*** Òâîåé Ëóíû çåëåíûå öâåòû… Ìîåé Ëóíû áåñïå÷íûå ðóëàäû, Êàê ñâåòëÿ÷êè ãîðÿò èç òåìíîòû,  ëèñòàõ âèøíåâûõ ñóìðà÷íîãî ñàäà. Òâîåé Ëóíû ïå÷àëüíûé êàðàâàí, Áðåäóùèé â äàëü, òðîïîþ íåâåçåíüÿ. Ìîåé Ëóíû áåçäîííûé îêåàí, È Áðèãàíòèíà – âåðà è ñïàñåíüå. Òâîåé Ëóíû – ïå÷àëüíîå «Ïðîñòè» Ìîåé Ëóíû - äîâåð÷èâîå «Çäðàâñòâóé!» È íàøè ïàðàëëåëüíûå ïóòè… È Ç

Un Trono para Las Hermanas

Un Trono para Las Hermanas Morgan Rice Un Trono para Las Hermanas #1 Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantas?a de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que har? que los aclamemos a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantas?a bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) De la escritora #1 en ventas Morgan Rice llega una nueva e inolvidable serie de fantas?a. En UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro uno), Sof?a, de 17 a?os y su hermana peque?a Catalina, de 15, est?n desesperadas por marchar de su horrible orfanato. A pesar de ser hu?rfanas, no deseadas y no queridas, sue?an con hacerse adultas en otro lugar, o con encontrar una vida mejor, aunque ello signifique vivir en las calles de la despiadada ciudad de Ashton. Sof?a y Catalina tambi?n son las mejores amigas y se tienen la una a la otra. Aun as?, quieren diferentes cosas de la vida. Sof?a, rom?ntica y m?s elegante, sue?a con entrar en la corte y encontrar a un noble del que enamorarse. Catalina, una luchadora, sue?a con dominar la espada, luchar contra dragones y convertirse en guerrera. Sin embargo, las dos est?n unidas por su poder secreto y sobrenatural de leer la mente de los dem?s, su ?nica gracia salvadora en un mundo que parece empe?ado en destruirlas. Cuando se lanzan cada una a su manera a una misi?n y aventura, luchan por sobrevivir. Enfrentadas con decisiones que ninguna puede imaginar, sus elecciones pueden empujarlas hasta el poder m?s alto o hundirlas en lo m?s profundo. Pronto se publicar? el Libro # 2 UNA CORTE PARA LOS LADRONES. Un libro de fantas?a lleno de acci?n que seguro que satisfar? a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficci?n para j?venes adultos devorar?n este ?ltimo trabajo de Rice y pedir?n m?s. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) UN TRONO PARA LAS HERMANAS (LIBRO 1) MORGAN RICE Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocal?ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice «Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita». --Books and Movie Reviews Roberto Mattos «Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s». --The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) «Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos». --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico». -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante». --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice EL CAMINO DE ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) UN TRONO PARA LAS HERMANAS UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1) UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2) UNA CANCI?N PARA LOS HU?RFANOS (Libro #3) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2) ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3) REBELDE, POBRE, REY (Libro #4) SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5) H?ROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) VAMPIRA, CA?DA ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA(Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Sab?as que he escrito m?ltiples series? ?Si no has le?do todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie! (http://www.morganricebooks.com/read-now/) ?Quieres libros gratuitos? Suscr?bete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gr?fica gratis ?y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita: www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) Derechos Reservados © 2017 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. ?NDICE CAP?TULO UNO (#ub2ed628e-0feb-5adb-b0b7-040eb680ed63) CAP?TULO DOS (#u50b9d5d1-8f4a-5587-9c3c-5ff0eeeabd5d) CAP?TULO TRES (#u50528cd3-e7a1-5238-a5e1-21b6a181566b) CAP?TULO CUATRO (#u138f4fba-39ab-5b2c-8682-cdaaed132661) CAP?TULO CINCO (#u6522daec-0267-58e6-8d4e-fe72a350151e) CAP?TULO SEIS (#u362ec290-6de6-531c-9722-03c4a1ddc84b) CAP?TULO SIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO OCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO NUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIEZ (#litres_trial_promo) CAP?TULO ONCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DOCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TRECE (#litres_trial_promo) CAP?TULO CATORCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO QUINCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTID?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTITR?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO UNO De todas las cosas que se pod?an odiar en la Casa de los Abandonados, la muela era la que m?s tem?a Sof?a. Gem?a mientras empujaba una palanca conectados a un poste gigante que desaparec?a en el suelo mientras, a su alrededor, las otras hu?rfanas empujaban las suyas. Al empujarla, sent?a dolor y sudaba, su pelo rojo se enredaba por el esfuerzo, su ?spero vestido gris se manchaba a?n m?s de sudor. Ahora su vestido era m?s corto de lo que ella quer?a, se sub?a a cada paso largo para mostrar el tatuaje en forma de m?scara de su pantorrilla, se?al?ndola como lo que era: una hu?rfana, una cosa pose?da. Las cosas eran incluso peor para las otras chicas que hab?a all?. A los diecisiete a?os, por lo menos Sof?a era una de las m?s mayores y m?s grandes. La ?nica persona m?s mayor en la sala era la Hermana O’Venn. La monja de la Diosa Enmascarada vest?a el h?bito negro azabache de la orden, junto con una m?scara de encaje a trav?s de la que pod?a ver hasta el m?s m?nimo detalle de error, tal y como todas las hu?rfanas no tardaban en descubrir. La hermana sosten?a la correa de cuero que usaba para repartir el castigo, doblada entre sus manos mientras hablaba sin cesar al fondo, pronunciando las palabras del Libro de las M?scaras, homil?as sobre la necesidad de perfeccionar a las almas abandonadas como ellas. —En este lugar aprend?is a ser ?tiles —enton?—. En este lugar aprend?is a ser valiosas, ya que no lo fuisteis para las mujeres de mala vida que os trajeron al mundo. La Diosa Enmascarada nos dice que debemos dar forma a nuestro lugar en el mundo a trav?s de nuestros esfuerzos, y hoy vuestros esfuerzos giran los molinos que muelen el ma?z y… ?atiende, Sof?a! Sof?a se encogi? de dolor al notar el impacto del cintur?n al dar un chasquido. Apret? los dientes. ?Cu?ntas veces la hab?an golpeado las hermanas en su vida? ?Por hacer lo incorrecto o por no hacer lo correcto con la suficiente rapidez? ?Por ser lo suficientemente hermosa como para que eso constituyera un pecado en y por s? mismo? ?Por tener el pelo rojo de una persona problem?tica? Ay, si conocieran su talento. Se estremec?a al pensarlo. Pues en ese momento, la hubieran golpeado hasta la muerte. —?Me est?s ignorando, ni?a est?pida? —exigi? la monja. Golpe? una y otra vez—. ?Arrodillaos de cara a la pared, todas! Esa era la peor parte: no importaba para nada que lo hicieras todo bien. Las monjas golpeaban a todas las chicas por los errores de una. —Se os tiene que recordar —dijo bruscamente la Hermana O’Venn, mientras Sof?a o?a chillar a una chica—lo que sois. D?nde est?is. —Otra chica gimote? cuando la correa de cuero le golpe? la carne—. Sois las hijas que nadie quiso. Sois propiedad de la Diosa Enmascarada, quien os dio un hogar por su gracia. Daba vueltas por la sala y Sof?a sab?a que ella ser?a la ?ltima. La idea era hacerla sentir culpable del dolor de las dem?s y darles tiempo a ellas por causarles esto, antes de recibir su castigo. El castigo que estaba esperando arrodillada. Cuando pod?a simplemente marcharse. Ese pensamiento le ven?a de forma tan espont?nea a Sof?a que deb?a comprobar que no se lo enviaba de alg?n modo su hermana peque?a, o que no lo cog?a de alguna de las otras. Ese era el problema con un talento como el suyo: ven?a cuando quer?a, no cuando lo llamaban. Pero parec?a que el pensamiento realmente era suyo… y aun m?s, era cierto. Era mejor arriesgarse a morir que quedarse aqu? un d?a m?s. Por supuesto, si se atrev?a a marcharse, el castigo ser?a peor. Siempre encontraban un modo de hacerlo peor. Sof?a hab?a viso chicas morir de hambre durante d?as por haber robado o haberse resistido, haber sido obligadas a permanecer de rodillas, haberlas golpeado cuando intentaban dormir. Pero a ella ya no le preocupaba. Algo en su interior hab?a cruzado la l?nea. El miedo no pod?a afectarla, porque de todas formas era abrumado por el miedo de lo que suceder?a pronto. Al fin y al cabo, hoy cumpl?a diecisiete a?os. Ahora era lo suficientemente mayor para devolver sus a?os de “cuidado” a manos de las hermanas –para ser contratada y vendida como el ganado. Sof?a sab?a lo que les pasaba a las hu?rfanas que alcanzaban la mayor?a de edad. Comparado con eso, no hab?a paliza que importara. De hecho, hab?a estado d?ndole vueltas en su mente durante semanas. Temiendo este d?a, su cumplea?os. Y ahora hab?a llegado. Para su propia sorpresa, Sof?a actu?. Se levant? sin sobresaltos y mir? alrededor. La atenci?n de la monja estaba en otra chica, a la que azotaba violentamente, as? que solo le cost? un momento escabullirse hasta la puerta en silencio. Probablemente las otras chicas ni se hab?an dado cuenta, o si lo hicieron, estaban demasiado asustadas para decir algo. Sof?a sali? a uno de los pasillos blancos lisos del orfanato, movi?ndose sin hacer ruido, para alejarse de la sala de trabajo. Por all? hab?a otras monjas, pero siempre y cuando se moviera con decisi?n, ser?a suficiente para evitar que la detuvieran. ?Qu? acababa de hacer? Sof?a continu? andando aturdida por la Casa de los Abandonados, sin apenas poder creer que realmente lo estaba haciendo. Hab?a razones por las que no se molestaban en cerrar con llave las puertas delanteras. La ciudad que hab?a al otro lado de las puertas era un lugar duro –y todav?a m?s duro para aquellos que hab?an empezado la vida como hu?rfanos. Ashton ten?a los ladrones y matones que cualquier ciudad –pero tambi?n albergaba a los cazadores que capturaban a los contratados como esclavos que escapaban y personas libres que la escupir?an simplemente por lo que era. Y despu?s estaba su