*** Òâîåé Ëóíû çåëåíûå öâåòû… Ìîåé Ëóíû áåñïå÷íûå ðóëàäû, Êàê ñâåòëÿ÷êè ãîðÿò èç òåìíîòû,  ëèñòàõ âèøíåâûõ ñóìðà÷íîãî ñàäà. Òâîåé Ëóíû ïå÷àëüíûé êàðàâàí, Áðåäóùèé â äàëü, òðîïîþ íåâåçåíüÿ. Ìîåé Ëóíû áåçäîííûé îêåàí, È Áðèãàíòèíà – âåðà è ñïàñåíüå. Òâîåé Ëóíû – ïå÷àëüíîå «Ïðîñòè» Ìîåé Ëóíû - äîâåð÷èâîå «Çäðàâñòâóé!» È íàøè ïàðàëëåëüíûå ïóòè… È Ç

Una Corona para Los Asesinos

una-corona-para-los-asesinos
Àâòîð:
Òèï:Êíèãà
Öåíà:399.00 ðóá.
Ïðîñìîòðû: 142
Ñêà÷àòü îçíàêîìèòåëüíûé ôðàãìåíò
ÊÓÏÈÒÜ È ÑÊÀ×ÀÒÜ ÇÀ: 399.00 ðóá. ×ÒÎ ÊÀ×ÀÒÜ è ÊÀÊ ×ÈÒÀÒÜ
Una Corona para Los Asesinos Morgan Rice La imaginaci?n de Morgan Rice no tiene l?mites. En otra serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sof?a y Catalina), hu?rfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un ?xito inmediato. ?Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros!--Books and Movie Reviews (Roberto Mattos)?La nueva serie de fantas?a ?pica #1 en ventas de Morgan Rice!En UNA CORONA PARA LOS ASESINOS (Un Trono para Las Hermanas—Libro Siete), Sof?a, Catalina y Lucas por fin tienen la oportunidad de viajar en busca de sus padres, que hace tiempo perdieron. ?Los encontrar?n??Est?n vivos?Pero el viaje exige un precio. Ashton se queda sin gobernante y el Maestro de los Cuervos todav?a est? a la espera, preparado para atacar. Cuando el destino del reino est? en la cuerda floja, la ayuda puede venir del lugar m?s improbable de todos: el Hogar de Piedra.UNA CORONA PARA LOS ASESINOS (Un Trono para Las Hermanas—Libro Siete) es es el libro #7 de una nueva y sorprendente serie de fantas?a llena de amor, desamor, tragedia, acci?n, aventura, magia, espadas, brujer?a, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podr?s dejar, lleno de personajes que te enamorar?n y un mundo que nunca olvidar?s.Pronto saldr? el libro #8 de la serie. poderoso principio para una serie mostrar? una combinaci?n de en?rgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los j?venes adultos, sino tambi?n a admiradores de la fantas?a para adultos que buscan historias ?picas avivadas por poderosas amistades y rivales.--Midwest Book Review (Diane Donovan) UNA CORONA PARA LOS ASESINOS (UN TRONO PARA LAS HERMANAS -- LIBRO 7) MORGAN RICE Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocal?ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; de la serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA, compuesta de 8 libros; de la nueva serie de fantas?a ?pica UN TRONO PARA LAS HERMANAS, compuesta de ocho libros (y subiendo); y de la nueva serie de ciencia ficci?n LAS CR?NICAS DE LA INVASI?N. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice «Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita». --Books and Movie Reviews Roberto Mattos «Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s». --The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) «Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos». --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico». -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante». --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice OLIVER BLUE Y LA ESCUELA DE VIDENTES LA F?BRICA M?GICA (Libro #1) LA ESFERA DE KANDRA (Libro #2) LOS OBSIDIANOS (Libro #3) EL CETRO DE FUEGO (Libro #4) LAS CR?NICAS DE LA INVASI?N TRANSMISI?N (Libro #1) LLEGADA (Libro #2) ASCENSO (Libro #3) EL CAMINO DEL ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) SOLO LOS VALIENTES (Libro #2) UN TRONO PARA LAS HERMANAS UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1) UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2) UNA CANCI?N PARA LOS HU?RFANOS (Libro #3) UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (Libro #4) UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5) UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6) UNA CORONA PARA LAS ASESINAS (Libro #7) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2) CABALLERO, HEREDERO, PR?NCIPE (Libro #3) REBELDE, POBRE, REY (Libro #4) SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5) H?ROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) LA NOCHE DEL VALIENTE (Libro #6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) LA MARCHA DE LOS REYES (Libro #2) EL DESTINO DE LOS DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA CARGA DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA SUBVENCI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE HIERRO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) LA CA?DA DE LOS VAMPIROS ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA (Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Sab?as que he escrito m?ltiples series? ?Si no has le?do todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie! ?Quieres libros gratuitos? Suscr?bete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gr?fica gratis ?y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita: www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. ?NDICE CAP?TULO UNO (#ub59d3f4c-12a8-537d-93ba-13f1cfd680fb) CAP?TULO DOS (#u2792c5cb-e26e-57a1-83c7-f4013e73228f) CAP?TULO TRES (#ubdc1e8cc-f02b-5745-927f-5c92fdac4afc) CAP?TULO CUATRO (#u69b7e061-560f-571f-899f-dae374ffc58f) CAP?TULO CINCO (#ufc781fc8-5c27-57a5-9aac-abc9bd5e7956) CAP?TULO SEIS (#udc5f5880-6d08-5730-9bac-4cb40ddad259) CAP?TULO SIETE (#u03bb3ff3-3b3c-5e56-a424-08e80ea94bf2) CAP?TULO OCHO (#u5a21758c-1cb6-5e3e-bc97-d59489e85530) CAP?TULO NUEVE (#u92280e09-0498-5e7f-9762-49b23e77e90d) CAP?TULO DIEZ (#litres_trial_promo) CAP?TULO ONCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DOCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TRECE (#litres_trial_promo) CAP?TULO CATORCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO QUINCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTID?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTITR?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y SIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y OCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO UNO Sof?a se encontraba ante la Asamblea e intentaba no sentirse agobiada por todo aquel esplendor, o por todo lo que estaba previsto para aquel d?a. A su alrededor, los nobles vest?an la clase de ropa elegante que hab?a tenido ocupados durante semanas a los sastres y las modistas de Ashton, mientras que los soldados vest?an sus mejores uniformes. Evidentemente, no solo estaba la nobleza. Ahora la Asamblea de los Nobles era una asamblea de todo el mundo, con los habitantes de la ciudad sentados en los bancos, vestidos con lo que hab?an podido encontrar para la ocasi?n. —Siento que no voy bien vestida para la ocasi?n —le dijo Sof?a a Catalina, que le ofreci? el brazo para que se apoyara. Su vestido, de un blanco sencillo que parec?a casi liso al lado del oro y las joyas, las sedas y el brocado, e incluso despu?s de los arreglos que hab?an hecho las modistas de la ciudad, se tensaba para tapar el bulto de su embarazo. A su lado, Sienne, el gato del bosque, se apretaba contra ella con un suave ronroneo. —Es el d?a de tu boda —dijo Catalina—. Por definici?n, eres la mujer m?s bella de la sala. —Es el d?a de nuestra boda —puntualiz? Sof?a, aunque cualquiera que las viera no lo hubiera dicho viendo a su hermana. Catalina llevaba un uniforme militar y Sof?a dudaba que nadie se hubiera atrevido a sugerirle un vestido de boda. —Solo que primero est? el peque?o detalle de tu coronaci?n —dijo Catalina con una sonrisa. Sof?a respir? hondo con cuidado y not? que la ni?a que ten?a en su interior se mov?a. Eso la hizo sonre?r. Despu?s de tantas semanas, a?n le costaba creer que pronto ser?a madre. —?Est?s preparada? —dijo Catalina. Sof?a asinti?. —Lo estoy. Catalina la acompa?? hacia fuera y los v?tores de la multitud que esperaba golpe? a Sof?a como un muro de ruido. All? hab?a mucha gente. Sof?a los o?a y se sent?a rodeada por la presencia de sus pensamientos. Not? que un mensaje mental de alegr?a de aquellos que ten?an los mismos dones que ella se colaba entre el resto, aunque hab?a bastantes. —Ojal? Cora y Emelina pudieran estar aqu? —dijo Sof?a. —Regresar?n en cuanto convenzan a los l?deres del Hogar de Piedra para que salgan de su escondite otra vez —la tranquiliz? Catalina. En parte, Sof?a esperaba que se quedaran tras la batalla con uno de los suyos en el trono. «Pensaba que se quedar?an» —mand? Sof?a a su hermana. Catalina encogi? los hombros. «Est?n acostumbrados a esconderse y la mayor?a tienen su vida en el Hogar de Piedra. Cora y Emelina har?n que vuelvan. Y ahora v?monos, tu carruaje te espera». As? era y la idea de que ir en procesi?n a su boda en un carruaje cubierto de oro fue suficiente para hacer re?r a Sof?a. Si le hubieran dicho que su boda ser?a as? cuando era peque?a, no lo hubiera cre?do. Aun as?, el carruaje era necesario. Sof?a no estaba segura de poder hacer el trayecto hasta la plaza principal del pueblo a pie en ese momento sin llegar agotada, as? que Catalina y ella subieron al carruaje, tirado por cuatro caballos blancos que trotaban de forma majestuosa. Mientras tanto, todos los miembros de la Asamblea les segu?an, demostrando con sus v?tores que estaban con ellas. «Ojal? estuvieran as? de unidos cuando discuten» —mand? Sof?a a Catalina. «Has conseguido hacer mucho» —le respondi? Catalina—. Algo debes de estar haciendo bien. Pero Sof?a no estaba segura de cu?nto hab?a conseguido hasta el momento. Bueno, hab?a hecho sus declaraciones al final de la batalla de Ashton y esperaba haber mejorado la vida de la gente, pero la vida en el reino era complicada. Parec?a que para cada propuesta que hac?a, hab?a un mont?n de objeciones, sugerencias y recomendaciones. Un ejemplo era la reconstrucci?n de Ashton tras la batalla. Mirando hacia fuera desde su carruaje, Sof?a ve?a los edificios a medio reconstruir, soldados que se hab?an convertido en obreros mientras trabajaban en la ciudad, aunque cada d?a parec?a traer un debate nuevo sobre si este edificio era m?s adecuado que aquel otro, o a qui?n pertenec?a la tierra, o qui?n deb?a hacer el trabajo ahora que el trabajo por contrato de los sirvientes ya no era una opci?n. «Hay una cosa que he conseguido» —mand? Sof?a mientras pasaban por delante de un grupo de hombres que llevaban sus marcas de propiedad al descubierto en las pantorrillas, sin que nadie los molestara o intentara darles ?rdenes ahora que eran libres—. «Si no hago nada m?s, con esto valdr?». «Yo creo que har?s mucho m?s» —le asegur? Catalina. A su alrededor, la multitud continuaba lanzando gritos de alegr?a. Sonaba m?sica por todas partes, pues los artistas callejeros se unieron a la celebraci?n. Lord Cranston y sus hombres desfilaban y se unieron al desfile a un paso perfecto mientras se dirig?an hacia la plaza. Alguien tir? algo y Catalina lo cogi?, con mirada recelosa, pero solo era una flor. Sof?a se rio y la meti? lo mejor que pudo entre los cortos bucles del pelo de su hermana. —Voy a hacer alguna cosa para hacer