Дышу огнём, питаюсь пеплом. Что сгорело, это – мне. Я тебя спасла пеклом, Жгла молитвы в темноте. Запах жаркого сандала, Искры мчатся стаей стрел. Ты смотрел как я плясала. Я смотрела как ты тлел. Тени вьются в танце светлом, Метко в сердце, как копьё. Я давно питаюсь пеплом. Что сгорело – всё моё.

M?s All? De Los Hilos De Plata

M?s All? De Los Hilos De Plata Lara Biyuts Ambientada en San Petersburgo, M?s all? de los hilos de plata es una historia de las aventuras nocturnas de un estudiante y, posteriormente, de su primera vez, tanto buena como extra?a. Situada en San Petersburgo, la ciudad bastante cosmopolita, M?s all? de los hilos de plata es sobre un joven llamado Vadim que tiene el apartamento de su t?o a su disposici?n para las vacaciones de invierno. La languidez de la Juventud le impulsa a salir, en la noche despejada. En la calle, se encuentra con su viejo amigo, y m?s tarde, en la noche, tiene su primera vez. El tiempo de la historia es el mismo que el de la Regencia en Inglaterra. Romance hist?rico. Suave er?tico. Aventura paranormal. El cuento de hadas de invierno tiene algunas cr?ticas. ”Tejido con la ayuda de la rica y encantadora combinaci?n de historia y emociones humanas, este tapiz literario es la mejor ficci?n hist?rica y aventura paranormal de todos los tiempos.” (Vlad Anghel, goodreads.com) Lara Biyuts M?s all? de los Hilos de Plata M?S ALL? DE LOS HILOS DE PLATA Por Lara Biyuts Traducido por Arturo Juan Rodr?guez Sevilla Publicado por Tektime Copyright @ 2020 – Lara Biyuts Un golpe de dados jam?s abolir? el azar.     St?phane Mallarm? Ya es la hora bruja de la noche; bosteza el cementerio, y con su aliento el infierno contagia al mundo. Ahora puedo beber sangre caliente, y cometer maldades que, al d?a, si las viese, le har?an temblar.     Shakespeare I Silencio. Si alguno de los j?venes imaginativos y lectores observadores o meros espectadores de cualquier edad quisiera perderse en pensamientos y reflexiones, este apartamento habr?a sido el lugar m?s apropiado del mundo. M?s o menos polvoriento, aqu? y all? pintoresco, la intrincada topograf?a de este apartamento de siete habitaciones era m?s o menos interesante para toda una gama de amantes del arte de la ?poca descrita. Todas las habitaciones ten?an ornamentos igualmente extra?os de los que hac?an suponer que el apartamento no era la pac?fica morada del estimado cl?rigo, consejero privado del Imperio Ruso, sino el pied-?-terre de un joven chivo expiatorio o la guarida de un colonialista brit?nico. Muchas otomanas adornadas y vestidores tallados, alfombras y cortinas multicolores, farolillos, espadas de aspecto anticuado, vajillas esmaltadas, bandejas y algunas baratijas y rarezas cuyo origen preced?a al ascenso del cristianismo en varios siglos. Todos los utensilios dom?sticos, mesas, camas y lavabos estaban cuidadosamente cubiertos con fundas plegables decoradas por todas partes con dragones dorados, pues ese era el gusto del t?o Anton Korsak, cuyo apartamento estuvo a disposici?n de su sobrino por un tiempo, y donde el sobrino, de nombre Vadim, se sinti? enjaulado y acechado por algunos pensamientos, visiones y sue?os oscuros. ?Y c?mo era su t?o en persona? El t?o estaba fuera, en el extranjero, en busca de m?s bot?n de la misma ralea. Como algunos nativos de esta parte del mundo, el t?o de Vadim se marchitaba en primavera, sufriendo enfermedades e indisposiciones estacionales, y florec?a en oto?o, ?poca en la que se animaba, movi?ndose as? definitivamente en sentido contrario a las agujas del reloj, o m?s bien en sentido opuesto al a?o mismo, pero curiosamente orientado a los solsticios del a?o; adem?s, el t?o dec?a que el fr?o invernal era saludable para ?l y que cada oto?o se sent?a joven de nuevo y sus deseos volv?an a ebullir. Entonces, mientras el t?o estaba en el extranjero, su sobrino viv?a una vida de ensue?o