Íåäàâíî ÿ ïðîñíóëñÿ óòðîì òèõèì, À â ãîëîâå – íàñòîé÷èâàÿ ìûñëü: Îòíûíå äîëæåí ÿ ïèñàòü ñòèõè. È òàê íàïîëíèòü ñìûñëîì ñâîþ æèçíü! ß ïåðâûì äåëîì ê çåðêàëó ïîø¸ë, ×òîá óáåäèòüñÿ â âåðíîñòè ðåøåíüÿ. Âçãëÿä çàòóìàíåí.  ïðîôèëü – ïðÿì îðåë! Òèïè÷íûé âèä ïîýòà, áåç ñîìíåíüÿ. Òàê òùàòåëüíî òî÷èë êàðàíäàøè, Çàäóì÷èâî ñèäåë â êðàñèâîé ïîçå. Êîãäà äóøà

Un Canto F?nebre para Los Pr?ncipes

Un Canto F?nebre para Los Pr?ncipes Morgan Rice Un Trono para Las Hermanas #4 La imaginaci?n de Morgan Rice no tiene l?mites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sof?a y Catalina), hu?rfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un ?xito inmediato. ?Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantas?a. En UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (Un trono para las hermanas-Libro cuatro), Sof?a, de 17 a?os, lucha por su vida, intentando recuperarse de la herida que le dej? Lady d’Angelica. ?Bastar?n los nuevos poderes de su hermana Catalina para revivirla?El barco zarpa con las hermanas hacia las lejanas y ex?ticas tierras de su t?o, su ?ltima esperanza y el ?nico v?nculo conocido con sus padres. Pero el viaje es traicionero y, aunque lo encuentren, las hermanas no saben si su bienvenida ser? acogedora u hostil. Catalina, comprometida con la bruja, se encuentra en una situaci?n cada vez m?s desesperante – hasta que conoce a una hechicera que podr?a tener el secreto para su libertad. Sebasti?n vuelve a la corte, con el coraz?n roto, desesperado por saber si Sof?a est? viva. Cuando su madre le obliga a casarse con Lady d’Angelica, sabe que ha llegado el momento de arriesgarlo todo. UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (Un trono para las hermanas-Libro cuatro) es el cuarto libro de una nueva y sorprendente serie de fantas?a llena de amor, desamor, tragedia, acci?n, aventura, magia, espadas, brujer?a, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podr?s dejar, lleno de personajes que te enamorar?n y un mundo que nunca olvidar?s. ?El libro#5 de la serie ya est? disponible! poderoso principio para una serie mostrar? una combinaci?n de en?rgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los j?venes adultos, sino tambi?n a admiradores de la fantas?a para adultos que buscan historias ?picas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan) UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (UN TRONO PARA LAS HERMANAS – LIBRO 4) MORGAN RICE Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocal?ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice «Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita». --Books and Movie Reviews Roberto Mattos «Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s». --The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) «Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos». --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico». -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante». --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice EL CAMINO DE ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) UN TRONO PARA LAS HERMANAS UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1) UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2) UNA CANCI?N PARA LOS HU?RFANOS (Libro #3) UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (Libro #4) UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2) ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3) REBELDE, POBRE, REY (Libro #4) SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5) H?ROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) VAMPIRA, CA?DA ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA(Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Sab?as que he escrito m?ltiples series? ?Si no has le?do todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie! (http://www.morganricebooks.com/read-now/) ?Quieres libros gratuitos? Suscr?bete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gr?fica gratis ?y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita: www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. ?NDICE CAP?TULO UNO (#u750e023a-d2ab-5dcd-9ae6-5025d248fd88) CAP?TULO DOS (#u05f3d5d8-04db-51a5-9d13-3e82a06a83c0) CAP?TULO TRES (#udc6b80e4-25d8-5ba6-9a64-f81a55c42e6e) CAP?TULO CUATRO (#u09fb17d8-923e-5195-a94e-2e16197c0672) CAP?TULO CINCO (#u226b36f1-71ef-5b68-947a-0af81a9c0404) CAP?TULO SEIS (#u293a3eaa-9ca7-53bf-9552-95fb9638a658) CAP?TULO SIETE (#u49804196-f941-54d7-a037-377663727906) CAP?TULO OCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO NUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIEZ (#litres_trial_promo) CAP?TULO ONCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DOCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TRECE (#litres_trial_promo) CAP?TULO CATORCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO QUINCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTID?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTITR?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO UNO Catalina corr?a a toda velocidad por los muelles de los que Finnael le hab?a hablado, avanzando m?s r?pido de lo que nadie podr?a haberlo hecho, rezando por llegar a tiempo. La imagen de su hermana tumbada, p?lida y muerta la persegu?a, empuj?ndola a avanzar con toda la velocidad que sus poderes pod?an proporcionarle. Sof?a no pod?a estar muerta. No pod?a estarlo. Catalina vio que los soldados reales estaban reunidos ahora alrededor de su l?der all? abajo en el pueblo. En otra ocasi?n, Catalina podr?a haberse detenido a luchar contra ellos, simplemente por el da?o que la Viuda hab?a hecho durante su vida. Ahora, sin embargo, no hab?a tiempo. Fue corriendo hacia los barcos, intentando identificar en el que hab?a estado Sof?a en su visi?n. Lo vio m?s adelante, una embarcaci?n con doble m?stil con un caballito de mar como proa. Fue corriendo hacia ?l, dio un brinco mientras se acercaba para saltar la barandilla y fue a parar suavemente sobre la cubierta del barco. Vio que los marineros la miraban fijamente, algunos de ellos echando mano de las armas. Si hab?an hecho algo para hacer da?o a su hermana, matar?a hasta al ?ltimo de ellos. —?D?nde est? mi hermana? —pregunt?, vociferando sus palabras. Tal vez reconocieron su parecido, a pesar de que Catalina era m?s bajita y m?s musculosa que su hermana y llevaba el pelo cortado como un chico. Sin decir nada, se?alaron hacia el camarote que hab?a en la parte posterior del barco. Mientras iba hecha una furia hacia all?, vio a un hombre grande, que se estaba quedando calvo y ten?a barba, esforz?ndose por ponerse de pie. —?Qu? pas? aqu?? —pregunt?—. R?pido, creo que mi hermana est? en peligro. —?Sof?a es tu hermana? —dijo el hombre. Todav?a parec?a confundido por lo que fuera que lo hab?a hecho caer—. Hab?a un hombre… me golpe?. Tu hermana est? en el camarote. Catalina no lo dud?. Fue hacia el camarote y le dio una patada tan fuerte a la puerta para abrirla que la hizo astillas. Vio un gato del bosque en un rinc?n, grande, con el pelo gris, que gru??a suavemente. All? vio a Sebasti?n, arrodillado con un pu?al en las manos, empapado de sangre casi hasta las mu?ecas. Estaba llorando mientras gritaba, pero eso no significaba nada. Un hombre pod?a llorar de arrepentimiento, o de culpa con la misma facilidad que cualquier otra cosa. En el suelo, a su lado, Catalina vio a Sof?a tumbada, inm?vil como un cad?ver, con la carne tan gris como en la visi?n que Catalina hab?a visto. En el suelo, a su lado, hab?a un charco de sangre y en su pecho una herida que solo pod?a proceder de un arma. —Est? muerta, Catalina —dijo Sebasti?n, mirando hacia ella—. Est? muerta. —El que est? muerto eres t? —vocifer? Catalina. Ya le hab?a dicho una vez a Sebasti?n que no pod?a perdonar el modo en que hab?a hecho da?o a Sof?a. Pero esto iba m?s all? de cualquier cosa que hubiera hecho antes. Hab?a intentado asesinar a su hermana. Entonces la rabia se apoder? de Catalina y sali? disparada hacia delante. Golpe? a Sebasti?n, apart?ndolo de su hermana. ?l rod? por el suelo y se levant?, con el cuchillo todav?a en la mano. —Catalina, no quiero hacerte da?o. —?Igual que le hiciste a mi hermana? Catalina le dio una patada en la barriga, lo agarr? por el brazo y lo retorci? hasta que el cuchillo cay? haciendo ruido al suelo. ?l consigui? soltarse antes de que le rompiera la extremidad, pero Catalina todav?a no hab?a terminado con ?l. —Catalina, yo no lo hice, yo… —?Eres un mentiroso! —Sali? corriendo, lo agarr? y lo empuj? de nuevo a trav?s de la puerta con velocidad y con la fuerza aumentada que le hab?a dado la fuente. Sali? de golpe a la luz con ?l, consigui? agarrarle las piernas a Sebasti?n y lo levant?. Lo lanz? por el lateral del barco y ?l cay? en los muelles. Fue a parar all? de cabeza, cayendo sin fuerza e inconsciente. Catalina quer?a saltar tras ?l. Quer?a matarlo. Pero no hab?a tiempo. Ten?a que volver con Sof?a. —Si despierta —le dijo Catalina al capit?n—, m?talo. —Lo har?a ahora —dijo aquel hombre grande—, pero tengo que poner en marcha este barco. Catalina vio que se?alaba hacia donde los soldados reales se dirig?an hacia el barco, avanzando con absoluta determinaci?n. —Haz lo que puedas —dijo Catalina—. Yo tengo que ayudar a mi hermana. Volvi? corriendo al camarote. Sof?a todav?a estaba demasiado inm?vil, demasiado ensangrentada. Catalina no ve?a que su pecho subiera y bajara. Solo el m?s d?bil de los destellos de pensamiento que hab?a en su interior le dijo a Catalina que hab?a algo de vida. Catalina se arrodill? a su lado, intentando calmarse, intentando recordar lo que el hechicero Finnael le hab?a ense?ado. Hab?a devuelto la vida a una planta, d?ndole un verde exuberante, pero Sof?a no era una planta, era la hermana de Catalina. Catalina busc? en el lugar en su interior donde pod?a ver la energ?a que rodeaba las cosas, donde pod?a ver el tenue brillo dorado que se hab?a debilitado hasta quedar en nada alrededor de Sof?a. Ahora sent?a esa energ?a y pod?a recordar la sensaci?n que hab?a tenido al sacarle la energ?a a la planta, pero arrancar energ?a no era lo que ten?a que hacer ahora. Tom? contacto, intentando encontrar toda la energ?a que pod?a. Entonces Catalina la sinti?; la sinti? m?s all? de los l?mites de la habitaci?n, m?s all? de los estrechos l?mites que defin?an su propia carne. Entonces lo not?, el instante de conexi?n fue tan enorme, tan abrumador, que Catalina pensaba que no podr?a mantenerlo. Era