За нить посадочных огней, Хватаясь истощенным взглядом, Уже не думаю о ней, Со мной делившей небо рядом: Провалы, реки забытья, И неожиданные "горки", Полетный транс небытия Под апельсиновые корки, Тягучий, нудный гул турбин - Сраженье воздуха и веса, В стаканах плавленный рубин, Что разносила стюардесса, Искусно выделанный страх, Под отрешенно

Minotauro

Minotauro Ochoa Sergio Un polic?a investigador de la vieja escuela auto exiliado en el ?rea de archivos; un abogado erudito y bohemio atrapado en un anodino puesto burocr?tico y una bella psic?loga especializada en trastornos del sue?o y perseguida por fantasmas del pasado: tres vidas entrelazadas en el marco de una trama sutil que desemboca en un final sublime. Un polic?a investigador de la vieja escuela auto exiliado en el ?rea de archivos; un abogado erudito y bohemio atrapado en un anodino puesto burocr?tico y una bella psic?loga especializada en trastornos del sue?o y perseguida por fantasmas del pasado: tres vidas entrelazadas en el marco de una trama sutil que desemboca en un final sublime.? En la mejor tradici?n de la novela negra latinoamericana, Sergio Ochoa teje en Minotauro un relato de ambientes oscuros y personajes enigm?ticos que mantienen vilo al lector y, como quien no quiere la cosa, p?gina tras p?gina se va adentrando en una serie de vericuetos filos?ficos aderezados con un toque de humorismo un tanto turbio. MINOTAURO ?Crimen o Sacrificio? Por: Sergio Ochoa Copyright ? 2020 - Sergio Ochoa Meraz A Don Sergio, mi padre A Don Jorge, mi amigo Buen viaje caballeros; As? Sea Toda historia deber?a tener un final feliz Cap?tulo 1 Un Polic?a Roberto Velarde es un polic?a de cepa, de cantera; se podr?a decir que lo fue pr?cticamente desde el momento de ser concebido. Mirar hacia atr?s en su historial familiar es el equivalente a desempolvar placas, nombramientos y fotos de tipos rigurosamente uniformados por aqu? y por all?. ?l lo tuvo siempre claro, tan claro que en sus a?os de mocedad renunci? a los placeres mundanos para dedicarse de lleno a la academia en el Distrito Federal. En sus entra?as permanec?a el ardiente deseo de ser detective, de resolver los peores cr?menes; de vivir encumbrado. Ser algo as? como la versi?n mexicana de Dick Tracy -el de las historietas de los domingos- Pero la pol?tica, la grilla interna de las corporaciones y los intereses ajenos se encargaron de apagar en ?l poco a poco la llama de la justicia hasta extinguirla casi en su totalidad; en m?s de una ocasi?n Velarde presenci? la compra-venta de la justicia, las corruptelas; el precio con el que se tasa la legalidad. Si hab?a decidido seguir siendo polic?a era m?s por un gesto rom?ntico que por otra cosa, tal vez tambi?n por vocaci?n. Muy en su interior a?n se alojaba esa necesidad imperante de arreglar, de componer, de marcar una diferencia; de distinguirse. Cuando Roberto Velarde era a?n muy joven, a la edad de 19 a?os, fue invitado por el mismo Dr. Alfonso Quiroz Cuar?n, -amigo cercano de su padre y a fin de cuentas paisano- a que se incorporara como interno al equipo de trabajo que investig?, reuni? e integr? los expedientes que resultar?an en la captura de los criminales que resultaron ser los personajes de la ?poca, entre ellos uno que pondr?a al Distrito Federal en el foco de la prensa sensacionalista de ese momento y en serios art?culos period?sticos que le dieron la vuelta al mundo, pues se trataba nada m?s ni nada menos, que de Gregorio C?rdenas Hern?ndez, alias ?el Goyo C?rdenas?. Estos fueron momentos decisivos en su formaci?n, en su hambre de investigador; el mundo de la psicolog?a criminal a la que tuvo acceso d?a a d?a gracias a la tutela de Quiroz Cuar?n termin? por perfilar en ?l a un estupendo agente de la polic?a judicial federal (habilidades y conocimientos que de igual forma le permitieron aventarse sus liebres como encubierto de la Polic?a Secreta cuando hubo ocasi?n para ello). Pero eso fue hace mucho tiempo, esa voz interior y el deseo de trascender ya se hab?an opacado casi en su totalidad. Al d?a de hoy han pasado ya casi cuarenta a?os desde entonces y Velarde, con el grado de Capit?n se desempe?a como detective en el ?rea de homicidios de la Ciudad de Chihuahua capital. No hay mucho trabajo que digamos, al menos no comparado con el de d?cadas anteriores; ahora el grupo delictivo que lidera un afamado narcotraficante de Guadalajara y pr?fugo de la justicia tiene, al parecer, muy ocupadas a las distintas autoridades en otros rubros, ya sea para bien o para mal; Velarde y su experiencia ya no son tomados en cuenta, igualmente para bien o para mal. Si tan solo ellos supieran que este tipo tiene m?s tablas en espionaje que cualquier militar en activo y que en su momento fue el disc?pulo favorito de Marcelino Garc?a Barrag?n; pero la gente olvida pronto y ninguno de sus compa?eros de trabajo lo relacionan con ?esos veteranazos?, al menos as? los recuerda y refiere ?l -para s? mismo- sobre todo cuando escucha de los novatos las barbaridades y tonter?as en las que incurren al hacer sus investigaciones e integrar sus expedientes. Velarde compensa la jornada con horas extras haciendo tareas de oficina, para sorpresa de muchos es realmente bueno para capturar archivos y hacer diversas tareas en la IBM PC 5150; la gran habilidad de mecan?grafo que tuvo desde joven la ha conservado hasta su edad adulta. Ahora en lugar de utilizar aquellas hojas de papel carb?n respalda la informaci?n en discos flexibles de 5? ? y cuando hay necesidad de integrar un expediente el ruido de la impresora de punto matriz no cesa; adem?s estiba cajas, cose expedientes y rescata papeler?a de las feroces ratas. Ah?, en el archivo muerto es en donde se da tiempo para husmear y ponerse al tanto de todo, pr?cticamente vive ah? y por mucho que los nuevos agentes guarden celosamente -y bajo llave- sus expedientes, terminar?n en una caja apil?ndose en la muralla que protege a Velarde de cualquier sitio. Ah?, en donde las m?quinas de escribir Remington estar?an ?temporalmente? antes de ser desechadas o donadas a