hermana. Catalina solo ten?a quince a?os. Sof?a no quer?a arrastrarla a algo peor. Catalina era fuerte, m?s fuerte incluso que ella, pero segu?a siendo la hermana peque?a de Sof?a. Sof?a deambul? hasta los claustros y el patio donde se mezclaban con los chicos del orfanato de al lado, para intentar averiguar d?nde estar?a su hermana. No pod?a irse sin ella. Ya estaba casi all? cuando oy? chillar a una chica. Sof?a se dirigi? hacia el ruido, medio sospechando que su hermana se hubiera metido en otra pelea. Pero cuando lleg? al patio, no encontr? a su hermana en medio de la ri?a de una multitud, sino a otra chica. Esta era incluso m?s joven, quiz?s de unos trece a?os, y la estaban empujando y abofeteando tres chicos que casi eran lo suficientemente mayores para que los vendieran como aprendices o para el ej?rcito. —?Parad ya! —chill? Sof?a, sorprendi?ndose a s? misma tanto como pareci? sorprender a los chicos que hab?a all?. Normalmente la regla era pasar de largo de cualquier cosa que sucediera en el orfanato. Te quedabas quieta y recordabas tu sitio. Sin embargo, ahora ella dio un paso al frente. —Dejadla en paz. Los chicos se detuvieron, pero solo para mirarla fijamente. El m?s mayor de ellos fij? la mirada en ella con una sonrisa maliciosa. —Bueno, bueno, chicos —dijo—, parece ser que tenemos a otra que no est? donde deber?a estar. Ten?a rasgos contundentes y el tipo de mirada muerta que solo viene de a?os en la Casa de los Abandonados. Dio un paso al frente y, antes de que Sof?a pudiera reaccionar, la agarr? por el brazo. Ella se dispuso a abofetearlo, pero ?l era demasiado r?pido, y la empuj? contra el suelo. Era en momentos como estos que Sof?a deseaba tener las habilidades para la lucha de su hermana, la habilidad para reunir una brutalidad inmediata de la que Sof?a, a pesar de su astucia, era incapaz. «De todos modos te van a vender como una puta… tambi?n podr?a aprovechar mi turno». Sof?a se sobresalt? al escuchar sus pensamientos. Daban una sensaci?n casi repulsiva y supo que eran de ?l. El p?nico brot? en ella. Empez? a pelear, pero ?l le sujetaba los brazos con facilidad. Solo hab?a una cosa que pod?a hacer. Perdi? su concentraci?n, apelando a su talento con la esperanza de que esta vez funcionara para ella. «?Catalina —envi?—, el patio! ?Ay?dame!» * —Con m?s elegancia, Catalina! —exclam? la monja—. ?Con mucha m?s elegancia! Catalina no ten?a mucho tiempo para la elegancia, pero a?n as? hizo el esfuerzo de verter agua en la copa que sujetaba la hermana. La Hermana Yvaina la contemplaba sentenciosamente desde debajo de su m?scara. —No, todav?a no lo tienes. Y s? que no eres torpe, ni?a. Te he visto haciendo piruetas en el patio. Pero no la hab?a castigado por ello, lo que daba a entender que la Hermana Yvaina no era de las peores. Catalina lo intent? de nuevo, con la mano temblorosa. Se supon?a que ella y las otras chicas deb?an aprender a servir las mesas nobles con elegancia, pero lo cierto era que Catalina no estaba hecha para eso. Era demasiado baja y demasiado musculosa para el tipo de feminidad elegante que las monjas ten?an en mente. Exist?a una raz?n por la que ella llevaba el pelo corto, cortado como a hachazos. En el mundo ideal, donde ella era libre para escoger, anhelaba ser la aprendiz de un forjador o, quiz?s, de uno de los grupos de actores que trabajaban en la ciudad –o tal vez incluso la oportunidad de unirse al ej?rcito como hac?an los chicos. Esta elegante manera de servir era el tipo de lecci?n de la que su hermana, con su sue?o de aristocracia, hubiera disfrutado –pero ella no. Como si el pensamiento la hubiera llamado, de repente Catalina grit? al o?r la voz de su hermana en su mente. Sin embargo, dud?; su talento no siempre era tan fiable. Pero entonces vino de nuevo y entonces tambi?n lo acompa?aba el sentimiento que hab?a detr?s de ?l. «?Catalina, el patio! ?Ay?dame!» Catalina pod?a notar el miedo. Se alej? bruscamente de la monja, de manera involuntaria y, al hacerlo, derram? la jarra de agua por el suelo de piedra. —Lo siento —dijo—. Tengo que irme. La Hermana Yvaina todav?a estaba mirando fijamente al agua. —?Catalina, limpia eso enseguida! Pero Catalina ya estaba corriendo. Probablemente despu?s le dar?an una paliza por ello, pero ya le hab?an dado una paliza antes. No significaba nada. Ayudar a la ?nica persona en el mundo que le importaba s?. Corr?a por el orfanato. Conoc?a el camino, pues hab?a aprendido cada uno de los giros y vueltas de aquel lugar durante a?os desde que la abandonaron aqu? aquella noche horrible. Tarde de noche, tambi?n escapaba de los incesantes ronquidos y del hedor del dormitorio cuando pod?a, para disfrutar del lugar en la oscuridad cuando era la ?nica que estaba despierta, cuando el ?nico ruido era el ta?ido de las campanas de la ciudad, y descubr?a cada recoveco de sus paredes. Ten?a la sensaci?n de que un d?a lo necesitar?a. Y ahora lo necesitaba. Catalina escuchaba el sonido de su hermana, peleando y pidiendo ayuda. Por instinto, se agach? para entrar en una habitaci?n, agarr? un atizador de la chimenea y continu?. Lo que har?a con ?l no lo sab?a. Irrumpi? en el patio y el coraz?n se le cay? al suelo al ver que dos chicos sujetaban a su hermana mientras otro hurgaba torpemente en su vestido. Catalina sab?a exactamente lo que ten?a que hacer. Una furia primaria la abrum?, una rabia que no pod?a controlar aunque lo quisiera, y Catalina fue a toda prisa hacia delante con un rugido, balanceando el atizador hacia la cabeza del primer chico. Cuando Catalina golpe?, ?l se gir?, as? que el golpe no fue tan bueno como ella quer?a, pero fue suficiente para tumbarlo mientras se cog?a con fuerza el lugar donde le hab?a golpeado. Atac? a otro, alcanz?ndole la rodilla mientras se pon?a de pie y haci?ndolo caer. Golpe? al tercero en la barriga, hasta que desfalleci?. Continu? golpeando, pues no quer?a dar tiempo a los chicos para que se recuperaran. Hab?a estado en muchas peleas durante sus a?os en el orfanato y sab?a que no pod?a fiarse ni del tama?o ni de la fuerza. La rabia era lo ?nico que la pod?a ayudar a superarlo. Y, afortunadamente, eso le sobraba. Golpe? y golpe? hasta que los chicos se retiraron. Puede que los hubieran preparado para unirse al ej?rcito, pero los Hermanos Enmascarados de su bando no les ense?aban a luchar. Eso hubiera hecho que fueran muy dif?ciles de controlar. Catalina golpe? a uno de los chicos en la cara y, a continuaci?n, se gir? para golpear a otro en el hombro con un chasquido de hierro sobre hueso. —Lev?ntate —le dijo a su hermana, tendi?ndole la mano—. ?Lev?ntate ya! Su hermana se levant? aturdida, tomando la mano de Catalina como si, por una vez, fuera ella la hermana peque?a. Catalina sali? corriendo y su hermana corri? con ella. Sof?a parec?a volver en s? mientras corr?an, algo de su antigua seguridad parec?a volver mientras corr?an por los pasillos del orfanato. Catalina escuchaba gritos tras ellas, de los chicos o de las monjas o de ambos. No le preocupaba. Sab?a que no hab?a otra salida para escapar. —No podemos volver —dijo Sof?a—. Tenemos que dejar el orfanato. Catalina asinti?. Algo as? no les supondr?a solo una paliza como castigo. Pero entonces Catalina record?. —Entonces, vay?monos —respondi? Catalina corriendo—. Pero primero tengo que… —No —dijo Sof?a—. No hay tiempo. D?jalo todo. Lo que debemos hacer es irnos. Catalina neg? con la cabeza. Hab?a algunas cosas que no se pod?an dejar atr?s. As? que, fue corriendo en direcci?n al dormitorio, sin soltar el brazo de Sof?a para que esta la siguiera. El dormitorio era un lugar deprimente, con unas camas que eran poco m?s que unos listones de madera que sobresal?an de la pared como estanter?as. Catalina no era tan est?pida como para poner nada importante en el peque?o ba?l que estaba a los pies de su cama, donde cualquiera pod?a robarlo. En su lugar, se dirigi? hacia una grieta que hab?a entre dos tablas del suelo, agit?ndolas con los dedos hasta que una se levant?. —Catalina —Sof?a resopl? y jade?, mientras cog?a aire—, no hay tiempo. Catalina neg? con la cabeza. —No lo dejar? aqu?. Sof?a ten?a que saber lo que hab?a venido a buscar; el ?nico recuerdo que ten?a de aquella noche, de su antigua vida. Finalmente, el dedo de Catalina se agarr? al metal y levant? el medall?n limpi?ndolo para que brillara en la tenue luz. Cuando era ni?a, estaba segura de que era oro de verdad; una fortuna esperando a ser gastada Cuando se hizo m?s mayor, hab?a entendido que era una aleaci?n m?s barata, pero para entonces, ya ten?a mucho m?s valor que el oro para ella de todos modos. La miniatura de dentro, de una mujer que sonre?a mientras un hombre ten?a la mano encima de su hombro, era lo m?s cercano que ten?a a un recuerdo de sus padres. Catalina normalmente no lo llevaba puesto por miedo a que una de las otras ni?as, o las monjas, se lo quitaran. Ahora, se lo meti? dentro del vestido. —V?monos —dijo. Corrieron hacia la puerta del orfanato, que supuestamente siempre estaba abierta porque la Diosa Enmascarada se hab?a encontrado las puertas cerradas cuando visit? el mundo y hab?a condenado a los que estaban dentro. Catalina y Sof?a corrieron por los giros y vueltas de los pasillos, hasta salir al vest?bulo, mirando alrededor por si las persegu?an. Catalina los escuchaba, pero ahora mismo solo hab?a la hermana que normalmente estaba al lado de la puerta: una mujer voluminosa que se movi? para bloquearles el camino incluso mientras las dos se acercaban. Catalina se puso colorada al recordar inmediatamente todos los a?os de palizas que hab?a recibido de sus manos. —Aqu? est?is —dijo en un tono severo—. Vosotras dos hab?is sido muy desobedientes y… Catalina no se detuvo; le golpe? en el est?mago con el atizador, lo suficientemente fuerte como para que se doblara de dolor. Ahora mismo, deseaba que fuera una de las elegantes espadas que llevaban los cortesanos, o quiz?s un hacha. Tal y como estaban las cosas, tuvo que conformarse con aturdir a la mujer el tiempo suficiente para que ella y Sof?a pasaran corriendo por delante de ella. Pero entonces, justo cuando Catalina estaba atravesando las puertas, se detuvo. —?Catalina! —chill? Sof?a, con p?nico en la voz—. ?V?monos! ??Qu? est?s haciendo?! Pero Catalina no pudo controlarlo. Incluso con los gritos de aquellos que las persegu?an de forma implacable. Incluso sabiendo que pon?a en peligro la libertad de las dos. Dio dos pasos hacia delante, levant? el atizador en alto y golpe? a la monja una y otra vez