en aquellas habitaciones atestadas y extravagantes. Los sue?os de la ?ltima noche no hab?an abandonado todav?a la mente de Vadim, debilitando, junto con la solicitud, ese v?vido recuerdo del incidente del d?a anterior, brillante y destacado como un pu?al haciendo brotar su sangre en la ma?ana y haci?ndolo languidecer. Seg?n le?a la carta el desali?ado quincea?ero, harto de dormir y con su cabello acaramelado hecho un batiburrillo, una ligera mueca de disgusto cruz? fugazmente su cara regordeta, con mejillas sonrosadas y labios de fresa. Un momento m?s y su mirada empez? a vagar por la espaciosa habitaci?n que parec?a a la vez exuberante y descuidada a la escasa luz de la ma?ana del invierno n?rdico. Entonces, su mano dej? caer la carta y el pesado papel de la regencia, de color dorado y bordeado de oro, y cay? al suelo como una paloma blanca enferma. Acostado boca arriba, parec?a deprimido, con sus ojos grises parpadeando ansiosamente, emitiendo una alarma secreta. El tono aburrido de su primo lejano, el conde F?lix, y la cara sonrosada de su prima lejana, Annette, que le hac?a ojitos; a continuaci?n, las charlas picantes con su amigo Lodie Chartoborsky, seductoras e indolentes, y luego todos ellos, como cualquier imagen tras un tel?n, fueron eclipsados en su mente por la sonrisa, bella y traviesa, de la imagen que permanec?a en el deteriorado cuadro del sal?n del conde F?lix, de aquella que estaba extra?amente viva en los sue?os de Vadim, la hermosa bruja de seda blanca, con la eterna belleza de muchos rostros bajo el extra?o y fatal nombre de «Manon Lescaut». La bella dama de la imagen malograda, el d?a anterior, en la v?spera del d?a de Reyes, ten?a otro nombre que hab?an puesto tambi?n a un tipo de sof?, pero Vadim prefer?a llamarla Manon Lescaut. –Se?or, debe levantarse ?dijo el mayordomo Mitrich. El f?sico del anciano con su usual voz ronca impresion? a Vadim, como un fantasma matutino que al final resultase el abogado de la familia, que ven?a a hablar sobre el lamentable estado de su herencia. El difunto padre de Vadim, el consejero privado anciano y viudo, solo dej? a Vadim una pensi?n, una peque?a casa en el campo y seis cuentas de pr?stamo del Estado ?en realidad, lo mejor que el anciano viudo hizo por su ?nico hijo fue inscribirlo en el Liceo Imperial, lo que le dio a Vadim el uniforme que le permit?a entrar a algunas asambleas y espect?culos de ballet, en los que pod?a socializar y convivir con estudiantes y otras personas que eran mucho mayores que ?l?. Vadim se levant? de la cama y fue al lavabo que hab?a detr?s del biombo japon?s. Mientras se vest?a, interrog? al mayordomo sobre el estado de la sencilla hacienda de su t?o, de la que estar?a a cargo durante la temporada de invierno. Despu?s de encender el fuego en la estufa de cer?mica holandesa, el sirviente se fue y Vadim termin? de alisarse el uniforme de estudiante del Liceo, su vestimenta habitual, y finalmente comenz? a peinarse. El mayordomo trajo una bandeja con el desayuno. El viejo sirviente era claramente un desprop?sito andante y, para colmo, un ignorante que nunca supo que «no solo de pan vive el hombre… tambi?n de postre» (y este escritor no tiene intenci?n de disculparse ante los lectores por la falsa cita). Agitando el plumero sobre todos los muebles, el mayordomo se fue murmurando palabras de desaprobaci?n sobre los nuevos tiempos. El gran pedazo de pastel de papa estaba fr?o y seco. Esto le cort? el apetito completamente, y Vadim sinti? que la languidez del sue?o volv?a a invadir su cuerpo, el aire suspendido del apartamento le causaba un estado de somnolencia en la mente, aunque Vadim no sufr?a de insomnio a esa hora en que, como dijo el poeta: cesa el estr?pito del d?a en torno al hombre, y a las mudas calles del pueblo, clar?sima, desciende la sombra de la noche. Ten?a mucho tiempo libre. Se acerc? a una