Çà íèòü ïîñàäî÷íûõ îãíåé, Õâàòàÿñü èñòîùåííûì âçãëÿäîì, Óæå íå äóìàþ î íåé, Ñî ìíîé äåëèâøåé íåáî ðÿäîì: Ïðîâàëû, ðåêè çàáûòüÿ, È íåîæèäàííûå "ãîðêè", Ïîëåòíûé òðàíñ íåáûòèÿ Ïîä àïåëüñèíîâûå êîðêè, Òÿãó÷èé, íóäíûé ãóë òóðáèí - Ñðàæåíüå âîçäóõà è âåñà,  ñòàêàíàõ ïëàâëåííûé ðóáèí, ×òî ðàçíîñèëà ñòþàðäåññà, Èñêóñíî âûäåëàííûé ñòðàõ, Ïîä îòðåøåííî

Un Mandato De Reinas

Un Mandato De Reinas Morgan Rice El Anillo del Hechicero #13 EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros aguerridos e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico. -Books and Movie Reviews, Roberto MattosEL DECRETO DE LAS REINAS es el Libro#13 de la serie de best-sellers EL ANILLO DEL HECHICERO, qu empieza con LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro#1) . En EL DECRETO DE LAS REINAS, Gwendolyn lleva lo que queda de su naci?n al exilio, navegando hacia las hostiles puertos del Imperio. Recibidos por el pueblo de Sandara, intentan recuperarse a escondidas, construir un nuevo hogar a la sombra de Volusia. Thor, decidido a rescatar a Guwayne, con sus hermanods de la Legi?n en su b?squeda a trav?s del oc?ano, a las enormes cuevas que anuncian la Tierra de los Esp?ritus, encontr?ndose con impensables monstruos y ex?ticos paisajes. En las Islas del Sur, Alistair se sacrifica por Erec, pero un giro inesperado podr?a salvarlos a los dos. Darius lo arriesga todo para salvar al amor de su vida, Loti, aunque tenga que enfrentarse al Imperio ?l solo. Pero descubrir? que su conflicto con el Imperio no ha hecho m?s que empezar. Y Volusia contin?a su ascensi?n, despu?s de asesinar a R?mulo, de consolidar su dominio sobre el Imperio y convertirse en la despiadada reina que ten?a que ser. ?Sobrevivir?n Gwen y su pueblo? ?Encontrar?n a Guwayne? ?Vivir?n Alistair y Erec? ?Rescatar? Darius a Loti? ?Sobrevivir?n Thorgrin y sus hermanos?Con su sofisticada caracterizaci?n y construcci?n del mundo, EL DECRETO DE LAS REINAS es un relato ?pico de amigos y amantes, rivales y pretendientes, caballeros y dragones, de intrigas y maquinaciones pol?ticas, de crecer, de corazones rotos, de enga?o, ambici?n y traici?n. Es un relato de honor y valent?a, de sino y destino, de brujer?a. Es una historia fant?stica que nos lleva a un mundo que nunca olvidaremos y que gustar? a personas de todas las edades y g?neros. Llam? mi atenci?n desde el principio y sigui?.. Esta historia es una aventura sorprendente en la que todo pasa r?pidamente, llena de acci?n desde el principio. No encontrar?s ni un solo momento aburrido. Paranormal Romance Guild {acerca de Transformaci?n} Morgan Rice Un Mandato De Reinas (Libro #13 De El Anillo Del Hechicero) Acerca de Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocal?ptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones acerca de Morgan Rice «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico».     -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «Una entretenida fantas?a ?pica».     -Kirkus Reviews «Los inicion de algo extraordinario est?n ah?».     -San Francisco Book Review «Lleno de acci?n…La obra de Rice es s?lida y el argumento es intrigante».     -Publishers Weekly «Una animada fantas?a…Es s?lo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para adultos j?venes».     --Midwest Book Review Libros de Morgan Rice REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) El PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro # 1) AMORES (Libro # 2) TRAICIONADA (Libro # 3) DESTINADA (Libro # 4) DESEADA (Libro # 5) COMPROMETIDA (Libro # 6) JURADA (Libro # 7) ENCONTRADA (Libro # 8) RESUCITADA (Libro # 9) ANSIADA (Libro # 10) CONDENADA (Libro # 11) ?Escuche la saga de EL ANILLO DEL HECHICERO en formato de audio libro! Derechos Reservados © 2014 por Morgan Rice Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. ?sta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Slava Gerj, Utilizada bajo licencia de Shutterstock.com. CAP?TULO UNO La cabeza de Thorgrin iba dando golpes contra las piedras y el barro mientras mientras ca?a por la ladera de la monta?a en ca?da libre, unos cien metros mientras la monta?a se derrumbaba. Su mundo daba vueltas sobre s? mismo y ?l intentaba pararlo, pero no pod?a. Por el rabillo del ojo ve?a c?mo ca?an sus hermanos tambi?n, dando vueltas sobre s? mismos, todos ellos, al igual que Thor, agarr?ndose desesperadamente a ra?ces, a piedras, a lo que fuera, intentando ralentizar la ca?da. Thor se dio cuenta, con cada momento que pasaba, que se estaba alejando cada vez m?s de la cima del volc?n, de Guwayne. Pensaba en aquellos salvajes all? arriba, prepar?ndose para sacrificar a su beb? y la furia le quemaba por dentro. Ara?aba el barro, gritando, desesperado por volver all? arriba. Pero por mucho que lo intentara, poca cosa pod?a hacer. Thor apenas pod?a ver o respirar, mucho menos resguardarse de los golpes, pues una monta?a de lodo se avalanz? sobre ?l. Parec?a que el peso del universo entero estaba sobre sus hombros. Todo estaba sucediendo muy r?pido, demasiado r?pido para que Thor pudiera  procesarlo y, al echar un vistazo hacia abajo, vio un campo de rocas puntiagudas. Sab?a que tan pronto les golpearan, todos ellos morir?an. Thor cerr? los ojos e intent? recordar su entrenamiento, las ense?anzas de Argon, las palabras de su madre, intentaba encontrar la calma dentro de la tormenta, llamar al poder del guerrero que hab?a dentro de ?l. Mientras lo hac?a, sent?a c?mo su vida pasaba r?pidamente por delante de sus ojos. ?Era esta, se preguntaba, su ?ltima prueba? Por favor, Dios, rezaba Thor, si existes, s?lvame. No permitas que muera de esta manera. Perm?teme reunir mi poder. Perm?teme salvar a mi hijo. Mientras pensaba las palabras, Thor sent?a que lo estaban probando, lo estaban obligando a recurrir a su fe, a reunir una fe m?s grande de la que nunca hab?a tenido. Tal y como su madre le hab?a advertido, ahora era un guerrero y se enfrentaba a una prueba de guerrero. Cuando Thor cerr? los ojos, el mundo empez? a ir m?s lento y, para su asombro, empez? a sentir una calma, una sensaci?n de paz, dentro de la tormenta. Empez? a notar un calor que crec?a dentro de ?l, corriendo por sus venas, hacia sus manos. Se empez? a sentir m?s grande que su cuerpo. Thor se sent?a fuera de su cuerpo, mirando hacia abajo, se ve?a a s? mismo cayendo por la ladera de la monta?a. Se dio cuenta en ese momento que ?l no era su cuerpo. Era alguna cosa m?s grande. De repente Thor volvi? a su cuerpo y, tan pronto lo hizo, levant? las manos por encima de su cabeza y observ? c?mo una brillante luz blanca emanaba de ellas. Mand? a la luz que creara una burbuja alrededor de ?l y de sus hermanos y, al hacerlo, de repente la avalancha de barro se detuvo en seco, una pared de lodo rebot? en el escudo para no volver ya hacia ellos. Ellos continuaban resbalando, pero ahora a una velocidad mucho m?s lenta, facilitando que pudieran ir parando gradualmente hasta llegar a un peque?o altiplano cerca de la base de la monta?a. Thor mir? hacia abajo y vio que se hab?a detenido en un agua poco profunda y, all? de pie, vio que le llegaba por las rodillas. Thor mir? alrededor sorprendido. Mir? hacia arriba a la monta?a y vio la pared de lodo congelado, colgando en el aire, como si estuviera preparada para volver a caer hacia abajo en cualquier momento, todav?a bloqueada por su burbuja de luz. Lo admiraba todo, sorprendido de haber hecho todo aquello. “?Ha muerto alguien?” grit? O’Connor. Thor vio a Reece, O’Connor, Conven, Matus, Elden e Indra, todos ellos magullados y debilitados, poni?ndose de pie, pero todos milagrosamente vivos y ninguno con heridas importantes. Se frotaban la cara, cubierta de lodo negro, parec?a que todos ellos hab?an andado a gatas a trav?s de una mina. Thor pod?a ver lo agradecidos que estaban de estar vivos y pod?a ver en sus ojos que cre?an que ?l hab?a salvado sus vidas. Al acordarse, Thor se gir? e inmediatamente mir? hacia la cima de la monta?a con una sola cosa en su mente: su hijo. “?C?mo vamos a subir de nuevo…” empez? a decir Matus. Pero antes de que pudiera finalizar sus palabras, Thor sinti? repentinamente que algo se enroscaba alrededor de sus tobillos. Mir? hacia abajo, perplejo, y vio una criatura gruesa, viscosa y musculosa enrosc?ndose alrededor de sus tobillos y hacia sus espinillas, una y otra vez. Vio horrorizado que era una criatura larga, parecida a una anguila, con dos peque?as cabezas, siseando con sus largas lenguas mientras lo miraba y lo envolv?a con sus tent?culos. Su piel empez? a quemar las piernas de Thor. Los reflejos de Thor reaccionaron, sac? su espada y daba cuchilladas, al igual que los dem?s, que tambi?n estaban siendo atacados a su alrededor. Thor procuraba dar cuchillazos con cuidado para no cortatse su propia pierna y, con un corte, la anguila se solt? y el horrible dolor desapareci?. La anguila volvi? desliz?ndose al agua, siseando. O’Connor buscaba con sus manos su arco, les dispar? y fall?, mientras Elden temblaba al acerc?rsele tres anguilas a la vez. Thor se apresur? hacia adelante y le hizo un corte a la anguila que se dirig?a a la pierna de O’Connor, mientras Indra dio un paso adelante y grit? a Elden: “?No te muevas!” Levant? su arco y dispar? tres flechas r?pidamente una detr?s de otra, matando cada una de las anguilas con un disparo perfecto, tan solo rozando la piel de Elden. ?l la mir? sobresaltado. “?Est?s loca?” grit?. “?Casi me dejas sin pierna!” Indra le sonri?. “Pero, no lo hice, ?verdad?” respondi? ella. Thor oy? un chapoteo y mir? a su alrededor al agua y vio docenas de anguilas m?s avanzando. Sab?a que ten?a que hacer algo para salir de all? r?pidamente. Thor se sent?a agotado, exhausto por haber reunido su poder y sent?a que le quedaba muy poco dentro; sab?a que todav?a no era lo suficientemente poderoso para reunir su poder continuamente. A?n as?, sab?a que ten?a que recurrir a ?l una ?ltima vez, al precio que fuera. Si no lo hac?a, sab?a que nunca regresar?an, morir?an aqu?, en esta charca de anguilas y su hijo no tendr?a ninguna oportunidad. Puede que le costara toda su fuerza, que lo dejara d?bil durante d?as, pero no le importaba. Pensaba en Guwayne, all? arriba, a la merced de aquellos salvajes y sab?a que har?a cualquier cosa. Mientras otro grupo de anguilas empezaba a deslizarse hacia ?l, Thor cerr? los ojos y levant? sus manos hacia el cielo. “En el nombre del ?nico Dios”, dijo Thor en voz alta, “os lo ordeno, cielos, abriros! Os ordeno que nos envi?is nubes para elevarnos!” Thor pronunci? las palabras con una voz profunda y oscura, ya sin miedo de abrazar al Druida que era y sinti? c?mo vibraban en su pecho, en el aire. Sinti? un tremendo calor concentr?ndose en su pecho y, mientras pronunciaba las palabras, sent?a la certeza de que acontecer?an. Se oy? un gran rugido y cuando Thor mir?, vio que los cielos empezaban a cambiar, a transformarse en un lila oscuro, las nubes se arremolinaban y echaban espuma. Apareci? un agujero redondo, una abertura en el cielo y, de repente, una luz escarlata sali? disparada hacia abajo, seguida de una nube en forma de embudo, descendiendo hacia ellos. En unos instantes, Thor y los dem?s se encontraron barridos por un tornado. Thor sent?a la humedad de las suaves nubes arremolin?ndose a su alrededor, se sent?a a s? mismo inmerso en la luz y, unos momentos m?s tarde, sinti? que se alzaba, se levantaba hacia el aire, sinti?ndose m?s ligero de lo que nunca se hab?a sentido. Verdaderamente se sent?a uno con el universo. Thor sent?a como sub?a m?s y m?s, a lo largo de la monta?a hacia arriba, pasando por el lodo, pasand por su burbuja, directo hacia la cima de la monta?a. En unos instantes, la nube los llev? hacia arriba del todo del volc?n y los dej? con delicadeza. Despu?s se disip? con la misma rapidez. Thor estaba all? de pie con sus hermanos y todos lo miraban asombrados, como si fuera un dios. Pero Thor no pensaba en ellos, se dio la vuelta y r?pidamente inspeccion? el altiplano y solo ten?a una cosa en mente: los tres salvajes que hab?a delante suyo. Y la peque?a cunita que hab?a en sus brazos, suspendida en el filo del volc?n. Thor solt? un grito de guerra mientras corr?a hacia adelante. El primer salvaje se gir? para mirarlo, perplejo y, al hacerlo, Thor no vacil?, sino que corri? hacia delante y lo decapit?. Los otros dos se giraron con una expresi?n de horror y, entonces, Thor apu?al? a uno en el coraz?n y despu?s golpe? al otro con la empu?adura de su espada en la cara, tir?ndolo hacia atr?s, gritando, por el borde del volc?n. Thor se dio la vuelta y r?pidamente les arrebat? la cuna antes de que pudieran tirarla. Mir? hacia abajo, el coraz?n le lat?a con fuerza de agradecimiento por haberlo cogido a tiempo, preparado para coger a Guwayne y tenerlo en sus brazos. Pero cuando Thor mir? a la cuna, todo su mundo se derrumb?. Estaba vac?a. El mundo se congel? para Thor mientras estaba all?, paralizado. Mir? hacia abajo al volc?n y vio abajo, a lo lejos, las llamas subiendo hacia arriba. Y supo que su hijo estaba muerto. “?NO!” grit? Thor. Thor cay? sobre sus rodillas, gritando a los cielos, soltando un tremendo grito que reson? en las monta?as, el grito primal de un hombre que ha perdido todo por lo que viv?a. “?GUWAYNE!” CAP?TULO DOS Por encima de la solitaria isla en el centro del mar volaba un drag?n solitario, un peque?o drag?n, todav?a no muy grande, su grito era estridente y penetrante, ya dejaba entrever el drag?n que alg?n d?a ser?a. Volaba victoriosamente, sus peque?as escamas vibraban, crec?an a cada minuto, bat?a sus alas, sus garras sujetaban la cosa m?s preciosa que hab?a tocado en su corta