otra oficina y llevan ya seis a?os una arriba de la otra; ah? en donde el olor de humedad a?eja y el polvo acumulado forman una capa tan densa como la nata, es ah? mismo donde los recuerdos fugaces de un ayer din?mico acorralan a un polic?a que ve con recelo e incredulidad el tener que retirarse, alg?n d?a cada vez m?s pr?ximo. ?Qu? har?a despu?s? Se preguntaba con frecuencia. ?Se convertir?a en un Detective Privado, de esos que ?nicamente contratan para exhibir a maridos infieles? Ya no habr?a un combate real al crimen, ni la oportunidad de resolver alg?n caso que le pusiera en los peri?dicos, que lo llenara de fama. Nada es como en las pel?culas; nada. Cap?tulo 2 Jorge Sue?a La noche del mi?rcoles 5 de agosto de 1982 la luna llena se apoderaba de la plenitud del cielo de la ciudad de Chihuahua, las noches a?n no eran del todo frescas, pero ya hab?an dejado de ser calurosas. El viento comenz? a soplar y a recorrer las calles, los gigantescos ?lamos se comenzaron a mecer extra?ados; a?n faltaba un poco para que asomaran su caracter?stica hojarasca oto?al. La luz de la luna se vest?a con el follaje de estos ?rboles cuando una repentina r?faga de fr?a ventisca se col? desde alg?n lado y fue a dar al interior de la habitaci?n del Licenciado Jorge Ledezma a trav?s de un resquicio en la ventana, mientras ?l se estremec?a v?ctima de una pesadilla. So?aba con un d?a cualquiera de su infancia chave?era: corr?a por la banqueta de la calle Espejo de regreso de la tienda, tra?a en la mano una bolsa de papel a reventar de caramelos -ya hab?a adelantado a la boca un par de ellos- y casi a la entrada de una vecindad choc? contra las piernas de una mujer que se le apareci? de la nada, ?por poco la derriba!; era una mujer alta y esbelta, de aspecto sobrio aunque a la vez sombr?o, ten?a una frondosa cabellera rubia casi platinada que enmarcaba un rostro cuya mirada era profunda aunque vac?a. La mujer se inclin? hacia ?l y con cierta familiaridad le sujet? de los hombros con ambas manos, le dijo con una voz ronca; ?spera: ?cuando est?s listo me so?ar?s y entonces te dir? qu? hacer? ? Jorge despert? de un sobresalto, al tiempo que la puerta de su cuarto se cerraba con estr?pito estrellando uno de sus cristales de ornamento. Se qued? inm?vil, confundido? sudaba fr?o y mientras jadeaba y ve?a hacia arriba el peque?o candil que oscilaba acompasado del ruido provocado por el viento; no pudo evitar pensar en la espada de Damocles. La ma?ana siguiente se apur? para resolver sus pendientes, sali? de su casa sin desayunar ?como sol?a hacerlo casi todos los d?as- camin? un par de calles abajo hacia el Paseo Bol?var en donde abord? un taxi para dirigirse a su oficina, la cual est? ubicada en el primer cuadro de la ciudad; ah? le esperaba ya un cerro de expedientes por revisar. Su trabajo como asesor t?cnico del Congreso del Estado comprend?a, entre otras cosas, revisar que las ocurrencias de los diputados locales y sus ganas de destacar en tribuna con planes, programas, reformas e inquietudes no incurrieran en incongruencias log?sticas o contradicciones constitucionales; o ambas; lo cual era lastimeramente com?n. Pareciese que en cada legislatura estos arrebatos fueran en ascenso. Hab?a mucho material para sumergir la nariz y documentar contra los c?digos, reglamentos y vadem?cums, pero una idea se hab?a quedado presente en su mente. Eso que le despert? agitado durante la madrugada ?hab?a sido un sue?o, una premonici?n o parte de un recuerdo? ?Algo previamente vivido de lo que no lograba recordar nada? La imagen era n?tida pero su origen impreciso? ?hab?a sucedido? ?Se top? alguna vez con esta mujer? ?Exist?a? ?Existi?? Los recuerdos de la infancia no le eran muy claros del todo, Jorge era un adulto joven pero no gustaba de coleccionar ese tipo de an?cdotas, prefer?a evocar las mocedades de la chavalada, las vivencias de la adolescencia y su llegada a la capital, a donde se larg? de su querid?simo Ciudad Ju?rez para convertirse en chihuahuita, siempre for?neo con ganas de partir de regreso a su terru?o, pero de alguna manera casado con la capital. A ?l, como a muchos fuere?os la capital del estado de Chihuahua le recibi? y trat? de maravilla, no ?nicamente por la hospitalidad tan hartamente pregonada de esta ciudad, sino por m?rito propio, pues result? ser un estudiante destacado de la facultad de Derecho, de esos aborrecidos por algunos compa?eros por ser los favoritos de los facultativos; sobre todo de los veteranos, de esos a quienes la c?tedra les es m?s una deuda del partido pol?tico que les agremi? desde nacencia y reconocimiento a su militancia, m?s que por actividad vocacional. As? lo era para algunos de ellos, m?s no para todos y Jorge los supo identificar con facilidad, aunque nunca abus? de su cercan?a ni se vali? de ella para aprobar ninguna materia. Al estudiante fuere?o, al chave?ero le gustaba la ret?rica y la declamaci?n; disfrutaba de sus participaciones y pronto cultiv? amistad con los otros alumnos destacados de la facultad, de distintos semestres; se dio a conocer por tener una gran habilidad para interpretar y rese?ar libros; era un hermeneuta nato. Su ment? regres? del recorrido de recuerdos y no repar? en la hora que era, hasta que escuch? algunos murmullos provenientes de las oficinas vecinas, la gente comenzaba a despedirse para irse a comer, Jorge ni siquiera se hab?a dado tiempo de salir a deleitarse con uno de los exquisitos burritos de machaca con huevo que vend?a do?a Rosy en su c?lebre y cercano estanquillo, apenas a unos pasos del edificio en donde trabajaba. Cuando Jorge no estaba en su despacho andaba como pez en el agua por todo el Palacio de Gobierno; siempre le pareci? poco prudente que la oficina del Gobernador y el H. Congreso del Estado estuviesen en el mismo lugar, pero ya era una costumbre de la que nadie disent?a. Intent? sumirse de nueva cuenta en la lectura pero ya le fue imposible concentrarse en algo que no fuese la noche previa, ?cu?ntas ocasiones iban ya en que ten?a este sue?o? ?Dos? ?Tres? Y ?qui?n era la mujer