Çâåçäû ñûïàëèñü ìíå â ëàäîíè. Âñïëåñêîì âîëí êàïëè ñëåç ïîëíû. Íå âñòðåâîæèò òåáÿ, íå çàòðîíåò Òèõèé ñòîí äðîæàùåé âîëíû, Êðèê íàäðûâíûé óøåäøåãî ëåòà, Áîëü òóïàÿ ïðîøåäøèõ äíåé. Ãäå òû? Ãäå òû? Íó, Áîã òû ìîé, ãäå òû? Áëåäíûé ñâåò íå çâåçäû ìîåé! Ýòî ïîøëî, ñìåøíî è ãëóïî, È ÿ æèòü ñ ýòèì íå ìîãó! Áüåò â âèñêè íåâîîáðàçèìî òóïî. ß áåãó îò ñåáÿ,

Una Joya para La Realeza

Una Joya para La Realeza Morgan Rice Un Trono para Las Hermanas #5 La imaginaci?n de Morgan Rice no tiene l?mites. En una serie que promete ser tan entretenida como las anteriores, UN TRONO PARA LAS HERMANAS nos presenta la historia de dos hermanas (Sof?a y Catalina), hu?rfanas, que luchan por sobrevivir en el cruel y desafiante mundo de un orfanato. Un ?xito inmediato. ?Casi no puedo esperar a hacerme con el segundo y tercer libros! Books and Movie Reviews (Roberto Mattos) De la #1 en ventas Morgan Rice viene una nueva e inolvidable serie de fantas?a. En UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco), Sof?a, de 17 a?os, se entera de que Sebasti?n, su amor, est? encarcelado y listo para ser ejecutado. ?Lo arriesgar? todo por amor?Su hermana Catalina, de 15 a?os, lucha para escapar del poder de la bruja – pero puede que este sea muy fuerte. Catalina puede verse forzada a pagar el precio por el trato que hizo -y a vivir una vida que no quiere. La Reina est? furiosa con Lady D’Angelica por haber fallado en enamorar a su hijo, Sebasti?n. Est? dispuesta a sentenciarla a la M?scara de Plomo. Pero Lady D’Angelica tiene sus propios planes y no ceder? tan f?cilmente. Cora y Emelina finalmente llegan al Hogar de Piedra – y lo que encuentran all? las deja at?nitas. Pero lo m?s sorprendente de todo es el hermano de Sof?a y Catalina, un hombre que cambiar? sus destinos para siempre. ?Qu? secreto guarda sobre sus padres perdidos hace tiempo?UNA JOYA PARA LA REALEZA (Un trono para las hermanas-Libro cinco) es el quinto libro de una nueva y sorprendente serie de fantas?a llena de amor, desamor, tragedia, acci?n, aventura, magia, espadas, brujer?a, dragones, destino y un emocionante suspense. Un libro que no podr?s dejar, lleno de personajes que te enamorar?n y un mundo que nunca olvidar?s. Pronto saldr? el libro#6 de la serie. poderoso principio para una serie mostrar? una combinaci?n de en?rgicos protagonistas y desafiantes circunstancias para implicar plenamente no solo a los j?venes adultos, sino tambi?n a admiradores de la fantas?a para adultos que buscan historias ?picas avivadas por poderosas amistades y rivales. Midwest Book Review (Diane Donovan) UNA JOYA PARA LA REALEZA (un trono para las hermanas – libro 5) morgan rice Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocal?ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice «Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita». --Books and Movie Reviews Roberto Mattos «Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s». --The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) «Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos». --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico». -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante». --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice LAS CR?NICAS DE LA INVASI?N TRANSMISI?N (Libro #1) LLEGADA (Libro #2) EL CAMINO DE ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) UN TRONO PARA LAS HERMANAS UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1) UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2) UNA CANCI?N PARA LOS HU?RFANOS (Libro #3) UN CANTO F?NEBRE PARA LOS PR?NCIPES (Libro #4) UNA JOYA PARA LA REALEZA (Libro #5) UN BESO PARA LAS REINAS (Libro #6) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2) ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3) REBELDE, POBRE, REY (Libro #4) SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5) H?ROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) VAMPIRA, CA?DA ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA(Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Sab?as que he escrito m?ltiples series? ?Si no has le?do todas mis series, haz clic en la imagen de abajo para descargar el principio de una serie! (http://www.morganricebooks.com/read-now/) ?Quieres libros gratuitos? Suscr?bete a la lista de correo de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 3 mapas gratis, 1 app gratis, 1 juego gratis, 1 novela gr?fica gratis ?y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita: www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com) Derechos Reservados © 2018 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. ?NDICE CAP?TULO UNO (#ua0b96b47-e1e8-5f8f-8338-e813ef15b885) CAP?TULO DOS (#u54a47d93-a2f4-5323-bf53-6f14ac098920) CAP?TULO TRES (#u622682de-f9d5-5b36-88cf-db6e9b72f715) CAP?TULO CUATRO (#u706bfd70-115a-59c2-8765-83a17e7b08eb) CAP?TULO CINCO (#u1fccf643-8cf6-59af-a779-5f495cfd5bc9) CAP?TULO SEIS (#u25b5c4ab-ab83-5497-9fa8-8c3e4e80f208) CAP?TULO SIETE (#u86982d18-329b-57bd-a72d-3c2b3e855fb4) CAP?TULO OCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO NUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIEZ (#litres_trial_promo) CAP?TULO ONCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DOCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TRECE (#litres_trial_promo) CAP?TULO CATORCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO QUINCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTID?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTITR?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA (#litres_trial_promo) CAP?TULO UNO Sof?a miraba fijamente al joven que ten?a delante y, aunque sab?a que deber?a estar haciendo todo tipo de preguntas, eso no significaba que durara por un instante de qui?n era. El contacto de su mente con la de ella parec?a demasiado cercano al modo en que lo hac?a con Catalina. Su aspecto all? bajo la luz del sol era demasiado parecido. Era su hermano. No hab?a modo de que pudiera ser otra cosa. Solo hab?a un problema con eso. —?C?mo? —pregunt? Sof?a—. ?C?mo eres mi hermano? Yo no… Yo no recuerdo un hermano. Ni tan solo s? tu nombre. —Me llamo Lucas —dijo ?l. Baj? r?pidamente al muelle donde ella y Jan esperaban. Se mov?a con la gracia de un bailar?n, los listones de madera parec?an ceder bajo cada paso—. Y t? eres Sof?a. Sof?a asinti?. Despu?s lo abraz?. Parec?a muy natural hacerlo, muy evidente. Lo abraz? fuerte, como si soltarlo significara que desaparecer?a de golpe. Aun as?, tuvo que apartarse, aunque solo fuera para que ambos pudieran respirar. —Yo hace poco que descubr? tu nombre, y el de Catalina —dijo. Para sorpresa de Sof?a, Sienne se frotaba contra sus piernas, el gato del bosque se enrosc? cerca de ?l antes de volver a ella—. Mis tutores me contaron cuando llegu? a la mayor?a de edad. Cuando recib? vuestro mensaje, vine tan r?pido como pude. Unos amigos en las Tierras de la Seda me prestaron un barco. Parec?a que su hermano ten?a amigos influyentes. Pero esto todav?a no respond?a su mayor pregunta. —?C?mo puedo tener un hermano? —pregunt? ella—. Yo no te recuerdo. No vi tu cuadro en ning?n lugar en Monthys. —Yo estaba… escondido —dijo Lucas—. Nuestros padres sab?an que nuestra paz con la Viuda era fr?gil y no resistir?a un hijo. Hicieron que corriera la voz de que yo hab?a muerto. Sof?a sinti? que se tambaleaba un poco. Sinti? la mano de Jan sobre su brazo, el contacto de su primo la sujet?. —?Est?s bien? —pregunt?