en la espalda. La monja gru??a y gritaba a cada golpe y cada ruido era m?sica para el o?do de Catalina. —?Catalina! —suplic? Sof?a, al borde de las l?grimas. Catalina mir? fijamente a la monja durante un buen rato, demasiado rato, pues necesitaba grabar esa imagen de venganza, de justicia, en su mente. Sab?a que la sustentar?a durante las horribles palizas que podr?an venir a continuaci?n. Entonces dio la vuelta y escap? con su hermana de la Casa de los Abandonados, como dos fugitivas de un barco que se est? hundiendo. El hedor, el ruido y el bullicio de la ciudad golpearon a Catalina, pero esta vez no redujo la velocidad. Cogi? la mano de su hermana y corrieron. Y corrieron. Y corrieron. Y, a pesar de todo, respir? profundamente y sonri? ampliamente. Aunque fuera por poco tiempo, hab?an encontrado la libertad. CAP?TULO DOS Sof?a nunca hab?a tenido tanto tiempo, pero a la vez, nunca se hab?a sentido tan viva, o tan libre. Mientras corr?a por la ciudad con su hermana, escuch? que Catalina gritaba de alegr?a por la emoci?n y esto la aliviaba igual que la aterrorizaba. Esto lo hac?a demasiado real. Su vida nunca volver?a a ser la misma. —Silencio —insisti? Sof?a—. Los atraer?s hacia nosotras. —Van a venir de todas formas —respondi? su hermana—. Tambi?n podr?amos divertirnos. Como para dejarlo m?s claro, esquiv? un caballo, cogi? una manzana de una carreta y y corri? por los adoquines de Ashton. La ciudad estaba animada con el mercado que ven?a cada Sexto D?a y Sof?a mir? a su alrededor, sobresaltada por todo lo que ve?a, o?a y ol?a. De no ser por el mercado, no tendr?a ni idea de qu? d?a era. En la casa de los Abandonados, estas cosas no importaban, solo los interminables ciclos de oraci?n y trabajo, castigo y aprendizaje por repetici?n. «Corre m?s deprisa» —le envi? su hermana. El ruido de silbidos y gritos de alg?n lugar por all? atr?s la incit? a coger m?s velocidad. Sof?a sigui? por un callej?n y despu?s sigui? con dificultad a Catalina mientras esta sub?a por un muro. Su hermana, a pesar de su impetuosidad, era demasiado r?pida, como un m?sculo fuerte y s?lido esperando a saltar. Sof?a apenas consegu?a trepar mientras se o?an m?s silbidos y, cuando ya estaba casi arriba del todo, la fuerte mano de Catalina la estaba esperando, como siempre. Se dio cuenta de que, incluso en esto, eran muy diferentes: la mano de Catalina era ?spera, dura y musculosa, mientras que los dedos de Sof?a eran largos, finos y delicados. «Dos lados de la misma moneda», sol?a decir su madre. —Han reunido a los vigilantes —exclam? Catalina incr?dula, como si de alg?n modo eso no fuera jugar limpio. —?Qu? esperabas? —respondi? Sof?a—. Estamos escapando antes de que puedan vendernos. Catalina sigui? por unos escalones estrechos de adoquines y, a continuaci?n, hacia un espacio abierto donde se agolpaba la gente. Sof?a se oblig? a ir m?s despacio mientras se acercaban al mercado de la ciudad, sujetando a Catalina por el antebrazo para que no corriera. «Nos camuflaremos m?s si no corremos» —envi? Sof?a, sin el suficiente aliento para respirar. Catalina no parec?a convencida, pero a?n as? fue al ritmo de Sof?a. Caminaban lentamente, rozando al pasar a la gente que se apartaba, reticentes evidentemente a arriesgarse a tener contacto con cualquiera que fuera de tan baja cuna como ellas. Tal vez pensaban que las hab?an mandado a las dos a alg?n recado. Sof?a se esforzaba por dar la impresi?n de que estaba simplemente dando un vistazo mientras utilizaban a la multitud como camuflaje. Miraba alrededor, hacia la torre del reloj que hab?a encima del templo de la Diosa Enmascarada, a los diferentes puestos, a las tiendas con fachada de cristal que hab?a detr?s de ellos. En una esquina de la plaza hab?a un grupo de actores, que representaban uno de los cuentos tradicionales vestidos con un elaborado vestuario mientras uno de los censores observaba desde el borde de la multitud que los rodeaba. Hab?a un reclutador del ej?rcito de pie sobre una caja, intentando alistar tropas para la nueva guerra que iba a adue?arse de esta ciudad, una batalla inminente al otro lado del Canal Pu?al-Agua. Sof?a vio que su hermana observaba al reclutador y tir? de ella. «No» —envi? Sof?a—. «Eso no es para ti». Catalina estaba a punto de responder cuando, de repente, empezaron de nuevo los gritos detr?s de ellas. Las dos salieron disparadas. Sof?a sab?a que ahora nadie las ayudar?a. Esto era Ashton, lo que significaba que ella y Catalina eran las que estaban donde no tocaba. Nadie intentar?a ayudar a dos fugitivas. De hecho, cuando alz? la vista, Sof?a vio que alguien se dirig?a hacia ellas, para cerrarles el paso. Nadie permitir?a que dos hu?rfanas escaparan de lo que deb?an, de lo que eran. Unas manos las agarraron y ahora ten?an que pelear por escapar. Sof?a dio una bofetada a una mano que ten?a sobre el hombro, mientras Catalina golpeaba agresivamente con su atizador robado. Se abri? un agujero delante de ellas y Sof?a vio que su hermana corr?a hacia una serie de andamios de madera abandonados que hab?a al lado de un muro de piedra, donde los alba?iles deb?an haber estado intentando enderezar una fachada. «?Otra vez a escalar?» —envi? Sof?a. «No nos seguir?n» —replic? su hermana. Lo que probablemente era cierto, aunque solo fuera porque el hatajo de gente com?n que las persegu?a no arriesgar?a de ese modo sus vidas. Sin embargo, a Sof?a le daba temor. Pero ahora mismo, no se le ocurr?an ideas mejores. Sus manos temblorosas se agarraron a los listones de madera del andamio y empez? a subir. En cuesti?n de segundos, le empezaron a doler los brazos, pero para entonces o continuaba o ca?a y, incluso de no haber habido adoquines all? abajo, Sof?a no quer?a caer con casi una multitud persigui?ndola. Catalina ya estaba esperando arriba del todo, todav?a sonriendo como si todo eso fuera un juego. All? estaba su mano de nuevo y tir? de Sof?a para que subiera; y de nuevo empezaron a correr –esta vez sobre los tejados. Catalina sigui? por un agujero que llevaba a otro tejado, saltando sobre el techo de paja como si no le preocupara el peligro de atravesarlo. Sof?a la sigui?, reprimiendo la necesidad de chillar cuando casi resbal? y brincando despu?s con su hermana hacia una secci?n baja, donde una docena de chimeneas escup?an humo de un horno que hab?a debajo. Catalina intent? correr de nuevo pero Sof?a, al darse cuenta de la oportunidad, la agarr? y tir? de ella hasta el tejado de paja, escondi?ndose entre los montones. «Espera» —envi?. Ante su asombro, Catalina no protest?. Mir? alrededor mientras estaban agachadas en la parte plana del tejado, sin hacer caso del calor que sub?a de los fuegos de abajo y vio lo escondidas que estaban. El humo nublaba casi todo lo que estaba a su alrededor, meti?ndolas dentro de una niebla que las escond?a. All? arriba parec?a una segunda ciudad, con cuerdas para la ropa, banderas y banderines que las cubr?an todo lo que pod?an desear. Si se quedaban quietas, era imposible que alguien las pudiera localizar aqu?. Nadie ser?a tan est?pido tampoco como para arriesgarse a pisar la paja. Sof?a mir? alrededor. A su manera, hab?a paz all? arriba. Hab?a lugares en los que las casas estaban tan cerca que los vecinos se tocaban si alargaban los brazos y, m?s lejos, Sof?a vio que vaciaban un orinal en la calle. Nunca hab?a tenido la ocasi?n de ver la ciudad desde este ?ngulo, las torres del clero y los fabricantes de licores, los guardianes del reloj y los hombres sabios que sobresal?an del resto, el palacio situado dentro de su propio anillo de muros como si fuera un carb?nculo brillante sobre la piel de todo lo dem?s. Se encorv? all? con su hermana, rodeando a Catalina con los brazos y esperaron a que los ruidos de la persecuci?n pasaran de largo all? abajo. Quiz?s, solo quiz?s, encontrar?an una salida. CAP?TULO TRES La ma?ana se fundi? en la tarde antes de que Sof?a y Catalina se atrevieran a salir de su escondite. Tal y como Sof?a hab?a pensado, nadie hab?a osado trepar hasta los tejados en su busca y, aunque los ruidos de la persecuci?n se hab?an acercado, nunca lo hab?an hecho lo suficiente. Ahora, parec?a que se hab?an desvanecido completamente. Catalina se asom? y mir? hacia abajo, a la ciudad. El bullicio de la ma?ana hab?a desaparecido, sustituido por un ritmo y una multitud m?s relajados. —Tenemos que bajar de aqu? —susurr? Sof?a a su hermana. Catalina asinti?. —Me muero de hambre. Sof?a lo comprend?a. Hac?a rato que se hab?an terminado la manzana robada y el hambre tambi?n empezaba a roer en su est?mago. Bajaron hasta la calle y Sof?a segu?a mirando alrededor mientras lo hac?an. Aunque los ruidos de la gente que las persegu?a hab?an desaparecido, una parte de ella estaba convencida de que alguien se les echar?a encima en el momento en el que tocaran el suelo. Caminaban lenta y cuidadosamente por las calles, intentando ocultarse todo lo que pod?an. Pero era imposible evitar a la gente en Ashton, simplemente porque hab?a demasiada. Las monjas no se hab?an molestado en ense?arles el aspecto del mundo, pero Sof?a hab?a o?do hablar de que hab?a ciudades m?s grandes m?s all? de los Estados Mercantes. Ahora mismo, costaba creerlo. Hab?a gente all? donde mirara, aunque la mayor?a de la poblaci?n de la ciudad ahora mismo deb?a estar dentro, trabajando duro. Hab?a ni?os jugando en la calle, mujeres que iban y ven?an de los mercados y de las tiendas, obreros que llevaban herramientas y escaleras. Hab?a tabernas y teatros, tiendas que vend?an caf? de las tierras recientemente descubiertas m?s all? del Oc?ano Espejo, bares en los que a la gente parec?a interesarle casi tanto hablar como comer. Apenas pod?a creer que ve?a gente riendo, felices, tan despreocupados, pasando el tiempo ociosos y disfrutando. Apenas pod?a creer que un mundo as? pudiera incluso existir. Era un contraste impactante con el silencio y la obediencia obligatoria del orfanato. «Hay mucho» —envi? Sof?a a su hermana, observando los puestos de comida que hab?a por todas partes, sintiendo c?mo crec?a su dolor de est?mago a cada olor que pasaban. Catalina dio una mirada a su alrededor. Escogi? uno de los bares y avanz? hacia ?l con cuidado, mientras la gente que hab?a fuera se re?an de un aspirante a fil?sofo que intentaba argumentar cu?nto del mundo era realmente posible conocer. —Te ser?a m?s f?cil si estuvieras borracho —interrumpi? uno de ellos. Otro se gir? hacia Sof?a y Catalina mientras estas se acercaban. Se pod?a palpar la hostilidad. —Aqu? no queremos a los de vuestra clase —se burl?