que parezcas una novia —dijo Sof?a. —Para eso, ?no deber?amos llevar m?scaras las dos? —No —dijo Sof?a con firmeza. Esa era una cosa que hab?a dejado clara, por la misma raz?n que nada de esto tendr?a lugar en el interior de la Iglesia de la Diosa Enmascarada, sino en la plaza de detr?s. Esa plaza estaba tan abarrotada de gente que hizo falta que los soldados mantuvieran un espacio libre en el centro. All? hab?a una plataforma preparada, engalanada con sedas, con un trono dispuesto sobre un altar. All? estaba la actual suma sacerdotisa de la Diosa Enmascarada, junto con Hans y Jan, los primos de Sof?a y Catalina; Frig y Ulf estaban en las tierras de la monta?a, mientras que Rika, Oli y Endi hab?an vuelto a Ishjemme. Lucas tambi?n estaba all?, resplandeciente con su vestimenta de seda, y parec?a estar encantado por sus hermanas e incre?blemente nervioso a la vez. «?Tienes la sensaci?n de que solo quiere quitarse esto de encima para poder ir a buscar a nuestros padres» —mand? Sof?a a Catalina. «Para que podamos» —la corrigi? Catalina—. «Debe de ser dif?cil esperar as?, ahora que sabe d?nde buscar y sin tan solo tener la expectativa de una boda para pasar el tiempo». «Si alguna de vosotras cree que estoy poco menos que feliz por vosotras, se equivoca. No me perder?a este d?a por » —les mand? Lucas a las dos—. «?Est?s preparada para ser reina, Sof?a?» Como respuesta, Sof?a se baj? del carruaje y se dirigi? al escenario dando largos pasos mientras la multitud aclamaba. Se dio la vuelta y mir? a la gente que estaba all? reunida, sintiendo la alegr?a y la esperanza por su parte. Sab?a que esperaban que ella hablara. —Hace unas semanas, tom? Ashton por la fuerza —dijo—. Tom? decisiones como reina porque ten?a un ej?rcito que me respaldaba. Despu?s fui hasta la Asamblea de los Nobles y les expuse mi caso. Aceptaron que yo fuera la reina porque mi sangre me daba derecho a ello. Hoy voy a ser coronada, pero ninguna de estas cosas parece suficiente. Por eso os pregunto: ?me quer?is a m? como vuestra reina? Cuando vino la respuesta en forma de clamor, Sof?a se dirigi? hacia el trono y se sent? en ?l. Hans se acerc? con una corona, algo delicado cuyo hilos de platino y oro se entrelazaban para parecer enredaderas, con flores enjoyadas colocadas a lo largo de su circunferencia. Se la pas? a la suma sacerdotisa de la Diosa Enmascarada. Esta era una parte de la ceremonia de la que Sof?a hubiera prescindido, pero si iba a reunificar Ashton entera, deb?a demostrar que estaba dispuesta a aceptar a toda su gente, incluidos los muchos seguidores de la Iglesia Enmascarada. —Por el poder que me otorga la Diosa Enmascarada —dijo la suma sacerdotisa y se detuvo como si recordara que deb?a decir m?s—, por el derecho de su linaje, la autoridad de la Asamblea y… al parecer, la voluntad del pueblo, yo te nombro a ti, Sof?a, reina de este reino. Los v?tores al colocar la corona sobre la cabeza de Sof?a fueron casi ensordecedores. Sof?a ech? un vistazo a las caras sonrientes de la gente que le importaba y supo que hab?a muy pocas cosas que pudieran hacerla m?s feliz. Excepto, evidentemente, la boda que ven?a a continuaci?n. *** Sebasti?n estaba en la entrada del templo de la Diosa Enmascarada, deseando haber podido estar con Sof?a en el momento en que la coronaran. Pero eso hubiera sido romper demasiado la tradici?n, dado lo que estaban a punto de hacer. —?Nervioso? —le pregunt? a Will, que estaba a su lado vestido con su uniforme de soldado. Su familia estar?a en alg?n lugar entre la multitud. Una parte de Sebasti?n deseaba que su familia tambi?n estuviera a?n all? para ver este momento, a pesar de todo lo que le hab?an hecho al reino, a ?l y a Sof?a. —Aterrorizado —le asegur? Will—. ?Y t?? Sebasti?n sonri?. —Yo estoy feliz de que todo esto est? pasando, despu?s de todo lo que hubo antes. Sonaron las trompetas, que le avisaban de que era el momento de avanzar y unirse en matrimonio a la mujer que amaba. Avanz? entre la multitud, su atuendo era tan sencillo como el de Sof?a, la segunda mitad que completaba un todo. La gente se apartaba para dejarlo pasar y a Sebasti?n a?n le sorprend?a un poco la buena voluntad que parec?an tener hacia ?l a pesar de los rumores que hab?an empezado con ?l, y a pesar de todo lo que hab?a hecho su familia a lo largo de los a?os. Subi? a la plataforma y se puso sobre una rodilla, con la cabeza agachada en reconocimiento a su reci?n proclamada reina. Sof?a se rio, se levant? y tir? de ?l para que se pusiera de pie. —No tienes por qu? hacerlo —dijo ella—. T? no tienes que hacerme una reverencia nunca. —Pero lo hago —respondi? Sebasti?n—. Quiero que la gente sepa que este reino es tuyo. Que la reina eres t?. —Y pronto t? ser?s mi rey a mi lado —dijo Sof?a. Parec?a que quer?a besarlo y, desde luego, Sebasti?n quer?a besarla a ella, pero eso tendr?a que esperar. La suma sacerdotisa hizo un peque?o ruido de enfado, como para recordarles que hab?a una boda a la espera. —Estamos hoy reunidos para presenciar la boda de la Reina Sof?a de la Casa Danse con el Pr?ncipe Sebasti?n de la Casa Flamberg. Est?n desenmascarados a la vista de la diosa y el uno ante el otro. Convenientemente omiti? la parte en la que ninguno de ellos hab?a seguido la ceremonia tradicional desde el principio. Sebasti?n lo dej? pasar. El hecho de que se iba a casar con la mujer que amaba era lo ?nico que importaba. —Ahora la Reina Sof?a me dice que desea decir unas palabras en este momento —dijo la suma sacerdotisa—. ?Su Majestad? Sof?a alarg? el brazo para tocar la cara de Sebasti?n y, en aquel instante, la multitud estaba tan en silencio que la brisa transportaba sus palabras. —Cuando te conoc? —dijo—, no sab?a qui?n era. No sab?a cu?l era mi lugar en el mundo, o si lo ten?a. Pero sab?a que te amaba. Esa parte era una constante. Esa parte no ha cambiado. Te amo, Sebasti?n, y quiero pasar el resto de mi vida contigo. A continuaci?n, era el turno de Sebasti?n, pero no se hab?a preparado lo que ten?a que decir. Pensaba que cuando llegara el momento lo sabr?a y as? fue. —Hemos pasado mucho —dijo Sebasti?n—. Ha habido momentos en los que pensaba que te hab?a perdido y momentos en los que sab?a que no te merec?a. Intent? seguirte m?s all? del reino y, al final, fuiste t? la que me encontr? a m? aqu?. Te amo, Sof?a. —Hizo una pausa durante un instante y sonri?—. Nunca pens? que ser?a yo el que se casar?a con alguien de la realeza. La suma sacerdotisa les cogi? las manos y coloc? una sobre la otra. El coraz?n de Sebasti?n lat?a a toda velocidad por los nervios. Normalmente, este era el momento en el que los declaraba marido y mujer, pero as? no era como Sof?a quer?a las cosas. En su lugar, sonaron los cuernos. *** Catalina mir? hacia la entrada de la Iglesia de la Diosa Enmascarada, incapaz de contener su emoci?n por m?s tiempo. En cualquier otro momento, la coronaci?n y la boda de su hermana ya hubieran hecho de este uno de los mejores d?as de su vida, pero ahora parec?a que ella ya hab?a esperado lo suficiente. Observaba con gran expectaci?n como Will avanzaba. Ninguno de ellos se ve?a tan majestuoso como Sof?a y Sebasti?n, pero a Catalina ya le iba bien. Ellos eran soldados, no gobernantes. Le bastaba con que Will fuera el mismo chico guapo que hab?a visto por primera vez cuando este hab?a ido de visita a la forja de sus padres. March? hacia la plataforma y, a medio camino de su trayecto, Lord Cranston y sus hombres desenfundaron sus espadas y formaron un arco de acero bajo el que pas? Will. A Catalina le alegr? verlo y le alegraba que estuvieron todos vivos todav?a tras las batallas que hab?an librado. Will subi? a la plataforma y Catalina le agarr? ella misma la mano, sin esperar a que una vieja sacerdotisa mustia decidiera que era el momento. —Cuando te conoc? —dijo Will—, pens? que eras testaruda y terca y que era posible que hicieras que nos mataran a los dos. Me preguntaba qu? clase de chica hab?a venido a la forja de mis padres. Ahora s? que eres todas esas cosas, Catalina, y esta es solo una parte de lo que te hace tan incre?ble. Quiero ser tu marido hasta que las estrellas se apaguen tanto que no te pueda ver, o hasta que sea yo el que se apague tanto que empiece a frenarte a ti. —T? no me frenas —respondi? Catalina—. En primer lugar, mi coraz?n late m?s r?pido con solo mirarte. Ojal? te pudiera prometer que me asentar? contigo y que haremos las cosas con paz, pero ambos sabemos que el mundo no funciona as?. La guerra puede llegar incluso en el momento m?s feliz y no es propio de m? quedarme sin hacer nada ante ella. Aun as?, hasta que una espada, un arco o la edad avanzada nos reclame, quiero que seas m?o. No era la promesa tradicional, pero era lo que hab?a en el coraz?n de Catalina y ella sospechaba que esta era la parte que contaba. La suma sacerdotisa no parec?a especialmente impresionada, pero desde la posici?n de Catalina, eso era sencillamente una ventaja a?adida. —Ahora que hemos o?do vuestras promesas mutuas, te pregunto a ti, Sof?a de la Casa Danse, ?tomas a Sebasti?n de la Casa Flamberg como tu esposo? —Lo tomo —dijo Sof?a, que estaba al lado de Catalina. —Y t?, Catalina de la casa Danse, ?tomas a Will… hijo de Tom?s el herrero, como tu esposo? —?No es lo que acabo de decir? —puntualiz? Catalina, intentando no re?rse de que la anciana no fuera capaz de comprender que el hijo de un herrero no tuviera una casa con nombre—. De acuerdo, de acuerdo, lo tomo. —Sebasti?n de la Casa Flamberg, ?tomas a Sof?a de la Casa Danse como tu esposa? —La tomo —dijo Sebasti?n. —Y t?, Will, ?tomas a Catalina de la Casa Danse como tu esposa? —La tomo —dijo y parec?a m?s feliz de lo que Catalina sospechaba que alguien pudiera estarlo ante la expectativa de unirse a ella de por vida. —Entonces tengo el placer de declarar que sois uno, unidos ante los ojos de la diosa —enton? la sacerdotisa. Pero Catalina no la o?a. A esas alturas, estaba demasiado ocupada besando a Will. CAP?TULO DOS El Maestro de los Cuervos observaba a su flota con satisfacci?n mientras esta navegaba hacia la tierra de la costa norte de lo que hab?a sido el reino de la Viuda. La flota invasora era como una mancha de sangre en el agua, los cuervos volaban por encima en grandes bandadas que parec?an m?s nubes de tormenta. M?s adelante se encontraba un peque?o puerto pesquero, apenas un punto de partida adecuado para su campa?a, pero despu?s del tiempo que hab?an pasado en el mar, esta ser?a una muestra de bienvenida de las cosas que estaban por llegar. Los barcos se detuvieron, a la espera de su se?al y el Maestro de los Cuervos se qued? quieto por un instante para apreciar toda aquella belleza, la paz de la orilla iluminada por el sol. Movi? la mano con desinter?s y susurr?, a sabiendas de que cien c?rvidos graznar?an sus palabras a sus capitanes. —Que empiece. Los barcos empezaron a avanzar como las piezas individuales de una hermosa m?quina mortal, cada uno se colocaba en el lugar que le