—. El ni?o… «?Est?s embarazada?» —De nuevo son? diferente a cuando otra persona con una pizca de poder se pon?a en contacto con su mente. Sonaba familiar. De alg?n modo, sonaba bien. Parec?a como estar en casa. «S?» —le mand? Sof?a con una sonrisa—. «Pero por ahora deber?amos hablar en voz alta». Ella no sab?a si Jan se hab?a enterado de que su hermano ten?a unos poderes parecidos a los de ella, pero ahora lo sab?a. Parec?a justo advertirlo de eso y darle la oportunidad de guardar los pensamientos. «Y hay cosas que nosotros deber?amos saber» —dijo Jan. Parec?a desconfiado de un modo que Sof?a no lo era, tal vez porque no hab?a sentido esa contacto con la mente—. ?C?mo sabemos que eres quien dices ser? —?T? eres Jan Skyddar, el hijo de Lars Skyddar? —dijo Lucas—. Mis tutores me lo ense?aron todo sobre ti, aunque me advirtieron de no ponerme en contacto contigo a no ser que estuviera preparado. Dijeron que ser?a peligroso. Quiz?s ten?an raz?n. —?l es mi hermano, Jan —dijo Sof?a. Alarg? el brazo que Jan no sujetaba hacia el de Lucas—. Puedo sentir sus poderes y… bueno, m?ralo. —Pero no hay ning?n registro sobre ?l —insisti? Jan—. Oli lo hubiera mencionado si realmente hubiera un hijo de los Danse. A ti y a Catalina os mencion? bastante. —Parte de esconderme era esconder los rastros de m? —dijo Lucas—. Supongo que dicen que mor? de beb?. No te culpo por no creerme. Sof?a culpaba un poco a Jan, a pesar de que lo entend?a. Ella quer?a que esto fuera bien. Quer?a que todo el mundo aceptara a su hermano. —Lo llevaremos al castillo —dijo Sof?a—. Si alguien sabr? sobre esto es mi t?o. Jan pareci? aceptarlo y se dispusieron a dirigirse de vuelta a Ishjemme, pasando por delante de las casas de madera y los ?rboles que crec?an entre ellas. Para Sof?a, la presencia de Lucas le encajaba de alg?n modo, como si un fragmento de su vida que no sab?a que le faltaba hab?a vuelto de alguna manera. —?Cu?ntos a?os tienes? —pregunt? Sof?a. —Diecis?is —dijo. Eso lo situaba entre ella y Catalina, no era el primog?nito, pero el chico mayor. Sof?a pod?a entender c?mo eso hubiera hecho peligrar las cosas en el reino de la Viuda. Pero que Lucas marchara no los hab?a mantenido a salvo, ?no? —?Y has estado viviendo en las Tierras de la Seda? —pregunt? Jan. Hab?a una nota de interrogatorio en ello. —All? y en un par de lugares de sus islas perif?ricas —respondi? Lucas. Le mand? una imagen a Sof?a de una casa que era de lujo pero sosa, las habitaciones se divid?an con sedas en lugar de paredes s?lidas—. Pensaba que era normal crecer educado por tutores. ?Fue as? para vosotras? —No exactamente. —Sof?a dud? por un momento y despu?s le mand? una imagen de la Casa de los Abandonados. Vio que Lucas, su hermano, apretaba la mand?bula. —Las matar? —prometi? y tal vez su intensidad mejor? las cosas con Jan, pues su primo asinti? tambi?n con el sentimiento. —Catalina te gan? a eso —le asegur? Sof?a—. Te gustar?. —Por lo que dec?s, mejor espero gustarle yo a ella —contest?. Sof?a no ten?a ninguna duda de eso. Lucas era su hermano, y Catalina lo ver?a tan claro como ella. Por lo que ve?a, los dos tambi?n encajaban bien. No eran los polos opuestos que ella y Catalina a menudo parec?an ser. —Si crecisteis… all? —dijo Lucas—, ?c?mo llegasteis hasta aqu?, Sof?a? —Es una historia larga y complicada —le asegur? Sof?a. Su hermano encogi? los hombros. —Bueno, parece que hay un largo camino de vuelta al castillo y a m? me gustar?a saberlo. Parece que ya me he perdido demasiado de vuestra vida. Sof?a hizo todo lo que pudo, exponi?ndolo trozo a trozo, desde que escaparon de la Casa de los Abandonados, hasta que se infiltr? en el palacio, se enamor? de Sebasti?n, tuvo que marcharse, la volvieron a capturar… —Parece que hab?is pasado mucho —dijo Lucas—. Y a?n no has empezado a contarme c?mo todo esto os llev? a terminar aqu?. —Hab?a una artista: Laurette van Klett. —?La que te pint? con la marca de los contratados incluida? —dijo Lucas. Parec?a que ya la hab?a colocado en la misma categor?a que los dem?s que la hab?an martirizado y Sof?a no quer?a eso. —Ella pinta lo que ve —dijo Sof?a. Esa era una persona de su viaje por la que no sent?a ninguna rabia—. Y vio el parecido entre mi madre y yo en un cuadro. Sin eso, no hubiera sabido por d?nde empezar a buscar. —Entonces todos le debemos nuestra gratitud —dijo Jan—. ?Y t?, Lucas? Antes hablaste de tutores. ?En qu? te instruyeron? ?Para convertirte en qu? te educaron? De nuevo, Sof?a tuvo la sensaci?n de que su primo estaba intentando protegerla de su hermano. —Me ense?aron idiomas y pol?tica, a luchar y por lo menos los principios de c?mo usar los talentos que todos nosotros tenemos —explic? Lucas. —?Te ense?aron a ser un rey a la espera? —pregunt? Jan. Ahora Sof?a entend?a parte de su preocupaci?n. Pensaba que Lucas estaba all? para intentar apartarla. Aunque sinceramente, sospechaba que su primo estaba m?s preocupado de lo que estaba ella. De hecho, ella no hab?a pedido que la llamaran a ser la heredera del trono del reino de la Viuda. —?Piensas que estoy aqu? para reclamar el trono? —pregunt? Lucas. Neg? con la cabeza—. Me ense?aron a ser un noble, lo mejor que pudieron. Tambi?n me ense?aron que no hay nada m?s importante que la familia. Por eso vine. Sof?a pod?a sentir su sinceridad a pesar de que Jan no lo hiciera. Para ella era suficiente –m?s que suficiente. La ayudaba a sentirse… segura. Ella y Catalina hab?an confiado la una en la otra durante demasiado tiempo. Ahora, hab?a una extensa colecci?n de primos, su t?o… y un hermano. Sof?a no pod?a expresar la sensaci?n que eso daba de que su mundo se hab?a extendido. Lo ?nico que lo har?a mejor era que Sebasti?n estuviera all?. Esa ausencia parec?a un agujero en el mundo que no se pod?a llenar. —O sea —dijo Lucas—, ?el padre de tu hijo es el hijo de la mujer que orden? que mataran a nuestros padres? —?Piensas que eso complica demasiado las cosas? —pregunt? Sof?a. Lucas le contest? medio encogiendo los hombros. —Complicado, s?. ?Demasiado complicado? Eso lo tienes que decir t?. ?Por qu? no est? aqu? ?l? —No lo s? —confes? Sof?a—. Me gustar?a que estuviera. Por fin, llegaron al castillo y se dirigieron al recibidor. Las noticias de la llegada de Lucas se les deb?an haber adelantado, pues todos los primos estaban en el recibidor, incluso Rika, que ten?a una venda para tapar la herida en la cara que hab?a recibido defendiendo a Sof?a. Sof?a se dirigi? primero a ella y le cogi? las manos. —?Est?s bien? —pregunt?. —?Y t?? —replic? Rika—. ?Y el beb?? —Todo est? bien —la tranquiliz?. Mir? alrededor—. ?Catalina est? aqu?? Ulf neg? con la cabeza. —Frig y yo no la hemos visto hoy. Hans tosi?. —No podemos esperar. Tenemos que entrar. Padre est? esperando. Hizo que pareciera serio, pero entonces, Sof?a record? c?mo hab?a sido cuando ella lleg? all?, y lo precavida que hab?a sido la gente con ella. En Ishjemme, eran muy prudentes con la gente que aseguraba ser uno de ellos. Sof?a se sent?a casi tan nerviosa estando all? esperando a que las puertas se abrieran como lo hab?a estado la primera vez, cuando hab?a sido ella la que reclamaba su herencia. Lars Skyddar estaba delante del asiento ducal, esper?ndolos con gesto serio como si estuviera preparado para recibir a un embajador. Sof?a ten?a la mano entrelazada con la de su hermano mientras avanzaban, a pesar de que eso provoc? una mueca de confusi?n de su t?o. —T?o —dijo Sof?a—, este es Lucas. Es el que vino de las Tierras de la Seda. Es mi hermano. —Le he dicho que eso no es posible —dijo Jan—. Que… Su t?o alz? una mano. —Hab?a un ni?o. Pensaba… me dijeron, incluso a m?, que muri?. Lucas dio un paso adelante. —No mor?. Estaba escondido. —?En las Tierras de la Seda? —Con el Oficial Ko —dijo Lucas. El nombre pareci? bastar para el t?o de Sof?a. Dio un paso adelante y le brind? a Lucas el mismo abrazo aplastante e inmenso que le hab?a dado a Sof?a cuando la reconoci?. —Pens? que ya me hab?an bendecido lo suficiente con el regreso de mis sobrinas —dijo—. No pensaba que podr?a tener un sobrino tambi?n. ?Debemos celebrarlo! Parec?a evidente que deb?a haber un banquete, e igual de evidente que no hab?a tiempo para prepararlo, lo que significaba que casi a la vez, hab?a sirvientes corriendo casi en todas direcciones, intentando preparar las cosas. Casi parec?a que Sof?a y Lucas se hab?an convertido en el punto inm?vil del centro de todo aquello, all? de pie mientras incluso sus primos corr?an alrededor intentando preparar cosas. «?Las cosas siempre son as? de ca?ticas?» —pregunt? Lucas, mientras media docena de sirvientes pasaban corriendo por delante con bandejas. «Creo que solo cuando hay un nuevo miembro de la familia» —le devolvi? Sof?a. Se qued? quieta, pregunt?ndose si deb?a hacer la siguiente pregunta. —Sea lo que sea, preg?ntalo —dijo Lucas—. S? que tiene que haber cosas que necesitas saber. —Antes dijiste que te criaron unos tutores —dijo Sof?a—. ?Eso significa que… mis, nuestros, padres no est?n en las Tierras de la Seda? Lucas neg? con la cabeza. —Al menos, no que yo pudiera descubrir. He estado buscando desde que llegu? a la mayor?a de edad. —?T? tambi?n has estado busc?ndolos? ?Tus tutores no sab?an d?nde estaban? —pregunt? Sof?a. Suspir?