Вдали от сУетных волнений, за перекрёстками дорог, вуалью робких откровений грустил осенний ветерок. Не обнажал... и буйство красок с деревьев прочь не уносил, - он их ласкал, но в этой ласке ни счастья не было, ни... сил. Прощался, видно... - нежный, тёплый... У всякой грусти есть предел - до первых зимних белых хлопьев он не дожил...

Dos

Dos Mariano Bas Eva Forte TEKTIME S.R.L.S. UNIPERSONALE Dos vidas que se cruzan cada ma?ana en el bar. Dos miradas que dicen mucho m?s que las palabras y que inician al tiempo una ”no relaci?n” hecha de juegos y seducciones, m?s all? de las formas habituales de cortejo. Dos protagonistas que nos har?n entrar en sus vidas a trav?s del pasado y de los cinco sentidos en el presente. DOS De Eva Forte Traducido por: Mariano Bas A quien me ha dado el valor para empezar esta nueva aventura. Pr?logo Cada uno de nosotros tiene dentro de s? muchas historias ligadas a su vida, pero tambi?n a su fantas?a. Historias listas para nacer y terminar sobre el papel, para tomar vida bajo la pulsaci?n de los dedos sobre el teclado. Dos nace as? y, como en la vida real, ha tomado forma d?a tras d?a, aprendiendo a conocer a los protagonistas y su voluntad de jugar y conocerse yendo m?s all? de las convenciones y de las relaciones sentimentales normales que siguen rutas bien definidas. El redescubrimiento de los cinco sentidos, del saber recuperar el pasado incluso dentro del presente, del saber superar la soledad buscada durante mucho tiempo. Un viaje por la ciudad, el campo y lugares lejanos para entender qu? es verdaderamente el amor que nace de una mirada que ofrece un refugio seguro cada ma?ana. CAP?TULO 1 EL CAMPO No hay nada mejor que levantarse pronto por la ma?ana, cuando la ciudad duerme todav?a y el silencio nocturno comienza a quebrarse con la irrupci?n de los primeros sonidos del d?a. En invierno parece que est?s incluso acunado por la luna, con el fr?o que te envuelve en cuanto sales de la cama, abandonando la calidez nocturna y el aroma del suavizante sobre las s?banas. El calor del edred?n, con toda su blandura, deja paso a peque?os escalofr?os que me ayudan a despertar mientras atravieso la casa todav?a oscura y silenciosa. Despu?s de encender la m?quina del caf?, mis ritos matutinos comienzas a sucederse uno tras otro. Pongo la ducha con un fuerte chorro caliente que disuelve la espuma. Mi albornoz est? ya listo ah? cerca, para evitar que el fr?o se convierta en molesto y cortante. Con las primeras noticias del d?a, saboreo el caf? caliente y humeante, reci?n hecho mientras me vest?a. Peque?as cosas que me ponen de buen humor, incluso antes de salir de casa y afrontar la vida cotidiana. Como todos los lunes, la alegr?a de volver a verla es tanta, despu?s de dos d?as dedicados a fantasear sobre su vida y sobre lo que podr?a haber estado haciendo en cada instante del d?a. En los ?ltimos a?os he perdido el entusiasmo por tener una relaci?n duradera con una mujer, dado que los ?ltimos periodos transcurridos de pausa entre cada relaci?n est?n produciendo beneficios. Cuando la encontr? despu?s, la idea de atarme a otra ya se hab?a desvanecido, al menos por el momento, y esta nueva aventura hecha de encuentros plat?nicos y de miradas robadas se hace m?s excitante cada d?a, casi con la esperanza de que todo se mantenga en este plano, sin un contacto real, sin saber qui?n es o a qu? se dedica. Oigo al perro del vecino que ladra y, regular como un reloj, se abre la puerta del rellano para el habitual paseo matinal a Villa Borghese. Una anciana tiene la tarea de sacar a pasear ese min?sculo perrito, tan ruidoso que no se puede creer que sea tan peque?o. Una se?ora simp?tica, ya sola y sin otros intereses que ayudar a que el ingeniero no tenga que dar un corto paseo a su animalillo, por el cual no tiene mucho inter?s. Envuelta en su gran abrigo apelmazado, toma la correa y baja las escaleras, paso a paso, con el peque?o perro tirando impaciente por llegar a la calle despu?s de una larga noche bajo techo. Espero siempre hasta que deje de ladrar antes de salir de casa. La simp?tica anciana muestra un cari?o especial en nuestros encuentros y parece tener siempre el deber de informarme de todas sus vicisitudes m?dicas sin perder nunca el aliento y cuando eso ocurre, siempre corro el riesgo de perder mi encuentro matinal con mi fascinante desconocida, cosa que generalmente me pone de mal humor. Hasta hoy, pocas veces ha ocurrido que no nos hayamos encontrado en el bar o al menos en la calle que la aleja del local, para ese encuentro visual que basta para darme fuerzas para todo el d?a. En cuanto oigo cerrar el portal estoy de inmediato delante de la puerta con las llaves en la mano y la mochila en la espalda, con el anorak bien abotonado sobre la bufanda c?lida y suave sin la que estar?a perdido en los meses m?s fr?os. Ya impaciente, imaginando c?mo se habr? vestido hoy, a menudo trato de imagin?rmela y hago apuestas conmigo mismo para ver si estamos de acuerdo tambi?n en estas cosas m?s fr?volas. Tambi?n he tratado de adivinar al menos el color de los pantalones o qu? vestir?a en general. Un juego infantil, pero que me hace sonre?r cuando veo que he acertado algo de ella. Acelero el paso por la calle, la anciana esta ma?ana se ha retrasado con el ingeniero, que le ha dado alg?n consejo sobre a d?nde llevar a su «hijo peludo», como le gusta llamarlo. Ya en el umbral del bar, la veo, junto con su habitual compa?era de desayuno, sentada en la peque?a mesa junto a la nevera de la boller?a en exposici?n. Todos los d?as cruzamos nuestras miradas y ella tarda en apartar la suya, el calor de nuestras sonrisas parece solo uno. Con eso basta, nuestra no relaci?n acaba ah?, aunque siempre trato de verla sin que se pueda dar cuenta, para contemplar c?mo se mueve, como se toca el pelo. Una de las primeras veces me sent? detr?s de ella por la curiosidad de sentir qu? perfume llevaba y para poderla recordar durante el d?a no solo por el destello con el que respondi? a mi mirada. En estos tres meses, desde nuestro primer encuentro, no he o?do nunca su nombre y esto hace todo a?n m?s fascinante y misterioso. De ella solo s? que es muy madrugadora como yo y que no puede empezar el d?a sin un capuchino y un simple cruas?n. A veces me escondo detr?s de la nevera, que me permite verla tras los cristales, entre las esponjosas tartas de colores de su interior. Hace unos d?as su amiga debi? haberse dado cuenta, visto el modo en que ahora me mira en cada encuentro y por eso he abandonado mi fresco escondite para volver al lugar habitual al lado del mostrador, entre ella y la salida, para no perderme ni un momento de nuestro encuentro. Cuando he tenido el valor de confesar mi amor plat?nico a Stefano, he tenido que esperar m?s de cinco minutos a que dejara de re?rse. Debe haberle divertido mucho, sobre todo lo de que me esconda entre las tartas y la boller?a del bar. Conoci?ndome a m? y mi facilidad de aproximaci?n al sexo femenino, se ha sorprendido bastante por el hecho de que en estos meses no haya dado un paso adelante, pero no entiende que la belleza de mi sentimiento est? precisamente en el hecho de haberla idealizado. Ir m?s all? acabar?a con todo, sobre todo con esta sensaci?n de lo desconocido que da a esta historia una carga de misterio. Despu?s de una semana de lluvia incesante, hoy por fin ha vuelto al sol y he aprovechado para tomarme un d?a de vacaciones para dar una vuelta por la campi?a romana. As? que despu?s de una media hora me encuentro ya lejos del caos ciudadano, de las calles atestadas y de los altos edificios que esconden el cielo. En el autom?vil ni siquiera he encendido la radio, tan presente est? su recuerdo mi mente. Por un momento incluso he tenido la absurda idea de presentarme y pedirle que venga conmigo. La habr?a llevado a uno de los hermosos parques de la V?a Flaminia, para contarle por fin todo sobre mi y saber tambi?n al menos su nombre. Al final ha prevalecido la raz?n y ahora estoy a punto de llegar a casa de mi madre, en un peque?o pueblecito con cuatro casas puestas en fila, que permanece paralizado en el tiempo. Se huele incluso el pan reci?n cocido con le?a y el fr?o penetra hasta los huesos en cuanto entro en la calle principal. El viento te envuelve y te acompa?a, mientras suena en tus o?dos casi susurr?ndote consejos para la vida. Vengo aqu? a menudo para reflexionar, en este ambiente surrealista de otros tiempos. Tambi?n mi madre parece una mujer que no ha aceptado seguir los calendarios. Siempre guapa, a pesar de las arrugas que marcan los a?os y con las manos toscas y nudosas de quien nunca ha ahorrado un segundo en los campos ni en la cocina. Su ?nico paso adelante ha sido el de aceptar el celular que le he regalado, a la fuerza, la ?ltima Navidad. Desde que mi padre no est?, saber que est? sola tan lejos de la ciudad no me deja tranquilo y poder as? hablar con ella al menos telef?nicamente me hace sentirme m?s sereno. Despu?s de sus primeras dudas, incluso ha aprendido a usarlo y de vez en cuando me manda alguna foto y as? nos sentimos m?s cercanos a pesar de los kil?metros de distancia. Hoy no le he avisado de mi llegada, s? que le gustan mucho las sorpresas y adem?s he querido esperar hasta el ?ltimo momento para ver el tiempo antes de salir a la carretera. Una vez llegado a la calle principal, las primeras en darme la bienvenida han sido dos gallinas, tal vez escapadas de alg?n corral. Estos animales siempre me hacen sonre?r, van pavone?ndose y locas. En cuanto se aleja su cacareo empiezo a o?r el agradable sonido de los zapatos sobre la calle, con su ligero retumbar entre las casas vac?as y silenciosas. El sol comienza a calentar los muros y mis manos sin guantes. Una vez llegado a su casa, a los pies de la sombr?a escalinata del portal, escucho a lo lejos su voz y el ruido del rodillo sobre la encimera de m?rmol. Hoy debe ser d?a de pasta fresca, algo que la hace feliz, y as?, entre una l?mina y otra, se divierte cantando viejas canciones, cambiando aqu? y all? las palabras que no recuerda. Mientras subo la escalera poco a poco, teniendo cuidado de no hacer ning?n ruido, su voz se hace cada vez m?s c?lida y plena y ocupa el lugar de mis recuerdos del bar, que eran los que hasta este momento dominaban mi mente. Este lugar tiene la capacidad de hacer que eche fuera todo lo dem?s. Es un poco como volver a ser ni?o, sin grandes preocupaciones, salvo la de conseguir entre un juego y otro un poco de pan con salsa reci?n hecha. Por un momento tambi?n he tenido ganas de volver a la calle y perseguir a esas dos presumidas gallinas en su fuga, para asustarlas un poco y llenarme los o?dos de su cacareo descontrolado. Una vez llegado a la puerta de casa, me paro un momento para recuperar el aliento, despu?s de esas escaleras empinadas y resbaladizas, en la penumbra que deja la luz del d?a a mis espaldas. La puerta est? abierta, como suele pasar en los pueblos peque?os, y desde la entrada la entreveo detr?s de una cortina de pl?stico de colores, con su delantal y las mangas arremangadas, yendo de una parte a otra de la gran cocina. Lo que adoro de ella es la sonrisa siempre lista para acogerte. Me cuelo en la cocina sin hacer ruido y susurro: —Mam?