vida. El drag?n mir? hacia abajo, sintiendo el calor entre sus garras y observ? su preciada posesi?n. Oy? el llanto, not? el retorcimiento y  se sinti? tranquilo al ver que el beb? a?n estaba en sus garras, intacto. Guwayne, hab?a gritado el hombre. El drag?n todav?a o?a los gritos retumbando en las monta?as mientras volaba alto. Estaba muy feliz por haber salvado al beb? a tiempo, antes de que aquellos hombres pudieran clavarle sus dagas. Les hab?a arrancado a Guwayne de las manos sin perder ni un segundo. Hab?a hecho bien el trabajo que se le hab?a ordenado. El drag?n volaba m?s y m?s alto por encima de la solitaria isla, hacia las nubes, ya fuera de la vista de todos aquellos humanos de all? abajo. Pas? por encima de la isla, por encima de los volcanes y las sierras monta?osas, a trav?s de la neblina, m?s y m?s lejos. Pronto estaba volando por encima del oc?ano, dejando atr?s la peque?a isla. Delante de ?l se encontraba una vasta extensi?n de mar y cielo, sin nada que rompiera la monoton?a por varios millones de kil?metros. El drag?n sab?a exactamente a donde se dirig?a. Ten?a un sitio al que llevar a este ni?o, este ni?o al que ya quer?a m?s de lo que pod?a decir. Un sitio muy especial. CAP?TULO TRES Volusia se encontraba frente al cuerpo de R?mulo, mirando su cad?ver con satisfacci?n, su sangre, todav?a caliente, rezumaba por sus pies, por los dedos decubiertos por sus sandalias. Se deleitaba con esta sensaci?n. No pod?a recordar cu?ntos hombres, incluso a su temprana edad, hab?a matado, cogidos por sorpresa. Siempre la subestimaban y mostrar lo brutal que pod?a ser era uno de los mayores placeres de la vida. Y ahora, haber matado al mism?simo Gran R?mulo –con sus propias manos, no a manos de alguno de sus hombres- el Gran R?mulo, hombre de leyenda, el guerrero que mat? a Andr?nico y se qued? el trono. El Supremo Gobernador del Imperio. Volusia sonre?a con un inmenso placer. Aqu? estaba, el gobernador supremo, reducido a un charco de sangre a sus pies desnudos. Y todo con sus propias manos. Volusia se sent?a envalentonada. Sent?a un fuego ardiendo por sus venas, un fuego para destruirlo todo. Sent?a que su destino se abalanzaba sobre ella. Sent?a que hab?a llegado su momento. Sab?a, con la misma claridad que hab?a sabido que asesinar?a a su propia madre, que un d?a gobernar?a el Imperio. “?Ha matado a nuestro amo!” dijo una voz temblorosa. “?Ha matado al Gran R?mulo!” Volusia mir? hacia arriba y vio la cara del comandante de R?mulo que estaba all?, mir?ndola fijamente con una mezcla de sobresalto, miedo y respeto. “Ha matado”, dijo abatido, “al Hombre Que No Se Puede Matar”. Volusia lo mir?, con una mirada dura y fr?a, y vio detr?s de ?l a los cientos de hombres de R?mulo, todos vestidos con las m?s finas armaduras, puestos en fila en el barco, todos observando, esperando a ver qu? ser?a lo pr?ximo que ella har?a. Todos preparados para atacar. El comandante de R?mulo estaba en el puerto con una docena de sus hombres, todos a la espera de sus ?rdenes. Volusia sab?a que detr?s suyo hab?a miles de sus propios hombres. El barco de R?mulo, imponente como era, estaba en desventaja num?rica, sus hombres estaban rodeados aqu? en este puerto. Estaban atrapados. Este era el territorio de Volusia y lo sab?an. Sab?an que cualquier ataque, cualquier escapada ser?a in?til. “Este ataque no quedar? sin respuesta”, continu? el comandante. “R?mulo tiene un mill?n de hombres leales a su mandato ahora mismo en el Anillo. Tiene un mill?n de hombres leales a su mandato en el sur, en la capital del Imperio. Cuando tengan noticias de lo que ha hecho, se mobilizar?n y marchar?n sobre usted. Puede que haya matado al Gran R?mulo, pero no ha matado a sus hombres. Y sus miles de hombres, aunque hoy nos ganan en n?mero aqu?, no pueden hacer frente a sus millones de hombres. Buscar?n venganza. Y la venganza ser? suya”. “?Ah, s??” dijo Volusia, acerc?ndose un paso m?s a ?l, sintiendo el filo en su mano, visualizando c?mo le cortaba la garganta y sintiendo ya el deseo de hacerlo. El comandante mir? al filo que ten?a en su mano, el filo que hab?a matado a R?mulo y trag? saliva, como si pudiera leerle el pensamiento. Ella pod?a ver miedo verdadero en sus ojos. “D?jenos marchar”, le dijo. “Env?e a mis hombres de vuelta. No le han hecho ning?n da?o. Denos un barco lleno de oro y comprar? nuestro silencio. Llevar? a nuestros hombres a la capital y les diremos que usted es inocente. Que R?mulo intent? atacarla. La dejar?n tranquila, usted tendr? paz aqu? en el norte y ellos encontrar?n un nuevo Comandante Supremo del Imperio”. Volusia hizo una amplia sonrisa, divertida. “?Pero no ten?is ya delante de vuestros ojos a la nueva Comandante Suprema?” pregunt?. El comandante la mir? peplejo y finalmente solt? una risa burlona y corta. “?Usted? Dijo ?l. “No es m?s que una chica con unos cuantos miles de hombres. Porque haya matado a un hombre, ?realmente cree que puede aniquilar a los millones de hombres de R?mulo? Ser?a una suerte poder escapar con vida despu?s de lo que ha hecho hoy. Le estoy ofreciendo un regalo. Acabemos con esta est?pida conversaci?n, ac?ptelo con gratitud y m?ndenos de vuelta, antes de que cambie de opini?n”. “?Y qu? sucede si no deseo enviarlos de vuelta?” El comandante la mir? a los ojos y trag? saliva. “Puede matarnos aqu?”, dijo ?l. “Eso lo decide usted. Pero si lo hace, lo ?nico que conseguir? es su propia muerte y la de su pueblo. El ej?rcito que vendr? los aniquilar?”. “Est? hablando en serio, mi comandante”, le susurr? una voz al o?do. Se dio la vuelta y vio a Soku, el comandante que ten?a a su disposici?n, a su lado, un hombre de ojos verdes, mand?bula de guerrero y pelo rojo, corto y rizado. “M?ndelos hacia el sur”, dijo ?l. “Deles el oro. Ha matado a R?mulo. Ahora debe ofrecer una tregua. No nos queda otra elecci?n”. Volusia se gir? hacia el hombre de R?mulo. Lo examin?, tom?ndose su tiempo, disfrutando del momento. “Har? lo que me pides”, dijo ella, “y os enviar? a la capital”. El comandante le sonri? satisfecho y se dispuso a marcharse cuando Volusia dio un paso adelante y a?adi?: “Pero no para ocultar lo que he hecho”, dijo. ?l se detuvo y la mir? confundido. “Os mandar? a la capital para hacerles llegar un mensaje: que sepan que yo soy la nueva Comandante Suprema del Imperio. Que si todos ellos se arrodillan ante m? ahora, pueden salvar sus vidas”. El comandante la mir? horrorizado y , lentamente, asinti? con la cabeza y sonri?. “Est? tan loca como se dec?a que lo estaba su madre”, dijo, a continuaci?n se dio la vuelta y empez? a marchar hacia la larga rampa, hacia su barco. “Cargad el oro en los compartimentos inferiores”, grit? sin ni siquiera molestarse en girarse a mirarla. Volusia se dirigi? a su comandante encargado de los arcos, el cual estaba aguardando pacientemente sus ?rdenes, y le hizo un breve gesto con la cabeza. El comandante inmediatamente se dio la vuelta y puso en acci?n a sus hombres y, a continuaci?n, se oy? el sonido de diez mil flechas que se encend?an, apuntaban y eran disparadas. Llenaron el cielo, volvi?ndolo de color negro, dibujando un alto arco de llamas, mientras las flechas encendidas iban a parar al barco de R?mulo. Todo sucedi? tan r?pido que ninguno de sus hombres pudo reaccionar y pronto todo el barco estaba en llamas, los hombres gritaban, su comandante el que m?s, mientras luchaban sin un sitio a d?nde correr, intentando sofocar las llamas. Pero no sirvi? de nada. Volusia hizo de nuevo una se?al con la cabeza y una descarga tras otra de flechas surcaron el aire, cubriendo el barco ardiente. Los hombres chillaban al ser acribillados, algunos tropezaban en cubierta, otros ca?an por la borda. Fue una matanza, sin supervivientes. Volusia estaba all? de pie y sonre?a con malicia, observando satisfecha c?mo el barco poco a poco se iba quemando de abajo hasta el m?stil. Pronto, no quedaba nada m?s que los restos ennegrecidos y ardientes de un barco. Todo qued? en silencio cuando los hombres de Volusia se detuvieron, formados en fila, todos mir?ndola, aguardando con paciencia sus ?rdenes. Volusia dio unos pasos adelante, desenvain? su espada y cort? la gruesa cuerda que sujetaba el barco al puerto. Esta se cort?, liberando al barco de la orilla y Volusia levant? una de sus botas chapadas de oro, lo coloc? en la proa y empuj?. Volusia observaba como el barco se empezaba a mover, cogiendo las corrientes, las corrientes que ella sab?a que lo llevar?an al sur, justo al coraz?n de la capital. Todos ver?an el barco quemado, ver?an los cad?veres de R?mulo, ver?an las flechas de Volusia y sabr?an que proven?an de ella. Sabr?an que la guerra hab?a empezado. Volusia se dirigi? a Soku, que estaba detr?s de ella boquiabierto, y le sonri?. “As?”, dijo ella, “es c?mo yo ofrezco paz”. CAP?TULO CUATRO Gwendolyn se arrodill? en la proa de cubierta, agarrada a la barandilla, sus nudillos estaban blancos mientras ella reun?a la fuerza suficiente para inclinarse y ver el horizonte. Todo su cuerpo temblaba, debilitado por el hambre y, mientras observaba, se sent?a aturdida, mareada. Se puso de pie, reuniendo c?mo pudo la fuerza necesaria y mir? maravillada la vista que hab?a delante de ella. Gwendolyn mir? con dificultad a trav?s de la neblina y se preguntaba si aquello era real o solo un espejismo. All?, en el horizonte, se extend?a una interminable orilla, en la mitad hab?a un concurrido centro con un imponente puerto, dos enormes pilares de oro brillante enmarcando la ciudad que ten?an detr?s, alz?ndose al cielo. Los pilares y la ciudad se te??an de un verde amarillento mientras el sol se mov?a. Las nubes se mov?an r?pidamente aqu?, observ? Gwen. No sab?a si esto se deb?a a que el cielo era diferente en esta parte del mundo o al ir y venir de su conciencia. En el puerto de la ciudad se encontraban un millar de orgullosos barcos, todos con los m?stiles m?s altos que jam?s hab?a visto, todos chapados de oro. Era la ciudad m?s pr?spera que jam?s hab?a visto, construida justo en la orilla y extendi?ndose al m?s all?, el oc?ano iba a romper en su vasta metr?polis. Hac?a que la Corte del Rey pareciera un pueblecito. Gwen no sab?a cu?ntos edificios pod?a haber en un sitio. Se preguntaba qu? tipo de gente viv?a all?. Debe ser una gran naci?n, pens?. La naci?n del Imperio. Gwen sinti? un repentino agujero en el est?mago al darse cuenta que las corrientes los estaban estirando hacia all?; pronto ser?an engullidos hacia aquel vasto puerto, rodeados por todos aquellos barcos y tomados prisioneros, si no los mataban. Gwen pensaba en lo cruel que hab?a sido Andr?nico, lo cruel que hab?a sido R?mulo y sab?a que era la manera de actuar del Imperio; quiz?s hubiera sido mejor, pens? ella, haber muerto en el mar. Gwen oy? el ruido de pisadas en cubierta, mir? y vio a Sandara, d?bil por el hambre pero teni?ndose de pie, orgullosa, en la barandilla y sujetando una gran reliquia de oro, en forma de los cuernos de un toro e inclin?ndola para que le diera el sol. Gwen observaba c?mo la luz la alcanzaba, una y otra vez, y c?mo se encend?a proyectando una se?al inusual hacia la lejana orilla. Sandara no la dirig?a a la ciudad, sino bastante al norte, hacia lo que parec?a ser un a?slado bosquecillo en la costa. Cuando los ojos de Gwen, muy pesados, empezaban a cerrarse, su conciencia yendo y viniendo, y ella empez? a sentir que se desplomaba en cubierta, por su mente pasaban im?genes r?pidamente. Ya no estaba segura de qu? era real y qu? era su conciencia afectada por el hambre. Gwen ve?a canoas, docenas de ellas, saliendo del dosel que formaba la densa jungla y dirigi?ndose, por el ondulado mar, hacia su barco. Los vislumbr? mientras se acercaban y se sorprendi? al ver que no era la raza del Imperio, no eran los enormes guerreros con cuernos y la piel roja, sino una raza bastante diferente. Vio orgullosos hombres y mujeres musculosos, con la piel color chocolate y los ojos amarillos y brillantes, de rostro inteligente y compasivo, todos remando para recibirla. Gwen vio que Sandara los miraba y los reconoc?a y entendi? que se trataba del pueblo de Sandara. Gwen oy? un descomunal ruido vac?o en el barco y vio ganchos agarr?ndose a cubierta, cuerdas que se arrojaban, bloqueando el barco. Sinti? c?mo el barco cambiaba de direcci?n, mir? hacia abajo y vio que la flota de kayaks estaba remolcando su barco, gui?ndolo hacia las corrientes en direcci?n contraria a la ciudad del Imperio. Gwen poco a poco entendi? que el pueblo de Sandara estaba viniendo a ayudarles. Para guiar su barco hacia otro puerto, lejos del puerto del Imperio. Gwen sinti? que su barco giraba bruscamente hacia el norte, hacia el denso dosel, hacia un peque?o puerto escondido. Cerr? los ojos, aliviada. Pronto Gwen abri? los ojos y se encontr? a s? misma de pie, recostada en la barandilla, observando c?mo su barco era remolcado. Abrumada por el cansancio, Gwendolyn notaba que se estaba inclinando demasiado, perdiendo el equilibrio y resbalando; sus ojos se abrieron totalmente por el p?nico y se dio cuenta de que estaba a punto de caer por la borda. Gwen se agarr? fuerte a la barandilla, pero era demasiado tarde, su impulso ya la estaba llevando al borde. El coraz?n de Gwen palpitaba fuerte por el p?nico; no pod?a creer que despu?s de todo lo que hab?a pasado iba a morir de ese modo, hundi?ndose silenciosamente en el mar cuando ya estaban tan cerca de tierra. Mientras sent?a que ca?a, Gwen oy? un repentido gru?ido y, de golpe, sinti? que unos dientes mord?an con fuerza su camisa por detr?s y oy? un quejido mientras notaba que la estiraban hacia atr?s por la camisa, retir?ndola del abismo y finalmente