Êàê ïîäàðîê ñóäüáû äëÿ íàñ - Ýòà âñòðå÷à â îñåííèé âå÷åð. Ïðèãëàøàÿ ìåíÿ íà âàëüñ, Òû ñëåãêà ïðèîáíÿë çà ïëå÷è. Áàáüå ëåòî ìîå ïðèøëî, Çàêðóæèëî â âåñåëîì òàíöå,  òîì, ÷òî ñâÿòî, à ÷òî ãðåøíî, Íåò æåëàíèÿ ðàçáèðàòüñÿ. Ïðîãîíÿÿ ñîìíåíüÿ ïðî÷ü, Ïîä÷èíÿþñü ïðè÷óäå ñòðàííîé: Õîòü íà ìèã, õîòü íà ÷àñ, õîòü íà íî÷ü Ñòàòü åäèíñòâåííîé è æåëàííîé. Íå

El Fantasma De Margaret Houg

El Fantasma De Margaret Houg Elton Varfi TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE Delia Sanz Nieto Londres, en nuestra ?poca. La mujer de un banquero poderoso y muy conocido fallece, pero, un a?o despu?s de su muerte, los hijos de la mujer afirman haber visto su fantasma vagando por la villa. ?Es la realidad? ?Es una pesadilla? ?Hay algo turbio en el asunto? Elton Varfi ISBN: 9788873040972 Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com (http://write.streetlib.com)). tabla de contenidos 1  I (#u3aec13f0-2c79-5e8d-be6d-8e56625eee19) 2  II (#u42c5d478-1077-5c23-bbea-8b8e84c8ff60) 3  III (#u09dd24e2-5828-5496-8ed3-62143c5bb320) 4  IV (#litres_trial_promo) 5  V (#litres_trial_promo) 6  VI (#litres_trial_promo) 7  VII (#litres_trial_promo) 8  VIII (#litres_trial_promo) 9  IX (#litres_trial_promo) 10  X (#litres_trial_promo) 11  XI (#litres_trial_promo) 12  XII (#litres_trial_promo) 13  XIII (#litres_trial_promo) 14  XIV (#litres_trial_promo) 15  XV (#litres_trial_promo) 16  XVI (#litres_trial_promo) 17  XVII (#litres_trial_promo) © 2012 - 2017 Elton Varfi Reservados todos los derechos. No se permite la reproducci?n total o parcial de esta obra. Las solicitudes de publicaci?n y/o uso de esta obra o parte de ella, en un contexto que no sea exclusivamente la lectura privada, deben ser enviadas a: [email protected] T?tulo original: Il fantasma di Margaret Houg © Traducci?n de Delia Nieto Sanz I Esa ma?ana Ernest se despert? ya cansado y no quer?a responder al tel?fono, que sonaba con insistencia. Al final se levant? y cogi? el auricular. Del otro lado del auricular le lleg? la voz de su amigo Roni, que sonaba m?s rara que habitualmente. Ese d?a parec?a que su amigo hab?a arrancado quemando rueda, y Ernest no tuvo siquiera tiempo de decir «?d?game?» antes de verse arrastrado por una avalancha de preguntas. —?Eh! ?Qu? pasa? ?C?mo es que no s? nada de ti desde hace una semana? ?Ni siquiera respondes al tel?fono! ?Se ve que ya no necesitas dinero! ?Has ganado la loter?a? —No, Roni, no he ganado ninguna loter?a y, la verdad, un poco de dinero me vendr?a bien, pero no s? qu? pod?is tener en com?n el dinero y t? —le respondi? Ernest con iron?a. —?Qu? buen amigo eres! Yo estoy siempre ayud?ndote ?y t? me tratas as?? —?Qu?? —respondi? Ernest, que no entend?a lo que quer?a decir su amigo. —Dentro de media hora estoy en tu casa y te explico todo —dijo Roni, justo antes de colgar. Ernest se qued? all?, con el tel?fono en la mano y una sonrisa en los labios que denotaba la perplejidad por el extra?o comportamiento de su amigo. En efecto, le gustaba ver que Roni era su mejor, y, quiz?, ?nico amigo, pero la noche anterior hab?a bebido m?s de la cuenta y estaba hecho polvo, as? que decidi? darse una ducha. Extra?amente, se puso de buen humor, aunque no sab?a bien por qu?. Quiz? hab?a sido la ducha, larga y relajante, o quiz? la inmediata visita de Roni, que siempre consegu?a hacerle sentirse bien. Era el ?nico que hab?a permanecido cerca en los momentos dif?ciles, anim?ndolo y apoy?ndolo en sus decisiones. Hab?a estado a su lado cuando hab?a abandonado el equipo de homicidios de Scotland Yard, y cuando Luisa lo hab?a dejado. Ernest no sab?a qu? habr?a hecho sin Roni. Mientras estos pensamientos circulaban por su mente, alguien llam? a la puerta. Era Roni. —Veo que est?s en forma —dijo Ernest a su amigo, el cual, en cuanto vio la expresi?n de Ernest, comprendi? que algo no iba bien. —Ayer tuviste una noche dif?cil, ?verdad? Y no me digas que no, porque te conozco bien. No me puedes enga?ar —concluy? Roni. Ernest asinti? y Roni continu?—: Me apuesto lo que sea a que has visto a Luisa, ?o me equivoco? Ernest, que no se esperaba otra cosa, respondi?: —S?, la vi por casualidad ayer por la noche y me comport? como un aut?ntico idiota. No pude decirle ni una palabra, simplemente la salud? y ella se march?. M?s tarde la llam? para invitarla a cenar. —?Y? —pregunt? Roni, seguro de que la respuesta no ser?a positiva, visto el estado de su amigo. —Bueno ..., ni siquiera respondi? a mi llamada. —?Y qu?? ?Cu?l es el problema? Si no est? en casa no puede responder. No puedes dejar que una cosa as? te destruya. —No intentes consolarme, Roni, es in?til. Est? claro que se acab? para siempre. Pero lo que m?s rabia me da es que todav?a no he comprendido qu? la hizo marcharse. Pensaba que al dejar mi trabajo como detective podr?amos habernos reencontrado, pero en lugar de eso, me dej?. Tras el desahogo de Ernest permanecieron en silencio durante unos minutos. Despu?s Roni se levant? y le pregunt?: —A prop?sito, ?sigues siendo investigador privado o lo has dejado? —y, sin esperar la respuesta de su amigo, continu?—: Tengo un trabajo para ti. —?De qu? se trata? —pregunt? Ernest. —No lo s? exactamente, pero trabajar?as para una persona muy importante. —?Y qui?n ser?a esta persona importante? —pregunt? Ernest, que sent?a una gran curiosidad por la oferta. —James Houg. Un silbido de aprobaci?n sali? de los labios de Ernest. —?El banquero? —pregunt?. —El mismo. Venga, ?qu? dices? —Dime una cosa, Roni, ?c?mo es que conoces a Houg? —Es un apasionado de las antig?edades, y viene a mi tienda a menudo —dijo Roni—. Por eso nos conocemos. ?ltimamente tiene un problema y necesita ayuda para resolverlo. Le he hablado de ti y me ha dicho que eres el hombre justo para su caso. —Pero, ?no me acabas de decir que no sabes de qu? se trata? —pregunt? Ernest, mirando a su amigo a los ojos. —S?... s?... no s? nada, pero un poco de publicidad nunca hace da?o, y t? eres bueno y yo solo he dicho la verdad. Te digo otra cosa: si decides aceptar la propuesta de Houg, ganar?s un mont?n de dinero. —Escucha, Roni, me parece que sabes mucho m?s de lo que dices, querido amigo, y, francamente, no entiendo por qu? no quieres decirme la verdad. En todo caso, en este momento