—. Lo siento. Parece que no est? feliz de haber ganado un hermano. Lo estoy. Estoy muy feliz de que est?s aqu?. —?Pero ser?a perfecto si estuvi?ramos todos? —supuso Lucas—. Lo comprendo, Sof?a. Yo he ganado dos hermanas, y primos… pero tambi?n estoy muy ?vido de tener padres. —No creo que eso cuente como avaricia —dijo Sof?a con una sonrisa. —Tal vez, tal vez no. El Oficial Ko dec?a que las cosas son como son, y el dolor viene de desear otra cosa. Para ser justos, normalmente lo dec?a mientras beb?a vino y le masajeaban con los mejores aceites. —Pero ?sabes alguna cosa sobre nuestros padres y a d?nde fueron? —pregunt? Sof?a. Lucas asinti?. —No s? a d?nde fueron —dijo—. Pero s? c?mo encontrarlos. CAP?TULO DOS Catalina abri? los ojos mientras la luz cegadora se debilitaba e intent? entender d?nde estaba y qu? hab?a sucedido. La ?ltima cosa que recordaba era que hab?a estado luchando para abrirse camino hacia una imagen de la fuente de Siobhan y hab?a clavado su espada en la bola de energ?a que la hab?a unido a la bruja como aprendiza. Ella hab?a cortado ese v?nculo. Hab?a ganado. Ahora, parec?a que estaba al aire libre, sin ning?n rastro de la caba?a de Haxa o de las cuevas que hab?a detr?s. Se parec?a solo un poco a las partes del paisaje de Ishjemme que ella hab?a visto, pero los campos llanos y las explosiones de bosque podr?an haber estado all?. Eso esperaba Catalina. La alternativa era que la magia la hubiera transportado a alg?n rinc?n del mundo que ella no conoc?a. A pesar de la rareza de estar en un lugar que no conoc?a, Catalina se sent?a libre por primera vez en mucho tiempo. Lo hab?a conseguido. Hab?a luchado contra todo lo que Siobhan, y su propia mente, le hab?an puesto en el camino, y se hab?a librado de la opresi?n de la bruja. Al lado de esto, encontrar el camino de vuelta al castillo de Ishjemme parec?a algo f?cil. Catalina escogi? una direcci?n al azar y parti?, caminando a pasos regulares. Continuaba avanzando, intentando pensar en qu? har?a con su reci?n descubierta libertad. Evidentemente, proteger?a a Sof?a. Eso por descontado. Ayudar?a a criar a su sobrinita o sobrinito cuando llegara. Tal vez podr?a ir a buscar a Will, aunque con la guerra eso podr?a ser dif?cil. Y encontrar?a a sus padres. S?, eso parec?a una cosa buena que hacer. Sof?a no iba a poder deambular por el mundo en su busca a medida que avanzaba su embarazo, pero Catalina s? que pod?a. —Primero tengo que descubrir d?nde estoy —dijo. Mir? a su alrededor, pero a?n no hab?a puntos de referencia que reconociera. Sin embargo, hab?a una mujer un poco m?s lejos en un campo, doblada sobre un rastrillo mientras sacaba malas hierbas. Tal vez ella podr?a ayudar. —?Hola! —grit? Catalina. La mujer alz? la vista. Era mayor, con la cara arrugada por tantas estaciones trabajando all? fuera. Para ella, Catalina seguramente ten?a el aspecto de una especie de bandida o ladrona, armada como estaba. Aun as?, sonri? mientras Catalina se acercaba. La gente era amable en Ishjemme. —Hola, querida —dijo—. ?Me dir?s c?mo te llamas? —Me llamo Catalina —Y, como eso no parec?a suficiente, y como ahora s? que pod?a asegurarlo—: Catalina Danse, hija de Alfredo y Cristina Danse. —Un buen nombre —dijo la mujer—. ?Qu? te trae por aqu?? —Yo… no lo s? —confes? Catalina—. Estoy un poco perdida. Esperaba que usted pudiera ayudarme a encontrar mi camino. —Por supuesto —dijo la mujer—. Es un honor que hayas puesto tu camino en mis manos. Es lo que est?s haciendo, ?verdad? Esa parec?a una manera extra?a de decirlo, pero Catalina no sab?a d?nde estaba. Tal vez solo era la forma en que la gente hablaba aqu?. —S?, supongo que s? —dijo—. Estoy intentando encontrar el camino de vuelta a Ishjemme. —Claro —dijo la mujer—. Yo conozco los caminos a todas partes. Aun as?, creo que un favor merece otro. —Alz? el rastrillo—. Hoy en d?a no tengo mucha fuerza. ?Me dar?s tu fuerza, Catalina? Si eso era lo que hac?a falta para regresar, Catalina trabajar?a en una docena de campos. No pod?a ser m?s duro que las tareas dispuestas en la Casa de los Abandonados, o del trabajo m?s agradable en la forja de Tom?s. —S? —dijo Catalina, tendiendo la mano hacia el rastrillo. La mujer ri?, se ech? hacia atr?s y tir? de la capa que llevaba. Sali? y, al hacerlo, todo en ella parec?a cambiar. Siobhan estaba frente a ella y ahora el paisaje a su alrededor cambiaba, mutando a algo muy conocido. Se lanz? hacia delante, sabiendo que su ?nica opci?n ahora yac?a en matar a Siobhan, pero la mujer de la fuente era m?s r?pida. Lanz? su capa y, de alg?n modo, se convirti? en una burbuja de puro poder, cuyas paredes agarraban con tanta fuerza como cualquier celda de prisi?n. —No puedes hacerlo —exclam? Catalina—.?Ya no tienes poder sobre m?! —No ten?a ning?n poder —dijo Siobhan—. Pero me acabas de dar tu camino, tu nombre y tu fuerza. Aqu?, en este lugar, esas cosas s? que significan algo. Catalina golpe? con el pu?o contra la pared de la burbuja. Resisti?. —No querr?as debilitar esa burbuja, Catalina querida —dijo Siobhan—. Ahora est?s muy lejos del camino plateado. —No me obligar?s a ser de nuevo tu aprendiza —dijo Catalina—. No me obligar?s a matar por ti. —Oh, ya hemos pasado eso —dijo Siobhan—. De haber sabido que causar?as tantos problemas, nunca te hubiera hecho mi aprendiza para empezar, pero algunas cosas no se pueden prever, ni tan solo yo. —Si soy un problema tan grande, ?por qu? no me dejas ir? —prob? Catalina. Incluso mientras lo dec?a, sab?a que no funcionar?a as?. El orgullo obligar?a a Siobhan a m?s, incluso aunque nada m?s lo hiciera. —?Dejarte ir? —dijo Siobhan—. ?No sabes lo que hiciste cuando clavaste una espada forjada con mis propias runas en mi fuente? ?Cu?ndo cortaste nuestro v?nculo, sin importarte las consecuencias? —No me diste opci?n —dijo Catalina—. T?… —Tu destruiste el centro de mi poder —dijo Siobhan—. Buena parte de ?l, liquidado en un instante. Apenas ten?a la fuerza para sujetarlo. No me falta sabidur?a, ni modos de sobrevivir. Hizo un gesto, y la escena m?s all? de la burbuja brill?. Ahora reconoci? el interior de la caba?a de Haxa, grabada en cada superficie con runas y figuras. La bruja de las runas estaba sentada en una silla, observando la silueta quieta de Catalina. Evidentemente la hab?a arrastrado o la hab?a tra?do desde el espacio ritual de lo m?s profundo de las cuevas. —Mi fuente me alimentaba —dijo Siobhan—. Ahora necesito una vasija para hacer lo mismo. Y resulta que hay una que est? oportunamente vac?a. —?No! —grit? Catalina, golpeando de nuevo con la mano contra la burbuja. —Oh, no te preocupes —dijo Siobhan—. No estar? mucho tiempo all?. Solo el tiempo suficiente para matar a tu hermana, creo. Catalina se qued? helada al o?rlo. —?Por qu?? ?Por qu? quieres a Sof?a muerta? ?Solo para hacerme da?o? M?tame a m?, en su lugar. Por favor. Siobhan la mir?. —Realmente dar?as la vida por ella, ?verdad? Matar?as por ella. Morir?as por ella. Y ahora nada de eso basta. —?Por favor, Siobhan, te lo suplico! —exclam? Catalina. —Si no quer?as esto, deber?as haber hecho lo que te ped?a —dijo Siobhan—. Con tu ayuda, podr?a haber dispuesto las cosas en un camino donde mi hogar hubiera estado a salvo para siempre. Donde yo hubiera tenido poder. Ahora, t? te lo has llevado y yo tengo que vivir. Catalina todav?a no entend?a por qu? eso significaba que Sof?a ten?a que morir. —Entonces vive dentro de mi cuerpo —dijo—. Pero no hagas da?o a Sof?a. No tienes ninguna raz?n para hacerlo. —Tengo todas las razones —dijo Siobhan—. ?Crees que disfrazarse como la hermana peque?a de una gobernante es suficiente? ?T? crees que morir en una ?nica vida humana es suficiente? Tu hermana lleva un hijo. Un hijo que gobernar?. Lo transformar? en algo nonato. La matar? y le arrancar? el ni?o. Lo tomar? y crecer? con ?l. Me convertir? en todo lo que necesito ser. —No —dijo Catalina mientras se daba cuenta de todo aquel horror—. No. Siobhan ri? y en ello hab?a crueldad. —Matar?n a tu cuerpo cuando yo mate a Sof?a —dijo—. Y t? te quedar?s aqu?, entre mundos. Espero que disfrutes de tu libertad de m?, aprendiza. Murmur? unas palabras y pareci? disiparse. Pero la imagen de la caba?a de Haxa no lo hizo y Catalina se puso a chillar al ver que su propio cuerpo respiraba hondo. —?Haxa, no, no soy yo! —exclam? y, a continuaci?n, intent? mandar el mismo mensaje con su poder. No pas? nada. Sin embargo, al otro lado de esta fina divisi?n, pasaban muchas cosas. Siobhan respiraba agitadamente con sus pulmones, abr?a sus ojos y se incorporaba con el cuerpo de Catalina. —Tranquila, Catalina —dijo Haxa, sin levantarse—. Has tenido una larga y dura experiencia. Catalina observaba c?mo su cuerpo se sent?a de manera insegura, como si intentara descubrir d?nde estaba. Para Haxa, deb?a parecer