? de nuevo, y vuelves a destacarte de la multitud, no solo por la estatura, sino por un muy marcado desprecio hacia el orador – Fidel se alegrî al o?r una vez màs la vocecita de la rubia “caquåctica” huesuda. – Orador – eso no se refiere a ål. Es simplemente un can, que brinca en las patitas traseras esperando recibir un huesito grasoso – saludî fr?amente a la nueva conocida. – ?T? viniste a contemplar una funciîn de circo? ?Es que t? en realidad eres indiferente a tales juergas, quå estàs haciendo entonces aqu?? – ?Puede ser que vine esperanzada de verte? – hizo pasar la conversaciîn a otro plano el “macho” – estudiante de derecho de segundo a?o, que llevaba bigotes ralos – lo que desconcertî a la estudiante de la Facultad de Filosof?a y Letras. – ?Para quå necesitas a una tonta de nacimiento, es que nac? rubia! – con desaf?o lo dijo la chica. – No så por dînde empezar. Se acumularon dos causas enteras para que yo acuda aqu? invitado no invitado. – ?En quå sentido no invitado – no comprendiî Mirta – acaso tu familia no recibiî la invitaciîn? – No. – ?Cîmo entraste sin ella? – La robå. La respuesta hizo sonre?r a la guapa. Ål no tergiversaba la verdad. La invitaciîn ingresî en la Universidad de La Habana en un solo ejemplar y llegî a nombre de un l?der formal de una organizaciîn juvenil que no gozaba de autoridad. Los estudiantes radicales no reflexionaron mucho rato, quiån deb?a ir a la velada. Se hab?a decidido aprovechar la tribuna para hacer una declaraciîn pol?tica. No encontraron tiempo para organizar una acciîn, pero el ardor revolucionario acaloraba la sangre joven. Mientras tanto, Mirta ard?a por enterarse de cuàles eran las dos causas que motivaron a este galàn a visitar el hotel “Nacional”, donde se hab?a reunido una tan desagradable compa??a para ål: – Ahora relàtame acerca de los dos motivos que te empujaron a venir a esta cloaca de aduladores y payasos. ?Espero que la causa primordial sea yo? ?Probablemente quer?as verme para disculparte por la groser?a tuya? No tuvo tiempo Mirta en recibir, aunque sea una m?nima respuesta, y en ese instante entrî con violencia en el hotel, aullando y ululando, una bandada de representantes de la vanguardia revolucionaria del estudiantado de La Habana. Unas cuarenta personas, principalmente jîvenes no mayores de veinte a?os, se precipitaron al vest?bulo, arrollando en su camino a los guardias, porteros y maestresalas, gritando consignas antigubernamentales, tirando contra los burgueses y plantadores tomates podridos. – ?Esta es… la causa principal! – gritî con furia Fidel, y, dispersando al p?blico con los codos, se dirigiî a la escena. Le atajaron el camino mocetones robustos de la seguridad personal de Grau. Al lado de la tribuna se entablî una pelea. Los compa?eros de Fidel llegaron a tiempo para prestarle ayuda. La m?mica no adecuada de los m?sicos de la banda de jazz y la confusiîn del animador contrastaban con el empuje seguro de los golfos. Se ofreciî a aplastar el ataque de los rufianes desaforados el edecàn de Batista, enfurecido del impacto directo del tomate a su nuevo uniforme de gala. Disparî hacia arriba con una pistola tipo “Beretta”, pero acertî desafortunadamente en una enorme ara?a de cristal. Una lluvia de trocitos empezî a caer sobre el p?blico, que hace poco tiempo se ve?a muy pausado, lo que conllevî a un desenfrenado atropello lleno de pànico entre ellos. Varias damas cayeron desmayadas y sus esposos intentaban torpemente portarlas lo màs lejos posible de la bacanal. El poco exitoso tirador, habiendo advertido que, a su patrîn, al presidente, y a la delegaciîn de los huespedes los apartaron muy lejos del pecado, concibiî que no hab?a ante quien hacerse el håroe, y se dirigiî a pedir refuerzos. Habiendo alcanzado la tribuna