me apetece trabajar, y, sobre todo, necesito dinero, as? que estoy dispuesto a hablar con Houg y saber en qu? consiste ese trabajo. —?Entonces aceptas? —pregunt? Roni, casi gritando de la alegr?a—. No te preocupes, yo hablar? con Houg para organizar un encuentro; t?, por tu parte, intenta recuperar la forma y mejorar tu aspecto. —Eso va a ser muy dif?cil, visto lo poco generosa que la madre naturaleza ha sido conmigo —respondi? Ernest, riendo. —Me alegro de que tengas ganas de bromear, Ernest. Yo tengo que irme ahora mismo; tengo muchas cosas que hacer —dijo Roni, y, despu?s de despedirse de su amigo, sali?. Ernest se qued? solo de nuevo, pero Roni le hab?a contagiado su optimismo de tal forma que empez? a barajar la posibilidad de llamar a Luisa para invitarla a cenar. Despu?s de darle muchas vueltas la llam?, pero Luisa no respondi? y Ernest se acord? de que trabajaba a esas horas. No sab?a qu? hacer, pero como ten?a ocupar todo el d?a de alguna manera, decidi? ir a verla a la tienda en la que trabajaba. Por el camino iba d?ndole vueltas a c?mo podr?a tomarse ella su invitaci?n, ya que ?ltimamente hab?a decidido evitarlo. Pero luego pens? que no ten?a nada que temer, ya que hab?an estado casados m?s de dos a?os. Distra?do por sus pensamientos no se dio cuenta siquiera de que hab?a llegado a su destino. Permaneci? fuera un rato, hasta que se arm? de valor y entr?. La vio enseguida, estaba all?, m?s guapa que nunca, y Ernest comprendi? que la amaba como nunca hab?a amado a ninguna otra mujer en toda su vida. Podr?a quedarse all? parado durante horas, mir?ndola, sin cansarse. Por un momento habr?a querido dar media vuelta y olvidarlo todo, pero despu?s recuper? su valent?a y se acerc?. —Hola, Luisa —le dijo. Luisa parec?a contenta de verlo y esto le hizo sentirse bien. —Hola Ernest, qu? sorpresa; ?c?mo es que est?s por aqu?? —pregunt?. —Quer?a disculparme por ayer. —?Disculparte? ?Y por qu?? —pregunt? Luisa, que, realmente, no entend?a nada. —Bueno..., ayer quer?a invitarte a cenar y no lo hice, as? que querr?a solucionarlo hoy. ?Qu? te parece? —Ten?a miedo de que fuera algo mucho m?s grave —respondi? Luisa, tranquilizada con la respuesta de Ernest—. Desgraciadamente, esta noche no puede ser, porque ya tengo algo previsto con una amiga. Lo siento de veras, otra vez ser? —concluy? Luisa, pero Ernest no ten?a ninguna intenci?n de aceptar una respuesta as?. —Entonces lo organizamos para ma?ana —insisti?—, t? elijes el restaurante, por m? no... —Tampoco puedo ma?ana —le interrumpi? ella—, ya tengo algo previsto, pero te prometo que en cuanto pueda te llamar? para que pasemos una velada juntos. —De acuerdo, no pasa nada. Quer?a poder disfrutar de tu compa??a. Eso es todo. Esperar? tu llamada —dijo Ernest, intentando parecer tranquilo, aunque en realidad se sent?a como un gusano pisoteado. —Bueno... —dijo Luisa—, no quer?a desilusionarte, pero... —No es ninguna desilusi?n, te lo aseguro —la interrumpi? Ernest—. Ahora es mejor que me vaya. Tienes que trabajar. Hasta pronto. Ernest estaba seguro de que Luisa no ten?a ning?n compromiso como dec?a, pero no pod?a comprender la raz?n por la que no quer?a salir con ?l. Sin pens?rselo dos veces se par? delante de un bar, entr? y se ventil? unas cuantas cervezas. II Hab?an pasado tres d?as durante los cuales no hab?a tenido noticias de Roni. Ernest estaba confuso; no se acordaba de cu?ntos litros de cerveza hab?a bebido, pero seguro que eran muchos, porque se sent?a fatal. Estaba sentado, sus ojos miraban al vac?o y no ten?a ganas de hacer nada, no quer?a ni siquiera moverse y, de hecho, permaneci? inm?vil cuando se abri? la puerta y entr? Roni. —?Pero qu? es esto! ?No hab?a visto nunca tantas botellas de cerveza vac?as en una sola habitaci?n! —exclam? Roni, impresionado por la escena que ten?a ante sus ojos. —?Finalmente aparece mi amigo Roni! ?D?nde demonios has estado durante todo este tiempo? —pregunt? Ernest, mientras intentaba poner un poco de orden en el caos en el que se encontraba. —Ten?a cosas que hacer, pero veo que t? tampoco has perdido el tiempo y has estado buscando un sentido a tu vida. —Por favor, Roni, estoy suficientemente avergonzado como para tener que o?r tus est?pidos comentarios. En estos tres d?as he estado solo como un perro y he pensado... —Has pensado que ten?as que beber hasta perder el sentido —le interrumpi? Roni, y, sin dejarle tiempo para responder, continu?—: En cualquier caso no estoy aqu? para juzgarte, sino para decirte que tenemos que ir a ver a Houg en menos de dos horas. Ahora lev?ntate y, lo primero de todo, af?itate y date una ducha. ?Vale? Ernest obedeci? sin decir nada. Mientras estaba en la ducha o?a los reproches de Roni. —Y mira que te hab?a dicho que mejoraras tu aspecto. Cuando te he visto me has parecido un zombi, y me has dado una impresi?n horrible. Menos mal que yo te conozco, porque, si te hubiera visto un desconocido, habr?a pensado que acababas de escaparte de un manicomio. Ernest se vest?a lentamente y en silencio, sin dar ninguna importancia a lo que dec?a Roni, porque no ten?a ganas de discutir con ?l. Cuando acab? de vestirse le dijo simplemente que estaba listo. Roni parec?a m?s tranquilo; se comportaba as? porque se preocupaba por su amigo y no le gustaba verlo en ese estado. Salieron los dos en silencio y solo cuando entraron en el coche Roni dijo: —Houg vive fuera de la ciudad, en la mansi?n de su familia en las colinas. Te lo ruego, Ernest, esc?chale bien y luego decidir?s si aceptas o no. —No te preocupes, no te har? quedar mal. Escuchar? atentamente a tu amigo Houg y luego veremos qu? pasa. Hab?a algo de iron?a en las palabras de Ernest y Roni comprendi? que era mejor no decir nada m?s, al menos hasta llegar a casa de Houg. Ernest hab?a intentado imaginar c?mo podr?a ser la casa de un millonario, pero en cuanto vio la mansi?n se qued? maravillado. Esa casa parec?a un castillo, rodeado por un prado perfectamente cuidado. Ernest se dio cuenta de que Roni no estaba sorprendido, por lo que dedujo que hab?a estado all? varias veces. Atravesaron la verja, que estaba abierta, y continuaron hasta la casa. Desde la entrada hasta la casa hab?a una distancia de unos quinientos metros, y los dos