—. ?Fuera! Esta pura rabia era m?s de lo que Sof?a hab?a esperado. A?n as?, volvi? arrastrando los pies hasta la calle, tirando de Catalina para que su hermana no hiciera nada de lo que se pudieran arrepentir. Puede que se le hubiera ca?do el atizador en alg?n lugar mientras escapaban de la multitud, pero sin duda su mirada dec?a que quer?a darle golpes a algo. Entonces no les qued? elecci?n: tendr?an que robar su comida. Sof?a hab?a tenido esperanzas de que alguien pudiera mostrarles caridad. Pero ella sab?a que el mundo no funcionaba as?. Ambas se dieron cuenta de que era el momento de usar sus talentos, asintiendo la una a la otra en silencio y a la vez. Se colocaron una a cada lado de un callej?n y ambas observaban y esperaban mientras una panadera trabajaba. Sof?a esper? hasta que la panadera pudo leer sus pensamientos y, entonces, le dijo lo que quer?a escuchar. «Oh, no» —pens? la panadera—. ?C?mo los pude olvidar dentro?» Apenas la panadera hubo tenido este pensamiento Sof?a y Catalina se pusieron enseguida en acci?n, corriendo a toda prisa en el segundo en que la mujer les dio la espalda para entrar a por los bollos. Se movieron con rapidez, cada una agarr? una brazada de pasteles, los suficientes como para llenar sus barrigas hasta casi explotar. Las dos se agacharon detr?s de un callej?n y comieron vorazmente. Pronto, Sof?a sinti? que ten?a la barriga llena, una sensaci?n extra?a y agradable, y una que jam?s hab?a tenido. La Casa de los Abandonados no cre?a en alimentar a sus cargas m?s que un m?nimo esencial. Ahora se re?a mientras Catalina intentaba meterse un pastel entero en la boca. «?Qu? pasa?» requiri? su hermana. «Solo que me gusta verte feliz» respondi? Sof?a. No estaba segura de cu?nto durar?a esa felicidad. Estaba alerta a cada paso por si pudiera haber cazadores tras ellas. El orfanato no querr?a esforzarse m?s de lo que val?an sus contratos en recuperarlas, pero ?qui?n sab?a cuando se trataba de las ansias de venganza de las monjas? Como poco, deb?an mantenerse alejadas de los centinelas y no solo porque hubieran escapado. Al fin y al cabo, en Ashton colgaban a los ladrones. «Tenemos que dejar de parecer hu?rfanas que se han escapado o nunca podremos caminar por la ciudad sin que la gente se nos quede mirando e intenten atraparnos». Sof?a mir? a su hermana, sorprendida por el pensamiento. «?Quieres robar ropa?» —respondi? Sof?a. Catalina asinti?. Aquel pensamiento a?adi? un poco m?s de miedo, pero Sof?a sab?a que su hermana, siempre pr?ctica, ten?a raz?n. Las dos se levantaron a la vez, guard?ndose los pasteles que sobraban en la cintura. Sof?a estaba mirando alrededor en busca de ropa, cuando not? que Catalina le tocaba el brazo. Sigui? su mirada y lo vio: un tendedero, encima de un tejado. Nadie lo vigilaba. «Por supuesto que no» —se dio cuenta con alivio. A fin de cuentas, ?qui?n vigilar?a un tendedero? A?n as?, Sof?a notaba c?mo el coraz?n palpitaba mientras trepaban a otro tejado. Las dos se detuvieron, miraron alrededor y, a continuaci?n, recogieron la cuerda del mismo modo que un pescador podr?a haber recogido una cuerda de pescar. Sof?a rob? un vestido de lana verde, junto con unas enaguas color crema que probablemente era lo que podr?a llevar puesto la esposa de un granjero, pero a?n as? era extremadamente valioso para ella. Para su sorpresa, su hermana escogi? una camiseta, unos calzones y una camisola, lo que le daba m?s aspecto de chico de pelo pincho que de la chica que era. —Catalina —se quej? Sof?a—. ?No puedes corretear por ah? con ese aspecto! Catalina encogi? los hombros. —Se supone que ninguna de las dos debe tener este aspecto. ?Por qu? no puedo ir c?moda? En parte era cierto. Las leyes suntuarias acerca de lo que pod?a o no pod?a llevar cada grado de la sociedad eran claras, los abandonados y los contratados como esclavos. All? estaban ellas, quebrantando otra ley, abandonando sus harapos, lo ?nico que se les permit?a llevar puesto y vistiendo por encima de sus posibilidades. —De acuerdo —dijo Sof?a—. No voy a discutir. Adem?s, tal vez esto confundir? a cualquiera que est? buscando a dos chicas —dijo riendo. —Yo no parezco un chico —dijo bruscamente Catalina con evidente indignaci?n. Sof?a sonri? al escuchar eso. Rescataron sus pasteles, los metieron en sus nuevos bolsillos y, juntas, se fueron. Era m?s dif?cil sonre?r ante la siguiente parte; quedaban muchas cosas por hacer si realmente quer?an sobrevivir. Para empezar, ten?an que encontrar refugio y, a continuaci?n, calcular qu? iban a hacer, d?nde iban a ir. «Una cosa a la vez» —se record? a s? misma. Salieron de nuevo hacia las calles y, esta vez, era Sof?a la que marcaba el camino, intentando encontrar una ruta a trav?s de la zona m?s pobre de la ciudad, que para su gusto todav?a estaba demasiado cerca del orfanato. Vio una serie de casas quemadas m?s adelante, que evidentemente no se hab?an recuperado de uno de los incendios que a veces se propagaban por la ciudad cuando el r?o estaba bajo. Ser?a un lugar peligroso en el que descansar. A?n as?, Sof?a se dirigi? hacia ellas. Catalina le lanz? una mirada de asombro, esc?ptica. Sof?a encogi? los hombros. «Peligroso es mejor que nada en absoluto» —envi?. Se acercaron con cautela y, justo cuando Sof?a sac? la cabeza por la esquina, se sobresalt? cuando dos tipos salieron de entre los escombros. Aparecieron tan sucios por el holl?n de estar entre los restos carbonizados que, por un instante, Sof?a pens? que hab?an estado en el incendio. —?Fuera! ?Dejad en paz nuestro trozo! Uno de ellos fue corriendo hacia Sof?a y esta chill? al dar un paso atr?s involuntariamente. Parec?a que Catalina pod?a ponerse a pelear, pero entonces el otro tipo sac? un pu?al que brillaba mucho m?s que cualquier cosa que hubiera all?. —?Esto nos pertenece! ?Buscad vuestra propia ruina o os desangrar?! Entonces las hermanas se pusieron a correr, poniendo toda la distancia que pudieron entre ellas y la casa. A cada paso, Sof?a estaba segura de que pod?a o?r los pasos de matones armados con cuchillos, o de los vigilantes o de las monjas, por alg?n lugar detr?s de ellas. Anduvieron hasta que les dolieron las piernas y la tarde se hizo demasiado oscura. Por lo menos, les consolaba que a cada paso estaban un paso m?s lejos del orfanato. Finalmente, se acercaron a una parte de la ciudad que era algo mejor. Por alguna raz?n, a Catalina se le ilumin? la cara al verlo. —?Qu? pasa? —pregunt? Sof?a. —La biblioteca del centavo —respondi? su hermana—. Nos podemos meter all? dentro. A veces me escapo, cuando las monjas nos mandan a hacer recados y el bibliotecario me deja entrar aunque no tenga el centavo para pagarle. Sof?a no ten?a muchas esperanzas de encontrar ayuda all?, pero lo cierto era que ella no ten?a ideas mejores. Dej? que Catalina la guiara y se dirigieron a un lugar concurrido, donde los prestamistas se mezclaban con los abogados e incluso hab?a unos cuantos carruajes mezclados con caballos y transe?ntes normales. La biblioteca era uno de los edificios m?s grandes de all?. Sof?a conoc?a la historia: uno de los nobles de la ciudad hab?a decidido educar a los pobres y dej? parte de su fortuna para construir el tipo de biblioteca que la mayor?a simplemente manten?a guardada bajo llave en sus casas de campo. Evidentemente, el hecho de cobrar un centavo todav?a quer?a decir que los m?s pobres no pod?an visitarla. Sof?a nunca hab?a tenido un centavo. Las monjas no ve?an ninguna raz?n por la que dar dinero a las que estaban a su cargo. Ella y Catalina se acercaron a la entrada y vio a un hombre de edad avanzada all? sentado, de aspecto tierno vestido con ropa un poco gastada que, evidentemente, era tanto el guardia como el bibliotecario. Para sorpresa de Sof?a, sonri? mientras ellas se acercaban. Sof?a nunca hab?a visto a nadie feliz por ver a su hermana. —La joven Catalina —dijo—. Hac?a tiempo que no ven?as por aqu?. Y has tra?do una amiga. Pasad, pasad. No me interpondr? en el conocimiento. Puede que el hijo del Conde Varrish pusiera un centavo como impuesto al conocimiento, pero el viejo conde nunca crey? en ello. Parec?a sincero, pero Catalina ya estaba negando con la cabeza. —Eso no es lo que necesitamos, Godofredo —dijo Catalina—. Mi hermana y yo… nos escapamos del orfanato. Sof?a not? la conmoci?n en el rostro del anciano. —No —dijo—. No, pod?is hacer una estupidez as?. —Ya est? hecho —dijo Sof?a. —Entonces no pod?is estar aqu? —insisti? Godofredo—. Si viene el guardia y os encuentra aqu? conmigo, podr?a suponer que yo tengo algo que ver con esto. Sof?a se hubiera ido en aquel momento, pero parec?a que Catalina todav?a lo quer?a intentar. —Por favor, Godofredo —dijo Catalina—. Yo necesito… —Ten?is que regresar —dijo Godofredo—. Suplicar el perd?n. Me da pena vuestra situaci?n, pero esta es la situaci?n que el destino os ha dado. Volved antes de que os atrape el guardia. No puedo ayudaros. Incluso me podr?an dar una paliza por no avisar al guardia de que os hab?a visto. Esa es toda la caridad que os puedo ofrecer. Su voz era dura y, a?n as?, Sof?a ve?a la caridad en sus ojos y que le dol?a decir esas palabras. Casi como si estuviera luchando contra ?l mismo, como si estuviera simulando un espect?culo para hacer entender su posici?n. Aun as?, Catalina parec?a destrozada. Sof?a odiaba ver as? a su hermana. Sof?a se la llev? de la biblioteca. Mientras caminaban, Catalina, con la cabeza baja, por fin habl?. —?Y ahora qu?? —pregunt?. Lo cierto era que Sof?a no ten?a una respuesta. Continuaron caminando, pero a estas alturas ya estaba agotada de tanto andar. Tambi?n estaba empezando a llover, de aquel modo constante que insinuaba que no parar?a pronto. En pocos lugares llov?a como lo hac?a en Ashton. Sof?a se dirigi? hacia las calles inclinadas y adoquinadas que bajaban hasta el r?o y que atravesaban la ciudad. Sof?a no estaba segura de lo que esperaba encontrar all?, entre las barcazas y las chalanas de fondo plano. Dudaba de si los trabajadores del muelle y las putas les podr?an ser de alguna ayuda y esas parec?an ser las cosas que esta parte de la ciudad albergaba. Pero, por lo menos, era un destino. Si no hab?a nada m?s, pod?an encontrar un lugar en el que esconderse junto a su orilla, observar c?mo los barcos navegaban tranquilamente y so?ar con otros lugares. Finalmente, Sof?a divis? un volado poco profundo cerca de uno de los muchos puentes de la ciudad. Se acerc?. El hedor le hizo tambalearse, al