con el escudo de Cuba, uno de los jîvenes patriotas arrancî del màstil decorativo la bandera estrellada a rayas, la arrugî y la tirî a la multitud. Luego vociferî algo al micrîfono, que no ten?a nada que ver con el momento de la acciîn, ser?a algo sobre la flora y fauna. Solo comprendido por ål, su lenguaje de metàforas profundas resulto ser inaccesible al auditorio, por su contenido como tal, y tampoco porque alguien ya hab?a desconectado los micrîfonos. La decepciîn no doblegî al joven, aspirî un metro c?bico del aire y vociferî a grito pelado: – ?Gringo! ?Go home! Esta råplica la comprendieron todos, periîdicamente, o, aunque sea una vez en la vida, la pronunciî cada uno, pero en total el “speech” no fue exitoso. Al fallido Cicerîn lo hicieron bajar de la tribuna tres pares de manos velludas. El vest?bulo lo inundaron los polic?as y los militares con fisonom?as sombr?as y gente vestida de paisano con jetas de shar-pei. Los civiles daban îrdenes a los que llevaban uniformes. A los alborotadores pronto los hicieron retroceder hacia la salida. Ah? les dieron una buena paliza aplicando las porras. A alguno de ellos le ataron las manos y los cargaron en los coches de la polic?a y en un camiîn militar. Fidel de nuevo evitî el arresto. Es que los que intentaban doblegarle se hallaban tendidos en el parquå lacado, contrayåndose del dolor, como si fueran Bandar-logs, enganchados con la pata del temible oso Baloo. ?Y Mirta quå?… Ni un solo paso se separî del håroe alocado. Apenas se hubo aclarado que la acciîn espontànea de los estudiantes fracasî estruendosamente, y el orden en el hotel poco a poco iba restableciåndose, ella, sin incomodarse, lo tomî del brazo y lo condujo a la salida. Una dama de ciertos kilos encima, en un vestido de gala, de repente, refunfu?î a espaldas y luego lanzî un chillido, mostrando con un abanico plegado en direcciîn del fortachîn: – ?Este es su dirigente! ?Este es su gu?a! ?Ese joven robusto con bigotes asquerosos! Es bueno que las exclamaciones de la se?ora desaparecieran en ese griter?o. La misma Mirta, como un gato salvaje, refunfu?î de manera amenazante a la delatora. Aquella, sin encontrar respaldo, desplegî el abanico y se puso a agitarlo, siguiendo resoplando de calor o de rabia. El edecàn de Batista arribî con un refuerzo, finalizando ya el espectàculo. No pudo interceptar a su ofensor, al lanzador de tomates despeluzado. Tuvo suerte el hooligan. Si lo hubieran agarrado, lo primero que habr?an hecho con ål, lo obligar?an a lavar a mano el uniforme estropeado. – ?A rodear el hotel! ?Dispårsense por el per?metro! – iba dando sus îrdenes tard?as a los soldados, mirando de un lado a otro en busca de su patrîn… En lo que se refiere a Fulgencio, esa insolente acometida de los desbocados radicales favoreciî a su pol?tica. Meyer Lansky y Sam Giancana una vez màs pudieron convencerse de la incapacidad del presidente Grau de evitar tales intervenciones por parte de los extremistas. Es que justamente la travesura proveniente de la juventud desarmada y de cara amarilla dir?amos que son unas “florecitas” en comparaciîn con las “bayas”, que representan una amenaza real de la oposiciîn de izquierda. – Ål nunca pudo vaticinar un fenîmeno y adelantarse a ål – el ex escribano-parven? del estado mayor a sus due?os norteamericanos. – ?Podràs hacerlo? – Lansky le mirî como fiera carn?vora. – He sido creado para esto – le asegurî Fulgencio – harå pudrirse a esos holgazanes en las prisiones y voy a castigar a los incitadores de los desîrdenes. Los fusilarå sin juicio alguno. Crearå una estructura especial destinada a cazarlos. Abrirå la temporada de caza de los rojos. – En este caso no te diferenciaràs en nada del dictador Machado y te derrocaràn tambiån – expresî su opiniîn Sam