amigos caminaron por un camino estrecho que era lo ?nico asfaltado en medio de todo ese verdor. Cuando llegaron a la puerta Roni llam? al timbre y alguien abri?. Apareci? una mujer que, a juzgar por c?mo estaba vestida, deb?a ser la sirvienta. En cuanto vio a Roni, la mujer exclam?: —Buenos d?as, se?or Ewin, entren por favor, voy a avisar inmediatamente al se?or Houg. —Veo que se te conoce aqu? —dijo Ernest a su amigo en cuanto entraron. —S?, ?ltimamente he venido a menudo —respondi? Roni. Entraron, y Ernest segu?a impresion?ndose m?s y m?s por la belleza de aquella casa. Su atenci?n se centr? en un enorme cuadro colgado en una de las paredes que representaba a una mujer bell?sima con pelo negro y largo; llevaba un vestido blanco y ten?a una rosa roja en las manos, pero lo que m?s le sorprend?a era su mirada, tan intensa y penetrante que no pod?a dejar de mirar la obra. —Es el retrato de mi difunta esposa —dijo una voz a su espalda. Ernest se gir? y vio a un hombre alto, con pelo y barba blancos, vestido con mucha elegancia. —Perm?tame que me presente: James Houg. Usted debe ser el se?or Devon, si no me equivoco. —Por favor, ll?meme Ernest —respondi? el investigador. —Muy bien. Entonces, Ernest, es un placer conocerlo —dijo Houg, y le dio la mano. Para Ernest era una situaci?n embarazosa y solo consigui? balbucear algo as? como «placer m?o». Houg se gir? hacia Roni y le dijo: —Aqu? est? mi querido y buen amigo Roni. Veo que est? en forma. —S?, afortunadamente estoy bastante bien, gracias. Como puede ver, he mantenido mi promesa y he tra?do a Ernest. Estoy seguro de que ser? de enorme ayuda para usted. —Yo tambi?n lo espero, sinceramente —dijo Houg—. ?Les puedo ofrecer algo de beber? —Para m? nada, gracias —respondi? Ernest, que todav?a estaba de pie apreciando esa casa tan extraordinaria. Houg cogi? una botella y llen? dos vasos, uno para Roni y otro para ?l. Solo despu?s se dio cuenta de que Ernest todav?a estaba de pie, y lo invit? a sentarse. —Por favor, si?ntese. Necesito hablar con usted. —Para eso he venido —dijo Ernest, que sent?a mucha curiosidad por saber de qu? se trataba. —Bueno... es una situaci?n un poco extra?a, la verdad, pero, m?s que nada, es peligrosa para mi hijo —comenz? Houg, y, despu?s de beber un sorbo del vaso que ten?a en las manos, continu?—: Hace casi un mes, exactamente la noche del trece de octubre pasado, mi hijo fue ingresado de urgencia en el hospital, en un estado catat?nico. No dijo ni una palabra durante varias semanas. Hasta hace algunos d?as. La primera persona con la que habl? despu?s de lo sucedido fui yo, y cuando supe el motivo por el que mi hijo hab?a quedado en ese estado me qued? estupefacto. En fin... parece ser que hay un fantasma. —??Un fantasma?! —exclam? Ernest, que no pod?a creer lo que o?a. —Veo que nuestro amigo no le ha dicho nada al respecto —infiri? Houg, dirigi?ndose a Ernest, que segu?a estando incr?dulo por lo que acababa de o?r. —No, efectivamente Roni no me ha dicho absolutamente nada —replic? Ernest, confirmado la suposici?n de Houg. —Si no he dicho nada es para evitar que empiecen a circular rumores otra vez, visto lo que sucedi? hace un a?o —dijo Roni, mirando a Houg a los ojos. —S?, pero no veo el motivo por el que Ernest, que es tu mejor amigo y, adem?s, el hombre que puede ayudarnos, no deba saberlo —rebati? Houg con un tono de reproche. —Para ser sinceros, no veo c?mo podr?a ayudarle —intervino Ernest, que no consegu?a entender qu? pintaba en esa historia. Houg permaneci? por un rato en silencio; despu?s, dirigi?ndose a Ernest, dijo: —Usted me puede ayudar porque soy una persona muy racional y no creo en fantasmas, as? que, o la imaginaci?n le ha gastado una broma pesada a mi hijo, y le ha hecho creer que ha visto el fantasma de su madre, o hay algo que desconocemos. En todo caso, pienso que hay una explicaci?n l?gica para todo esto, y me gustar?a que usted descubriese cu?l es. —Entonces, ?su hijo dice haber visto el fantasma de su madre? —pregunt? Ernest, impresionado por esa frase dicha sin tomar aliento. —S?, as? es. Le ruego me excuse por no haberlo dicho antes, casi lo hab?a olvidado —replic? Houg. —Y, sin embargo, no deber?a poder olvidar tan f?cilmente que se trata del fantasma de su mujer —remarc? el investigador con tono provocador, e instintivamente sus ojos volvieron al cuadro que representaba la mujer de Houg. Hubo un momento de silencio, y el banquero baj? los ojos, aunque era Ernest, que parec?a muy seguro de s? mismo, quien sent?a en el fondo un gran malestar frente a aquel hombre tan imponente que incluso cuando hablaba de fantasmas parec?a que hablase de la cosa m?s natural del mundo. —Tiene raz?n, pero es que esta historia me incomoda y no veo la hora en que usted acepte mi propuesta y resuelva el misterio —dijo Houg, como para justificar su incomodidad y su comportamiento extra?o. —En primer lugar, no he recibido todav?a ninguna oferta y, en segundo lugar, no creo poder resolver todo como si tuviera una varita m?gica —respondi? Ernest. —Si aceptara mi propuesta, usted mismo pondr?a el precio; eso no es ning?n problema para m?. Espero sinceramente que usted acepte, porque tanto su amigo como yo confiamos plenamente en usted —concluy? Houg. Ernest estaba a punto de responder cuando entr? una muchacha en el sal?n. A juzgar por su uniforme deb?a ser una camarera. Era una muchacha muy guapa, con el pelo rubio y corto. En cuanto vio a los dos hombres que estaban hablando con Houg dio un paso hacia atr?s, casi asustada. —Dime, Rebecca, ?qu? sucede? —pregunt? Houg. —Oh... perd?nenme. Pensaba que estar?a usted solo. Dejo de molestarles inmediatamente —dijo la muchacha, y sali? de la estancia r?pidamente. —Es la ni?era; fue ella quien encontr? a mi hijo en el estado del que le habl? antes —dijo Houg—. El resto de la informaci?n se la dar? solo en caso de que acepte mi propuesta. —En ese caso, le har? saber —respondi? Ernest, e hizo un gesto a Roni para se?alar que la visita hab?a acabado. —Espero tener noticias suyas sin tardar —dijo Houg mientras les acompa?aba a la puerta. Ernest hizo un gesto con la cabeza para asentir, y sali?, yendo directamente hacia el coche. Por el contrario, Roni se qued? atr?s, hablando