ventana, y pudo ver a trav?s del cristal enmarcado de escarcha la gran nevada que hab?a afuera y a un transe?nte que caminaba r?pida y afanosamente por la calle lateral. Imagin? la helada fuerte y el pronto crep?sculo. Una de las pocas diversiones disponibles en el interior era pasear de esquina a esquina, as? que empez? a caminar por la casa. El peri?dico Northern Bee de cinco d?as antes segu?a sobre la mesa de juego; el ?ltimo ?xito, Vyzhigin, de Faddey Bulgarin, descansaba en la silla Windsor; y la estatuilla del querub?n dormido en la estanter?a custodiaba negligentemente otros libros, pero Vadim no necesitaba ni sue?o ni alimento espiritual. En su ociosidad, Vadim se mov?a de una habitaci?n a otra, abriendo las cortinas de las puertas y dej?ndolas balancearse hasta detenerse a sus espaldas. La escasa luz diurna se reflejaba en las infinitas facetas de la escarcha sobre los cristales de las ventanas. Tras hacer una parada en la ventana, Vadim prosigui? con la ronda de las habitaciones, desliz?ndose silenciosamente sobre las alfombras. Se detuvo ante una puerta, mir? a su alrededor y la abri?. Despacio, dio con un pie el primer paso como si se adentrara en el misterio, hacia sus propios sue?os, hacia otra persona. II Pero no hab?a nadie, y la habitaci?n no era un lugar prohibido. Espaciosa, con dos divanes orientales a lo largo de las paredes con tejido de damasco, sin escritorios ni estanter?as, la llamaban estudio, por alguna raz?n. Sin motivo aparente, Vadim estuvo caminando durante un rato, pasando los dedos por encima de la l?nea de antiguos chibouques en el estante de bronce, calentando sus manos en la c?lida estufa de cer?mica, observando distra?damente el simple adorno de los azulejos en forma de diminutas iglesias azules sobre fondo blanco. Luego se acerc? a un viejo cofre con un elegante espejo ovalado oscilante en la parte superior, el espejo roto y deslucido reflejaba servilmente su semblante melanc?lico, partiendo su pecho en dos ?lo tante? con las manos, el lustroso objeto de palisandro era grande pero no demasiado pesado? y lo levant? de la tapa del cofre. Lo coloc? sobre una peque?a mesa redonda frente al div?n, se recost? sobre las almohadas de seda y levant? la mirada, porque la pared y un cuadro se reflejaban en el espejo agrietado. El cuadro llevaba un cortinaje; se dec?a que era una copia de la famosa Odalisca de Karl Brulloff, una bella mujer desnuda, sentada y a punto de vestirse con la ayuda de un esclavo feo de piel oscura. Antes de irse, el t?o hab?a enganchado los dos lados de la cortina, y solo se pod?a ver la cabeza de cabello negro de la Odalisca y un trozo del fondo. Al principio, Vadim se resisti? al poder de los ojos oscuros de la mujer de piel blanca, pintada y a trav?s del reflejo, por tanto doblemente falsa, dici?ndose a s? mismo que hab?a demasiados enga?os en su contemplaci?n de aquel objeto de arte, pero pronto no pudo apartar los ojos de aquella cara l?vida, y le pareci? que ah?, encaramado en los cojines, estaba observando la vida de alguien, como espiando a trav?s de una antigua ventana. Ten?a calor, la almohada de seda era agradablemente fresca; y dos estatuillas altas y esmaltadas de dos j?venes indios, sentados con las piernas cruzadas en la parte superior de dos columnas tras los brazos del div?n, eran como centinelas silenciosos para su languidez de ensue?o. Vadim suspir? y comenz? a pensar en uno de sus poemas recientes. Tintineo de llaves, cae la cadena; una puerta antigua se abre, los sue?os murmuran, conjurando, encantando; pensamientos m?s oscuros que miradas y palabras m?s suaves que la nieve al caer; no se cansan del silencio, en ning?n momento, en alg?n lugar, en una puerta, chimenea o cachimba, a sotavento, a barlovento, en la vieja casa con los errores y dolores, siempre estuvo listo para los sue?os. El zumbido blanco fuera de las