que Catalina todav?a estaba desorientada por su experiencia, pero Catalina ve?a que Siobhan estaba probando sus extremidades, averiguando qu? pod?a y qu? no pod?a hacer. Finalmente se puso de pie, levant?ndose de forma insegura. Con su primer paso se tambale?, pero el segundo fue m?s seguro. Desenfund? la espada de Catalina y la hizo zumbar en el aire como si comprobara el equilibrio. Haxa parec?a un poco preocupada por ello, pero no se retir?. Seguramente pens? que era lo que Catalina podr?a hacer para comprobar su equilibrio y coordinaci?n. —?Sabes d?nde est?s? —pregunt? Haxa. Siobhan la mir? fijamente usando los ojos de Catalina. —S?, lo s?. —?Y sabes qui?n soy yo? —Eres la que se llama a s? misma Haxa para intentar ocultar su nombre. Eres la guardiana de las runas y no eras mi enemiga hasta que decidiste ayudar a mi aprendiza. Desde donde estaba atrapada, Catalina vio que la expresi?n de Haxa cambiaba a una de terror. —T? no eres Catalina. —No —dijo Siobhan—. No lo soy. Entonces avanz?, con toda la velocidad y el poder del cuerpo de Catalina, clavando la ligera espada de modo que apenas fue m?s que un parpadeo cuando se clav? en el pecho de Haxa. Sobresali? por el otro lado, atraves?ndola. —El problema con los nombres —dijo Siobhan— es que solo funcionan cuando tienes aliento para usarlos. No deber?as haberte alzado contra m?, bruja de las runas. Dej? caer a Haxa y, a continuaci?n, alz? la vista, como si supiera d?nde estaba la posici?n de Catalina. —Muri? por tu culpa. Sof?a morir? por tu culpa. Su hijo y su reino ser?n m?os por tu culpa. Quiero que pienses en ello, Catalina. Piensa en ello cuando la burbuja se desvanezca y tus miedos vengan a ti. Salud? con la mano y la imagen se desvaneci?. Catalina se lanz? contra la burbuja para intentar llegar hasta ella, para intentar salir de all? y encontrar un modo de detener a Siobhan. Se qued? quieta mientras las cosas a su alrededor cambiaban, convirti?ndose en una especie de paisaje gris y borroso ahora que Siobhan no le estaba dando forma para enga?arla. Hab?a un leve destello de plata a lo lejos que podr?a haber sido el camino seguro, pero estaba tan lejos que tambi?n podr?a no haber estado all?. Unas siluetas empezaron a salir de la neblina. Catalina reconoci? las caras de las personas a las que ella hab?a matado: monjas y soldados, el maestro de entrenamiento de Lord Cranston y los hombres del Maestro de los Cuervos. Sab?a que eran solo im?genes m?s que fantasmas, pero eso no hac?a nada por reducir el miedo que la atravesaba como un hilo, haciendo que su mano temblara y que la espada que llevaba pareciera in?til. Gertrude Illiard estaba all? de nuevo, sujetando una almohada. —Yo voy a ser la primera —prometi?—. Voy a asfixiarte como t? me asfixiaste a m?, pero no morir?s. Aqu? no. No importa lo que te hagamos, no morir?s, aunque lo supliques. Catalina los mir? y cada uno de ellos llevaba alg?n tipo de herramienta, ya fuera un cuchillo o un l?tigo, una espada o una cuerda de estrangular. Cada uno de ellos parec?a ansiar hacerle da?o y Catalina sab?a que se echar?an encima de ella sin piedad tan pronto como pudieran. Ahora ve?a que el escudo se desvanec?a, haci?ndose m?s transl?cido. Catalina agarr? su espada con m?s fuerza y se prepar? para lo que estaba por llegar. CAP?TULO TRES Emelina segu?a a Asha, Vincente y los dem?s a trav?s de los p?ramos de m?s all? de Strand, sujetando el antebrazo de Cora para no perderse la una a la otra en las neblinas que se alzaban en los p?ramos. —Lo conseguimos —dijo Emelina—. Encontramos el Hogar de Piedra. —Creo que el Hogar de Piedra nos encontr? a nosotros —puntualiz? Cora. Esa era una opini?n justa, dado que los habitantes del lugar las hab?an rescatado de la ejecuci?n. Emelina todav?a recordaba el calor ardiente de las piras si cerraba los ojos, el hedor punzante del humo. No quer?a hacerlo. —Tambi?n —dijo Cora— creo que para encontrar un lugar, tienes que poderlo ver. «Me gusta tu mascota» —le respondi? Asha, adelant?ndose a ellos— «?Siempre habla tanto?» La mujer que parec?a ser uno de los l?deres del Hogar de Piedra dio largos pasos, arrastrando su larga capa y con su amplio sombrero no dejaba pasar la humedad. «No es mi mascota» —le mand? Emelina. Pens? en decirlo en voz alta por Cora, pero fue por ella que no lo hizo. «?Por qu? otra cosa iba alguien a tener a uno de los Normales por aqu??» —pregunt? Asha. —Ignora a Asha —dijo Vincente, en voz alta. Era lo suficientemente alto para alzarse imponente pero, a pesar de eso y de la espada en forma de cuchillo de carnicero que llevaba, parec?a el m?s amable de los dos—. Tiene problemas para creer que los que no tienen nuestros dones pueden ser parte de nuestra comunidad. Por suerte, no todos nosotros lo sentimos as?. En cuanto a la neblina, es una de nuestras protecciones. Los que buscan el Hogar de Piedra para da?arlo deambulan sin encontrarlo. Se pierden. —Y nosotros podemos cazar a los que vinieron a hacernos da?o —dijo Asha, con una sonrisa que no era del todo tranquilizadora—. Sin embargo, ya casi estamos all?. Pronto se levantar?. Lo hizo, y fue como meterse en una amplia isla cercada por la neblina, la tierra surgi? de ella en una amplia extensi?n que f?cilmente era m?s grande de lo que era Ashton. No porque estuviera abarrotada de casas como lo estaba la ciudad. En su lugar, la mayor parte parec?a ser tierra de pasto, o terrenos donde la gente trabajaba para cultivar verduras. Dentro del per?metro de la tierra de cultivo hab?a un muro de piedra seca que llegaba hasta el hombro de una persona, colocado delante de una zanja que la convert?a en una estructura de defensa en lugar de solo un poste indicador. Emelina sinti? un leve destello de poder y se pregunt? si hab?a algo m?s en ?l. En su interior, hab?a una serie de casas de piedra y turba: caba?as bajas con tejados de turba y pasto, casas redondas que parec?a que siempre hab?an estado all?. En el centro de todo esto hab?a un c?rculo de piedra parecido a los otros que hab?a en la llanura, solo que este era m?s grande y estaba lleno de gente. Por fin hab?an encontrado el Hogar de Piedra. —Vamos —dijo Asha, caminando r?pidamente hacia ?l—. Haremos que os sint?is c?modas. Me asegurar? de que nadie os confunde con un invasor y os mata. Emelina la observ? y despu?s mir? a Vincente. —?Siempre es as?? —pregunt?. —Normalmente es peor —dijo Vincente—. Pero ayuda a protegernos. Venga, deber?ais ver vuestro nuevo hogar vosotras dos. Bajaron hacia la aldea construida de piedra, los dem?s fueron tras ellos o partieron para correr a hablar con amigos. —Parece un lugar muy hermoso —dijo Cora. Emelina se alegr? de que le gustara. No estaba segura de lo que hubiera hecho si su amiga hubiera decidido que el Hogar de Piedra no era el santuario que esperaba. —Lo es —le dio la raz?n Vincente—. No estoy seguro de qui?n lo fund?, pero r?pidamente se convirti? en un lugar para aquellos como nosotros. —Aquellos con poderes —dijo Emelina. Vincente encogi? los hombros. —Eso es lo que dice Asha. Personalmente, prefiero pensar en ?l como en un lugar para todos los desfavorecidos. Las dos sois bienvenidas aqu?. —?Tan sencillo como eso? —pregunt? Cora. Emelina imaginaba que sus sospechas ten?an mucho que ver con las cosas que se hab?an encontrado en el camino. Parec?a que casi todo el mundo que se hab?an encontrado hab?a estado decidido a robarles, esclavizarlas o algo peor. Deb?a confesar que podr?a haber compartido muchas, solo que eran gente como ella en muchos aspectos. Quer?a poder confiar en ellos. —Los poderes de tu amiga dejan claro que es una de los nuestros, mientras que t?