con Houg. —Todo esto es un poco extra?o —coment? Ernest en cuanto Roni se reuni? con ?l. —?El qu?? —pregunt? Roni. —Todo. La historia del fantasma, Houg que quiere contratarme para resolver el problema. ?No te parece extra?o a ti tambi?n? —No, personalmente no veo nada raro. Solo espero que no est?s molesto conmigo por no haberte dicho nada —respondi? Roni. —Hay una cosa que no entiendo. ?C?mo es que una persona con la influencia y el poder de Houg me quiere contratar justamente a m? para resolver este caso? Si lo quisiera, podr?a tener un ej?rcito de investigadores, por no hablar de que podr?a contar con la total disponibilidad de Scotland Yard. ?Por qu? solo un hombre? ?Por qu?? —se volvi? a preguntar Ernest, hablando consigo mismo, a pesar de lo cual Roni sinti? que ten?a que responder: —Tus preguntas son muy razonables, pero si has prestado atenci?n te habr?s dado cuenta de que tuvo una experiencia muy desagradable hace un a?o, cuando muri? su mujer. La mayor parte de la prensa trat? el tema durante mucho tiempo, y algunos peri?dicos publicaron incluso que la culpa de su muerte era justamente suya, de Houg. —?En qu? sentido pod?a ser culpa de Houg? —pregunt? Ernest con curiosidad. —Bueno..., es dif?cil de entender. Solo s? que su mujer pas? los ?ltimos meses de su vida en un hospital psiqui?trico porque sufr?a una depresi?n profunda. Parece ser que se volvi? violenta y peligrosa y no pod?a seguir viviendo con ellos en la casa. La versi?n oficial de su fallecimiento es que muri? como consecuencia de una fuerte crisis de nervios que le provoc? un paro card?aco. En algunos art?culos se dec?a que se trataba de un suicidio y que Houg la hab?a ayudado. —En otras palabras, un homicidio —le interrumpi? Ernest, que despu?s pregunt?—: ?Y cu?l habr?a sido el motivo? —Nadie lo sabe. Alguien escribi? que tener una mujer en un estado as? podr?a haber sido un motivo de verg?enza, al ser un hombre tan conocido. —A m? no me convence. ?C?mo puede un hombre querer matar a su mujer solo porque le puede causar situaciones embarazosas? —murmur? Ernest sacudiendo la cabeza. —Bueno, eso es lo que se estuvo rumoreando. Un poco m?s tarde no se habl? m?s del caso y Houg, por su parte, declar? que iba a querellarse contra todos los periodistas que hab?an insinuado ese tipo de cosas. Adem?s, todo el mundo sab?a que ?l amaba a su mujer. —Esto tambi?n es muy extra?o —dijo Ernest, y continu?—: ?Por qu? dijeron los peri?dicos que se trataba de un simulacro de suicidio? —No lo s? —dijo Roni. —?Es posible que una crisis de nervios pueda provocar un infarto? —No lo s?, Ernest, para eso es mejor que hables con un m?dico, yo no puedo decirte nada. ?Por qu? te interesa tanto esta historia? —pregunt? Roni, que no entend?a a d?nde quer?a llegar su amigo. —Nuestro se?or Houg es un hombre lleno de enigmas, ?no te parece? —consider? Ernest. —Solo es un hombre rico, y como todos los hombres ricos, es muy envidiado y, sobre todo, objetivo prioritario de todo tipo de ataques. Naturalmente, puede hacer cometido errores, pero sostener que sea un asesino me parece un poco exagerado —replic? Roni. —Pero ?por qu? los peri?dicos escribieron que se hab?a simulado un suicidio? ?Qu? sentido tiene esto? Si el motivo de la muerte fue un infarto, ?por qu? raz?n habr?a que hacer que pareciera un suicidio? —pregunt? de nuevo Ernest, demostrando no dar ninguna importancia a las palabras de Roni. Este se estaba poniendo nervioso por la obsesi?n de su amigo. Para Roni la historia de c?mo hab?a muerto la mujer de Houg era agua pasada. Quer?a cambiar de tema, pero sab?a que con Ernest eso era muy dif?cil. Cuando se le met?a algo entre ceja y ceja no abandonaba nunca. —Es muy extra?o, ?no te parece? Realmente extra?o. Si lo piensas bien, la versi?n oficial no tiene sentido..., o sea..., en el certificado de defunci?n de la se?ora Houg supongo que estar? escrito que falleci? como consecuencia de un infarto, pero alguien escribi? que hab?an simulado un suicidio. Sigo pregunt?ndome por qu? —continuaba Ernest, que parec?a que esperase una respuesta de Roni. —Por favor, Ernest, ?deja de repetir cien veces lo mismo! Esta historia ya est? cerrada y no tiene ninguna importancia y adem?s solo eran rumores, ?y no hay nada m?s que hablar! —exclam? Roni, y, para cambiar de tema, pregunt?—: ?Has visto qu? ni?era m?s guapa tiene el se?or Houg? —S?, es realmente una chica muy guapa. Cuando la he visto me ha parecido que la conoc?a; a lo mejor la he visto en alg?n sitio y no me acuerdo d?nde. —A m? tambi?n me dio esa impresi?n cuando la vi la primera vez. Pero es porque tiene una cara muy com?n —dijo Roni, contento de que la conversaci?n discurriese por otros derroteros. Sin embargo, no hab?a calculado bien la capacidad de Ernest de aferrarse a un tema hasta que no hab?a entendido todo. —T? sabes qu? peri?dicos escribieron sobre Houg y la muerte de su mujer, ?verdad? —Casi todos. Ahora no recuerdo bien cu?les, porque hace ya m?s de un a?o. Dime la verdad, Ernest, ?por qu? est?s haciendo todas estas preguntas? ?Por qu? te interesa tanto c?mo muri? Margaret Houg? —pregunt? Roni a su amigo. —Porque voy a tener que tratar con su fantasma, y creo que ser?a mejor saber c?mo muri?, ?no te parece? —respondi? el detective, mirando a su amigo a los ojos. —?Est?s diciendo que aceptas la propuesta? —pregunt? Roni, esperanzado. —Exacto. ?C?mo podr?a rechazar una propuesta as?? Ni siquiera tendr? que esforzarme mucho, visto que Houg me ha dado ya dos pistas. —?Qu? pistas? —pregunt? de nuevo Roni. —Una: habr? una explicaci?n l?gica. Dos: todo podr?a estar causado por la imaginaci?n del hijo... —respondi? Ernest, que parec?a un poco nervioso. —?Me equivoco, o no te gusta mucho el se?or Houg? —M?s que nada, no me parece muy honesto —respondi? de nuevo Ernest, y continu?