rubia? ?Alguna maestra de la primaria? ?Alguna vecina? El trabajo se estaba complicando un poco y la mente necesitaba una v?lvula de escape sin duda, adem?s ya era jueves, as? que una visita ligera a la centenaria cantina La Antigua Paz por un par de ?jaiboles? estaba m?s que justificada; una gran ventaja eso de que estuviera ubicada a menos de dos cuadras de su casa; a tiro de piedra como dec?a ?l. Cap?tulo 3 El Pap? de Mariana Mariana perdi? a su padre cuando ten?a diecisiete a?os, aunque referirse a este evento como una p?rdida al principio a ella le cost? mucho trabajo. No fue sino el tiempo quien se encarg? de poner algunas cosas en su lugar y por l?gica consecuente, de desacomodar algunas otras. S?, para los dem?s era una p?rdida, una gran p?rdida y as? lo manifestaba ella a manera de convenio social. Mariana sab?a muy bien c?mo tratar con estas convenciones sociales; ahora, siendo psic?loga se dedica a la elaboraci?n de perfiles a trav?s de ellas. Su padre hab?a elegido para ella un futuro de provisi?n, pero dependencia, con todo y que el Ingeniero Salgado era un hombre culto nunca abandon? la idea costumbrista de que la mujer estaba mejor en su casa: ?l pensaba con bastante celo que era asunto del hombre salir y hacerse cargo de la probidad, adem?s de no tener que rendir cuentas a nadie -menos a la mujercita- del ?qu?? o ?c?mo? Poco antes del deceso del patriarca de la familia Salgado las ri?as familiares eran el pan y la sal de todos los d?as, incluidos los fines de semana en el que las salidas a los restaurantes y dem?s eventos de la vida social se pospusieron hasta nuevo aviso, para evitar los sinsabores p?blicos. Mariana desafi? a su padre y todo lo que ?l representaba desde el momento en que le reproch? llevar una doble vida y andar de ?ojo alegre?, no le fue dif?cil reprocharle asistida de toda raz?n que el Ingeniero ten?a al menos un par de hijos fuera de su matrimonio. Esa ni?ita que le acompa?aba a todos lados, a tomar helado y buscar libros antiguos era ahora una se?orita caprichosa, consentida y contestataria que buscaba respuestas, que hac?a sentir inc?modos a sus padres; que se sent?a menospreciada por no haber sido var?n: -Ya te dije lo que debes de hacer Marianita, ?por qu? hab?a de repetirlo? + ?Ya mam?! ?Te dije que no quer?a ir! ?No me gustan esas reuniones y me aburro escuchando siempre lo mismo! -Hija, es importante para tu pap?, ?Para la familia! ?Debemos ser justamente eso, una familia y apoyar a tu padre! No te quiero ah? con tu carota, no hagas desatinar a tu pap? que bastantes presiones tiene ya en su... +?Trabajo, s?, ?ya s?! ?La misma cantaleta de siempre! ?Me desespera mam?! ?Por qu? no me lo pide a m?? ?Por qu? te usa de mandadera? -M?s respeto Mariana, ?No soy mandadera de nadie ?y si no te lo pide a ti es porque sabe que lo rechazar?s, que le dir?s que no y que luego te le aventar?s encima con tus tonter?as!? + ?Cu?les tonter?as mam?? Solamente quiero saber ?por qu? tanto misterio? ?Qu? esconde? -No esconde nada, es mi esposo y lo es desde antes de que nacieras, creo conocerlo mejor que t? y ?no esconde nada! ?Al decir esto sab?a que ment?a? se ment?a a s? misma- +S?? antes de que yo naciera era mejor, ?verdad? -Ah? vas otra vez con lo mismo, ?qu? fastidio Mariana! No, no hab?a salida o conclusi?n definitiva en estos arranques de interrogatorio con la calidad de la Gestapo, el ambiente r?spido que ocasionaba el encontrarse con la antes mocosa agradable y ahora adolescente intratable hab?a orillado al Ing. Salgado a ensimismarse a?n m?s y pr?cticamente vivir en la biblioteca de la casa, lugar donde deliberadamente no hab?a un televisor, ni una radio que llamaran la atenci?n de la jovencita, qui?n prefer?a tirarse de panza en la sala a hojear revistas y hablar por tel?fono con las amigas del colegio. Aquellas tardes de ensue?o en donde el Inge y su bella hijita Mariana corr?an por el jard?n sujetando un rehilete, se sentaban en la fuente a comer helado o se tiraban de espalda a ver el cielo y buscarle forma a las nubes hab?an quedado atr?s para darle una forma de rencor en el coraz?n de la Sra. Julia Viuda de Salgado, por la irreparable p?rdida de su esposo el Inge, y se?alar como ?nica responsable a Marianita y sus est?pidos caprichos: estudiar Psicolog?a... ja! como si fuera necesario que estudiara m?s all? del bachillerato, si bien que se pudo haber casado con cualquier buen mozo que se le aperson? y llenarla de nietos ?pens? alguna vez la viuda- pero esas ganas de valerse por s? misma y hacer las cosas a su modo eran m?s propias de un hombre, un var?n. Ese que nunca lleg?. El Ing. Mario Salgado muri? de un infarto fulminante mientras estaba en la biblioteca de su casa, su refugio; su santuario. Se encontraba revisando, por decirlo as?, un libro que por accidente recibi? Jacobo Aguilar en su librer?a. No formaba parte de ning?n pedido, ven?a dentro de una caja junto con otros libros que s? hab?an sido solicitados a una editorial del Distrito Federal, pero este tomo en particular ven?a embalado con mucho cuidado, envuelto en hojas de peri?dico y tela, atado con manta. Se trataba de un volumen en espa?ol de finales del a?o 1800, pesaba un poco m?s de dos kilos y se encontraba en perfectas condiciones. Jacobo ya le hab?a le?do en su totalidad y elabor? una estupenda rese?a que se comparti? en la m?s reciente tenida cerrada, celebrada en la Logia de la que ambos formaban parte. Pero algo no lograba terminar de entender, algo que definitivamente ?no cuadraba? ?c?mo es que hab?a aparecido ese libro dentro de la caja?, eso le provocaba una extra?a sensaci?n de inquietud, de desaz?n. Siendo un hombre de ciencia, o al menos as? era como le gustaba verse a s? mismo, Jacobo sinti? un alivio cuando el Ing. Salgado le pidi? el libro prestado para llev?rselo a su casa. No dud? en acceder, de hecho, estaba a punto de pedirle que se lo llevara; pero tampoco quer?a perderlo. Era una especie de capricho: lo quer?a propio, pero no deseaba tenerlo cerca, as? que la petici?n le vino bien. El Ing. Salgado no se obsesion? con