la devolv?an a cubierta. Fue a parar a la cubierta de madera con un gran ruido, de espaldas, sana y salva. Mir? hacia arriba y vio que Krohn estaba all? con ella y su coraz?n se llen? de alegr?a. Krohn estaba vivo, vio llena de alegr?a. Parec?a mucho m?s delgado que la ?ltima vez que lo hab?a visto, demacrado, y se dio cuenta de que le hab?a perdido la pista durante todo el caos. La ?ltima vez que lo hab?a visto fue cuando ella hab?a ido bajo cubierta en una tormenta especialmente mala. Ahora entend?a que se deb?a haber escondido en alg?n sitio bajo cubierta, pasando hambre para que los dem?s pudieran comer. As? era Krohn. Siempre tan desinteresado. Y ahora que se estaban aproximando a tierra otra vez, reaparec?a de nuevo. Krohn gem?a y le lam?a la cara y Gwen lo abrazaba con las ?ltimas fuerzas que le quedaban. Estaba tumbada en el suelo, Krohn a su lado, gimiendo, recostando la cabeza en su pecho, arrim?ndose a ella como si no hubiera otro sitio en el mundo. * Gwendolyn sinti? un l?quido, dulce y fr?o, goteando en sus labios, en su lengua, por sus mejillas y su cuello. Abri? la boca y bebi? ansiosamente. Mientras lo hac?a, la sensaci?n la despert? de sus sue?os. Gwen abri? los ojos, bebiendo vorazmente, estaba rodeada de caras desconocidas mientras beb?a y beb?a hasta toser. Alguien la levant?, ella se sent?, tosiendo de forma incontrolable y alguien le dio palmaditas en la espalda. “Shhhh”, dijo una voz. “Beba poco a poco”. Era una voz amable, la voz de un curandero. Gwen lo mir? y vio a un hombre mayor con la cara arrugada, todo su rostro se llenaba de arrugas cuando sonre?a. Gwen vio docenas de caras desconocidas, la gente de Sandara, mir?ndola fijamente con calma, examin?ndola como si fuera una cosa extra?a. Gwendolyn, vencida por la sed y el hambre, tendi? la mano y, como una loca, agarr? el saco de lo que fuera y verti? el l?quido en su boca, bebiendo y bebiendo, mordiendo la punta como si no fuera a beber jam?s. “Poco a poco ahora”, dijo la voz del hombre. “O le sentar? mal”. Gwen ech? un vistazo y vio a docenas de guerreros, el pueblo de Sandara, ocupando su barco. Vio a su propia gente, los supervivientes del Anillo, recostados, arrodillados o sentados, cada uno de ellos ayudados por alquien del pueblo de Sandara, proporcionando a cada uno un saco para beber. Todos estaban volviendo de su l?mite. Entre ellos vio a Illepra, sujetando a la beb? que Gwen hab?a rescatado en las Islas Superiores y d?ndole de comer. Gwen se sinti? aliviada al o?r los lloros de la beb?; se la hab?a pasado a Illepra cuando se sinti? demasiado d?bil para sujetarla y verla viva hac?a a Gwen pensar en Guwayne. Gwen estaba decidida a que esta beb? viviera. Gwen se sent?a m?s restablecida con cada momento que pasaba, se sent? y bebi? m?s de aquel l?quido, pregunt?ndose qu? hab?a dentro, su coraz?n lleno de gratitud hacia aquella gente. Les hab?an salvado a todos la vida. Al lado de Gwen se oy? un gemido, mir? hacia abajo y vio a Krohn, todav?a all? tumbado, con la cabeza en su regazo; se agach? y le dio de beber del saco y ?l lo lami? agradecido. Ella le acarici? la cabeza cari?osamente; le deb?a la vida, otra vez. Y verlo le hac?a pensar en Thor. Gwen mir? hacia arriba a toda la gente de Sandara, sin saber c?mo darles las gracias. “Nos hab?is salvado”, dijo. “Os debemos nuestras vidas”. Gwen se gir? y vio a Sandara acerc?ndose y arrodill?ndose a su lado y Sandara asinti? con la cabeza. “Mi pueblo no cree en deudas”, dijo ella. “Creen que es un honor salvar a alguien que est? en peligro”. La multitud abri? camino y Gwen vio acercarse a un hombre austero, que parec?a ser su l?der, de unos cincuenta a?os, con la mand?bula r?gida y los labios finos. ?l se puso de cuclillas delante de ella, llevaba un gran collar de color turquesa, hecho de conchas que destelleaban con la luz e hizo una reverencia con la cabeza, sus ojos amarillos llenos de compasi?n mientras la examinaba. “Me llamo Bokbu”, dijo, con voz profunda y autoritaria. “Respondimos a la llamada de Sandara porque es una de las nuestras. Os hemos acogido arriesgando nuestras vidas. Si el Imperio nos viera aqu?, ahora, con vosotros, nos matar?a a todos”. Bokbu se puso de pie, con las manos en la cadera y Gwen lentamente se puso de pie, ayudada por Sandara y su curandero y lo mir? a la cara. Bokbu suspir? mientras miraba alrededor a toda la gente, al lamentable estado en el que estaba su barco. “Ahora est?n mejor, ahora deben marchar”, dijo una voz. Gwen se dio la vuelta y vio a un guerrero musculoso sosteniendo una lanza, descamisado, como los dem?s, acerc?ndose al lado de Bokbu, mir?ndolo con frialdad. “Env?e a esos extra?os de vuelta al mar”, a?adi?. “?Por qu? derramaremos sangre por ellos?” “Yo soy de tu sangre”, dijo Sandara, dando un paso hacia delante y mirando severamente al guerrero. “Y por eso no deb?as haber tra?do nunca a esta gente aqu?, poni?ndonos a todos en peligro”, contest? ?l bruscamente. “T? traes la desgracia a nuestra naci?n”, dijo Sandara. “?Has olvidado las leyes de la hospitalidad?” “Haberlos tra?do t? aqu? es la desgracia”, replic? ?l. Bokbu alz? sus manos a ambos lados y ellos se callaron. Bokbu estaba all?, sin expresi?n, y parec?a estar pensando. Gwendolyn estaba de pie, observ?ndolo todo y se dio cuenta de la precaria situaci?n en la que estaban. Sab?a que volver al mar, significar?a la muerte instant?nea; aunque no quer?a poner en peligro a aquella gente que la hab?an ayudado. “No quer?amos haceros ning?n da?o”, dijo Gwen, dirigi?ndose a Bokbu. “No deseo poneros en peligro. Podemos embarcar ahora”. Bokbu neg? con la cabeza. “No”, dijo. A continuaci?n mir? a Gwen, estudi?ndola con lo que parec?a ser admiraci?n. “?Por qu? trajiste a tu pueblo aqu??” pregunt?. Gwen suspir?. “Huimos de un gran ej?rcito”, dijo ella. “Destruyeron nuestra tierra. Vinimos aqu? en busca de un nuevo hogar”. “Hab?is venido al sitio equivocado”, dijo el guerrero. “Este no ser? vuestro hogar”. “?Silencio!” le dijo Bokbu, dirigi?ndole una mirada dura y, finalmente, el guerrero se qued? callado. Bokbu se gir? a mirar a Gwendolyn, clav?ndole la mirada. “Es una mujer orgullosa y noble”, dijo. “Veo que es una l?der. Ha guiado bien a su pueblo. Si los devuelvo al mar, seguro que morir?n. Quiz?s no hoy, pero con toda seguridad en unos d?as”. Gwendoly lo mir? inflexible. “En ese caso moriremos”, respondi?. “No dejar? que su gente muera para que nosotros vivamos”. Lo mir? decidida, sin expresi?n, envalentonada por su nobleza y orgullo. Ella vio que Bokbu la estudiaba con un nuevo respeto. Un tenso silencio llenaba el aire. “Veo que dentro de usted corre la sangre de un guerrero”, dijo. “Se quedar?n con nosotros. Su pueblo se recuperar? aqu? hasta que est?n fuertes y bien. Sin importar cu?ntas lunas tarden”. “Pero mi jefe…” empez? el guerrero. Bokbu se dio la vuelta y le lanz? una dura mirada. “Mi decisi?n est? tomada”. “?Y su barco!” protest?. “Si se queda aqu? en nuestro puerto el Imperio lo ver?. ?Todos moriremos antes de que la luna meng?e!” El jefe mir? al m?stil, y despu?s al barco, entendi?ndolo todo. Gwen mir? alrededor estudiando el paisaje y vio que los hab?an remolcado hasta las profundidades de un puerto escondido, rodeado por un denso dosel. Se gir? y vio detr?s de ellos el mar abierto y supo que el hombre ten?a raz?n. El jefe la mir? y asinti?. “?Quiere salvar a su gente?” pregunt?. Gwen asinti? con firmeza. “S?”. ?l asinti? en respuesta. “Los l?deres debemos tomar decisiones dif?ciles”, dijo. “Ahora le toca a usted. Quieren quedaros con nosotros, pero su barco nos matar? a todos. Invitamos a desembarcar a su pueblo, pero el barco no se puede quedar. Tendr?n que quemarlo. Entonces los acogeremos”. Gwendolyn estaba all?, de cara al jefe y su coraz?n se encog?a con el pensamiento. Mir? a su barco, el barco que los hab?a llevado a trav?s del mar, hab?a salvado a su gente por medio mundo y su coraz?n se encog?a. Su mente daba vueltas a sentimientos contradictorios. Este barco era su ?nica salida. Pero, una vez m?s, ?la salida a d?nde? ?De vuelta al interminable mar de la muerte? Su gente apenas pod?an caminar; necesitaban recuperarse. Necesitaban refugio, puerto y albergue. Y si quemar este barco era el precio por la vida, que as? fuera. Si decidieran dirigirse de vuelta al mar, entonces encontrar?an otro barco, o construir?an otro barco, har?an lo que fuera conveniente. Por ahora, ten?an que vivir. Esto era lo m?s importante. Gwendolyn lo mir? y asinti? solemnemente. “Que as? sea”, dijo. Bokbu asinti? tambi?n con una mirada de gran respeto. Entonces se gir? y grit? una orden y a su alrededor todos sus hombres se pusieron en acci?n. Se dispersaron por todo el barco, ayudando a todos los miembros del Anillo, poni?ndolos de pie de uno en uno, gui?ndolos por la pasarela a la orilla arenosa de abajo. Gwen observaba a Godfrey, Kendrick, Brandt, Atme, Aberthol, Illepra, Sandara y todas las personas que m?s quer?a del mundo pasar por delante de ella. Estuvo all? esperando hasta que la ?ltima persona abandon? el barco, hasta ser la ?ltima persona que all? quedaba, solo ella, Krohn a sus pies y a su lado, en silencio, el jefe. Bokbu sosten?a una antorcha en llamas, que le hab?a pasado uno de sus hombres. Se dispon?a a tocar el barco con ella. “No”, dijo Gwen, agarr?ndole la mu?eca. ?l la mir? sorprendido. “Un l?der debe destruir lo que es suyo”, dijo ella. Gwen cogi? la pesada antorcha ardiente con cautela de su mano, entonces se dio la vuelta, sec?ndose una l?grima y apoy? la antorcha en la tela de la vela que estaba recogida en cubierta. Gwen  permaneci? all? obsevando c?mo las llamas prend?an, extendi?ndose m?s y m?s r?pido, a lo largo de todo el barco. Tir? la antorcha, la temperatura sub?a muy r?pido y se dio la vuelta, Krohn y Bokbu le siguieron y bajaron por la pasarela, en direcci?n a la playa, a su nuevo hogar, al ?ltimo lugar que les quedaba en el mundo. Mientras miraba alrededor a la extra?a jungla, oyendo los extra?os chillidos de p?jaros y animales que no reconoc?a, Gwen solo se preguntaba: ?Pod?an construir un nuevo hogar aqu?? CAP?TULO CINCO Alistair se arrodill? en la piedra, sus rodillas temblaban por el fr?o y observaba c?mo la primera luz del primer sol del amanecer trepaba por encima de las Islas del Sur, iluminando las monta?as y los valles con un suave brillo. Sus manos temblaban, enmanilladas a los cepos de madera mientras se arrodillaba, sobre sus manos y rodillas, reposando el cuello en el sitio donde tantos cuellos hab?an estado antes que el suyo. Al mirar hacia abajo vio las manchas de sangre encima de la madera, vio los cortes en el cedro donde los filos hab?an ido a parar antes. Pudo percibir la tr?gica energ?a de aquella madera cuando su cuello la toc?, los ?ltimos momentos, las emociones finales, de todos los ca?dos que hab?an estado all? antes. Su coraz?n estaba profundamente triste. Alistair mir? hacia arriba con orgullo y observ? su ?ltimo sol, observaba el amanecer de un nuevo d?a, con el sentimiento surreal de que ya no vivir?a para volver a observarlo. Esta vez lo apreci? m?s de lo que nunca lo hab?a hecho. Mientras observaba en esta fresca ma?ana, con una suave brisa agit?ndose, las Islas del Sur se ve?an m?s hermosas que nunca, el sitio m?s hermoso que jam?s hab?a visto, ?rboles floreciendo en explosiones de naranjas y rojos y rosas y lilas mientras sus frutos colgaban en abundancia en este generoso lugar. Lilas p?jaros ma?aneros y abejas naranjas ya estaban zumbeando en el aire, la suave fragancia de las flores flotaba hacia ella. La neblina brillaba a la luz, d?ndole a todo un toque m?gico. Nunca hab?a sentido tal apego a un sitio; ella sab?a que era una tierra en la que hubiera vivido por siempre feliz. Alistair escuch? las pisadas de unas botas en la piedra y, al echar una mirada, vio que Bowyer se estaba acercando, deteni?ndose a su lado, rayendo la piedra con sus descomunales botas. Sujetaba una enorme doble hacha en su mano, muy cerca a su lado, y la mir? frunciendo el ce?o. M?s all? de ?l, Alistair ve?a centenares de habitantes de las Islas del Sur, todos en fila, todos ellos leales a ?l, dispuestos en un enorme c?rculo alrededor de ella en la ancha plaza de piedra. Todos ellos estaban a casi veinte metros de ella, dejando un ancho espacio solo para ella y Bowyer. Nadie quer?a estar demasiado cerca cuando la sangre salpicara. Bowyer sosten?a el hacha con los dedos inquietos, claramente ansioso por terminar con el asunto. Pod?a ver en sus ojos lo desesperado que estaba por convertirse en Rey. Alistair sent?a satisfacci?n por lo menos en una cosa: por muy injusto que fuera, su sacrificio permitir?a que Erec pudiera ivir. Esto significaba m?s para ella que su propia vida. Bowyer hizo un paso hacia adelante, se inclin? cerca de ella y le susurr?, tan bajo que nadie m?s pudo o?r: “Ten la seguridad de que el golpe que te matar? ser? limpio”, dijo, con su aliento rancio en el cuello de ella. “Y el de Erec tambi?n”. Alistair lo mir? alarmada y confusa. ?l le sonri?, una peque?a sonrisa reservada solo para ella, nadie m?s la pudo ver. “As? es”, susurr? ?l. “Puede que no suceda hoy; puede que no suceda durante muchas lunas. Pero un d?a, cuando menos se lo espere, tu marido encontrar? mi cuchillo en su espalda. Quiero que lo sepas, antes de que te mande al infierno”. Bowyer dio dos pasos atr?s, apret? fuerte sus manos en el mango del hacha e hizo crujir su cuello, prepar?ndose para dar el golpe. El coraz?n de Alistair palpitaba con fuerza mientras estaba all? arrodillada y se daba cuenta de la profunda maldad que hab?a en este hombre. No solo era ambicioso, sino tambi?n un cobarde