—: No lo conozco, pero creo que no est? diciendo toda la verdad y no soporto su manera arrogante de hablar. —A m? me ha parecido muy educado —coment? Roni. —A lo mejor. Pero no me ha gustado nada su intento de condicionarme, dici?ndome que a lo mejor todo era fruto de la imaginaci?n del hijo. —No creo que Houg quisiera condicionarte. Solo est? preocupado por la situaci?n y ha querido darte su opini?n al respecto. No veo nada malo en esto. ?Cu?ndo piensas comunicarle tu decisi?n a Houg? —Lo antes posible; aunque la historia que nos ha contado Houg no me convence mucho. —Si necesitas ayuda, basta con que me lo pidas y estar? feliz de d?rtela —dijo Roni, pero Ernest estaba pensando y parec?a que no lo hab?a escuchado en absoluto—. Vale, lo he pillado, ya no hablo m?s —volvi? a decir Roni, y se qued? en silencio. En el mismo instante son? el tel?fono y James Houg descolg?. —?Entonces? —pregunt? una voz desde el otro lado. —Creo que podremos hacerlo. Te dar? una respuesta muy pronto —dijo Houg. —Muy bien, se?or Houg, veo que empieza a comprender —replic? su interlocutor, que colg? bruscamente. Houg permaneci? con el tel?fono en la mano por unos minutos, despu?s colg? y sali? del estudio. III Luisa no pod?a comprender qu? la hab?a empujado a llamar a Ernest e invitarlo a cenara su casa. Ya era demasiado tarde para cambiar las cosas; ?l iba a llegar en unos minutos. Estaba segura de que durante la cena la conversaci?n iba a tomar una direcci?n que no le iba a gustar en absoluto. Ernest iba a hacer preguntas leg?timas, para cuya respuesta ella no estaba preparada, y eso iba a volver a hacerle da?o otra vez. Se sent?a est?pida, pero lo que peor le hac?a sentirse era que ya no pod?a hacer nada; solo esperar los efectos colaterales de su brillante idea. Estaba pensando estas cosas cuando son? el timbre. Luisa fue a abrir y se sinti? terriblemente culpable cuando vio a Ernest con un gran ramo de rosas en una mano y una botella de vino en la otra. —Las rosas son todas para ti, pero el vino es para m? —dijo Ernest, que se sent?a el hombre m?s feliz sobre la faz de la tierra. —Son preciosas, pero no ten?as que haberte molestado. —?Pero qu? molestia! Has asumido el dif?cil desaf?o de alimentarme esta noche, y esto es lo m?nimo que pod?a hacer para corresponder —respondi? Ernest sonriendo. Luisa permaneci? inm?vil delante de la puerta, cogi? las rosas pero no supo qu? decir. Ernest, que no hab?a perdido el uso de la palabra, pregunt?: —?No ser?a mejor entrar, ahora? —Por supuesto, perdona. Pasa, por favor —dijo Luisa, liberando la entrada. —Me gusta tu casa, realmente, muy bonita —dijo Ernest en cuanto entr?, pero no recibi? respuesta—. Supongo que est?s a gusto en este apartamento —continu? entonces. —S?, a decir verdad me siento muy bien —respondi? Luisa, colocando las flores en un jarr?n—. Est? muy bien, la verdad. Estoy pensando casi en mudarme aqu?. ?Qu? te parece? ?Te gusta la idea? —No me parece una buena idea que... —Ernest interrumpi? la frase—. Dime la verdad: no est?s nada contenta de haberme invitado, ?o me equivoco? —No, no. Es que me resulta extra?o estar cenando contigo otra vez despu?s de todo este tiempo —dijo Luisa, intentando sonre?r. —Han pasado solo diez meses, tampoco es tanto tiempo —murmur? ?l—. Pero aprecio mucho tu invitaci?n y no veo nada raro en que cenemos juntos. Para m? es lo m?s normal del mundo y no... —?Desde cu?ndo te has vuelto tan parlanch?n? —lo interrumpi? Luisa, sonriendo sinceramente. —?Qu? ven mis ojos! Luisa est? sonriendo, no me lo puedo creer —dijo Ernest, bromeando. Quiz? no se pod?a hablar de sonrisa propiamente dicho, pero, ciertamente, estaba m?s relajada. Ernest se acerc? y la abraz? para mostrar su aprobaci?n. —Entonces, ?todo bien? —sigui? ?l—. Ves, no hace falta tanto para sentirse mejor. —Felicidades, te has vuelto un parlanch?n con un agudo sentido del humor. No me lo habr?a esperado de ti. —Lo s?. Desgraciadamente tienes una idea equivocada de m?, qu? le voy a hacer. »?Qu? es este olor delicioso que viene de la cocina? —Lo ver?s dentro de poco —respondi? Luisa. —Eres una cocinera muy buena. Me has cocinado cosas riqu?simas; todav?a hoy echo de menos tus empanadillas de carne... —?C?mo va el trabajo? —interrumpi? Luisa, para cambiar de tema—. Ahora eres investigador privado, ?verdad? —S?, aunque, a decir verdad, no he tenido mucho trabajo. Aunque hace muy poco recib? una propuesta seria. —?De qu? se trata? Si no es indiscreci?n... —pregunt? Luisa. —Tengo que atrapar a... una mujer. —?Alg?n marido celoso te ha puesto a vigilar a su mujer? —supuso Luisa, sonriendo—. No consigo imaginarte como un mir?n. —No, te equivocas, no se trata de eso. Ser?a m?s f?cil. Es mucho m?s complicado de lo que parece. Desgraciadamente no puedo decir nada m?s. —Entiendo, secreto profesional. Ya no te hago m?s preguntas. Ahora es mejor que cenemos, creo que la cena est? ya lista —dijo Luisa, y fue a la cocina. Ernest se acerc? a la mesa y justo cuando iba a sentarse son? el tel?fono. Luisa sali? de la habitaci?n y respondi?: —?D?game? S?, est? aqu?. Te lo paso. »Es para ti —dijo a Ernest, que se levant? sorprendido y con curiosidad por saber qui?n lo estaba buscando. El estupor creci? cuando oy? la voz de Roni desde el otro lado del tel?fono. —?Qu? quieres, Roni? —pregunt?—. ?Qu? ha pasado? —S? que no es el mejor momento para molestarte, pero ha vuelto a suceder. —?El qu?? —El fantasma ha aparecido de nuevo y el se?or Houg nos est? esperando. —Me importan un bledo el fantasma, el se?or Houg e incluso t?, Roni. Todav?a no he comido y no tengo ninguna intenci?n de moverme de aqu?. ?Est? claro? —respondi? Ernest, que estaba realmente enfadado. Pero Roni no ten?a ninguna intenci?n de abandonar. —S? que me vas a odiar a muerte, pero estar? en casa de Luisa en diez minutos para recogerte e ir a casa del se?or Houg. Ernest no daba cr?dito a lo que o?a. Finalmente hab?a conseguido estar a solas con Luisa y Roni estaba dispuesto a arruinar todo por ese maldito fantasma, que hab?a encontrado la tarde m?s apropiada para hacer su aparici?n. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de Luisa. —?Hay alg?n problema? —pregunt?. —Desgraciadamente, s? —respondi? Ernest—. Roni viene para ac? y tengo que marcharme con ?l. —?Lo siento much?simo! —dijo Luisa. —Yo lo siento m?s. El destino est? contra nosotros. Parece que no podemos estar los dos tranquilamente, ?eh? Luisa no sab?a qu? decir. Mir? a Ernest y, por la expresi?n de su cara, comprendi? que estaba realmente molesto. —Bueno, tendremos otras ocasiones para vernos, ?no crees? Ernest no respondi? enseguida. La mir? a los ojos, y habr?a querido creer que habr?a otras ocasiones, pero, conociendo a Luisa, sab?a que ser?a muy dif?cil. —Lo mejor ahora es abrir la botella de vino, as? por lo menos habremos brindado —dijo ?l. Luisa asinti? y llev? dos copas. —Este brindis es a nosotros dos, esperando volver a vernos lo m?s pronto posible, si Roni quiere —dijo Ernest, y acerc? su copa a la de Luisa, que hizo lo mismo. Apenas hab?an comenzado a beber cuando son? el timbre. —Aqu? est? —dijo ?l. Luisa fue a abrir. —Buenas noches —dijo Roni a Luisa—. Siento molestaros, pero se trata de una emergencia. —S?, Roni, sabemos lo mucho que lo sientes, pero ahora ser? mejor que nos vayamos —dijo Ernest, que se despidi? de Luisa y sali?. Roni hizo lo mismo. Despu?s de cerrar la puerta, Luisa permaneci? inm?vil en el sal?n, pensando en lo que hab?a pasado. Ernest la hab?a dejado confundida. ?A lo mejor lo amaba todav?a? ?Quiz? solo era ternura? Un fuerte olor a quemado la hizo volver a la realidad. —?Algo huele a chamusquina en esta historia! —dijo. Mientras se dirig?an hacia el coche de Roni este miraba a Ernest, el cual, extra?amente, parec?a tranquilo. —Mejor si vamos con el m?o —dijo Roni—. No te preocupes. Usaremos el tuyo otras veces. Ernest obedeci?, fue hacia el coche de Roni, y entr?. Roni no pod?a hablar; sab?a lo importante que era aquella cena para su amigo, pero con gran sorpresa suya fue Ernest qui?n pregunt? qu? hab?a pasado. —Bueno, no s? mucho. El se?or Houg me ha llamado inform?ndome de que el suceso ha ocurrido de nuevo. —?El suceso? —pregunt? Ernest. —S?, claramente se refer?a al fantasma. Por su voz me ha parecido que estaba muy preocupado, y me ha preguntado inmediatamente por ti —concluy? Roni, que miraba a Ernest por el rabillo del ojo, y segu?a pareciendo estar tranquilo. —?A qui?n se ha aparecido, esta vez? —pregunt? el investigador—. ?Otra vez a su hijo? —Probablemente s?. Lo sabremos dentro de poco. —Tienes raz?n, Roni, dentro de poco sabremos m?s. »Es raro. En este momento tendr?a que estar cenando con Luisa y no lo estoy. Deber?a estar furioso contigo pero no lo estoy. ?Sabes explicarme por qu?? Roni lo mir? a los ojos por un instante y se esforz? para encontrar una respuesta. —Siento mucho lo de la cena, pero estoy contento de ver que no est?s enfadado. No s? decirte el por qu?. Nos conocemos desde hace muchos a?os, y siempre me he esforzado por comprenderte, pero creo que seguir?s siendo un gran misterio para m?. Ernest, despu?s de escuchar a Roni, se puso a re?r, y le dio una palmada en la espalda. —Hablo en serio, eres realmente un misterio —continu? el anticuario. —Pues yo he descubierto esta noche, por primera vez, que eres realmente temerario cuando conduces. Me gustar?a llegar entero a casa de tu amigo, pero si sigues conduciendo as? la probabilidad me parece verdaderamente baja —le hizo notar Ernest. —No te preocupes, llegaremos sanos y salvos. Mientras tanto, delante de los ojos de Ernest apareci? la silueta de la casa de Houg, que se iba haciendo m?s grande seg?n se iban acercando. Roni no redujo la velocidad ni siquiera cuando, superada la verja de la villa, tomaron el camino interno. Aquella casa era bonita, pero de noche parec?a triste, como si no viviera nadie all?; era inerte, y verla daba casi angustia. Cuando llegaron a la entrada Roni fren? bruscamente. Salieron del coche. No hab?an tenido siquiera tiempo de llamar cuando la sirvienta abri? la puerta. —El se?or Houg les espera en su estudio —dijo ella, haciendo un gesto para que la siguieran. Caminaron detr?s de ella en silencio, subieron las escaleras y llegaron delante de la puerta del estudio, que estaba abierta. —Se lo ruego, p?nganse c?modos —dijo de nuevo la sirvienta, dando dos pasos hacia atr?s. Cuando entraba, Ernest observ? bien su cara y comprendi? que estaba asustada. En cuanto Houg se dio cuenta de su presencia se levant? de golpe y fue a su encuentro. —No s? c?mo disculparme por haberles molestado a esta hora, pero no he podido evitarlo, ya que el fantasma ha aparecido de nuevo. Ernest se acerc? al sill?n que estaba delante del escritorio de Houg y despu?s, dirigi?ndose al banquero, dijo: —Esto ya lo sab?a. A decir verdad, esperaba aprender algo nuevo. —Esta vez es mi hija quien lo ha visto —murmur? Houg; despu?s fue a sentarse frente a Ernest. —?Y d?nde estaba cuando lo ha visto? —pregunt? Ernest. —En la habitaci?n de su hermano. Le estaba haciendo compa??a porque Rebecca, la ni?era, hab?a ido a la ciudad. —?D?nde ha aparecido el fantasma? —pregunt? Ernest otra vez. —En la capilla de la familia, detr?s de la casa; se puede ver desde esa ventana —respondi? Houg, se?alando la ventana que estaba a su izquierda. Ernest se limit? a volver la cabeza para mirar, y no hizo nada m?s. —?Puedo hablar con su hija? —pregunt? Ernest. —Por supuesto —dijo Houg, y apret? un bot?n gris que estaba sobre la mesa. No pasaron ni siquiera treinta segundos cuando entr? la sirvienta en la estancia. —?Ser?a tan amable de llamar a B?rbara, por favor? D?gale que el se?or Devon tiene que hablar con ella —dijo Houg. La sirvienta, despu?s de asentir, sali?. Cay? el silencio en el estudio. Roni, que estaba sentado en el div?n a la derecha del escritorio, hab?a dejado de respirar. Su silencio se deb?a a que la historia lo estaba entusiasmando y no ve?a la hora de escuchar a la hija de Houg para comprender lo que hab?a visto. Houg, por el contrario, sujet? su cabeza con las manos y, absorto en sus pensamientos, se alej? mentalmente del estudio hasta que, devuelto a la realidad, dijo: —Estoy tan perturbado que no les he ofrecido nada de beber. —Yo no necesito nada —dijo Ernest. —Yo, sin embargo, beber?a una copa de brandy —dijo Roni. —Estoy de acuerdo contigo, una copa de brandy es justo lo que necesito —dijo Houg, y se dirigi? hacia un minibar para coger la botella y dos copas. Mientras tanto, Ernest se hab?a acercado a la ventana y miraba fuera buscando la capilla. Fuera estaba completamente oscuro, mientras que la sala en la que se encontraban estaba iluminada, y Ernest no consigui? ver nada. Despu?s de un rato entr? en el estudio una muchacha muy guapa acompa?ada por la sirvienta. —Ella es mi hija B?rbara —dijo Houg, dirigi?ndose a Ernest—, y ?l es el se?or