igual que a Catalina, y la infestaci?n de ratas. Pero su cansancio hac?a que incluso el trozo de refugio m?s cutre pareciera un palacio. Ten?an que huir de la lluvia. Ten?an que huir de ser vistas. Y, ahora mismo, ?qu? m?s hab?a? Ten?an que encontrar un lugar donde nadie m?s, ni tan solo los vagabundos, se atrevieran a ir. Y era este. —?Aqu?? —pregunt? Catalina con repulsi?n—. ?No podr?amos volver a la chimenea? Sof?a neg? con la cabeza. Dudaba de si ser?an capaces de encontrarla otra vez e, incluso si pudiesen, ser?a donde cualquier cazador empezar?a a buscar. Este era el mejor lugar que iban a encontrar antes de que empeorara la lluvia y antes de que anocheciera. Se tranquiliz? e intent? esconder sus l?grimas por el bien de su hermana. Poco a poco, a rega?adientes, Catalina se sent? a su lado, se agarr? con los brazos las rodillas y se meci? a s? misma, como para dejar fuera la crueldad y el salvajismo y la desesperanza del mundo. CAP?TULO CUATRO En los sue?os de Catalina, sus padres todav?a estaban vivos y ella estaba feliz. Siempre que so?aba, parec?a que estuvieran all?, aunque las caras no fueran tanto recuerdos como invenciones, con solo el medall?n como gu?a. Catalina no era lo suficientemente mayor cuando todo cambi?. Estaba en una casa en alg?n lugar del campo, donde se disfrutaba de la vista de huertos de ?rboles frutales y campos desde las ventanas de vidrio emplomado. Catalina so?aba con el calor del sol sobre su piel, la suave brisa que mov?a en ondas las hojas all? fuera. La siguiente parte nunca parec?a tener sentido. No conoc?a lo suficiente los detalles, o no los recordaba bien. Intentaba forzar el sue?o para que le diera la historia completa de lo que hab?a sucedido, pero en cambio solo le daba fragmentos: Una ventana abierta, con estrellas fuera. La mano de su hermana, la voz de Sof?a en su cabeza, dici?ndole que se escondiera. Buscando a sus padres a trav?s del laberinto de la casa. Escondi?ndose por la casa a oscuras. Escuchando los ruidos de alguien que se mov?a por all?. M?s all? hab?a luz, aunque fuera era de noche. Sent?a que estaba cerca, a punto de descubrir lo que finalmente les sucedi? a sus padres aquella noche. La luz de la ventana empez? a brillar m?s, y m?s, y… —Despierta —dijo Sof?a, sacudi?ndola—. Est?s so?ando, Catalina. Catalina parpade? hasta abrir los ojos con resentimiento. Los sue?os siempre eran mucho mejor que el mundo en el que viv?a. Entrecerr? los ojos por la luz. Incre?blemente, hab?a llegado la ma?ana. El primer d?a de su vida durmiendo una noche entera fuera del hedor y los gritos de las paredes del orfanato, la primera ma?ana de su vida que despertaba en otro, en cualquier otro, lugar. Incluso en un lugar fr?o y h?medo como este, estaba euf?rica. No solo not? la diferencia de la debilitada luz de la tarde; era el modo en que el r?o que ten?an enfrente hab?a cobrado vida con las barcazas y las barcas que se apresuraban por hacer toda la distancia que pod?an r?o arriba. Algunas se mov?an con peque?as velas, otras con m?stiles que las empujaban o caballos que las arrastraban desde el lado del r?o. A su alrededor, Catalina o?a que el resto de la ciudad despertaba. Las campanas del templo estaban tocando la hora, mientras entremedio, o?a el parloteo de toda la ciudad en la que su gente se dirig?a a trabajar o sal?a de viaje. Hoy era el D?a Primero, un buen d?a para empezar cosas. Quiz?s eso tambi?n significar?a buena suerte para ella y Sof?a. —Sigo teniendo el mismo sue?o —dijo Catalina—. Contin?o so?ando con… con aquella noche. Siempre parec?an frenar en seco antes de llamarla m?s que eso. Era extra?o que, cuando probablemente pod?an comunicarse m?s directamente que nadie m?s en la ciudad, ella y Sof?a todav?a dudaran al hablar de esta cosa. El rostro de Sof?a se ensombreci? y Catalina inmediatamente se sinti? culpable por ello. —Yo a veces tambi?n sue?o con esto —confes? Sof?a con tristeza. Catalina se gir? hacia ella, con atenci?n. Su hermana ten?a que saberlo. Era mayor, deber?a haber visto m?s. —T? s? que sabes lo que sucedi?, ?verdad? —pregunt? Catalina—. T? sabes lo que sucedi? con nuestros padres. Era m?s una afirmaci?n que una pregunta. Catalina examin? la cara de su hermana en busca de respuestas y lo vio, tan solo un destello, algo que estaba escondiendo. Sof?a neg? con la cabeza. —Hay cosas en las que es mejor no pensar. Tenemos que concentrarnos en lo que suceda a continuaci?n, no en el pasado. No era exactamente una respuesta satisfactoria, pero era m?s de lo que Catalina esperaba. Sof?a no hablaba de lo que sucedi? la noche en que sus padres marcharon. Nunca quer?a hablar de ello, e incluso Catalina ten?a que reconocer que ten?a sentimientos de inquietud cada vez que pensaba en ello. Adem?s, en la Casa de los Abandonados, no les gustaba que los hu?rfanos intentaran hablar del pasado. Dec?an que era ingrato y era simplemente una cosa m?s digna de castigo. Catalina se sac? una rata del pie de una patada y se incorpor? un poco m?s, mirando a su alrededor. —No podemos quedarnos donde estamos —dijo. Sof?a asinti?. —Moriremos si nos quedamos aqu? en las calles. Ese era un pensamiento duro, pero probablemente tambi?n era cierto. Hab?a muchas maneras de morir en las calles de esta ciudad. El fr?o y el hambre eran solo el principio de la lista. Con las bandas callejeras, la vigilancia, la enfermedad, y todos los otros peligros que hab?a aqu?, incluso el orfanato empezaba a parecer seguro. Y no era que Catalina fuera a volver jam?s. Antes lo quemar?a por completo que volver a atravesar sus puertas. Tal vez alg?n d?a lo quemar?a por completo de todos modos. Sonri? al pensar en ello. Al sentir dolor por el hambre, Catalina sac? su ?ltimo pastel y empez? a devorarlo. Entonces se acord? de su hermana. Arranc? la mitad y se la dio. Sof?a la mir? con ilusi?n, pero con culpa. —No pasa nada —minti? Catalina—. Tengo otro en mi vestido. Sof?a lo cogi? a rega?adientes. Catalina percibi? que su hermana sab?a que estaba mintiendo, pero ten?a demasiada hambre para negarlo. Pero su conexi?n era tan cercana, que Catalina sent?a el hambre de su hermana y Catalina nunca se permitir?a ser feliz si no lo era su hermana. Finalmente, las dos salieron lentamente de su escondite. —Bueno, hermana mayor —pregunt? Catalina—, ?alguna idea? Sof?a suspir? con tristeza y neg? con la cabeza. —Bueno, estoy muerta de hambre —dijo Catalina—. Ser? mejor pensar con la barriga llena. Sof?a asinti? para demostrar que estaba de acuerdo, y las dos se dirigieron hacia las calles principales. Pronto encontraron un objetivo –otro panadero- y robaron el desayuno del mismo modo que hab?an robado su ?ltima comida. Mientras estaban escondidas en un callej?n y se atiborraban, era tentador pensar que podr?an vivir as? el resto de sus vidas, usando el talento que compart?an para coger lo que necesitaban cuando nadie las ve?a. Pero Catalina sab?a que esto no pod?a funcionar as?. Nada bueno duraba para siempre. Catalina ech? un vistazo al bullicio de la ciudad que hab?a ante ella. Era abrumadora. Y parec?a que sus calles no acababan nunca. —Si no podemos quedarnos en la calle —dijo—, ?qu? hacemos? ?A d?nde vamos? Sof?a dud? por un momento, parec?a estar tan insegura como lo estaba Catalina. —No lo s? —confes?. —Bueno, ?y qu? es lo que podemos hacer? —pregunt? Catalina. La lista no parec?a ser tan larga como deber?a haber sido. Lo cierto era que los hu?rfanos, como eran ellas, no ten?an opciones en sus vidas. Se preparaban para vidas en las que ser?an contratados como aprendices o sirvientas, soldados o algo peor. No exist?a una esperanza real de que alguna vez fueran libres, pues incluso aquellos que verdaderamente estuvieran buscando un aprendiz solo pagar?an una miseria; ni tan solo lo suficiente para saldar su deuda. Y la verdad es que Catalina ten?a poca paciencia para coser y para cocinar, para la etiqueta y para la mercer?a. —Podr?amos encontrar alg?n comerciante e intentar aprender por nosotros mismas —sugiri? Catalina. Sof?a neg? con la cabeza. —Incluso aunque encontr?ramos a uno dispuesto a hacerse cargo de nosotras, querr?an saber de nuestras familias de antemano. Cuando no pudi?ramos mostrar a un padre que nos avalara, sabr?an lo que ?ramos. Catalina tuvo que admitir que su hermana ten?a raz?n. —Bien, en ese caso, podr?amos enrolarnos como tripulaci?n en una barcaza y ver el resto del pa?s. Incluso mientras lo dec?a, sab?a que probablemente era tan absurda como su primera idea. El capit?n de una barcaza tambi?n har?a preguntas y, probablemente, los perseguidores de hu?rfanos fugados vigilar?an en las barcazas en busca de los que estuvieran intentando escapar. Definitivamente, no pod?an confiar en nadie m?s para que las ayudara, no despu?s de lo que hab?a sucedido en la biblioteca, con el ?nico hombre de esta ciudad que ella hab?a considerado un amigo. Qu? ingenua y est?pida hab?a sido. Sof?a tambi?n parec?a ver la magnitud de a lo que se enfrentaban. Apart? la vista con un gesto melanc?lico en la cara. —Si pudieras hacer cualquier cosa —pregunt? Sof?a— si pudieras ir a cualquier sitio, ?a d?nde ir?as? Catalina no hab?a pensado en ello en esos t?rminos. —No lo s? —dijo—. Quiero decir, nunca pens? en m?s all? que pasar el d?a. Sof?a se qued? en silencio durante un buen rato. Catalina pod?a sentir que estaba pensando. Finalmente, Sof?a habl?. —Si intentamos hacer cualquier cosa normal, van a haber tantos obst?culos como si apuntamos a las cosas m?s grandes del mundo. Tal vez incluso m?s, pues la gente espera de nosotros que nos conformemos con menos. As? qu?, ?qu? quieres, m?s que cualquier otra cosa? Catalina pens? en ello. —Quiero encontrar a nuestros padres —dijo Catalina, d?ndose cuenta de lo que hab?a dicho mientras hablaba. Sinti? la r?faga de dolor que recorri? a Sof?a tras aquellas palabras. —Nuestros padres est?n muertos —dijo Sof?a. Parec?a tan segura que Catalina deseaba preguntarle de nuevo qu? hab?a sucedido todos aquellos a?os atr?s—. Lo siento, Catalina. No me refer?a a eso. Catalina suspir? amargamente. —Quiero que nadie vuelva a controlar lo que hago —dijo Catalina, escogiendo aquello que quer?a casi tanto como el regreso de sus padres—. Quiero ser libre, realmente libre. —Yo tambi?n quiero eso —dijo Sof?a—. Pero hay muy poca gente realmente libre en esta ciudad. En realidad, los ?nicos est?n… Mir? hacia el otro lado de la ciudad y, sigui?ndole la mirada, Catalina vio que estaba mirando hacia el palacio, con su m?rmol reluciente y sus adornos