ventanas; es enero en el puesto de preparaci?n. En la contemplaci?n del doble enga?o del cuadro a trav?s del viejo espejo, Vadim pas? alg?n tiempo tumbado en el div?n hasta que la sed y el hambre lo obligaron a levantarse e ir en busca de lo que llamaban comida y bebida en esa casa; luego regres? al enrevesado engatusamiento de las cosas viejas y pintorescas. Sin mirar el cuadro, se ech? en el div?n y se qued? so?ando hasta el crep?sculo. Era tan agradable contemplar el abigarrado refinamiento de los indios esmaltados, sus expresivas cabezas con turbantes dorados y sus coloridas ropas orientales, sus pantalones bombachos, atados con cintos verdes con peque?os corazones azules, dorados en los tobillos y sobre las rodillas; de hecho, los pantalones rojos eran de dos tonalidades, la parte superior de las rodillas era p?rpura adornada con flores doradas y verdes, y la inferior era escarlata sin ornamentos; sus chalecos cortos sin mangas y de cuello bajo estaban adornados con violetas brillantes a rayas doradas y verdes; sus zapatos violetas y verdes sobresal?an debajo de sus piernas cruzadas; los brazos morenos ten?an brazaletes dorados y los turbantes dorados ten?an p?rpura en la parte superior ?indudablemente, era agradable e incluso divertido contemplar estas estatuillas h?bilmente labradas, y fantasear sentado en la oscuridad, pero no hoy?. Los sue?os, las plantas carn?voras que se colaban en el coraz?n, floreciendo ah?, flotando alrededor de los humanos como el humo de una cachimba; igual que el humo, los sue?os se enroscaban y ramificaban para acabar desapareciendo. Las campanas sonaron suavemente; la figura china del pastor se inclin? ante su enamorada china seis veces, porque, seg?n los mec?nicos de Hamburgo, cada hora se celebraba con un beso. Cuando el pastor regres? a su caba?a de bronce, Vadim suspir? de nuevo. Las aristas de las cosas y los muebles se difuminaban, fusion?ndose con el fondo oscuro y solo la cara blanca era distinguible vagamente en el espejo agrietado. Entonces, le pareci? que el retrato se mov?a. Las esquinas de los labios temblaban, y reconoci? la sonrisa del d?a anterior de la se?ora, mir?ndolo desde el cuadro de la pared mientras se com?a su porci?n de tarta de almendras en la mesa. Se sonroj? como una rosa. «?Maldita bruja!». Recordando la verg?enza que hab?a pasado y la pintura deteriorada, propiedad no suya, sino de sus parientes, que nunca le hab?an hecho ning?n mal, salt? hecho una furia y al instante sus manos r?pidas destrozaron violentamente la ligera cubierta de la imagen. La famosa Odalisca desnuda estaba completamente vestida en esta copia del famoso cuadro, por capricho del artista o de alg?n comisario. Una larga t?nica blanca cubr?a todo su cuerpo desde la parte superior de sus hombros, y su sonrisa resultaba ser a?n m?s despectiva; el consabido esclavo hac?a el otro trabajo, ofreciendo un aguamanil en lugar de ropa. Gru?endo, Vadim salt? del div?n y se apresur? a salir del atardecer ensordecedoramente silencioso de la habitaci?n. Como si se tratara de una espantosa procreaci?n de aquel silencioso atardecer, como una de las tel?ricas deidades vengadoras que emergen de la noche, la voz crepitante del conde F?lix como una reminiscencia de la terrible conversaci?n de la v?spera, poco despu?s de que Vadim fuese descubierto en aquella actitud, con los pies en el sof?, en la salita, mientras hac?a algo con la ayuda de su cortaplumas en los ojos de la se?ora R?camier de la r?plica de su retrato de Fran?ois G?rard, sonaba en sus orejas enrojecidas: «…?Vadim! ?Vadim Korsak! ?Estimado se?or! ?Cu?l es la excusa para su mal comportamiento? ?Annette y yo estamos esperando una explicaci?n! La pintura ha sido comprada hace poco, pero no es la p?rdida lo que me preocupa. Nos inclinamos a considerar su estado f?sico como una p?rdida temporal de la cordura m?s que como una afrenta deliberada…» En la inerte antesala, vio a Mitrich c?modamente echado sobre una gran c?moda y roncando, Vadim sinti? repugnancia. «?Maldita sea!