Ernest Devon y est? aqu? para ayudarnos —dijo de nuevo Houg, dirigi?ndose esta vez a su hija. —?Es usted un caza fantasmas, se?or? —pregunt? ir?nicamente la hija de Houg. —No, se?orita —respondi? Ernest. —Entonces, ?es un m?dium, un exorcista, algo de ese tipo? —Tampoco —respondi? Ernest con mucha tranquilidad. —Entonces no s? c?mo va a poder ayudarnos —dijo B?rbara, pero Houg intervino: —Por favor, B?rbara, no es correcto hablar as? a nuestro invitado; es un investigador privado, y muy bueno. Quiere hacerte algunas preguntas para comprender mejor lo que ha pasado, y yo te agradecer?a que respondieras. B?rbara no dijo ni una palabra, despu?s vio a Roni y se acerc? para saludarlo; entonces se gir? hacia Ernest y dijo: —Bueno, se?or Devon, puede comenzar el interrogatorio, estoy lista. —Lo primero de todo, no es un interrogatorio, se?orita. Como ha dicho antes su padre, solo quiero hacerle unas preguntas para entender lo que ha visto. —Bien. He visto el fantasma de mi madre y le aseguro que no estoy loca. —?D?nde estaba cuando lo ha visto? —Estaba en la habitaci?n de mi hermano. Rebecca hab?a salido y ?l no pod?a dormir; me he asomado un momento a la ventana y he visto algo movi?ndose en la capilla. He apagado la luz para ver mejor y... B?rbara se par? y mir? a su padre, que la anim? a seguir. —Y despu?s he visto el fantasma de mi madre —continu?—. Justo despu?s he vuelto a encender la luz y he llamado a Mary Ann, que ha venido r?pidamente. Le he contado todo y ella ha mirado por la ventana pero no ha visto nada. —Pero, ?usted est? segura de que era un fantasma? —pregunt? Ernest. —Bueno…, s?..., s?, estoy segura…, o eso creo. —?Qu? le hace pensar que se trataba de un fantasma y no de una persona de carne y hueso? —Una persona de carne y hueso tendr?a que estar loca para hacer lo que he visto, y adem?s he mirado con atenci?n, y la cara era exactamente la de mi madre y, dado que hace m?s de un a?o que muri?, solo puede ser un fantasma. No veo ninguna otra explicaci?n. Pero, en realidad, me queda una duda... —?Qu? duda? —pregunt? Ernest. —Si he visto a mi madre, o a su fantasma, ?por qu? tengo tanto miedo? En el fondo lo que he visto ha sido mi madre; pero en ese momento por poco me desmayo. —Ahora, por favor, intente recordar la escena entera. —He apagado la luz, y despu?s me he asomado a la ventana. Al principio no he notado nada extra?o, pero despu?s he visto una mujer y dir?a que se trataba de mi madre. Llevaba un vestido blanco y largo que llegaba hasta el suelo y ten?a una rosa roja entre las manos. A lo mejor ha sentido mi mirada, porque me ha mirado y me ha sonre?do, casi como si quisiera gastarme una broma. Despu?s ha empezado una especie de danza. Mov?a lentamente los brazos y la cabeza; eran movimientos muy extra?os y, durante todo el tiempo, no ha quitado la mirada de la ventana. No he tenido valor para mirar m?s y he llamado a Mary Ann. —Pero Mary Ann no ha visto nada, ?verdad? —pregunt? Ernest. —Exacto, ella no ha visto nada —respondi? B?rbara. —Esta silueta, ?estaba dentro o fuera de la capilla? —La he visto por las escaleras, y despu?s no s?, no me acuerdo bien. —?Su hermano ha visto algo? —No..., no creo. Ha tenido miedo porque me ha visto asustada. —?D?nde est? ahora? —Est? durmiendo. Por suerte Rebecca ha vuelto r?pido y mi hermano, con ella, se ha dormido enseguida. —He acabado, por el momento, se?orita. Espero que est? disponible si tuviera que hacerle m?s preguntas. —Por supuesto... —dijo B?rbara, que se volvi? hacia su padre para pedir permiso para irse. Cuando lo obtuvo se despidi? de Roni y de Ernest y sali? de la sala. —?Qu? piensa? —pregunt? Houg a Ernest en cuando sali? su hija. —Todav?a no s? qu? pensar. Desde luego no se trata de un asunto sencillo —respondi? el investigador. —Esto ya lo s?, si no, no le habr?a pedido ayuda... —dijo Houg, que antes de seguir se puso de pie, para luego a?adir—: Al menos ahora sabemos que mi hijo no ha inventado todo. —?Por qu? pensaba que su hijo hubiera podido inventar todo? —pregunt? Ernest, sorprendido. —Porque es peque?o y ya sabe c?mo son los ni?os: a menudo vuelan con la imaginaci?n. Basta un simple reflejo de luz y ven dragones, monstruos o fantasmas —respondi? Houg. —En cualquier caso, necesito hablar tambi?n con su hijo. Y mientras tanto, si est? usted de acuerdo, me gustar?a ver la capilla —dijo Ernest. —Voy con usted —dijo Houg, y accion? de nuevo el interruptor que se encontraba sobre el escritorio. No pas? mucho tiempo antes de que la sirvienta entrara en el estudio. —?Ha llamado, se?or Houg? —pregunt?. —S?, Mary Ann, necesitamos una linterna —dijo ?l. La sirvienta sali? y los dem?s la siguieron. Cuando llegaron al piso de abajo, Mary Ann llev? la linterna. Salieron al jard?n. Houg iba el primero, Roni y Ernest lo segu?an. Una vez fuera, Houg se?al? la capilla con la linterna. Ernest se fij? inmediatamente en las escaleras e intent? imaginarse el punto exacto en el cual podr?a haber aparecido el fantasma. Cuando lleg? delante de la capilla se volvi? hacia la casa y pregunt? a Houg: —?D?nde est? la habitaci?n de su hijo? —En el segundo piso, la tercera habitaci?n empezando por la derecha —respondi? Houg. Ernest localiz? la habitaci?n, despu?s cogi? la linterna y anduvo hacia las escaleras de la capilla como si estuviese buscando algo. —Nada de nada —dijo despu?s de un rato. —?Qu? esperabas encontrar? —pregunt? Roni. —Algo, lo que sea —respondi? misteriosamente Ernest, que acto seguido subi? las escaleras y entr? en la capilla. Houg y Roni lo siguieron sin decir nada. Ernest movi? la linterna intentando iluminar todas las partes de la capilla, pero no parec?a que hubiera encontrado nada. Despu?s, improvisamente, la luz de la linterna ilumin? una puerta. —?Y esto? —pregunt? Ernest. —Es la puerta de acceso al cementerio de la familia —respondi? Houg. —?Puedo entrar? —sugiri? Ernest. Antes de que Houg pudiera responder, intervino Roni: —?Te parece normal entrar en un cementerio a estas horas de la noche? —?Qu? pasa, Roni? ?Tienes miedo? Puedes esperar aqu? si quieres. Yo, con el permiso del se?or Houg, querr?a echar una ojeada al cementerio de la familia —replic? Ernest con un tono de burla. —Por supuesto que puede