… Como si fuera una palabra m?gica e intocable. Cuando se gira sobresaltada, en sus ojos veo una mezcla de sorpresa y alegr?a infinitas y as? acabamos abraz?ndonos como si no nos hubi?ramos visto desde hac?a mucho tiempo. Como si fuera todav?a un ni?o, me besa las mejillas una y otra vez, en ese abrazo suave que no quiero que termine. Curiosa por mi llegada, hace que me siente junto a ella y empieza a preparar el caf? y a poner sobre la mesa galletas, un pastel y un bizcocho ya ha empezado, todo rigurosamente hecho por ella. Al no tener muchas visitas, cada vez que llego debe ofrecerme todo lo que haya en casa y s? muy bien que incluso un peque?o rechazo ser?a para ella una ofensa, as? que empiezo a comer un trozo de pastel con mermelada de naranja, mi preferida. Mientras maneja la peque?a cafetera para dos, empieza a contarme todos los chismes de la zona: desde la llegada del nuevo sacerdote hasta el parto gemelo de dos potros en la granja de al lado. Tiene un modo de hablar tan sereno que parece que sigue cantando y me quedo escuch?ndola sin pesta?ear, envuelto en esta atm?sfera cada vez m?s lejos del mundo. Hoy tengo necesidad de hacer confidencias, as? que le hablo de mi misteriosa mujer del caf?. Se sienta y apoyando un brazo sobre la mesa de madera me escucha como si le estuviera contando un cuento. No me interrumpe y en cuanto acabo de hablar se queda un rato en silencio, debati?ndose entre comentar mi absurda no relaci?n y continuar permaneciendo en silencio. Luego se levanta, me sonr?e y se dirige a la cafetera, que ha empezado a resoplar y a salpicar caf? sobre la cocina blanca e inmaculada. Despu?s de este interminable momento de silencio, me pregunta si es por esta raz?n por lo que estoy ah? y si debe decirme que querr?a que hiciera… porque, seg?n ella, toda historia de amor, y tambi?n locuras como la m?a, deben seguir su propio curso sin que nadie pueda meter baza, arriesg?ndose a cambiar el curso exacto de las cosas. Mientras me pone el caf? en la tacita de cer?mica fin?sima, tanto que parece de mentira, le respondo que solo quiero compartir mi vida con ella, como he hecho siempre, sin querer nada m?s. Me acaricia la cara, sonr?e y empieza a contarme como se conocieron ella y pap?, una historia que conozco muy bien, pero que me encanta o?r de su boca. Sus ojos se vuelven llorosos y por primera vez veo en ella la melancol?a de la soledad y de la ausencia y me doy cuenta de que verdaderamente necesita atesorar estos momentos juntos, para recordarlos para siempre, registr?ndolos en la memoria, esperando sin embargo que se puedan reproducir en la eternidad. Despu?s de tomar la bolsa preparada con la pasta reci?n hecha, un pedazo de cada postre y con los huevos frescos y las verduras de nuestra huerta, vuelvo a la calle hacia mi autom?vil. El viento ha amainado y el sol a?n m?s alto me calienta el rostro. Comienzan a apreciarse los primeros aromas de comida, en alguna casa est?n asando pimientos, de una ventana abierta llega el olor de una tarta reci?n sacada del horno y todo el pueblo participa de estos olores que se mezclan los unos con los otros en una bell?sima alternancia que solo los peque?os pueblos pueden regalar a sus visitantes. Me bajo en el obrador para comprar la pizza blanca, siempre caliente y reci?n sacada del horno. Se que me voy a arrepentir de haberla comprado, ya que cada vez que la compro me siento mal porque est? muy bien condimentada y es algo pesada, pero si no la como no me parece haber estado aqu?, entre las peque?as monta?as del Lazio. Interrumpe mi tranquilidad, hecha de manos manchadas por el aceite y con la boca satisfecha gracias a la pizza y la sal gruesa, el sonido del celular que me sorprende y rompe el encantamiento. La pr?xima vez debo acordarme de apagarlo. Como un equilibrista, trato de sacarlo del bolsillo del abrigo, sin que se caiga la pizza y tratando de no romper los huevos envueltos en el peri?dico, dentro de la bolsa. En la pantalla veo la foto de mi ex, Luc?a, pero cuando intento responder deja de sonar. La llamar? m?s tarde. Con ella he pasado los mejores a?os de mi vida, en una sincron?a ?nica durante seis a?os, hasta que acept? un trabajo en el extranjero y me negu? a seguirla. Entonces me di cuenta de que ya no era el gran amor que cre?amos, una toma de conciencia com?n hasta el punto de hacernos muy cercanos todav?a hoy. Estos d?as est? en Italia y por eso hablamos m?s de lo habitual y no solo con mensajes de texto y correos electr?nicos. Siempre es bonito volver a verla y alguna vez he pensado que hice mal al dejarle que se fuera, pero luego me doy cuenta de que solo era algo puramente ego?sta y por tanto he aceptado nuestra amistad a distancia, que cada d?a se refuerza m?s. Nos veremos esta tarde, por fin solos para contarnos a la cara este ?ltimo a?o alejados. Me subo al coche y despu?s de haber dejado la bolsa en el asiento de atr?s, vuelvo a la capital, con los pulmones llenos de aire limpio y los zapatos sucios de tierra. Hoy de verdad que me gustar?a volver a verla, pero s? muy bien que tendr? que esperar a ma?ana por la ma?ana para nuestro habitual intercambio de miradas. Durante el trayecto devuelvo la llamada a Luc?a y le cuento mi ma?ana campestre, quedamos para la tarde y me despide dici?ndome que tiene que darme una noticia. Su tono de voz est? lleno de entusiasmo, parece una ni?a delante de un ?rbol de Navidad lleno de regalos para ella. ?Tal vez vuelve a Italia? La idea me hace sentir bien y empiezo a hacerme a la idea de volver a tenerla de nuevo cerca de m?, laboralmente hablando. Ambos somos fot?grafos freelance o, mejor dicho, todav?a yo lo soy, mientras que ella trabaja para una famosa revista satinada de fotograf?a en Francia. Llegando a Roma, me paro para hacer unas fotos a las lejanas balas de heno en los campos en torno a la autov?a, aprovechando una peque?a ?rea de descanso donde puedo detener el coche. Me dan ganas de trepar la valla y correr alrededor y tumbarme en el suelo a tomar un poco de ese sol que transforma el grano en hilos de oro. Ser?a agradable quedarme con la espalda sobre la hierba reci?n cortada para luego levantarme lleno de briznas de paja en los cabellos. A lo lejos, dos caballos justo delante del sol permiten algunas fotos m?s vivas: parece que est?n corriendo dentro de sus rayos, da casi miedo a que se incendien y que su correr adelante y atr?s sea un desaf?o contra esa bola ardiente. Luego desaparecen en el horizonte y el sol pierde su aspecto que infunde temor y pasa a ser solo el fondo de un escenario para enamorados. Perdido en mil pensamientos y tras unas pocas fotos, me doy cuenta de que estoy retrasado en mi plan de trabajo y as?, a mi pesar, debo volver a la gran ciudad para ser fagocitado por las tareas cotidianas antes de que llegue la esperada cita de la tarde. CAP?TULO 2 MIRADAS EN EL BAR El despertador suena como cada ma?ana cuando ya estoy con los ojos abiertos desde hace al menos un cuarto de hora revolc?ndome en la cama y sintiendo el primer frescor de la ma?ana que se mete bajo el edred?n de plumas de oca. Un peque?o momento solo para m?, para pensar como ser? el d?a, aunque en los ?ltimos meses el primer pensamiento es para ?l. Es absurdo pensar lo primero de todo en un completo desconocido, que ahora es sin embargo parte de mi vida cotidiana. Estoy tan colada por esta persona que todos los preparativos se centran en ?l, en tratar de saber qu? le puede gustar y c?mo atraer su atenci?n. Al final solo quiero esto, atraer la atenci?n de mi hombre misterioso, reduci?ndose todo a esta primera aproximaci?n, esperando que no pase nada, pero sin arriesgarme a que nada arruine este m?gico momento del inicio de la ma?ana. En nuestro bar, donde nos vemos todos los d?as, siempre a la misma hora, me siento siempre en el mismo lugar, mirando al mostrador para poder verlo bien. ?l sabe que estoy ah? y la primera mirada cuando llega es siempre para m?. Me levanto, con los pies descalzos y el camis?n por encima de las rodillas tambi?n en invierno para sentir el frescor de las s?banas junto al calor del edred?n. Tambi?n la almohada, escrupulosamente perfumada con el suavizante, debe estar siempre fresca y as?, hasta que me duermo, le voy dando la vuelta en cuanto se calienta un poco con el calor del cuerpo para recuperar en las mejillas esa agradable sensaci?n que solo el fresco puede dar. Antes de ducharme, caliento un poco el peque?o servicio, ese espacio solo m?o en el que no entra nadie m?s. Mi peque?o refugio cuidado hasta los m?s m?nimos detalles, con hilo musical y ducha con cromoterapia. Preparo mi playlist preferida, abro el agua caliente y me meto en la ducha c?lida y perfumada. Acabi enseguida, hoy me acucia la idea de volverle a ver, despu?s de un fin de semana fuera de Roma. Es incre?ble lo fuerte que me hace latir el coraz?n un gesto tan sencillo como un intercambio de miradas. Me basta y me llena tanto que huyo de cualquier paso posterior. En esta loca historia he liado incluso a Camilla, mi compa?era de trabajo. Nos conocimos cuando me encomendaron el nuevo proyecto de control de consultores familiares junto a ella e inmediatamente surgi? una gran simpat?a y enseguida un trato frecuente. Las dos solteras, era f?cil que nos vi?ramos a menos una vez a la semana para ir al cine o a ver alguna peque?a exposici?n paseando por el centro. Conoce a tanta gente que casi siempre tenemos una invitaci?n a alg?n evento y siempre nos lo pasamos bien, hagamos lo que hagamos esa tarde. Ayer por la noche ya hab?a preparado lo que me iba a poner esta ma?ana, unos vaqueros y una blusa de encaje blanco con un su?ter ligero y ce?ido de color violeta oscuro. No podr?a irme a la cama sin haber preparado todo para el d?a siguiente. Tambi?n la cocina tiene que estar ordenada, con la taza para el caf? con leche ya dispuesta sobre la mesa, encima del mantelillo azul. Es una manera de no tener que correr por la ma?ana en busca de lo que se necesita antes de salir y tambi?n un modo de tener la casa siempre perfectamente ordenada en cualquier momento del d?a. Al abrir las ventanas veo que el sol ya est? dispuesto a calentar ese d?a fr?o y me aparece una sonrisa en la cara. Los d?as bonitos en invierno me ponen siempre de buen humor, el sol me recarga y me basta con mirar por la ventana para superar tambi?n los momentos malos. Despu?s de unos minutos, ya estoy en la calle lista para tomar el autob?s que me lleva al trabajo. Por suerte no estoy tan lejos de mi trabajo que no pueda ir tambi?n a pie, pero hoy quiero apresurarme para llegar al bar antes que ?l. Tambi?n quiero charlar con Camilla, que me tiene que contar lo ?ltimo sobre su nuevo «chico», que ha conocido hace poco m?s de un mes en el gimnasio al que suele ir a la hora de comer. Una historia m?s normal que la m?a y que espero que acabe bien. El s?bado pasado salieron solos por primera vez y tengo que saber todos los detalles de la cita. Mi felicidad por su historia se mezcla con un poco de celos con respecto a mi amiga, que tendr? que compartir con el reci?n llegado… Est? ya en nuestro punto de encuentro habitual y por la sonrisa que alegra su cara entiendo de inmediato que la cita debi? ir mejor de lo previsto. En cuanto me ve, corre a mi encuentro, arriesg?ndose a tropezar en alg?n agujero en la acera que sostiene sus alt?simos tacones, que normalmente lleva con mucha desenvoltura. De inmediato me veo rodeada en su fuerte abrazo y sus cabellos rubios y largu?simos acaban en mi cara. Me impresiona su alegr?a y por un momento me siento como si estuviera viviendo yo misma su felicidad. Cuando me libera de su abrazo, veo que est? muy emocionada, que los ojos le brillan como nunca y por un instante me siento como si la estuviese perdiendo. Alejo de m? estos tristes pensamientos y recupero mi alegr?a habitual, tanto que la tomo de la mano y me dirijo rauda hacia el bar: —?Me tienes que contar todo! La cita de mi amiga fue de manual. ?l la recogi? en casa con su potente moto, ella se dej? llevar por la euforia de correr hacia las playas de Roma para una tarde junto al mar, en un peque?o restaurante especializado en pescado que est? abierto tambi?n en invierno. Decididamente rom?ntico, habr?a rendido a casi cualquier mujer… As?, quit?ndose el casco, vaso de vino junto a varias delicias de pescado, de la mano toda la tarde y durante el paseo a la orilla del mar, finalmente se decidi? a darle el beso tan esperado. As? que ahora es como si hubieran estado siempre juntos, el d?a siguiente lo han pasado cont?ndose cosas una al otro y esta tarde se volver?n a ver, envueltos en el m?gico momento de las primeras citas. Pero todo sigue igual entre nosotras, la cita del mi?rcoles para ir al cine y me siento m?s aliviada. Mientras me tranquiliza la idea de no haber perdido a mi amiga de aventuras, llega m?s deportivo de lo normal, me mira y me sonr?e para dirigirse luego r?pidamente al mostrador del bar para la conversaci?n habitual con los clientes de primera hora de la ma?ana. Como es habitual, est? el simp?tico abuelo que acaba de dejar a los nietos en la escuela, listo para pasar la ma?ana libre de encargos paseando por la ciudad. Poco despu?s llega la pareja siempre bien arreglada, para tomar el caf? entes de volver a toda prisa al auto aparcado all? cerca. No falta la joven que estudia en la Universidad y debe tomar el metro antes de llegar a sus clases, junto al novio que trabaja en el supermercado de aqu? atr?s. Y luego estamos nosotras, siempre esperando cada ma?ana para escuchar nuestras nuevas historias en p?ldoras que se cuentan en quince minutos, antes de reanudar nuestra vida. O?r la historia de la nueva relaci?n de Camilla me ha hecho recordar lo que sufr? por mi ?ltima historia con Carlo. Estuvimos juntos diez largos a?os sin llegar a otra cosa que al aburrimiento y la lejan?a, aunque estuvi?ramos siempre juntos. La gota que colm? el vaso de nuestra relaci?n fue irnos a vivir juntos y despu?s de dos a?os aburrid?simos nos separamos al descubrir que est?bamos mejor como amigos que como amantes. As? que nos vemos con frecuencia y el tiempo que pasamos juntos