… ?Malditas cortinas y cuadros! ?Malditas sean las habitaciones atiborradas y demenciales!». Se puso el abrigo y el gorro y sali? corriendo. –Oh… ?Hola! ?A d?nde va? Yo, anoche… Sonriendo, con un gran abrigo y el gorro cubierto de nieve por todas partes, Lodie Chartoborsky estaba frente a la entrada, aplaudiendo con las manos enguantadas y comenzando su relato sin prestar atenci?n a la mirada disgustada de su amigo. III A la tenue luz de la farola, Vadim se sonroj? y empez? a palidecer de nuevo a medida que la narraci?n de su amigo se hac?a m?s y m?s poli?drica, y la realidad desmenuzada, hecha pedazos, comenz? a resonar y a recomponerse. –Mi nota ha tenido efecto ?dijo Lodie en voz alta y jactanciosa, y Vadim le escuchaba, envidioso?, ?Alguna vez se ha fijado en su figura? Va a cumplir diecis?is a?os, y el pr?ncipe Borislav Aldan-Ussuri, con quien me relaciono, dice que… ?Estaba clar?simo que a Lodie se le daban mejor los asuntos amorosos que las matem?ticas o la historia, mejor que a ninguno de los compa?eros de Vadim, y Vadim cre?a todas las historias de Lodie sobre sus refinadas aventuras. ?… entonces dijo ella: «Momentos de pura dicha. Puedo sentir mi feminidad cada vez m?s h?meda y caliente. Oh, muchacho, ?qu? puede hacer una jovencita, sino recostarse y exhalar…?» El a?o pasado, Lodie le cont? un romance apasionado con una mujer casada y mayor que ?l, cuyo nombre mantuvo en secreto. Tuvo m?s de un encuentro con la se?ora, y despu?s de que ella se fuera al extranjero, Lodie le mostr? a Vadim una nueva inscripci?n en su reloj de bolsillo, sobre el centro de la cubierta de oro macizo, en lugar de iniciales o palabras, estaban grabados los enigm?ticos n?meros: «3 x 4 = 12». Impresionado e intrigado, Vadim no pregunt?, aunque no estaba seguro del sentido exacto de la inscripci?n, y Lodie tampoco lo explic?, pero Vadim imagin? que se tratar?a de una aritm?tica amatoria que deb?a impresionar a una persona sin experiencia como ?l. –Ella cautiv? mi boca con la suya. Sus besos tan dulces, tan provocadores y tan placenteros mientras me mov?a dentro de ella. Nuestros gemidos se entrechocaban y se mezclaban hasta que no pude diferenciar en mis o?dos lo que era ella y lo que era yo. Jadeaba, sent?a temblar mi cuerpo. Mi mente daba vueltas mientras mi cuerpo llegaba al cl?max una y otra vez… ?entonces Lodie repar? en Vadim?. Ahora escuche esto. Acomp??enos en la cena. Tengo un carruaje cerca. Vamos ahora mismo… Vadim record? sus problemas financieros. Ten?a solo cinco rublos en el bolsillo, que era todo el dinero para esa noche y hasta el regreso de su t?o, y este hecho lo detuvo; adem?s, se tem?a acabar actuando de carabina acompa?ando a la pareja de amantes, por lo que finalmente se neg? a ir con su amigo a ver a una mujer. Lodie sac? su reloj de bolsillo. Si se marchaban al teatro, podr?an ver el final del segundo acto del ballet Eltriunfo de Galatea, cuando la se?orita Lavelle volaba en su ?ltima pirueta hacia el lateral rosa de la escena y las chicas del cuerpo de ballet sonre?an a sus admiradores; estaba bien; pero Lodie, aquella joven e inquieta criatura, conocedor de la agitada vida nocturna de las vacaciones de invierno, record? un espect?culo que iba a tener lugar en el cercano Red Pub esa noche, en cuanto los amigos tomaron un taxi. IV El Red Pub, un viejo antro en el antiguo s?tano de un gran edificio de apartamentos, famoso desde los tiempos de Pedro el Grande, estaba bien iluminado, era c?lido, muy concurrido y lleno de humo. Un grupo de estudiantes borrachos comenz? a cantar sin mucho ?xito una canci?n latina mientras que el peque?o grupo de m?sicos gitanos ?una guitarra, dos violines, tambor y arpa? tocaba algo discretamente en el peque?o