y un embustero. “?Liberadla!” suplic? de repente una voz, rompiendo la tranquilidad de la ma?ana. Alistair se gir? como pudo y vio el caos mientras dos figuras aparecieron de repente de entre la multitud, hacia el l?mite del claro, hasta que las rechonchas manos de los guardas de Bowyer las frenaron. Alistair se sinti? sorprendida y agradecida al ver a la madre y hermana de Erec all? de pie, con miradas furiosas en sus rostros. “?Ella es inocente!” grit? la madre de Erec. “?No puedes matarla!” “?Matar?as a una mujer?” chill? Dauphine. “Es extranjera. D?jala ir. Env?ala de vuelta a su tierra. No es necesario meterla en nuestros asuntos”. Bowyer se dirigi? a ellas y exclam?: “Es una extranjera que pretend?a ser nuestra Reina. Asesinar a nuestro antiguo Rey”. “?Eres un embustero!” grit? la madre de Erec. “?No bebiste de la fuente de la verdad!” Bowyer examin? las caras de la multitud. “?Hay alguien que ose desafiar mi afirmaci?n?” exclam?, d?ndose la vuelta, mirando a todos, desafiante. Alistair mir? a su alrededor, esperanzada; pero uno a uno, todos los hombres, todos ellos valientes guerreros, la mayor?a de la tribu de Bowyer, miraron hacia abajo, ninguno de ellos deseoso de retarlo en combate. “Soy vuestro campe?n” grit? con fuerza Bowyer. “Derrot? a todos los contrincantes el d?a del torneo. No existe nadie que pueda vencerme. Nadie. Si existe, le desaf?o a dar un paso adelante”. “?Nadie, salvo Erec!” exclam? Dauphine. Bowyer se gir? y la mir? frunciendo el ce?o. “?Y d?nde est? ?l ahora? Est? muriendo. Nosotros los habitantes de las Islas del Sur no tendremos a un lisiado como Rey. Yo soy vuestro Rey. Yo soy vuestro siguiente mejor campe?n. Por las leyes de esta tierra. Como el padre de mi padre fue Rey antes que el padre de Erec”. La madre de Erec y Dauphine seabalanzaron sobre ?l para pararle; pero sus hombres las agarraron y las echaron hacia atr?s, reteni?ndolas. Alistair vio al hermano de Erec, Strom, detr?s de ellas, con las mu?ecas atadas detr?s de la espalda; tambi?n luchaba, pero no pod?a liberarse. “?Pagar?s por esto, Bowyer!” exclam? Strom. Pero Bowyer no le hizo caso. En su lugar, se gir? hacia Alistair y ella vio en sus ojos que estaba decidido a actuar. Su momento hab?a llegado. “El tiempo es peligroso cuando el enga?o est? de tu lado”, le dijo Alistair. ?l frunci? el ce?o, estaba claro que aquello le hab?a dolido. “Y ?stas ser?n tus ?ltimas palabras”, dijo ?l. Bowyer de repente alz? el hacha, levant?ndola por encima de su cabeza. Alistair cerr? los ojos, sabiendo que, en tan solo un momento, se ir?a de este mundo. Con los ojos cerrados, Alistair sent?a que el tiempo se ralentizaba. Por delante de ella pasaban im?genes r?pidas. Vio la primera vez que conoci? a Erec, en el Anillo, en el castillo del Duque, cuando ella era una chica del servicio y se hab?a enamorado de ?l a primera vista. Sent?a su amor por ?l, un amor que a?n sent?a hoy en d?a, ardiendo dentro de ella. Ve?a a su hermano, Thorgrin, ve?a su rostro y, por alguna raz?n, no lo ve?a en el Anillo, en la Corte del Rey, sino en una tierra distante, en un oc?ano distante, exiliado del Anillo. Por encima de todo, vio a su madre. La vio de pie en el filo de un acantilado, delante de su castillo, por encima de un oc?ano, delante de una pasarela celestial. La vio extendiendo sus brazos y sonri?ndole con dulzura. “Hija m?a”, dijo. “Madre”, dijo Alistair, “Vendr? a reunirme contigo”. Pero, para su sorpresa, su madre neg? lentamente con la cabeza. “Ahora no es tu momento”, dijo ella. “Tu destino en esta tierra todav?a no est? completo. Todav?a tienes un gran destino delante tuyo”. “?Pero c?mo, Madre?” pregunt?. “?C?mo puedo sobrevivir?” “T? eres m?s grande que esta tierra”, respondi? su madre. “Este filo, este metal de muerte, es de esta tierra. Tus grilletes son de esta tierra. Son limitaciones terrenales. Solo son limitaciones si t? crees en ellas, si permites que tengan autoridad sobre ti. T? eres esp?ritu, luz y energ?a. Aqu? reside tu verdadero poder. T? est?s por encima de todo esto. Te est?s dejando retener por fuerzas f?sicas. Tu problema no es de fuerza, es de fe. Fe en ti misma. ?C?mo de fuerte es tu fe?” Mientras Alistair estaba all? arrodillada, temblando, con los ojos cerrados, la pregunta de su madre resonaba dentro de su cabeza. ?C?mo de fuerte es tu fe? Alistair se dej? ir, se olvid? de sus grilletes y se puso en manos de su fe. Empez? a desprenderse de su fe en las fuerzas f?sicas de este planeta y, en su lugar, cambi? su fe al poder supremo, el ?nico poder supremo sobre cualquier otra cosa en el mundo. Ella sab?a que un poder hab?a creado este mundo. Un poder hab?a creado todo esto. Este era el poder al lado del que deb?a ponerse. Mientras lo hac?a, todo dentro de una fracci?n de segundo, Alistair sinti? un repentino calor que recorr?a su cuerpo. Se sent?a ardiendo, invencible, m?s grande que todo. Sent?a c?mo unas llamas emanaban de sus manos, sent?a como un zumbido y un enjambre en su mente y sent?a un gran calor que crec?a en su frente, entre sus ojos. Se sent?a m?s fuerte que todo, m?s fuerte que sus grilletes, m?s fuerte que todas las cosas materiales. Alistair abri? los ojos y, cuando el tiempo volvi? a acelerarse, mir? hacia arriba y vio a Bowyer acerc?ndose con el hacha y el ce?o fruncido. En un movimiento, Alistair se gir? y levant? los brazos y, al hacerlo, esta vez sus grilletes se quebraron como si fueran ramitas. En el mismo movimiento, r?pida como el rayo, se puso de pie, levant? una mano hacia Bowyer y mientras el hacha descend?a sucedi? la cosa m?s incre?ble: el hacha se disolvi?. Se convirti? en cenizas y polvo y cay? en un montoncito a sus pies. Bowyer se balance?, con las manos vac?as y tropez?, cayendo de rodillas. Alistair dio vueltas y sus ojos se fijaron en una espada al otro lado del claro, en el cintur?n de un soldado. Con su otra mano le orden? que viniera hacia ella; al hacerlo, se levant? de su empu?adura y vol? por los aires, justo hasta la mano que ten?a extendida. Con un ?nico movimiento, Alistair la agarr?, dio vueltas, la alz? hacia arriba y la dirigi? hacia abajo, hacia el cuello de Bowyer, que estaba al descubierto. La multitud se qued? perpleja, boquiabierta, al escuchar el sonido de metal cortando la carne y Bowyer, decapitado, se derrumb?en el suelo, sin vida. All? estaba, muerto, en el lugar exacto donde, solo unos momentos antes, hab?a querido matar a Alistair. Se oy? un grito de entre la multitud y Alistair dio un vistazo y vio c?mo Dauphine se soltaba de las garras del soldado, agarraba la daga del cintur?n del soldado y le cortaba el cuello. En el mismo movimiento, dio vueltas sobre s? misma y cort? las cuerdad de Strom. Inmediatamente Strom se hizo hacia atr?s, agarr? una espada de la cintura de un soldado, gir? y, a cuchillazos, mat? a tres de los hombres de Bowyer antes de que pudieran reaccionar. Con Bowyer muerto, hubo un momento de duda, pues estaba claro que la multitud no sab?a qu? hacer a continuaci?n. De entre la multitud surgieron gritos, ya que su muerte claramente envalentonaba a aquellos que se hab?an aliado con ?l a rega?adientes. Estaban reconsiderando su alianza, especialmente cuando docenas de los hombres leales a Erec rompieron filas y se pusieron del lado de Strom, luchando con ?l, mano a mano, contra aquellos leales a Bowyer. El ?mpetu r?pidamente cambi? a favor de los hombres de Erec, mientras hombre a hombre, fila a fila, se formaban alianzas; los hombres de Bowyer, cogidos desprevenidos, se dieron la vuelta y huyeron a trav?s de la explanada hacia la rocosa ladera de la monta?a. Strom y sus hombres los persegu?an de cerca. Alistair segu?a all?, espada en mano, y observaba c?mo empezaba una gran batalla, a lo largo y ancho del campo, los gritos y los cuernos resonaban mientras toda la isla parec?a manifestarse, desparramarse en una guerra por ambos lados. El sonido del estruendo de las armaduras, de los gritos de muerte de los hombres llenaban la ma?ana y Alistair sab?a que hab?a estallado una guerra civil. Alistair manten?a la espada en alto, el sol brillaba encima de ella, y sab?a que la gracia de Dios la hab?a salvado. Se sinti? renacer, m?s poderosa de lo que nunca se hab?a sentido y sent?a que su destino la llamaba. Estaba rebosante de optimismo. Sab?a que matar?an a los hombres de Bowyer. La justicia prevalecer?a. Erec se levantar?a. Se casar?an. Y pronto ser?a la Reina de las Islas del Sur. CAP?TULO SEIS Darius corr?a por el sendero de barro que sale de su pueblo, siguiendo las pisadas hacia Volusia, con la decisi?n en su coraz?n de salvar a Loti y matar a los hombres que se la hab?an llevado. Corr?a con una espada en su mano-una espada de verdad, hecha con metal de verdad – era la primera vez que empu?aba metal de verdad en su vida. Sab?a que solo esto bastar?a para que lo mataran a ?l y a todo su pueblo. El acero era tab? – incluso su padre y el padre de su padre temieron poseerlo -y Darius sab?a que hab?a cruzado una l?nea en la que no hab?a retorno. Pero a Darius ya no le importaba. Ya hab?a habido demasiada injusticia en su vida. Con Loti desaparecida, lo ?nico que le preocupaba era recuperarla. Apenas hab?a tenido la oportunidad de conocerla pero, parad?jicamente, sent?a que ella era toda su vida. Una cosa era que lo tomaran a ?l como esclavo; pero llev?rsela a ella era demasiado. No pod?a dejar que se fuera y considerarse a s? mismo un hombre. Era un chico, lo sab?a, pero a?n as? se estaba convirtiendo en un hombre. Y eran estas decisiones, se dio cuenta, estas dif?ciles decisiones que nadie m?s quer?a tomar, las que convirtien a uno en un hombre. Darius emprendi? el camino solo, el sudor le nublaba la vista, respiraba con dificultad, un hombre dispuesto a encararse a un ej?rcito, a una ciudad. No hab?a ninguna alternativa. Necesitaba encontrar a Loti y traerla de vuelta, o morir en el intento. Sab?a que si fracasaba – o a?n si sal?a victorioso – esto traer?a la venganza a toda la aldea, a su familia, a todo su pueblo. Si se paraba a pensar en esto, puede que incluso hubiera dado la vuelta. Pero lo mov?a algo m?s fuerte que su propia preservaci?n o la preservaci?n de su familia y su pueblo. Lo mov?a un deseo de justicia. De libertad. Un deseo de deshacerse de su opresor y ser libre, aunque solo fuera por un instante en su vida. Si no era por ?l, ser?a por Loti. Por su libertad. A Darius le mov?a la pasi?n, no el pensamiento l?gico. El amor de su vida estaba all? y ?l ya hab?a sufrido muchas veces a manos del Imperio. Fueran cu?les fueran las consecuencias, ya no le preocupaba. Necesitaba ense?arles que hab?a un hombre entre su gente, incluso aunque fuera solo un hombre, incluso solo un chico, que no sufrir?a su trato. Darius corr?a y corr?a, dando vueltas por los caminos serpenteantes de aquellos campos conocidos y hacia las afueras del territorio de Volusia. Sab?a que el mero hecho que lo encontraran all?, tan cerca de Volusia, le valdr?a la muerte. Sigui? las pistas, doblando su velocidad, viendo que las huellas de los zertas estaban cerca las unas de las otras, y sabiendo que se estaban moviendo lentamente. Si iba suficientemente r?pido, los alcanzar?a. Darius rode? una colina, respirando con dificultad, y finalmente, en la distancia, divis? lo que estaba buscando: all?, quiz?s a menos de cien metros, estaba Loti, encadenada por el cuello con unos gruesos grilletes de hierro, de los que sal?a una larga cadena, de casi veinte metros, hasta el arn?s en la espalda de un zerta. Encima del zerta cabalgaba el capataz del Imperio, el que se la hab?a llevado, de espaldas a ella, y a su lado, caminando junto a ellos, dos soldados m?s del Imperio, llevando gruesas armaduras negras y doradas del Imperio, que brillaban al sol. Hac?an casi dos veces el tama?o de Darius, guerreros formidables, hombres con las armas m?s finas, y un zerta a sus ?rdenes. Darius sab?a que ser?a necesaria una multitud de esclavos para vencer a estos hombres. Pero Darius no permit?a que el miedo se interpusiera en su camino. Lo ?nico que lo llevaba era la fuerza de su esp?ritu y su feroz decisi?n y sab?a que deb?a encontrar la manera en que esto fuera suficiente. Darius corr?a y corr?a, acerc?ndose por detr?s a la desprevenida caravana y pronto los alcanz?, corri? hacia Loti por detr?s, levant? su espalda en alto, mientras ella lo miraba con una expresi?n de perplejidad, y cort? la cadena que la un?a al zerta. Loti chill? y salt? hacia atr?s, sorprendida, mientras Darius cortaba sus cadenas, liber?ndola, el caracter?stico sonido del metal cortando el aire. Loti estaba all?, libre, con los grilletes todav?a alrededor del cuello, la cadena colgaba en su pecho. Darius se dio la vuelta y vio la misma mirada de sorpresa en el rostro del capataz del Imperio, mirando hacia abajo desde su asiento en el zerta. Los soldados que iban a pie a su lado se detuvieron tambi?n, todos ellos aturdidos al ver a Darius. Darius estaba all?, con los brazos temblorosos, sosteniendo la espada de acero delante de ?l y decidido a no mostrar miedo mientras estuviera entre ellos y Loti. “Ella no te pertenece”, exclam? Darius con voz temblorosa. “Es una mujer libre. ?Todos nosotros somos libres!” Los soldados miraron hacia el capataz. “Chico”, dijo dirigi?ndose a Darius, “has cometido el mayor error de tu vida”. Hizo una se?al con la cabeza a sus soldados y estos levantaron sus espadas y cargaron contra Darius. Darius se manten?a en su sitio, sosteniendo la espada con manos temblorosas y, mientras lo hac?a, sent?a que sus antepasados lo miraban desde arriba. Sent?a que todos los esclavos que hab?an sido asesinados lo miraban, d?ndole su apoyo. Y