es sin duda m?s divertido de lo que hac?amos antes. Nos hemos librado del peso de una relaci?n que no funcionaba bien para ninguno de los dos, para redescubrirnos desde otro punto de vista m?s apropiado para ambos. Lo primero que me viene a la cabeza es precisamente llamarle en cuanto llegue al trabajo para contarle lo de Camilla y su nueva pasi?n. Por suerte, hemos sido lo suficientemente sensatos como para no dejarnos llevar por los acontecimientos, sabiendo dejarlo a tiempo. Hab?amos incluso pensado en casarnos y llegamos hasta a elegir iglesia, para encontrarnos luego dentro de la nave principal, en el silencio de esta peque?a pero imponente casa de Dios, con el perfume de incienso que llega hasta los huesos, al lado de un desconocido, una sensaci?n que tuvimos ambos. Diez a?os juntos para descubrirnos desconocidos dentro de una iglesia, entendiendo por fin que segu?amos adelante solo por costumbre y para simplificar nuestra vida. Nos bast? mirarnos a los ojos para empezar a re?rnos, luego a llorar juntos como dos ni?os y luego a acabar nuestra historia dici?ndonos adi?s en la escalinata donde normalmente se prefiere recibir el arroz del festejo y no un abrazo que disuelve todo definitivamente. La primera noche, en la casa vac?a, no fue f?cil y por primera vez no dormir tuvo para m? un significado distinto del habitual. Como digo siempre, dormir roba tiempo a la vida, pero en aquella noche permanecer despierta sin cerrar los ojos ni un minuto solo sirvi? para echar cuentas conmigo misma, reencontr?ndome de nuevo sola, pero m?s fuerte que antes. He echado cuentas con una mujer diez a?os m?s madura, con un bagaje sobre las espaldas lleno de cosas bellas, pero tambi?n de muchos momentos vac?os y desperdiciados, encontr?ndome entonces con poca arena en las manos que poco a poco se estaba desvaneciendo totalmente por los dedos entreabiertos. Despu?s de un primer momento de soledad buscada con todas mis fuerzas, fue Camilla la que pudo devolverme a la vida… social y, en poco tiempo, recuper? todo lo que hab?a perdido en los a?os junto a Carlo. Entretanto, ?l se ha comprometido y est? a punto de casarse y su nueva uni?n nos ha permitido convertirnos en grandes amigos, abandonando para siempre los recuerdos de haber estado juntos de una manera equivocada. En este ?ltimo per?odo, el cambio de trabajo y las nuevas amistades han dado paso a una serie de cambios que me han hecho redescubrirme como persona, no solo como la novia de Carlo, como un ap?ndice de ?l. He cambiado de peinado, presto mucha m?s atenci?n a la decoraci?n y trato de arreglarme, incluso para ir a la compra debajo de casa. En resumen, me quiero m?s que antes, lo hago por m? y ahora tambi?n por esa mirada matinal que me espera para empezar el d?a juntos y separarnos r?pidamente dejando espacio al misterio de una «no relaci?n» as? de especial. Entre mi hombre misterioso y yo, todo funciona al rev?s. Una vez cruzada la primera mirada y entendido el inter?s rec?proco, todo se acaba y no debe pasar nada m?s. Casi me parece revivir siempre el mismo d?a y por un lado esto me da una gran seguridad y serenidad. S? que antes o despu?s deber? acabar y tal vez se desvanezca tambi?n el inter?s por una simple mirada que no lleva a nada, pero por ahora no lo quiero pensar y disfruto de aquello que me da una sacudida y me hace llegar hasta la tarde con la sonrisa en las mejillas. Hoy nos vamos del bar arregladas como siempre y ma?ana ser? otra ma?ana llena de historias a escuchar y miradas a esperar. As? empieza nuestra jornada, aunque luego en el trabajo todo el entusiasmo por el bello d?a soleado acaba en la habitual sala del consultorio fr?a y rancia que hemos conseguido obtener con tanto esfuerzo para poder trabajar con nuestros ordenadores port?tiles teniendo al menos una silla y una mesa sobre la que apoyarnos. Hoy es el d?a del curso preparatorio para el parto y por eso ya a las nueve la entrada est? llena de mujeres con ropa de gimnasia con sus grandes barrigas. Unas se acarician la barriga y otras buscan un lugar donde poder sentarse para relajar los primeros dolores de espalda. La mayor parte de ellas lleva un botell?n de agua en una mano y una toalla en la otra. Muchas ya se conocen y por eso hay un vocer?o de consejos y opiniones entre las que est?n viviendo m?s o menos los mismos momentos que luego desembocar?n en el gran cambio de su vida al traer al mundo algo nuevo que las reflejar?, al menos en parte. Muchas de ellas han visto cambiar su cuerpo, dej?ndose llevar tambi?n un poco, mientras que otras parecen listas para un desfile de premam?s con ropa a la ?ltima moda y pelo y u?as bien arreglados. Atravesamos la sala con algo de dificultad, porque no queremos molestar al grupo de gestantes, que esperan a las obstetras que est?n all? por ellas. Por fin en nuestro despacho, cerramos la puerta a nuestras espaldas lanzando un suspiro de alivio, aunque con un poco de amargura y deseo de estar tambi?n en aquella sala antes o despu?s. Ser?a bonito tener hijos a la vez, para enfrentarnos juntas y en el mismo momento a todo, siempre nos lo decimos, aunque seguramente no sea precisamente la cosa m?s probable y f?cil el mundo. La oficina conseguida est? oscura y hoy me falta ese rayo de sol que he dejado a la entrada. Aqu? todas las estaciones son iguales y si no fuera por el gran fr?o del invierno y el calor del verano no podr?amos saber en qu? periodo del a?o nos encontramos. Cuando salimos a las seis es horrible entrar con la luz y salir cuando ya est? oscuro. Parece como si hubi?ramos perdido una parte de nuestra vida entre documentos y estad?sticas poco ?tiles para nuestra existencia. Poco despu?s de que llegamos desciende el silencio sobre todo el consultorio: en cuanto empieza el curso las futuras mam?s se sumergen completamente en los ejercicios de respiraci?n y en la gimnasia de parto en la sala adyacente a la entrada y solo se oye a lo lejos la d?bil voz de Anna, nuestra obstetra faviorita, que con su voz dulce y suave gu?a a las mujeres en el momento m?s bello de su vida. As? podemos tambi?n nosotras empezar a encender los ordenadores y a preparar las cosas, ya que ma?ana ser? la reuni?n con la responsable de todos los consultores familiares de zona y esta quiere tener todos los datos al alcance la mano, con muchas estad?sticas demogr?ficas y los nombres de quienes han prestado servicios en los ?ltimos seis meses. En cuanto se enciende el PC, la imagen de mi fondo de escritorio me lleva inevitablemente a so?ar unos minutos. Desaparecen en la nada todos los ruidos de fondo en mi vida y vivo solo en mi mente, con los recuerdos ligados a esa foto. La hice yo, no hay nadie en la imagen, pero s? qui?n est? detr?s del objetivo y esto la hace m?s especial y ?nica, con un significado que s?lo yo puedo entender del todo. Se ve un hermos?simo valle, que parece tan infinito que su fondo se confunde con el cielo al atardecer. Las hojas rojas de los ?rboles y el prado que comienza a amarillear en la claridad de la tarde muestran al mismo tiempo el rojo sol y la luna a un lado, que abraza t?midamente sus horas diurnas. Ninguna persona, ning?n animal, ning?n sonido, pero una sensaci?n de paz y serenidad que solo puede dar una foto de este estilo. Todav?a siento las manos sobre la m?quina fotogr?fica y la mirada perdida dentro de la c?mara para luego ir m?s all? y perderse en la infinidad de la naturaleza. La puerta se abre de repente y me devuelve brutalmente a la vida real: se asoma una cara desconocida, por un momento nos preguntamos qui?n puede ser, hasta que nos fijamos en su voluminosa barriga y entendemos que es alguien que se ha retrasado en el curso y se ha equivocado de habitaci?n. La acompa?o y aprovecho para tomar un poco de aire, ya que hoy, no s? por qu?, me parece que me falta, y para llamar a Carlo, visto que en nuestro despacho la se?al telef?nica es pr?cticamente inexistente y telefonear se convierte una empresa imposible. Unos pocos minutos y vuelvo adentro, quiero darme prisa en terminar el trabajo para evitar permanecer encerrada aqu? dentro hasta tarde. CAP?TULO 3 LA MARGARITA DE VILLA BORGHESE Cansado del estupendo paseo por las afueras, acabo decidiendo volver a casa y trabajar un poco en la tranquilidad de mis cuatro paredes. Tengo un retraso de correos electr?nicos que evitar y quiero trabajar sobre mis ?ltimas fotos tomadas hace ya demasiado tiempo. Tambi?n tengo que entregar el trabajo realizado hace unas semanas, que recoge en unas pocas im?genes la vida en el mar despu?s de las vacaciones de verano. He decidido hacer todas las fotos en blanco y negro, colores que reflejan muy bien el estado de ?nimo que se puede tener delante de la extensi?n de agua salada cuando se ha acabado el buen tiempo. Y, sin embargo, a m?, ir al mar de invierno me impacta fuerte. Fui solo, saliendo muy pronto por la ma?ana, capturando las primeras luces del alba que sal?an de dentro del mar. Armado con una manta y un gorro de lana, me coloqu? sobre la arena todav?a h?meda que cruj?a bajo mi peso. Solo yo en toda la playa, yo y lo mastod?ntico delante de m?, con su dulce rumor y el ir y venir de la orilla. As? esper? a que saliera el sol, un espect?culo incre?ble que ir?a a ver todos los d?as si viviera m?s cerca de la costa. Sentado sobre mi manta, con los guantes para evitar tener las manos congeladas en el momento de tomar la primera foto, el fr?o en las mejillas y la nariz roja. Entonces llega el sol, delante de tus ojos con toda su belleza y el mar empieza a colorearse y a brillar como siempre, y el aire fresco se apaga poco a poco sobre la piel. En estos momentos soy una sola pieza con la c?mara fotogr?fica y tengo avidez de fotograf?as, como si tuviera que detener cada instante concreto, porque s? que nada se repetir? del mismo modo. Mientras hac?a las primeras fotos, se acerc? un perro de tama?o mediano, que hab?a llegado a la playa con un se?or anciano que se ha quedado justo al inicio de la arena, mirando al mar con un esbozo de sonrisa que denotaba un estado de ?nimo despreocupado y sereno. Entretanto, el perro corr?a como un loco, volviendo siempre a sus pies, para luego lanzarse de nuevo en una carrera entusiasmada hacia las peque?as olas que mord?an la arena. Para romper la soledad que probablemente deb?a ser la situaci?n natural cotidiana para ?l, el hombre se me acerc? lentamente para ver qu? estaba haciendo. Despu?s de un primer saludo de cortes?a, empezamos a hablar de ese lugar encantador y de la belleza que solo puede verse en invierno. De nuevo a solas, comenc? a apreciar ese lugar un poco melanc?lico, pero lleno de tantos matices. Los perfumes de las plantas hab?an empezado a hacerse m?s diferenciados y cerrando los ojos consegu?an llevarme atr?s en el tiempo, a otros lugares y otras situaciones marinas. La arena todav?a fr?a entre las manos, con la que jugar sin dejar rastro. El mar siempre all?, con su movimiento constante, que permite ver ah? abajo algunas peque?as conchas y que te parece que te est? invitando a atravesarlo, a entrar para nadar hasta el horizonte. Solo me despierta el olor del restaurante cercano sobre el mar que est? empezando a preparar la comida con mucha anticipaci?n, probablemente para alguna fiesta o acontecimiento especial. Todas estas son las emociones que vuelvo a sentir a semanas de distancia viendo mis fotos, esperando que tambi?n quien me encarg? este trabajo pueda entender todo su valor. Revisarlas en el ordenador me genera un gran deseo de volver ah? y, por primera vez, el deseo es el de ir con mi misteriosa compa?era de caf?, sin hablar, saboreando juntos las mismas emociones, quiz? de la mano, un contacto entre nosotros que no hemos buscado hasta hoy. Acaba de trabajar y env?o todo a trav?s del correo electr?nico y luego cierro r?pidamente el ordenador antes de ponerme bajo la ducha y prepararme para la cena con Lucia. Como es habitual, llego al lugar de la cita mucho antes de la hora y que me pongo de perfil y me entretengo mirando a los paseantes y sus peque?as historias hechas de peque?os momentos robados. Pasa una familia con dos ni?os peque?os, todos apresur?ndose en su anhelo de llegar a casa despu?s de un largo d?a, cada uno con sus propias tareas. La madre abraza dulcemente al ni?o m?s peque?o, cansado y adormecido entre sus brazos, mientras que el mayor est? contando al padre la tarde pasada, tal vez dedicada a alg?n deporte. Poco despu?s llega una se?ora en bicicleta, vestida elegantemente y con el bolso a la espalda para no perder el equilibrio. No falta el joven que pasa inmerso en su m?sica preferida y el hombre que, con paso veloz, habla al tel?fono de sus planes para la