escenario de la pared oeste cuando Lodie y Vadim entraron, bajando las escaleras. S? feliz ahora, porque nada queda… ?Nuestras dichas y nuestras desgracias son breves! El destino caprichoso tiene muchas veredas… ?A veces alegran, a veces duelen! Era una especie de cabaret nocturno ?primero una actuaci?n musical y luego un espect?culo o una sesi?n de algo nuevo e incre?ble? por eso, en cuanto el pub se llenaba, el due?o del bar trataba de apaciguar a la clientela m?s rebelde o ruidosa, repartida en sillas o bancos de largas mesas, bebiendo o esperando bebidas. Mientras se quitaban los gorros y se desenguantaban las manos, Vadim y Lodie solo encontraron asientos libres en un banco de una mesa, debajo de una de las b?vedas de la pared este. Bajo las l?mparas de aceite, Vadim ve?a gente bien vestida y ol?a refinadas fragancias. Al mirar alrededor, una elegante dama llam? su atenci?n. Una dama con un sombrero de plumas blancas y negras. Desabroch? la f?bula de su abrigo de piel a la altura del escote y dej? ver un collar tan grande y resplandeciente que ser?a digno de una reina de diamantes, y m?s a?n, dejaba ver que era aparentemente muy esbelta. Su tez blanca, la deliberada artificialidad de sus labios brillantes y ?speros y sus ojos festivamente decorados la hac?an parecer una mu?eca viviente que ignoraba la atenci?n de los dem?s. Lodie dijo en voz baja: –Puede que est? despu?s del espect?culo de ballet, puede que con alguien… Une p?lotte efflanqu?e… Lodie tambi?n miraba a la dama desconocida. Y Vadim reconoci? la sonrisa, la que ella desplegaba, esa misma maldita sonrisa indiferente ?como un fantasma burl?n que podr?a disiparse en cualquier momento?, y sonri? al fantasma, sonri? a lo perdido, sonri? al recuerdo, cuya naturaleza la mujer acababa de revelar. Por muy bello que fuera ese fantasma, la sonrisa significaba convencionalismo, esclavitud, enga?o, negaci?n de su amor por ella poniendo as? grilletes a su coraz?n, porque sus ojos parec?an mirar a la oscuridad sin ver nada. Lodie estaba susurrando algo en el o?do de Vadim tan excitado que un tipo cercano resopl? y acerc? el o?do. Vadim dec?a: –Ya est? bien, ya est? bien… por favor, rel?jese. Mientras tanto, la peque?a orquesta gitana hab?a empezado a tocar m?s fuerte o, mejor dicho, se iban acercando desde la parte trasera del escenario, pero esto no impidi? que Vadim oyera a los de al lado hablando aparentemente de la dama desconocida. –Una mujer italiana. El conde Radziwil la ha tra?do a la ciudad. –No. Esa es gorda. –Ha perdido peso. –?Para qu?? La razonable respuesta hizo que los dos estallaran de risa. La risa cre? una extra?a vibraci?n en la mesa; a Vadim le pareci? que los humanos pod?an convertirse en fantasmas risue?os y volar en busca de un respiradero por debajo del techo; pero Lodie y ?l consiguieron sus bebidas, y cualquier fantas?a del momento desapareci?. Las paredes del pub estaban decoradas con peque?os retratos ovalados de cada uno de los emperadores rusos. Un tipo de la mesa, un caballero alto y curioso de mediana edad, mir? el retrato del actual emperador, Nicol?s I, sobre ellos, despu?s al escenario y a la barra de la pared sur con sus mesas cercanas, y comenz? a hablar con su compa?ero: –Red Pub. El rubor de sus caras explica este nombre. Por cierto, ?sab?an, caballeros, que el conde Orloff visit? este pub para tomar una copa, al menos una vez, hace sesenta y siete a?os, en la larga noche anterior a la ascensi?n de su emperatriz al trono? Tal vez nuestra mesa fue tomada por el conde, o lo m?s probable es que tomara su vaso de vodka, de pie, con prisa. A prop?sito, el rey de su se?or?a naci? hace sesenta y siete a?os ?mirando a sus compa?eros de mesa, dio una resonante palmada en la parte superior de la mesa y mir? a su compa?ero, a quien hab?a llamado «su se?or?a». Olisqueando su propia copa ?vino rosado? Vadim mir? a