demasiado, pero si eso supon?a salvar a Sof?a, Catalina deb?a encontrar el modo de hacerlo. Agarr? el poder que hab?a a su alrededor… …y not? que sent?a el reino entero, cada vida, cada indicio de poder. Catalina pod?a sentir las plantas y los animales, la gente y las cosas que representaban poderes m?s antiguos y m?s extra?os. Catalina pod?a sentirlo y sab?a qu? era la energ?a: era vida, era magia. Tom? el poder con tanta delicadeza como pudo, en trozos de cien lugares. Catalina sinti? un trozo de hierba ponerse marr?n en las Vueltas, unas cuantas hojas caer de los ?rboles en las laderas de Monthys. Solo tomaba la m?nima cantidad de cada lugar, pues no deseaba da?arlo m?s. Aun as?, parec?a que estaba intentando contener una inundaci?n. Catalina gritaba por el esfuerzo de intentar contenerlo todo, pero aguantaba. Ten?a que hacerlo. Catalina lo verti? sobre Sof?a, intentando controlarlo todo, intentando obligarlo a hacer lo que ella quer?a. Con la planta simplemente hab?a sido cuesti?n de a?adir energ?a, pero ?aqu? funcionar?a eso? As? lo esperaba Catalina, pues no estaba segura de saber lo suficiente sobre c?mo curar heridas para hacer cualquier otra cosa. Le dio a Sof?a la energ?a que hab?a tomado prestada del mundo, reforzando la delgada l?nea dorada de su vida, intentando hacer de ella algo m?s. Lentamente, tan lentamente que era casi imperceptible, Catalina vio que la herida empezaba a cerrarse. Continu? hasta que la carne que hab?a all? estaba perfecta, pero todav?a hab?a m?s por hacer. No bastaba con tener un cad?ver de aspecto perfecto. Continu? introduciendo energ?a dentro de su hermana, manteniendo la esperanza de que fuera suficiente. Finalmente, vio que el pecho de Sof?a empezaba a subir y bajar de nuevo. Su hermana estaba respirando por s? misma y, por primera vez, Catalina tuvo la sensaci?n de que no iba a morir. Se llen? de alivio al pensar en eso. Sin embargo, Sof?a no despertaba, sus ojos se manten?an cerrados independientemente de la energ?a que usara Catalina. Catalina no estaba segura de poder mantener la energ?a mucho m?s tiempo. La solt? y cay? de espaldas sobre cubierta agotada, como si acabara de correr doce leguas. Entonces fue cuando oy? los gritos de pelea fuera del camarote. Catalina se esforz? por ponerse de pie, pero no era f?cil. Aunque la energ?a para recuperar a Sof?a no hubiera venido de ella, canalizarla hab?a supuesto un esfuerzo. Catalina consigui? ponerse de pie, desenfundar la espada y dirigirse hacia la puerta. Fuera, soldados con uniformes reales intentaban entrar a la fuerza en el barco, mientras los marineros luchaban por hacerlos retroceder. Vio que el capit?n atacaba y derribaba a un hombre usando un cuchillo largo, mientras otro marinero empujaba a un hombre y lo hac?a caer por la borda usando un pod?n. Tambi?n vio que la estocada de la espada de un soldado mataba a un marinero, y a otro caer de espaldas al escucharse una pistola. Catalina avanz? casi tambale?ndose y consigui? embestir con un golpe de espada que alcanz? a un soldado en la axila, pero apenas consigui? bloquear un golpe de culata de un mosquete. Tropez? y el hombre se puso encima de ella, dando la vuelta al arma para apuntar con una bayoneta. Entonces Catalina oy? un rugido y el gato del bosque salt? por encima de ella, estrell?ndose contra el hombre, desgarr?ndole el cuello con los dientes. La bestia rugi? y salt? sobre otro y ahora los soldados dudaron y se echaron hacia atr?s. Catalina tuvo que arrodillarse all? para observarlo, pues estaba demasiado agotada para hacer m?s que eso. Cuando vio que uno de los soldados apuntaba con una pistola al gato, sac? un pu?al y se lo lanz? por arriba. El arma sali? disparada y ?l cay? del barco de espaldas. Catalina vio que el gato saltaba por la borda, hacia los muelles y, un segundo m?s tarde, escuch? un grito cuando aquel atac? de nuevo. —?Que este barco salga al mar! —exclam?—. ?Si nos quedamos aqu?, estamos muertos! Los marineros se pusieron en marcha de un salto y Catalina se esforz? para hacerlo, intentando rellenar el hueco. Algunos luchaban y eran como los defensores en un parapeto, empujando a los rivales que trepaban. El gato del bosque mord?a y gru??a, saltaba sobre aquellos que intentaban subir a bordo a la fuerza, los golpeaba con fuerza con las garras y los apresaba con unos dientes afilados como agujas. Catalina no sab?a cu?ndo su hermana hab?a adquirido una compa??a as?, pero era verdaderamente fiel –y mort?fera. Si hubiera tenido toda su fuerza, podr?a haberse enfrentado a los soldados ella sola, avanzando entre ellos, corriendo y matando. Tal y como estaban las cosas, apenas pod?a reunir la energ?a para abatirlos junto a los marineros. Estos apartaban a Catalina, como si intentaran protegerla de la lucha. Ella solo quer?a que se concentraran en alejar el barco de los muelles. El barco empez? a moverse lentamente. Los marineros usaban remos y varas largas para empujar y Catalina not? el movimiento en cubierta por sus esfuerzos. Un soldado dio un brinco hacia el barco, pero se qued? corto y cay? entre el barco y los muelles. All? abajo, Catalina ve?a que el gato del bosque todav?a estaba gru?endo y matando, acorralado por los soldados. Catalina sospechaba que su hermana no querr?a que su compa?ero fuera abandonado y, en cualquier caso, el gato del bosque los hab?a salvado. No pod?a dejarlo. —Tienes que subir a bordo —exclam?, y despu?s se dio cuenta de que era una estupidez esperar que lo comprendiera. En su lugar, reuni? el poco poder que le quedaba, envolviendo la necesidad de subir a bordo con una imagen del barco march?ndose y se lo lanz? a la criatura. Este gir? la cabeza, olfate? una vez el aire y brinc? hacia el barco. Catalina vio que contra?a los m?sculos y despu?s saltaba. Clav? sus garras en la madera del barco mientras sub?a por la borda y, a continuaci?n, se qued? en la barandilla, apretando su cabeza contra la mano de Catalina y ronroneando. Catalina tropez? hacia atr?s y sinti? la firmeza de un m?stil en su espalda. Pr?cticamente se desliz? hasta quedar sentada en cubierta, pues ya no ten?a fuerza para estar de pie. Pero eso ya no importaba. Ya estaban a buena distancia de los muelles, solo algunos disparos aislados marcaban la presencia de sus atacantes all?. Lo hab?an conseguido. Estaban a salvo y Sof?a estaba viva. Al menos por ahora. CAP?TULO DOS Cuando Sebasti?n despert?, ten?a dolor. Un dolor completo y total. Parec?a rodearlo, palpitar dentro de ?l, absorbiendo cada fragmento de su ser. Sent?a el sufrimiento palpitante en el cr?neo, donde se hab?a golpeado al caer, pero hab?a otro dolor repetitivo, que le machacaba las costillas mientras alguien intentaba despertarlo a patadas. Alz? la vista y vio que Ruperto lo estaba mirando posiblemente desde el ?nico ?ngulo desde el cual su hermano no parec?a un modelo de pr?ncipe dorado. Desde luego, su expresi?n no encajaba con ese modelo, pues parec?a que, si se hubiera tratado de otra persona, le habr?a cortado el cuello alegremente. Sebasti?n gem?a de dolor, sintiendo que el impacto le podr?a haber roto las costillas. —?Despierta, idiota in?til! —dijo bruscamente Ruperto. Sebasti?n oy? la rabia y la frustraci?n en ello. —Estoy despierto —dijo Sebasti?n. Incluso ?l pod?a o?r que las palabras eran cualquier cosa menos claras. M?s dolor se apoder? de ?l, junto con una especie de vaga confusi?n que daba la sensaci?n de que le hab?an golpeado en la cabeza con un martillo. No, con un martillo no; con el mundo entero—. ?Qu? pas?? —Una chica te arroj? desde un barco, eso es lo que pas? —dijo Ruperto. Sebasti?n sinti? que su hermano lo agarraba con dureza mientras tiraba de ?l para ponerlo de pie. Cuando Ruperto lo solt?, Sebasti?n se tambale? y casi cay? de nuevo, pero consigui? sujetarse a tiempo. Ninguno de los soldados que hab?a a su alrededor se movi? para ayudar pero, al fin y al cabo, eran los hombres de Ruperto y probablemente le ten?an poca estima a Sebasti?n despu?s de que escapara de ellos. —Ahora te toca a ti contarme qu? sucedi? —dijo Ruperto—. Recorr? esta aldea de un extremo al otro y, por fin, me dijeron que ese era el barco que iba a tomar tu amada. —Hizo que sonara como una palabrota—. Ya que te arroj? una chica con su misma apariencia… —Su hermana, Catalina —dijo Sebasti?n, recordando la velocidad con la que Catalina lo hab?a empujado fuera del camarote, la rabia con la que lo hab?a lanzado. Hab?a querido matarlo. Hab?a pensado que ?l hab?a… Entonces lo record?, y esa imagen bast? para que se detuviera, qued?ndose all? de pie en blanco, sin capacidad de reacci?n, a pesar de que Ruperto decidiera que ser?a una buena idea darle una bofetada. Ese dolor parec?a una pizca m?s que se a?ad?a a una monta?a. Incluso los moratones de cuando Catalina lo hab?a arrojado parec?an nada con la herida en carne viva y dolorosa que amenazaba con abrirse y apoderarse de ?l en cualquier momento. —Dije que qu? pas? con la chica que te enga?? para convertirse en tu prometida —exigi? Ruperto—. ?Estaba all?? ?Escap? con los dem?s? —?Est? muerta! —dijo Sebasti?n bruscamente sin pensar—. ?Es eso lo que quieres o?r, Ruperto? ?Sof?a est? muerta! Parec?a que la estaba viendo de nuevo, vi?ndola p?lida y sin vida en el suelo del camarote, con un charco de sangre a su alrededor, la herida de su pecho llena por un pu?al tan fino y afilado que podr?a haber sido una aguja. Pod?a recordar lo inm?vil que estaba Sof?a, sin un ?pice de movimiento que marcara su respiraci?n, sin un resto de aire en su oreja cuando ?l lo hab?a comprobado. Incluso hab?a sacado el pu?al, con la est?pida esperanza instintiva de que eso mejorar?a las cosas, a pesar de que sab?a que las heridas no se enmendaban tan f?cilmente. Lo ?nico que hab?a hecho era ensanchar el charco de sangre, cubrirse las manos con ella y convencer a Catalina de que hab?a asesinado a su hermana. Visto as?, era un milagro que solo lo hubiera arrojado del barco y no lo hubiera descuartizado. —Por lo menos hiciste una cosa bien mat?ndola —dijo Ruperto—. Puede que esto ayude a que Madre te perdone por escapar de esta manera. Debes recordar de que t? solo eres el hermano de repuesto, Sebasti?n. El responsable. No puedes permitirte enojar a Madre de esta manera. En ese momento, Sebasti?n sinti? indignaci?n. Indignaci?n porque su hermano pensara que ?l podr?a haber hecho da?o a Sof?a. Indignaci?n porque viera el mundo de esa manera. Indignaci?n, sinceramente, por ser familia de alguien que ve?a el mundo como su