la lectura de este libro que inclu?a algunas obras de Wagner, ya las hab?a le?do en otros tomos. Lo que s? le llam? mucho la atenci?n fue el cuidado que se tuvo en la traducci?n. Cap?tulo 4 Feliz Cumplea?os Jorge entra al bar de un conocido restaurante que est? justo en una de las cuatro esquinas que forman la Avenida Col?n y la Avenida Ju?rez. Este lugar es, por as? decirlo uno de sus centros de operaciones, ?el de manteles largos?. La sed habitual del fin de semana le invade, busca una mesa y la ocupa, despu?s de ello saluda al mesero, pone al d?a su cr?dito y se dispone a comenzar con su acostumbrado ritual de embrutecimiento, el de casi todos los viernes. A escasos metros de su mesa un grupo de amigas se ha reunido para celebrar un cumplea?os; el de Mariana Salgado: una mujer alta, de tez clara y cabello oscuro, el d?a de hoy cumple 29 a?os de edad. Mariana tiene una voz gruesa, presencial, que de inmediato captura la atenci?n de Jorge, quien no tiene oportunidad de disimular en lo absoluto su sorpresa ni su incipiente inter?s. Pero al parecer no es el momento de cortejar, las amigas ci?en de inmediato un cerco territorial en torno a Mariana y Jorge respeta dicho l?mite. Saluda a las damas con un gesto galante y sin morbo, instruye al mesero para que les sirva una ronda de bebidas en su nombre, aunque sin af?n de perturbar. - ?Miguel! + ?Qu? se le ofrece mi Lic.? - ahorita en una chancita inv?teles a esas damas una ronda de lo que sea que est?n bebiendo, pero, as? como es usted, ?con mucha educaci?n! + ?Claro mi Lic.! - Espere un par de rondas y luego? +?Tr?cales! ?As? como dice usted mi Lic.! - As? mero Mike, ?sin piedad! ?Jajajajaja! -R?en los dos. Las damas est?n siendo quiz?s demasiado ruidosas, entregan a Mariana sendos regalos y ella los agradece con detalle, viendo directamente a los ojos a cada una de ellas; en orden y con calma; no hace movimientos bruscos y se asombra con una gran naturalidad, pero sin perder nunca la postura, es toda una maestra en el oscuro arte de la comunicaci?n no verbal y asimismo muy buena en eso de cultivar amistades. - ?Qu? b?rbaras muchachas: Andrea, Luisa, ?No debieron haberse molestado! ?Este bolso debi? costarles una fortuna! - ?Ni tanto Marianita! ?Adem?s sabemos que te gustan mucho! +S?, -agreg? Luisa- ?lo que nos cost? un mundo fue ponernos de acuerdo! ?Qu? dif?cil eh! ?Mira que m?s te vale que lo uses tooodos los d?as, que casi pierdes dos amigas! Jajajajaja! Soltaron las carcajadas todas. Andrea, una de las amigas de Mariana no ha dejado de voltear con discreci?n a ver hacia la mesa del vecino, entre atisbo y atisbo reconoci? a un se?or joven, que muy al principio mostraba un inter?s evidente en su mesa, quiz?s por el arg?ende, o quiz?s se fij? en alguna de ellas, pero las ?ltimas dos veces que ha virado para verle lo ubica con la mirada vaga, algo extraviada, da la impresi?n de que est? distra?do pensando en algo m?s. Ha transcurrido ya el tiempo equivalente a dos bebidas, una cerveza en el caso de Jorge, quien advierte que todas o casi todas las compa?eras de Mariana son casadas, todas menos ella. Espera paciente a que el mesero llegue hasta su mesa y entregue a cada una sus bebidas, las mujeres se sorprenden y cuestionan al mesero, quien les indica que: ?son cortes?a del caballero de aquella mesa-, quien les desea una grata velada y a usted un muy feliz cumplea?os!? Mariana enrojece, Miguel el mesero domina su oficio a la perfecci?n y lo hace muy bien de emisario. El hielo se ha roto, bebida en mano las damas brindan a lo lejos y Jorge alza su vaso, desea feliz cumplea?os y establece contacto visual con Mariana, quien al final de su tertulia seguramente ir? a buscarle hasta su mesa. El festejo concluye, le sigue una reuni?n familiar en casa de Mariana. A la voz de ?v?monos juntas? le sigui? una solitaria de ?ahorita las alcanzo, no me tardo? las damas sonrieron maliciosamente, pero asintieron a la petici?n sin reparos, mientras lanzaban miradas de desapruebo y sospecha sobre la persona de Jorge, quien sosten?a un vaso que posaba sobre la mesa, estaba verdaderamente absorto en sus pensamientos; en ese momento Jorge no estaba ah?. Mariana se aproxim? a la mesa de Jorge, llevaba puesto un vestido de colores s?lidos, muy conservador y un discreto conjunto de perlas alrededor del cuello que empataban con su juego de pendientes. Nadie personificaba mejor el look de Diana Spencer que ella, pero con el cabello oscuro. Salud? con su ronca voz, sacando con ello a Jorge de su ausencia: - ?Me puedo sentar? Pregunt? mientras sacaba su bolso Halston tipo clutch debajo su brazo derecho para posarlo elegantemente sobre la mesa, el brillo de los detalles de metal de entre la piel ilustraron coquetamente la escena. + ?S?, claro! Respondi? Jorge mientras se le quedaba viendo como intentando reconocer a una completa desconocida Con un poco de verg?enza Mariana pregunt?: ?me recuerda? Soy la del cumplea?os, estaba sentada all? hace un momento. Y se?ala la mesa en la direcci?n en que se ubica, con una mueca de sonrisa + Ah, desde luego, disculpe, se puso de pie para recibirle: Jorge Ledezma a sus ?rdenes, extendi? la mano para saludarle, me agarr? un poco distra?do d?ndole vueltas a un asunto... - Mariana Salgado -mucho gusto- correspondi? al gesto protocolario, si est? usted ocupado lo dejamos para mejor ocasi?n, revir?. -No? no, disculpe usted. No es de gran importancia y creo que ya le he dedico suficiente tiempo y en realidad no logro concluir nada. Ambos ocupan sus respectivos equipales, esos caracter?sticos sillones de este bar. + Lleva usted una sortija muy linda, ?regalo de su padre? Jorge lanz? un dardo envenenado sin propon?rselo Su intenci?n nunca fue incomodar ni sacar del balance que la dama ya se hab?a apropiado, no fue algo siquiera pensado, pero de haberlo sido se parecer?a mucho al sonido del golpe que despide un bate de madera cuando se conecta un ?hit? macizo directo al jard?n central. Mariana enrojeci? s?bitamente, tuvo un recorrido mental desde su adolescencia: el d?a en que recibi? el