hab?a sido asignado mientras se dirig?an hacia la orilla. El Maestro de los Cueros imaginaba que los capitanes estar?an compitiendo entre ellos para ver qui?n pod?a llevar a cabo sus obligaciones con m?s precisi?n, para intentar satisfacerlo con la obediencia de sus cuervos. Parec?an no aprender nunca que a ?l le importaban pocas cosas, excepto la muerte que estaba por llegar. —Habr? muerte —murmur? cuando uno de sus animalitos se pos? sobre su hombro—. Habr? tanta muerte como para anegar el mundo. El cuervo le dio la raz?n con un graznido, tan bien como pudo. Sus criaturas se hab?an alimentado bien en las ?ltimas semanas, las muertes de la batalla de Ashton todav?a llenaban sus arcas de poder, mientras nuevas muertes brotaban del imperio del Nuevo Ej?rcito a diario. —Hoy habr? m?s —dijo con una sonrisa sombr?a mientras los soldados y los aspirantes a soldado formaban filas en la orilla para defender su hogar. Sonaron los ca?ones, los primeros disparos resonaron en el agua, los estruendos de su impacto reverberaron. Pronto el aire se llenar?a de humo, de modo que el ser?a el ?nico que podr?a ver lo que estaba sucediendo, gracias a sus p?jaros. Pronto, sus hombres tendr?an que confiar en sus ?rdenes por completo. —Di a la tercera compa??a que se abra un poco m?s —dijo a uno de sus ayudantes—. Eso evitar? que escapen costa arriba. —S?, mi se?or —respondi? el joven. —Tened preparada una barca de desembarco tambi?n para m?. —S?, mi se?or. —Y recuerda mis ?rdenes a los hombres: mataremos sin piedad a aquel que se resista. —S?, mi se?or —repiti? el ayudante. Como si los capitanes del Maestro de los Cuervos necesitaran que se las recordaran. A estas alturas ya conoc?an sus normas, sus deseos. Se sent? en la cubierta de su buque insignia y observ? c?mo las balas de ca??n chocaban contra la carne y los hombres ca?an bajo la cortina de fuego de los mosquetes. Finalmente, decidi? que era el momento ?ptimo y se dirigi?, mientras comprobaba sus armas, hacia la barca de desembarco que ya estaban bajando. —Remad —les orden? a los hombres y estos remaban con esfuerzo, luchando por llevarlo hasta la orilla con sus tropas. Alz? una mano cuando sus cuervos se lo advirtieron y los hombres dejaron de remar, a tiempo para que la bala de un viejo ca??n impactara delante de ellos en el agua. —Continuad. La barca de desembarco se desliz? por las olas y, a pesar de la potencia avasallante de las fuerzas del Nuevo Ej?rcito, algunos de los hombres que estaban a la espera se lanzaron al ataque. El Maestro de los Cuervos salt? al muelle a su encuentro, con las espadas en alto. Le atraves? el pecho a uno y, a continuaci?n, se apart? cuando otro blandi? la espada hacia ?l. Par? un golpe y mat? a otro hombre con la eficiencia despreocupada que da una larga pr?ctica. Estos hombres eran unos est?pidos si pensaban que pod?an derrotarlo, o incluso hacerle da?o. Solo lo hab?an conseguido dos personas en mucho tiempo, y tanto Catalina Danse como su odioso hermano morir?an por ello con el tiempo. Por ahora, esto era m?s una matanza que una lucha y el Maestro de los Cuervos gozaba con ello. Hac?a cortes y daba estocadas, liquidando enemigos con cada movimiento. Cuando vio a una mujer joven intentando escapar, se detuvo para desenfundar una pistola y le dispar? en la espalda. Despu?s, continu? con su trabajo m?s urgente. —Por favor —suplic? un hombre, tirando su espalda al suelo en se?al de rendici?n. El maestro de los Cuervos lo destrip? y, a continuaci?n, se dirigi? al siguiente. La matanza era tan inevitable como absoluta. Una milicia mal armada y desperdigada no pod?a ni empezar a tener esperanzas de defenderse contra tantos rivales. Todo se hizo muy r?pidamente y costaba imaginar qu? hab?an intentado conseguir resisti?ndose. Seguramente, algo tendr?a que ver con el honor o alguna otra tonter?a. —Oh —dijo para s? mismo el Maestro de los Cuervos mientras observaba a trav?s de los ojos de una de sus criaturas y vio un corro de personas que hu?a a las colinas cercanas, en direcci?n al sur. Volvi? a la realidad y ech? un vistazo para ver cu?l de sus capitanes estaba m?s cerca: —Un grupo de aldeanos est? huyendo por un sendero que no est? lejos de aqu?. Ll?vate hombres y matadlos a todos, por favor. —S?, mi se?or —dijo el hombre. Si le preocupaba el tener que matar inocentes, no lo demostraba. Por otro lado, de haber sido un hombre que se opusiera a cosas de estas, el Maestro de los Cuervos lo hubiera matado hace tiempo. El Maestro de los Cuervos se qued? tras la batalla, escuchando el silencio que solo tra?a la muerte. Escuchaba a los cuervos mientras estos tomaban tierra para empezar su trabajo y sinti? que el poder empezaba a fluir cuando consum?an su parte. Era un flujo lamentable comparado con algunas de las batallas que hab?a habido antes, pero ya vendr?an m?s. Mand? su conciencia a sus criaturas y dej? que estas hablaran con su voz: —Esta ciudad es m?a —dijo—. Rend?os o morir?is. Entregad a todos aquellos que tengan magia o morir?is. Haced lo que se os ordena o morir?is. Ahora no sois nada, esclavos y menos que esclavos. Obedeced y os librar?is de ser comida para los cuervos por un tiempo. Desobedeced y morir?is. Mand? a sus criaturas al aire, para que escudri?aran la tierra que hab?a tomado en este primer avance. Ve?a el horizonte, que se extend?a a lo lejos ante ?l, con la promesa de m?s tierra que conquistar, m?s muerte para alimentar a sus animalitos. Normalmente, el Maestro de los Cuervos no recib?a visiones. Como mucho, sus cuervos le proporcionaban lo suficiente para adivinar lo que suceder?a. ?l no era la bruja de la fuente para tirar de los hilos del futuro, pero incluso ella no hab?a podido predecir su propia muerte. Sin embargo, la visi?n vino hacia ?l a toda prisa, llevada sobre las alas de sus mascotas. Vio a una ni?a, a la que su madre sosten?a en brazos, y reconoci? al instante a la reina reci?n coronada en el reino. Vio el peligro que hab?a detr?s de la ni?a, y m?s que el peligro. La muerte que hab?a mantenido a raya tanto tiempo con las vidas de otros acechaba en la sombra de la beb?. La ni?a alarg? el brazo hacia ?l, con la inocencia de un cr?o, y el Maestro de los Cuervos retrocedi? para evitarlo, huyendo hasta volver en s?. Se encontraba en el centro de la ciudad que hab?a tomado, diciendo que no con la cabeza. —?Va todo bien, mi se?or? —pregunt? su ayudante. —S? —dijo el Maestro de los Cuervos, pues si admit?a su debilidad, tendr?a que matar al hombre. Si sal?a cualquier rastro del miedo que crec?a en su interior, todos los que lo vieran morir?an. S?, ese era un pensamiento… —He cambiado de opini?n —dijo—. Guardaremos la conquista para la pr?xima ciudad. Arrasad esta. Matad a cada uno de sus habitantes, hombre, mujer… beb? en brazos. No dej?is dos piedras juntas. El ayudante no dud? m?s de lo que hab?a dudado su capit?n sobre dar caza a aquellos que hu?an. —Se har? lo que usted ordene, mi se?or —prometi?. El Maestro de los Cuervos no ten?a ninguna duda de que as? ser?a. ?l daba ?rdenes y la gente mor?a en respuesta. Si resultaba que era un ni?o lo que lo amenazaba… pues el ni?o pod?a morir tambi?n, junto a su madre. CAP?TULO TRES Emelina estaba en el centro del Hogar de Piedra e intentaba contener algo de su frustraci?n, mientras miraba a todos los habitantes alrededor del c?rculo de piedra. Cora y Aidan estaban a su lado, lo que era un apoyo, pero todos los dem?s estaban tan decididos en su contra que no parec?a bastar. —Sof?a nos mand? para convenceros de que volv?is a Ashton —dijo Emelina, centr?ndose en el lugar donde Asha y Vincente estaban sentados. ?Cu?ntas veces hab?a tenido all? esta discusi?n? Hab?a sido necesario todo este tiempo para llegar al punto en el que hablaran de esto juntos en el c?rculo. —No era necesario que regresarais al Hogar de Piedra tras la batalla. Ella est? construyendo un reino donde los de nuestra especie somos libres y no tenemos nada que temer. —Siempre habr? algo que temer mientras existan los que nos odian —replic? Asha—. Podr?a haber ordenado que cerraran las iglesias de la Diosa Enmascarada. Podr?a haber hecho colgar a los asesinos de la misma por sus cr?menes. —Y eso hubiera hecho que la guerra civil empezara de nuevo —dijo Cora, que estaba al lado de Emelina. —Es mejor tener una guerra que vivir al lado de quien nos odia —dijo Asha—. Quien nos ha hecho estas cosas nunca, nunca, puede ser perdonado. Vincente lo dijo con palabras m?s comedidas, pero no fue mucho m?s ?til. —Este es un lugar en el que hemos construido una comunidad, Emelina. Este es un lugar en el que podemos estar seguros de que estamos a salvo. No tengo ninguna duda de que Sof?a tiene buenas intenciones, pero eso no es lo mismo que poder cambiar las cosas. Emelina tuvo que reprimir la necesidad de gritarles por ser tan est?pidos. Cora debi? de verlo, pues le puso una mano sobre el brazo a Emelina. —Todo ir? bien —susurr?—. Acabar?n viendo lo que es sensato. —A lo que t? le llamas «sensato» —grit? Asha desde el otro lado del c?rculo de piedra— yo le llam? traici?n a nuestro pueblo. Es aqu? donde estamos a salvo, no por ah? fuera en el mundo. Emelina le lanz? una mirada furiosa. Asha no pod?a haber o?do el susurro de Cora desde all?, lo que significaba que hab?a le?do su mente. Eso era m?s que irrespetuoso, era peligroso, especialmente porque Asha hab?a sido la que hab?a ense?ado a Emelina c?mo se sacaban los recuerdos de alguien. —La gente es libre de ir y venir si lo desea —dijo Vincente—. Si Sof?a realmente aporta un reino en el que los de nuestra especie somos libres, la gente vendr? por su propia voluntad, sin necesidad de enviados. —Y hasta entonces, ?qu? impresi?n dar?? —contest? Emelina—. ?Qu? impresi?n dar? que todos los que tienen dones est?n escondidos, como si estuvieran avergonzados? ?Parecer? que no somos una amenaza o dar? lugar a que la gente asegure que estamos conspirando en secreto? ?A que vuelvan a aparecer los viejos rumores? La parte m?s complicada de la multitud que los rodeaba era que para Emelina era imposible calcular qu? efecto estaban teniendo sus palabras. Con otro p?blico hubiera podido llegar a la sensaci?n de sus pensamientos o, por lo menos, escucharlos hablar entre ellos. Aqu?, las conversaciones eran cosas silenciosas que iban y ven?an como un parpadeo, lo suficientemente bien dirigidas para que ella no formara parte de ello. —Tal vez teng?is raz?n —dijo Vincente. —No, no la tienen —respondi? Asha—. Son ellos los que han hecho que estemos menos a salvo, haciendo que la gente supiera d?nde estamos. —No se lo hemos dicho a nadie —dijo Cora. Asha resopl?. —Como si no pudieran haberlo sacado de vuestra cabeza. Si no os mandara la reina, os sacar?a todos los pensamientos por ello. —No —dijo Aidan, poniendo una mano protectora sobre el hombro de Cora—. No lo har?as. Vincente se puso de pie, su altura era m?s que impresionante para calmar las cosas. —Ya est? bien de peleas. Asha, las nuevas defensas ser?n m?s que suficientes para protegernos, incluso si nos encuentran. En cuanto al resto… sugiero una visi?n. —?Una visi?n? —pregunt? Emelina. Vincente hizo un gesto que inclu?a a la multitud que los rodeaba. —Unamos nuestras mentes y veamos qu? resultado tendr? cada una de las acciones. No es perfecto, pero nos ayudar? a decidir qu? debemos hacer. La idea de unir su mente a tantas otras era preocupante, pero si esto le proporcionaba la posibilidad de convencerlos, Emelina no iba a contenerse. —De acuerdo —dijo—. ?C?mo lo hacemos? «Sencillamente, conecta tu mente a las de los otros» —mand? Vincente—. «Est?n esperando». Emelina contact? con su don y ahora pod?a sentir que las mentes de los que estaban en el c?rculo la esperaban. Ahora se mostraban abiertos de un modo en el que no hab?an estado antes. Respir? profundamente y se zambull? entre ellos. Era y no era ella, tanto una mota individual de pensamientos como la nube m?s grande que los llevaba juntos a la deriva. Con tantos de ellos en un mismo lugar, hab?a m?s poder aqu? que el que una persona pudiera haber pose?do nunca. Ese poder se dirig?a a un centro y Emelina notaba que Vincente la guiaba con la mano, con lo que sospechaba que era una habilidad nacida de una latga pr?ctica. «Concentraos en el futuro» —mand?