juguete, donde todos los dem?s estaban en un nivel inferior, para satisfacer los papeles que ?l les encargara. —Yo no mat? a Sof?a —dijo Sebasti?n—. ?C?mo pudiste pensar que yo pod?a hacer algo as?? Ruperto lo mir? con evidente sorpresa, antes de que su gesto cambiara a uno de decepci?n. —Y yo que pensaba que al final hab?as tenido agallas —dijo—. Que realmente hab?as decidido ser el pr?ncipe responsable que finges ser y te hab?as deshecho de la zorra. Deber?a haber sabido que todav?a ser?as completamente in?til. Entonces Sebasti?n se lanz? sobre su hermano. Se estrell? contra su hermano y los dos fueron a parar a los listones de madera de cubierta. Sebasti?n se puso encima, agarr? a su hermano y le dio un pu?etazo. —?No hables as? de Sof?a! ?No te basta con que ya no est?? Ruperto daba sacudidas y se retorc?a debajo de ?l, se puso encima un momento y le dio un pu?etazo. Continuaron dando vueltas por el ?mpetu de la pelea y Sebasti?n sinti? el borde del muelle contra su espalda en el instante antes de que ?l y Ruperto cayeran al agua. Se cerr? sobre ellos mientras luchaba, se agarraban por el cuello el uno al otro casi por instinto. A Sebasti?n no le importaba. No le quedaba nada por lo que vivir, no ahora que Sof?a no estaba. Tal vez si acababa tan fr?o y muerto como ella, habr?a una oportunidad de que se reencontraran en lo que fuera que hubiera m?s all? de la m?scara de la muerte. Pod?a sentir que Ruperto le daba patadas, pero Sebasti?n apenas percib?a el toque extra de dolor. Entonces sinti? unas manos que lo cog?an y lo sacaban del agua. Deber?a haber sabido que los hombres de Ruperto intervendr?an para salvar a su pr?ncipe. Sacaron a Sebasti?n y a Ruperto por sus brazos y por su ropa, tirando de ellos hasta tierra firme y pr?cticamente sujet?ndolos mientras el agua fr?a los calaba. —Soltadme —exigi? Ruperto—. No, sujetadle a ?l. Sebasti?n sinti? que le apretaban los brazos con las manos, inmoviliz?ndolo. Entonces su hermano le golpe? fuerte en la barriga, de manera que Sebasti?n se hubiera doblado de dolor si los soldados no hubieran estado sujet?ndolo. Vio el momento en el que su hermano desenfund? un cuchillo, este era curvado y con el filo muy afilado: un cuchillo de cazador; un cuchillo para despellejar. Not? el corte de aquel filo cuando Ruperto lo apret? contra su cara. —?Piensas que vas a poder atacarme? He cabalgado desde el otro lado del reino por tu culpa. Tengo fr?o, estoy mojado y mi ropa est? hecha trizas. Quiz?s tambi?n deber?a estarlo tu cara. Sebasti?n sinti? una gota de sangre bajo la presi?n de ese filo. Ante su sorpresa, uno de los soldados dio un paso adelante. —Su Alteza —dijo, la deferencia en su tono evidente—. Sospecho que la Viuda no desear?a que permiti?ramos que cualquiera de sus hijos resultara herido. Sebasti?n sinti? que Ruperto se quedaba peligrosamente quieto y, por un instante, pens? que lo har?a de todos modos. En su lugar, apart? el cuchillo, escondiendo su rabia tras la m?scara de urbanidad que normalmente la ocultaba. —S?, tienes raz?n, soldado. No querr?a que Madre se enojara porque yo he… dado un paso en falso. Era un t?rmino muy benigno para usar cuando hab?a estado hablando de cortarle la cara a trozos a Sebasti?n hac?a solo unos instantes. El hecho de que pudiera cambiar de esa manera confirmaba casi todo lo que Sebasti?n hab?a o?do decir sobre ?l. Siempre hab?a intentado ignorar las historias, pero era como si hubiera visto al verdadero Ruperto tanto aqu? como antes, cuando hab?a torturado al jardinero en la casa abandonada. —Quiero reservar toda la ira de Madre para ti, hermanito —dijo Ruperto. Esta vez no golpe? a Sebasti?n, simplemente le dio una palmadita en el hombro de un modo fraternal que sin duda era fingido—. Escapar de esta manera, pelear contra sus soldados. Matar a uno de ellos. Casi demasiado r?pido como para seguirlo, Sebasti?n se gir? y apu?al? al que hab?a planteado la objeci?n en el cuello. El hombre cay?, agarr?ndose la herida, su gesto de conmoci?n casi igualaba al de los que lo rodeaban. —Vamos a hablar claro —dijo Ruperto, con una voz peligrosa—. Yo soy el pr?ncipe de la corona y estamos muy lejos de la Asamblea de los Nobles, con sus normas y sus intentos por reprimir a sus superiores. ?Aqu? no se me cuestionar?! ?Entendido? Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, r?pidamente hubiera sido derribado por los otros soldados. En cambio, los hombres murmuraron su acuerdo a coro, todos ellos parec?an saber que cualquiera que matara a un pr?ncipe del linaje ser?a el responsable de reavivar las guerras civiles. —No te preocupes —dijo Ruperto, limpiando el cuchillo—. Bromeaba acerca de cortarte la cara. Ni tan solo dir? que mataste a este hombre. Muri? en la pelea del barco. Ahora, dame las gracias. —Gracias —dijo Sebasti?n en un tono mon?tono, pero solo porque imaginaba que esta era la mejor manera de evitar m?s violencia. —Adem?s, creo que Madre creer? una historia sobre tu incompetencia antes que una sobre ti como asesino —dijo Ruperto—. El hijo que escap?, no pudo llegar a tiempo, perdi? a su querida y una chica le dio una paliza. Sebasti?n podr?a haberse lanzado hacia delante de nuevo, pero los soldados todav?a lo estaban sujetando con fuerza, como si esperaran exactamente eso. Tal vez, de alg?n modo, incluso lo estaban haciendo para protegerlo. —S? —dijo Ruperto—, te queda mucho mejor el papel tr?gico que el del odio. Ahora mismo, pareces la misma imagen del dolor. Sebasti?n sab?a que su hermano nunca comprender?a esa verdad. Nunca comprender?a el aut?ntico dolor que le consum?a el coraz?n, mucho peor que cualquiera de los dolores de sus moratones. Nunca comprender?a el dolor por perder a alguien a quien ?l amaba, pues Sebasti?n estaba seguro de que no quer?a a nadie excepto a s? mismo. Sebasti?n hab?a amado a Sof?a y ahora que ya no estaba empezaba a comprender cu?nto, simplemente al ver cu?nto de su mundo se le hab?a arrebatado desde los instantes en los que la hab?a visto tan inm?vil y sin vida, bella incluso muerta. Se sent?a como una de esas cosas que se arrastran en las viejas historias, vac?as con excepci?n de la carcasa de carne que rodea su dolor. La ?nica raz?n por la que no lloraba era porque se sent?a demasiado vac?o para hacer incluso eso. Bueno, por eso y porque no quer?a darle a su hermano la satisfacci?n de verlo dolido. Ahora mismo, incluso hubiera agradecido que Ruperto lo hubiera matado, pues por lo menos eso hubiera puesto fin a la infinita prolongaci?n de dolor que parec?a extenderse a su alrededor. —Es hora de que regreses a casa —dijo Ruperto—. Puedes estar all? mientras yo informo a nuestra madre de todo lo que ha pasado. Me envi? para que te trajera de vuelta, as? que eso es lo que voy a hacer. Te atar? a un caballo si es necesario. —No tendr?s que hacerlo —dijo Sebasti?n—. Ir? yo. Lo dijo en voz baja, pero aun as?, bast? para que su hermano sonriera triunfante. Ruperto pensaba que hab?a ganado. Lo cierto era que a Sebasti?n sencillamente no le preocupaba. Ya no le importaba. Esper? a que uno de los soldados le trajera un caballo, mont? y le dio un taconazo para que avanzara con paso firme. Volver?a a casa, a Ashton, y ser?a el tipo de pr?ncipe que su familia quisiera que fuera. Nada de esto cambiar?a nada. Nada lo hac?a, ahora que Sof?a estaba muerta. CAP?TULO TRES Cora estuvo m?s que agradecida cuando el suelo empez? a allanarse de nuevo. Parec?a que Emelina y ella hab?an estado andando durante una eternidad, aunque su amiga no dejaba ver su esfuerzo. —?C?mo puedes continuar andando como si no estuvieras cansada? —pregunt? Cora, mientras Emelina continuaba avanzando—. ?Es magia o algo as?? Emelina mir? hacia atr?s. —No es magia, solo es que… pas? la mayor parte de mi vida en las calles de Ashton. Si mostrabas que eras d?bil, la gente encontraba maneras de abusar de ti. Cora intent? imaginarlo, vivir en un lugar donde hubiera probabilidad de violencia cada vez que alguien mostrara debilidad. Pero se dio cuenta de que no hac?a falta que lo imaginara. —En el palacio, era Ruperto o sus compinches —dijo—, o las chicas nobles que pensaban que pod?an tratarte mal solo porque estaban enfadadas por alguna otra cosa. Vio que Emelina inclinaba la cabeza a un lado. —Yo hubiera pensado que en el palacio era mejor —dijo—. Al menos no ten?as que evitar a las bandas o a los que buscaban esclavos. No ten?as que pasar las noches resguardada en carboneras para que nadie te encontrara. —Porque ya ten?a un contrato —puntualiz? Cora—. Ni tan solo ten?a una cama dentro de palacio. Daban por sentado que encontrar?a un rinc?n en el que dormir. Eso o que alg?n noble me querr?a en su cama. Ante la sorpresa de Cora, Emelina la rode? con sus brazos para darle un abrazo. Si hab?a una cosa que Cora hab?a aprendido por el camino, era que Emelina normalmente no era una persona efusiva. —Una vez vi a unos cuantos nobles, all? en la ciudad —dijo Emelina—. Pens? que ser?an algo m?s listos y mejores que alguna de las bandas, hasta que me acerqu?. Entonces vi que uno de ellos estaba pegando a un hombre sin sentido, solo porque pod?a hacerlo. Eran exactamente lo mismo. Se hac?a extra?o, acercarse de esta manera por lo duras que hab?an sido sus vidas, pero Cora se sent?a m?s cerca de Emelina de lo que lo hab?a estado al principio de todo esto. No era solo porque hab?an pasado muchas cosas iguales en sus vidas. Ahora tambi?n hab?an viajado juntas durante un largo camino, y todav?a exist?a la perspectiva de m?s kil?metros por venir. —El Hogar de Piedra estar? all? —dijo Cora, intentando convencerse tanto a s? misma como a Emelina. —Seguro —dijo Emelina—. Sof?a lo vio. Se hac?a extra?o confiar tanto en los poderes de Sof?a, pero lo cierto era que Cora realmente confiaba en ella, completamente. Con mucho gusto confiar?a su vida a las cosas que Sof?a hab?a visto y no hab?a nadie con quien compartir?a el viaje que no fuera Emelina. Continuaron y se dirigieron hacia el oeste, empezaron a ver m?s r?os, en redes que se conectaban como los capilares que van a parar a arterias m?s grandes. Pronto, parec?a haber tanta agua como tierra, de modo que incluso los campos de en medio estaban medio anegados, la gente trabajaba la tierra en un barro que amenazaba con convertirse en ci?naga. La lluvia parec?a ser una constante y, aunque de vez en cuando Cora y Emelina se acurrucaban para pasar lo peor, la mayor parte del tiempo avanzaban. —Mira —dijo Emelina, se?alando hacia una de las riberas. Lo ?nico que Cora vio al principio fueron los juncos que se alzaban a su lado, perturbados por todas partes por el movimiento de peque?os animales. Entonces vio la barquilla de cuero volcada en la orilla como el caparaz?n de una criatura con coraza. —Oh, no —dijo Cora, adivinando lo que Emelina ten?a pensado hacer. Emelina estir? el brazo para poner una mano sobre su brazo. —No pasa nada. Se me dan bien los barcos. Venga, lo pasar?s bien. Se dirigi? hasta la barquilla de cuero y lo ?nico que pudo hacer Cora fue seguirla, esperando en silencio que no hubiera remos. Pero hab?a un zagual y eso parec?a ser lo ?nico que necesitaba Emelina. Enseguida se meti? dentro de la barquilla de cuero y Cora tuvo que saltar dentro y ponerse a su lado o tendr?a que andar a lo largo de la orilla. Cora deb?a admitir que era m?s r?pido que caminar. Bajaban el r?o como sobrevol?ndolo, como una piedrecita lanzada por una mano gigante. Era tan relajante como lo hab?a sido ir en el carro. M?s relajante, ya que en el carro hab?an pasado la mitad del tiempo bajando para empujarlo por colinas y para sacarlo del barro. Emelina tambi?n parec?a estar disfrutando de guiarla, dirigiendo los cambios en el r?o cuando este pasaba de aguas revueltas a tranquilas y vuelta a empezar. Cora vio el momento en el que el agua cambi? y vio que el gesto de Emelina cambiaba en el mismo instante. —All?