anillo como obsequio, ahora la ausente era ella? - ?S?!, mi pap? me lo regal? cuando sal? de preparatoria, era de ?l y lo mand? ajustar para que me quedara a m?. Mariana se retir? el anillo y lo puso en manos de Jorge, quien lo observ? con autentico cuidado y detalle. Se trataba de una pieza de oro de 14 quilates, con grabados en los hombros, en uno de ellos, el escudo de la logia mas?nica del rito escoces de El Paso Texas, en el otro una ?equis? formada de dos pergaminos enrollados sobre una hoja de olivo, distintivo del grupo al que pertenec?a el antiguo due?o como custodio de la biblioteca y secretario de acuerdos, sobre la montura el cl?sico comp?s y la escuadra, emblema de la masoner?a y debajo de ?l dos rub?es y las siglas G11. Mariana nunca se hab?a quitado de su dedo esa pieza para mostrarla a nadie, s?bitamente cay? en la cuenta de ello, pero no se incomod?, por el contrario, su reacci?n fue tan natural y c?moda que hasta sinti? algo de familiaridad. - ?Es usted mas?n?, pregunt? Mariana, o ?c?mo lo supo? + Jorge minti?: ?no!, pero trabajo desde siempre con muchos de ellos. Mariana sab?a que la primera parte de la respuesta era mentira: - ?Ah, s?, y ?a qu? se dedica usted?? + Soy empleado de gobierno, de profesi?n ?leguleyo? - ?C?mo? + Abogado, ?pero no litigante! - ?Ah no?, ?entonces de cu?les? + De los que asesoran ?nicamente? ?Y qu? sigue como parte del festejo? Mariana se incomod? de nuevo, no estaba acostumbrada a tantas preguntas y en s?lo un momento Jorge ya sab?a m?s de ella de lo que mucha gente le conoc?a en a?os de tratarle. - Pues nos reuniremos en casa, ser? algo familiar? sinti? que su respuesta carec?a de cortes?a y recul? titubeante para despu?s pensar en voz alta. ?la verdad es que no sabr?a si fuese buena idea invitarle, no deseo ser pedante, pero mis amigas y mi familia? ay, qu? contrariedad!?-se sinti? entre la espada y la pared- + Descuide, no se sienta inc?moda, comprendo. Ya habr? oportunidad de coincidir, yo frecuento este lugar con bastante regularidad. El buen Mike puede dar testimonio de ello, ?Cierto Mike? Ahora el mesero era quien se pon?a de colores, aunque estaba de pie a una distancia prudente nunca pens? que Jorge lo fuera a incluir en la charla, muy contento asinti? a la menci?n de su persona con un gesto de aprobaci?n silente, Jorge levant? su vaso ligeramente para saludarle y despu?s de ello darle un trago al final de su segunda cerveza. -Mire Jorge, ya estamos aqu? y si lo dejamos a la suerte ser? dif?cil coincidir, perm?tame darle mis datos, ?nicamente deme oportunidad de llegar primero a casa; mi madre debe estar como loca ya; lo espero, ?no me vaya a fallar! + ??Nuncamente lo har?a!? tom? la tarjeta de presentaci?n y la llev? al bolsillo interior de su saco. Com?nmente Jorge no atiende a este tipo de invitaciones, asume que representan ya en s? un compromiso y es lo que menos desea, bebi? un par de cervezas m?s y estaba decidido a quedarse ah? pero hab?a algo extraordinario en esta ocasi?n y repentinamente deseaba investigar este impulso, no eran ?nicamente las largas piernas de Mariana, era algo que necesitaba abordar con -riguroso escrutinio acad?mico-, se dec?a a s? mismo sonriendo, como justificando la decisi?n de atender la invitaci?n de Mariana. Cap?tulo 5 Maestro Jacobo El amigo m?s cercano del Ingeniero Salgado era el Maestro Jacobo Aguilar, adem?s de ser compa?eros de Logia y tener el mismo grado, compart?an un rancio gusto por la lectura, eran un par de eruditos que sol?an pasar largas horas revisando libros y compartiendo datos, ya fuese como parte de las tareas propias de la custodia de los libros de la Logia o como jornada personal; parec?an un par de chiquillos cada vez que llegaba un embarque de alguna casa editorial, o un pedido especial. El maestro Jacobo Aguilar era el propietario de la Librer?a El Comp?s, ubicada en la esquina de la Calle Libertad con la Calle 15?, en el centro de la Ciudad. Cuando Jacobo recib?a por mensajer?a una de esas cajas con libros de inmediato notificaba v?a telef?nica al Ingeniero Salgado, quien cancelaba todos sus compromisos para ese d?a, iba a su casa, com?a con prisa y se acompa?aba de su peque?a hija para ir a la librer?a del T?o Jacobo. De camino se deten?an a comprar helado, o cacahuates o alguna golosina para aderezar el evento. La peque?a Mariana sol?a adem?s llevar sus libros para colorear y su surtid?sima lapicera, bueno, al menos as? eran esas visitas mientras Mariana era a?n una ni?a. Una vez que creci? perdi? el inter?s por acompa?ar a su padre a donde fuera y ya siendo una adolescente no toleraba siquiera estar cerca de ?l. El ?ltimo volumen del diario de Jacobo Aguilar era el Tomo XVI, comenzaba a finales del mes de julio de 1971 y llegaba hasta el mes de febrero de 1972, en ?l se relataba a veces con detalle, a veces de manera superficial el d?a a d?a personal, reuniones, temas tratados, compras y ventas de sus libros, citas, pendientes y hasta las visitas al m?dico eran citadas en ese texto. Este volumen estaba bajo el celoso resguardo de Do?a Julia viuda de Aguilar, quien recorr?a con doloroso detalle los ?ltimos meses de la vida de su compa?ero, de su amigo, tratando de entender qu? hab?a sucedido. El empastado ten?a ya las marcas de la lectura obsesiva; fren?tica. La t?a Julia se hac?a acompa?ar por las tardes y las noches de insomnio de ese diario, al que deshojaba incesante, buscando respuestas, en anhelo de consuelo, fortificando su postura, convencida de su pienso. Jacobo no hab?a muerto en un accidente, hab?a algo m?s, ?no se trataba de algo fortuito! Jacobo ya no estaba, no f?sicamente, pero dej? una seria de pistas -al menos eso pensaba su viuda- una ruta se?alada con migajas de pan que deb?an de ser seguidas, que conduc?an a alg?n lugar; que podr?an revelar mucho. La orilla del hilo que at? Teseo a la puerta del laberinto para encontrar de nueva cuenta la salida. ?nicamente hac?a falta encontrar la primera pista; la primera se?al. Julia estaba segura de que el diario era un distractor, ni siquiera un referente, el mensaje