Giancana. – No te olvides que Machado en el a?o 1933 huyî a las Bahamas justamente gracias a nuestro amigo Fulgencio – le hizo recordar Lansky, satisfaciendo as? a Batista y a?adiî – Està bien, te haremos presidente y te regalaremos este lujoso hotel “Nacional”. Pero recuerda que hemos gastado y a?n gastaremos aqu? cantidad de dinero. Hay que decir que de manera argumentada exigiremos la protecciîn de nuestras inversiones en tales proyectos. – El ejårcito de Cuba està a vuestra disposiciîn – como si hubiera dado parte Fulgencio conmovido. – Y a tu disposiciîn tienes a la “Cosa Nostra” – se sonriî Sam. Esa råplica ven?a oliendo a intimidaciîn. Pero Batista no tem?a enfrentarse a la responsabilidad. Ål sabrà cîmo ganarse los favores y ante la mafia, y ante la CIA, cuando reciba el poder ilimitado sobre su propio pueblo. Estaba dispuesto a santificar su juramento de lealtad a los que donan el poder con sangre. No con la suya, sino del altar de sacrificios humanos. Sus antepasados, indios de la tribu siboney, hallàndose en un estado de åxtasis religioso, no registraban cuàntos ser?an los sacrificados que deber?an satisfacer a sus ?dolos. – ?Capo, aqu? hay alguien! – uno de los guardaespaldas informî eso al jefe. Giancana se apartî bruscamente de los arbustos, donde vio en ese lugar una visible agitaciîn. Otros dos guardias ya hab?an sacado sus revîlveres para rechazar el ataque y proteger a Lansky y Giancana. Fulgencio tambiån sacî de la ca?onera su pistola, con una empu?adura incrustada y un grabado con la imagen de una, ?nica en su especie, mariposa cubana en el ca?în y tomî la pose de guardaespaldas. – ?Jefe, aqu? en los arbustos hay una dulce pareja! – se sonriî un gànster desdentado.       Mirta, en un abrir y cerrar de ojos se orientî debidamente en la situaciîn y cubr?a de besos a Fidel. Sea como sea, no dir?amos que ål intentaba oponerse. Al contrario, a los oradores le gusta besarse con las chicas guapas. – ?Mirta D?az? – Batista hizo grandes ojos de la sorpresa – La conozco. Es la sobrina de mi futuro Ministro del Interior. ?Con quiån estàs? – Es mi amigo, Fidel. Es el hijo de un latifundista de Biràn – con un tono suplicante susurraba la chica – no se lo cuente, por favor, a mi t?o y a mi padre. "Por favor" en sus labios sonî con aire suplicante y servicial. A Fulgencio eso le pareciî la ?nica y verdadera entonaciîn en este caso concreto. Naturalmente, no se pondrà a desenmascarar a la jovencita ante el severo padrazo, otra vez exhibirà la condescendencia, la cual no le costarà nada. Giancana perdiî el interås por la pareja descubierta y habiåndose despedido de Lansky y Batista, se dirigiî a sus apartamentos. Mientras Lansky mostrî una mayor curiosidad. – Parece que el joven “perdiî la palabra” – picî este a Fidel – ?Do you have an invitation?[14 - Do you have an invitation? – ?Tiene Ud. una invitaciîn? (ingl.)] El joven permanec?a callado. Esto pod?a ser solamente entendido porque ål no dominaba el inglås. La chica suplicaba a Dios que el muchacho no se descubriera. Pero, parec?a, que de ella ya nada depend?a. Se acercî a Batista corriendo su edecàn jadeante. Probablemente, para reportar algo. Pero al ver a la persona bigotuda, a este le indicî con el ca?