… hay algo —dijo Emelina—. Algo poderoso. «?Qu? tenemos aqu??» —pregunt? una voz, que sonaba dentro de la mente de Cora. «Dos criaturas j?venes y frescas. Acercaos m?s, queridas. Acercaos». M?s adelante, Cora vio… bueno, no estaba muy segura de lo que ve?a. Al principio, parec?a una mujer hecha de agua, pero un destello de luz m?s tarde, ten?a aspecto de caballo. La necesidad de ir hacia ella era abrumadora. Daba la sensaci?n de que delante estaba la seguridad. No, era m?s que eso; parec?a que el hogar la estaba esperando all?. El hogar que siempre hab?a deseado, con calor, una familia, seguridad… «Eso es. Venid a m?. Puedo daros todo lo que dese?is. Nunca volver?is a estar solas». Cora deseaba instar a la barquilla de cuero para que avanzara. Deseaba lanzarse desde ella, para estar con la criatura que tanto promet?a. Se medio levant?, dispuesta a hacer exactamente eso. —?Espera! —exclam? Emelina—. ?Es una trampa, Cora! Cora not? que algo se instalaba en su mente, un muro que se alzaba entre ella y las promesas de seguridad. Ve?a los esfuerzos de Emelina y supo que era la chica la que ten?a que estar haci?ndolo, obstruyendo el poder que empujaba hacia ellas con su talentos. «No, venid a m?» —insisti? la criatura, pero era un eco distante de lo que hab?a sido. Cora la mir?, ahora la mir? de verdad. Vio el remolino de agua que hab?a all?; vio las corrientes a su alrededor que ahogar?an a cualquiera que fuera tan est?pido como para atravesarlas. Record? las viejas historias de los esp?ritus del r?o, los caballos acu?ticos, el tipo de magia peligrosa que hab?a puesto al mundo en contra de ella. Vio que el agua empezaba a cambiar debajo de la barquilla de cuero y hasta que la corriente no empez? a arrastrarlas hacia delante, no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. —?Emelina! —exclam?—. ?Est? tirando de nosotras! Emelina estaba inm?vil, temblando por el evidente esfuerzo mientras luchaba por evitar que la criatura las ahogara a las dos. Eso quer?a decir que depend?a de Cora. Agarr? el zagual de la barquilla de cuero, se dirigi? hacia la orilla y rem? con toda la fuerza que ten?a. Al principio, parec?a que no pasaba nada. La corriente era demasiado fuerte, el tir?n del caballo acu?tico demasiado completo. Cora identific? esos pensamientos por lo que eran y los apart?. No ten?a que remar contra la corriente, solo hacia su lado. Empujaba el agua con la barquilla de cuero, oblig?ndola a avanzar por la misma fuerza de voluntad. Lentamente, empez? a cambiar el rumbo, acerc?ndose m?s a la orilla mientras Cora remaba. —Date prisa —le dijo Emelina, que estaba junto a ella—. No s? cu?nto tiempo podr? soportarlo. Cora continu? y la barquilla se movi? lo que parecieron unos cent?metros, pero se movi?. Se acerc? m?s y m?s hasta que, por fin, Cora pens? que los juncos podr?an estar al alcance. Los agarr? y consigui? hacerse con un pu?ado de ellos y los us? para tirar de su diminuta embarcaci?n hasta acercarla a la orilla. Arrastr? la barquilla de cuero hasta la orilla del r?o, despu?s salt? y agarr? a Emelina por el brazo. Tir? de su amiga hasta la orilla y vio que la corriente se llevaba la barquilla de cuero. Cora vio que el caballo acu?tico se encabritaba con aparente rabia y destrozaba la peque?a embarcaci?n hasta reducirla a astillas. En cuanto estuvieron en tierra firme, Cora not? que la presi?n de su mente se reduc?a, mientras Emelina soltaba un soplido y se pon?a de pie con sus propias fuerzas. Al parecer, fuera del agua, el caballo acu?tico no pod?a tocarlas. Volvi? a encabritarse, a continuaci?n se sumergi? y desapareci? de la vista. —Creo que estamos a salvo —dijo Cora. Vio que Emelina asent?a. —Pero creo que… quiz?s estaremos fuera del agua durante un rato. Parec?a agotada, as? que Cora la ayud? a alejarse de la orilla. Les llev? un rato encontrar un camino, pero una vez lo hicieron, parec?a natural seguirlo. Continuaron a lo largo del camino y ahora parec?a haber m?s gente de la que hab?a habido en el norte. Cora vio pescadores que ven?an de las orillas, granjeros con carros llenos de mercanc?as. Ahora ve?a m?s gente que ven?a de todos lados, con montones de tela o reba?os de animales. Incluso un hombre llevaba una bandada de patos como si fuera un reba?o, que iban corriendo delante de ?l como podr?an haberlo hecho las ovejas con otra persona. —Debe haber un mercado ambulante —dijo Emelina. —Deber?amos ir —dijo Cora—. Podr?an devolvernos al camino que lleva al Hogar de Piedra. —O podr?an matarnos por brujas en el momento en que pregunt?ramos —remarc? Emelina. Aun as?, fueron, siguiendo el camino junto a los dem?s hasta que vieron el camino m?s adelante. Estaba en una peque?a isla en medio de los r?os, la ruta era vadeable desde cualquiera de una docena de puntos. En esa isla, Cora vio casetas y lugares de subasta para todo desde mercanc?as hasta ganado. Agradeci? que hoy nadie estuviera intentando vender a alguno de los esclavos por contrato. Emelina y ella se dirigieron hacia la isla, caminando por el agua en una de las vaderas que llevaban a ella. Iban con la cabeza baja, mezcl?ndose todo lo posible con la multitud, especialmente cuando Cora vio la silueta enmascarada de una sacerdotisa deambulando a trav?s de la multitud, repartiendo sus bendiciones de la diosa. A Cora le atrajo un lugar donde unos actores estaban interpretando El baile de San Cuthbert, aunque no se trataba de la versi?n seria que algunas veces hab?an representado en el palacio. En esta versi?n hab?a mucho m?s humor obsceno y excusas para peleas con espada, era evidente que la compa??a conoc?a a su p?blico. Cuando hubieron acabado, saludaron al p?blico y la gente empez? a gritar los nombres de las obras de teatro y las escenas, con la esperanza de ver que representaban sus favoritas. —Todav?a no veo c?mo podemos encontrar a alguien que conozca el camino hasta el Hogar de Piedra —dijo Emelina—. Al menos no sin pr?cticamente anunciarnos a los sacerdotes. Cora tambi?n hab?a estado pensando en ello. Ten?a una idea. —Ver?s si la gente empieza a pensar en ello, ?no es cierto? —pregunt?. —Tal vez —dijo Emelina. —Entonces hagamos que piensen en ello —dijo Cora. Se dirigi? a los actores—. ?Qu? tal Las hijas del guardi?n de las piedras? —exclam?, esperando que la multitud la tapara y no fuera vista. Ante su sorpresa, funcion?. Tal vez porque era una obra de teatro atrevida, incluso peligrosa, para pedirla: la historia de las hijas de un cantero que resultaron ser brujas y encontraron un hogar lejos de aquellos que las perseguir?an. Era el tipo de obra de teatro por la que podr?an arrestar a alguien si la representaba en el lugar equivocado. Pero aqu? la interpretaron, en todo su esplendor, figuras enmascaradas que representaban a los sacerdotes que persegu?an a los j?venes que interpretaban los papeles de las mujeres por miedo a la mala suerte. Cora miraba a Emelina con esperanza todo el tiempo. —Bueno, ?les est? haciendo pensar en el Hogar de Piedra? —pregunt?. —S?, pero eso no significa que… espera —dijo Emelina, girando la cabeza—. ?Ves a aquel hombre de all? que est? vendiendo lana? Est? pensando en una vez que fue all? a comprar y vender. Esa mujer… su hermana fue all?. —?As? que tienes de nuevo una direcci?n? —pregunt? Cora. Vio que Emelina asent?a. —Creo que podemos encontrarlo. No era una gran esperanza, pero era algo. El Hogar de Piedra a?n estaba lejos y, con ?l, la expectativa de seguridad. CAP?TULO CUATRO Desde arriba, la invasi?n parec?a el movimiento circular de un ala abrazando la tierra que tocaba. El Maestro de los Cuervos disfrutaba de ello y, probablemente, era el ?nico en posici?n de apreciarlo, pues sus cuervos le daban una perspectiva perfecta mientras su barcos hac?an una entrada triunfal en la orilla. —Tal vez haya otros vigilantes —dijo para s? mismo—. Tal vez las criaturas de esta isla ver?n lo que se les avecina. —?Qu? sucede, se?or? —pregunt? un joven oficial. Era listo y ten?a el pelo rubio, su uniforme brillaba por el esfuerzo de pulirlo. —Nada de lo que te tengas que preocupar. Prep?rate para desembarcar. El joven se fue a toda prisa, con una especie de br?o en sus movimientos que parec?a ansiar acci?n. Tal vez se cre?a invulnerable porque luchaba con el Nuevo Ej?rcito. —Al final, todos ellos son comida para los cuervos —dijo el Maestro de los Cuervos. Pero no hoy, pues ?l hab?a escogido los lugares para desembarcar con cuidado. Exist?an partes del continente m?s all? del Pu?al-Agua donde la gente disparaba a los cuervos como parte de la rutina, pero aqu? todav?a ten?an que aprender la costumbre. Sus criaturas se hab?an esparcido, mostr?ndole los lugares donde los defensores hab?an colocado ca?ones y barricadas como preparaci?n para una invasi?n, donde hab?an escondido hombres y fortificado aldeas. Hab?an creado una red de defensas que deber?a haberse tragado a una fuerza invasora entera, pero el Maestro de los Cuervos ve?a los agujeros que hab?a en ellas. —Empezad —orden?, y resonaron las cornetas, el sonido transportado por las olas. Bajaron las barcas de desembarco y una marea de hombres montados en ellas se propag? por