… ?eras una de las criadas ligadas por contrato? Cora asinti?. —S? lo que es eso —dijo Vincente—. Yo crec? en un lugar donde me dec?an que ten?a que pagar por mi libertad. Igual que Asha. Pag? por ella con sangre. Es por eso que es cautelosa para confiar en los dem?s. Emelina se puso a pensar en Catalina al o?r eso. Se preguntaba que habr?a pasado con la hermana de Sof?a. ?Habr?a conseguido encontrar a Sof?a? ?Iba tambi?n de camino al Hogar de Piedra, o estaba intentando encontrar el camino a Ishjemme para estar con ella? No hab?a manera de saberlo, pero Emelina ten?a esperanzas. Bajaron hasta la aldea, detr?s de Vincente. A primera vista, podr?a haber parecido una aldea normal pero, cuando mir? m?s de cerca, Emelina vio las diferencias. Vio las runas y las marcas de hechizo trabajadas en la piedra y la madera de los edificios, sent?a la presi?n de docenas de personas con talento para la magia en el mismo lugar. —Esto es muy tranquilo —dijo Cora. Puede que a ella le pareciera tranquilo, pero para Emelina, el aire estaba animado con el parloteo de la gente mientras se comunicaban mente a mente. Aqu? parec?a tan com?n como hablar en voz alta, tal vez incluso m?s. Tambi?n hab?a otras cosas. Ya hab?a visto lo que el curandero, Tabor, pod?a hacer, pero hab?a quien usaba otros talentos. Un chico parec?a jugar a un juego de copa y pelota sin tocarlo. Un hombre parec?a chisporrotear luces en tarros de cristal, pero parec?a no haber ning?n encendido involucrado. Incluso hab?a un herrero trabajando sin fuego, el metal parec?a responder a su contacto como algo vivo. —Todos tenemos nuestros dones —dijo Vincente—. Hemos acumulado conocimiento, para poder ayudar a los que tienen poder a manifestarlo todo lo que puedan. —Te hubiera gustado nuestra amiga Sof?a —dijo Cora—. Parec?a tener todo tipo de poderes. —Los individuos verdaderamente poderosos son raros —dijo Vincente—. Los que parecen m?s fuertes a menudo son los m?s limitados. —Y, sin embargo, consegu?s reunir una neblina que se extiende unos kil?metros alrededor —remarc? Emelina. Sab?a que eso requer?a m?s que una cantidad limitada de poder. Mucho m?s. —Lo hacemos juntos —dijo Vincente—. Si te quedas, seguramente contribuir?s a ello, Emelina. Se?al? hacia el c?rculo que hab?a en el centro de la aldea, donde hab?a unos tipos sentados en asientos de piedra. Emelina pod?a sentir el crujido del poder all?, a pesar de que parec?a que lo m?s extenuante que estaban haciendo era mirar fijamente. Mientras ella miraba, uno de ellos se levant?, con aspecto de estar agotado y otro aldeano fue a ocupar su lugar. Emelina no hab?a pensado en ello. Los m?s poderosos consegu?an su poder canalizando la energ?a de otros lugares. Hab?a o?do hablar de brujas que robaban las vidas de la gente, mientras que Sof?a parec?a conseguir el poder de la misma tierra. Incluso parec?a l?gico, dado qui?n era. Sin embargo, esta… esta era una aldea entera de aquellos con poder canaliz?ndolo juntos para convertirse en m?s que la suma de sus partes. ?Cu?nto poder podr?an generar de esa forma? —Mira, Cora —dijo, se?alando—. Est?n protegiendo toda la aldea. Cora la mir? fijamente. —Eso es… ?cualquiera puede hacerlo? —Cualquiera con una pizca de poder —dijo Vincente—. Si alguien normal lo hiciera, o no pasar?a nada o… —?O? —pregunt? Emelina. —Podr?an succionarles la vida. No es seguro intentarlo. Emelina vio el malestar de Cora al o?rlo, pero no pareci? durar. Estaba demasiado ocupada mirando alrededor de la aldea como si estuviera intentando entender c?mo funcionaba todo esto. —Venid —dijo Vincente—. Hay una casa vac?a en esta direcci?n. Las gui? hasta una caba?a con las paredes de piedra que no era muy grande, pero aun as? parec?a lo suficientemente grande para ellas dos. La puerta chirri? cuando Vincente la abri?, pero Emelina imaginaba que pod?a arreglarse. Si pod?a aprender a guiar un barco o un carro, pod?a aprender a arreglar una puerta. —?Qu? haremos aqu?? —pregunt? Cora. Vincente sonri? al o?rlo. —Vivir?is. Nuestras granjas proporcionan suficiente comida y la compartimos con cualquiera que ayude a trabajar en la aldea. La gente contribuye con aquello en lo que son aptos para contribuir. Los que pueden trabajar el metal o la madera lo hacen para construir o para vender. Los que saben luchar trabajan para proteger la aldea, o para cazar. Encontramos una utilidad para cualquier talento. —He pasado la vida aplicando maquillaje a los nobles mientras se preparan para las fiestas —dijo Cora. Vincente encogi? los hombros. —Bueno, estoy seguro de que encontrar?s algo. Y aqu? tambi?n hay celebraciones. Encontrar?s un modo de encajar. —?Y si quisi?ramos irnos? —pregunt? Cora. Emelina mir? a su alrededor. —?Por qu? alguien iba a quererse ir? Vosotras no quer?is, ?verdad? Entonces hizo lo impensable y hurg? en la mente de su amiga sin preguntar. All? pod?a sentir sus dudas, pero tambi?n la esperanza de que todo esto saldr?a bien. Cora realmente quer?a poderse quedar. Sencillamente no quer?a sentirse como un animal enjaulado. No quer?a estar otra vez atrapada. Emelina lo pod?a entender, pero aun as?, se relaj?. Cora iba a quedarse. —Yo no —dijo Cora— pero… necesito saber que todo esto no es una trampa, o una prisi?n. Necesito saber que no vuelvo a ser una sirvienta ligada por contrato en todo menos en el nombre. —No lo eres —dijo Vincente—. Esperamos que te quedes, pero si decides marchar, solo pedimos que guardes nuestros secretos. Esos secretos protegen el Hogar de Piedra, m?s que la neblina, m?s que nuestros guerreros. Ahora, me ir? para que os instal?is. Cuando est?is listas, venid al edificio circular del centro de la aldea. All? Flora lleva el comedor y habr? comida para las dos. Se fue, lo que signific? que Emelina y Cora pudieron echar un vistazo a su nuevo hogar. —Es peque?a —dijo Emelina—. S? que t? viv?as en un palacio. —Yo viv?a en cualquier rinc?n del palacio que encontraba para dormir —puntualiz? Cora—. Comparada con una alacena o una hornacina vac?a, esto es enorme. Pero necesitar? trabajo. —Podemos trabajar —dijo Emelina, mirando ya las posibilidades—. Atravesamos medio reino. Podemos hacer una caba?a mejor en la que vivir. —?Piensas que Catalina o Sof?a alguna vez vendr?n aqu?? —pregunt? Cora. Emelina se hab?a estado haciendo casi la misma pregunta. —Creo que Sof?a va a estar ocupada en Ishjemme —dijo—. Con suerte, realmente encontr? a su familia. —Y t? encontraste a la tuya, en cierto modo —dijo Cora. Eso era cierto. Puede que la gente que hab?a all? no fueran realmente sus familiares, pero lo parec?an. Hab?an experimentado el mismo odio en el mundo, la misma necesidad de esconderse. Y ahora, estaban all? el uno por el otro. Era lo m?s cercano a una definici?n de familia que Emelina hab?a encontrado. Eso tambi?n convert?a a Cora en familia. Emelina no quer?a que ella lo olvidara. Emelina la abraz?. —Creo que esto puede ser una familia para las dos. Es un lugar donde las dos podemos ser libres. Es un lugar donde las dos podemos estar a salvo. —Me gusta la idea de estar a salvo —dijo Cora. —A m? me gusta la idea de ya no tener que atravesar el reino andando en busca de este lugar —respondi? Emelina. A estas alturas ya estaba harta de estar de camino. Alz? la vista—. Tenemos un techo. Despu?s de tanto tiempo de viaje, incluso eso parec?a un lujo. —Tenemos un techo —le dio la raz?n Cora—. Y una familia. Se hac?a extra?o poder decirlo despu?s de tanto tiempo. Era suficiente. M?s que suficiente. CAP?TULO CUATRO La Reina Viuda Mar?a de la Casa de Flamberg estaba sentada en sus recibidores y luchaba por contener la furia que amenazaba con consumirla. Furia por el bochorno del d?a anterior, furia por el modo en que su cuerpo la traicionaba, haci?ndola toser sangre en un pa?uelo de encaje incluso ahora. Sobre todo, furia por unos hijos que no hac?an lo que se les dec?a. —El Pr?ncipe Ruperto, su majestad —anunci? un sirviente, cuando el hijo mayor entraba haciendo aspavientos en el recibidor, pareciendo esperar exactamente alabanzas por todo lo que hab?a hecho. —?Va a felicitarme por mi victoria, Madre? —dijo Ruperto. La Viuda adopt? su tono m?s fr?o. Era lo ?nico que la frenaba de gritar ahora mismo. —Es costumbre hacer una reverencia. Al menos eso bast? para que Ruperto parara de golpe y la mirara fijamente con una mezcla de sorpresa y rabia antes de intentar una breve reverencia. Bueno, hagamos que recuerde qui?n todav?a mandaba aqu?. Parec?a haberlo olvidado por completo en los ?ltimos d?as. —As? que quieres que yo te felicite, ?verdad? —pregunt? la Viuda. —?Gan? yo! —insisti? Ruperto—. Yo hice retroceder la invasi?n. Yo salv? al reino. Lo dijo como si fuera un caballero que vuelve de una gran cruzada en los viejos tiempos. Bueno, tiempos como estos hab?an pasado hac?a mucho. —Siguiendo tu propio plan temerario en lugar del que se acord? —dijo la Viuda. —?Funcion?! La Viuda hac?a un esfuerzo por contener su mal genio, al menos por ahora. Sin embargo, a cada segundo se hac?a m?s dif?cil. —?Y piensas que la estrategia que yo escog? no hubiera funcionado? —pregunt?