deber?a estar oculto en la vieja librer?a, propiedad de Jacobo. La T?a Julia no tomaba como literal mucho del diario, sab?a de Jacobo y sus met?foras; se divert?a con ello. Pod?a referirse a una visita al mercado de la calle cuarta vieja como un viaje a tierra santa, los trabajos de contabilidad de sus amigos estaban citados como el zool?gico y los changos; as? era Jacobo Aguilar, todo un enigma; un divertido enigma. Cap?tulo 6 Fantasmas El trabajo de Velarde ya es m?s que nada rutinario, mon?tono. Hace muchos a?os que dej? de ser tedioso; cuando le importaba invertir el tiempo en algo m?s pudo haberlo sido, pero ya no. Hac?a pasado ya alg?n tiempo en que decidi? abandonar las calles para refugiarse en el ?rea de archivos, las rodillas ya no le daban el mejor de los servicios; el s?tano del edificio que albergaba las oficinas de la polic?a judicial federal se hab?a convertido en su refugio, en su santuario. Cientos de cajas apiladas y enmohecidas le brindaban su mejor compa??a. Aunque Velare ya no patrullaba conservaba su arma de cargo, la lleva siempre consigo, abastecida. Dista mucho de ser nueva, pero le conservaba en buen estado. Haberla recibido de manos del propio Gustavo D?az Ordaz le conced?a, por decir lo menos, permiso de portaci?n vitalicio. A Velarde le inquieta permanecer relegado, si bien podr?a admitir que al principio le resultaba c?modo tener una participaci?n poco activa dentro del cuerpo policiaco, ?ltimamente se desespera por sentirse oxidado, son escasas las ocasiones en que es considerado para participar en un operativo, ya no se diga en un allanamiento, no cuenta con la confianza expresa de sus jefes; conserva su puesto por sus contactos en el Distrito Federal (que cada vez son menos) y por ser el ?nico elemento que cubre vacaciones, ausencias y tiempo extra sin chistar. Tanto tiempo en este autoexilio en el ?rea de archivo le ha trastornado sin darse cuenta, los ruidos que logran filtrarse desde el exterior poco a poco se han ido transformando en una inc?moda voz interior que lo molesta, que se burla de su vejez prematura, de su falta de m?ritos, de su soledad; le atormenta. Los murmullos, el barullo de oficina, las miradas que no van acompa?adas de sonido alguno; todo le resulta sospechoso. Lo que alguna vez fuera el refugio perfecto ahora le causa ansiedad, le enturbia las ideas, lo altera al grado de sostener fuertes enfrentamientos verbales con sus colegas, todos injustificados. Est? irritable; irascible. La gota que derram? el vaso: un tall?n en el fender de su coche. Roberto entra a la comandancia gritando, lleno de rabia, que habr? de encontrar al autor de semejante canallada y le har? pagar por ello. El exabrupto de Velarde va subiendo de tono hasta pasar de los gritos a una patada al surtidor de agua, el garraf?n de vidrio cae y se hace a?icos contra el piso. El revuelo ha llegado hasta los o?dos del comandante quien abandona su oficina para ver qu? es lo que sucede y al confrontar la escena llama al orden a gritos, pide que limpien el lugar y le ordena a Velarde que le acompa?e. - Velarde?Velarde? ?Capit?n Velarde! + ?S? Se?or! (Velarde sale de su trance y se cuadra) - ?Acomp??eme! (grita la orden) Lleno de verg?enza e intentando recapitular sobre lo acontecido Velarde contempla el rostro de sus compa?eros quienes no dan cr?dito de lo sucedido: el polic?a con m?s experiencia y de car?cter retra?do explot? como una caldera, se expres? de una manera que nadie le conoc?a, lleno de c?lera. Ahora lo invade un sentimiento de verg?enza casi infantil, podr?a decirse incluso que tiene ganas de llorar, como un ni?o despu?s de la m?s terrible de las rabietas. Dentro de s? escucha una voz que celebra lo sucedido ?S?, ?estuvo bien! ?Que sepan que contigo no se juega!... ?ya estuvo bueno! ?Eres el Capit?n Roberto Velarde! Hasta el comandante se cuadr?, ?Lo viste?... ?Est?pidos!- Velarde no se extra?? por la aparici?n de esa nueva voz interior?no pudo evitar sonre?r sard?nicamente mientras se dirig?a a la oficina del comandante, a recibir su llamado de atenci?n. Cap?tulo 7 Segundo Sue?o Al llegar a su casa Jorge cay? rendido, el desgaste f?sico se sum? al cansancio mental -ya eran muchas vueltas de lo mismo- Se durmi?. Era tan pesado su sue?o que ni los zapatos alcanz? a quitarse, se qued? en la misma posici?n durante mucho tiempo, pero a la hora del sereno su cuerpo comenz? a estremecerse, al interior de su sue?o apareci? ?l mismo sentado ante una mesa donde estaba servido un gran banquete, sonri? al levantar una copa de vino, al descansarla sobre los labios dio un gran trago cerrando los ojos, pero al abrirlos encontr? sentada frente a ?l a la rubia: ?Te dije que volver?a!? El sue?o comenz? a inquietar su cuerpo que de pronto luchaba contra la colcha y las almohadas para darse espacio, pero sin lograr despertar. Al interior de su mente la escena transcurr?a, pero ya en otra lid, la inquietud se detuvo y ahora ante esa mesa enorme ?nicamente estaban frente a ?l una botella de vino y dos copas, la misteriosa mujer rubia ya no estaba frente a ?l, sino a un lado, en una actitud cordial, aunque nunca pasiva. Pareciera que hab?a cierta y c?moda familiaridad entre ambos, Jorge beb?a de su copa de vino y miraba ya m?s tranquilo el rostro de la mujer que ten?a por compa?era, en la realidad era una pr?ctica habitual, estar al lado de una chica en la sobre mesa, salir de juerga y tomar un trago? hab?a cierta similitud, aunque esto era un sue?o y la postura receptiva de Jorge era m?s bien algo reverencial, de mayor respeto, a final de cuentas se trataba de una mujer adulta, m?s grande que ?l pero tampoco vieja. De hecho, su rostro era exactamente el mismo que cre?a recordar de ni?o? una blusa de color blanco con escarola serv?a de lienzo a un antiguo relicario que pend?a de su cuello, se cubr?a con un saco tipo chaquet de color rojo p?rpura oscura, muy parecido al reflejo que desped?a el vino al reposar la copa sobre la mesa; un abultada pero bien peinada cabellera desped?a un inmenso brillo, era un resplandor hipn?tico. Jorge nunca hab?a visto a una mujer tan descaradamente rubia y en esta ocasi?n, ya fuese por su edad, y fuese por la reincidencia del asunto descubri? en esta mujer una sensualidad que anteriormente no hab?a advertido. Al parecer la mujer se dio cuenta de c?mo era ahora vista por Jorge y no se incomod? en lo absoluto, muy por el contrario, se sinti? halagada, sirvi? ambas copas de una botella que parec?a no tener fin e hizo cimbrar las paredes de ese comedor on?rico con una potente voz que iba cargada de marcialidad, presencia y sugerida calma: - ?buenas noches, Jorge, ?c?mo has estado??