tarde. Por fin llega ella, mi querida amiga que aparece en la esquina del fondo, siempre guapa y radiante. Hace meses que no nos vemos, pero en cuanto la vuelvo a ver parece como si nunca nos hubi?semos despedido en el aeropuerto, escondiendo cada uno una l?grima para perdernos luego en la cotidianeidad de dos pa?ses lejanos. Un largo abrazo nos devuelve al d?a de hoy y empezamos enseguida a jugar a qui?n cuenta primero las ?ltimas novedades al otro, mientras entramos en nuestro restaurante preferido, donde solo se come pizza y pinchos de carne. El local es sencillo, con mesas de madera y manteles de papel a cuadros blancos y rojos, sillas t?picas de las trattorias romanas y la calurosa acogida de los due?os de siempre, a los que conocemos muy bien. Delante de una buena pizza horneada con le?a y una jarra de cerveza, Lucia tiene la cara presa de una gran excitaci?n, con la urgencia de querer decirme la primera su verdadera noticia y yo estoy listo para festejar su retorno. Sin embargo, cuando empieza hablar, entiendo que mis esperanzas son completamente err?neas. En Francia ha conocido a un hombre, se han enamorado inmediatamente y ahora espera un hijo. De golpe se desmorona todo mi castillo hecho de la esperanza de recuperar a mi amiga para siempre conmigo y la veo nuevamente irse hacia la lejan?a, esta vez para siempre de verdad. De hecho, ha venido a Roma para preparar la mudanza de sus cosas y se establecer? definitivamente con ?l, en una hermosa casa en el centro de Par?s. Para m? ser? una oportunidad de volver a visitar la capital m?s rom?ntica del mundo, pero con un ?nimo distinto, cuando nazca el peque?o. Celebramos la estupenda noticia de la nueva vida que va a venir y Lucia contin?a cont?ndome sus magn?ficos meses franceses entre el nuevo trabajo, que le est? dando grandes satisfacciones, su primera muestra fotogr?fica y su edificante historia de amor que ha galopado velozmente hasta la meta del embarazo inesperado, pero bien aceptado. Todo lo que me cuenta me hace entender que mi vida se ha parado, estoy en un momento de estancamiento que, sin embargo, solo me afecta a m? y estoy me fastidia un poco. Empiezo a sumirme en mis pensamientos y a no o?r nada de lo que me rodea, incluida Lucia, que, al estar tan concentrada en su vida, no tiene tampoco deseos de saber qu? est? pasando con la m?a. Vuelvo con la mente a la ma?ana tan tranquila y hecha de colores y ahora solo querr?a escapar del caos del local ahora lleno e inmerso en el jaleo de la gente que habla y come vorazmente. La idea de que en unas pocas horas volver? a mi bar a recargarme con su sonrisa me ofrece una v?a de salida y el local recupera el aspecto familiar de cuando llegamos y el jaleo se transforma en un vocer?o normal hecho de risas y conversaciones entre amigos. Lucia todav?a est? hablando mientras saca de su bolso una tablet para ense?arme las fotos de su exposici?n. Este es uno de mis viejos sue?os, poder exponer personalmente las mejores fotos que he tomado todos estos a?os. Aunque no est? previsto ni lejanamente, ya he empezado a elegir un tema y a decidir cu?les son las im?genes de m?s m?rito para imprimirlas en gran formato para atraer las miradas de los visitantes. Ya me los imagino a todos con las narices hacia arriba, cautivados por mis fotos y tambi?n mis emociones, dependiendo sin embargo de cada una de sus vidas. Porque la fotograf?a, como la poes?a o incluso las canciones puedes pon?rtela como si fuera ropa. Las mismas palabras encierran en su interior muchos significados y todos pueden hacerlos propios. Del mismo modo, la fotograf?a puede transmitir muchas sensaciones diversas y lo que para unos es triste puede dar fuerza y energ?a a otros. Recuerdo el mar en invierno, tan triste y melanc?lico para quien lo ama lleno de gente y solo lo aprecia con un sol abrasador, y refrescante en el invierno por el contrario para quien, como yo, adora los lugares solitarios y que muestran un aspecto fuera de las reglas convencionales. La exposici?n de Lucia estaba verdaderamente bien organizada hasta los m?s m?nimos detalles, en un espacio abierto con paredes muy altas e inmaculadamente blancas. Nada que impida ir de una a otra foto, todas expuestas a la misma altura y con el mismo tama?o a lo largo de las tres paredes. Una sola mesa recib?a a los visitantes con algo para beber y alg?n tentempi? para tomar durante la visita. Todas las fotos estaban trabajadas en blanco y negro con algunos detalles en color y el hilo conductor era la presencia de corrientes de agua: recodos de r?os, fuentes de las que beben ni?os, detalles de diversas fuentes, un lago al atardecer… el agua en todas sus dimensiones, terminando con una bell?sima foto de un lavadero donde todav?a las mujeres del pueblo van a lavar la ropa, mostrando todo el sabor de algo antiguo que se prolonga en el presente. Incluso han hablado de su exposici?n en uno de los principales peri?dicos de Par?s, dedic?ndole una buena rese?a que ha llevado a muchos visitantes m?s despu?s de su publicaci?n. Por lo que parece, el nuevo hombre de Lucia es un pez gordo que le ha permitido prosperar de la manera apropiada y que se merece. Estoy muy contento por ella, mucho… un poco menos por m?, que deber? volver a refugiarme en el env?o de correos electr?nicos y mensajes a distancia con una amiga que para m? es como una aut?ntica hermana, la que nunca he tenido. Su casa est? un poco alejada del restaurante, as? que, al acabar la cena, la acompa?o hasta su viejo portal. Ahora tendr? que vender la casa y as? se est? cerrando otra parte de mi pasado para hacer espacio a las novedades futuras. Siempre me produce un efecto extra?o saber que alguien cambia de casa, igual que cuando veo tiendas que cierran, sobre todo los que forman parte de la historia de mi infancia. Criado siempre en el mismo barrio, ya casi conozco todas, o al menos todas aquellos que todav?a no han desaparecido. El periodo infeliz un poco para todos ha llevado a decisiones radicales, tanto de los comerciantes m?s viejos, ya cansado de luchar con todos los cambios y la crisis laboral, como de las familias que buscan casas con mejores precios y se alejan del centro. Despu?s de a?os siempre con las mismas personas alrededor, he visto estos cambios como un abandono. Empezando por mi madre, que decidi? vender su casa en el centro para quedarse definitivamente en el pueblo, donde ha renacido al recuperar la posesi?n de s? misma y de lo que siempre ha querido hacer. Mientras vivi? mi padre, trabaj? en una oficina p?blica aqu? en Roma, huyendo de la ciudad a cada peque?a ocasi?n hacia su amado pueblecito, donde se liberaba de todo el cansancio acumulado durante la semana. A mi madre nunca le ha gustado mucho la vida en la ciudad, se sent?a un poco perdida aunque siempre se ocup? de todo como la perfecta ama de casa de un buen barrio. Una se?ora estupenda, siempre bien vestida y con un collar de perlas invariablemente en el cuello. Las mismas perlas que hoy sigue sin abandonar, aunque prefiera ropas m?s c?modas sin preocuparse por marcas o tejidos finos. Bajo el gran portal de madera, saludo a mi querida amiga, con la promesa de volvernos a ver antes de que se vaya definitivamente. Espero a que entre y me dirijo a mi casa, lleno de miles de pensamientos y con el deseo de irme pronto a la cama y son tantas las ganas de que llegue a ma?ana siguiente que pongo la manecilla del despertador una hora antes y me escondo bajo el edred?n. En cuanto suena, me pongo en pie. Hoy quiero dar un paseo por Villa Borghese antes del habitual ritual matutino en el bar, as? que me visto r?pidamente y salgo raudo del edificio hacia el parque. La villa por la ma?ana es un encanto: pocas personas pasean por ella, sobre todo son ancianos que pasean por motivos de salud y debido a su insomnio aprovechan las primeras horas del d?a, cuando todo est? todav?a cerrado y no hay mucho que hacer en la ciudad. Veo en el tel?fono un mensaje de Lucia, que me da las gracias por la cena y me dice que si su hijo es un var?n le llamar?n como yo. As? consigue robarme la primera sonrisa del d?a cuando ya estoy bajo los ?rboles y a su sombra. A esta hora tambi?n se pueden encontrar ardillas, grandes y regordetas ?nicas due?as de la naturaleza que se expande bajo sus apagados saltos, casi sin preocuparse por tu presencia. Llego hasta el Pincio y all? se presenta la ciudad en toda su magnificencia. Monumentos, plazas, iglesias… todos dormitando pac?ficamente mientras los dem?s los miran y sin que el sol o la lluvia los muevan o cambien. Recojo una margarita que ha sobrevivido al fr?o y la llevo conmigo al bar. Hoy me siento distinto y quiero modificar el ritual de nuestros encuentros con un peque?o gesto, as? que pongo la peque?a flor sobre la mesa donde dentro de poco ella se sentar? para el desayuno, esperando que nadie llegue antes y pueda apropiarse as? del detalle dedicado a ella. Voy r?pidamente al mostrador y pido mi caf? habitual, invirtiendo el orden de llegada y tambi?n sin mirar a la entrada. Despu?s de unos minutos la oigo llegar, reconozco su voz y tambi?n oigo que, al darse cuenta de que ya estoy ah? (es la primera vez desde que nos «conocemos», ya que llego cuando ya han terminado su desayuno), interrumpe por unos momentos la conversaci?n, para continuarla mientras se acerca a la mesa. No tengo el valor para ver su cara cuando vea la flor y por otro lado no quiero tampoco que est? segura de que he sido yo la que la ha puesto en su sitio. As? que acabo el caf? m?s aprisa de lo habitual y al salir le lanzo una mirada que me responde r?pidamente, pero esta vez ocultando la duda por esa florecilla que ahora tiene en la mano, como si esperara mi siguiente paso, que no llego a dar. Todo debe permanecer as? y me alejo lo m?s r?pido posible. CAP?TULO 4 RECUERDOS Lo que de verdad necesito es una tarde toda para m? y en mi casa. Vuelvo despu?s de hacer una peque?a compra y mi casa me acoge con el calor de los radiadores todav?a encendidos. Me quito el abrigo y la bufanda, me quito los zapatos mientras me acerco a la cocina para meter en la nevera la leche que acabo de comprar. Sin ni siquiera encender las luces, voy al ba?o principal y abro el grifo del agua caliente de la ba?era. No quiero ninguna otra cosa en este momento que no sea un ba?o caliente que aleje todo el malhumor, toda traza de cansancio que me ha dejado este d?a. Antes de entrar en la ba?era, me sirvo una copa de vino espumoso, en su punto justo de frescor y lo apoyo sobre el lavabo mientras me desnudo antes de sumergirme en la espuma. Me suelto el pelo, tomo la copa en mi mano y entro en la ba?era ya llena y tan caliente que me quema la piel en el primer momento. Para ser un ba?o perfecto solo faltan las velas encendidas y la m?sica de fondo, pero por hoy est? bien y, cerrando los ojos, con la cabeza apoyada en el borde empiezo a pensar en muchas cosas que ocurren en mi cabeza. Este a?o me gustar?a hacer muchas de esas cosas que al final puedo hacer pocas veces o ninguna. Un viaje al extranjero, apuntarme a un gimnasio, tener tiempo para ir a la librer?a al menos una vez a la semana... y volver a correr a Villa Borghese, cuando todav?a solo se oyen los peque?os pasos de las ardillas sobre la grava y la ciudad parece un lugar encantado y surreal, a a?os luz de las calles ca?ticas y llenas de autom?viles. Suenan las ocho en el reloj de la cocina y as?, un poco a rega?adientes, empiezo a quitarme la espuma de encima abriendo la ducha. La primera agua fr?a hace que me corra un escalofr?o por la espalda para luego abrazarme con la nueva agua caliente que sale enseguida. Me quedar?a as? durante horas. Envuelta en mi blando albornoz, acabo la copa de vino y empiezo a ver qu? hacer para cenar. Tomo unas sobras de la tarde anterior, que caliento al microondas y voy a comer al sal?n a ver una buena pel?cula, en esa habitaci?n oscura que es toda para m?. Cuanto estoy sola siempre tengo pocas ganas de cocinar, as? que me las arreglo con unas pocas cosas sencillas para no irme a dormir con el est?mago vac?o. Estoy tan cansada que no tengo tampoco ganas de prep?rame la comida para ma?ana, as? que escribo a mi colega para pedirle que vayamos a comer juntas. Fuera solo se oyen algunos autom?viles de vez en cuando, la ciudad est? descansando y recarg?ndose para el nuevo d?a que va a llegar. Una atm?sfera tan relajada que cuando suena el timbre del mensaje me sobresalto. El SMS es de Camilla, que acepta de inmediato mi propuesta para la comida y sugiere irnos pronto y hacer compras toda la tarde. Liquido la cuesti?n con un veloz «ok», ya hundida en el sof? y con la manta de lana sobre las piernas desnudas. Me despierta