—. ?Piensas que no hubieran colisionado contra nuestras defensas? ?Piensas que deber?a estar orgullosa de la matanza que ocasionaste? —Una matanza de enemigos y de los que no luchaban contra ellos —contraatac? Ruperto—. ?Piensa que no he o?do historias sobre las cosas que ha hecho usted, Madre? ?De las matanzas de los nobles que apoyaban a los Danse? ?De su acuerdo para permitir que la iglesia de la Diosa Enmascarada matara a cualquiera que ellos consideraran malvado? No permitir?a que su hijo comparara esas cosas. No dar?a vueltas a las duras necesidades del pasado con un chico que hab?a sido un beb? de pecho incluso durante las m?s recientes. —Eso era diferente —dijo—. No ten?amos opciones mejores. —Aqu? no tuvimos opciones mejores —espet? Ruperto. —Ten?amos una opci?n que no inclu?a la matanza de nuestro pueblo —respondi? la Viuda, con el mismo calor en su tono—. Eso no inclu?a la destrucci?n de parte de las tierras de cultivo m?s valiosas del reino. Hiciste retroceder al Nuevo Ej?rcito, pero nuestro plan lo hubiera destrozado. —El plan de Sebasti?n era est?pido, como hubiera visto si no hubiera estado tan ciega con sus defectos. Lo que llev? a la Viuda a la segunda raz?n de su rabia. La m?s grande, y la que hab?a estado ocultando sobre que no se fiaba de que pudiera estallar con ella. —?D?nde est? tu hermano, Ruperto? —pregunt?. Lo intent? con la inocencia. A estas alturas deber?a haberse dado cuenta de que esto no funcionaba con ella. —?C?mo iba a saberlo, Madre? —Ruperto, Sebasti?n fue visto por ?ltima vez en los muelles, intentando coger un barco hacia Ishjemme. T? llegaste personalmente para atraparlo. ?Piensas que no tengo esp?as? Ella miraba c?mo ?l intentaba calcular qu? decir a continuaci?n. Siempre lo hab?a hecho desde que era un ni?o, intentar encontrar la forma de las palabras que le permitiera hacer trampa con el mundo para que tuviera la forma que ?l quer?a. —Sebasti?n est? en un lugar seguro —dijo Ruperto. —Lo que significa que lo has encarcelado, a tu propio hermano. No tienes ning?n derecho a hacerlo, Ruperto. —Un ataque de tos se llev? algo de la bofetada de sus palabras. Ignor? la sangre nueva. —Hab?a pensado que se alegrar?a, Madre —dijo—. Al fin y al cabo, estaba intentando huir del reino despu?s de escapar del matrimonio que usted hab?a organizado. Eso era cierto, pero no cambiaba nada. —Si hubiera querido detener a Sebasti?n, lo hubiera ordenado —dijo—. Lo liberar?s inmediatamente. —Como usted diga, Madre —dijo Ruperto y, de nuevo, la Viuda tuvo la sensaci?n de que estaba siendo cualquier cosa menos sincero. —Ruperto, perm?teme que sea clara sobre esto. Tus acciones de hoy nos han situado a todos en un gran peligro. ?Dar ?rdenes al ej?rcito a tu antojo? ?Encarcelar al heredero al trono sin autorizaci?n? ?Qu? crees que les parecer? esto a la Asamblea de los Nobles? —?Que los maldigan! —dijo Ruperto, las palabras se le escaparon—. Ya estoy harto de ellos en esto. —No puedes permitirte maldecirlos —dijo la Viuda—. Las guerras civiles nos lo ense?aron. Debemos trabajar con ellos. Y el hecho de que hables como si te perteneciera una facci?n de ellos me preocupa, Ruperto. Tienes que aprender cu?l es tu lugar. Ahora ella vio su ira, que ya no estaba oculta como antes. —Mi lugar es como su heredero —dijo. —El lugar de Sebasti?n es el de mi heredero —replic? la Viuda—. El tuyo… las tierras de la monta?a necesitan un gobernador que limite sus asaltos hacia el sur. Quiz?s la vida entre los pastores y los granjeros te ense?ar? humildad. O quiz?s no, y por lo menos estar? lo suficientemente lejos de aqu? para que yo olvide mi ira contigo. —Usted no puede… —S? que puedo —espet? la Viuda—. Y solo por discutir, no ser? en las tierras de la monta?a y no ser?s gobernador. Ir?s a las Colonias Cercanas, donde har?s de ayudante a mi enviado all?. ?l proporcionar? informes regulares sobre ti y no volver?s hasta que yo considere que est?s listo. —Madre… —empez? Ruperto. La Viuda lo dej? inm?vil con una mirada. Todav?a pod?a hacerlo, a pesar de que su cuerpo se desmoronaba. —Vuelve a hablar y ser?s un trabajador de las Colonias Lejanas —dijo bruscamente—. Ahora sal, y espero ver a Sebasti?n aqu? al final del d?a. ?l es mi heredero, Ruperto. No lo olvides. —Conf?e en m?, Madre —dijo Ruperto al salir—. No lo he hecho. La Viuda esper? hasta que se hubo ido y, a continuaci?n, chasque? los dedos al sirviente que estaba m?s cerca. —Todav?a hay un fastidio m?s del que ocuparme. Tr?eme a Milady D’Angelica y despu?s m?rchate. *** Angelica todav?a llevaba el vestido de novia cuando el guardia fue a por ella para convocarla a hablar con la reina. No le dio tiempo para cambiarse, sino que sencillamente la escolt? r?pidamente hacia los recibidores. A Angelica, la anciana le pareci? delgad?sima. Quiz?s morir?a pronto. Solo ese pensamiento hac?a que Angelica tuviera esperanzas de que encontraran pronto a Sebasti?n y le hicieran llevar a cabo la boda. Hab?a mucho en juego como para que eso no sucediera, a pesar de la traici?n que ella ya sent?a ahora porque ?l hab?a huido. Se inclin? en una genuflexi?n y, a continuaci?n, se arrodill? al notar el peso de la mirada de la Viuda sobre ella. La anciana se levant? de su asiento tambale?ndose, solo para recalcar la diferencia en sus posiciones. —Cu?ntame —dijo la Viuda— por qu? no te estoy felicitando por tu boda con mi hijo. Angelica se atrevi? a alzar la mirada hacia ella. —Sebasti?n escap?. ?C?mo pod?a saber yo que escapar?a? —Porque se supone que no eres est?pida —replic? la Viuda. Angelica sinti? cierta ira al escuchar eso. A esta anciana le encantaba jugar a juegos con ella, para ver hasta d?nde pod?a apretar. Sin embargo, pronto estar?a en una posici?n en la que no necesitar?a la aprobaci?n de la anciana. —Di todos los pasos que pude —dijo Angelica—. Seduje a Sebasti?n. —?No lo suficiente! —grit? la Viuda, dando un paso adelante para abofetear a Angelica. Angelica se medio levant? y sinti? unas manos fuertes que la empujaban de nuevo hacia abajo. El guardia se hab?a quedado de pie detr?s de ella, como un recordatorio de lo desamparada que estaba aqu?. Por primera vez desde que estaba all?, Angelica sinti? miedo. —Si hubieras seducido a mi hijo completamente, no hubiera estado intentando escapar de aqu?, hacia Ishjemme —dijo la Viuda, en un tono m?s tranquilo—. ?Qu? hay en Ishjemme, Angelica? Angelica trag? saliva y contest? por reflejo. —Est? Sof?a. Eso no hizo m?s que avivar la ira de la mujer. —As? que mi hijo est? haciendo exactamente lo que te dije que evitaras que hiciera —dijo la Viuda—. Te dije que todo el sentido de tu existencia continuada era evitar que se casara con esa chica. —Pero lo que no me dijo fue que era la primog?nita de los Danse —dijo Angelica—, o que la reclaman como leg?tima gobernante de este reino. Esta vez, Angelica se mantuvo firme para la bofetada de la Viuda. Ser?a fuerte. Encontrar?a una salida a esto. Encontrar?a la manera de que la anciana se arrodillara ante ella antes de que esto terminara. —La leg?tima gobernante de este reino soy yo —dijo la Viuda—. Y mi hijo lo ser? despu?s de m?. Pero si se casa con ella, eso hace que los de su clase entren por la puerta de atr?s. Devuelve al reino a lo que era, un lugar gobernado por la magia. Esa era una cosa en la que Angelica pod?a estar de acuerdo con ella. No ten?a ning?n cari?o por aquellos que pod?an ver las mentes. Si la Viuda hubiera visto la suya, sin duda la hubiera apu?alado sencillamente como un acto de supervivencia. —Estoy intrigada por c?mo sabes todo esto —dijo la Viuda. —Tengo un esp?a en Ishjemme —dijo Angelica, decidida a demostrar su utilidad. Si pod?a demostrar que todav?a era ?til, esto podr?a volverse a favor suyo—. Un noble de all?. Hace un tiempo que estoy en contacto con ?l. —?As? que conspiras con un poder extranjero? —pregunt? la Viuda—. ?Con una familia que no me tiene ning?n cari?o? —No es eso —dijo Angelica—. Yo busco informaci?n. Y… puede que ya haya resuelto el problema con Sof?a. La Viuda no respondi? a eso, sencillamente dej? un espacio en el que Angelica sent?a que ten?a que verter palabras antes que la reclamara. —Endi ha mandado un asesino para que la mate —dijo Angelica—.Y yo he contratado a uno de los m?os por si esto fallara. Aunque Sebasti?n llegara all?, no encontrar?a a Sof?a esper?ndolo. —No llegar? all? —dijo la Viuda—. Ruperto lo ha metido en la c?rcel. —?Lo ha metido en la c?rcel? —dijo Angelica—. Usted debe… —?No me digas lo que debo hacer! La Viuda baj? la mirada hacia ella y ahora Angelica sinti? verdadero terror. —Has sido una v?bora desde el principio —dijo la Viuda—. Intentaste forzar al matrimonio a mi hijo con enga?os. Buscaste progresar a costa de mi familia. Eres una mujer que contrata asesinos y esp?as, que