ir, aunque, francamente, no entiendo qu? espera encontrar —dijo Houg. Ernest se acerc? a la puerta y la abri?. Un soplo de aire fresco azot? su cara en cuanto estuvo fuera. Encendi? la linterna para leer los nombres escritos en las tumbas. Se par? cuando ley? «Margaret Houg». Se acerc? para ver mejor y se dio cuenta de que sobre la tumba hab?a una rosa roja y debajo de la flor, algo m?s. Cogi? el objeto para ver qu? era; se trataba de una carta de tarot. Observando bien la carta, ley?: «La muerte». Hab?a algo extra?o; o?a una respiraci?n rara, parec?a una respiraci?n dificultosa, o quiz? de alguien asustado. Entonces decidi? meter la carta en su bolsillo, cogi? la rosa y se dio la vuelta. La sorpresa fue enorme y casi dio un grito: Houg estaba justo detr?s de ?l, pero no lo hab?a o?do llegar y no esperaba encontrarse a nadie. Su respiraci?n era fatigosa. Ten?a miedo. —?Qu? hay? —dijo Houg. Ernest no respondi? enseguida, sino que esper? unos diez segundos y luego pregunt?: —?Es usted quien ha puesto la rosa aqu?? —No —respondi? Houg. —Ahora es mejor que entremos —dijo Ernest, y se dirigi? hacia la salida. Caminaron a lo largo de toda la capilla, y, un poco antes de que salieran, se apag? la linterna. —Quiz? se han gastado las pilas —dijo Roni mientras descend?a las escaleras junto a Houg. Ernest se qued? detr?s un rato, y sinti? que le observaban. Levant? la cabeza hacia la habitaci?n del hijo de Houg, pero no vio nada. Los tres hombres entraron en la casa y se acomodaron en el estudio de Houg. —Entonces, la rosa no la ha puesto usted —coment? Ernest en cuanto estuvieron sentados. —Absolutamente no, quiz? haya sido mi hija, aunque tengo fuertes dudas al respecto. —?Por qu?? —Porque, conociendo a mi hija, no creo que pudiera hacer una cosa similar. Desde que muri? su madre no ha ido nunca a visitar su tumba. B?rbara es una muchacha agresiva y terca, y, entre nosotros, no nos llevamos bien. En realidad, tampoco se llevaba bien con mi mujer. Por eso dudo fuertemente de que ella haya puesto la flor... —dijo Houg. —?Quiz? su hijo, entonces? —Oh, no, ?l no sale de casa. La ?nica vez es cuando lo llevamos al hospital, hace un mes. Hace m?s de un a?o que no sale. —?Cu?ntos a?os tiene su hijo? —Doce. —?Y no va al colegio? —Recibe lecciones privadas tres veces por semana —respondi? r?pidamente Houg. Mientras el banquero se levantaba para encender un puro, Ernest extrajo la carta de tarot del bolsillo y lo puso en el escritorio. Houg lo cogi?, lo mir? y despu?s pregunt?: —?Qu? es? —Lo he encontrado junto a la rosa sobre la tumba de su mujer —dijo Ernest. Houg sujetaba la carta y la miraba fijamente; parec?a estupefacto. —?Qu? quiere decir? —pregunt? de nuevo Houg. —Solo una sola, se?or Houg: quien la ha puesto sabe muy bien el significado de esa carta. ?Hay alguien en la casa que sepa leer el tarot? —pregunt? Ernest. —No, no, nadie —dijo Houg, que despu?s continu?—: Todo esto es absurdo. ?Alguien ha puesto una carta con un s?mbolo de muerte sobre la tumba de mi mujer? ?Significa esto que mi familia y yo estamos en peligro? —No lo excluyo, se?or Houg —respondi? Ernest. —Esto es una pesadilla, y me gustar?a salir de ella lo m?s pronto posible. No tengo miedo por m?, sino por mis hijos —dijo Houg. Ernest ech? una ojeada al reloj y dijo: —Se ha hecho muy tarde, se?or Houg. Roni y yo tenemos que irnos ahora. Ma?ana por la ma?ana estar? aqu? de nuevo y seguiremos hablando de todo esto. —De acuerdo, les acompa?o a la puerta —dijo Houg. Descendieron las escaleras y anduvieron hacia el sal?n. Ernest se gir? y su mirada cay? en el retrato de Margaret Houg. Durante unos instantes sinti? escalofr?os en la espalda. —Hasta ma?ana, pues —dijo Houg dirigi?ndose a Ernest en cuanto lleg? a la puerta. —S?, se?or Houg, estar? aqu? lo m?s pronto posible —respondi? Ernest. Houg se despidi? de Roni, despu?s se volvi? de nuevo hacia Ernest como si quisiera decirle algo, pero despu?s cambi? de idea y entr? en casa. Los dos amigos permanecieron en silencio en el coche hasta que, solo despu?s de recorrer unos kil?metros, Roni coment?: —Es un buen misterio, ?no te parece? —Eso parece —respondi? Ernest. —No tengo palabras. Es un aut?ntico l?o. No ser? f?cil. —S?, s? que no ser? f?cil, pero quien est? haciendo estos jueguecitos cometer? un error al final y yo estar? listo para atraparlo —respondi? Ernest, que luego a?adi?—: Al menos eso espero. —Esperemos que todo esto acabe lo m?s pronto posible y, sobre todo, que nadie resulte herido —dijo Roni. —Si es lo que yo pienso, es muy probable que toda esta historia acabe muy r?pido. —No me digas que ya tienes un sospechoso —dedujo Roni. —Quiz?. —Venga, no te hagas el misterioso, ?habla! —lo anim? Roni. —La hija de Houg. —?Qu? tiene que ver ella? —pregunt? Roni, sorprendido. —Bueno..., lo primero, ?has o?do lo que ha dicho su padre de ella? Que es una muchacha agresiva y que no se llevan bien; segundo, nadie ha visto el fantasma salvo ella; tercero, ?te has dado cuenta de su parecido con su madre o no? Conclusi?n posible: quiere incordiar a su padre y juega a contar historias de fantasmas. —Lo siento, pero no me convence esta explicaci?n porque: uno, el fantasma lo vio primero su hermano, que tuvo que ser ingresado en el hospital por esto; dos, es cierto que es una chica agresiva, pero me parece exagerado que haya inventado todo esto para molestar a su padre; tres, no entiendo qu? tiene que ver que B?rbara se parezca a su madre —expuso Roni. —A lo mejor me equivoco. Lo cierto es que estoy cansado y poco l?cido. Pero hay algo en su testimonio que no cuadra. No me convence en absoluto. —?Por qu? no? —Porque dice que ha visto la cara del fantasma, pero cuando est?bamos en la capilla hemos tenido que usar la linterna para tener algo de luz, ?o me equivoco? —Eso es verdad —respondi? Roni. —Entonces, ?c?mo ha podido ver bien la cara, si la capilla estaba a oscuras? Y adem?s, ?c?mo recuerda tan bien los movimientos, si dice que lo ha visto solo durante unos segundos? —No lo s?, Ernest. Ser? mejor que lo aclares directamente con ella, ma?ana. —Exacto, claro que lo har? —respondi? Ernest. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40210191&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.