—. «En ver lo que pasar? si…» No fue m?s all?, pues en ese momento una visi?n se apoder? de ellos con la fuerza de un incendio forestal. En su visi?n s? que hab?a fuego. Parpadeaba sobre los tejados de Ashton, consumiendo, destrozando. Unos soldados vestidos con uniformes color ocre marchaban por las calles, matando a su paso. Emelina o?a a mujeres chillando dentro de las casas, ve?a c?mo asesinaban a los hombres mientras hu?an en las calles. La visi?n parec?a flotar en las calles, sin apenas darles tiempo a asimilar la matanza mientras se dirig?an a palacio. A su alrededor, la destrucci?n de Ashton hac?a que a Emelina le doliera verlo. La matanza era espantosa, pero curiosamente, la p?rdida de los lugares en los que hab?a crecido era casi igual de mala. Ver las barcazas quemando en el r?o le hizo pensar en la barcaza en la que ella intent? escapar de la ciudad. Ver el mercado lleno de cad?veres en lugar de puestos le romp?a el coraz?n. Llegaron al palacio y el Maestro de los Cuervos estaba esperando. No hab?a ninguna duda de qui?n era, con su largo abrigo anticuado y sus p?jaros volando en c?rculos. Incluso en esta imagen, el verlo hac?a estremecer a Emelina, pero no pod?a apartar la mirada. Observaba c?mo marchaba por palacio, matando con tal facilidad que casi parec?a no tener importancia para ?l. La imagen cambi? y ?l estaba en un balc?n, con un beb? en brazos. Por instinto, Emelina supo que era la hija de Sof?a. Ten?a un brillo que le recordaba los pensamientos de Sof?a y Emelina quer?a alargar el brazo para proteger a la ni?a. Pero aqu? no hab?a nada que pudiera hacer, excepto observar al Maestro de los Cuervos levantando a la beb?, mientras la sosten?a por encima de su cabeza. Cuando los cuervos bajaron a comer… Emelina respiraba con dificultad cuando volvi? de golpe a su cuerpo, con el coraz?n acelerado. Alrededor del c?rculo, ve?a a otras personas mirando hacia arriba, aturdidas o sobresaltadas. Sab?a que hab?an visto las mismas cosas que ella. De eso se trataba. —Tenemos que ayudarles —dijo Emelina, en cuanto tuvo suficiente aliento para hacerlo. —?Qu?? —pregunt? Cora—. ?Qu? est? pasando? —El Maestro de los Cuervos va a quemar Ashton —dijo Emelina—. Va a matar al beb? de Sof?a. Lo vimos en una visi?n. Al instante, Cora fij? su expresi?n. —Entonces debemos detenerlo. —Emelina vio que echaba un vistazo al c?rculo de gente—. Debemos detenerlo. —?Quieres que m?s de los nuestros mueran por vosotros? —exigi? Asha desde el otro extremo del c?rculo—. ?No cayeron los suficientes para darle el trono a vuestra amiga? —Yo he o?do hablar de este hombre —dijo Vincente—. Ser?a peligroso ir en su contra. Esto es pedir demasiado. —?Es pedir demasiado que ayud?is a salvar a una ni?a? —exigi? Emelina, oyendo c?mo alzaba su voz. —No es nuestra hija —dijo Asha. A su alrededor, el c?rculo zumbaba con pensamientos. Eso solo sirvi? para que Emelina se enojara m?s, pues esto le recordaba cu?nto poder hab?a en el Hogar de Piedra. —?No es vuestra? —replic? Emelina—. Ella ser? la heredera al trono. Si alguna vez quer?is que esto sea vuestro reino en lugar de un sitio del que esconderos, ella es responsabilidad vuestra tanto como de cualquiera. Vincente neg? con la cabeza. —?Qu? querr?ais que hici?ramos nosotros? No podemos luchar contra todo el Nuevo Ej?rcito de Ashton. —Entonces traed aqu? a la ni?a —respondi? Emelina—. Bueno, traed a todo el mundo aqu?. Puede que Ashton caiga, pero este es un sitio seguro. De hecho, se plane? para que fuera seguro. T? mismo dijiste que hab?a nuevas defensas. —Defensas para nosotros —respondi? Asha—. Muros de poder que conlleva un gran esfuerzo mantener. ?Debemos defender una ciudad llena de gente que no puede contribuir a ello? ?Qu? siempre nos ha odiado? Entonces Cora dio su opini?n: —Cuando vine aqu?, me dijeron que el Hogar de Piedra era un lugar de acogida para todo aquel que lo necesitara, no solo para los que ten?an magia. ?Era mentira? Sus palabras fueron recibidas con silencio y Emelina pudo adivinar cu?l ser?a la respuesta incluso antes de que la diera Vincente. —Nos obligasteis a ir a una lucha —dijo—. Por nuestra voluntad no escogeremos otra. Dejaremos pasar esta y renaceremos de nuestras cenizas. No podemos ayudaros. —No quer?is —le corrigi? Emelina—. Y si no quer?is hacerlo vosotros, ya lo har? yo. —Ya lo haremos nosotras —dijo Cora. Emelina asinti?. —Si no quer?is ayudarnos, entonces iremos a Ashton. Nos encargaremos de que la beb? de Sof?a est? a salvo. —Morir?is —dijo Asha—. ?Pens?is que pod?is ir contra un ej?rcito? Emelina encogi? los hombros. —A lo mejor pens?is que me preocupa. —Esto es una locura —dijo Asha—. Deber?amos evitar que os fuerais por vuestra seguridad. Emelina entrecerr? los ojos. —?Crees que podr?ais? Sin esperar una respuesta, se levant? y se march? del c?rculo. No ten?a sentido discutir m?s y cada momento que esperaban era un momento en el que el beb? de Sof?a estaba en peligro. Ten?an que ir a Ashton. CAP?TULO CUATRO Sof?a no hab?a podido disuadir a nadie para que esta no fuera una boda fastuosa, aunque parec?a ser lo que los nobles antes de ella hubieran preparado. Pero al mirar al prado de palacio, se alegr? de no haber podido cancelarlo. Ver a tanta gente all?, sentir su disfrute solo hac?a que ella rebosara felicidad. —Hay mucha gente que quiere felicitarnos —dijo Sebasti?n, rode?ndola con el brazo. —Ya saben que yo sabr? si realmente lo sienten, ?verdad? —respondi? Sof?a. Se frot? la zona lumbar. Ten?a un profundo dolor que hac?a que deseara sentarse, pero tambi?n deseaba poder bailar con Sebasti?n, solo un poco. —Realmente lo sienten —dijo Sebasti?n. Se?al? hacia donde hab?a algunas de las mujeres nobles de la corte de pie, o bailando con la m?sica de instrumentos de cuerda y flautas—. Incluso se alegran por ti. Creo que les gusta vivir en una corte donde no tienen que fingir todo el rato. —Se alegran por nosotros —le corrigi? Sof?a. Lo tom? de la mano y lo llev? hacia un lugar del prado que serv?a de pista de baile. Dej? que Sebasti?n la tomara en sus brazos y los m?sicos que hab?a al lado los tomaron como referencia y bajaron un poco el ritmo del baile. A su alrededor, la gente giraba, mucho m?s en?rgicamente de lo que Sof?a ahora pod?a. Ahora el dolor de su espalda se hab?a extendido a la barriga y ella lo tom? como el momento en el que deb?a retirarse del baile. A un lado del prado, hab?an colocado dos sillas, bueno, dos tronos, para Sebasti?n y ella. Sof?a cogi? la suya con mucho gusto y Sienne fue corriendo a acurrucarse a sus pies. —Me recuerda un poco al baile en el que nos conocimos —dijo ella. —Existen diferencias —dijo Sebasti?n—. Para empezar, menos m?scaras. —Yo lo prefiero as? —dijo Sof?a—. La gente no deber?a tener la sensaci?n de que debe ocultar qui?nes son solo para divertirse. Tambi?n hab?a otras diferencias. Aqu? hab?a tanto gente com?n como nobles, un grupito de comerciantes hablando en un lado, la hija de una tejedora bailando con un soldado. Hab?a personas que hab?an sido contratadas como sirvientes, que ahora eran libres para unirse a las celebraciones en lugar de tener que servir en ellas. Varias chicas a las que Sof?a reconoc?a de la Casa de los Abandonados estaban apartadas a un lado y parec?an m?s felices de lo que nunca lo hab?an sido all?. —Sus majestades —dijo un hombre, acerc?ndose a ellos y haciendo una gran reverencia. Su vestimenta roja y dorada parec?a brillar en contraste con su piel oscura, mientras que sus ojos eran tan p?lidos que casi eran lavanda—. Yo soy el Alto Comerciante N’ka del Reino de Morgassa. Su magn?fica majestad les manda la enhorabuena con motivo de su boda y me ha ordenado viajar hasta aqu? para hablar de comercio con su reino. —Estar?amos encantados de hablar de ello —dijo Sof?a. El comerciante empez? a decir algo y una mirada a sus pensamientos dio a entender que ten?a pensado negociar todo un tratado en ese mismo momento, all? mismo—. Pero tendr? que ser despu?s del d?a de mi boda. —Por supuesto, su majestad. Me quedar? en Ashton un tiempo. —Por ahora, disfrute de las celebraciones —sugiri? Sof?a. El comerciante ofreci? una gran reverencia y se meti? de nuevo en la multitud. Como si su acercamiento hubiera dado permiso a todos los dem?s, unas cuantas personas m?s se dieron a conocer, desde nobles que buscaban promoci?n a comerciantes con bienes para vender o gente com?n que ten?a quejas. Cada vez, Sof?a dec?a lo mismo que le hab?a dicho al comerciante, con la esperanza de que eso bastara y que disfrutaran del resto de la noche. El que parec?a no estar disfrutando mucho de las celebraciones era Lucas. Estaba en un rinc?n con una copa de vino, rodeado de una selecci?n de mujeres nobles j?venes y guapas, pero aun as? no hab?a ninguna sonrisa en su cara. «?Est? todo bien» —le mand? Sof?a. Lucas sonri? en su direcci?n y, a continuaci?n, extendi? las manos. «Me alegro por Catalina y por ti, pero parece que todas las mujeres de aqu? se han tomado esto como una se?al de que yo deber?a casarme a continuaci?n y con ellas». «Bueno, nunca se sabe» —mand? de vuelta Sof?a—, «quiz?s resultar? que una de ellas es perfecta para ti». «Tal vez» —mand? Lucas, aunque no parec?a ni remotamente convencido. «No te preocupes, muy pronto saldremos de traves?a tras nuestros padres a trav?s de un terreno peligroso» —prometi? Sof?a— «y no tendr?s que lidiar con el espantoso asunto de las celebraciones reales». Como respuesta a eso, Lucas le dijo algo a una de las mujeres que ten?a cerca, extendi? una mano y la llev? hasta la pista de baile. Evidentemente, lo hizo a la perfecci?n, bailando con la elegancia y la gracia que seguramente ven?an de a?os de