dorados. Catalina pod?a sentir lo que estaba pensando. —No creo que ser una sirvienta en palacio te hiciera libre —dijo Catalina. —No estaba pensando en ser una sirvienta —dijo bruscamente Sof?a—. Y si… ?y si simplemente pudi?ramos entrar all? y ser uno de ellos? ?Y si pudi?ramos convencerlos de que lo ?ramos? ?Y si pudi?ramos casarnos con un hombre rico, tener contactos en la corte? Catalina no ri?, pero solo porque vio lo en serio que su hermana se tomaba aquella idea. Si pudiera tener cualquier cosa en el mundo, lo ?ltimo que querr?a Catalina ser?a entrar en palacio y convertirse en una gran dama, para casarse con un hombre que le dijera lo que ten?a que hacer. —No quiero que mi libertad dependa de nadie m?s —dijo Catalina—. El mundo nos ha ense?ado una cosa y solo una cosa: tenemos que depender de nosotras mismas. Solo de nosotras mismas. De ese modo, podemos controlar todo lo que nos suceda. Y no tenemos que confiar en nadie. Tenemos que aprender a cuidar de nosotras. A mantenernos. A vivir de la tierra. A aprender a cazar. A cultivar. Cualquier cosa en la que no tengamos que confiar en nadie m?s. Y tenemos que reunir grandes armas y convertirnos en grandes luchadoras, as? si alguien viene a llevarse lo que es nuestro, podemos matarlo. Y, de repente, Catalina se dio cuenta. —Debemos marchar de esta ciudad —inst? a su hermana—. Est? llena de peligros para nosotras. Tenemos que vivir lejos de la ciudad, en el campo, donde vive poca gente y donde nadie podr? hacernos da?o. Cuanto m?s hablaba sobre ello, m?s se daba cuenta de que era lo correcto. Era su sue?o. Ahora mismo, Catalina no quer?a otra cosa m?s que correr hacia las puertas de la ciudad, salir a los espacios que hab?a detr?s. —Y cuando aprendamos a luchar —a?adi? Catalina—, cuando seamos m?s grandes y m?s fuertes y tengamos las mejores espadas, ballestas y pu?ales, volveremos aqu? y mataremos a todos los que nos hicieron da?o en el orfanato. Sinti? las manos de Sof?a sobre su hombro. —No puedes hablar as?, Catalina. No puedes hablar de matar a gente como si no fuera nada. —No es nada —solt? Catalina—. Es justo lo que merecen. Sof?a neg? con la cabeza. —Eso es primitivo —dijo Sof?a—. Existen mejores maneras de sobrevivir. Y mejores maneras de vengarse. Adem?s, yo no quiero simplemente sobrevivir, como un campesino en el bosque. ?Cu?l es el sentido de la vida entonces? Yo lo que quiero es vivir. Catalina no estaba segura de ello, pero no dijo nada. Continuaron caminando en silencio un poco m?s y Catalina imagin? que Sof?a estaba tan atrapada en su sue?o como lo estaba ella. Caminaban por calles llenas de personas que parec?an saber lo que estaban haciendo con sus vidas, que parec?an estar llenas de prop?sito y, para Catalina, era injusto que fuera tan sencillo para ellas. Aunque por otro lado, tal vez no lo era. Tal vez, ten?an tan poca elecci?n como ella y Sof?a hubieran tenido si se hubiesen quedado en el orfanato. M?s adelante, la ciudad se extend?a detr?s de unas puertas que probablemente hab?an estado all? durante centenares de a?os. Ahora el espacio que hab?a m?s all? estaba lleno de casas, oprimidas contra los muros de una forma que, probablemente, las hac?a in?tiles. Sin embargo, m?s all? hab?a un amplio espacio abierto donde varios granjeros estaban llevando su ganado de camino al matadero, ovejas y gansos, patos e incluso unas cuantas vacas. Tambi?n hab?a carros con bienes, esperando a llegar a la ciudad. Y m?s all? de eso, el horizonte estaba lleno de bosques. Bosques a los que Catalina ansiaba escapar. Catalina vio el carruaje antes de que lo hiciera Sof?a. Se abr?a camino a trav?s de los carros que esperaban, sus ocupantes evidentemente daban por sentado que ellos ten?an el derecho formal de ser los primeros en entrar a la ciudad. Tal vez era as?. El carruaje estaba cubierto de oro y grabado, con un escudo familiar en el lateral que probablemente hubiera entendido si las monjas hubiesen pensado que val?a la pena ense?ar estas cosas. Las cortinas de seda estaban cerradas, pero Catalina vio que una se abr?a de una sacudida, dejando al descubierto a una mujer que miraba hacia fuera desde dentro bajo una elaborada m?scara de cabeza de p?jaro. Catalina sent?a que estaba llena de envidia y aversi?n. ?C?mo pod?an vivir tan bien unos cuantos? —M?ralos —dijo Catalina—. Probablemente van camino de un baile o una mascarada. Seguramente, nunca en su vida han tenido que preocuparse por tener hambre. —No, no lo han hecho —le dio la raz?n Sof?a. Pero parec?a pensativa, incluso llena de admiraci?n. Entonces Catalina se dio cuenta de lo que estaba pensando su hermana. Se dirigi? a ella, horrorizada. —No podemos seguirlos —dijo Catalina. —?Por qu? no? —replic? su hermana—. ?Por qu? no intentar conseguir lo que queremos? Catalina no ten?a una respuesta para ella. No quer?a decirle a Sof?a que no funcionar?a. No pod?a funcionar. Que as? no era como estaba montado el mundo. Tan solo con echarles una mirada, sabr?an que eran hu?rfanas, sabr?an que eran campesinas. ?C?mo pod?an ni incluso tener esperanzas de integrarse en un mundo como ese? Sof?a era la hermana mayor; se supon?a que ya sab?a todo esto. Adem?s, en aquel instante, la mirada de Catalina se pos? en algo que era igual de tentador para ella. Hab?a unos hombres formando cerca del lateral de la plaza, que vest?an los colores de una de las compa??as mercenarias a las que les gustaba aventurarse en las guerras del otro lado del mar. Ten?an armas, dispuestas en carretas, y caballos. Incluso unos cuantos estaban librando un torneo de esgrima improvisado con espadas de acero desafiladas. Catalina observ? las armas, y vio lo que necesitaba: montones de acero. Pu?ales, espadas, ballestas, trampas para cazar. Incluso con unas cuantas de estas cosas, pod?a aprender a cazar con trampas y a vivir de la tierra. —No lo hagas —dijo Sof?a, observando su mirada y poni?ndole una mano sobre el brazo. Catalina se la sac? de encima, aunque cuidadosamente. —Ven conmigo —dijo Catalina, decidida. Vio que su hermana negaba con la cabeza. —Sabes que no puedo. Eso no es para m?. Yo no soy as?. No es lo que quiero, Catalina. E intentar mezclarse con un grupo de nobles no era lo que quer?a Catalina. Pod?a sentir la seguridad de su hermana, pod?a sentir la suya propia, y tuvo una sensaci?n repentina de a d?nde llevaba esto. Al entenderlo, le escocieron los ojos. Rode? con los brazos a su hermana, a la vez que su hermana la abrazaba. —No quiero dejarte —dijo Catalina. —Yo tampoco quiero dejarte —respondi? Sof?a— pero, tal vez, tenemos que intentar cada una nuestro propio camino, aunque sea por poco tiempo. T? eres tan terca como yo, y cada una tenemos nuestro propio sue?o. Yo estoy segura de que puedo conseguirlo y de que, despu?s, puedo ayudarte. Catalina sonri?. —Y yo estoy convencida de que yo puedo conseguirlo y de que, despu?s, puedo ayudarte. Ahora Catalina vio que su hermana tambi?n ten?a l?grimas en los ojos, pero m?s que eso, pod?a notar su tristeza a trav?s de la conexi?n que compart?an. —Tienes raz?n —dijo Sof?a—. T? no encajar?as en la corte y yo no me adaptar?a a estar en la naturaleza, o aprendiendo a luchar. As? que, tal vez, debemos hacerlo por separado. Tal vez nuestras mejores oportunidades de supervivencia est?n en separarnos. Por lo menos, si atrapan a una de nosotras, la otra puede venir a rescatarla. Catalina quer?a decirle a Sof?a que se equivocaba, pero lo cierto era que todo lo que estaba diciendo ten?a sentido. —Despu?s te encontrar? —dijo Catalina—. Aprender? a luchar y a vivir en el campo, y te encontrar?. Ya lo ver?s, y te reunir?s conmigo. —Y yo te encontrar? a ti cuando haya triunfado en la corte —replic? Sof?a con una sonrisa—. T? te reunir?s conmigo en palacio, te casar?s con un pr?ncipe y gobernar?s esta ciudad. Las dos hicieron una gran sonrisa, mientras las l?grimas ca?an por sus mejillas. «Pero nunca estar?s sola» —a?adi? Sof?a, mientras las palabras sonaban en la mente de Catalina—. «Yo siempre estar? tan cerca como el pensamiento». Catalina ya no pod?a soportar m?s la tristeza y sab?a que deb?a actuar antes de que cambiara de opini?n. As? que abraz? a su hermana por ?ltima vez, se solt? y fue corriendo en direcci?n a las armas. Era el momento de arriesgarlo todo. CAP?TULO CINCO Sof?a notaba que la determinaci?n ard?a en su interior cuando puso rumbo hacia el otro lado de Ashton, en direcci?n a la zona amurallada donde yac?a el palacio. Iba a toda prisa por las calles, esquivando caballos y, de vez en cuando, saltando a la parte de atr?s de los carros cuando parec?a que iban en la direcci?n correcta. Incluso as?, le llev? tiempo cruzar aquella expansi?n, movi?ndose a trav?s de las Vueltas, el Barrio Comerciante, la Colina Enredada y los otros distritos uno a uno. Eran tas extra?os y estaban tan llenos de vida tras su tiempo en la Casa de los Abandonados, que Sof?a deseaba tener m?s tiempo para explorarlos. Se qued? mirando un gran teatro circular desde fuera, deseando que hubiera el tiempo suficiente para entrar. Pero no lo hab?a, porque si esta noche se perd?a el baile de m?scaras, no estaba segura de c?mo iba a encontrar el lugar que quer?a en la corte. Tambi?n sab?a que los bailes de m?scaras no suced?an muy a menudo, y que le ofrecer?a la mejor oportunidad para colarse. Mientras avanzaba, estaba preocupada por Catalina. El simple hecho de caminar en direcciones contrarias se hac?a extra?o, despu?s de tanto tiempo. Pero lo cierto era que quer?an hacer cosas diferentes con sus vidas. Sof?a la encontrar?a, cuando esto hubiera acabado. Cuando tuviera una vida establecida entre los nobles de Ashton, encontrar?a a Catalina y lo arreglar?a todo. M?s adelante, estaban las puertas de la zona amurallada que guardaba el palacio. Como Sof?a hab?a imaginado, estaban abiertas de par en par para la noche y, tras ellas, se ve?an unos elegantes jardines dispuestos en pulcras hileras de setos y rosas. Hab?a grandes extensiones de hierba, cortada m?s corta de lo que podr?a estar cualquier campo de granjero y que, en s?, parec?a una se?al de lujo cuando cualquiera de la ciudad que tuviera un trozo de tierra al lado de su casa ten?a que usarlo para cultivar comida. Hab?a faroles colocados cada pocos pasos dentro de los jardines. Todav?a no estaban encendidos, pero por la noche convertir?an todo aquel lugar en una ola de luz brillante, permitiendo que la gente baile en los jardines con la misma facilidad que en una de las grandes salas de palacio. Sof?a ve?a que