empez? a sentir un gran calor que crec?a dentro de ?l. Darius sent?a que el poder que se ocultaba en lo profundo de su ser empezaba a agitarse, inquieto por ser llamado. Pero ?l no se permitir?a llegar a ello. ?l quer?a luchar hombre a hombre, derrotarlos como lo har?a cualquier hombre, poner en pr?ctica todo el entrenamiento con sus hermanos de armas. Quer?a ganar como un hombre, luchar como un hombre con armas de metal verdaderas y derrotarlos en igualdad de condiciones. Siempre hab?a sido m?s r?pido que todos los chicos m?s mayores, con sus largas espadas de madera y sus cuerpos musculosos, incluso chicos que hac?an dos veces su tama?o. Reuni? sus fuerzas y se prepar? mientras ellos se dispon?an a atacar. “?Loti!” exclam?, sin darse la vuelta, “?CORRE! ?Vuelve al pueblo!” “?NO!” contest? ella gritando. Darius sab?a que ten?a que hacer algo; no pod?a quedarse all? y esperar a que lo cogieran. Sab?a que deb?a sorprenderles, hacer algo que no esperaran. Darius embisti? de repente, escogi? a uno de los dos soldados y corri? directo hacia ?l. Se encontraron en medio del claro de barro, Darius solt? un gran grito de guerra. El soldado dirigi? su espada a la cabeza de Darius, pero Darius levant? su espada y bloque? el golpe, sus espadas echaban chispas, era el primer impacto de metal sobre metal que Darius hab?a sentido jam?s. La hoja era m?s pesada de lo que ?l pensaba, el golpe del soldado m?s fuerte y ?l sinti? una gran vibraci?n, sinti? como temblaba todo su brazo, pasando por su codo y hasta el hombro. Le cogi? desprevenido. El soldado giraba r?pidamente, intentando golpear a Darius por un lado, y Darius gir? y par? el golpe. Esto no era como entrenarse con sus hermanos; Darius sent?a que se mov?a m?s lento de lo normal, la espada era muy pesada. Le estaba costando acostumbrarse. Parec?a que el otro soldado se mov?a dos veces m?s r?pido que ?l. El soldado gir? de nuevo y Darius entendi? que no pod?a derrotarlo golpe a golpe; ten?a que recurrir a sus otras habilidades. Darius dio un paso a un lado, esquivando el golpe en lugar de afrontarlo y, a continuaci?n, golpe? con el codo la garganta del soldado. Le dio de lleno. El hombre se qued? sin voz y se tambale? hacia atr?s, encorvado, agarr?ndose la garganta. Darius levant? la empu?adura de su espada y la dirigi? hasta la espalda descubierta del soldado, haciendo que cayera de cara al barro. Al mismo tiempo el otro soldado carg? contra ?l, y Darius se dio la vuelta, levant? la espada y bloque? un poderoso golpe que iba dirigido a su cara. El soldado sigui? atacando, sin embargo, haciendo que Darius cayera al suelo una y otra vez, con dureza. Darius sinti? c?mo sus costillas crujieron cuando el soldado cay? encima suyo, yendo a parar ambos al duro barro dentro de una gran nube de polvo. El soldado solt? su espada y us? sus manos, intentando sacarle los ojos a Darius con los dedos. Darius lo agarr? por las mu?ecas, ech?ndolas hacia atr?s con las manos temblorosas, pero perdiendo la estabilidad. Sab?a que deb?a hacer algo r?pidamente. Darius levant? una rodilla y dio la vuelta, consiguiendo hacer girar al hombre de costado. En el mismo movimiento, Darius alcanz? la larga daga que divis? en el cintur?n del hombre y, aprovechando el movimiento, la levant? y la clav? en el pecho del hombre, mientras los dos ca?an al suelo. El soldado grit? y Darius, que estaba encima suyo, vio c?mo mor?a delante de sus ojos. Darius estaba all?, congelado, perplejo. Era la primera vez que mataba a un hombre. Era una experiencia surreal. Se sent?a victorioso pero entristecido a la vez. Darius oy? un grito detr?s suyo, que lo alert?, y al girarse vio al otro soldado, al que hab?a aturdido, de pie otra vez, corriendo hacia ?l. Levant? su espada y la balance? hacia su cabeza. Darius esper?, concentrado, y se agach? en el ?ltimo segundo; el soldado pas? tambale?ndose por delante de ?l. Darius se agach? y cogi? la daga del pecho del hombre muerto y dio vueltas sobre s? mismo, mientras el soldado volv?a y atacaba de nuevo, Darius, de rodillas, se inclin? hacia delante y la lanz?. Observ? c?mo la daga daba vueltas sobre s? misma, para ir a parar finalmente al coraz?n del soldado, perforando su armadura. El propio acero del Imperio, segundo para nadie, usado contra ellos. Quiz?s, pens? Darius, deber?an haber fabricado armas menos afiladas. El soldado se desplom? sobre sus rodillas, con los ojos salidos, y cay? de lado, muerto. Darius oy? un gran grito detr?s de ?l, y salt? sobre sus pies, se dio la vuelta y vio como el capataz se bajaba de su zerta. Frunci? el ce?o, desenfund? su espada y corri? hacia Darius con un gran grito. “Ahora tendr? que matarte yo mismo”, dijo. “?Pero no solo te matar? a ti, te torturar? a ti, a tu familia y a todo tu pueblo lentamente!” ?l embisti? contra Darius. Este capataz del Imperio era obviamente un soldado m?s grande que los dem?s, m?s alto y m?s ancho, con una armadura m?s grande. Era un guerrero endurecido, el guerrero m?s grande con el que Darius hab?a luchado jam?s. Darius deb?a admitir que sent?a miedo ante este formidable enemigo – pero se negaba a mostrarlo. Al contrario, estaba decidido a luchar con ese miedo, a rechazar el permitir sentirse intimidado. Era solo un hombre, se dijo Darius a s? mismo. Y todos los hombres pueden caer. Todos los hombre pueden caer. Darius levant? su espada mientras el capataz se dirig?a hacia ?l, balanceando su gran espada, que brillaba con la luz, de un lado a otro con las dos manos. Darius se mov?a y bloqueaba los golpes; el hombre golpeaba de nuevo. A izquierda y a derecha, a izquierda y a derecha, el soldado atacaba y Darius paraba los golpes, el gran sonido de metal sonaba en sus o?dos, las chispas volaban por todas partes. El hombre lo obligaba a retroceder, m?s y m?s lejos, y Darius necesitaba todo su poder solo para parar los golpes. El hombre era fuerte y r?pido y a Darius solo le preocupaba seguir con vida. Darius fue demasiado lento al parar uno de los golpes y grit? de dolor cuando el capataz encontr? una abertura y le raj? el b?ceps. Era una herida poco profunda, pero dolorosa y Darius sinti? la sangre, su primera herida en una batalla y se qued? aturdido. Fue un error. El capataz se aprovech? de su duda y le dio una bofetada con su guante. Darius sinti? un gran dolor en su mejilla y mand?bula cuando el metal toc? su cara y el golpe lo ech? hacia atr?s, haci?ndolo tropezar unos metros, Darius hizo una nota mental de no parar a mirarse una herida nunca m?s en plena batalla. Al notar el sabor de la sangre en sus labios, una furia le invadi?. El capataz atac? de nuevo, corri? hacia ?l, era grande y fuerte, pero esta vez, con el dolor en sus mejillas y sangre en su lengua, Darius no dej? que esto le intimidara. Se hab?an dado los primeros golpes de la batalla y Darius se dio cuenta de que, por muy dolorosos que fueran, no eran tan malos. Todav?a estaba de pie, respirando y vivo. Y esto quer?a decir que todav?a pod?a luchar. Pod?a resistir los golpes y todav?a pod?a continuar. Resultar herido no era tan malo como hab?a temido. Puede que fuera m?s peque?o, que tuviera menos experiencia, pero se dio cuenta que su habilidad era tan aguda como la de cualquier otro hombre – y pod?a ser igual de mortal. Darius solt? un grito gutural y se avalanz? hacia delante, encarando la batalla esta vez en lugar de alejarse asustado de ella. Ya sin ning?n miedo a ser herido, Darius levant? la espada con un grito y la dirigi? a su oponente. El hombre la par?, pero Darius no se detuvo, movi?ndola de un lado para otro una y otra vez, obligando a retroceder al capataz, a pesar de su mayor tama?o y fuerza. Darius luchaba por su vida, por Loti, luchaba por toda su gente, sus hermanos de armas y, dando golpes a izquierda y derecha, m?s r?pido de lo que jam?s lo hab?a hecho, sin permitir ya que el peso del acero lo ralentizara, finalmente encontr? una abertura. El capataz grit? de dolor mientras Darius le rajaba el costado. Se dio la vuelta y mir? a Darius con el ce?o fruncido, primero con sorpresa y despu?s con venganza en sus ojos. Grit? como un animal herido y carg? contra Darius. El capataz tir? su espada, corri? hacia delante y rode? con sus brazos por completo a Darius. Levant? a Darius del suelo, apr?tandolo tan fuerte que Darius dej? caer su espada. Todo pas? tan r?pido y fue un movimiento tan inesperado, que Darius no pudo reaccionar a tiempo. ?l hab?a esperado que su enemigo usara la espada en la batalla, no sus pu?os. Darius, colgando por encima del suelo, gimiendo, sent?a como si cada hueso de su cuerpo se fuera a romper. Gritaba de dolor. El capataz lo apret? m?s fuerte, tan fuerte que Darius ten?a la seguridad de que iba a morir. Entonces se inclin? y dio un cabezazo a Darius, golpeando la nariz de Darius con su frente. Darius sent?a que la sangre le sal?a a borbotones, sinti? un horrible dolor en la cara y los ojos, que le escoc?a, que lo encegaba. Fue un movimiento que no esperaba y, cuando el capataz se inclin? para darle otro cabezazo, Darius, indefenso, estaba seguro de que lo matar?a. El ruido de cadenas cortaba el aire y, de repente, los ojos del capataz se abrieron totalmente y solt? a Darius. Darius, respirando con dificultad, confundido, mir? hacia arriba, pregunt?ndose por qu? lo hab?a soltado. Entonces vio a Loti, detr?s del capataz, rode?ndole el cuello con los grilletes que le colgaban, una y otra vez, y apret?ndolo con todas sus fuerzas. Darius se tambale? hacia atr?s, intentando recobrar la respiraci?n y observ? c?mo el capataz se tambale? hacia atr?s unos metros , mir? por encima de su hombro agarr? a Loti por detr?s, se inclin? y la hizo volar por encima de su cabeza. Loti cay? de espaldas al suelo, en el duro suelo, en el lodo, con un grito. El capataz dio un paso hacia delante, levant? la pierna y apunt? con la bota a la cara de ella y Darius vio que estaba a punto de estamparla contra su cara. El capataz se encontraba a unos tres metros de ?l ahora, demasiado lejos para que Darius lo alcanzara a tiempo. “?NO!” grit? Darius. Darius pens? con rapidez: se agach?, cogi? su espada, dio un paso adelante y, en un movimiento r?pido, la lanz?. La espada vol? por los aires, dando vueltas sobre s? misma, y Darius observ?, paralizado, como la punta atravesaba la armadura del capataz, atraves?ndole directamente el coraz?n. Sus ojos se volvieron a abrir de golpe y Darius observ? c?mo se tamabaleaba y ca?a, desplom?ndose sobre sus rodillas, y despu?s de cara. Loti r?pidamente logr? ponerse de pie y Darius corri? a su lado. Le pas? el brazo por el hombro, para reconfortarla, muy agradecido con ella, muy aliviado de que estuviera bien. De repente, un silbido agudo cort? el aire; Darius se dio la vuelta y vio al capataz, tumbado en el suelo, levantar la mano hacia su boca y silbar de nuevo, por ?ltima vez, antes de morir. Un horrible rugido quebr? el silencio, mientras el suelo temblaba. Darius ech? un vistazo y lo llev? el terror al ver al zerta de repente dirigi?ndose hacia ellos. Corr?a a toda velocidad hacia ellos enfurecido, con sus afilados cuernos hacia abajo. Darius y Loti intercambiaron una mirada, sabiendo que no ten?an hacia donde correr. Darius sab?a que, en unos instantes, los dos estar?an muertos. Darius mir? a su alrededor, pensando con rapidez, y vio a su lado la empinada ladera de la monta?a, repleta de rocas y piedras. Darius levant? el brazo, con la mano extendida y con el otro brazo rode? a Loti, acerc?ndola hacia ?l. Darius no quer?a recurrir a su poder, pero sab?a que ahora no ten?a elecci?n, si quer?a vivir. Darius sinti? un tremendo calor corriendo dentro de ?l, un poder que apenas pod?a controlar y observ? c?mo una luz sal?a disparada de su mano abierta, hacia la empinada ladera. Entonces se oy? un retumbo, al principio gradual, despu?s m?s y m?s grande, y Darius observ? como las piedras empezaban a caer por la empinada ladera de la monta?a, cada vez con m?s fuerza. Una avalancha de piedras se precipit? contra el zerta, aplast?ndolo justo antes de que los alcanzara. Se form? una tremenda nube de polvo, un tremendo ruido y, finalmente, todo qued? en silencio. Darius estaba all?, solo el silencio y el polvo se arremolinaban en el sol, apenas sin entender lo que acababa de hacer. Se dio la vuelta y vio que Loti lo estaba mirando, vio la mirada de horror en su cara, y supo que todo hab?a cambiado. Hab?a revelado el secreto. Y ahora no hab?a marcha atr?s. CAP?TULO SIETE Thor estaba sentado erguido en el filo de su peque?a barca, con las piernas cruzadas, reposando las manos sobre sus muslos, de espaldas a los dem?s mientras miraba al fr?o y cruel mar. Sus ojos estaban rojos por haber llorado y no quer?a que los dem?s lo vieran as?. Sus l?grimas se hab?an secado hac?a rato, pero sus ojos estaban todav?a sensibles mientras observaba el mar, perplejo, pregunt?ndose sobre los misterios de la vida. ?C?mo se le hab?a concedido un hijo, solo para arrebat?rselo? ?C?mo pod?a alguien a quien quer?a tanto desparecer, serle arrebatado sin aviso y sin oportunidad de regresar? Thor sent?a que la vida era inexorablemente cruel. ?D?nde estaba la justicia en todo esto? ?Por qu? no pod?a su hijo volver a ?l? Thor dar?a cualquier cosa – cualquier cosa – caminar?a por encima del fuego, sufrir?a un mill?n de muertes, para recuperar a Guwayne. Thor cerr? los ojos y mov?a la cabeza mientras intentaba borrar la imagen de aquel volc?n ardiendo, la cuna vac?a, las llamas. Intentaba suprimir la idea de su hijo sufriendo una muerte tan dolorosa. Su coraz?n ard?a por la furia pero, por encima de todo, por el dolor. Y la pena de no haber alcanzado antes a su