instrucci?n. El Oficial Ko, el hombre que lo hab?a criado, hab?a procurado que entrenara en ello con el mismo cuidado que con todo lo dem?s. Catalina y Will ya estaban all?, aunque parec?an estar tan absortos el uno en el otro que pr?cticamente ignoraban la m?sica. Seguramente no ayudaba que a su hermana se le diera mejor la espada que el baile, mientras que Sof?a dudaba que Will conociera muchas danzas formales de la corte. Ambos parec?an felices de estar uno en los brazos del otro, susurrando entre ellos y bes?ndose de vez en cuando. Sof?a no se sorprendi? del todo cuando salieron juntos a escondidas en direcci?n a palacio cuando nadie miraba; lo hicieron tan h?bilmente que Sof?a dudaba que alguien se hubiera dado cuenta. Una parte de ella deseaba que Sebasti?n y ella pudieran hacer lo mismo; al fin y al cabo, esta era su noche de bodas. Por desgracia, mientras que el nuevo encargado del ej?rcito pod?a evitar la atenci?n de la gente por un rato, Sof?a imaginaba que se dar?an cuenta si su reina y su rey se iban pronto de la fiesta. Lo mejor era disfrutar del momento mientras duraba y aceptar que todas esas personas hab?an venido porque quer?an desearles a Sebasti?n y a ella lo mejor. Sof?a volvi? a levantarse y se dirigi? hacia una de las mesas en las que la comida estaba dispuesta en grandes bandejas que podr?an haber dado de comer a cientos de personas m?s. Empez? a picar perdiz y jabal? asado, los d?tiles azucarados y otras delicias que nunca podr?a haber imaginado cuando era una ni?a en la Casa de los Abandonados. —?Sabes que podr?as hacer que un sirviente te trajera comida? —dijo Sebasti?n, aunque lo hizo con una sonrisa que a Sof?a le daba a entender que ?l ya sab?a cu?l ser?a la respuesta. —Todav?a se me hace extra?o ordenar a la gente que haga cosas por m? que puedo hacer yo sola —dijo. —Como reina, yo dir?a que deber?as acostumbrarte a ello —dijo Sebasti?n—, aunque creo que seguramente es bueno que no sea as?. Tal vez el reino entero ser?a mejor si la gente recordara qu? se siente cuando no eres el que da las ?rdenes. —Tal vez —le dio la raz?n Sof?a. Ahora estaba viendo que la gente los observaba y una mirada r?pida a los pensamientos de aquellos que ten?a alrededor le dio a entender que estaban esperando a que ella hablara. No lo ten?a planeado, pero aun as?, sab?a que no pod?a decepcionarles. —Amigos m?os —dijo, cogiendo una copa de zumo de manzana fresco—. Gracias a todos por venir a esta celebraci?n. Es maravilloso ver a tanta gente a la que Sebasti?n y yo conocemos y amamos y a muchos otros que espero que tendremos la oportunidad de conocer en los d?as venideros. Este d?a no hubiera sido posible sin todos vosotros. Sin amigos y sin ayuda, seguramente nos hubieran matado a Sebasti?n y a m? hace muchas semanas. No nos tendr?amos el uno al otro, ni tampoco a este reino. No tendr?amos la posibilidad de mejorar las cosas. Para todos vosotros. Alz? la copa para brindar, cosa que los otros que estaban all? pronto secundaron. En un impulso, se dio la vuelta y bes? a Sebasti?n. Eso provoc? unos v?tores que resonaron por los jardines y Sof?a decidi? que ellos no tendr?an que marchar a escondidas como Catalina y Will; si anunciaban que se iban, seguramente la gente los llevar?a de vuelta hasta sus aposentos. Tal vez deber?an intentarlo. Tal vez… Not? los primeros espasmos en lo profundo de su ser, sus m?sculos se contra?an con tanta fuerza que casi hac?an que Sof?a se doblara. Ella solt? un profundo gemido de dolor que la dej? con dificultades para respirar. —?Sof?a? —dijo Sebasti?n—. ?Qu? pasa? ?Est?s bien? Sof?a no pod?a contestar. Apenas pod?a mantenerse de pie cuando una nueva contracci?n de sus m?sculos le golpe? tan fuerte que ella grit?. A su alrededor, la multitud murmuraba, algunos parec?an evidentemente preocupados cuando la m?sica par? de golpe. —?Es veneno? —?Est? enferma? —No seas est?pido, es evidente que… Sof?a not? la humedad corriendo por sus piernas cuando rompi? aguas. Despu?s de tanto tiempo esperando, ahora parec?a que todo iba a suceder demasiado r?pido. —Creo… creo que viene el beb? —dijo ella. CAP?TULO CINCO Endi, Duque de Ishjemme, escuchaba el rechinar de las grandes estatuas mientras sus hombres las arrastraban hasta la orilla. Odiaba el ruido, pero le encantaba lo que esto representaba. Libertad para Ishjemme. Libertad para su pueblo. El d?a de hoy ser?a un s?mbolo y una se?al que la gente no olvidar?a. —Hace a?os que deber?amos haber destrozado las estatuas de los Danse —le dijo a su hermano. Oli asinti?. —Si t? lo dices, Endi. Endi percibi? el tono de duda. Le dio golpecitos en el hombro a su hermano y not? que este se encog?a—. ?No est?s de acuerdo, hermano? Venga, a m? me puedes decir la verdad. No soy ning?n monstruo que solo quiere a la gente diciendo que s?. —Bueno… —empez? Oli. —En serio, Oli —dijo Endi—. No deber?as tenerme miedo. T? eres mi familia. —Solo es que estas estatuas son parte de nuestra historia —dijo Oli. Ahora Endi lo comprend?a. Deber?a haber imaginado que su estudioso hermano odiar?a destrozar cualquier cosa conectada con el pasado, pero era eso, pasado, y Endi se encargaba de procurar que se quedara as?. —Controlaron nuestra patria durante demasiado tiempo —dijo Endi—. Mientras tengamos recordatorios de ellos colocados a lo largo de los fiordos junto a nuestros verdaderos h?roes, esto ser? una afirmaci?n de que pueden dar marcha atr?s siempre que quieran gobernarnos. ?Comprendes, Oli? Oli asinti?. —Comprendo. —Bien —dijo Endi e hizo una se?al a sus hombres para que empezaran su trabajo con hachas y martillos, haciendo a?icos las estatuas, reduci?ndolas a escombros que no servir?an m?s que para construir con ellos. Disfrutaba al ver c?mo destrozaban las im?genes de Lord Alfredo y Lady Cristina. Era un recordatorio de que Ishjemme ya no estaba en deuda con ellos o con sus hijos. —Las cosas cambiar?n, Oli —dijo Endi— y cambiar?n para mejor. Habr? casas para todos los que las necesiten, seguridad para el reino, un comercio mejor… ?C?mo est?n las cosas con el proyecto de mi canal? Era un plan atrevido intentar conectar los fiordos de Ishjemme, dada la cantidad de monta?as que hab?a en el interior de la pen?nsula, pero si sal?a bien, Ishjemme podr?a llegar a ser tan rico como cualquiera de los estados mercantiles. Esto tambi?n significaba que su hermano ten?a algo ?til que hacer, hacer un seguimiento de su proceso y asegurarse de que hubiera buenos mapas que usar. —Es dif?cil avanzar —dijo Oli—. Se necesitan muchos hombres para atravesar las monta?as y construir esclusas para los barcos. —Y mucho tiempo —dijo Endi—, pero lo conseguiremos. As? debe ser. Demostrar?a al mundo lo que Ishjemme puede ser. Demostrar?a a su familia lo mucho que la tradici?n hab?a sido un lastre para ellos. Con un proyecto como este a su nombre, seguramente todos sus hermanos y hermanas reconocer?an que ?l siempre deber?a de haber sido el heredero de su padre. —Ya hemos tenido que desviar varias secciones —dijo Oli—. Por el camino hay varias granjas y la gente se muestra reacia a dejar sus casas. —?Les has ofrecido dinero? —pregunt? Endi. Oli asinti?. —Tal y como tu dijiste y algunos se fueron, pero hay gente que ha vivido all? durante generaciones. —El progreso es necesario —dijo Endi, mientras el chasquido de los martillos continuaba—. Pero no te preocupes, pronto se resolver? el problema. Dieron una vuelta por all?, donde hab?a m?s hombres trabajando en los barcos. Endi insist?a en conocer todos los barcos que ahora llegaban al puerto. Hab?a pasado el tiempo suficiente tratando con esp?as y asesinos para saber lo f?cilmente que pod?an colarse. Observaba el progreso de los hombres mientras estos trabajaban para recolocar algunas de las embarcaciones que todav?a estaban atoradas en el agua. Ten?an que defender Ishjemme. —Endi, ?puedo hacerte una pregunta? —dijo Oli. —Claro que puedes, hermano —dijo Endi—. Aunque el listo eres t?. Supongo que no existen muchas cosas que puedas preguntarme que no hayas le?do en uno de tus libros. En realidad, Endi sospechaba que hab?a un mont?n de cosas que ?l sab?a y su hermano no, sobre todo acerca de los secretos que guardaba la gente o las cosas que hac?a la gente para conspirar contra otros. Ese era su mundo. —Se trata de Rika —dijo Oli. —Ah —respondi? Endi, ladeando la cabeza. —?Cu?ndo la dejar?s salir de sus aposentos, Endi? —pregunt? Oli—. Lleva semanas all? encerrada. Endi asinti? con tristeza. Su hermana peque?a estaba demostrando ser inesperadamente intransigente. —?Y qu? quieres que haga? No puedo dejarla ir mientras est? as? de rebelde. Lo mejor que puedo hacer es procurar que est? c?moda con la mejor comida y con su arpa. Si la gente ve su discrepancia a cada paso, esto nos hace parecer d?biles, Oli. —Aun as? —dijo Oli—, ?no ha sido suficiente? —No es lo mismo que mandarla sin cenar a la cama porque ha robado una de las mu?ecas de Frig —dijo Endi, sonriendo al pensar en Frig jugando con mu?ecas en lugar de espadas—. No puedo dejarla salir hasta que haya demostrado que se puede confiar en ella. Hasta que me jure lealtad, se queda all?. —Eso puede ser mucho tiempo —dijo Oli. —Lo s? —respondi? Endi, con un triste suspiro. No le gustaba encerrar a su hermana de esa manera, pero ?qu? otra cosa pod?a hacer? Un soldado se acerc? e hizo una reverencia. —Hemos tra?do los soldados que usted orden?, mi se?or. —Bien —dijo Endi. Mir? hacia su hermano—. Parece que vamos a tener una soluci?n para el problema del canal. Vamos, Oli. Los dirigi? hacia el lugar donde hab?an destrozado las estatuas, los escombros estaban en el suelo en fragmentos. All? hab?a unos cuantos hombres y mujeres, con las manos atadas. —Me han dicho que vosotros sois los que ten?is granjas en la ruta de nuestro nuevo canal —dijo Endi—. Y que os negasteis a vender vuestras propiedades a pesar de que yo intent? ser generoso. —?Son nuestras granjas! —opin? un hombre. —Y se trata de la prosperidad de todo Ishjemme —replic? Endi—. Todas las familias se beneficiar?n, incluidas las vuestras. Quiero ofreceros de nuevo el dinero. ?No veis que no ten?is elecci?n? —Un hombre siempre es libre de escoger su camino en Ishjemme —replic? otro de los granjeros. —S?, pero ese camino tiene consecuencias —dijo Endi—. Os dar? una ?ltima oportunidad. Como vuestro duque, os ordeno que abandon?is vuestras reclamaciones. —?Es nuestra tierra! —grit? el primer hombre. Endi suspir?. —Solo recordad que os dej? elegir. Negarse a acatar las ?rdenes de vuestro duque es traici?n. Hombres, ejecutad a los traidores. Sus hombres avanzaron, con las mismas hachas y martillos que hab?an usado para destrozar las estatuas en las manos. Destrozaban la carne con la misma facilidad. Puede que las estatuas no chillen, ni supliquen, ni hagan ruidos h?medos como borboteos, pero el chasquido de un hueso se acercaba mucho al chasquido de una piedra. Endi busc? con la mirada a su hermano y no le sorprendi? ver su cara p?lida. Su hermano no era tan fuerte como lo era ?l. —Ya s? que es duro, Oli —dijo, mientras se o?an m?s gritos de fondo—, pero debemos hacer lo que sea necesario si queremos hacer que Ishjemme sea fuerte. Si yo no hago las cosas crueles que deben hacerse, vendr?n otros y har?n cosas peores. —Como… como t? digas, hermano. Endi cogi? a su hermano por los hombros. —Por lo menos esto significa que ahora el camino est? despejado para los proyectos de construcci?n. Tengo raz?n al pensar que las tierras de un traidor son una prenda, ?verdad? —Yo… yo pienso que hay precedentes —dijo Oli. Endi pod?a o?r el temblor en su voz. —Encu?ntramelos —dijo Endi. —?Qu? sucede con las familias de estas personas? —dijo Oli—. Algunos tendr?n hijos. O padres. —Haz lo que creas que es mejor para cuidar de ellos —dijo Endi—. Siempre y cuando puedas apartarlos del camino antes de que empiece el trabajo. —As? lo har? —dijo Oli. Parec?a pensativo por un instante—. Mandar?