la gente se dirig?a al interior, uno tras otro. Hab?a un sirviente con un uniforme dorado de gala al lado de la puerta, junto a dos guardias vestidos del azul m?s brillante, con los mosquetones cargados al hombro para una demostraci?n de desfile a pie de calle perfecta mientras los nobles y sus sirvientes les pasaban tranquilamente por delante. Sof?a fue a toda prisa hacia la puerta. Ten?a la esperanza de poder perderse en medio de la multitud de los que entraban, pero para cuando lleg? all?, estaba sola. Esto significaba que el sirviente que estaba all? pudo prestarle toda la atenci?n. Era un hombre mayor con una peluca empolvada que se le rizaba en la nuca. Mir? a Sof?a con algo muy cercano al menosprecio. —?Y t? qu? es lo que quieres? —pregunt?, en un tono tan p?caro que podr?a haber sido el de un actor haciendo el papel de noble, m?s que el de su mero sirviente. —Estoy aqu? por el baile —dijo Sof?a. Sab?a que nunca podr?a pasar por noble, pero todav?a hab?a cosas que pod?a hacer—. Soy la sirvienta de… —No te averg?ences a ti misma —replic? el sirviente—. S? perfectamente a qui?n debo dejar entrar y ninguno de ellos se molestar?a en ir acompa?ado de una sirvienta como t?. No dejamos entrar a las prostitutas del muelle. No es una de esas fiestas. —No s? de qu? me habla —intent? Sof?a, pero la cara enfurru?ada que recibi? le dijo que no estaba ni cerca de funcionar. —Entonces perm?teme que me explique —dijo el sirviente que estaba en la puerta. Parec?a estar disfrutando—. Parece que tu vestido haya sido cortado del de una pescadera. Apestas como si acabaras de salir de una cloaca. En cuanto a tu voz, parece que no puedas ni escribir elocuci?n y mucho menos utilizarla. Ahora, l?rgate antes de que tenga que hacer que salgas corriendo y que te encierren durante la noche. Sof?a deseaba defenderse, pero la crueldad de sus palabras parec?a haberle robado las de ella. A?n m?s, la hab?an dejado sin su sue?o, con la misma facilidad que si el hombre hubiera alargado el brazo y lo hubiera arrancado del aire. Se dio la vuelta y se fue corriendo, y lo peor de todo fue la risa que la sigui? por toda la calle. Sof?a se detuvo en un portal, profundamente humillada. No esperaba que esto fuera f?cil, pero esperaba que alguien en la ciudad fuera amable. Hab?a pensado que podr?a pasar por sirvienta aunque no pudiera pasar por noble. Pero tal vez ese era su error. Si estaba intentando reinventarse, ?no deber?a ir a por todas? Tal vez no era demasiado tarde. No pod?a pasar por el tipo de sirvienta que acompa?ar?a a su se?ora a un baile, pero ?por qu? podr?a pasar? Podr?a ser lo que casi hubiera sido cuando se fue del orfanato. El tipo de sirvienta a quien dar?an el trabajo m?s bajo. Eso podr?a funcionar. La zona de alrededor de palacio era un lugar de mansiones nobles, pero tambi?n de todas las cosas que sus due?os podr?an necesitar de la ciudad: modistas, joyeros, casas de ba?o y m?s cosas. Todas las cosas que Sof?a no pod?a permitirse, pero todo eran cosas que podr?a conseguir de todas formas. Empez? por una modista. Era la parte m?s grande y, quiz?s, una vez tuviera el vestido, el resto ser?a m?s f?cil. Entr? en la tienda que parec?a estar m?s llena, respirando entrecortadamente como si estuviera a punto de desplomarse, confiando en que saliera bien. —?Qu? est?s haciendo t? aqu?? —pregunt? una mujer con el pelo color acero, que al alzar la vista, vio que ten?a la boca llena de agujas. —Perd?neme… —dijo Sof?a—. Mi se?ora… me dar? una paliza si su vestido tarda m?s… dijo que… viniera corriendo. No pod?a pasar por una sirvienta que acompa?aba a su se?ora, pero pod?a ser aquella sirviente contratada a quien mandan a hacer recados de ?ltima hora. —?Y cu?l es el nombre de vuestra se?ora? —pregunt? la modista. «?Realmente es este el tipo de sirvienta que Milady D’Angelica podr?a enviar? ?Tal vez sea porque tienen la misma talla y desea saber si ir? bien?» El destello de talento de Sof?a vino de forma voluntaria. Tuvo el suficiente juicio como para no dudar. —Milady D’Angelica —dijo—. Disc?lpeme, pero dijo que corr?a prisa. El baile… —No empezar? formalmente hasta dentro de una o dos horas, y dudo que tu se?ora quiera estar all? hasta el momento de hacer la entrada —respondi? la modista. Su tono era un poco menos duro ahora, aunque Sof?a sospechaba que era tan solo por quien estaba fingiendo servir. La mujer se?al? con el dedo. —Espera aqu?. Sof?a esper?, aunque era lo que m?s le costaba hacer ahora mismo. Por lo menos, le permiti? escuchar. El sirviente de palacio ten?a raz?n: la gente hablaba de forma diferente lejos de las partes m?s pobres de la ciudad. Sus vocales eran m?s redondeadas, los finales de las palabras m?s refinados. Una de las mujeres que trabajaban all? parec?a proceder de uno de los Estados Mercantes, marcando sus erres mientras charlaba con las dem?s. No pas? mucho tiempo hasta que la primera modista apareci? con un vestido, sujet?ndolo en alto para que Sof?a lo inspeccionara. Era lo m?s bello que Sof?a hab?a visto jam?s. Era de un color plata y azul brillantes, que parec?an resplandecer al moverse. El cuerpo estaba trabajado con hilo de plata, e incluso las enaguas resplandec?an en ondas, lo que parec?a un desperdicio. ?Qui?n las iba a ver? —Milady D’Angelica y t? ten?is la misma talla, ?verdad? —pregunt? la modista. —S?, se?ora –respondi? Sof?a—. Por eso me envi?. —Entonces deber?a haberte enviado a ti desde un principio, en lugar de una lista de medidas. —Me asegurar? de dec?rselo —dijo Sof?a. Eso hizo que la modista palideciera horrorizada, como si con tan solo pensarlo le pudiera dar un ataque al coraz?n. —No ser? necesario. Ya casi est?, solo tengo que modificar un par de cosas. ?Est?s realmente segura de que tienes su misma talla? Sof?a asinti?. —Al mil?metro, se?ora. Me hace comer exactamente lo mismo que ella para que estemos igual. Fue un detalle loco y rid?culo que inventar, pero la modista pareci? trag?rselo. Tal vez era el tipo de extravagancia a la que ella cre?a que una mujer de la nobleza podr?a rebajarse. En cualquier caso, hizo los arreglos tan r?pido que Sof?a apenas pod?a creerlo, entreg?ndole finalmente un paquete envuelto en papel estampado. —?La cuenta corre a cargo de Milady? —pregunt? la modista. Hab?a una nota de esperanza en ello, como si Sof?a pudiera llevar el dinero encima, pero Sof?a solo pudo asentir—. Por supuesto, por supuesto. Conf?o en que Milady D’Angelica estar? encantada. —Estoy segura de que as? ser? —dijo Sof?a. Fue pr?cticamente corriendo hacia la puerta. En realidad, estaba segura de que la noble enfurecer?a, pero Sof?a no ten?a pensado estar por all? cuando eso sucediera. Para empezar, deb?a ir a otros sitios y recoger otros “paquetes” de parte de su “se?ora”. En una zapater?a recogi? unas botas de la mejor piel p?lida, dispuestas con l?neas grabadas que mostraban una escena de la vida de la Diosa Sin Nombre. En una perfumer?a adquiri? un peque?o botell?n que ol?a como si su creador, de alg?n modo, hubiera condensado la esencia de todo lo hermoso en una fragante combinaci?n. —?Es mi mayor obra! —proclam?—. Espero que Lady Beaufort lo disfrute. En cada parada, Sof?a escog?a el nombre de una nueva mujer noble de la que ser sirvienta. Era simplemente pr?ctico: no pod?a asegurarse de que Milady D’Angelica hubiera estado en todas las tiendas de la ciudad. En algunas tiendas, escog?a los nombres de los pensamientos de los propietarios. En otras, cuando su talento no ven?a, ten?a que mantener la conversaci?n dando vueltas hasta que hicieran sus suposiciones o, en un caso, hasta que pudo robar una mirada del rev?s a un cuaderno que hab?a encima del mostrador de la tienda. Cuanto m?s robaba, m?s f?cil parec?a ser. Cada pieza previa de su atuendo robado serv?a como una especie de credencial para la siguiente, pues evidentemente los otros comerciantes no hubieran entregado cosas a la persona equivocada. Para cuando lleg? a la tienda donde vend?an m?scaras, el tendero estaba pr?cticamente apretando las mercanc?as contra sus manos antes de que atravesara las puertas. Era una media m?scara de ?bano grabado, escena tras escena de la Diosa Enmascarada buscando hospitalidad dispuesta con plumas por los bordes y puntitos de joyas alrededor de los ojos. Probablemente se dise?aron para hacer que pareciera que los ojos de quien la llevaba brillaran con luz reflejada. Sof?a sinti? un peque?o destello de culpa al cogerla, a?adi?ndola al no despreciable mont?n de paquetes que llevaba en brazos. Estaba robando a mucha gente, llev?ndose cosas que hab?an estado trabajando para fabricar y por las que otros hab?an pagado. O pagar?an, o no hab?an pagado del todo; Sof?a todav?a no lograba entender los modos en los que los nobles parec?an comprar cosas sin pagarlas del todo. Pero tan solo fue un breve destello de culpa, pues ellos ten?an mucho comparado con los hu?rfanos de la Casa de los Abandonados. Solo las joyas de esta m?scara hubieran cambiado sus vidas. De momento, Sof?a ten?a que cambiarse, y no pod?a entrar a la fiesta sucia todav?a de haber dormido junto al r?o. Deambul? por las casas de ba?os, a la espera de encontrar una que tuviera carruajes esperando a la puerta, y que anunciara ba?os separados para las se?oras de alta alcurnia. No ten?a monedas para pagar, pero se dirigi? a las puertas de todos modos, ignorando la mirada que le lanz? el grande y musculoso due?o. —Mi se?ora est? dentro —dijo—. Me dijo que trajera todo para cuando ella hubiera acabado su ba?o, o habr?a problemas. La mir? de arriba abajo. De nuevo, los paquetes que Sof?a llevaba en las manos parec?an funcionar como pasaporte—. Entonces ser?a mejor que estuvieras dentro, ?no? Los vestidores est?n a tu izquierda. Sof?a fue hacia ellos y dej? sus premios robados en una habitaci?n en la que hac?a calor por el vapor de los ba?os. Las mujeres iban y ven?an vestidas con las s?banas envueltas que les serv?an para secarse. Ninguna de ellas mir? dos veces a Sof?a. Se desvisti?, se envolvi? con una s?bana y se dirigi? a los ba?os. Estaban dispuestos en el estilo que prefer?an al otro lado del mar, con m?ltiples piscinas calientes, templadas y fr?as, masajistas a los lados y sirvientes a la espera. Sof?a era totalmente consciente del tatuaje que ten?a en el tobillo y que anunciaba lo que era, pero all? hab?a sirvientas contratadas con sus se?oras, que estaban all? para masajearlas con aceites perfumados o pasarles el peine por el pelo. Si alguien ve?a la marca, evidentemente dar?an por sentado