- -buenas noches? bien, gracias. ?respondi? Jorge puntual, seco. - ?no te incomodes Jorge, bebe un poco m?s y plat?came: ?Qu? es de tu vida? ?Te sientes bien aqu?, en la capital? ?Qu? te ha parecido el vino? Esta variedad de uva es mi favorita?? -s?, todo bien. Ya son muchos a?os aqu? en Chihuahua y no tengo planes de regresar a Ciudad Ju?rez- ?por qu? has venido?? - ?ah! Interesante pregunta, ?no te andas en las ramas eh? Pues bien, perm?teme ser brutalmente honesta contigo? Jorge, necesito de ti realmente poco, a lo mucho un favor? nada que encuentres ajeno o imposible, pero definitivamente demanda de entereza. Yo, por decirlo de alguna manera, soy coleccionista? hasta en eso nos parecemos Jorge? ?dijo la dama con una mueca risue?a- ??mira, no lo hab?a advertido as?! Me permit? pasear un poco por tu casa y ?qu? interesante selecci?n de libros posees! Esos instrumentos musicales viejos tambi?n son la locura, mi favorito sin duda es el peque?o acorde?n que tienes sobre la mesita de caf?, esa que tiene algo muy parecido a un mandala pintado a mano?. El sue?o se torn? nebuloso, algo denso, un velo de humo con aroma a violetas cobr? presencia en todo ese sal?n donde se encontraban y de una bocanada inversa, algo que podr?a describirse como c?mara r?pida, el humo desapareci? por completo dejando tras de s? ?nicamente el aroma y revelando que ya no estaban m?s en un lugar desconocido, frente a una gran mesa, ?no! en esta ocasi?n aparecieron en la sala de la casa de Jorge, ese lugar que rara vez utilizaba, sus sillones eran c?modos y la iluminaci?n ideal para una buena lectura, pero ?l siempre prefiri? leer y escribir en la mesa del comedor; era un h?bito que conserv? desde ni?o, quiz?s porque la casa de su madre era peque?a. En ese momento su sue?o ya era c?modo y el escenario familiar, a final de cuentas se trataba de la sala de su casa, tal cual estaba amueblada y ordenada, inclusive con algo de polvo sobre los muebles, se?a de que la se?ora del aseo no hab?a venido desde hac?a al menos un par de semanas, habr?a que investigar -?Qu? fue lo que pas??- Y hasta le caus? gracia darse cuenta de que era el mismo tiempo que ?l mismo ten?a sin visitar esa parte de su casa, no le era necesario, prefer?a ir del recibidor al peque?o patio interior de la casa y entrar directo al comedor que cruzar por la sala. Se qued? pensando en cuando advirti? que la mujer, la mujer intensamente rubia segu?a a su lado, sosteniendo una copa con la mano izquierda y recargada pl?cidamente en el sill?n, sobre la mesa de centro la botella de vino que no se vaciaba y la copa de Jorge a la mitad. La sujet? para darle un trago m?s al tiempo que la dama continuaba con su charla: -te dec?a, mi favorito es ese acorde?n viejito, me recuerda a esos m?sicos que tocaban tangos en la plazuela muy cerca de tu casa? bueno, ?eras apenas un ni?o! - ??es tambi?n mi favorito! Me gusta que sea la primera pieza que se ve al entrar a esa habitaci?n, creo que el cuarto de tele es el lugar ideal para ?l. Soy igualmente afecto a los tangos, encuentro en esa queja y lamento un desahogo con el que me identifico, son t?nicos, con car?cter; ?a veces hasta violentos! Aunque el tama?o de ese acorde?n es m?s bien dulce, no tan grave. Quiz?s se utiliz? para interpretar tarantelas, por eso me gust? tanto, creo que me recuerda mis ra?ces italianas?. - ?Jorge, qu? gusto escucharte tan resuelto, tan confiado. Mis visitas no suelen ser tan prolongadas ?ni tan bien recibidas, debo agregar- de verdad que ?eso s? que no lo advert?! ?Qu? dicha! No recuerdo haber pasado de la segunda copa y ahora siento que podr?a acabarme esta botella, caramba, Jorge, ?eres todo un seductor!? - ?no, yo no? jajaja, es qu? aunque desconozco su origen y poco o nada logro advertir sobre su inter?s en mi persona, reconozco que su compa??a me resulta muy grata. Es extra?o, porqu? s? que no ser? la ?ltima vez que me visite y eso, aunque poco ordinario, ?me da gusto!? La dama solt? una larga y prolongada carcajada, dej? su copa sobre la mesa y recorri? hacia atr?s su cabellera con ambas manos. - ??calla Jorge! ?Qu? b?rbaro! ?No sabes ni qui?n soy m?s no por ello te detienes! ?Eres encantador! ?De verdad que de ninguna manera se me hubiera ocurrido pensar que eras tan divertido! Mira que, visto por fuera, te soy sincera: ?eres bastante ordinario! Vas a tu oficina todos los d?as, con una taza de caf? por desayuno y un cigarrillo en la mano, vestido de traje, tus zapatos lustrados; ?no s? por qu? no utilizas un portafolios?; sales de trabajar y te vas a la cantina, te embruteces en los bares, seduces a diestra y siniestra, no te comprometes?? - ??Diestra era interesante, pero Siniestra result? ser toda una experiencia!? ?se atrevi? a interrumpir Jorge haciendo uno de sus acostumbrados chistes para restarle solemnidad al evento. La mujer estall? de nueva cuenta en sonoras carcajadas, el brillo de sus ojos opac? el de su cabellera, de ellos se rodaron sendas l?grimas de j?bilo, mismas que no tuvo reparo en secar con sus manos, no hab?a maquillaje que estropear, ni toallitas de papel en la mesita. Tras recuperar el aliento se detuvo, ?l esperaba con gusto y relajado lo que la mujer le dir?a a continuaci?n, era ya una situaci?n casi familiar. - ?Jorge, Jorge? hac?a ya mucho tiempo que no se me sal?an las l?grimas, mucho en verdad. Aunque en esta ocasi?n no fue de dolor sino de alegr?a, aquella vez fue por un hombre, triste y lamentable historia que alg?n d?a te