la orilla. En su mayor?a, lo hac?an en silencio, pues un jugador no anunciaba la posici?n de sus piezas en el tablero de juego. Se dispersaron, trayendo ca?ones y provisiones, movi?ndose r?pidamente. Ahora s? que empezaba la violencia, exactamente en el modo que ?l hab?a planeado, hombres arrastr?ndose lentamente a los lugares de emboscada de sus enemigos para ech?rseles encima desde atr?s, armas machacando los grupos de enemigos que quer?an detenerlo. Desde esta distancia, deber?a haber sido imposible o?r los gritos de los moribundos, o incluso el disparo de los mosquetes, pero sus cuervos le informaban de todo. Ve?a una docena de frentes a la vez, la violencia explotando en un caos multifac?tico como siempre lo hac?a en los momentos despu?s de que hubiera empezado un conflicto. Vio que sus hombres iban a la carga en una playa contra un grupo de campesinos, blandiendo las espadas. Vio a los caballos desembarcar mientras, a su alrededor, una compa??a luchaba para mantener su cabeza de playa contra la milicia armados con herramientas para la agricultura. Ve?a ambos puntos de masacre y valor conseguido con mucho esfuerzo, aunque costaba diferenciarlos. A trav?s de los ojos de sus cuervos, vio un grupo de caballer?a que se estaba reuniendo un poco m?s en el interior, sus corazas brillaban al sol. Hab?a tantos que, potencialmente, pod?an perforar su red de puntos de desembarco tan cuidadosamente coordinada y, aunque el Maestro de los Cuervos dudaba de que conocieran el lugar correcto en el que atacar, no quer?a correr ese riesgo. Despleg? su concentraci?n, usando sus cuervos para encontrar a un oficial adecuado por all? cerca. Para su diversi?n, encontr? al joven que hab?a sido tan entusiasta antes. Se concentr?, el esfuerzo de hacer que una de sus bestias llevara las palabras era mucho m?s grande que simplemente mirar a trav?s de sus ojos. —Hay caballer?a al norte de donde est?is —dijo, oyendo el graznido del cuervo cuando este repiti? las palabras—. Id en c?rculo hacia la cresta que hay al oeste de donde est?is y tomadlos cuando vengan a por vosotros. No esper? a tener una respuesta, sino que ech? a volar al cuervo, observando desde arriba mientras los hombres obedec?an sus ?rdenes. Esto era lo que le proporcionaba su talento: la habilidad para ver m?s, para propagar su alcance m?s lejos de lo que cualquier hombre normal podr?a haberlo hecho. La mayor?a de comandantes estaban atrapados en la nube de la guerra, o paralizados por mensajeros que no pod?an moverse con suficiente rapidez. ?l pod?a coordinar un ej?rcito con la facilidad que podr?a haber mostrado un ni?o moviendo soldaditos de plomo alrededor de una mesa. Bajo su p?jaro que se mov?a en c?rculos, vio que la caballer?a llegaba bramando, con el aspecto de un ej?rcito elegante sacado de una leyenda en cada detalle. Oy? el estruendo de los mosquetes que empezaban a derribarlos y, a continuaci?n, vio que los soldados que estaban esperando iban a por ellos, convirtiendo r?pidamente la carga de cuento en una cosa de sangre y muerte, dolor y angustia repentina. El Maestro de los Cuervos ve?a caer a los hombres uno tras otro, incluido el joven oficial, al que una espada extraviada le cort? el cuello. —Todos son comida para los cuervos —dijo. No importaba; esa peque?a batalla estaba ganada. Vio una batalla m?s dif?cil alrededor de las dunas que llevaban hacia la peque?a aldea. Uno de sus comandantes no hab?a sido lo suficientemente r?pido para seguir sus ?rdenes, lo que signific? que los defensores se hab?an atrincherado, resistiendo la ruta hasta su aldea incluso contra una fuerza m?s grande. El Maestro de los Cuervos se estir? y, a continuaci?n, baj? hasta una barca de desembarco. —A la orilla —dijo, se?alando. Los hombres que estaban con ?l se pusieron a trabajar con la velocidad que proporcionaba una larga pr?ctica. El Maestro de los Cuervos observaba el desarrollo de la batalla mientras se acercaba, oyendo los gritos de los moribundos, viendo c?mo sus fuerzas arrollaban a un grupo tras otro de probables defensores. Era evidente que la Viuda hab?a ordenado la defensa de su reino, pero estaba claro que no lo suficientemente bien. Llegaron a la orilla y el Maestro de los Cuervos camin? a pasos largos a trav?s de la batalla como si estuviera dando un paseo. Los hombres a su alrededor se manten?an agachados, con los mosquetes levantados mientras buscaban peligros, pero ?l andaba con la cabeza bien alta. ?l sab?a qui?nes eran sus enemigos. Todos sus enemigos. Ya pod?a notar el poder de esta tierra y sentir el movimiento en ella cuando algunas de las criaturas m?s peligrosas que all? hab?a reaccionaron a su llegada. Dej? que lo sintieran llegar. Dej? que sintieran el miedo de lo que iba a pasar. Un peque?o grupo de soldados enemigos se levantaron de golpe de un escondite detr?s de una barca volcada y no hubo m?s tiempo para pensar, solo para actuar. Desenfund? una larga espada de duelo y una pistola en un movimiento r?pido, dispar? en la cara a uno de los defensores y, a continuaci?n, atraves? a otro. Se apart? para esquivar un ataque, atac? de nuevo con una fuerza letal y continu?. Las dunas estaban all? delante y la aldea estaba tras ellas. Ahora el Maestro de los Cuervos pod?a o?r la violencia sin tener que recurrir a sus criaturas. Pod?a distinguir el choque de espada contra espada con sus propios o?dos, el estruendo de los mosquetes y las pistolas resonando mientras se acercaba. Ve?a a los hombres luchando el uno contra el otro, sus cuervos le permit?an identificar los puntos donde los defensores estaban arrodillados o tumbados, sus armas preparadas para cualquier cosa que se acercara. ?l estaba en el centro de todo esto, ret?ndolos a que le dispararan. —Ten?is una oportunidad para vivir —dijo—. Necesito esta playa y estoy dispuesto a pagar por ella con vuestras vidas y las de vuestras familias. Bajad vuestras armas y marchaos. Mejor a?n, un?os a mi ej?rcito. Haced estas cosas y sobrevivir?is. Continuad luchando y har? que arrasen vuestros hogares por completo. Se qued? all? quieto, esperando una respuesta. La tuvo cuando son? un disparo, su dolor y su impacto le golpearon tan fuerte que se tambale? y cay? sobre una rodilla. Pero, ahora mismo, hab?a demasiada muerte alrededor para detenerlo tan f?cilmente. Hoy los cuervos se estaban alimentando bien y su poder curar?a cualquier cosa que no lo matara inmediatamente. Oprimi? el poder contra la herida y la cerr? estando ?l de pie. —Que as? sea —dijo, y fue a la carga. Normalmente, no lo hac?a. Era un modo est?pido de luchar; una manera antigua que no ten?a nada que ver con ej?rcitos bien organizados o t?cticas eficientes. Avanz? con toda la velocidad que le daba su poder, esquivando y corriendo mientras reduc?a la distancia. Mat? al primer hombre sin detenerse, clav?ndole profundamente la espada y sac?ndola despu?s violentamente. De una patada tir? al suelo al siguiente y, a continuaci?n, acab? con ?l con un amplio golpe de espada. Agarr? el mosquete del hombre con una mano y lo dispar?, usando la vista de sus cuervos para decirle d?nde apuntar. Se precipit? hacia un grupo de hombres que se escond?a tras una barricada de arena. Contra un avance lento de sus fuerzas, hubiera bastado con demorarlos, creando tiempo para que vinieran m?s hombres a resistir. Contra su carga salvaje, no cambiaba nada. El Maestro de los Cuervos brincaba los muros de arena, saltando en medio de sus enemigos y atacando en todas direcciones. Sus hombres ir?an tras ?l, aunque no pudiera malgastar su concentraci?n para buscarlos a trav?s de los ojos de sus cuervos. Estaba demasiado ocupado parando golpes de espada y hachazos, contraatacando con una eficacia despiadada. Ahora sus hombres estaban all?, saltando las barricadas de arena como la marea entrante. Mor?an en cuanto lo hac?an, pero eso ahora no les importaba, siempre y cuando lo hicieran con su l?der. Esto es con lo que hab?a contado el Maestro de los Cuervos. Mostraban una lealtad sorprendente para ser hombres que, para ?l, eran poco m?s que comida para los cuervos. Con sus grupos tras ?l, los defensores no tardaron mucho en morir y el Maestro de los Cuervos dej? que sus hombres avanzaran hacia la aldea. —Adelante —dijo—. Matadlos por su desaf?o. Observ? el resto de desembarcos durante unos minutos m?s, pero parec?a no haber otros cuellos de botella importantes. Hab?a elegido bien su sitio. Para cuando el Maestro de los Cuervos lleg? a la aldea, algunas partes ya estaban en llamas. Sus hombres avanzaban atravesando las calles, matando a todos los aldeanos con los que se encontraban. Aunque la mayor?a ya estaban muertos, de todas formas. El Maestro de los Cuervos vio que uno arrastraba a una mujer fuera de la aldea, el miedo de esta solo lo igualaba el evidente disfrute del soldado. —?Qu? est?s haciendo? —le pregunt? cuando se acerc?. El hombre lo mir? fijamente sorprendido. —Yo… la vi, mi se?or y pens?… —Pensaste que pod?as quedarte con ella —acab? por ?l el Maestro de los Cuervos. —Bueno, en el lugar adecuado, podr?amos pedir un buen precio por ella. —El soldado se atrevi? a sonre?r pensando que eso los har?a a ambos parte de una gran conspiraci?n. —Ya veo —dijo—. Pero yo no di esa orden. ?O s?? —Mi se?or… —empez? el soldado, pero el Maestro de los Cuervos ya estaba levantando una pistola. La dispar? tan cerca de la cara del hombre que esta desapareci? casi por completo con su estallido. La joven, que estaba a su lado, parec?a demasiado aturdida incluso para chillar cuando su atacante cay?. —Es importante que mis hombres aprendan a actuar en concordancia con mis ?rdenes —le dijo el Maestro de los Cuervos a la mujer—. Hay lugares en los que permito los prisioneros y otros en los que existe un acuerdo para no hacer da?o a nadie, con excepci?n de los dotados. Es importante que se mantenga esa disciplina. Entonces la mujer parec?a esperanzada. As? parec?a justo hasta el momento en que el Maestro de los Cuervos le atraves? el coraz?n con su espada, un golpe firme y limpio, probablemente incluso indoloro. —En este caso, les di una oportunidad a tus hombres y lo hicieron —dijo mientras ella intentaba agarrar el arma. ?l tir? del arma y ella cay?