que Sof?a estaba all? por esa raz?n. Aun as?, no se tom? el tiempo que podr?a haberse tomado para regocijarse en los ba?os. Quer?a salir de all? antes de que alguien hiciera preguntas. Se remoj? bajo el agua, freg?ndose con jab?n e intentando sacarse de encima lo peor de la suciedad. Cuando sali? del ba?o, se asegur? de que la s?bana que la envolv?a llegara hasta los tobillos. De vuelta a los vestidores, construy? su nuevo ser paso a paso. Empez? con las medias de seda y las enaguas, despu?s sigui? con la corseter?a y las faldas exteriores, los guantes y m?s cosas. —?Mi se?ora necesita ayuda con el pelo? —pregunt? una mujer y, al fijarse, Sof?a vio que una sirvienta la estaba mirando. —Si es tan amable —dijo Sof?a, intentando recordar c?mo hablaban los nobles. Se le ocurri? que ser?a m?s f?cil si nadie pensaba que era de por all?, as? que a?adi? un toque del acento de los Estados Mercantes que hab?a o?do en la modista. Ante su sorpresa, sali? con facilidad, su voz se adapt? con la misma rapidez que lo hab?a hecho el resto de ella. La chica le sec? y le trenz? el pelo con un elaborado nudo que Sof?a apenas pod?a seguir. Cuando hubo acabado, se coloc? la m?scara y se dirigi? hacia fuera, abri?ndose camino entre los carruajes hasta encontrar uno que no estaba cogido. —?Eh, t?! –exclam?, su reci?n descubierta voz que ahora mismo se le hac?a rara a los o?dos—. ?S?, t?! Ll?vame ahora mismo a palacio y no te detengas por el camino. Tengo prisa. Y no empieces a preguntar por la tarifa. Puedes enviar la cuenta a Lord Dunham y puede estar agradecido de que esto sea lo ?nico que yo le cueste esta noche. Ni tan solo sab?a si exist?a un Lord Dunham, pero el nombre sonaba bien. Esperaba que el conductor del carruaje discutiera o, por lo menos, regateara con la tarifa. Pero, en cambio, simplemente baj? la cabeza. —S?, mi se?ora. La vuelta en carruaje por la ciudad fue m?s c?moda de lo que Sof?a podr?a haber imaginado. M?s c?modo que saltar detr?s de los carros y, desde luego, mucho m?s corto. En cuesti?n de minutos, vio que se acercaban a las puertas. Sof?a sinti? que se le tensaba el coraz?n, porque el mismo sirviente todav?a estaba trabajando en ellas. ?Lo conseguir?a? ?La reconocer?a? El carruaje redujo la velocidad y Sof?a se forz? a asomarse, con la esperanza de parecer lo que deb?a. —?Todav?a est? en su apogeo el baile? —pregunt? con su nuevo acento—. ?He llegado en el momento adecuado para impresionar? Yendo al grano, ?qu? aspecto tengo? Mis sirvientas me dicen que es adecuado para vuestra corte, pero a m? me parece que parezco una prostituta del muelle. No pudo resistirse a aquella peque?a venganza. El sirviente que estaba en la puerta le hizo una gran reverencia. —Mi se?ora no podr?a haber calculado mejor su llegada —le asegur?, con el tipo de falsa sinceridad que Sof?a imaginaba que les gustaba a los nobles—. Y, por supuesto, se ve absolutamente bella. Por favor, siga todo recto. Sof?a cerr? la cortina del carruaje cuando se puso en marcha, pero solo para esconder su estupefacci?n y alivio. Estaba funcionando. Estaba funcionando de verdad. Solo esperaba que las cosas estuvieran funcionando tambi?n para Catalina. CAP?TULO SEIS Catalina estaba disfrutando de la ciudad m?s de lo que hubiera pensado que era posible sola. Todav?a le dol?a la p?rdida de su hermana y todav?a deseaba salir a campo abierto, pero por ahora, Ashton era su patio del recreo. Se abri? camino entre las calles de la ciudad y hab?a algo en particular que le resultaba interesante de estar perdida entre la multitud. Nadie la miraba, no m?s de lo que miraban a los otros ni?os pobres o aprendices, los hijos peque?os o los aspirantes a guerreros de la ciudad. Con su vestuario de chico y su pelo en pinchos cortos, Catalina podr?a haber pasado por cualquiera de ellos. Hab?a mucho por ver en la ciudad, y no solo los caballos a los que Catalina lanzaba una mirada codiciosa cada vez que pasaba por delante de uno. Se detuvo enfrente de un vendedor que vend?a armas de caza desde un carro, las ballestas ligeras y alg?n mosquete ocasional parec?an incre?blemente grandes. Si Catalina hubiera podido agarrar uno, lo hubiera hecho, pero el hombre vigilaba con cautela a todo el que se acercaba. Sin embargo, no todo el mundo era tan cauto. Consigui? coger un pedazo de pan de un bar y un cuchillo que alguien hab?a usado para sujetar un panfleto religioso. Su talento no era perfecto, pero conocer d?nde estaban los pensamientos y la atenci?n de la gente era una gran ventaja cuando se trataba de la ciudad. Continu?, en busca de una oportunidad para conseguir m?s de lo que necesitar?a para vivir en el campo. Era primavera, pero eso solo significaba lluvia en lugar de nieve la mayor?a de los d?as. ?Qu? necesitar?a? Catalina empez? a comprobar las cosas que ten?a al alcance de la mano. Un saco, cordel para hacer trampas para animales, una ballesta si es que pod?a conseguir una, un impermeable para resguardarse de la lluvia, un caballo. Indudablemente un caballo, a pesar de todos los peligros que el hurto de caballos conllevaba. No es que nada de eso fuera verdaderamente seguro. En algunas esquinas hab?a horcas sujetando los huesos de animales que hac?a tiempo que hab?an muerto, conservados para que la lecci?n persistiera. Encima de una de las viejas puertas, destrozada en la ?ltima guerra, hab?a tres calaveras sobre unos barrotes que presuntamente eran los del ministro traidor y sus c?mplices. Catalina se preguntaba si alguien sab?a algo m?s. Ech? un vistazo al palacio desde la distancia, pero solo porque esperaba que Sof?a estuviera bien. Ese tipo de lugar era para gente como la reina viuda y sus hijos, los nobles y sus sirvientes, que intentaban dejar afuera los problemas del mundo real con sus fiestas y sus cacer?as, no para la gente de verdad. —Eh, chico, si tienes moneda para gastar, yo te har? pasar un buen rato —exclam? una mujer desde el portal de una casa cuyo uso era evidente aunque no tuviera letrero. De pie en la puerta hab?a un hombre que podr?a haber luchado contra osos, mientras Catalina o?a los ruidos de la gente que se lo estaban pasando demasiado bien aunque todav?a no hab?a oscurecido. —No soy un chico —respondi? bruscamente. La mujer encogi? los hombros. —No tengo man?as. O entra y g?nate tu propio dinero. A los viejos s?tiros les gustan las que tienen aspecto de chico. Catalina se fue ofendida, sin tan solo dignarse a contestar. Esa no era la vida que hab?a planeado para ella. Tampoco lo era robar para obtener todo lo que deseaba. Exist?an otras oportunidades que parec?an m?s interesantes. All? donde miraba, parec?a que hab?a reclutadores para uno u otra de las compa??as libres, anunciando altos pagos respecto a los otros, o que sus raciones eran mejores o la gloria que pod?an ganar en las guerras del otro lado del Pu?al-Agua. En efecto, Catalina fue deambulando hasta uno de ellos, un hombre de unos cincuenta a?os y de aspecto robusto, que llevaba un uniforme que parec?a m?s propio de la idea de guerra que ten?a un actor que el aut?ntico. —?Eh, oye, chico! ?Est?s buscando aventuras? ?Proezas? ?La posibilidad de encontrar la muerte a manos de las espadas de tus enemigos? ?Bueno, pues has venido al lugar equivocado! —?Al lugar equivocado dices? —dijo Catalina, sin siquiera importarle que tambi?n hubiera pensado que era un chico. —Nuestro general es Massimo Caval, el m?s cauto y por todos conocido de los luchadores. Nunca se enfrenta a alguien, a no ser que pueda ganar. Nunca desperdicia a sus hombres en enfrentamientos infruct?feros. Nunca… —O sea, ?me est?s diciendo que es un cobarde? —pregunt? Catalina. —Un cobarde es lo mejor que se puede ser en una guerra, hazme caso —dijo el reclutador—. Seis meses yendo por delante de las fuerzas enemigas mientras se cansan, con tan solo alg?n saqueo espor?dico para animar las cosas. Pi?nsalo, la vida, el… espera, t? no eres un chico, ?verdad? —No, pero aun as?, puedo luchar —insisti? Catalina. El reclutador neg? con la cabeza. —No para nosotros, no puedes. ?L?rgate! A pesar de su defensa de la cobard?a, parec?a que el reclutador podr?a darle un coscorr?n en la cabeza a Catalina si se quedaba all?, as? que sigui? caminando. Muchas cosas de la ciudad parec?an no tener mucho sentido. La Casa de los Abandonados hab?a sido un lugar cruel, pero por lo menos hab?a tenido algo de orden. En la ciudad, la mitad del tiempo parec?a que la gente hac?a lo que quer?a, con poca participaci?n por parte de los gobernantes de la ciudad. La ciudad en s? parec?a verdaderamente no tener un plan. Catalina cruz? un puente que hab?a sido levantado con puestos y plataformas e incluso casas peque?as hasta que apenas hab?a espacio suficiente para usarlo para su prop?sito. Se hallaba caminando por calles que bajaban en espiral sobre s? mismas, por callejones que de alg?n modo se convert?an en los tejados de las casa que estaban a menor altura y que, despu?s, daban paso a escaleras. En cuanto a la gente que hab?a en las calles, toda la ciudad parec?a disparatada. Parec?a que hab?a alguien gritando en cada esquina, proclamando los aspectos de su propia filosof?a, pidiendo atenci?n para la actuaci?n que estaban a punto de hacer o condenando la participaci?n del reino en las guerras del otro lado del otro lado del mar. Catalina se agachaba en los portales cuando ve?a las siluetas enmascaradas de sacerdotes y monjas ocupados con los inescrutables asuntos de la Diosa Enmascarada, pero despu?s de la tercera o cuarta vez continu? caminando. Vio a una sacudiendo a una cadena de prisioneros y se pregunt? a s? misma qu? parte de la misericordia de la diosa representaba eso. En la ciudad hab?a caballos por todas partes. Tiraban de los carruajes, cargaban a los jinetes y algunos de los m?s grandes tiraban de carros llenos de cualquier cosa desde piedra hasta cerveza. Verlos era una cosa; robar uno estaba resultando ser otra muy diferente. Al final, Catalina escogi? un lugar fuera de la tienda de un mozo de cuadra, se acerc? m?s y esper? su momento. Para robar algo tan grande como un caballo, necesitaba algo m?s que solo un momento de descuido, pero en principio no era diferente a robar un pastel. Pod?a sentir los pensamientos de los trabajadores del establo mientras estos deambulaban y daban vueltas. Uno estaba sacando a una yegua de buen aspecto, mientras pensaba en la dama a la que iba dirigida. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697271&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.