… mensajes a las escuadras enseguida. —Procura que as? sea —dijo Endi. Observ? c?mo su hermano se marchaba a toda prisa, a sabiendas que Oli realmente no comprend?a la necesidad de todo esto. Este era el lujo que conllevaba el saber que nunca tendr?a poder. Rika ten?a el mismo lujo. Seguramente ellos dos hab?an sido los ?nicos de sus hermanos que nunca hab?an sido guerreros, que nunca hab?an tenido que lidiar con las duras realidades del mundo. Parte de la raz?n por la que Endi hab?a hecho todo esto delante de Oli era para asegurarse de que su hermano aprendiera lo que hac?a falta a veces. Era por su propio bien. Era por el bien de todos. Con el tiempo lo ver?an y, cuando lo hicieran, se lo agradecer?an. Incluso la bondadosa de Rika har?a una reverencia y admitir?a que todo lo que Endi hab?a hecho era para bien. En cuanto a todos los dem?s, o aceptaban lo que era necesario hacer o… Endi se levant? y escuch? el ruido de los martillos al caer un poco m?s. Al final, se lo agradecer?an. CAP?TULO SEIS Jan Skyddar debi? de haber sido la ?nica persona en toda Ashton que estaba triste el d?a de la boda de Sof?a y que tuvo que forzar una sonrisa, con el fin de no estropearles las cosas a Sebasti?n y a ella, y que tuvo que fingir que se alegraba por ella a pesar de que el dolor en su coraz?n amenazaba con romperlo en pedazos. Ahora que se hab?an ido a toda prisa porque iba a nacer su hijo, su hijo y el de Sebasti?n, era incluso peor. —?Querr?a bailar conmigo? —pregunt? una noble. La fiesta parec?a continuar alrededor de Jan, la m?sica volv?a a estar en su apogeo pues hab?a pasado de celebrar la boda de Sof?a a festejar a la inminente heredera al trono. La mujer era hermosa y gr?cil y vest?a de forma elegante. Si la hubiera conocido un a?o atr?s, Jan podr?a haber dicho que s? al baile y casi a todo lo que ella sugiriera. Hoy en d?a, no pod?a forzarse a hacerlo. No pod?a sentir nada al mirarla, pues hacerlo era como mirar una vela y compararla con el sol. Sof?a era la ?nica que importaba. —Lo siento —dijo, intentando ser amable, ser bueno, ser todas las cosas que deb?a ser—. Pero existe… alguien de quien estoy profundamente enamorado. —?Alguien le espera en Ishjemme? —dijo la noble, con una sonrisa pilla—. Eso significa que ella no est? aqu?. Alarg? la mano hacia uno de los encajes del jub?n de Jan y este la cogi? por la mu?eca suavemente pero con firmeza. —Como le dije —dijo con una sonrisa triste—, la quiero mucho. No se lo tome como un insulto, pero no me interesa. —Un hombre fiel —dijo la noble mientras se giraba para marcharse—. Sea quien sea, espero que sepa lo afortunada que es. —Como si las cosas fueran as? de sencillas —dijo Jan negando con la cabeza. Se mov?a por la fiesta intentando no ser el fantasma de la celebraci?n. Lo ?ltimo que quer?a era fastidiarle a alguien la alegr?a hoy y mucho menos a Sof?a. ?l pensaba que esta era la parte m?s dif?cil de quererla tanto: era imposible ser lo ego?sta que deber?a de haber sido con esto. Deber?a de haber sentido celos hacia Sebasti?n, deber?a de haberlo odiado con pasi?n. Deber?a estar enfadado con Sof?a por haber escogido a un hombre que la hab?a dejado de lado antes que a ?l. No pod?a hacerlo. Quer?a demasiado a Sof?a para hacer algo as?. M?s que cualquier otra cosa en el mundo, quer?a que ella fuera feliz. —?Est?s bien, Jan? —le pregunt? Lucas, que se acerc? con esa agilidad por la que daba gracias por no cruzar nunca espadas con ?l. Jan siempre hab?a pensado que luchaba bien, pero los hermanos de Sof?a eran algo completamente diferente. Quiz? ya estaba bien que la mente de Jan estuviera cerrada a que otros la leyeran, o entonces s? que podr?an haber luchado. Jan ten?a dudas de que Lucas se tomara bien el que ?l estuviera tan desesperadamente enamorado de su hermana. —Estoy bien —dijo Jan—. Tal vez haya demasiadas nobles intentando atraparme como un pescador ir?a tras un pez espada. —Yo he tenido el mismo problema —dijo Lucas—. Y cuesta estar de celebraci?n cuando, a la vez, est?s pensando en otra cosa. Por un instante, Jan pens? que Lucas deb?a de haber visto m?s all? de sus protecciones y haber visto cosas que no deber?a. Tal vez estuviera tan claramente escrito en su cara que no hiciera falta un lector de mentes para adivinarlo. —Me alegro por mis hermanas —dijo Lucas con una sonrisa—. Pero hay una parte de m? que quiere que nuestros padres est?n aqu? para presenciarlo todo y sabe que yo podr?a estar por ah? busc?ndolos. Tal vez podr?a haberlos tra?do hasta aqu? para que vieran la boda de Sof?a y el nacimiento de su nieta. —O tal vez hay veces en las que tenemos que ser fuertes y aceptar que las cosas no suceden como nosotros queremos —sugiri? Jan—. Y eso significa que tienes que estar aqu?. Aqu? para poder ver a tu sobrina o sobrino. —Sobrina —dijo Lucas—. Las visiones le quitan la gracia a adivinar. Pero tienes raz?n, Jan. Esperar?. Eres un buen hombre. Apret? con fuerza el brazo de Jan. —Gracias —dijo Jan, aunque a veces ni ?l mismo estaba seguro de cre?rselo. Un hombre verdaderamente bueno no tendr?a la esperanza de que Sof?a acabara dejando todo esto a un lado, para quererlo a ?l de la misma forma que ?l la amaba a ella. —Bueno —dijo Lucas—, yo te buscaba porque te lleg? un mensaje por p?jaro. El chico que te lo trajo de la pajarera est? all?. Jan mir? hacia donde estaba el hombre, al lado de una de las mesas del banquete, cogiendo trocitos de comida como si no estuviera seguro de si realmente era para gente como ?l. —Gracias —dijo Jan. —De nada. Deber?a volver con Sof?a. Quiero estar ah? cuando mi sobrina llegue a este mundo. Lucas se march? y dej? a Jan, que se dirigi? hacia el mensajero. El chico parec?a sentirse un poco culpable cuando Jan se acerc?, pues se meti? un pastelito en la boca y lo mastic? a toda prisa. —No tienes de qu? preocuparte —dijo Jan—. La fiesta es para todos, t? incluido. Hay algunas cosas que todo el mundo deber?a poder celebrar. —S?, mi se?or —dijo el chico. Le pas? una nota—. Lleg? esto para usted. «Jan, Endi ha tomado Ishjemme. Est? matando a gente. Rika es su prisionera. Yo tengo que hacer lo que ?l dice. Necesitamos ayuda. Oli». La nota dej? a Jan helado. No quer?a cre?rselo. Endi nunca har?a algo as?. ?l nunca traicionar?a a Ishjemme de esta manera. Pero Oli nunca mentir?a y Endi… bueno a ?l siempre le hab?a gustado fisgonear en las sombras y la forma en que muchos de sus barcos hab?an regresado a media batalla de Ashton hab?a sido sospechosa. Aun as?, la idea de que su hermano hubiera montado un golpe de estado era dif?cil de entender. Si este mensaje lo hubiera mandado cualquier otra persona, Jan le hubiera llamado mentiroso. Tal y como hab?an ido las cosas… no sab?a qu? hacer. —No puedo cont?rselo a los dem?s —se dijo a s? mismo. Si se lo contaba a sus hermanos, estos querr?an volver apresuradamente para asegurarse de que Ishjemme estaba a salvo. Pero eso privar?a a Sof?a del apoyo que necesitaba desesperadamente. Pero no pod?a ignorar un mensaje como este. Eso quer?a decir que ten?a que volver a casa. Jan no quer?a ir a casa. Quer?a estar aqu?, lo m?s cerca posible de Sof?a. Quer?a estar aqu? por si hab?a m?s violencia, por si ella o sus hermanos lo necesitaban. Ashton se estaba recuperando de los conflictos que la hab?an destrozado y dejarla ahora daba la sensaci?n de abandonarla. Daba la sensaci?n de abandonar a Sof?a. —Sof?a no me necesita —dijo Jan. —?C?mo dice, mi se?or? —pregunt? el mensajero. —Nada —dijo Jan—. ?Puedes llevar un mensaje de mi parte…? Ll?vaselo a Sof?a cuando pueda o?rlo. Ll?vale el mensaje que me diste y dile que me he ido a encargarme de unas cosas. Dile que… —No pod?a decir ninguna de las cosas que quer?a decir entonces —. Dile que pronto regresar?. —S?, mi se?or —dijo el mensajero. Jan parti? en direcci?n a los muelles. Los barcos de la invasi?n todav?a estaban all? y, si ped?a ayuda, algunos de ellos escuchar?an. No se llevar?a muchos, no podr?a soportar el pensar que dejaba a Sof?a desprotegida, pero necesitar?a alguna muestra de fuerza si ten?a que convencer a su hermano de que diera marcha atr?s. Ahora mismo Sof?a no le necesitaba, pero al parecer, su hermano y hermana peque?os s?. Por mucho que Jan odiase dejar Ashton, no pod?a ignorar eso. No pod?a quedarse sin hacer nada mientras Endi tomaba Ishjemme por la fuerza. Ir?a hasta all?, descubrir?a lo que estaba pasando realmente y se encargar?a de ello. Tal vez cuando hubiera acabado con esto, ya habr?a decidido qu? hacer respecto a la mujer que amaba. CAP?TULO SIETE Sof?a estaba tumbada sobre la cama tal y como la matrona le hab?a pr?cticamente ordenado, las sirvientas se amontonaban a su alrededor y, sinceramente, eran tantas como para que ella se preguntara si realmente una reina ten?a algo de intimidad. De haber tenido el aliento para hacerlo, les hubiera ordenado que salieran. No pod?a ni pedirle a Sebasti?n que lo hiciera, pues la matrona hab?a sido muy clara con que no habr?a hombres en la sala, ni tan solo reyes. —Lo est? haciendo bien —le asegur? la matrona, aunque Sof?a pod?a ver las preocupaciones en su mente; las preparaciones para cientos de cosas diferentes que pod?an salir mal. Era imposible contener sus poderes en ese momento, los pensamientos la inundaban en olas que parec?an ir a la par con sus contracciones. —Estoy aqu? —dijo Catalina, entrando apresuradamente a la habitaci?n. Ech? un vistazo a la gente que hab?a all?. «?Qui?nes son toda esta gente?» —le mand? a Sof?a. «No los quiero aqu?» —consigui? mandar Sof?a a trav?s de su dolor—. «Por favor, Catalina». —Muy bien —grit? Catalina, con una voz que seguramente era m?s adecuada para su nuevo papel—. ?Salid todos, a excepci?n de la matrona y de m?! No, sin discusi?n. Esto es un nacimiento, no una representaci?n p?blica. ?Fuera! El hecho de que tuviera la mano sobre la empu?adura de su espada seguramente ayud? a que la gente se moviera y, en menos de un minuto, la habitaci?n estaba vac?a con excepci?n de ellas tres. —?Mejor? —pregunt? Catalina, tom?ndole