—. Es una oportunidad que tengo pensado dar a, m?s o menos, el resto de este reino. Tal vez ellos elegir?n m?s sabiamente. Mir? a su alrededor mientras continuaba la masacre, sin sentir ni placer ni disgusto, solo una especie de tranquila satisfacci?n por el deber cumplido. Por lo menos un paso, pues al fin y al cabo, esto no era m?s que la toma de una aldea. Habr?a mucho m?s por venir. CAP?TULO CINCO La Reina Viuda Mar?a de la Casa Flamberg se encontraba en las grandes salas de audiencias de la Asamblea de los Nobles, intentando no parecer demasiado aburrida en su trono en medio de todo mientras los supuestos representantes de su pueblo hablaban y hablaban. Normalmente, esto no hubiera importado. Hac?a tiempo que la Viuda dominaba el arte de parecer imperturbable y majestuosa mientras las grandes facciones que all? hab?a discut?an. Como de costumbre, dejaba que los populistas y los conservadores se agotaran antes de hablar ella. Hoy, sin embargo, estaban tardando m?s de lo normal, lo que supon?a que la constante opresi?n de sus pulmones estaba aumentando. Si no acababa pronto con esto, estos est?pidos podr?an ver el secreto que ella se esforzaba tanto por ocultar. Pero no hab?a prisa. La guerra hab?a llegado, lo que significaba que todos quer?an su oportunidad para hablar. Lo que era peor, unos cuantos de ellos quer?an respuestas que ella no ten?a. —Simplemente deseo preguntar a mis ilustres amigos si el hecho de que los enemigos han desembarcado en nuestra orilla es indicativo de una mayor pol?tica del gobierno al descuidar el potencial militar de nuestra naci?n —pregunt? Lord Hawes de Briarmarsh. —El honorable se?or est? muy bien informado sobre las razones por las que esta Asamblea ha desconfiado de la idea de un ej?rcito centralizado —respondi? Lord Branston de Vereford Superior. Continuaron farfullando, volviendo a luchar en viejas batallas pol?ticas mientras unas m?s verdaderas se acercaban. —Querr?a exponer la situaci?n, de modo que esta Asamblea no me acuse de descuidar mi deber —dijo el General Sir Guise Burborough—. Las fuerzas del Nuevo Ej?rcito han desembarcado en las orillas del sudeste, logrando burlar muchas de las defensas que colocamos para evitar esa posibilidad. Han avanzado a gran velocidad, arrollando a los defensores que han intentado detenerlos y quemando aldeas a su paso. De hecho, ya existe un gran n?mero de refugiados que, al parecer, piensa que deber?amos proporcionarles alojamiento. Era gracioso, pens? la Viuda, que el hombre hiciera que la gente que escapaba para salvar sus vidas parecieran los parientes indeseados decididos a quedarse demasiado tiempo. —?Y qu? hay de los preparativos alrededor de Ashton? —pregunt? Graham, Marqu?s de Shale—. Imagino que se dirigir?n hacia aqu?. ?Podemos sellar las murallas? Esa era la respuesta de un hombre que no sab?a nada de ca?ones, pens? la Viuda. Podr?a haber re?do con ganas si hubiera tenido aliento para ello. Tal y como estaban las cosas, le resultaba dif?cil mantener su expresi?n imperturbable. —As? es —respondi? el general—. Antes de que acabe el mes, puede que debamos prepararnos para un asedio y ya se est?n construyendo excavaciones contra esta posibilidad. —?Estamos considerando evacuar a la gente del camino del ej?rcito? —pregunt? Lord Neresford—. ?Deber?amos aconsejar al pueblo de Ashton que huya hacia el norte para evitar la lucha? ?Deber?a nuestra reina, por lo menos, considerar retirarse a sus fincas? Era extra?o; la Viuda nunca hab?a pensado que le preocupara su bienestar. Siempre hab?a votado r?pidamente en contra de cualquier propuesta que ella presentara. Decidi? que era el momento de que hablar ella, mientras todav?a pudiera hacerlo. Se levant? y se hizo silencio en la sala. A pesar de que los nobles hab?an luchado por su Asamblea, todav?a la escuchaban dentro de ella. —Ordenar una evacuaci?n desatar?a el p?nico —dijo—. Habr?a saqueo en las calles y los hombres fuertes que podr?an defender sus hogares huir?an en su lugar. Yo tambi?n me quedar? aqu?. Este es mi hogar y no voy a escapar de ?l frente a una muchedumbre de enemigos. —Es mucho m?s que una muchedumbre, Su Majestad —puntualizo Lord Neresford, como si los consejeros de la Viuda no le hubieran explicado la magnitud exacta de la fuerza invasora. Tal vez daba por sentado que, al ser mujer, no tendr?a el suficiente conocimiento sobre la guerra para comprenderlo—. Aunque estoy seguro de que toda la Asamblea est? deseosa de o?r sus planes para derrotarlo. La Viuda lo mir? fijamente, aunque era dif?cil hacerlo cuando parec?a que sus pulmones iban a estallar en un ataque de tos en cualquier momento. —Como sabr?n los honorables se?ores —dijo—, he evitado a prop?sito tener un papel demasiado cercano a los ej?rcitos del reino. No querr?a que se sintieran inc?modos reclamando comandarles ahora. —Estoy seguro de que podr?amos perdonarlo, por esta vez —dijo el lord, como si ?l tuviera el poder de perdonarla o de condenarla—. ?Cu?l es su soluci?n, Su Majestad? La Viuda encogi? los hombros. —Pens? en empezar con una boda. Se qued? quieta, esperando a que el esc?ndalo se fuera apagando, las diferentes facciones de la Asamblea se gritaban entre ellas. Los mon?rquicos vitoreaban su apoyo, los antimon?rquicos se quejaban por los gastos. Los miembros militares daban por sentado que los ignoraba, mientras que los que no ten?an tanta influencia en el reino deseaban saber lo que todo esto significaba para su gente. La Viuda no dijo nada hasta estar segura de que ten?a su atenci?n. —Esc?chense, farfullando como ni?os asustados —dijo—. ?Sus maestros y sus institutrices no les ense?aron la historia de nuestra naci?n? ?Cu?ntas veces los enemigos extranjeros han buscado reclamar nuestras tierras, celosos de su belleza y de su riqueza? ?Quieren que se las enumere? ?Quieren que les cuente los fracasos de la Flota de Guerra Havvers, de la Invasi?n de los Siete Pr?ncipes? Incluso en nuestras guerras civiles, a los enemigos que ven?an sin ellas les hac?amos retroceder siempre. Hace mil a?os que nadie conquista esta tierra y sin embargo ahora sienten p?nico porque unos cuantos enemigos han evitado nuestra primera l?nea de defensas. Mir? alrededor de la sala, avergonz?ndolos como si fueran ni?os. —Yo no puedo ofrecer mucho a nuestra gente. No puedo ordenar sin su apoyo y de la forma correcta. —No quer?a que discutieran sobre su poder all? y en ese momento—. Pero puedo ofrecerles esperanza, por lo que hoy, en esta Asamblea, deseo anunciar un acontecimiento que ofrece esperanza para el futuro. Deseo anunciar la inminente boda de mi hijo Sebasti?n con Lady d’Angelica, Marquesa de Sowerd. ?Alguno de ustedes pide forzar un voto en el asunto? Pero no lo hicieron, aunque ella sospechaba que era tanto porque estaban estupefactos por el anuncio como por cualquier otra cosa. A la Viuda no le importaba. Sali? de la sala, decidiendo que sus propias preparaciones eran m?s importantes que cualquier asunto que pudieran concluir en su ausencia. Todav?a hab?a mucho por hacer. Deb?a asegurarse de que las hijas de los Danses hab?an sido contenidas, deb?a hacer las preparaciones para la boda… El ataque de tos la cogi? de repente, aunque lo hab?a esperado durante la mayor parte de su discurso. Cuando apart? el pa?uelo manchado de sangre, la Viuda supo que hoy hab?a forzado demasiado. Eso, y que las cosas avanzaban m?s r?pido de lo que a ella le hubiera gustado. Ella iba a terminar las cosas aqu?. Asegurar?a el reino para sus hijos, contra todas las amenazas, de dentro y de fuera. Procurar?a que su dinast?a continuara. Har?a que eliminaran los peligros. Pero antes de todo esto, ten?a que ver a alguien. *** —Sebasti?n, lo siento —dijo Angelica y, a continuaci?n, se detuvo frunciendo el ce?o. As? no estaba bien. Demasiado impaciente, demasiado alegre. Deb?a intentarlo de nuevo—. Sebasti?n, lo siento mucho. Mejor, pero todav?a no estaba del todo bien. Continuaba practicando mientras andaba por los pasillos de palacio, sabiendo que cuando llegara el momento de decirlo realmente, tendr?a que ser perfecto. Ten?a que hacerle comprender a Sebasti?n que ella sent?a su dolor, pues ese tipo de compasi?n era el primer paso cuando se trataba de tener su coraz?n. Hubiera sido m?s f?cil si ella no hubiera sentido otra cosa que no fuera alegr?a al pensar en que Sof?a ya no estaba. Solo el recuerdo del cuchillo clav?ndose dentro de ella le hac?a sonre?r de una manera en la que no podr?a hacerlo delante de Sebasti?n cuando este regresara. No tardar?a mucho. Angelica hab?a llegado a casa antes que ?l cabalgando con esfuerzo, pero no ten?a ninguna duda de que Ruperto, Sebasti?n y todo el resto regresar?an pronto. Deb?a estar preparada cuando lo hicieran, pues no ten?a ning?n sentido eliminar a Sof?a si no pod?a aprovecharse del vac?o que quedaba. Pero, por ahora, Sebasti?n no era el miembro de su familia de quien deb?a preocuparse. Se par? fuera de los cuartos de la Viuda y tom? aire mientras los guardias la observaban. Cuando abrieron de golpe las puertas en silencio, Angelica puso la mejor de sus sonrisas y se dispuso a avanzar. —Recuerda que has hecho lo que ella quiere —se dec?a Angelica a s? misma. La Viuda la estaba esperando, sentada en una c?moda silla y bebiendo alg?n tipo de infusi?n. Esta vez, Angelica record? la gran reverencia y, al parecer, la madre de Sebasti?n no estaba de humor para juegos. —Por favor, lev?ntate, Angelica —dijo en un tono que era sorprendentemente suave. Aun as?, ten?a sentido que estuviera contenta. Angelica hab?a hecho todo lo que se le pidi?. —Si?ntate aqu? —dijo la anciana, se?alando hacia un lugar a su lado. Era mejor que tener que arrodillarse ante ella, aunque recibir ?rdenes de esta manera era como una espinita que Angelica ten?a clavada—. Ahora, h?blame de tu viaje a Monthys. —Ya est? —dijo Angelica—. Sof?a ha muerto. —?Est?s segura de ello? —pregunt? la Viuda—. ?Comprobaste su cuerpo? Angelica frunci? el ce?o ante el tono inquisitivo. ?Nada bastaba para esta anciana? —Tuve que escapar antes de eso, pero la apu?al? con un estilete infectado con el veneno m?s fuerte que ten?a —dijo—. Nadie podr?a haber sobrevivido. —Bueno —dijo la Viuda—, espero que est?s en lo cierto. Mis esp?as dicen que apareci? su hermana. Angelica not? que se le abr?an un poco m?s los ojos al o?r eso. Sab?a que Ruperto no hab?a regresado todav?a, as? que ?c?mo pod?a haberse enterado de tanto la Viuda, tan r?pidamente? Tal vez hab?a mandado un p?jaro antes. —As? es —dijo—. Parti? con el cad?ver de su hermana, en un barco que se dirig?a a Ishjemme. —En direcci?n a Lars Skyddar, sin duda —murmur? la Viuda. Esta fue otra peque?a sorpresa para Angelica. ?C?mo era posible que unas campesinas como Sof?a y su hermana conocieran a alguien como el gobernante de Ishjemme? —He hecho