un disparo: son las dos de la madrugada, me debo haber dormido sobre el sof? y de inmediato me doy cuenta de que no recuerdo nada de la pel?cula que hab?a decidido ver. En la televisi?n hay ahora una pel?cula policiaca y fuera est? diluviando. Apago la televisi?n y me voy a la cama, pero ahora estoy desvelada y por tanto decido o?r un poco de m?sica para tratar de volver a dormirme. La primera canci?n que mi playlist es “Adagio”, de Lara Fabian. Cada vez que la oigo me palpita el coraz?n y recuerdo a mi abuelo y lo cercanos que est?bamos. Mis padres murieron cuando era peque?a y por eso tuvo que cuidar de m?, algo que hizo hasta que una terrible enfermedad se lo llev? el a?o pasado, dej?ndome la casa donde vivo ahora y un gran vac?o en el coraz?n. Se me viene de inmediato a la cabeza su casa de la monta?a, aqu? cerca de Roma, y los hermos?simos d?as de verano transcurridos juntos en el campo o cuidando de su peque?a huerta o los domingos invernales andando por el caminillo escuchando sus historias de la guerra y los tiempos pasados. Gran parte de los recuerdos de mi familia se los debo a ?l, porque recordar?a muy poco de mi madre y mi padre si no fuera a trav?s de lo que me contaba. Y as? veo ante mis ojos la habitaci?n oscura, llena de objetos recogidos con el paso de los a?os. La peque?a vitrina con las cer?micas propiedad de mi abuela, la foto de toda la familia sobre el aparador en el fondo del cuarto. Nosotros dos sentados en las mecedoras antiguas, con los cojines rojos y la suave alfombra en medio. La ?nica luz ven?a de la chimenea encendida, entre los crujidos de la madera y el calor sobre las piernas que se iba apagando hasta llegar a la cara. Su voz aparece siempre en mis recuerdos, tan imponente y un poco ronca, que se pasaba horas contando an?cdotas e historias en tono reposado y aterciopelado. Yo me perd?a en sus palabras y vagaba por lugares lejanos y familiares, casi como hubiera vivido esas mismas aventuras que me sab?a de memoria, pero que quer?a o?r como si fuera la primera vez. Muchas veces era yo la que ped?a esta o aquella historia, mientras que otras nos llegaban a trav?s de los acontecimientos del d?a y nos tra?an a la memoria hechos pasados. Me gustar?a recordarlo siempre as?, olvidando los ?ltimos meses pasados en el hospital, donde se hab?a quedado indefenso como un ni?o, pero siempre fuerte y fiero luchando por su vida. Tampoco all? hab?a perdido la voluntad de contar cosas y darme energ?as, hasta el d?a en que dormimos juntos en esa habitaci?n fr?a donde ha sido ingresado desde hac?a ya mucho tiempo: al principio de la tarde ten?a ganas de hablar conmigo, de contarme cosas que quer?a que se grabaran en mi mente para siempre. A pesar del cansancio de un hombre ya viejo, estuvimos conversando toda la noche hasta muy tarde y esta vez cont? mucho de m? y ?l me dio buenos consejos de alguien que hab?a aprendido a vivir gracias a las muchas experiencias que nos indican el camino. Los ojos pesados por las medicinas, pero la sonrisa siempre presente en su rostro arrugado por la enfermedad. Una barba blanca bien cuidada y las manos grandes apoyadas sobre la s?bana. Me qued? dormida en el sill?n a su lado, pero ?l nunca volvi? a abrir sus ojos desde aquella noche. La canci?n ha terminado y me encuentro con los ojos hinchados y llenos de l?grimas que tratan de colmar su ausencia. Apago todo, me quito los auriculares y me dejo acunar por el temporal que todav?a azota la ventana, soplando sobre las persianas que ululan al viento. Al despertar estoy todav?a muy cansada, as? que decido permanecer un poco m?s en la cama, disfrutando del calor de la noche ya terminada. Lo ?nico que hace que quiera salir se las s?banas es el pensamiento de que voy a volver a verle. Cuando llegamos al bar, lo que veo primero es que ?l ya ha llegado y esto me sorprende bastante. Por primera vez ha llegado antes que yo y tampoco se vuelve a mirarme, aunque s? muy bien que se ha dado cuenta de nuestra ruidosa llegada. Me paro en la puerta un poco molesta de que no me haga caso, pero el camarero me saluda y me pregunta: —?Lo de siempre? Respondemos que s? y nos dirigimos a nuestra mesa. Estoy a punto de sentarme cuando veo una peque?a margarita justo delante de mi sitio y por segunda vez en muy pocos minutos me quedo perpleja y un poco perdida por un gesto que ha cambiado la disposici?n normal de las cosas. Seguro que ha sido ?l, pero esto no debe pasar. ?Por qu? est? buscando una aproximaci?n distinta de la misteriosa mirada de cada ma?ana? Me quedo sentada con esa peque?a florecilla en la mano, mir?ndolo de espaldas al mostrador, mientras se gira de golpe, me lanza una mirada y escapa del local de manera furtiva. Si, seguro que ha sido ?l el que ha puesto esa flor sobre la mesa… sobre mi mesa. Quedo sin palabras, entusiasmada y molesta al mismo tiempo, pero tambi?n un poco confundida y ya no tan segura de que realmente lo haya hecho ?l. Mi amiga me mira y se echa a re?r, tras haber asistido a esta escena un poco infantil de dos adultos perdidos en una historia tan absurda y ausente de sentido para el resto del mundo. La miro y, despu?s de que el camarero nos trae nuestro desayuno, me doy cuenta de que estoy sosteniendo la flor en la mano y la dejo r?pidamente junto al capuchino como si fuera algo ardiendo que me quemara la piel. Comienzo a tener sensaciones diversas que se alternan r?pidamente. Para empezar, me siento honrada por ese peque?o regalo, luego me siento sin embargo reticente y me pregunto si he entendido de verdad qu? significa. ?Y si era para mi amiga? ?Y si al misterioso portador de miradas le atrajera ella y no yo? ?Pero entonces por qu? me mira siempre? No, vale, yo soy la fuente de su inter?s… pero si hasta hoy todo se resolv?a con un intercambio de miradas y alguna sonrisa lanzada casi a escondidas, ?qu? quiere decir este «regalo»? Como si fuera una reliquia, recojo la flor y la pongo dentro de mi libro, que luego meto dentro del bolso grande y espacioso. Camilla, todav?a con una media risa que no consigue controlar, me dice que ya hemos llegado a avanzar en esta absurda no relaci?n y o?rselo decir a ella me asusta y me entran ganas de huir y no volver nunca a este sitio. Pero luego pienso c?mo me encuentro cuando no lo veo, no podr?a renunciar a estos diez minutos que compartimos, aunque sea a una breve distancia. En cuanto acabamos el desayuno nos vamos de inmediato al trabajo, sabiendo que hoy la jornada laboral ser? breve y a la hora de la comida podremos escaparnos juntas para una tarde de compras. Por suerte, la lluvia de la noche ha dado paso al sol, dejando tras de s? solo alguna nubecilla dispersa. A la una, como un reloj, estamos fuera, listas para tomar el coche para pasar la tarde en el Outlet para hacer compras aprovechando las rebajas. En el autom?vil, Claudio Baglioni a todo volumen y nosotras dos cantando con las ventanillas bajadas como dos adolescentes inconscientes. Al primer gallo empezamos a re?rnos, mientras en lontananza aparecen los campos de cereal con las balas de paja ordenadas en filas. Son muy bonitos de ver, siempre me imagino ah? abajo, tumbada bajo su sombra para mirar el cielo, esperando ver el paso de alg?n avi?n y su estela blanca que corta el azul, para poder inventar historias sobre sus pasajeros y los viajes que los llevar?n lejos, tal vez a alg?n lugar ex?tico o una ciudad desconocida. Despu?s de unos minutos de silencio, Camilla se pone seria y empieza, por primera vez, a tomarse en serio mi no relaci?n: —Tienes que dar el pr?ximo paso, el juego tiene que avanzar por parte de ambos. Te ha mandado una se?al, quiere continuar de otra manera, pero sin arrojarse de inmediato a conoceros de verdad. Ahora tienes que tomar t? la iniciativa, de un modo igualmente rom?ntico o misterioso, o sea, no banal. Ser?a demasiado f?cil dirigirse a ?l y darle las gracias… Tiene raz?n, el peque?o paso de la flor sirve para cambiar de camino, para elegir qu? sendero seguir y debe hacerse de una forma original para mantener ese velo de misterio que desde hace tiempo nos hace mirarnos y conmovernos tanto sin m?s, sin decir ninguna palabra. Ni siquiera sabemos nuestros nombres respectivos y esto nos bastaba hasta hoy. Ahora tengo que decidir si seguir de otra manera o cerrar el camino. Tal vez sea ?l mismo el que se haya arrepentido: esta ma?ana se ha escapado como no hab?a hecho nunca. Tal vez ma?ana no le vuelva a ver. —Tienes que darle un giro a tu vida, tal vez el misterioso observador pueda ser el hombre que buscas y, si no lo es, tal vez sea hora de que vuelvas a vivir y encuentres a alguien con el que compartir tu vida —contin?a Camilla con su tono serio a media voz. Se despierta en m? un fuerte deseo de jugar, de romper los esquemas y de atreverme, aunque esto signifique perderlo todo. Empiezo a re?r mientras el viento entra con fuerza por la ventanilla y me lanza el pelo sobre la cara. —Vale, juguemos. Llegadas al m?gico mundo de las compras, as? nos gusta llamar a estos grandes almacenes de alta costura a bajo precio, empezamos a dar vueltas sin mucha convicci?n mirando los escaparates hasta que nos detenemos en una peque?a pasteler?a donde decidimos tomar algo, porque tampoco hemos comido. Para m?, una porci?n de tarta de chocolate y un caf?, mientras que mi amiga se limita a un cruas?n integral y un zumo de naranja, al tener que mantener bajo control el fiel de la balanza. Camilla es una mujer muy guapa, que con su voluptuosidad deja a su paso una sensaci?n de serenidad y una visi?n agradable. Siempre bien vestida, sin ning?n cabello fuera de su lugar, es la cl?sica mujer que hace que los hombres se giren cuando va por la calle, a pesar de alg?n kilito de m?s, pero bien proporcionado en todo el cuerpo. Un nuevo entusiasmo nos ha involucrado en el juego con el desconocido y as? empezamos las dos a pensar en mi pr?ximo movimiento. Generalmente entra en el bar, llega al mostrador donde hace una consumici?n de pie y luego se va. ?Cu?l puede ser mi movimiento concentrado en esos pocos momentos y sin que haya tampoco un punto concreto donde actuar como ?l s? ha podido hacer con nuestra mesa? Lo ?nico que s? es que quiero dejarle tambi?n una se?al tangible, tal vez al hilo de margarita para as? hacerle entender con seguridad que se la env?o yo. La idea se me ocurre en la pasteler?a: a un lado de la vitrina veo muchos bombones en envases verdes y dentro confeccionada una maravillosa margarita blanca y amarilla. A?ado as? a nuestra cuenta una caja de bombones y empezamos a pensar c?mo entreg?rsela, tal vez con el mismo caf? que toma cada ma?ana. Me siento como una ni?a, he vuelto a los tiempos del instituto, cuando la parte m?s bella de cada amor era justamente aquella anterior a la declaraci?n. Las tardes pasadas con las amigas pensando si este o aquel pod?a estar «enamorado» de nosotras, so?ando con el primer beso delante de una pizza y un vaso de Coca Cola, cuando un normal?simo «Hola» empezaba a tener tres mil posibles significados que analiz?bamos uno a uno. Tiempos en los que te palpitaba el coraz?n solo cruzando las miradas, guardando las distancias a la espera de su primer paso. Con casi cuarenta a?os, vuelvo a ser una joven adolescente que descubre por primera vez el amor, con muchas ganas de jugar. Me siento renacer, he vuelto a vivir y a no tener de nuevo miedo a poner a prueba mis sentimientos por alguien. Parece absurdo, pero me ha bastado esa peque?a florecilla insignificante para sacudirme de tal manera que he entendido que estaba perdiendo el tiempo y que deb?a hacer que las manecillas de mi reloj volvieran a ponerse en marcha. Vuelvo a casa cuando es tarde, as? que decido comer un trozo de pizza en la pizzer?a que hay debajo de casa. Cuando entro, no hay nadie en el peque?o restaurante, ni siquiera el propietario, al que oigo moverse en las cocinas, probablemente metiendo en el horno las ?ltimas pizzas del d?a. La campanilla avisa de mi entrada y poco despu?s le veo asomarse a la puerta, delante de los grandes hornos todav?a encendidos. Nos saludamos y poco despu?s estamos sentados juntos en las coloridas mesas de madera, conversando mientras se cocina mi pizza. Me ofrece una cerveza y empieza a hablarme de esto y de aquello y de todos los acontecimientos extra?os y divertidos que han sucedido en el local durante el d?a. Siempre me divierte mucho o?rle hablar, porque s? muy bien que tiende a exagerar mucho sus historias, a?adiendo detalles que no son reales, pero que las hacen m?s simp?ticas e interesantes. Adem?s, generalmente tienen siempre un fondo c?mico, as? que hablar con ?l acaba siempre con risas ruidosas que atraen las miradas de los