peque?o hijo. Thor tambi?n sinti? un profundo pinchazo en el est?mago al intentar imaginar encontrarse con Gwendolyn, contarle las noticias. Con toda seguridad no volver?a a mirarle jam?s a los ojos. Y nunca volver?a a ser la misma persona. Para Thorgrin era como si le hubieran arrebatado su vida entera. ?l no sab?a c?mo reconstruirla, c?mo recoger los pedazos. Se preguntaba c?mo se puede encontrar otra raz?n para vivir. Thor escuch? pasos y sinti? el peso de un cuerpo a su lado mientras la barca se mov?a, chirriando. Al mirar se sorprendi? al ver a Conven sent?ndose a su lado, mir?ndolo fijamente. Thor sinti? que no hab?a hablado con Conven en siglos, no desde la muerte de su gemelo. Verlo all? era bienvenido. Mientras Thor lo miraba, examinaba el dolor en su rostro, por primer vez, lo entendi?. Lo entendi? de verdad. Conven no dijo ni una palabra. No hac?a falta. Su presencia era suficiente. Se sent? a su lado solidariz?ndose con ?l, hermanos en el dolor. Estuvieron sentados en silencio durante un largo rato, sin ning?n ruido, solo el viento rompiendo violentamente, el sonido de las olas chocando suavemente contra la barca, su peque?a barca a la deriva en un mar interminable, en su misi?n por encontrar y rescatar a Guwayne, que les hab?a sido arrebatado a todos ellos. Al final Conven habl?: “No pasa un solo d?a que no piense en Conval”, dijo con voz sombr?a. Estuvieron sentados de nuevo en silencio durante un largo rato. Thor quer?a responder, pero no pod?a, se hab?a quedado sin habla. Finalmente, Conven a?adi?: “Me da pena por ti y por Guwayne. Me hubiera gustado verle convertido en un gran guerrero, como su padre. S? que lo hubiera sido. La vida puede ser tr?gica y cruel. Te puede dar para despu?s quit?rtelo. Me gustar?a poder decirte que me he recuperado de mi dolor, pero no lo he hecho”. Thor lo mir?, la brutal sinceridad de Conven de alguna manera le daba un sentimiento de paz. “?Qu? te mantiene vivo?” pregunt? Thor. Conven mir? al agua durante un buen rato y despu?s suspir?. “Pienso que es lo que Conval hubiera querido”, dijo. “Hubiera querido que yo siguiera adelante. Y por eso sigo adelante. Lo hago por ?l. No por m?. A veces vivimos una vida por los dem?s. A veces no nos preocupa lo suficiente vivirla por nosotros, por eso la vivimos por ellos. Pero estoy viendo que a veces esto es suficiente”. Thor pensaba en Guwayne, ahora muerto, y se preguntaba qu? hubiera querido su hijo. Por supuesto que hubiera querido que Thor viviera, cuidara a su madre, Gwendolyn. Thor esto lo sab?a por l?gica. Pero, en su coraz?n, era un concepto dif?cil de comprender. Conven se aclar? la garganta. “Vivimos por nuestros padres”, dijo. “Por nuestros hermanos. Por nuestras esposas, hijos e hijas. Vivimos por todos los dem?s. Y, a veces, cuando la vida te ha golpeado tan fuerte que no puedes seguir por ti mismo, esto debe ser suficiente”. “No estoy de acuerdo”, dijo una voz. Thor mir? y vio a Matus acerc?ndose a su otro lado, sent?ndose y uni?ndose a ellos. Matus mir? hacia el mar, serio y orgulloso. “Yo creo que hay otra cosa por la que vivimos”, a?adi?. “?Y de qu? se trata?” pregunt? Conven. “La fe”. Matus suspir?. “Mi pueblo, los habitantes de las Islas Superiores, rezan a los cuatro dioses de las orillas rocosas. Rezan a los dioses del agua, el viento, el cielo y las rocas. Aquellos dioses nunca han contestado a mis oraciones. Yo rezo al antiguo dios del Anillo”. Thor lo mir? sorprendido. “Nunca he conocido a un hombre de las Islas Superiores que comparta la fe del Anillo”, dijo Conven. Matus asinti?. “Yo soy diferente a mi gente”, dijo. “Siempre lo he sido. Quer?a entrar la orden mon?stica cuando era joven, pero mi padre no quer?a ni o?r hablar de ello. Insisti? en que tomara las armas, como mis hermanos”. Suspir?. “Creo que vivimos por nuestr fe, no por los dem?s”, a?adi?. “Esto es lo que nos empuja hacia adelante. Si nuestra fe es lo suficientemente fuerte, realmente lo suficientemente fuerte, entonces cualquier cosa puede suceder. Incluso un milagro”. “?Y esto me puede devolver a mi hijo?” pregunt? Thor. Matus lo mir? asintiendo con la cabeza, resuelto, y Thor pudo ver la seguridad en sus ojos. “S?”, contest? Matus terminantemente. “Cualquier cosa”. “Mientes”, dijo Conven indignado. “Le est?s dando falsas esperanzas”. “No es as?”, replic? Matus. “?Est?s diciendo que la fe me devolver? a mi hermano muerto?” inst? Conven, enfadado. Matus suspir?. “Estoy diciendo que toda tragedia es un regalo”, dijo. “?Un regalo?” pregunt? Thor, horrorizado. “?Est?s diciendo que la p?rdida de mi hijo es un regalo?” Matus asinti? con seguridad. “Has recibido un regalo, por muy tr?gico que suene. No puedes saber qu? es. Puedo que no durante un largo tiempo. Pero un d?a lo ver?s”. Thor se dio la vuelta y mir? hacia el mar, confundido, inseguro. ?Era esta una prueba? se preguntaba. ?Era esta una de las pruebas de las que su madre le hab?a hablado? ?Pod?a solo la fe devolverle a su hijo? Quer?a creerlo. Realmente lo quer?a. Pero no sab?a si su fe era lo suficientemente fuerte. Cuando su madre hab?a hablado de pruebas, ?l estaba muy seguro de que podr?a superar cualquier cosa que se le pusiera en el camino; sin embargo, ahora, tal y como se sent?a, no sab?a si era lo suficientemente fuerte para continuar. La barca se balanceaba con las olas y de repente la marea se gir? y Thor sinti? que su peque?a barca giraba e iba en la direcci?n opuesta. Reaccion? pronto y mir? por encima de su hombro, pregunt?ndose qu? estaba ocurriendo. Reece, Elden, Indra y O’Connor todav?a estaban remando y manejando las velas, con una mirada de confusi?n en sus rostros, mientras su peque?a vela se sacud?a salvajemente con el viento. “Las Mareas del Norte”, dijo Matus, de pie, con las manos en las caderas y mirando a lo lejos, estudiando las aguas. Neg? con la cabeza. “Esto no es bueno”. “?Qu? es esto?” pregunt? Indra. “No podemos controlar la barca”. “A veces atraviesan las Islas Superiores”, explic? Matus. “Nunca las he visto, pero he o?do hablar de ellas, especialmente tan al norte. Son aguas revueltas. Una vez te atrapan, te llevan a donde quieren. No importa cuanto intentes remar o navegar”. Thor mir? hacia abajo y vio el agua corriendo al doble de velocidad por debajo de ellos. Mir? a lo lejos y vio que se estaban dirigiendo a un nuevo y vac?o horizonte, nubes lilas y blancas manchaban el cielo, a la vez hermosas y premonitorias. “Pero ahora nos dirigimos hacia el este”, dijo Reece, “y debemos dirigirnos hacia el oeste. Toda nuestra gente est? en el oeste. El Imperio est? en el Oeste”. Matus encogi? los hombros. “Nos dirigimos a donde nos llevan las olas”. Thor miraba a lo lejos con asombro y frustraci?n, d?ndose cuenta de que cada momento que pasaba los alejaba m?s de Gwendolyn, de su gente. “?Y d?nde acaba esto?” pregunt? O’Connor. Matus se encogi? de hombros. “Yo solo conozco las Islas Superiores”, dijo ?l. “Nunca he estado tan al norte. No conozco nada de lo que hay m?s all?”. “No termina”, dijo Reece en voz alta, misteriosamente, y todas las miradas se giraron hacia ?l. Reece los mir?, serio. “Fui instruido en las mareas hace a?os, a una edad temprana. En el antiguo libro de los Reyes ten?amos una colecci?n de mapas, cubriendo cada porci?n del mundo. Las Mareas del Norte llevan al l?mite este del mundo”. “?El l?mite este?” dijo Elden, con preocupaci?n en la voz. “Estar?amos en las ant?podas de nuestra gente”. Reece se encogi? de hombros. “Los libros eran antiguos y yo era joven. Lo ?nico que realmente recuerdo es que las mareas eran un portal a la Tierra de los Esp?ritus”. Thor mir? a Reece, extra?ado. “Patra?as y cuentos de hadas”, dijo O’Connor. “No existe el portal a la Tierra de los Esp?ritus. Se sell? hace siglos, antes de que nuestros padres pisaran la tierra”. Reece se encogi? de hombros y todos se quedaron callados mientras se giraron a mirar hacia el mar. Thor examin? las aguas que se mov?an con rapidez y se preguntaba: ?Hacia qu? lugar de la tierra se estaban dirigiendo? * Thor estaba sentado solo, en el filo del barco, contemplando las aguas como hab?a estado haciendo durante horas, la fr?a espuma le daba en la cara. Insensible al mundo, apenas lo sent?a. Thor quer?a moverse, alzar las velas, remar – lo que fuera-  pero ahora no pod?an hacer nada. Las mareas del Norte los estaban llevando por donde quer?an y lo ?nico que pod?an hacer era estar sentados sin hacer nada y observar las corrientes, su barca surcando las largas olas y preguntarse d?nde ir?an a parar. Ahora estaban en manos del destino. Mientras Thor estaba all? sentado, examinando el horizonte, pregunt?ndose d?nde acabar?a el mar, sinti? c?mo se dejaba llevar por la nada, insensible por el fr?o y el viento, perdido en la monoton?a del profundo silencio que colgaba por encima de ellos. Las aves marinas que al principio se mov?an en c?rculos a su alrededor hac?a tiempo que hab?an desaparecido y, mientras el silencio se hac?a m?s profundo, y el cielo se oscurec?a m?s y m?s, Thor sent?a que estaba navegando en la nada, hacia los mismos confines de la tierra. No fue hasta horas m?s tarde, cuando ca?a la ?ltima luz del d?a, que Thor se sent? y divis? algo en el horizonte. Al principio estaba seguro de que era una ilusi?n; pero a medida que las corrientes eran m?s fuertes, la forma se hizo m?s visible. Era real. Thor se sent? erguido, por primera vez en horas, y despu?s se puso de pie. Estaba all?, mientras la barca se balanceaba, con las manos en la cadera, mirando a lo lejos. “?Es real?” dijo una voz. Thor mir? y vio a Reece acerc?ndose a su lado. Elden, Indra y el resto pronto se unieron a ellos, todos mirando a lo lejos perplejos. “?Una isla?” se pregunt? O’Connor en voz alta. “Parece una cueva”, dijo Matus. Mientras se acercaban, Thor empez? a ver su contorno y  vio que, en efecto, era una cueva. Era una cueva enorme, un pe?asco que se elevaba en el mar, emergiendo aqu?, en medio de un mar cruel e interminable, alz?ndose a unos cien metros del mar, su abertura dibujaba un gran arco. Parec?a una boca gigante, preparada para tragarse todo el mundo. Y las corrientes estaban llevando su barca directamente hacia all?. Thor lo observaba perplejo y sab?a que solo pod?a tratarse de una cosa: la entrada a la Tierra de los Esp?ritus. CAP?TULO OCHO Darius andaba despacio por el camino de barro, Loti a su lado, el aire lleno con la tensi?n de su silencio. Ninguno de los dos hab?a dicho una palabra desde su encuentro con el capataz y sus hombres y la mente de Darius herv?a con un mill?n de pensamientos mientras andaba a su lado, acompa??ndola de vuelta a su pueblo. Darius quer?a rodearla con su brazo, decirle lo agradecido que estaba de que estuviera viva, de que lo hubiera salvado como ?l la hab?a salvado a ella, lo decidido que estaba a no dejar que se marchase de su lado nunca m?s. Quer?a ver sus ojos llenos de alegr?a y alivio, quer?a o?rle decir cu?nto significaba para ella que hubiera arriesgado la vida por ella o, al menos, que se alegraba de verlo. Sin embargo, mientras andaban en un profundo e inc?modo silencio, Loti no dec?a nada, ni siquiera lo miraba. No le hab?a dicho ni una palabra desde que ?l hab?a provocado la avalancha, ni siquiera lo hab?a mirado a los ojos. El coraz?n de Darius lat?a con fuerza, pregunt?ndose qu? estaba pensando ella. Hab?a presenciado c?mo reun?a su poder, hab?a presenciado la avalancha. Despu?s de la misma, le hab?a lanzado una mirada de horror y no lo hab?a vuelto a mirar desde entonces. Quiz?s, pensaba Darius, desde su punto de vista hab?a roto el sagrado tab? de su pueblo al recurrir a la magia, la cosa que su pueblo despreciaba m?s que a nada. Quiz?s ella le tem?a; o incluso peor, quiz?s ya no lo quer?a. Quiz?s pensaba que era una especie de monstruo. Darius sent?a que su coraz?n se romp?a mientras andaban lentamente de vuelta al pueblo y se preguntaba qu? sentido ten?a todo aquello. Acababa de arriesgar su vida para salvar a una chica que ya no lo quer?a. Pagar?a lo que fuera por leer sus pensamientos, lo que fuera. Pero ella ni le hablaba. ?Estaba asustada? Darius quer?a decirle algo, cualquier cosa para romper el silencio. Pero no sab?a por donde empezar. ?l hab?a cre?do que la conoc?a, pero ahora no estaba tan seguro. Una parte de ?l se sent?a indignado, demasiado orgulloso para hablar, dada su reacci?n y otra parte de ?l se sent?a de alguna manera avergonzado. Sab?a lo que su gente pensaba del uso de la magia. ?Tan terrible era usar la magia? ?Incluso si hab?a salvado su vida? ?Se lo contar?a a los dem?s? Si la gente de la aldea lo descubr?a, seguro que lo exiliar?an. Ellos andaban y andaban y Darius al final no lo pudo resistir m?s; ten?a que decir algo. “Estoy seguro de que tu familia estar? contenta de ver que vuelves sana y salva”, dijo Darius. Loti, ante su decepci?n, no aprovech? la ocasi?n para mirarlo; sino que simplemente segu?a inexpresiva mientras continuaban andando en silencio. Finalmente, despu?s de un buen rato, movi? la cabeza. “Quiz?s”, dijo ella. “Pero pienso que estar?n m?s preocupados que otra cosa. El pueblo entero lo estar?”