mata a los que se le resisten. Mientras pensaba que pod?as apartar a mi hijo de ese apego enga?ado a esta chica, pod?a aguantar eso. Ya no. —No es peor de lo que usted ha hecho —insisti? Angelica. Tan pronto como lo dijo supo que era un error decirlo. La Viuda inclin? la cabeza y las manos del guardia estiraron a Angelica bruscamente para que se pusiera de pie. —?nicamente he actuado siempre como era necesario para conservar a mi familia —dijo la Viuda—. Cada muerte, cada compromiso fue para que otra persona ansiosa de poder no matara a mis hijos. Una persona como t?. Solo act?as para ti y morir?s por ello. —No —dijo Angelica, como si esa palabra tuviera el poder de detenerlo—. Por favor, puedo arreglarlo. —Has tenido tus oportunidades —dijo la Viuda—. Si mi hijo no quiere casarse contigo por propia voluntad, no le obligar? a irse a la cama con una ara?a como t?. —La Asamblea de los Nobles… mi familia… —Oh, seguramente yo no puedo hacer que de verdad lleves la m?scara de plomo por tus acciones —dijo la Viuda—, pero existen otras maneras. Tu prometido te acaba de abandonar. Tu reina acaba de hablarte con dureza. En retrospectiva, deber?a haber visto lo disgustada que estabas, lo fr?gil… —No —dijo de nuevo Angelica. La Viuda mir? por encima de ella al guardia. —Ll?vala al tejado y t?rala de all?. Haz que parezca que se lanz? ella por el dolor de perder a Sebasti?n. Aseg?rate de que no te vean. Angelica intent? suplicar, intent? librarse, pero esas manos fuertes ya estaban tirando de ella hacia atr?s. Hizo lo ?nico que pod?a hacer y chill?. CAP?TULO CINCO Ruperto se sent?a inquieto mientras caminaba por las calles de Ashton, hacia sus muelles. Deber?a haber estado cabalgando ante los gritos de un pueblo cari?oso, celebrando su victoria. Deber?a haber tenido a la gente com?n aclamando su nombre y lanzando flores. Deber?a haber habido mujeres a lo largo del trayecto ansiosas por lanzarse a ?l y hombres j?venes celosos porque nunca podr?n ser ?l. En su lugar, solo hab?a calles h?medas y gente dedic?ndose a los deprimentes asuntos a los que los campesinos se dedican cuando no est?n aclamando a sus superiores. —Su alteza, ?est? todo bien? —pregunt? Sir Quentin Mires. Caminaba como uno de la docena de soldados que hab?an sido escogidos para acompa?arlo, probablemente para asegurarse de que llegaba al barco sin perderse. Probablemente con ?rdenes de conseguir el paradero de Sebasti?n antes de que marchara. No estaba ni tan solo cerca de eso. Ni tan solo bastaba para un guardia de honor, realmente no. —No, Sir Quentin —dijo Ruperto—. No est? todo bien. En ese instante, ?l deber?a haber sido el h?roe. ?l hab?a detenido la invasi?n sin ayuda de nadie, mientras su madre y su hermano hab?an sido demasiado cobardes para hacer lo que era necesario. ?l hab?a sido el pr?ncipe que el reino hab?a necesitado en ese momento, ?y qu? estaba recibiendo por ello? —?C?mo son las Colonias Cercanas? —pregunt?. —Me han dicho que sus islas var?an, su alteza —dijo Sir Quentin—. Algunas son rocosas, algunas son arenosas, otras tienen ci?nagas. —Ci?nagas —repiti? Ruperto—. Mi madre me ha mandado a ayudar a gobernar unas ci?nagas. —Me han dicho que all? hay una gran variedad de fauna —dijo Sir Quentin—. Algunos de los hombres de ciencias naturales del reino han pasado a?os all? con la esperanza de hacer descubrimientos. —?As? que son ci?nagas infestadas? —dijo Ruperto—. ?Sabes que no lo est?s mejorando, Sir Quentin? —Decidi? hacer preguntas importantes, para comprobar las cosas de primera mano mientras caminaban—. ?Hay buenas casas de juego all?? ?Cortesanas famosas? ?Bebidas destacadas de la regi?n? —Me han dicho que el vino es… —?A la mierda con el vino! —contest? bruscamente Ruperto, incapaz de evitarlo. Normalmente, recordar ser el pr?ncipe dorado que todo el mundo esperaba se le daba mejor—. Disc?lpeme, Sir Quentin, pero la calidad del vino o la abundante fauna no compensar?n el hecho que yo est? exiliado en todo menos en nombre. El hombre hizo una reverencia con la cabeza. —No, su alteza, por supuesto que no. Usted merece algo mejor. Esa era una declaraci?n tan evidente como in?til. Por supuesto que merec?a algo mejor. ?l era el mayor de los pr?ncipes y el leg?timo heredero al trono. Merec?a todo lo que su reino pudiera ofrecer. —Estoy tentado a decirle a mi madre que no voy a ir —dijo Ruperto. Ech? un vistazo a Ashton. Nunca hubiera pensado que echar?a de menos una ciudad apestosa y sucia como esta. —Eso podr?a ser… imprudente, su alteza —dijo Sir Quentin, con esa voz especial que ten?a que seguramente significaba que estaba intentando evitar llamar idiota a Ruperto. Seguramente pensaba que Ruperto no se daba cuenta. La gente ten?a tendencia a pensar que era est?pido, hasta que era demasiado tarde. —Lo s?, lo s? —dijo Ruperto—. Si me quedo, me arriesgo a la ejecuci?n. ?Realmente piensas que mi madre me ejecutar?a? La pausa mientras Sir Quentin buscaba las siguientes palabras fue demasiado larga. —Lo piensa. Realmente piensas que mi madre ejecutar?a a su propio hijo. —Tiene cierta reputaci?n por… la crueldad —puntualiz? el cortesano. Sinceramente, ?no era as? como los hombres con contactos en la Asamblea de los Nobles hablaban siempre?—. Y aunque realmente no llevara a cabo su ejecuci?n, los que estuvieran a su alrededor podr?an ser… vulnerables. —Oh, es su propio pellejo lo que le preocupa —dijo Ruperto. Eso ten?a m?s sentido para ?l. Pensaba que la gente, en su mayor?a, miraba por sus propios intereses, Esta era una lecci?n que hab?a aprendido pronto—. Hubiera pensado que sus contactos en la Asamblea lo mantendr?an a salvo, especialmente despu?s de una victoria como esta. Sir Quentin encogi? los hombros. —Tal vez dentro de uno o dos meses. Ahora tenemos el apoyo. Pero por el momento, todav?a est?n hablando de la extralimitaci?n del poder real, sobre que usted actu? sin su consentimiento. En el tiempo que les llevar?a cambiar de opini?n, un hombre podr?a perder la cabeza. Sir Quentin podr?a perder la suya de todos modos si insinuaba que, de alg?n modo, Ruperto necesitaba permiso para hacer lo que quisiera. ??l era el hombre que se convertir?a en rey! Y, por supuesto, aunque ella no lo ejecutara, su madre podr?a encarcelarlo, o mandarlo a un lugar peor con guardias para asegurarse de que llegaba sin incidentes. Ruperto hizo un gesto intencionado a los hombres que ten?a alrededor, marchando a su ritmo y al de Sir Quentin. —Pensaba que eso era lo que ya estaba sucediendo. Sir Quentin neg? con la cabeza. —Estos hombres est?n entre los que lucharon a su lado contra el Nuevo Ej?rcito. Respetan la valent?a de su decisi?n y quer?an asegurarse de que no se iba solo, sin el honor de una escolta. As? que esto era una guardia de honor. Ruperto no estaba seguro de haberla podido tomar como tal. Aun as?, ahora que se molestaba en echarles un vistazo, vio que la mayor?a de los hombres que estaban all? eran oficiales en lugar de soldados comunes y que la mayor?a de ellos parec?an contentos de acompa?arlo. Se acercaba al tipo de adulaci?n que Ruperto quer?a, pero aun as? no era suficiente para compensar la estupidez de lo que su madre le hab?a hecho. Era una humillaci?n y, conociendo a su madre, calculada. Llegaron a los muelles. Ruperto hab?a esperado que por lo menos para esto habr?a un gran barco de guerra esperando y los ca?ones disparando un saludo en reconocimiento a su estatus, como m?nimo. En su lugar, no hab?a nada. —?D?nde est? el barco? —exigi? Ruperto, mirando alrededor. Hasta donde el pod?a ver, los muelles simplemente ten?an el ajetreo de la selecci?n de barcos habitual, de los comerciantes volviendo al trabajo tras la retirada del Nuevo Ej?rcito. ?l hab?a pensado que ellos, por lo menos, le agradecer?an sus esfuerzos, pero parec?an demasiado ocupados intentando ganar su dinero. —Creo que el barco est? all?, su alteza —dijo Sir Quentin, se?alando. —No —dijo Ruperto, siguiendo la l?nea del dedo del hombre que se?alaba—. No. El barco era una barca, quiz?s adecuada para el viaje de un comerciante, y ya parec?a en parte cargada de bienes para el viaje de vuelta a las Colonias Cercanas. No era para nada adecuada para transportar a un pr?ncipe. —Es un poco menos que de lujo —dijo Sir Quentin—. Pero creo que Su Majestad pens? que viajar sin llamar la atenci?n rebajar?a las posibilidades de peligro a lo largo del camino. Ruperto dudaba que su madre hubiera pensado en los piratas. Hab?a pensado en que le har?a sentir menos c?modo, y hab?a