contar? si me lo permites. Tengo tantas, pero tantas ganas de platicar contigo que no quisiera irme, pero ya es hora. No te he dicho nada sobre m? y me recibes en tu casa como si perteneciera a ella; el vino fue idea tuya, ?sabes? Debo irme, no quisiera, pero debo. Muy pronto sabr?s de m?, mientras ello ocurre, Jorge, ya es hora de despertar?. Jorge despierta. Cap?tulo 8 Asalto Frustrado ?nicamente el Capit?n Roberto Velarde sabe cu?ndo fue la ?ltima vez que dispar? su arma en contra de otra persona; esto sucedi? la fr?a ma?ana del 15 de enero de 1972, durante un triple asalto bancario que fue misteriosamente frustrado. El asunto se hab?a detallado de la siguiente forma: se trataba de un grupo de j?venes radicales-anarquistas, que desde hac?a varios meses hab?a sido met?dicamente infiltrado y de quienes se sab?a todo, incluido lo que har?an ese d?a. En esa ocasi?n Velarde no ten?a asignada ninguna responsabilidad en particular, estaba trabajando de lleno con un caso de lo que parec?a ser la actuaci?n de un asesino en serie en Ciudad Ju?rez ?en los l?mites de la importante avenida 15 de septiembre-, pero para esta fecha en particular se encontraba franco en la ciudad de Chihuahua y el entonces gobernador ?scar Flores S?nchez se lo pidi? en persona; ?de compas? -?T? nom?s ve y deja que los militares hagan su jale, esto viene desde arriba? pero no me quiero quedar fuera de la jugada, adem?s el cabr?n de Fernando me quiere convertir la ciudad en un pinche Egipto cualquiera, ?est? bien que le soltaron la rienda, pero que no abuse!?. Esa ma?ana en cuesti?n tres militares vestidos de civil pasaron por Velarde muy temprano en un VW sed?n color blanco -seg?n lo acordado- a uno de los muchos estanquillos que se ubican en el hist?rico parque Lerdo, por el lado de la Avenida Ocampo; Velarde vest?a colores s?lidos pero pardos, conforme lo indicaba el manual, no llevaba cartera, ?nicamente su placa, sujetada a la parte interior del saco, sus gafas Persol 649 y su rev?lver Nagant m1895, una rareza sovi?tica de siete tiros calibre 7,62 x 38 mm que le era inseparable. Esta arma llevaba grabadas en su ca??n dos leyendas: por un lado ?Cap. R. Velarde?, del otro lado ?Obsequio Cmdt. Supremo G.D.O. 1969? trofeo recibido de las propias manos del entonces presidente de la rep?blica Gustavo D?az Ordaz por su ?destacada colaboraci?n? durante su sexenio. Velarde junto con tres militares vestidos de civil estaban haciendo guardia a las afueras de la sucursal Chuviscar del Banco Comercial Mexicano, pero la impaciencia le gan? y decidi? entrar, se form? en la fila como un cliente cualquiera, aunque de entre todos los ah? presentes era el ?nico vestido de civil que portaba un arma corta; al menos hasta ese momento. Adentro del banco ubic? al guardia, un tipo muy joven y al resto de los clientes -demasiados para su gusto- ?ojal? no hubiera nadie?, pens?. Hab?a avanzado apenas un par de pasos mientras estaba formado en la fila cuando a la puerta llegaron tres personas gritando ?esto es un asalto?, a partir de ese momento las cosas sucedieron muy r?pido: una joven mujer que estaba adelante de Velarde entr? en p?nico e intent? salir corriendo; se escuch? entonces el primer disparo, una bala la alcanz? y cay? sin vida; uno de los asaltantes abri? fuego contra el guardia, quien virtualmente vol? detr?s de una mampara intentando salvar su vida, aunque minutos despu?s morir?a desangrado; desde afuera se escuchaban disparos, fue entonces cuando cay? al suelo uno de los clientes herido, al mismo tiempo Velarde, que instintivamente hab?a salido de la l?nea de fuego, se dej? caer hacia atr?s impuls?ndose contra el muro que ten?a a sus espaldas y se recarg? en ?l sin perder de vista lo que suced?a. De entre la confusi?n ubic? a uno de los asaltantes cubierto con un pasamonta?a rojiblanco, que disparaba hac?a afuera sin ton ni son, se trataba ya de un enfrentamiento. Los militares no esperaron a que los malhechores salieran del inmueble, ?primer error?; abrieron fuego desde afuera hac?a adentro de la sucursal? ?segundo error? Si los disparos continuaban habr?a quiz?s m?s muertos, ya que algunos de los clientes y empleados se quedaron inm?viles; la sorpresa los dej? al descubierto. Con cuidado y sin hacer gran aspaviento Velarde realiz? un movimiento que ten?a harto practicado: sac? su arma de la fornitura que llevaba fajada por dentro de la cintura del pantal?n; de su costado derecho apareci? su Nagant, lo amartill? con el pulgar derecho, el cilindro gir? y se pos? directamente sobre el ca??n sellando cualquier salida de gas -peculiar caracter?stica de este modelo-, lo sujet? con ambas manos, apunt? con precisi?n y realiz? ?nicamente un disparo a uno de los tres que hab?an entrado al banco, -al que le quedaba m?s franco al tiro-. Tras el disparo cay? un cuerpo al piso, el tiro iba dirigido justo a la frente, lugar por donde entr? la bala causando un da?o mortal. Los disparos cesaron dando pie a los gritos y jaloneos de parte de los militares que entraron al banco a tomar nota de lo sucedido, en el aire a?n flotaba el humo de los disparos y el olor a fierro de la sangre derramada ya pod?a percibirse de entre todo. Velarde se reincorpor? con discreci?n, parec?a que nadie le hab?a notado. Los militares entraron e hicieron lo suyo, dar de gritos y tratar de poner orden, as? como lo hacen con ellos: sin tacto y lanzando improperios a todas voces. ??? ???????? ?????. ??? ?????? ?? ?????. ????? ?? ??? ????, ??? ??? ????? ??? (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=51834762&lfrom=688855901) ? ???. ????? ???? ??? ??? ????? ??? Visa, MasterCard, Maestro, ? ??? ????? ????, ? ????? ?????, ? ??? ?? ?? ????, ??? PayPal, WebMoney, ???.???, QIWI ????, ????? ???? ?? ??? ???? ?? ????.
Наш литературный журнал Лучшее место для размещения своих произведений молодыми авторами, поэтами; для реализации своих творческих идей и для того, чтобы ваши произведения стали популярными и читаемыми. Если вы, неизвестный современный поэт или заинтересованный читатель - Вас ждёт наш литературный журнал.