su se?or?a, aquel joven bien vestido de pelo rubio repeinado. Un chaleco dorado de peau de soie, sus botones abulones nacarados, un pasador de corbata de diamantes y unos impertinentes de marfil se ve?an en los interiores de su abrigo desabrochado con remate de calabar, pero no era su ropa lo que delataba el origen extranjero del joven. Su tez demasiado fresca; incluso despu?s de que su cara enrojecida por el viento volviera a su color normal, su mirada demasiado joven, sus ojos azules demasiado brillantes; su mano blanca y bien cuidada, sus u?as algo afiladas, y su dedo me?ique izquierdo adornado con un anillo de oro y piedra negra ?estos detalles del desconocido rubio eran demasiado llamativos para pasar desapercibidos. Una voz dijo en voz alta y amistosa: –?Caballeros, silencio, por favor! El due?o del pub, un hombre grande con chaqueta y pantalones holgados que jadeaba, pas? con una bandeja en las manos. –Rozamira cantar? Wondrous Moment, la ?ltima canci?n, tan hermosa. El tipo alto y curioso dijo amigablemente: –?Naturalmente, Herr Kessenich! ?C?mo est? la se?ora Kessenich? Dele saludos… El due?o del bar enderez? su corbata suelta. –Mi esposa est? muy bien, gracias, se?or Knabbe. No peleen esta noche, por favor, se?ores. El desconocido de nombre alem?n, Knabbe, era mayor que su amigo rubio, m?s bien de mediana edad, con el pelo rizado y visiblemente te?ido de marr?n rojizo y las manos grandes y fuertes. Sus ojos de p?rpados pesados parpadearon y sus delgados labios burlones sonre?an ir?nicamente. No hab?a nada siniestro en su aspecto masculino, incluso su bast?n, con pomo en forma de cabeza de ?guila negra ?hecho de ?mbar negro, como se sabr?a m?s tarde? parec?a poco habitual, aunque a veces sus modales eran los de un charlat?n. Los miembros de la peque?a orquesta se sentaban en sillas, dejando espacio para tres gitanos que subieron al escenario haciendo reverencias y saludando a los amigos. El gitano anciano era muy obeso, y el m?s joven estaba tan delgado como un jinete; ambos iban bien vestidos y a la manera de su profesi?n y pa?s: trajes de cuello rojos, chaquetas largas azules, galones rojos y felpas oscuras y holgadas metidas en botas altas; ambos tocaban la guitarra. Rozamira, la joven gitana cuyo pelo rizado era rojo por alguna raz?n, alis? el chal de cachemira sobre sus hombros, y comenz? a cantar en una agradable voz contralto: Recuerdo el m?gico instante apareciste ante m? como una fugaz visi?n como un genio de sublime belleza. En los tormentos de la desesperada tristeza en las zozobras de la ruidosa vanidad resonaba la ternura de tu voz y el sue?o tus caros rasgos me mostraba… El sencillo vestido de manga larga azul oscuro de la joven, el chal espa?ol, varios collares de coral alrededor de su cuello, la banda dorada en la cabeza y las cuentas doradas trenzadas en sus dos largos tirabuzones eran buenos accesorios para su original manera de cantar: En la soledad y negrura del confinamiento mis d?as se arrastraban en silencio, ya sin inspiraci?n y sin fe sin l?grimas, sin vida, sin amor. Mi alma despert? de nuevo y otra vez apareciste t?, como una fugaz visi?n, como un genio de sublime belleza. Y late embriagado el coraz?n Y resurgen de nuevo para ?l La inspiraci?n y la fe, la vida, las l?grimas y el amor. El ?ltimo sonido de la canci?n desapareci?, y el largo fleco de su chal se elev? al saltar del escenario para hacer su ronda pasando el plato. Lodie continu? mostrando su temperamento, aplaudiendo m?s fuerte que nadie. –?Bravo! ?Muy bien! Entonces volvi? a su asiento, sudoroso y excitado, sin prestar atenci?n a las burlas y los impertinentes que le apuntaban, el joven dandi con el pelo oscuro a lo Chateaubriand. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=58999869&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
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