lo que usted quer?a —dijo Angelica. Incluso a ella le son? defensivo. —?Esperas alabanzas? —pregunt? la Viuda—. ?Tal vez una recompensa? ?Alg?n t?tulo insignificante para a?adir a tu colecci?n, quiz?s? A Angelica no le gustaba que le hablaran con esa altaner?a. Hab?a hecho todo lo que hab?a pedido la Viuda. Sof?a hab?a muerto y Sebasti?n estar?a en casa pronto, preparado para aceptarla. —Acabo de anunciar vuestras nupcias a la Asamblea de los Nobles —dijo la Viuda—. Pensaba que casarse con mi hijo ser?a suficiente recompensa. —M?s que suficiente —dijo Angelica—. Pero ?Sebasti?n aceptar? esta vez? La Viuda alarg? el brazo y Angelica tuvo que esforzarse por no encogerse de miedo cuando la anciana le dio una palmadita en la mejilla. —Estoy segura de que dije que eso era parte de tu trabajo. Distr?elo. Sed?celo. Ponte de rodillas delante de ?l y suplica, si es necesario. Mis informes dicen que est? envuelto por el dolor mientras viene de camino a casa. Ser? trabajo tuyo hacerle olvidar todo esto. No m?o, tuyo. Haz un buen trabajo, Angelica —la Viuda encogi? los hombros—. Ahora l?rgate. Tengo cosas que hacer. En primer lugar, tengo que asegurarme de que realmente acabaste con Sof?a. El despido fue tan brusco que fue grosero. Con cualquier otra persona, hubiera bastado para justificar un castigo. Con la Viuda, Angelica no pod?a hacer nada y eso solo lo empeoraba. Aun as?, har?a todo lo que la anciana requiriera. Har?a que Sebasti?n fuera suyo cuando volviera a casa. Pronto ser?a de la realeza por matrimonio y esa elevaci?n ser?a suficiente recompensa. Mientras tanto, las dudas de la Viuda acerca de Sof?a la carcom?an. Angelica la hab?a matado; estaba segura de ello, pero… Pero no har?a ning?n da?o ver que pod?a descubrir de los acontecimientos en Ishjemme, solo para estar segura. A fin de cuentas, por lo menos ten?a un amigo all?. CAP?TULO SEIS Sof?a sent?a el flujo r?tmico del barco en alg?n lugar por debajo de ella, pero era algo distante, en el l?mite de su conciencia. A menos que se concentrara, costaba recordar que hubiera estado jam?s en un barco. Sin duda, no pod?a encontrarlo, a pesar de que era el ?ltimo lugar en el que pod?a recordar haber estado. En cambio, parec?a estar en un lugar sombr?o, lleno de una neblina que cambiaba y se hinchaba, una luz fracturada se colaba a trav?s de ella de modo que parec?a m?s el fantasma de un sol que su realidad. Dentro de la neblina, Sof?a no ten?a ni idea de en qu? direcci?n era adelante o en qu? direcci?n se supon?a que deb?a ir ella. Entonces oy? el lloro de un ni?o, cortando la niebla con m?s claridad que la luz del sol. De alg?n modo, el instinto le dec?a que el ni?o era suyo y que ten?a que ir hacia ?l. Sin dudarlo, Sof?a sali? de la neblina y fue corriendo hacia ?l. Este continuaba llorando, pero ahora la neblina distorsion? el ruido, haciendo que pareciera que ven?a de todas direcciones a la vez. Sof?a escogi? una direcci?n, se lanz? de nuevo hacia delante pero, al parecer, cada direcci?n que escog?a era la equivocada y no se acercaba. La neblina centell? y parec?an formarse unas escenas a su alrededor, presentadas con tanta perfecci?n como las representaciones encima de un escenario. Sof?a se vio a s? misma gritando durante el alumbramiento, su hermana le cog?a la mano mientras ella tra?a una vida al mundo. Se vio a s? misma cogiendo a aquel ni?o en sus brazos. Se vio a s? misma muerta, con un m?dico de pie a su lado. —No estaba lo suficientemente fuerte, despu?s del ataque —le dijo este a Catalina. Pero eso no pod?a ser as?. No pod?a ser verdad si las otras escenas eran ciertas. Pod?a suceder. —Tal vez nada de esto es verdad. Tal vez es solo la imaginaci?n. O tal vez son posibilidades y nada est? decidido. Sof?a reconoci? la voz de Angelica al instante. Dio la vuelta r?pidamente y vio a la mujer all?, con un cuchillo ensangrentado en la mano. —T? no est?s aqu? —dijo—. No puede ser que est?s. —?Pero tu hijo s? que puede? —replic? ella. Entonces dio un paso adelante y apu?al? a Sof?a, provoc?ndole un dolor que se le clavaba como el fuego. Sof?a gritaba… y estaba sola, de pie en medio de la neblina. Oy? a un ni?o que lloraba en alg?n lugar a lo lejos y fue hacia all? porque sab?a por instinto que se era suyo, su hija. Corri?, tratando de alcanzarla, aunque ten?a la sensaci?n de que hab?a hecho esto antes… Vio que a su alrededor hab?a escenas de la vida de una ni?a. Una ni?a peque?a jugando, feliz y a salvo, Catalina estaba riendo con ella porque ambas hab?an encontrado un buen escondite debajo de las escaleras y Sof?a no pod?a encontrarlas. Una ni?a peque?a a la que sacaban del castillo justo a tiempo, Catalina luchando contra una docena de hombres, ignorando la lanza que ten?a a su lado para que Sof?a pudiera escapar con ella. La misma ni?a sola en una habitaci?n vac?a, sin ning?n progenitor por all?. —?Esto qu? es? —pregunt? Sof?a. —Solo t? exigir?as un significado para algo as? —dijo Angelica, saliendo de nuevo de entre la neblina—. No puedes simplemente tener un sue?o, tiene que estar lleno de presagios y se?ales. Esta dio un paso adelante y Sof?a levant? la mano para intentar detenerla, pero eso solo sirvi? para que le clavara el cuchillo bajo la axila, en lugar de a trav?s del pecho de manera limpia. Estaba de pie en la neblina, los lloros de una ni?a sonaban a su alrededor… —No —dijo Sof?a, negando con la cabeza—. No seguir? dando vueltas y vueltas a esto. Esto no es real. —Es lo suficientemente real como para que t? est?s aqu? —dijo Angelica, su voz haciendo eco desde la neblina—. ?Qu? se siente al estar muerta? —Yo no estoy muerta —insisti? Sof?a—. No puedo estarlo. La risa de Angelica hizo eco tal y como lo hab?an hecho antes los lloros de su hija. —?T? no puedes estar muerta? ?Tan especial eres, Sof?a? ?Tanto te necesita el mundo? Deja que te haga memoria. Sali? de la neblina y ahora no estaban dentro de la neblina, sino en el camarote del barco. Angelica dio un paso adelante, el odio en su rostro era evidente cuando le clav? el cuchillo a Sof?a de nuevo. Sof?a se qued? sin aliento y, a continuaci?n, cay?, desplom?ndose en la oscuridad mientras o?a que Sienne atacaba a Angelica. Entonces volv?a a estar de nuevo en la neblina, de pie all? mientras esta brillaba a su alrededor. —Entonces ?esto es la muerte? —pregunt?, sabiendo que Angelica estar?a escuchando—. Si es as?, ?qu? est?s haciendo t? aqu?? —Tal vez yo tambi?n mor? —dijo Angelica. Volvi? a dejarse ver—. Tal vez te odio tanto que te segu?. O tal vez yo sea todo lo que t? odias en el mundo. —Yo no te odio —insisti? Sof?a. Entonces oy? re?r a Angelica. —?Ah, no? ?No odias que yo creciera segura mientras t? estabas en la Casa de los Abandonados? ?Qu? todos en la corte me acepten cuando t? tuviste que escapar? ?O que yo podr?a haberme casado con Sebasti?n sin problemas, mientras t? tuviste que huir? De nuevo, dio un paso adelante, pero esta vez no apu?al? a Sof?a. Pas? de largo de ella, alej?ndose en la neblina. La neblina parec?a cambiar de forma cuando pas? Angelica, y Sof?a sab?a que no pod?a ser verdaderamente ella, porque la verdadera Angelica no se hubiera cansado tan pronto de asesinarla. Sof?a fue tras ella, para intentar encontrarle el sentido a todo. —Te mostrar? unas cuantas posibilidades m?s —dijo Angelica—. Creo que te gustar?n. Solo el modo en que Angelica lo dijo ya le dec?a a Sof?a lo poco que le gustar?a. Aun as?, la sigui? hasta dentro de la neblina, sin saber qu? otra cosa hacer. Angelica desapareci? pronto de la vista, pero Sof?a continu? caminando. Ahora estaba en el centro de una habitaci?n en la que se encontraba Sebasti?n, evidentemente intentando contener la l?grimas que ca?an de sus ojos. Angelica estaba all? con ?l y estir? la mano hacia ?l. —No debes reprimir tus emociones —dijo Angelica en un tono de perfecta compasi?n. Rode? con sus brazos a Sebasti?n y lo abraz?—. No pasa nada por llorar a los muertos, pero recuerda que los vivos estamos aqu? para ti. Ella miraba directamente a Sof?a mientras abrazaba a Sebasti?n y Sof?a ve?a su mirada triunfante. Sof?a se dispuso a ir hacia all? con furia, con el deseo de apartar a Angelica de ?l, pero ni tan solo pod?a tocarlos con su mano. Los atraves? sin que hubiera contacto, se qued? mir?ndolos fijamente, poco m?s que un fantasma. —No —dijo Sof?a—. No, esto no es real. Ellos no reaccionaron. Como si ella no estuviera all?. La imagen cambi?, y ahora Sof?a se encontraba en medio de una especie de boda que ella nunca se hubiera atrevido a imaginar para ella misma. Era en una sala cuyo techo parec?a llegar hasta el cielo, con nobles reunidos en tales cantidades que incluso hac?an que pareciera peque?a. Sebasti?n estaba esperando en un altar junto a una sacerdotisa de la Diosa Enmascarada cuyo ropaje anunciaba su rango por encima de las otras de su orden. La Viuda estaba all?, sentada en un trono de oro mientras observaba a su hijo. Lleg? la novia, con velo y vestida de un blanco puro. Cuando la sacerdotisa retir? el velo y la cara de Angelica qued? al descubierto, Sof?a grit?