. “?Qu? quieres decir?” pregunt? Darius. “Has matado a un capataz. Hemos matado a un capataz. El Imperio entero habr? salido a buscarnos. Destruir?n nuestro pueblo. A nuestra gente. Hemos hecho algo terrible, ego?sta. “?Algo horrible? ?Te salv? la vida!” dijo Darius exasperado. Ella se encogi? de hombros. “Mi vida no vale la vida de toda nuestra gente”. Darius estaba furioso, sin saber qu? decir mientras caminaban. Estaba empezando a ver que Loti era una chica complicada, dif?cil de entender. Hab?a sido demasiado adoctrinada con el r?gido pensamiento de sus padres, de su gente. “O sea que entonces me odias”, dijo ?l. “Me odias por salvarte”. Ella se negaba a mirarlo, continuaba caminando. “Yo tambi?n te salv?”, replic? con orgullo. “?No te acuerdas?” Darius se ruboriz?; no lograba comprenderla. Era demasiado orgullosa. “No te odio”, a?adi? finalmente. “Pero vi c?mo lo hiciste. Vi lo que hiciste”. Darius sinti? que temblaba por dentro, herido por sus palabras. Salieron como una acusaci?n. No era justo, especialmente despu?s de haber salvado su vida. “?Y eso es algo tan horrible?” pregunt? ?l. ?Fuera el que fuera el poder que utilic??” Loti no respondi?. “Soy quien soy”, dijo Darius. “Nac? as?. No lo ped?. Ni yo mismo lo entiendo del todo. No s? cu?ndo viene y cu?ndo se va. No s? si alguna vez podr? usarlo de nuevo. No quer?a usarlo. Era como si…?l me usara a m?”. Loti continuaba mirando hacia abajo, sin responder, sin mirarlo a los ojos, y Darius sinti? un profundo sentimiento de arrepentimiento. ?Hab?a cometido un error al rescatarla? ?Deb?a avergonzarse de quien era? “?Preferir?as estar muerta a que yo hubiera usado…lo que sea que us??” pregunt? Darius. De nuevo Loti no respondi? mientras andaban y el arrepentimiento de Darius se volv?a m?s profundo. “No hables de esto a nadie”, dijo ella. “No debemos hablar nunca de lo que ha sucedido hoy aqu?. Los dos seremos marginados”. Giraron la esquina y su pueblo apareci? ante su vista. Caminaron por el camino principal y, mientras lo hac?an, algunos aldeanos los reconocieron y soltaron un gran grito de alegr?a. En unos instantes hubo una gran conmoci?n mientras los aldeanos se amontonaban para recibirlos, centenares de ellos, corriendo emocionados a abrazar a Loti y a Darius. Abri?ndose paso entre la multitud estaba la madre de Loti, junto a su padre y dos de sus hermanos, hombres altos de anchos hombros, pelo corto y mand?bulas orgullosas. Todos ellos miraron a Darius, como tom?ndole las medidas. De pie a su lado estaba el tercer hermano de Loti, m?s peque?o que los otros y cojo de una pierna. “Mi amor”, dijo la madre de Loti, corriendo a trav?s de la multitud y la cogi? entres sus brazos, abraz?ndola fuerte. Darius se qued? atr?s, sin saber qu? hacer. “?Qu? te pas?? pidi? su madre. “Pens? que el Imperio se te hab?a llevado. ?C?mo te liberaste?” Todos los aldeanos se quedaron serios, en silencio, mientras todos los ojos se dirig?an a Darius. ?l estaba all?, sin saber qu? decir. ?l sent?a que ese deb?a ser un momento de gran alegr?a y celebraci?n por lo que hab?a hecho, un momento del que sentirse muy orgulloso, de ser recibido en casa como un h?roe. Despu?s de todo, solo ?l, de entre todos ellos, hab?a tenido el valor de ir en busca de Loti. En cambio, era un momento de confusi?n para ?l. Y quiz?s incluso de verg?enza. Loti le dirigi? una mirada firme, como advirti?ndole que no revelara su secreto. “No pas? nada, Madre”, dijo Loti. “El Imperio cambi? de opini?n. Me soltaron”. “?Te soltaron?” repiti? ella con estupor. Loti asinti? con la cabeza. “Me soltaron lejos de aqu?. Me perd? en el bosque y Darius me encontr?. Me trajo de vuelta”. Los aldeanos, en silencio, miraban todos esc?pticos de Darius a Loti. Darius percibi? que no les cre?an. “?Y qu? es esta marca en tu cara?” le pregunt? su padre, dando un paso hacia adelante, frotando con su dedo pulgar su mejilla y girando su cabeza para examinarla. Darius mir? y vio un gran roncha negra y azul. Loti mir? a su padre, insegura. “Yo…tropec?”, dijo ella. “Con una ra?z. Ya te dije que estoy bien”, insisti?, desafiante. Todos los ojos se giraron hacia Darius y Bokbu, jefe del pueblo, dio un paso hacia adelante. “Darius, ?es eso cierto?” le pregunt? con voz sombr?a. “?La devolviste de forma pac?fica? ?No te topaste con el Imperio?” Darius estaba all?, el coraz?n le lat?a fuerte, centenares de ojos le miraban. Sab?a que si les contaba su encuentro, si les contaba lo que hab?a hecho, todos temer?an que hubieran represalias. Y ?l no pod?a explicar c?mo los mat? sin hablar de su magia. Ser?a un marginado y Loti tambi?n, y ?l no quer?a sembrar el p?nico en el coraz?n de todo el pueblo. Darius no quer?a mentir. Pero no sab?a qu? otra cosa hacer. As? que, Darius simplemente asinti? a los mayores, sin hablar. Que interpreten lo que quieran, pens?. Poco a poco, la gente, aliviada, se gir? a mirar a Loti. Finalmente, uno de sus hermanos dio un paso adelante y la rode? con su brazo. “?Est? a salvo!” dijo en voz alta, rompiendo la tensi?n. “?Eso es lo ?nico que importa!” Hubo un gran grito en el pueblo, la tensi?n se rompi? y su familia y todos los dem?s abrazaron a Loti. Darius estaba all? y observaba, recibiendo unas cuantas palmaditas poco entusiastas en la espalda, mientras Loti, soloa, se gir? hacia su familia, que la acompa?? hasta el pueblo. ?l ve?a como se marchaba, esperando, con la ilusi?n de que se diera la vuelta para mirarlo, solo una vez. Pero su coraz?n se secaba dentro de ?l mientras la ve?a desaparecer, envuelta por la multitud, sin girarse nunca. CAP?TULO NUEVE Volusia estaba orgullosa en su carruaje de oro, montada en lo alto de su barco de oro que brillaba al sol, mientras lentamente avanzaba por los canales de Volusia, con los brazos abiertos, recibiendo la adulaci?n de su pueblo. Miles de ellos salieron, se apresuraron hacia los l?mites de los canales, hicieron fila en las calles y callejuelas y gritaban su nombre desde todas las direcciones. Mientras navegaba por los estrechos canales que se abr?an camino a trav?s de la ciudad, Volusia casi pod?a tocar a su gente, todos llamando su nombre, gritando y chillando con adulaci?n mientras lanzaban tiras de pergamino rotas de todos los colores, que brillaban con la luz mientras ca?an encima de ella en forma de lluvia. Era la mayor se?al de respeto que su pueblo le pod?a ofrecer. Era su manera de recibir a un h?roe que volv?a. “?Larga vida a Volusia! ?Larga vida a Volusia!” cantaban, resonando de una callejuela a la otra mientras ella pasaba a trav?s de las masas, los canales llev?ndola a trav?s de su suntuosa ciudad, sus calles y edificios todos forrados de oro. Volusia se echaba hacia atr?s y lo admiraba todo, emocionada por haber derrotado a R?mulo, haber matado al Gobernante Supremo del Imperio y haber asesinado a su contingente de soldados. Su pueblo era uno con ella y se sent?an envalentonados cuando ella se sent?a envalentonada y ella nunca se hab?a sentido m?s fuerte en su vida-no desde que hab?a asesinado a su madre. Volusia observaba su suntuosa ciudad, a los dos imponentes pilares que daban entrada a ella, de un dorado y verde brillantes al sol; se fijaba en el interminable conjunto de antiguos edificios construidos en tiempos de sus antepasados, de varios centenares de a?os, bien conservados. Las brillantes calles inmaculadas estaban abarrotadas por miles de personas, guardas en cada esquina, los canales cortados a trav?s de ellas en exactos ?ngulos perfectos, conect?ndolo todo. Hab?an peque?os puentes en los cuales se pod?an ver caballos pisando fuerte, llevando carruajes de oro, gente luciendo sus m?s finas sedas y joyas. Se hab?a declarado fiesta en toda la ciudad y todos hab?an salido a recibirla, todos gritando su nombre en este d?a sagrado. Ella era m?s que una l?der para ellos, era una diosa. Todav?a era m?s favorable que este d?a coincidiera con una festividad, el D?a de las Luces, el d?a en que hac?an una reverncia a los siete dioses del sol. Volusia, como l?der de la ciudad, siempre era la que daba inicio a las festividades y, mientras navegaba, las dos inmensas antorchas ard?an detr?s de ella, m?s brillantes que el d?a, a punto para iluminar la Gran Fuente. Todo el mundo la segu?a, corriendo por las calles, persiguiendo su barco; sab?a que la acompa?ar?an durante todo el camino, hasta que llegara al centro de los seis c?rculos de la ciudad, donde desembarcar?a y encender?a las fuentes que marcar?an la fiesta del d?a y los sacrificios. Era un d?a glorioso para su ciudad y su gente, un d?a para alabar a los catorce dioses, los que se dec?a que rodeaban la ciudad, que guardaban las catorce entradas contra invasores no deseados. Su gente rezaba a todos ellos y hoy, como todos los d?as, deb?an darles las gracias. Este a?o, a su pueblo le esperaba una sorpresa: Volusia hab?a a?adido un decimoquinto dios, era la primera vez en siglos, desde la creaci?n de la ciudad, que se a?ad?a un dios. Y ese dios era ella misma. Volusia hab?a levantado una imponente estatua de oro de ella misma en el centro de los siete c?rculos y hab?a declarado ese d?a el d?a de su nombre, de su fiesta. Cuando la descubrieran, todo su pueblo la ver?a por primera vez, ver?an que ella, Volusia, era m?s que su madre, m?s que una l?der, m?s que una simple humana. Era una diosa, que merec?a ser venerada cada d?a. Ellos le rezar?an y har?an reverencias junto con los dem?s dioses – lo har?an o ella los matar?a. Volusia sonre?a para s? misma mientras se acercaba m?s al centro de la ciudad. Apenas pod?a esperar a ver sus expresiones, a hacer que todos la adoraran como a los catorce dioses. Ellos todav?a no lo sab?an pero, un d?a, destruir?a a los otros dioses, uno a uno, hasta que solo quedara ella. Volusia, emocionada, mir? por detr?s de su hombro y vio una interminable colecci?n de barcos que la segu?an, todos llevando toros y cabras y carneros vivos, movi?ndose y haciendo ruido al sol, todos preparados para el sacrificio del d?a para los dioses. Ella sacrificar?a al m?s grande y al mejor delante de su estatua. El barco de Volusia finalmente lleg? al canal abierto que lleva a los siete c?rculos de oro, cada uno de ellos m?s ancho que el anterior, anchas plazas de oro separadas por anillos de agua. Su barco pas? lentamente a trav?s de los c?rculos, cada vez m?s cerca del centro, pasando cada uno de los catorce dioses y su coraz?n lat?a por la emoci?n. Cada dios se elevaba por encima de ellos mientras pasaban, cada estatua de oro brillante, de unos ocho metros. En el centro de todo aquello, en la plaza que siempre se hab?a mantenido vac?a para sacrificios y para congregarse, ahora se levantaba un pedestal de oro acabado de construir, encima del cual hab?a una estructura de unos quince metros cubierta con una ropa de seda blanca. Volusia sonri?: ella era la ?nica de entre su gente que sab?a lo que hab?a bajo aquella tela. Volusia desembarc?, sus sirvientes se apresuraron a ayudarla a bajar cuando llegaron a la plaza del centro. Observ? c?mo otro barco se acercaba, sacaban de all? al toro m?s grande que jam?s hab?a visto y una docena de hombres lo llevaban hasta ella. Cada uno sosten?a una gruesa cuerda, llevando a la bestia con cuidado. Este toro era especial, adquirido en las Provincias Inferiores: casi cinco metros de alto, con la piel roja y brillante, era un modelo de fuerza. Tambi?n estaba lleno de furia. Se resist?a, pero los hombres lo manten?an en su sitio a la vez que lo llevaban delante de la estatua. Volusia oy? como se desenfundaba una espada, se gir? y vio a Aksan, su asesino personal, de pie a su lado, sujetando la espada ceremonial. Aksan era el hombre m?s leal que jam?s hab?a conocido, dispuesto a matar a cualquiera que ella le pidiera solamente con un gesto de su cabeza. Tambi?n era s?dico, raz?n por la que le gustaba y se hab?a ganado su respeto muchas veces. Era una de las pocas personas a las que permit?a acercarse a su lado. Aksan la mir?, con su cara hundida y llena de surcos, sus cuernos eran visibles detr?s de su grueso pelo rizado. Volusia cogi? la larga y dorada espada ceremonial, con una hoja de casi dos metros de largo y sujet? su empu?adura fuerte con ambas manos. Se hizo un silencio profundo mientras ella le daba vueltas, la levantaba en alto y la dirig?a hacia la nuca del toro con todas sus fuerzas. La espada, afilada como estaba, delgada como un pergamino, lo reban? y Volusia sonre?a mientras o?a el satisfactorio sonido de la espada perforando la carne, sinti? c?mo la cortaba de arriba aabajo y sinti? la sangre caliente salpic?ndole en la cara. Sal?a a borbotones por todas partes, un enorme charco rezumaba a sus pies y el toro se tambale?, sin cabeza, y cay? en la base de la estatua, todav?a cubierta. La sangre se desparram? por encima de la seda y el oro, manch?ndolos, mientras la gente soltaba una gran ovaci?n. “?Un gran presagio, mi se?ora!”, Askan se inclin? y dijo. Las ceremonias hab?an empezado. A su alrededor sonaban las trompetas y centenares de animales eran tra?dos hacia all?, mientras sus oficiales empezaban a su alrededor, por todos lados. Este ser?a un largo d?a de matanza, de violaci?n y de hartarse de comida y vino – y despu?s volver a hacerlo durante otro d?a, y otro. Volusia se asegurar?a de unirse a ellos, coger?a algunos hombres y vino para ella y los degollar?a como sacrificio para sus ?dolos. Estaba deseando tener un largo d?a de sadismo y brutalidad. Pero primero deb?a hacer una cosa. La multitud se qued? en silencio mientras Volusia sub?a el pedestal de la base de su estatua, se daba la vuelta y miraba a su pueblo. Subiendo por el otro lado estaba Koolian, otro consejero de confianza, un oscuro hechicero que llevaba una capucha negra y una t?nica, con ojos verdes brillantes y una cara llena de berrugas, la criatura que la hab?a ayudado y servido como gu?a en el asesinato de su madre. Fue ?l, Koolian, qui?n le hab?a aconsejado construir esta estatua para ella misma. El pueblo la miraba, en absoluto silencio. Ella esperaba, saboreando el drama del momento. “?Gran pueblo de Volusia!” grit? fuerte. “?Os presento la estatua de vuestro m?s grande y nuevo dios!” Con un movimiento Volusia retir? la s?bana de