paseantes que nos oyen desde la calle. Como deprisa, ya cansada y con muchas ganas de quitarme los zapatos y meter los pies en la ba?era caliente. Hemos andado realmente tanto que, a pesar del fr?o del d?a, tengo los pies tan hinchados que apenas puedo caminar. En cuanto llego a casa y me quito los zapatos, me meto directamente en la cama con mi fiel port?til en busca de alguna informaci?n sobre mi misterioso amigo de las sonrisas. Tal vez me arriesgo a encontrar algo sobre ?l relacionado con nuestro bar, que tiene tanto un sitio en Internet como una p?gina en Facebook. Accedo con mi usuario y empiezo a buscar. Ning?n rastro de ?l, habr?a estado bien encontrar alg?n comentario suyo para descubrir as? por fin su nombre y curiosear algo en el muro de la red social, al menos en la parte p?blica. Al pensar que quiz? ?l tambi?n pueda tener la misma idea, empiezo poniendo un «Me gusta» en la FanPage del bar y, mirando las diversas fotos, comento una al azar, como dejando una se?al. Una vez publicada, miro mi foto, que aparece al lado del comentario. Un trist?simo primer plano, elegido al azar hace mucho tiempo. Me apresuro a buscar una nueva foto donde se me vea mejor y cambio la de mi perfil. Ahora me siento m?s tranquila y espero infantilmente que tambi?n ?l se conecte y, a verme, pueda tener ganas de escribirme un mensaje. Durante diez minutos permanezco con la mirada perdida en la pantalla, esperando una se?al que no llega. Actualizo varias veces la p?gina, salgo y entro pensando que la conexi?n tal vez no sea la mejor y finalmente decido apagar el port?til, pero solo despu?s de haber activado las notificaciones de Facebook en mi tel?fono celular, por si el hombre misterioso decide buscarme y escribirme precisamente esta noche. Mientras que antes esperaba que nuestra no relaci?n no pudiera variar una sola coma, ahora la idea de su contacto se ha convertido en casi obsesiva e irracional. Ma?ana ser? un gran d?a para nuestro juego y por tanto trato de dormirme lo antes posible, pero tengo tal agitaci?n sobre c?mo deber? comportarme tras nuestro encuentro que no consigo pegar ojo. A medianoche todav?a estoy as?, dando vueltas en la cama fr?a, cuando decido levantarme. Sin encender ninguna luz, ayud?ndome solo de la d?bil iluminaci?n de la calle que entra silenciosa por las ventanas, llego a la cocina. En estos casos, la ?nica soluci?n es un buen vaso de leche con galletas. Hace a?os era mi abuelo el que me preparaba estos tentempi?s nocturnos y me hac?a compa??a delante de una buena taza de achicoria que se calentaba en su cacillo de acero, hasta hacerlo hervir y a menudo derram?ndose sobre la llama que empezaba a chirriar y a cambiar de color por el l?quido repentino. Cuando pod?a empezar a beberlo, ya casi hab?a terminado mi leche y galletas y me quedaba haci?ndole compa??a hasta que acaba de beber su taza caliente. Por la noche siempre he sido m?s locuaz que de d?a y as? me liberaba de muchos discursos y dudas sobre lo que hab?a pasado el d?a anterior. Estas noches juntos en general preced?an a los ex?menes en la universidad, era tanta la tensi?n que acababa muy tarde de repasar y la taza de leche era una ayuda para tener sue?o y relajarme tras el ?ltimo d?a de estudio. Hoy, sentada junto a la mesa, siento todav?a con m?s fuerza su ausencia, de modo concreto y no solo por un sentimiento herido, sino como una ausencia tangible. Ahora delante de mi taza de leche no puedo hablar con nadie y me falta tambi?n el perfume de la achicoria que se derramaba sobre los fuegos. Una vez, para aumentar el sufrimiento, junto a mi caf? prepar? tambi?n achicoria en el cacillo de acero, pero esto solo sirvi? para sentirme peor, as? que me volv? a prometer tratar de seguir adelante, abandonado lo m?s posible esas costumbres pasadas, pero sin perder el recuerdo de esos maravillosos momentos junto a ?l. CAP?TULO 5 HUIDA Despu?s de la fuga del bar contin?o alej?ndome con paso decidido, sin darme la vuelta en ning?n momento, aunque no haya hecho nada malo. Como un ladr?n, con miedo a ser descubierto y la adrenalina disparada por mis ?ltimas acciones, me alejo todo lo que puedo y me subo al primer autob?s que encuentro, sin saber a d?nde me llevar?. Tengo una cita en el centro al final de la ma?ana y as? podr? deshacerme de toda esta excitaci?n por esa peque?a flor abandonada entre sus manos Regalarle una flor, ?c?mo se me ha podido ocurrir? Trato de imaginarme qu? puede estar pasando ahora en el bar, tal vez ha tomado y tirado esa peque?a margarita que ya se est? marchitando, ri?ndose con su amiga. ?Ser? el chiste del d?a? Sin embargo, mi esperanza es otra, la de haber abierto una brecha en sus pensamientos por la que poder entrar y esconderme en un rinconcito silencioso, listo para descubrir m?s cosas de ella. He huido por miedo a que nuestra historia de miradas pueda cambiar, pero en el fondo de mi coraz?n tal vez quiero en realidad que pase esto. Querr?a ser una peque?a mosca y revolotear ahora all?, por encima de sus cabezas, mirar sus ojos azules como el cielo y captar cada peque?o gesto de su rostro, junto con todos los pensamientos que le puedan pasar por la cabeza mirando cada p?talo blanco. Casi estoy tentado de volver atr?s, pero ya estoy demasiado lejos y demasiado cansado, el autob?s afortunadamente me lleva al centro y seguramente, aunque lo hiciera, ella ya no estar?a all?. Encuentro un sitio y me siento, dej?ndome arrullar por la velocidad del gran veh?culo. Mis compa?eros de viaje est?n todos en silencio y listos para un d?a de trabajo o de estudio o incluso solo para el paseo matinal para matar el tiempo en las largas jornadas que se viven cuando uno alcanza cierta edad. Muchos de ellos llevan un libro abierto entre las manos, otros escuchan m?sica y otros m?s est?n perdidos en sus pensamientos. Atrae mi atenci?n una viejecita al fondo del autob?s, vestida de rojo y con un gran carrito vac?o a su lado. Tiene la mirada cansada y la cabeza se tambalea en cada curva. Empiezo a pensar c?mo ser? cuando sea viejo y el primer pensamiento es el de no querer estar solo, de llegar a esa edad junto a alguien con quien compartir todo, incluso las peque?as margaritas recogidas en el camino. Vuelvo a pensar en ella mientras veo por la ventana la majestuosidad de la ciudad y sus imponentes monumentos que sirven de marco a todas las aventuras de mi vida. Cuando llego al Monumento a V?ctor Manuel II, bajo a la calle, despierto de repente de esta dicha alcanzada entre los pensamientos y el pasar de lugares muy bellos m?s all? del cristal. Conmigo desciende tambi?n la viejecita, ya lista delante de la puerta con su fiel carrito sostenido con una mano, mientras se agarra con la otra para no caerse. En la parada nos separamos y la sigo con la mirada hasta que gira al fondo de la calle, casi controlando que no le pase nada malo y dispuesto a socorrerla si necesitara algo. A veces basta poco para entrar en sinton?a con alguien que luego tal vez desaparezca para siempre en nuestra vida, de la misma manera que entr? a formar parte de ella por un breve instante. Miro el reloj: Est? claro que es muy pronto para cita en el museo de Piazza Venezia, as? que aprovecho para echar una mirada a los foros en este hermoso d?a que merece guardarse con un recuerdo visual. Como si hubiera sido a prop?sito, veo una peque?a margarita que brota del borde de la acera y puedo fotografiarla en primer plano, con su fondo de monumentos desenfocados que dan la sensaci?n de estar fuera del mundo y del tiempo. Me gustar?a pod?rsela enviar inmediatamente a mi misteriosa compa?era de viaje, pero no sabr?a c?mo hacerlo, ya que no s? ni siquiera su nombre. Una vez en casa, la guardar? tambi?n en el tel?fono, pues deber? estar siempre lista en el caso de llegar a ella de alg?n modo m?s informatizado. Pasear por el centro de Roma verdaderamente te lleva fuera de lo cotidiano y entre tantos turistas se puede tambi?n perder la conciencia del espacio y del tiempo. Una sucesi?n constante de idiomas y de colores, entre las muchas personas armadas con c?maras fotogr?ficas y sonrisas radiantes para recordar d?as enteros pasados visitando la Ciudad Eterna. Los gladiadores del Coliseo siempre dispuestos a formar parte de sus fotograf?as despu?s de una generosa compensaci?n y los carruajes que acompa?an a los m?s dispuestos a probar nuevas dimensiones, porque en vacaciones los planes deben cambiar, al menos durante media hora, arrastrados por la ciudad en una carroza con un gran caballo. Las pezu?as sobre los adoquines ocultan el ruido de los autom?viles y la ciudad vista desde ah? arriba tiene otro gusto, con un salto hacia el pasado. La cola delante del Coliseo es ya largu?sima, sin preocuparse por el fr?o ni el tiempo de espera, dispuesta a hacer propia la visi?n de uno de los lugares m?s famosos del mundo a llevarla a su ciudad junto a fotos y recuerdos para regalar a amigos y parientes. M?s tarde empezar?n a llegar tambi?n las parejas de nuevos esposos, todav?a vestidos de fiesta para las fotograf?as rituales en los escenarios m?s bellos de la Capital y as? este espacio tendr? un aspecto y significado adicionales para quien lo haya elegido como destino. Despu?s de haber pasado la ma?ana simulando ser tambi?n un turista, me dirijo con paso decidido hacia el lugar de mi cita, que no est? muy lejos. Encuentro por casualidad a mi interlocutor delante del Monumento a V?ctor Manuel II y as? decidimos hablar de mi trabajo en el exterior, sin recluirnos en su oficina entre documentos y en la oscuridad del interior. Hay que rehacer los carteles del Monumento y por tanto necesitan nuevas fotograf?as, tal vez disfrutando de la vista de Roma que hay subiendo a su parte m?s alta, accesible solo a unos pocos elegidos. Ya he trabajado para ellos un par de veces con ocasi?n de exposiciones concretas en el interior de la «m?quina de escribir», como se suele llamar en Roma al Altar de la Patria. Desde que en 2000 han vuelto a ofrecer la posibilidad de acceder a la escalinata, de vez en cuando me apetece pasar un tiempo visitando el monumento, ver todos sus detalles dedicados a la ciudad y a las regiones italianas y la parte que m?s me gusta es el santuario de las banderas de guerra, una infinidad de guiones e insignias con el sabor del pasado entre los restos de las telas consumidas. Acepto encantado el trabajo y empiezo a tomar algunas fotos, aprovechando el acceso a ?reas no accesibles a los visitantes normales. Desde ah? la ciudad te atrapa, te incorpora entre los m?rmoles y las antiguas construcciones medievales, hasta llegar a las grandezas de la antigua Roma, todo unido en una sola mirada. Casi parece que se puede tocar el sol y sumergirte en el l?mpido cielo que lanza r?fagas frescas de vez en cuando, despert?ndote de esta atm?sfera surreal y m?gica. Me entran ganas de quedarme todo el d?a acurrucado en alg?n espacio entre las columnas y la escala infinita y ver Roma y todas esas peque?as hormigas que se mueven adelante y atr?s por las calles correspondientes. Me armo de valor y abandono ese lugar tan cargado de historia que hace que casi se oigan las voces de quienes han estado ah? antes de m?, antes incluso de que se construyera este monumento tan teatral. Decido volver a pie, aprovechando un d?a que nos ha ahorrado la lluvia de la noche anterior. Fotograf?o los charcos que hacen de espejo de las calles y en uno estoy yo, reflejado con mi abrigo azul y vaqueros, los cabellos negros y despeinados y las gafas de sol escondidas detr?s del objetivo. Yo tambi?n estoy aqu?, para variar, y vi?ndome reflejado en la peque?a poza de agua casi no me reconozco, tanto es el tiempo en el que no he pensado en m? en la vida real. Un periodo que he pasado solo trabajando, sin muchos amigos con los que compartir otras cosas y con pocas mujeres sin importancia con las que pasar alguna noche sin recordar luego emociones particulares dejadas a la espalda. Un periodo fr?o, solo hecho m?s ?ntimo por mis fotograf?as que cuentan sin embargo la vida de otra gente y de otros lugares. Hay un poco de m? en cada foto, pero nada que ver con lo que puede hacer un fot?grafo entrando dentro de su propio coraz?n. Debo volver a hacer fotos no encargadas, rebuscando dentro de m? mismo y tal vez la foto de la margarita sea el primer paso para redescubrirme cambiado y dar un giro a mi vida que ahora solo pertenece a los dem?s, como una meretriz que se abandona solo al trabajo de dar placer a otros. Atravieso una peque?a parte de la V?a del Corso para meterme luego por las callejuelas del interior y llegar al Pante?n, siempre lleno de gente y movimiento. En ese momento me llama Stefano. Este trabaja en una