la mano. —Gracias —dijo Sof?a y, a continuaci?n, chill? cuando una nueva ola de dolor la golpe?. —Hay algunas hojas de valeriana all?, en un cuenco —dijo la matrona—. Ayudar?n con el dolor. Al deshacerse de todas las sirvientas, pens? que se ofrec?a voluntaria para ayudarme, su alteza. —Sof?a no las necesitar? —dijo Catalina. Sof?a desde luego sent?a que s? que las necesitaba, pero entend?a lo que quer?a decir su hermana. Catalina toc? su mente y tambi?n not? a Lucas, los dos trabajaban juntos para alejar a su mente del dolor, fuera de los confines de su cuerpo. «Estamos aqu? para ti» —mand? Lucas— «y tambi?n lo est? tu reino». Sof?a sent?a el reino a su alrededor, del modo en el que solo lo hab?a hecho unas cuantas veces. La conexi?n era indiscutible. No era solo su reina, era parte de ?l, en armon?a con el poder vivo de todo lo que respiraba dentro de sus fronteras, con la energ?a del viento y de los r?os, con la fuerza tranquila de las colinas. La voz de la matrona se o?a vaga a lo lejos. —Con la pr?xima contracci?n, tiene que empujar, su majestad. Prep?rese. Empuje. «Empuja, Sof?a» —mand? Catalina. Sof?a sent?a que su cuerpo reaccionaba, a pesar de que ahora parec?a estar en alg?n lugar lejano, tan lejos que el dolor que parec?a estar esperando parec?a algo que le estuviera sucediendo a otra persona. «Tienes que empujar m?s» —mand? Catalina. Sof?a hac?a todo lo que pod?a y o?a gritos de dolor que imaginaba que eran suyos, a pesar de que daba la sensaci?n de que a ella no le afectaban. Sin embargo afectaban al reino. Ve?a nubes de tormenta reuni?ndose por encima de ella, sent?a que la tierra se mov?a por debajo. Con tan poco control como ten?a de esa conexi?n, no pod?a detener ese crecimiento turbulento. Las nubes de tormenta estallaron en un torrente de lluvia que hizo que los r?os crecieran y empaparan a la gente de all? abajo. La tormenta fue breve y potente, el sol regres? tan r?pidamente al cielo que fue como si nunca hubiera sucedido, tras ella se despleg? un arco?ris. «Ahora puedes volver a ti, Sof?a» —mand? Lucas—. «Mira a tu hija». Catalina y ?l la atrajeron, repleg?ndola hacia ella misma de modo que estaba de nuevo mirando a la habitaci?n, respirando con dificultad mientras la matrona estaba un poco alejada, envolviendo ya una peque?a silueta en una faja. Ahora Lucas estaba all?, evidentemente ignorando la orden de la matrona. Sof?a sinti? que una ola de alegr?a la sobrepasaba al o?r que su hija lloraba por ella, balbuceando en el modo en el que lo hac?an los beb?s cuando quer?an a sus madres. —Parece que est? fuerte —dijo Catalina, tomando a la beb? con una delicadeza sorprendente y esper? a que se fuera la matrona para d?rsela a Sof?a para que la cogiera. Sof?a alarg? los brazos hacia su hija y baj? la mirada hacia unos ojos que parec?an abarcar el mundo entero. Ahora mismo, el mundo entero era su hija. La visi?n golpe? a Sof?a con tanta rapidez que la dej? sin aliento. «En la sala del trono hab?a una joven pelirroja, los representantes de un centenar de tierras se arrodillaban ante ella. Caminaba por las calles dando largos pasos, repartiendo pan para los pobres, cogiendo flores tiradas a sus pies para, sin dejar de re?r, poder hacer con ellas una corona para un grupo de ni?os. Alarg? el brazo para coger una flor marchita y la devolvi? a un buen estado… »… Atravesaba el campo de batalla dando largos pasos, espada en mano, clav?ndosela a los moribundos para acabar con sus intentos de aferrarse a la vida. Extendi? el brazo hacia un joven y le quit? la vida y dio de comer con ella al gran pozo de poder que le permitir?a sanar a sus tropas… »… Bailaba en el centro del baile, riendo mientras daba vueltas, era evidente que los que la rodeaban la amaban. Los artistas trabajaban a un lado de la sala con un poco de todo, desde pintura a piedra o a magia, y creaban obras tan bellas que casi dol?an los ojos al mirarlas. Dej? entrar a los pobres a la fiesta, no como caridad, sino porque ella no ve?a ninguna diferencia entre dar de comer a sus amigos y dar de comer a cualquiera que tuviera hambre… »… Estaba en el borde de un foso de batalla, ante un grupo de nobles que temblaban mientras se arrodillaban y alzaban la vista hacia ella con una mezcla de miedo y odio. Al verlo, Sof?a hizo una mueca de dolor. »Me traicionasteis —dijo con una voz de una belleza casi perfecta—. « Podr?ais haberlo tenido todo y lo ?nico que ten?ais que hacer era seguir mis ?rdenes. »?Y no ser mucho m?s que esclavos! —dijo uno de los hombres. »Ella se les acerc?, espada en mano. —Esto debe de tener un precio. Se acerc? y la matanza empez? mientras a su alrededor la multitud cantaba a coro una palabra, un nombre, una y otra vez: «Cristina, Cristina». Sof?a volvi? en s? misma de golpe y mir? fijamente a su hija, sin comprender lo que hab?a pasado. Ahora entend?a la sensaci?n de una visi?n real, pero no comprend?a qu? significaba todo esto. Parec?an dos series de visiones a la vez, en contradicci?n la una con la otra. Las dos no pod?an ser ciertas, ?verdad? —Sof?a, ?qu? pasa? —pregunt? Catalina. —Tuve… una visi?n —dijo Sof?a—. Una visi?n sobre mi hija. —?Qu? tipo de visi?n? —pregunt? Lucas. —No lo entiendo —dijo Sof?a—. La vi y la mitad del tiempo estaba haciendo cosas hermosas, maravillosas, y el resto… era cruel, muy malvada. «Mu?stranoslo» —sugiri? Catalina. Sof?a hizo lo que pudo y les mand? a los dos las im?genes de la visi?n. Aun as?, ten?a la sensaci?n de que no pod?a mandarles todo su sentido. No pod?a transmitir todo lo maravilloso y terror?fico que parec?a, lo poderosamente real que era todo aquello, incluso comparado con otras visiones que hab?a tenido. —?Puedo tocar su mente? —pregunt? Lucas cuando Sof?a lo hubo hecho. Sof?a asinti?, pues imagin? que ?l estaba buscando alg?n indicio de que su hija no fuera lo que aparentaba ser. Despu?s de lo que hab?a intentado hacer Siobhan, cuando intent? apropiarse su forma no nacida, y las expectativas eran aterradoras. —Sigue siendo ella —dijo Lucas—, pero puedo sentir que el poder est? ah?. Creo que va a ser m?s fuerte que todos nosotros. —Pero ?qu? significan las visiones? —les pregunt? Sof?a. Su hija, a la que ten?a en brazos, parec?a perfecta. Sof?a no pod?a imaginarla acechando a trav?s de un campo de batalla, absorbiendo la vida de las personas tal y como podr?a hacerlo el Maestro de los Cuervos con sus p?jaros. —Tal vez sean posibilidades —sugiri? Catalina—. Siobhan sol?a hablar de mirar a los hilos del futuro y escoger las cosas que har?an que sucedieran otras cosas. Quiz? estas sean las dos formas en las que pueda acabar su vida. —Pero nosotros no sabemos qu? hace que todo cambie —dijo Sof?a—. No sabemos c?mo asegurarnos de que pasen las cosas buenas. —Ed?cala con amor —dijo Lucas—. Ens??ale bien. Ay?dala a moverse hacia la luz, no hacia la oscuridad. La peque?a Cristina tendr? poder, hagas lo que hagas, pero t? puedes ayudarla a usarlo bien. Sof?a retrocedi? al escuchar el nombre. Puede que hubiera sido el de su madre, pero tras la visi?n, no pod?a pon?rselo a su hija y no lo har?a. —Nada de Cristina —. Pens? en las flores que le hab?a visto trenzar a su hija en la calle—. Violeta. Le llamaremos Violeta. —Violeta —dijo Catalina con una sonrisa, mientras le daba un dedo al diminuto beb? para que lo cogiera—. Ya es fuerte, como su madre. —Tal vez como su t?a —respondi? Sof?a. Su sonrisa se apag? un poco—. No le dig?is nada de esto a Sebasti?n, por favor, ninguno de los dos. No debe llevar la carga de este conocimiento. De en lo que puede convertirse ella. —Yo no se lo contar? a nadie si t? no quieres que lo haga —le asegur? Lucas. —Yo tampoco —dijo Catalina—. Si alguien puede educarla para que sea buena persona, esa eres t?, Sof?a. Y nosotros estaremos aqu? para ayudar. —As? es —dijo Lucas. Sonri? para s? mismo—. Tal vez yo tenga la oportunidad de hacer el papel del Oficial Ko y transmitirle algunas de las cosas que ?l me ense??. Parec?an tan seguros de que las cosas ir?an bien, que Sof?a quer?a creerlo. Aun as?, una parte de ella no pod?a olvidar las cosas que hab?a visto. Su hija le sonre?a con completa inocencia. Sof?a deb?a de asegurarse de que continuar?a as?. CAP?TULO OCHO Enrique d’Angelica, hijo mayor de Sir Hubert y Neeme d’Angelica, ten?a el que supon?a que era el trabajo m?s duro del reino ahora mismo: intentar ablandar a sus padres en relaci?n a todo lo que hab?a sucedido en el reino en las ?ltimas semanas. —Ianthe est? desconsolada, por supuesto —dijo su madre, entre l?grimas, como si fuera una noticia que su t?a estuviera triste por la muerte de su hija. A su padre se le daba mejor enfurecerse que estar triste y dio un pu?etazo a la madera de la chimenea con su mano arrugada. —Qu? cosas le hicieron esos b?rbaros… ?sab?ais que pusieron la cabeza de la chica en un pincho? Enrique hab?a escuchado el rumor, junto con cientos de otros, en su mayor parte repetidos por sus padres. Poco m?s hab?a consumido la casa desde la invasi?n. Hab?an acusado de traici?n a Angelica equivocadamente. Una multitud la hab?a destrozado, o colgado, o decapitado. Los invasores hab?an corrido por las calles, masacrando a todo aquel que vistiera los colores reales. Se hab?an puesto del lado del hijo que hab?a asesinado a la vieja reina… —Enrique, nos est?s escuchando, ?verdad? —pregunt? su padre. En teor?a, Enrique no deber?a de haberse encogido de miedo. Ten?a diecinueve a?os, era un hombre hecho y derecho. Era alto y fuerte, era bueno con la espada y a?n mejor disparando. Aun as?, hab?a algo en la voz de su padre que lo convert?a de nuevo en un ni?o peque?o. —Lo siento, Padre, ?qu? dec?a? —pregunt? Enrique. —Dije que debemos de hacer algo —repiti? su padre, con evidente mala gana. —Como usted diga, Padre —dijo Enrique. Su padre le lanz? una mirada furiosa. —Sinceramente, he hecho de ti un hombre con una coraza insulsa. No como tu prima. —Ya est?, mi amor… —empez? su madre, pero con el poco entusiasmo que normalmente lo hac?a. —Est? bien, es cierto —dijo bruscamente su padre, paseando ante la chimenea como un guardia ante la puerta del castillo. No porque un hombre tan importante como Sir Hubert hubiera entendido la comparaci?n—. El chico no puede ce?irse a nada. ?Por cu?ntos tutores ha pasado de ni?o? Despu?s vino el cargo con aquella compa??a militar que de la que tuve que comprar su parte y el asunto de que se uniera a la Iglesia de la Diosa Enmascarada… Enrique no se molest? en se?alar que todo eso se hab?a debido a sus padres. Hab?a habido tantos tutores porque su padre ten?a la costumbre de despedirlos cada vez que le ense?aban algo con lo que ?l no estaba de acuerdo, as? que Enrique se hab?a educado a s? mismo principalmente en la biblioteca de su casa. Por otro lado, su padre hab?a sido el que decidi? que un cargo en una compa??a libre no era un lugar para su hijo, mientras que el asunto con la iglesia incluso hab?a sido idea del anciano, hasta que entendi? que eso significar?a que