seda, dejando a la multitud boquiabierta. “?Vuestra nueva diosa, la decimoquinta diosa, Volusia!” Koolian grit? fuerte hacia el pueblo. El pueblo solt? un profundo grito de asombro, mientras todos la miraban extra?ados. Volusia mir? a la brillante estatua de oro, dos veces m?s alta que las otras, un modelo perfecto de ella. Esperaba nerviosa a ver c?mo reaccionaba su gente. Hacia siglos que nadie introduc?a un nuevo dios y apostaba por ver si su amor por ella era tan grande como ella necesitaba que fuera. No solo necesitaba que la amaran, necesitaba que la veneraran. Para su gran satisfacci?n, todo su pueblo, de repente bajaron sus cabezas a la vez , haciendo una reverencia, adorando a su ?dolo. “Volusia”, cantaban sagradamente, una y otra vez. “Volusia. Volusia”. Volusia estaba all? de pie, con los brazos extendidos, respirando profundamente, recibi?ndolo todo. Era suficiente elogio para satisfacer a cualquier humano. Cualquier l?der. Cualquier dios. Pero todav?a no era suficiente para ella. * Volusia caminaba por la ancha y arqueada entrada al aire libre de su castillo, pasando por columnas de m?rmol de treinta metros de altura, la entrada estaba repleta de jardines y guardas, soldados del Imperio, perfectamente erguidos, sujetando lanzas de oro, en fila, tan lejos como alcanzaba la vista. Ella caminaba lentamente, los tacones dorados de sus botas hac?an ruido, iba acompa?ada por ambos lados, de Koolian, su hechicero, Aksan, su asesino, y Soku, el comandante de su ej?rcito. “Mi se?ora, si pudiera hablar un momento con usted”, dijo Soku. Hab?a intentado hablar con ella durante todo el d?a y ella lo hab?a ignorado, sin interesarle sus miedos, su fijaci?n en la realidad. Ella ten?a su propia realidad y hablar?a con ?l cuando le fuera bien. Volusia continu? andando hasta llegar a otra entrada que daba otro pasillo, este engalanado con largas tiras de abalorios de esmeralda. Inmediatamente, los soldados se apresuraron a retirarlas a un lado, abri?ndole a ella el paso. Al entrar, todos los cantos, el griter?o y el jolgorio de las sagradas ceremonias del exterior iban dejando poco a poco de o?rse. Hab?a tenido un largo d?a de matanzas, bebida, violaci?n y festejo y Volusia quer?a un rato para reponerse. Recargar?a fuerzas, y despu?s volver?a para otra ronda. Volusia entr? a las solemnes c?maras, oscuras y pesadas, solo iluminadas por unas pocas antorchas. Lo que iluminaba la habitaci?n m?s que nada era el ?nico rayo de luz verde, que sal?a disparado hacia abajo desde el ?culo que hab?a arriba en el centro del techo a unos treinta metros de altura, directo a un objeto singular que estaba solo en el centro de la sala. La lanza esmeralda. Volusia se acerc? a ella, admirada, mientras estaba all?, como hab?a estado durante siglos, apuntando directamente a la luz. Con su empu?adura y su punta color esmeralda, brillaba a la luz, apuntando directo hacia los cielos, como desafiando a los dioses. Siempre hab?a sido un objeto sagrado para su pueblo, un objeto que el pueblo pensaba que sosten?a la ciudad entera. Estaba delante de ella admirada, observando como las part?culas se arremolinaban a su alrededor en la luz verde. “Mi se?ora”, dijo Soku suavemente, su voz retumbando en el silencio. “?Puedo hablar?” Volusia estuvo durante un buen rato de espaldas a ?l, examinando la lanza, admirando su artesan?a, como hab?a hecho cada d?a de su vida, hasta que finalmente se sinti? preparada para escuchar las palabras de su consejero. “S? que puedes”, dijo ella. “Mi se?ora”, dijo ?l, “ha matado al gobernador del Imperio. Seguramente, ha corrido la voz. Los ej?rcitos estar?n marchando hacia Volusia ahora mismo. Ej?rcitos enormes, muy grandes para podernos defender contra ellos. Debemos prepararnos. ?Cu?l es su estratgia?” “?Estrategia?” pregunt? Volusia, todav?a sin mirarlo, enojada. “?C?mo negociar? la paz? Presion? ?l. “?C?mo se entregar??” Se gir? hacia ?l y le clav? los ojos fr?amente. “No habr? paz”, dijo ella. “Hasta que yo acepte su rendici?n y su promesa de lealtad hacia m?”. ?l la mir?, con miedo en su rostro. “Pero mi se?ora, nos ganan en n?mero de cien a uno”, dijo ?l. “No es posible que nos defendamos contra ellos”. Ella se volvi? hacia la lanza y ?l se acerc?, desesperado. “My Emperadora”, insisti? ?l. “Ha conseguido una extraordinaria victoria al usurpar el trono de su madre. Su pueblo no la quer?a a ella, pero a usted s?. La adoran. Nadie le hablar? con sinceridad. Pero yo s? que lo har?. Usted se rodea de gente que le dice lo que quiere o?r. Que le teme. Pero yo le dir? la verdad, la realidad de la situaci?n. El Imperio nos rodear?. Y nos aplastar?n. No quedar? nada de nosotros, de nuestra ciudad. Debe actuar. Debe negociar una tregua. Pagar el precio que pidan. Antes de que nos maten a todos”. Volusia sonre?a mientras examinaba la lanza. “?Sabes lo que dec?an de mi madre?” pregunt? ella. Soku estaba all?, mir?ndola sin comprender y neg? con la cabeza. “Dec?an que era la Elegida. Dec?an que nunca ser?a derrotada. Dec?an que nunca morir?a. ?Sabes por qu?? Porque nadie hab?a empu?ado esta lanza en seis siglos. Y ella vino y la empu?? con una mano. Y la us? para matar a su padre y quedarse con su trono”. Volusia se gir? hacia ?l, sus ojos radiantes de historia y destino. “Dec?an que la lanza solo ser?a empu?ada una vez. Por la Elegida. Dec?an que mi madre vivir?a mil siglos, que el trono de Volusia ser?a suyo para siempre. ?Y sabes qu? pas?? Yo misma empu?? la lanza y la us? para matar a mi madre”. Ella respir? profundamente. “?Qu? le dice esto, Se?or Comandante?”, dijo ella, “cuando todo el mundo en este universo se arrodille ante m?, cuando no exista ni una sola persona que no conozca, grite y chille mi nombre, entonces sabr?s que yo soy la ?nica l?der verdadera, y que yo soy el ?nico dios verdadero. Yo soy la Elegida. Porque yo me he elegido a m? misma”. CAP?TULO DIEZ Gwendolyn caminaba por la aldea, acompa?ada de sus hermanos, Kendrick y Godfrey, y por Sandara, Aberthol, Brandt y Atme, con centenas de personas de su pueblo sigui?ndola, mientras eran recibidos. Bokbu, el jefe del pueblo, los guiaba y Gwen andaba a su lado, llena de gratitud mientras visitaba el pueblo. Su gente los hab?a acogido, les hab?a proporcionado un refugio seguro y el jefe lo hab?a hecho poni?ndose a ?l mismo en peligro, contra la voluntad de algunos de lo suyos. Los hab?a salvado a todos, los hab?a rescatado de los muertos. Gwen no sab?a qu? hubieran hecho si no hubiera sido as?. Probablemente estar?an todos muertos en el mar. Gwen tambi?n se sent?a muy agradecida a Sandara, que hab?a respondido por ellos ante su gente y quien hab?a tenido la sensatez de llevarlos aqu?. Gwen mir? a su alrededor, observando la escena mientras los aldeanos se amontonaban a su alrededor, observ?ndolos llegar como algo curioso, y se sent?a como un animal expuesto. Gwen vio las peque?as y originales caba?as de barro y vio un pueblo orgulloso, una naci?n de guerreros con ojos amables, observ?ndolos. Estaba claro que nunca antes hab?an visto nada parecido a Gwen y su gente. Aunque curiosos, tambi?n eran prudentes. Gwen no pod?a culparles. Una vida como esclavos los hab?a moldeado para ser cautos. Gwen vio todas las hogueras que se estaban erigiendo por todas partes y se extra??. “?Por qu? todas estas hogueras?” pregunt?. “Lleg?is en un d?a de buen augurio”, dijo Bokbu. “Es nuestra festividad de los muertos. Una noche santa para nosotros, sucede solo una vez durante el ciclo del sol. Quemamos hogueras en honor a los muertos y se dice que, durante esta noche, los dioses nos visitan y nos hablan de lo que est? por venir”. “Tambi?n se dice que nuestro salvador vendr? en este d?a”, dijo inesperadamente una voz. Gwen mir? a su alrededor y vio a un hombre mayor, quiz?s de unos setenta a?os, alto, delgado con una apariencia sombr?a, caminando a su lado, llevando un largo bast?n amarillo y vistiendo una t?nica amarilla. “Le presento a Kalo”, dijo Bokbu. “Nuestro or?culo”. Gwen le salud? con la cabeza y ?l hizo lo mismo, sin expresi?n. “Vuestro pueblo es hermoso”, coment? Gwendolyn. “Percibo el amor de familia aqu?”. El jefe sonri?. “Es joven para ser reina, pero sabia, afable. Es cierto lo que dicen de usted m?s all? de los mares. Desear?a que usted y su gente pudieran quedarse aqu? mismo, en el pueblo, con nosotros; pero entender? que debemos esconderlos de los ojos entrometidos del Imperio. Estar?n cerca, no obstante; aquel ser? su hogar, all?”. Gwendolyn sigui? su mirada y a lo alto vio una monta?a lejana, llena de agujeros. “Las cuevas”, dijo ?l. “All? estar?n seguros. El Imperio no los buscar? all? y podr?n encender hogueras y preparar su comida y recuperarse hasta que est?n bien”. “?Y despu?s?” pregunt? Kendrick, uni?ndose a ellos. Bokbu lo mir?, pero antes de que pudiera responder se detuvo, pues delante suyo apareci? un aldeano alto y musculoso sujetando una lanza, flanqueado por una docena de hombres musculosos. Era el mismo hombre del barco, el que hab?a protestado por su llegada y no parec?a contento. “Pones en peligro a todo nuestro pueblo dejando que est?n aqu? los extra?os”, dijo con voz oscura. “Debes devolverlos al lugar del que vienen. No nos corresponde acoger hasta la ?ltima raza que el mar arroja hasta aqu?”. Bokbu neg? con la cabeza mientras lo miraba. “Tus padres se averg?enzan de ti”, dijo. “Las leyes de nuestra hospitalidad se extienden a todos”. “?Y un esclavo debe cargar con el peso de conceder hospitalidad?” replic?. “?Cuando no podemos encontrarla nosotros mismos?” “El modo en que nos tratan a nosotros no tiene nada que ver con el modo en que nosotros tratamos a los dem?s”, replic? el jefe. “Y no daremos la espalda a aquellos que nos necesiten”. El aldeano mir? con burla a Gwendolyn, Kendrick, a los dem?s y otra vez al jefe. “No los queremos aqu?”, dijo, muy indignado. “Las cuevas no est?n lo suficientemente lejos y cada d?a que est?n aqu?, estamos un d?a m?s cerca de la muerte”. “?Y qu? tiene de bueno esta vida a la que te aferras si no la pasas justamente?” pregunt? el jefe. El hombre lo mir? fijamente durante un buen rato y, finalmente, se dio la vuelta y se march? furioso, seguido de sus hombres. Gwendolyn observaba como se iban, extra?ada. “No le haga caso”, dijo el jefe, mientras continuaba andando y Gwen y los dem?s hicieron lo mismo a su lado. “No quiero ser una carga para ustedes”, dijo Gwendolyn. “Podemos marcharnos”. El jefe neg? con la cabeza. “No se marchar?n”, dijo. “No hasta que hayan descansado y est?n preparados. Hay otros sitios donde pueden ir en el Imperio, si lo prefieren. Sitios que tambi?n est?n bien escondidos. Pero est?n lejos de aqu? y es peligoso llegar a ellos y deben recuperarse y decidir y quedarse aqu? con nosotros. Insisto. De hecho, solo por esta noche, deseo que se unan a nosotros, que participen en las festividades de nuestro pueblo. Ya est? anocheciendo, el Imperio no los ver?, y es un d?a importante para nosotros. Ser?a un honor para m? tenerlos como invitados”. Gwendolyn percibi? que estaba anocheciendo, vio como encend?an las hogueras, los aldeanos vest?an sus mejores galas, reuni?ndose; escuch? el sonido de un tambor que empezaba a sonar fuerte, suave, al ritmo y despu?s cantos. Vio ni?os corriendo alrededor, cogiendo regalos, que parec?an caramelos. Vio hombres que pasaban cocos llenos con alg?n l?quido y sent?a el olor a carne de los grandes animales que se estaban asando en las hogueras. A Gwen le gustaba la idea de que su gente tuviera la oportunidad de descansar, recuperarse y comer bien antes de ascender al aislamiento de las cuevas. Se gir? hacia el jefe. “Me gustar?a”, dijo. “Me gustar?a mucho”. * Sandara caminaba al lado de Kendrick, embargada por la emoci?n de estar de nuevo en casa. Estaba feliz de estar en casa, de estar de nuevo con su gente en una tierra conocida; sin embargo tambi?n se sent?a reprimida, se sent?a otra vez como una esclava. Estar aqu? le devolv?a recuerdos de por qu? se hab?a ido, de por qu? se hab?a ofrecido voluntaria para estar al servicio del Imperio y cruzar los mares con ellos como curandera. Al menos esto la hab?a sacado de este sitio. Sandara se sent?a muy aliviada por haber ayudado a salvar a la gente de Gwendolyn, por haberlos tra?do aqu? antes de que murieran en el mar. Mientras caminaba al lado de Kendrick deseaba, m?s que nada, darle la mano, mostrar su hombre a su pueblo. Pero no pod?a. Demasiados ojos estaban fijados en ellos y ella sab?a que el pueblo nunca tolerar?a una uni?n entre razas. Kendrick, como si le leyera el pensamiento, desliz? una mano alrededor de su cintura y Sandara la apart? r?pidamente. Kendrick la mir? herido. “Aqu? no”, le respondi? en voz baja, sinti?ndose culpable. Kendrick frunci? el ce?o, desconcertado. “Hemos hablado de esto”, dijo ella. “Te dije que mi pueblo era r?gido. Debo respetar sus leyes”. “Entonces, ?te averg?enzas de m??” pregunt? Kendrick. Sandara neg? con la cabeza. “No, mi se?or. Al contrario. No existe nadie de quien me sienta m?s orgullosa. Ni nadie a quien quiera m?s. Pero no puedo estar contigo. No aqu?. No en este lugar. Debes entenderlo”. La expresi?n de Kendrick se oscureci? y ella se sinti? fatal por ello. “Pero es donde estamos”, dijo ?l. “No hay otro lugar para nosotros. Entonces, ?no estaremos juntos?” Ella habl?, mientras su coraz?n se romp?a por sus propias palabras: “T? estar?s en las cuevas de tu pueblo”, dijo ella. “Yo estar? aqu?, en el pueblo. Con mi gente. Es lo que me toca. Te quiero, pero no podemos estar juntos. No en este lugar”. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697071&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.