oficina, justo detr?s del Corso Vittorio Emanuele y, como sab?a de mi cita, me llama al orden para una comida r?pida en su barrio. Nos encontramos en unos pocos minutos cerca del Campo dei Fiori para comer de pie uno de los riqu?simos bocadillos que hacen a toda velocidad en un peque?o local sin sillas ni mesas. Mi preferido es el de berenjena con mozzarella y as?, con la comida en la mano, continuamos nuestro paseo hasta sentarnos en un banco en Piazza Navona. Empiezo a contar a mi amigo mi ma?ana, comenzando por el Monumento a V?ctor Manuel II para luego confesarle lo de la margarita. En cuanto empiezo a describirle el momento del bar, se para y deja de comer, completamente absorto por mi breve historia. —Ahora le toca a ella —me dice sin pensar mucho en sus palabras, a las que siguen interminables minutos de silencio—. Por fin esta historia absurda puede seguir adelante, ten?is que conoceros y as? descubrir si hay algo real que compartir o sencillamente descubrir que no est?is hechos el uno para el otro y as?, acabando con el discurso de la mirada de la ma?ana, podr?as empezar a pensar en tener una vida con una mujer real, que no sea solo la pasi?n de una noche y basta. La idea de haber idealizado a una mujer que ni siquiera conozco me asusta: ?y si no fuera de verdad como la pienso? Ser?a como perderla para siempre sin ni siquiera haberla tenido nunca. Me ocurrido varias veces pensar en ella fuera del bar, le he dado muchos nombres y la he imaginado en much?simas situaciones distintas. Me he imaginado a su lado, mientras vemos los lugares que m?s me gustan. En mis sue?os, la he llevado al pueblo de mi madre, hemos escalado monta?as y dado largos paseos junto al mar. Incluso nos hemos besado a la sombra de ?rboles centenarios. —?Me est?s oyendo? Si ella no da el pr?ximo paso, basta… Vas all? y te presentas y que pase lo que tenga que pasar entre ambos —contin?a Stefano, todav?a totalmente afectado por mi historia y decidido a llegar a una conclusi?n, positiva o no. Estoy de acuerdo, ya he entendido que tenemos que seguir adelante, parados en el inicio de esta no relaci?n ya por demasiado tiempo. Pero todo tiene que hacerse sin prisas, ya que no podr?a, en caso negativo, salir de esta historia de un modo demasiado brusco. A?n no s? ni siquiera su nombre. Saludo a mi fiel amigo, tomo el camino de vuelta sumido totalmente en mis pensamientos, hasta que llego a casa sin apenas darme cuenta de los kil?metros recorridos a pie. No me he fijado en las personas que me he cruzado por el camino, en los autom?viles que pasaban a mi lado, en las fuentes que lanzan agua continuamente, ni en los p?jaros despreocupados en el cielo. Solo he vuelto al presente al ver mi portal cerrado delante de m?, como un centinela silencioso e imponente. A lo lejos veo a la se?ora con el perro de mi vecino y me apresuro a entrar, con pocas ganas de quedarme en la puerta charlando con ella de medicina y de los excrementos de perros desperdigados por las calles del barrio. Una vez cerrada la puerta a mis espaldas, lanzo un suspiro de alivio y contin?o movi?ndome silenciosamente para que no me oigan fuera y, agotado, me tiro sobre mi cama. Cuando me levanto estoy todo sudado, todav?a con los zapatos y el abrigo puestos. Son las siete de la tarde y he dormido casi toda la tarde, sumido en un sue?o profundo. Despu?s de una ducha r?pida y, ya con el pijama puesto, me pongo en el ordenador y empiezo a trabajar sobre mis fotograf?as de hoy. Las m?s bonitas son la de la flor y la del charco conmigo dentro… Empiezo a reconocerme, a reencontrarme en lo que hago y esto me da la fuerza necesaria para tener el valor para dar un giro a la historia con la joven del bar. Al d?a siguiente, a pesar de haber estado despierto hasta tarde trabajando con el ordenador, me despierto siguiendo la rutina semanal, para llegar al bar a la hora habitual, curioso por ver qu? har? ella tras mi peque?o regalo de ayer. Cuando entro, la veo ya sentada en la mesa, como siempre, m?s guapa que otros d?as. Me lanza una mirada veloz, ruboriz?ndose ligeramente mientras gira el cabeza hacia su amiga, que se queda quieta y la mira. Hay algo de extra?o en su comportamiento, no se comportan con la misma naturalidad que otras ma?anas, conversando entre ellas en voz baja. No hay nadie en el mostrador, as? que me pongo en mi rinc?n habitual, a la espera de que llegue el camarero. La miro de reojo y apenas se da cuenta de que lo estoy haciendo desv?a nuevamente la mirada que ten?a fija sobre m?. Con el brazo hago caer una bolsa de papel que probablemente estaba apoyada en el azucarero de la esquina. La recojo y veo que encima est? escrito «?Para…?» y al lado hay dibujada una peque?a flor. Me paro un momento sin saber qu? hacer y luego, preso de una gran curiosidad, la abro, al no haber nadie m?s cerca. En el interior hay un chocolate con un dibujo de una margarita sobre ?l. Se me dispara la adrenalina, este es su paso, la carta es para m?. Se me escapa una sonrisa cuando me doy cuenta de que dentro hay tambi?n una tarjeta, en la que est? escrito con bol?grafo: «Adem?s de la vista, tenemos otros sentidos, hoy tratar? de saciar tambi?n el del gusto. A.». La releo tres veces casi queriendo aprender de memoria una frase tan breve pero tan llena de significado para m?. Cuando me doy la vuelta, me doy cuenta de que se ha ido, en completo silencio, sin actuar ni darse cuenta. Empiezo a desenvolver el chocolate tratando de no romper el papel, que guardo en el portafolios. Lo como como si no hubiera probado chocolate en mi vida, saboreando lentamente el amargor del cacao y la dulzura de la vainilla, que lo envuelve con su suavidad. Me doy cuenta de que tengo los ojos cerrados, completamente entregado a su sabor y concentrado solo en el sentido del gusto, como ha escrito A. en su tarjeta, que vuelvo a leer por cuarta vez, casi buscando algo entre las l?neas, para guardarla luego en el bolsillo del abrigo para poder releerla m?s veces, hasta la extenuaci?n. El sabor del chocolate se queda en mi mente y de ahora en adelante no podr? comer nada con este gusto sin dejar de pensar en esta embriagadora ma?ana hecha de caf? y chocolate con vainilla. Con una gran sonrisa en la cara, saludo al camarero que entretanto me ha servido el caf? habitual y me voy un poco preocupado porque no ver? a mi misteriosa A. en los pr?ximos dos d?as, ya con el fin de semana a las puertas. En el pasado, el s?bado y el domingo eran siempre una bendici?n, pero desde que est? ella se han convertido en dos d?as que vivir lo m?s aprisa posible, anhelando el aire que me da llegar al siguiente lunes por la ma?ana a trav?s de su mirada. Estos ser?n todav?a m?s largos y aburridos, aunque as? tendr? tiempo para pensar mi pr?ximo movimiento. El juego est? decidido, me debo centrar en los cinco sentidos y decidir si seguir lo que ella ha elegido como segundo o pasar al siguiente. Todav?a siento el sabor fuerte del chocolate en la boca y espero que se mantenga a?n por mucho tiempo, para fijarlo eternamente en mi memoria. Se me viene a la cabeza la magdalena de Proust, lo que este recordaba al comerla despu?s de tantos a?os, y empiezo a entender cada vez m?s sus escritos y sus fuertes emociones evocadas por un peque?o y sencillo dulce de la infancia. Querr?a tener muchos de esos bombones, para as? poder comerme uno cada vez que su recuerdo comience a desvanecerse o cada vez que quiera hacer m?s real la idea que tengo de ella, incluso cuando no est?. Un sabor que, de momento, est? relacionado con dos ojos l?mpidos y penetrantes, con su belleza y su pelo negro y liso apoyado en su espalda. Con su sonrisa apenas esbozada, enmarcada en sus labios rojos y con una piel clara y luminosa. Hoy llevaba un vestido verde oscuro con botas negras con tac?n vislumbradas de reojo bajo la mesa cuando llegu?. Me siento molesto por no haberle visto irse para atisbar alg?n detalle m?s de su perfecto f?sico, demasiado a menudo escondido por los abrigos y las botas de esta estaci?n. Pero hoy el sentido es el del gusto y por tanto dedico mi pensamiento al chocolate encontrado en el sobre. Me pregunto si tambi?n ella lo ha probado, para compartir as? la sensaci?n aterciopelada de su sabor. Sobre su mesa, al salir, me doy cuenta de que en lugar del capuchino habitual hoy a tomado un caf?, tal vez para tener la misma experiencia de gusto que he disfrutado. Me parece casi como si la hubiera besado, saboreando el gusto del chocolate sobre los labios, estrechados en un abrazo hecho de aromas y sabores mezclados sabiamente. Hago una foto a la tarjeta escrita con su hermos?sima letra, ordenada y redonda, y se la env?o a Stefano. Su respuesta es inmediata: «Que empiece la partida :-)». CAP?TULO 6 EL CHOCOLATE DEL RECUERDO Aqu? estamos, Camilla hoy ha pasado a recogerme para repasar nuestro plan antes de entrar en el bar. Tratamos de llegar con al menos diez minutos de adelanto con respecto al horario normal de llegada, para preparar todo con tiempo antes de que venga. Antes de salir he escrito una tarjeta para explicar mi regalo. El bomb?n, adem?s de seguir el mismo hilo conductor de la margarita, debe llevar adelante nuestra relaci?n en el descubrimiento de los sentidos, de nuestros sentidos y por tanto pasaremos de la vista al gusto. He decidido no firmar, sino poner solo la inicial de mi nombre, para no desvelar demasiado y no hacer que acabe demasiado r?pidamente este juego que cada vez es m?s fascinante, sali?ndose de los esquemas normales del cortejo. En el sobre he escrito «?Para…?» al no tener ni la m?s m?nima idea de c?mo se llama, pongo todo en el interior y bajo r?pidamente para reunirme con mi amiga, que ha llamado por el interfono hace unos momentos. Esta ma?ana me he levantado una hora antes de lo habitual y he dedicado media hora solo a escoger qu? ponerme. Al final he optado por un vestido de lana fina de mi color preferido, el verde oscuro, y mis botas de tac?n alto. En la calle no veo el momento de llegar y por poco no acabo atropellada por un autom?vil, con la cabeza completamente en las nubes, sin darme cuenta del sem?foro rojo. Llegadas sanas y salvas al bar, dejamos los bolsos en la mesa habitual y vigilamos la barra y, cuando faltan ya pocos minutos para su hora habitual de llegada, Camilla se coloca delante de la entrada y yo, con una excusa, hago que el camarero se vaya a la cocina en la parte trasera. En ese momento, pongo el sobre delante del azucarero, al lado de donde se queda siempre para tomar el caf?. Estoy segura de que tomar? az?car y encontrar? el sobre delante, espero que entienda que va dirigido a ?l y mire en su interior. Camilla me hace se?as de que est? llegando y nos sentamos r?pidamente, actuando normalmente a pesar de una peque?a agitaci?n, m?s por la inquietud que por la peque?a carrera hasta la mesa. Para no dejar ver mis emociones cuando entra, le miro un momento breve; estoy m?s inquieta que nunca y espero no ruborizarme mucho traicionando mi falsa despreocupaci?n por su llegada. Cuando acaba llegando a la barra le miramos de reojo, esperando que se d? prisa en recoger ese sobre tan visible junto a ?l. Se gira de repente hacia m? y, al sentirme descubierta, cambio de inmediato la direcci?n de mi mirada. Hoy no hay la misma armon?a en nuestro encuentro, los ?ltimos acontecimientos nos han dejado m?s inquietos de lo habitual, tampoco ?l es el mismo de siempre. Este momento inc?modo se rompe cuando tira el sobre al suelo sin darse cuenta. Cuando lo recoge, se levanta lentamente mirando el misterioso destinatario impreso en el sobre, junto a una florecilla que he dibujado mientras est?bamos ya en la calle, para ayudarle a descifrar el mensaje y hacerle entender que es ?l el que tiene que abrir el sobre. Cuando vemos que lo est? abriendo, aprovechamos para salir a escondidas, sin que se d? cuenta, para luego alejarnos por la calle. Lo ?nico que me molesta es que tengo que esperar dos d?as completos para ver c?mo proseguir? nuestro juego y ya s? que ser? un fin de semana largu?simo. Por suerte, ha coincidido con un peque?o viaje que ten?a previsto desde hac?a tiempo y al final de la tarde parte en un tren que me llevar? a Venecia, a conocer a la hija de una de mis primas, nacida hace unos pocos meses. El marido estar? fuera estos d?as y as? aprovecho para echarle una mano y estar juntas, pues hace mucho que no nos vemos. Hoy acabo pronto de trabajar, aprovechando unas horas de permiso pedido anticipadamente para no tener sorpresas de ?ltima hora. En casa me espera mi bonita y peque?a maleta, ya lista con todo lo necesario para estas dos noches fuera de la ciudad. Me pongo unos c?modos vaqueros ajustados para luego