în de la “beretta”, expresàndose as?: – ?Este es el caudillo de los rebeldes! – ål quer?a arrestar a Fidel, pero Batista hizo parar con un gesto a su subordinado ardiente, se aproximî muy junto al joven Castro y le susurrî al o?do: – Si es as?, estoy muy contento de conocer al caudillo. Fidel segu?a guardando silencio. Batista una vez màs lo perforî con su mirada, mirî severamente a Mirta y gui?ando a Lansky, que no comprend?a ni una palabra en espa?ol, sentenciî màs bien para el edecàn: – Es poco probable que lo diga. Meyer Lansky esperaba las explicaciones. – Se?or Lansky, mi edecàn por todos lados ve a conspiradores ocultos – tomî del brazo a su protector, apartàndole de Mirta y de su acompa?ante – los hijos de los ricos no son peligrosos para nosotros. En sus cabezas sopla el viento. – El viento comunista – le corrigiî Lansky, descontento de que el rebelde haya podido evitar el castigo merecido, como si lo presintiera – en un futuro no lejano habrà hechos desagradables ligados con este hombre callado. Como si mirara en el agua. Fidel nunca se reputaba de ser una persona callada, pero Batista, muy seguro de s? mismo, ni esta vez, ni en las veces posteriores, no apreciî debidamente al joven robusto, consideràndole un advenedizo torpe, a semejanza de decenas de tales gritones del partido de “ortodoxos”, de la Federaciîn de Estudiantes Universitarios, del as? denominado “Directorio Revolucionario”. Ademàs, el larguirucho est?pido, sin saberlo, le hizo un gran favor, poniendo de manifiesto a sus socios toda la incapacidad de los presidentes civiles. * * * El 10 de marzo de 1952, Batista, valiåndose del dinero de Lansky y Giancana, dio un golpe de estado. El pueblo estaba en shock, el presidente leg?timo huyî a los EE.UU., aunque el putch ven?a revelàndose en los medios. Pero Batista, justificando ante los norteamericanos la reputaciîn de una persona de acciîn, de “mano fuerte”, cerrî los periîdicos “Hoy” y “La palabra”, las revistas “Mella” y “La ?ltima hora”. La gente de Fulgencio llevî a cabo un ataque al programa televisivo “Universidad en el aire”. Lo destruyeron y golpearon cruelmente a los corresponsales. Para que sea completo el acto, este suspendiî una transmisiîn de TV – absolutamente inofensiva, que no ser?a clasificada como neutral, sino contemplativa – “Ante la prensa”. Fue hecho por si las moscas. La prensa norteamericana, llevada de la mano de Lansky y las familias neoyorquinas, justificaba la actividad del dictador, ligàndola a la necesidad de organizar una severa resistencia a la difusiîn de la peste comunista. La guerra fr?a      se hallaba en pleno apogeo y favorec?a a la pol?tica de Batista y de la mafia. Se estableciî una dictadura. Fidel resultî que se hallaba en la càrcel tras el intento fracasado del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. A ciento treinta y cinco sublevados se le opon?an dos mil soldados del ejårcito regular. Decenas de compa?eros de lucha de Fidel fueron asesinados cruelmente por la soldadesca. Quedî vivo milagrosamente, y tras las rejas esperaba el juicio. El l?der rechazî al abogado. Decidiî defenderse a s? mismo. En las audiencias del asunto ¹37 de 1953 presid?a la sesiîn un tribunal extraordinario. Precisamente aqu? no naciî un l?der de una separada banda de insurgentes, sino un pol?tico a escala pancubana. “El Movimiento 26 de julio” se dio a conocer por la boca de su l?der, como una fuerza real en Cuba. El discurso acusatorio en su defensa, lleno de un enojo justo, maravillî hasta a los lameculos de Batista y fue acogido con entusiasmo por el pueblo. El 16 de octubre, en una peque?a sala de una escuela de enfermeras adjunta al hospital “Saturnino Lora”, se celebrî una farsa judicial sobre Castro. Ål ya hab?a sobrevivido a dos atentados fallidos en la celda de arresto del municipio, donde lo colocaron en una càmara individual. Cuando se irguiî en toda su estatura, llevando una toga descolorida, ante sus acusadores, aquellos comprendieron que en vano le permitieron hablar a Castro. Pero ya era tarde. Su discurso durî mucho màs que el del procurador, que motivî la necesidad de encarcelar a Castro a 26 a?os de prisiîn, se limitî a hacerlo en dos minutos. En realidad, a la brevedad le da igual de quien hermana ser: del talento o de la dislalia. Fidel necesitî varias horas