Enrique nunca podr?a dar a la familia el heredero que esta necesitaba. —Est?s so?ando despierto otra vez —dijo su padre bruscamente—. Tu prima no lo har?a. Ella hizo algo con su vida. ?Ella se cas? con un rey! —Y casi se casa dos veces con un pr?ncipe —dijo Enrique, sin poder reprimirse. Vio que su padre se pon?a blanco por el enojo. Enrique conoc?a esa expresi?n y sab?a lo que auguraba. Hab?a visto esa expresi?n muchas veces mientras se iba haciendo mayor y tuvo que quedarse sin hacer nada, sin encogerse ante las bofetadas o los golpes que ven?an a continuaci?n. Se arm? de valor para hacer lo mismo hoy. En lugar de eso, cuando su padre intent? golpearle, Enrique movi? la mano casi de forma autom?tica para cogerle el brazo y apret? tan fuerte que le hizo un morat?n al inmovilizarle la mu?eca a su padre, mir?ndole fijamente. Dio un paso atr?s y dej? caer el brazo de su padre. Sir Hubert se frot? la mu?eca. —?Quiero que te vayas de mi casa! ?Aqu? ya no eres bienvenido! —Creo que tiene raz?n —dijo Enrique—. Debo irme. Si me disculpa… Se sent?a extra?amente tranquilo cuando dej? la habitaci?n y se dirigi? hacia su habitaci?n, la que hab?a tenido desde ni?o. All?, empez? a recoger cosas, pensando en lo que necesitar?a y en qu? har?a a continuaci?n. Enrique conoci? muy poco a su prima en vida. Hab?a quien dec?a que con su pelo dorado, sus profundos ojos azules y sus hermosos rasgos realmente se parec?a un poco a ella, pero Enrique nunca lo hab?a podido ver. Tal vez solo fuese que Angelica siempre hab?a sido el ejemplo que ?l hab?a estado esperando. Ella era m?s inteligente, o sab?a entenderse mejor con la gente, o ten?a m?s ?xito en la corte. Enrique no estaba seguro de que ninguna de esas cosas fuera cierta. Normalmente, antes de que su padre se deshiciera de ellos, a los tutores de Enrique les hab?a sorprendido lo r?pido que aprend?a, adem?s de que siempre hab?a tenido facilidad para hacer que la gente hiciera lo que ?l necesitaba. Su falta de ?xito en la corte hab?a sido causada principalmente por su falta de inter?s. —Esto tendr? que cambiar —se dijo Enrique a s? mismo. Hab?a escuchado rumores sobre su prima, pero tambi?n hab?a sido lo suficientemente inteligente como para buscar informaci?n por su cuenta, pagando a hombres por lo que sab?an y bebiendo con los viajeros en la taberna de la ciudad. Por lo que hab?a entendido, Sebasti?n, el hijo del que se dec?a que hab?a matado a su madre, hab?a dejado de lado a su prima no una vez, sino dos. Entonces Angelica se hab?a apoyado en Ruperto, seguramente para asegurarse de que llegaba al trono, para descubrir que la invasi?n de Sof?a Danse convert?a en objetivo a cualquiera que estuviera conectado con la familia gobernante. —Y eso fue lo que la mat? —murmur? Enrique mientras cog?a ropa y dinero, pistolas y su vieja espada ropera de duelo. ?l no ten?a ninguna duda de que Angelica se hab?a metido en un mont?n de pr?cticas perversas para llegar donde acab?. Una parte de Enrique deseaba no entender c?mo funcionaban estas cosas, pero no era as?, e incluso alguien como ella no creci? para ser reina por accidente. De ni?a, siempre hab?a sido r?pida haciendo trampa o mintiendo en los juegos, siempre que parec?a que le pod?a aportar alg?n beneficio. Pero las cosas de las que se le acusaba… parec?an m?s la revisi?n de la historia por parte de alguien para parecer ellos inocentes. Eran una excusa para matarla, despejar el camino hacia el poder. Si fuera como su padre, Enrique enfurecer?a por la rabia e impotencia ante ello. Si fuera como su madre, romper?a a llorar ante ese horror a la vez que difund?a el chisme. Pero no era como ninguno de los dos. Era un hombre que hac?a lo que era necesario y eso era lo que ten?a que hacer. —El honor de la familia no es para menos —dijo Enrique mientras se levantaba y sopesaba su bolsa. Baj? las escaleras y se detuvo en la puerta que daba al sal?n principal. —Madre, Padre, me voy. No volver?. Deber?ais saber que vengar? la muerte de mi prima, cueste lo que cueste. No lo har? para que est?is orgullosos de m? porque, sinceramente, no me preocupa lo que pens?is. Lo hago porque es lo que se tiene que hacer. Adi?s. Cuando se despidieron apenas se inmutaron, pero Enrique vio que no ten?a nada mejor para ellos mientras sal?a de la casa ofendido, ignorando el llanto de su madre y las miradas furiosas de su padre. Lleg? al establo y escogi? la buena yegua color casta?o que siempre montaba, junto con un caballo pinto para que le llevara sus b?rtulos. Empez? a ensillarlos, conoc?a cada paso del proceso de memoria. En su mente, los pensamientos de sus padres ya hab?an pasado y se concentraba en las cosas que tendr?a que hacer en los d?as venideros, las alianzas que tendr?a que hacer, las luchas que tendr?a que ganar con la palabra, el oro y el acero. ?Realmente su nueva reina era uno de los Danses? Era posible, dados los rumores, pero aunque lo fuera, eso no le dar?a el derecho a tomar el trono. Eso le hab?a ca?do a Ruperto y a Angelica a trav?s de ?l. Ya que el ?nico miembro de los Flambergs que quedaba seguramente era culpable de traici?n, eso significaba… —S? —dijo Enrique, con una sonrisa triste por lo r?pido que se le hab?a ocurrido—, eso podr?a funcionar. No es que quisiera hacerlo. ?l no necesitaba un trono m?s de lo que hab?a deseado la posici?n sacerdotal que sus padres hab?an intentado imponerle. Sencillamente era una pieza necesaria de lo que estaba por llegar. Si entraba a la carga en Ashton e intentaba matar a la reina, y no ser?a m?s que un traidor. Aunque no pod?a permitir que los invasores de Ishjemme quedaran impunes. De un brochazo, hab?an deshecho todo el cuidadoso trabajo construido tras las guerras civiles. Hab?an deshecho el antiguo orden e instaurado uno nuevo donde la Asamblea de los Nobles se hab?a reestructurado al antojo de la gobernante, y donde pudieron ejecutar a su prima tan solo con la palabra de la reina. Enrique no pod?a tolerar eso. Pod?a hacer que las cosas fueran tal y como eran de nuevo. Pod?a hacerlas bien. Con eso en mente, parti? con su caballo. Necesitar?a ayuda para esto y, afortunadamente, Enrique sab?a exactamente d?nde encontrarla. CAP?TULO NUEVE A Sof?a, una semana no le parec?a tiempo suficiente. No era tiempo suficiente para pasar con su marido. No era tiempo suficiente para mimar a Violeta, que miraba dulcemente a Sof?a siempre que esta la sosten?a y que alargaba la mano hacia el pelaje de Sienne cuando el gato del bosque se acercaba. —No hace falta que nos vayamos tan pronto si t? no quieres —dijo Lucas, cuando estaban en los muelles, con la gente reunida a su alrededor para despedirles mientras esperaban ante el barco que los iba a llevar. El Alto Comerciante N’Ka esperaba a bordo y miraba hacia abajo sonriendo, seguramente por los cofres de bienes y las promesas de comercio que Sof?a le hab?a dado. —O podr?amos ir nosotros —dijo Catalina—. Nosotros podr?amos traer a nuestros padres hasta ti. Sof?a neg? con la cabeza. —S? que parece una locura hacerlo tan pronto y no hay palabras para expresar lo que duele dejar atr?s a Violeta, pero tengo la sensaci?n de que si vamos a encontrar a nuestros padres, tenemos que ser los tres. Por alguna raz?n se aseguraron de que el mapa solo se un?a para los tres. —Sin embargo, no tiene que ser ahora —dijo Lucas. —Si no es ahora, ?cu?ndo? —pregunt? Sof?a—. Tenemos paz por un tiempo. Sebasti?n puede mantener el reino unido y yo todav?a no estoy atrapada en los detalles de gobernar. Si lo dejo demasiado tiempo, puede que no lo haga nunca. «Adem?s, he visto lo mucho que te frustra esperar» —mand?—. «Quiero que seas feliz y quiero que Violeta tenga a sus abuelos». «Estoy seguro de que la mimar?n» —mand? Lucas en respuesta—. «Y los encontraremos». Sof?a se aferraba a esa certeza mientras se dirig?a hacia el lugar donde Sebasti?n estaba con su hija. Percib?a que ?l estaba intentando ser fuerte por ella, que deseaba que no se fuera o irse ?l. Lo bes? con ternura. —No estar? mucho tiempo fuera —dijo ella. —Cada momento se har? eterno —respondi? Sebasti?n—. Y el camino hacia el sur es muy largo. —El alto comerciante est? seguro de que el viaje hasta la costa no durar? m?s de una o dos semanas —dijo Sof?a, con la esperanza de que tuviera raz?n—. Despu?s de eso, el viaje hacia el interior podr?a durar otra semana, dos como mucho. Estar? otra vez contigo antes de que te des cuenta, junto con los abuelos de Violeta, si es que podemos encontrarlos. —Dos meses se har?n una eternidad —dijo Sebasti?n. Le pas? la mano por el pelo—. Pero s? lo feliz que te har? encontrar por fin a tus padres. Yo ir?a contigo, si pudiera. Sof?a sab?a que lo har?a y la idea de que toda la familia hiciera un viaje para encontrar a sus padres le provocaba un anhelo que dol?a, aunque sab?a que eso no pod?a suceder. —Uno de nosotros tiene que quedarse aqu? para hacer que las cosas funcionen. —Solo deseo poder asegurar que est?s a salvo —dijo Sebasti?n. Sof?a mir? hacia el barco, donde una mezcla de sirvientes y soldados de Ishjemme estaban buscando un lugar en cubierta—. Tengo a medio regimiento conmigo, junto con Sienne, Lucas y Catalina. Creo que soy yo la que debe preocuparse por ti sin que nos tengas a nosotros para cuidarte. —Har? todo lo que pueda para que no me vuelvan a encarcelar —prometi? Sebasti?n con una sonrisa que Sof?a le devolvi?. —Te quiero mucho —dijo, bes?ndolo de nuevo. Se inclin? hacia abajo para besar la frente de su hija—. Y a ti tambi?n te quiero. Cuando crezcas, te contaremos la historia de c?mo fuimos a buscar a tus abuelos para que pudieran verte. Dejaba muchas cosas atr?s en el reino. Su hija y su marido eran las m?s evidentes de entre ellas, pero tambi?n hab?a muchas otras. Sus primos estaban aqu?, Hans trabajando en la tesorer?a, Ulf y Frig en la hacienda de Monthys, Jan… bueno, a ?l no lo hab?a visto desde el d?a de su boda, pero esperaba que estuviera bien. Las diversas facciones del reino parec?an calmadas de momento. La Iglesia de la Diosa Enmascarada y la Asamblea parec?an estar tranquilas hasta ahora, mientras que el progreso para la gente que hab?a sido esclavizada bajo la Viuda ya hab?a empezado. A?n m?s, Sof?a confiaba en Sebasti?n. Si alguien pod?a hacer funcionar las cosas aqu? mientras ella no estaba, ese era ?l. Todos los nobles y la gente lo respetaban, mientras que ?l conoc?a todos los asuntos del gobierno mucho mejor que ella. Aun as?, dejarlos a ?l y a Violeta era lo m?s duro que hab?a hecho. —Vendr? lo antes que pueda —prometi?—. Aprender? a movilizar al viento para que empuje el barco m?s r?pido, si hace falta. No permitir? que nada nos separe mucho m?s tiempo del necesario. —Y cuando vuelvas, tendr?s historias que contar —dijo Sebasti?n con una sonrisa que Sof?a ve?a que no sent?a. Estaba siendo valiente por ella, pero a veces ser valiente bastaba. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=51923298&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.