… Estaba en los aposentos que conoc?a de memoria, la distribuci?n de las cosas de Sebasti?n no hab?a cambiado desde las noches que hab?a pasado all?, la ca?da de la luz de la luna sobre las s?banas directa de sus recuerdos del tiempo que pasaron juntos. Hab?a unos cuerpos enredados en esas s?banas y, entre ellos Sof?a pod?a o?r sus risas y su alegr?a. Vio que la luz de la luna ca?a sobre el rostro de Sebasti?n, atrapado en un gesto de pura necesidad, y sobre el de Angelica, en el que no hab?a otra cosa que no fuera triunfo. Sof?a dio la vuelta y corri?. Corri? a ciegas a trav?s de la neblina, sin querer ver nada m?s. No quer?a quedarse en este lugar. Ten?a que escapar de ?l, pero no pod?a encontrar una salida. Lo que era peor, parec?a que cada direcci?n que tomaba la hac?a ir en direcci?n a m?s im?genes, e incluso las im?genes de su hija le hac?an da?o, pues Sof?a no ten?a un modo de saber cu?les pod?an ser reales y cu?les estaban all? solo para hacerle da?o. Ten?a que encontrar una salida, pero no pod?a ver lo suficientemente bien para encontrarla. Sof?a se qued? all?, sintiendo que el p?nico crec?a en su interior. De alg?n modo, sab?a que Angelica la seguir?a de nuevo, acech?ndola a trav?s de la neblina, preparada para clavarle de nuevo el cuchillo. Entonces Sof?a vio la luz, resplandeciendo a trav?s de la niebla. Crec?a lentamente, empezando como algo que apenas se abr?a camino a trav?s de la oscuridad y, a continuaci?n, convirti?ndose lentamente en algo m?s grande, algo que consum?a la niebla del mismo modo que el sol de la ma?ana podr?a consumir el roc?o ma?anero. La luz trajo calor con ella, proporcionando vida a unas extremidades que antes se hab?an sentido pesadas. Se derram? sobre Sof?a y esta dej? que su poder se vertiera en ella, llevando con ella im?genes de campos y r?os, monta?as y bosques, todo un reino contenido en ese toque de luz. Incluso el dolor recordado de la herida en su costado parec?a desvanecerse ante aquel poder. Por instinto, Sof?a se llev? la mano al costado, sintiendo que al retirarla estaba manchada de sangre. Ahora pod?a ver all? la herida, pero se estaba cerrando, la carne se cerraba bajo el toque de la energ?a. Cuando se levant? la neblina, Sof?a vio algo en la distancia. Llev? unos segundos m?s que se consumiera lo suficiente para dejar al descubierto una escalera de caracol que llevaba hacia un trozo de luz, que estaba tan arriba que parec?a imposible alcanzarlo. De alg?n modo, Sof?a sab?a que la ?nica manera de salir de esta pesadilla que parec?a no terminar nunca era llegar hasta esa luz. Fue en direcci?n a la escalera. —?Piensas que puedes salir? —pregunt? Angelica desde detr?s de Sof?a. Se gir? y apenas pudo bajar las manos a tiempo cuando Angelica la atac? con el cuchillo. Sof?a la empuj? por instinto, despu?s se gir? y fue corriendo hacia las escaleras. —?Nunca saldr?s de aqu?! —exclam? Angelica y Sof?a oy? sus pasos sigui?ndola detr?s. Sof?a aceler?. No quer?a que la apu?alaran otra vez y no solo para evitar ese dolor. No sab?a qu? suceder?a si ese lugar cambiaba de nuevo, o cu?nto tiempo durar?a la abertura de all? arriba. En cualquier caso, no pod?a permitirse correr el riesgo, as? que fue corriendo hacia las escaleras, se gir? cuando lleg? a ellas y le dio una patada a Angelica que la bloque? a media estocada. Sof?a no se qued? a pelear con ella, sino que, en cambio, subi? a toda velocidad las escaleras, subiendo los escalones de dos en dos. O?a que Angelica la segu?a, pero eso ahora no importaba. Lo ?nico que importaba era escapar. Continu? escaleras arriba mientras estas no hac?an m?s que subir y subir. Las escaleras continuaban, parec?an no dejar de subir nunca. Sof?a continuaba trepando por ellas, pero sent?a que empezaba a cansarse. Ahora ya no tomaba los escalones de dos en dos y, con una mirada por encima del hombro, vio que la versi?n de Angelica en cualquiera que fuera esta pesadilla todav?a la segu?a, acech?ndola con una desagradable sensaci?n de inevitabilidad. El instinto de Sof?a era continuar subiendo, pero una parte m?s profunda de su ser empezaba a pensar que eso era est?pido. Este no era el mundo normal; no ten?a las mismas normas, ni la misma l?gica. Este era un lugar donde el pensamiento y la magia ten?an m?s importancia que la capacidad puramente f?sica de continuar. Ese pensamiento bast? para hacer que Sof?a se detuviera y ahondara en su interior, en busca del hilo de poder que parec?a que la hab?a conectado a todo un pa?s. Se gir? y mir? la imagen de Angelica, comprendi?ndolo ahora. —T? no eres real —dijo—. T? no est?s aqu?. Mand? un susurro de poder y la imagen de su asesina en potencia se disolvi?. Se concentr? y la escalera de caracol desapareci?, dejando a Sof?a de pie en un suelo plano. Ahora la luz no estaba arriba, sino que, en su lugar, estaba a uno o dos pasos, formando una puerta que parec?a dar al camarote de un barco. El mismo camarote de barco donde hab?an apu?alado a Sof?a. Respirando profundamente, Sof?a entr? y despert?. CAP?TULO SIETE Catalina estaba sentada en la cubierta del barco mientras este cortaba el agua, el agotamiento no le permit?a hacer mucho m?s. A pesar del tiempo que hab?a pasado desde que hab?a curado la herida de Sof?a, parec?a que no se hab?a recuperado completamente del esfuerzo. De vez en cuando, los marineros comprobaban que estuviera bien. El capit?n, Borkar, era especialmente atento, comprob?ndolo con una frecuencia y una deferencia que hubieran resultado graciosos de no ser porque ?l actuaba de forma completamente sincera. —?Est? bien, mi se?ora? —pregunt?, por lo que parec?a ser la cent?sima vez—. ?Solicita alguna cosa? —Estoy bien —le asegur? Catalina—. Yo no soy la se?ora de nadie. Solo soy Catalina. ?Por qu? contin?as llam?ndome as?? —No me corresponde decirlo, mi… Catalina —insisti? el capit?n. No era solo ?l. Parec?a que todos los marineros pasaban por el lado de Catalina con un nivel de deferencia que rayaba lo servil. No estaba acostumbrada a esto. Su vida hab?a consistido en la brutalidad de la Casa de los Abandonados, seguido de la camarader?a de los hombres de Lord Cranston. Y hab?a estado Will, por supuesto… Esperaba que Will estuviera a salvo. Cuando se fue, no hab?a podido decirle adi?s, pues Lord Cranston no le hubiera dejado marcharse de haberlo hecho. Hubiera dado lo que fuera para poder decirlo adecuadamente, o incluso mejor, para llevarse a Will con ella. Probablemente se hubiera re?do de los hombres que hac?an la reverencia ante ella, sabiendo lo mucho que esa cortes?a injustificada le molestar?a. Tal vez eso era algo que Sof?a hab?a hecho. Al fin y al cabo, ya hab?a interpretado el papel de noble antes. Tal vez lo explicar?a todo una vez se despertara. Si se despertaba. No, Catalina no pod?a pensar as?. Deb?a tener esperanzas, incluso aunque hubieran pasado m?s de dos d?as desde que ella hab?a cerrado la herida en el costado de Sof?a. Catalina entr? en el camarote. El gato del bosque de Sof?a levant? la cabeza cuando Catalina entr?, alzando la vista de manera protectora desde donde estaba a los pies de Sof?a como una manta peluda. Para sorpresa de Catalina, el gato apenas se hab?a movido del lado de Sof?a durante todo el tiempo en el que el barco hab?a estado viajando. Dej? que Catalina le acariciara las orejas cuando fue hacia el lado de la cama de su hermana. —Los dos estamos esperando a que despierte, ?verdad? —dijo ella. Se sent? al lado de su hermana, observando c?mo dorm?a. Sof?a parec?a estar muy tranquila ahora, ya no estaba da?ada por la herida de estilete en su costado, ya no estaba gris por la palidez de la muerte. Pod?a haber estado dormida, solo que hab?a estado dormida de esta manera durante tanto tiempo que a Catalina empezaba a preocuparle que pudiera morir de hambre o de sed antes de despertar. Entonces Catalina vio el ligero parpadeo de los ojos de Sof?a, el breve movimiento de sus manos contra las s?banas. Mir? fijamente a su hermana, atrevi?ndose a tener esperanzas. Sof?a abri? los ojos, la mir? fijamente y Catalina no pudo resistirse. Se lanz? hacia delante y abraz? a su hermana, sujet?ndola muy fuerte. —Est?s viva. Sof?a, est?s viva. —Estoy viva —la tranquiliz? Sof?a, sujet?ndose en Catalina mientras esta la ayudaba a incorporarse. Incluso el gato del bosque parec?a alegrarse por ello, yendo hacia all? para lamerles la cara a ambas con una lengua que parec?a el raspador de un herrero. —Tranquila, Sienne —dijo Sof?a —. Estoy bien. —?Sienne? —pregunt? Sof?a—. ?As? se llama? Vio que Sof?a asent?a. —La encontr? en el camino hacia Monthys. Es una larga historia. Catalina imagin? que hab?a un mont?n de historias que contar. Se apart? de Sof?a, deseosa por o?rlo todo y Sof?a casi cay? de nuevo en la cama. —?Sof?a! —No pasa nada —dijo Sof?a—. De verdad que estoy bien. Por lo menos, eso creo. Solo estoy cansada. Tambi?n me ir?a bien beber un poco. Catalina le pas? una bota de agua y observ? c?mo Sof?a beb?a con ganas. Llam? a los marineros y, ante su sorpresa, el mismo capit?n Borkar vino corriendo. —?Qu? necesita mi se?ora? —pregunto y, a continuaci?n, mir? a Sof?a. Para sorpresa de Catalina, se puso sobre una rodilla—. Su alteza, est? despierta. Todos est?bamos muy preocupados por usted. Debe estar muerta de hambre. ?Ahora mismo le traigo comida! Se fue a toda prisa y Catalina not? que la alegr?a sal?a de ?l como humo. Pero ahora ella ten?a, por lo menos, otra preocupaci?n. —?Su alteza? —dijo, mirando hacia Sof?a—. Los marineros me han estado tratando de manera rara desde que descubrieron que era tu hermana, ?pero esto? ?Les est?s diciendo que eres de la realeza? Fingir ser de la realeza parec?a un peligroso juego al que jugar. ?Se estaba aprovechando Sof?a de su compromiso con Sebasti?n, o fingiendo ser de la realeza extranjera, o hab?a algo m?s? —No es nada de eso —dijo Sof?a—. No estoy fingiendo nada. —Agarr? a Catalina por el brazo—. ?Catalina, descubr? qui?nes son nuestros padres! Eso no era algo con lo que Sof?a bromear?a. Catalina la mir? fijamente, sin apenas poder creer las consecuencias de ello. Se sent? en el borde de la cama, deseando comprenderlo todo. —Cu?ntame —dijo, incapaz de contener su conmoci?n—. ?Realmente piensas… piensas que nuestros padres ten?an algo que ver con la realeza? Sof?a se dispuso a incorporarse. Al moverse con dificultad, Catalina la ayud?. —Nuestros padres se llamaban Alfredo y Cristina Danse —dijo Sof?a—. Viv?an, mejor dicho, viv?amos en una finca en Monthys. Nuestra familia hab?an sido los reyes y reinas antes de que la familia de la Viuda los apartara. La persona que explic? esto dijo que ten?an una especie de… conexi?n con la tierra. No solo la gobernaban; eran parte de ella. Catalina se qued? helada al escucharlo. Ella hab?a sentido esa conexi?n. Hab?a sentido que el campo se extend?a ante ella. Hab?a ido en busca del poder que hab?a en ?l. Entonces fue cuando pudo curar a Sof?a. —?Y esto es real? —dijo—. ?No se trata de un cuento? ?No me estoy volviendo loca? —Yo no inventar?a esto —la tranquiliz? Sof?a—. Yo no te har?a eso, Catalina. —Dijiste que nuestros padres eran esas personas —dijo Catalina—. ?Ellos est?n…? ?Ellos murieron? Hizo todo lo que pudo por esconder el dolor que la atravesaba ante aquel pensamiento. Ella recordaba el fuego. Recordaba escapar. No pod?a recordar lo que les hab?a sucedido a sus padres. —No lo s? —dijo Sof?a—. Nadie parece saber lo que les sucedi? despu?s de eso. Aparte de esto, el plan es ir hasta nuestro t?o, Lars Skyddar, y esperar que ?l sepa algo. —?Lars Skyddar? —Catalina hab?a o?do ese nombre. Lord Cranston hab?a hablado de las tierras de Ishjemme y de c?mo hab?an conseguido impedir la entrada a los invasores usando una combinaci?n de astutas estrategias y las defensas naturales de sus fiordos cubiertos de hielo—. ??l es nuestro t?o? Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697247&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.