para exponer su opiniîn, y nadie se atrever?a a interrumpirle, ya que ål dec?a la verdad. No obstante, el procurador varias veces lo interrumpiî con råplicas maliciosas, repugnantes comentarios y preguntas mordaces. Las respuestas del arrestado hicieron alzar a este ante los ojos de los soldados que lo escoltaban. – Acudimos a la violencia de manera forzada, como lo hac?an los håroes cubanos. Joså Mart?, ideîlogo inspirador de nuestro asalto. Alzamos la mano a los que realizaron la revuelta militar contra la Constituciîn y el poder leg?timo, porque no ve?amos otro medio de luchar contra la junta criminal. Podemos justificar nuestro proceder no solo desde el punto de vista moral, sino en el plano jur?dico. Siendo jurista, enviå a la Corte Suprema del pa?s una denuncia sobre la usurpaciîn ilegal del poder por el general Batista. Mi queja fue ignorada por el juicio, aunque, si tomamos el total de los cr?menes cometidos por Batista, a este se le deber?a condenar a cien a?os de prisiîn. Eso me convenciî a m? y a mis partidarios en tomar las armas en las manos, ya que era imposible cambiar algo en el pa?s recurriendo a otros medios. Si los îrganos del poder p?blico no resultaron ser capaces de enfrentarse contra los rebeldes militares, y el ejårcito pasî al lado del dictador inmoral y bajo la direcciîn de este realizî un golpe de estado, eso significa que el pueblo no solamente puede, sino ha de armarse y conquistar la independencia con las armas en las manos. ?El pueblo tiene derecho a sublevarse contra la tiran?a! Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=56058825&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì. notes Ïðèìå÷àíèÿ 1 "santeros" – descendientes de los esclavos, principalmente mulatos, seguidores del culto pagano “santer?a”, es de origen africano. 2 Krimilda es un personaje de la obra åpica germànica el Cantar de los nibelungos 3 Od?n (nîrdico antiguo (https://es.wikipedia.org/wiki/N%C3%B3rdico_antiguo) Î?inn), tambiån llamado Wotan o Woden, es considerado el dios (https://es.wikipedia.org/wiki/Deidad) principal de la mitolog?a nîrdica (https://es.wikipedia.org/wiki/Mitolog%C3%ADa_n%C3%B3rdica), as? como de algunas religiones etenas (https://es.wikipedia.org/wiki/Etenismo). 4 Algunas palabras tontas en alemàn e inglås 5 Chico – se usa solamente en Cuba 6 A fines de los a?os noventa la estrella del f?tbol Diego Armando Maradona realmente arribî a Cuba, invitado por Fidel Castro para pasar un curso de cuatro a?os de rehabilitaciîn contra la drogadicciîn. 7 Zunzuncito – pàjaro mosca, o elfo de las abejas (Mellisuga helenae) es la especie màs peque?a de los colibr?es y de las aves en general. 8 La Direcciîn de Inteligencia o DI, anteriormente conocida como Direcciîn General de Inteligencia o DGI es el principal organismo estatal de inteligencia del Gobierno de Cuba (https://es.wikipedia.org/wiki/Cuba). 9 Hatuey – cacique de los indios. Encabezî la sublevaciîn de 1511–1512 contra los colonizadores espa?oles. Fue hecho prisionero por la orden de Diego Velàzquez de Cuellar fue quemado en la hoguera. 10 babalao – es t?tulo Yoruba que denota a los Sacerdotes de Santer?a materializaron en la pràctica su sue?o y no llegaron hasta el para?so en la Tierra. 11 Las escorias son un subproducto de la fundiciîn de la mena para purificar los metales. 12 Gambling – los juegos de apuestas implican arriesgar una determinada cantidad de dinero o bienes materiales en la creencia de que algo, como un juego, una contienda deportiva, etc., tendrà un resultado predecible. 13 La cita del libro de Moreno Rodr?guez “Fidel Castro. La biograf?a”. Fue editado en 1959 en La Habana. 14 Do you have an invitation? – ?Tiene Ud. una invitaciîn? (ingl.)
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.