introducirlos en mis zapatillas deportivas, llevando encima un jersey azul y marr?n, c?lido y poco voluminoso, imprescindible en mis viajes invernales. Me pongo enseguida de nuevo el abrigo, adem?s de la bufanda y el sombrero, lista para enfrentarme a Venecia en este periodo del a?o. Hace semanas que espero este viaje y por suerte parece que el tiempo nos ayudar? d?ndonos dos d?as soleados y no excesivamente fr?os para la estaci?n. Para asegurarme de no llegar tarde, junto al portal me est? esperando ya un taxi, que me llevar? a la estaci?n de tren. En cuanto me siento y cierro la puerta, me siento como en vacaciones. Durante el trayecto, verifico las ?ltimas cosas, ordeno los billetes y preparo el dinero para pagar la carrera. En diez minutos, ya estamos en la entrada de la estaci?n, en un horario perfecto para la partida. En cuanto llego al tabl?n de salidas, busco mi tren con la mala noticia de que tendr? un retraso de media hora. Por una parte, doy gracias al cielo de que solo sea este poco retraso y aprovecho para darme una vuelta por las tiendas, renovadas en los ?ltimos a?os, formando as? un verdadero centro comercial debajo de los andenes, en una especie de mundo subterr?neo. Est?n todas las marcas de moda, sobre todo entre las chicas m?s j?venes y se suceden los sitios de comida r?pida entre olores y una atractiva publicidad llena de colores, que ofrece comida abundante por pocos euros. A esta hora hay mucho movimiento en esta parte de la estaci?n, entre los que llegan o deben irse y quienes sencillamente han venido a hacer compras sin preocupaciones y con un acceso f?cil. Me paro a comprar una botella de agua en una tienda con distribuidores autom?ticos de aguas de todo tipo. Antes de elegir, las miro todas, fascinada por tanta variedad de un producto tan sencillo: mineral, natural, carbonatada, poco carbonatada, con gas, sin contar con la que contiene m?s o menos sodio y dem?s. En resumen, resulta dif?cil incluso elegir qu? agua beber hoy en d?a. Para no equivocarme, elijo una marca que conozco y contin?o mi paseo mirando de vez en cuando el reloj, para no quedarme en Roma. Cuando por fin llega mi tren, subo de inmediato al vag?n indicado en el billete y me pongo en mi sitio. Conecto la tableta a la wi-fi p?blica de la estaci?n y compruebo los ?ltimos mensajes, esperando siempre encontrar su contacto. Desilusionada al haber recibido solo correos de publicidad y algunas respuestas a mensajes del trabajo, apago todo y espero a o?r el pitido que avisa de la partida. Cuando el tren empieza a moverse, cierro los ojos, arrullada por la creciente velocidad sobre los ra?les que deslizan bajo mis pies. Ese sonido me lleva atr?s en el tiempo, a cuando de ni?a iba a la monta?a con mi grupo de amigos del barrio. Sal?amos siempre de noche y casi no se dorm?a durante todo el trayecto. Siempre hab?a alguien que llevaba una guitarra y la tocaba en los vagones, con todos los dem?s api?ados y cantando. Algunos de nosotros nos qued?bamos en los pasillos, para mirar fuera por las grandes ventanas la oscuridad solo iluminada por las farolas de la carretera, que pasaban r?pidamente dejando atr?s una peque?a estela de luz. El sonido del tren sobre los ra?les, siempre igual, como una cantinela que hac?a de fondo a las voces corales y el sonido de la guitarra. Viajes largos que volaban en la euforia de las vacaciones lejos de casa, de las familias, de la escuela… dispuestos para la aventura que solo puede dar la monta?a en las tiendas de campa?a. El mismo tren nos volver?a a ver despu?s de diez d?as pasados completamente inmersos en la naturaleza, entre el verde de los ?rboles y el fr?o de los arroyos en que se convert?an en manantiales, tanto para ba?arse como para lavar los platos de la comida. El mismo tren que nos devolver?a a casa, cansados pero felices como nunca, con la mochila llena de ropa sucia y muchas aventuras que contar. Entonces no hab?a m?viles ni Internet que distrajeran nuestra atenci?n de lo que nos rodeaba y el ?nico contacto con casa era una llamada telef?nica realizada a mitad de la semana, desde una caba?a muy alejada del campamento. Y se viv?a muy bien… Cuando vuelvo a abrir los ojos, estoy sola y tras la ventana todav?a es de d?a. Estoy hechizada por el territorio que me rodea y parece que este largo medio de transporte se lo estuviera comiendo con su correr desenfrenado. Su sonido es el mismo de hace a?os, su cadencia regular resulta inmutable, solo yo he cambiado, pero tengo la misma sonrisa de siempre, que por fin ha vuelto a brillar en mi rostro cansado y marcado por los acontecimientos de mi vida. Me entretengo tomando algunas fotos a trav?s del cristal de la ventana. Por suerte, mi sitio est? junto a la ventana y por eso puedo admirar sin molestias el escenario que cambia repentinamente delante de mis ojos. Me entretengo modificando las fotos tomadas con las aplicaciones que ahora tienen todos los tel?fonos y publico algunas en mi perfil. Miro el correo, aunque veo que no hay ning?n mensaje nuevo. Nada, ning?n rastro de mi misterioso amigo del bar, que probablemente no sepa ni d?nde ni c?mo encontrarme. Delante de m? estada sentada una pareja, tendr?n m?s o menos mi edad. Desde que salimos, ?l no ha hecho otra cosa que telefonear con sus auriculares de ?ltima moda y jugar con su smartphone. Ella tiene una cara ap?tica y, sin haber dicho ni una palabra desde que se sent?, tiene la mirada perdida en el pasillo central, tal vez mirando alg?n punto inexistente delante de ella. Luego toma una bolsa de patatas del bolso, se lo pasa a ?l, que hace un gesto de negaci?n con la cabeza mientras contin?a escribiendo a toda velocidad en el teclado virtual. Con el mismo estado de ?nimo, empieza a comer las patatas, con gesto lento y casi forzado. No hay emoci?n en sus ojos, siempre perdidos en el vac?o. De pronto se detiene, avisada por la vibraci?n de su celular de la llegada de un mensaje, que lee r?pidamente, pero con un brillo en los ojos que no hab?a tenido hasta ahora. Mientras se guarda el tel?fono, con la misma velocidad que lo hab?a sacado del bolsillo de su abrigo, veo una ligera sonrisa en sus labios y una peque?a l?grima que le surca la cara, secada r?pidamente con la mano mientras se gira hacia el lado opuesto al que est? sentado su marido. Luego vuelve a comer sus patatas, retornando a su mundo ausente e indiferente a todo lo que ocurre a su alrededor. Empiezo a imaginar qui?n puede haberle escrito, que la ha hecho resucitar de un estado de trance y aburrimiento, cuando tambi?n a m? me llega un mensaje que me devuelve a la realidad de mi vida. Busco mi tel?fono en el bolso, con tanta prisa que hago caer algunas de las cosas que hab?a en su interior. Mi compa?era de viaje se mueve de inmediato y me ayuda a recuperar lo que se ha desperdigado por el suelo del vag?n, lo que nos hace andar adelante y atr?s para recuperar mis objetos personales, como su fuera un ballet sin fin. Le doy las gracias e intercambiamos una sonrisa de complicidad y as? entiendo que lo suyo es solo una gran soledad, que quiere romper con la primera persona que tenga a su alcance. Tomo por fin el tel?fono: es mi prima de Venecia que me dice que nos encontraremos fuera de la estaci?n, donde me espera con el autom?vil. Le contesto coment?ndole el peque?o retraso y vuelvo al guardar mi tel?fono, es vez en el bolsillo del bolso, para poder recuperarlo m?s f?cilmente la pr?xima vez. En cuanto mi «nueva amiga» se da cuenta de que he acabado de luchar con la tecnolog?a, empieza a hablar conmigo: —Tambi?n a m? se me caen siempre cosas del bolso. Con sus primeras palabras, el marido se sobresalta, casi asombrado de haber o?do la voz de su mujer saliendo de sus cuerdas vocales. Luego vuelve a jugar de nuevo con su tel?fono, con un aire de fastidio por nuestra conversaci?n. Seguimos hablando de nuestras cosas hasta llegar a Venecia, sin darnos cuenta de que el sol ya ha dado paso a la oscuridad y nos intercambiamos tambi?n nuestros datos de contacto para tal vez vernos delante de una pizza una vez estemos de vuelta en Roma. No viven muy lejos de m? y, al no tener hijos, podr?a ser divertido organizar una salida de chicas, algo que no ha hecho desde hace cinco a?os, cuando se cas? con su amor de toda la vida. No s? si la volver? a ver, pero ver el entusiasmo por la sola idea de nuestra pizza al sol me ha dado la esperanza de que pueda recuperar las riendas de su vida y salir de una rutina hasta ahora muy aburrida. Tal vez lo haga quien la mand? ese mensaje tan intrigante como para hacer que surgiera incluso una l?grima. Tal vez alg?n d?a pueda pregunt?rselo y saciar mi enorme curiosidad. Nos despedimos como su fu?semos grandes amigas, d?ndome ?l solo un fr?o adi?s y cada uno seguimos nuestro camino. Conozco muy bien la estaci?n, ya he venido otras veces a ver a mi prima Gi?, as? que estoy en la salida tras unos pocos pasos, delante de su coche, lista para nuestro gran abrazo habitual. Toco en la ventanilla mientras ella, al volante con el motor apagado, est? trajinando con su tel?fono con la mirada absorta en sus pensamientos. En cuanto me ve, ahoga un grito para no despertar a la ni?a que est? en la sillita colocada en los asientos posteriores y sale del autom?vil casi desliz?ndose fuera para luego lanzarse a mi cuello a llenarme de besos. La ?ltima vez que nos hab?amos visto acababa de saber que estaba encinta y nos hab?amos regalado un fin de semana todo para nosotras a mitad de camino entre Roma y Venecia, sin saber cu?ndo nos podr?amos volver a ver. Y aqu? estamos, hoy tres, con un cambio de escenario, pero siempre muy unidas y en contacto constante gracias a los medios que existen hoy para seguir la vida de los dem?s. Sin abrir el port?n trasero, me quedo mirando ese maravilloso pastelito rosa, rollizo y dormido como en un nido. Nos quedamos las dos en silencio, tras la alegr?a del primer encuentro, tranquilizadas por esa hermos?sima visi?n que es la nueva vida que se asoma delante de nuestras miradas enmudecidas. La siguiente etapa es la pizzer?a poco alejada de su chalet adosado, un poco fuera de Venecia. Al no saber bien a qu? hora iba a llegar, ya nos hab?amos puesto de acuerdo para una cena r?pida a tomar en casa despu?s de recogerla para llevar. Una vez llegadas a casa, no hemos tenido que hacer otra cosa que preparar r?pidamente la mesa de cristal del cuarto de estar, sentarnos y empezar a comer la pizza todav?a caliente y la cerveza en lata, sin pajita ni vaso. La peque?ina, que entretanto se hab?a despertado y hab?a sido amamantada por su mam?, est? de nuevo durmiendo en su cuna en el piso de arriba, vigilada por esos intercomunicadores especiales pensados para beb?s. As? que, en lugar de la m?sica a un volumen alto de cuando ?ramos j?venes, ahora est?bamos sentadas a una mesa picoteando sin mucho entusiasmo, mientras ten?amos de fondo la respiraci?n min?scula de la ni?a que dorm?a. Una escena que nos llena el coraz?n de muchas emociones, hasta que me pide que le cuente mis ?ltimas novedades amorosas. Cuando comienzo con la historia del bar, se le iluminan los ojos: ahora ocupada casi exclusivamente con pa?ales, lactancias nocturnas y pocas salidas de casa para ir al pediatra o como m?ximo al supermercado de debajo de casa, o?r una historia que no incluya beb?s era lo que necesitaba para distraerse un poco. En esos ?ltimos meses el marido hab?a vuelto a viajar bastante, para ganar algo m?s ante el nacimiento de la ni?a, algo que ha continuado haciendo despu?s, a la vista de que ganaba bastante y tambi?n como una peque?a evasi?n de la vida cotidiana que ayuda a mantener en pie un matrimonio ya consolidado. As? que sus d?as se hab?an enriquecido por su nueva identidad, despoj?ndola sin embargo de todo lo que quiere decir ser esposa y mujer satisfecha. Pero son etapas y su madurez se ve precisamente en la fuerza con la que se est? enfrentando a estos momentos, de vivir completamente dedicada a su peque?a que cambia muy velozmente d?a tras d?a. Hemos pasado los siguientes d?as casi exclusivamente en casa, a la vista del mal tiempo que hemos tenido este fin de semana, a pesar de las previsiones que iba a hacer bueno, y la peque?a que todav?a deja muy poco tiempo entre una lactancia y otra. Ha sido estupendo poder hacerle caricias todo el tiempo y me ha dado unas enormes ganas de maternidad. Nunca me hab?a visto como madre hasta este momento, ni siquiera cuando estaba con Carlo. Lo habl?bamos a menudo, pero tal vez m?s con la idea de un deber que con un verdadero deseo. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40208159&lfrom=688855901) на ЛитРес. 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