hecho un buen trabajo al calcularlo. —Aun as? —dijo Sir Quentin, con un suspiro—, por lo menos usted no estar? solo en esto. Ruperto se detuvo al o?rlo y mir? fijamente al hombre. —Disc?lpeme, Sir Quentin —dijo Ruperto, pellizc?ndose el puente de la nariz para prevenir un dolor de cabeza—, pero, exactamente, ?por qu? est? usted aqu?? Sir Quentin se dirigi? a ?l. —Lo siento, su alteza, deber?a haberlo hecho. Mi propia posici?n se ha vuelto… algo precaria ahora. —?Lo que significa que teme la ira de mi madre si yo no estoy por aqu?? —dijo Ruperto. —?Usted no lo har?a? —pregunt? Sir Quentin, escapando de las frases cuidadosamente pensadas del pol?tico por un instante—. Tal y como yo lo veo, puedo quedarme esperando a que ella encuentre una excusa para ejecutarme, o puedo dedicarme a los intereses de mi familia en las Colonias Cercanas por un tiempo. Hizo que sonara muy sencillo: ir a las Colonias Cercanas, liberar a Sebasti?n, esperar a que el furor disminuya y regresar con el aspecto de estar adecuadamente disciplinado. El problema con eso era sencillo: Ruperto no pod?a rebajarse a hacerlo. No pod?a fingir sentir algo que estaba claro que hab?a sido la decisi?n correcta. No pod?a soltar a su hermano para que tomara lo que era suyo. Su hermano no merec?a ser libre cuando lo ?nico que hab?a hecho era llevar a cabo un golpe contra Ruperto, utilizando una trampa o un timo con su madre para convencerla para que le diera el trono. —No puedo hacerlo —dijo Ruperto—. No voy a hacerlo. —Su alteza —dijo Sir Quentin, en ese tono suyo est?pidamente sensato—. Su madre habr? mandado avisar al gobernador de las Colonias Cercanas. Estar? esperando su llegada y mandar? avisar si usted no est? all?. Incluso si escapara, su madre enviar?a soldados, en particular para descubrir d?nde est? el Pr?ncipe Sebasti?n. Ruperto apenas pudo contenerse de golpear al hombre. No era una buena idea golpear a tus aliados, al menos mientras todav?a te eran ?tiles. Y Ruperto hab?a pensado en una manera en la que Sir Quentin pod?a ser realmente ?til. Ech? un vistazo al grupo de oficiales que le acompa?aba hasta encontrar a uno con el pelo rubio que parec?a tener el tama?o adecuado. —T?, ?c?mo te llamas? —Aubrey Chomley, su alteza —dijo el hombre. Su uniforme ten?a la insignia de un capit?n. —Bien, Chomley —dijo Ruperto—, ?c?mo de leal eres t?? —Totalmente —dijo el hombre. Vi lo que hizo contra el Nuevo Ej?rcito. Usted salv? a nuestro reino, y usted es el leg?timo heredero al trono. —Buen hombre —dijo Ruperto—. Tu lealtad te hace honor, pero ahora tengo una prueba para esa lealtad. —Lo que sea —dijo el hombre. —Necesito que intercambies la ropa conmigo. —?Su alteza? —El soldado y Sir Quentin consiguieron decir casi al un?sono. Ruperto se las arregl? para no suspirar. —Es sencillo. Chomley ir? con usted en la barca. Fingir? ser yo e ir? con usted a las Colonias Cercanas. El soldado parec?a igual de nervioso que si Ruperto le hubiera ordenado cargar contra una horda del enemigo. —?No… no se dar?n cuenta? —dijo el hombre—. ?No se dar? cuenta el gobernador? —?Por qu? iba a hacerlo? —pregunt? Ruperto—. Nunca he visto al hombre, y Sir Quentin responder? por ti. ?No es as?, Sir Quentin? Sir Quentin miraba de Ruperto al soldado, evidentemente intentando calcular el procedimiento con el que era m?s probable no quedarse sin cabeza. Esta vez, Ruperto s? que suspir?. —Mirad, es sencillo. Vaya a las Colonias Cercanas. Responda por Chomley como si se tratara de m?. Como todav?a estoy aqu?, esto nos da la oportunidad de encontrar juntos el apoyo que necesitamos. El apoyo que les podr?a traer de vuelta mucho m?s r?pido que si se ponen a esperar a que mi madre olvide un desprecio. Esa parte pareci? llamar la atenci?n del hombre. Asinti?. —Muy bien —dijo Sir Quentin—. Lo har?. —?Y usted, Capit?n? —pregunt? Ruperto—. ?O deber?a decir General? Le llev? un momento asimilarlo. Vio que Chomley tragaba saliva. —Lo que usted mande, su alteza —dijo el hombre. Tardaron unos minutos en encontrar un edificio vac?o entre los almacenes y los cobertizos para las barcas y cambiarse la ropa con el capit?n para que Chomley ahora pareciera… bueno, sinceramente, para nada un pr?ncipe del reino, pero con la recomendaci?n de Sir Quentin deber?a ser suficiente. —V?yanse —les orden? Ruperto, y ellos se fueron, acompa?ados por casi la mitad de los soldados para que pareciera m?s aut?ntico. Ech? un vistazo a los dem?s, pensando en qu? har?a a continuaci?n. No hab?a problema para abandonar Ashton, pero ahora tendr?a que moverse con cuidado hasta estar preparado. Sebasti?n ya estaba suficientemente seguro de momento. El palacio era lo suficientemente grande para poder evitar a su madre por lo menos durante un tiempo. Sab?a que ten?a apoyo. Era el momento de descubrir cu?nto, y cu?nto poder este le pod?a proporcionar. —Vamos —les dijo a los dem?s—. Es el momento de pensar c?mo conseguir lo que deber?a ser m?o. CAP?TULO SEIS —?Yo soy Lady Emelina Constancia Ysalt D’Angelica, Marquesa de Sowerd y Lady de la Orden de la Banda! —gritaba Angelica, con la esperanza de que alguien la oyera. Con la esperanza de que su nombre completo llamara la atenci?n si no lo hac?a nada m?s—. ?Me llevan para matarme contra mi voluntad! El guardia que la arrastraba no parec?a preocupado por ello, lo que le daba a entender a Angelica que no exist?a una posibilidad real de que alguien la oyera. Al menos, nadie que la ayudara. En un lugar con tantas crueldades como el palacio, los sirvientes hac?a tiempo que se hab?an acostumbrado a ignorar los gritos de ayuda, a ser ciegos y sordos a no ser que sus superiores les dijeran que no lo fueran. —No permitir? que haga esto —dijo Angelica, intentando clavar sus talones y mantenerse firme. El guardia sencillamente tiraba de ella igualmente, la diferencia de tama?o era demasiado grande. En su lugar, ella le atac? y le peg? con tanta fuerza que la mano le escoci? por ello. Por un momento, el agarr?n del guardia se relaj? y Angelica se dio la vuelta para escapar. En unos instantes, el guardia estaba sobre ella, agarr?ndola y golpe?ndola de manera que a Angelica le reson? la cabeza. —No puedes… no puedes golpearme —dijo—. Lo sabr?n. ?Querr?s que esto parezca un accidente! La abofete? de nuevo, y Angelica tuvo la sensaci?n de que lo hac?a sencillamente porque pod?a. —Despu?s de que haya ca?do de un edificio, nadie prestar? atenci?n a un morat?n. Entonces la tom?, llev?ndola sobre los hombros con la misma facilidad que si fuera una ni?a caprichosa. Angelica nunca se hab?a sentido tan desamparada como lo hac?a en ese momento. —Chilla otra vez —avis?— y te golpear? de nuevo. Angelica no lo hizo, aunque fuera porque no parec?a probable que cambiara algo. No hab?a visto a nadie de camino hasta aqu?, bien porque todo el mundo estaba todav?a ocupado con la boda que no hab?a sucedido o porque la Viuda los hab?a apartado del camino con cuidado como preparaci?n para esto. A Angelica no le extra?ar?a esto de ella. La anciana planificaba tan pacientemente y tan cruelmente como un gato que espera fuera de un agujero de rat?n. —No tienes por qu? hacer esto. El guardia respondi? sencillamente con un gesto de desd?n que la empuj? para que estuviera quieta sobre su hombro. Iban subiendo por el palacio, a lo largo de unas escaleras en espiral que se estrechaban m?s cuanto m?s sub?an. En un punto, el guardia tuvo que bajar a Angelica para avanzar, pero la cogi? cruelmente por el pelo, arrastr?ndola con una dureza que hizo que Angelica gritara de dolor. —Podr?as dejarme marchar —dijo Angelica—. Nadie lo sabr?a. El guardia resopl? al o?rlo. —?Nadie se dar? cuenta cuando aparezca de repente en la corte, o en la casa de su familia? ?Los esp?as de la Viuda no sabr?an que usted est? viva? —Podr?a irme —intent? Angelica. Lo cierto era que probablemente tendr?a que marcharse si quer?a vivir. La Viuda no se detendr?a ante ese intento en su vida. —Mi familia tiene intereses tan lejos al otro lado del mar que apenas hay noticias nunca. Podr?a desaparecer. El guardia no parec?a mucho m?s impresionado por esa idea que por la anterior. —?Y cuando alg?n esp?a la mencione? No, creo que cumplir? con mi deber. —Podr?a darte dinero —dijo Angelica. Ahora estaban llegando m?s alto. Tan alto que, cuando miraba a trav?s de las delgadas ventanas, pod?a ver la ciudad all? abajo dispuesta como el juguete de un ni?o. Tal vez as? era c?mo la Viuda la ve?a: un juguete que deb?a ser dispuesto para su diversi?n. Eso tambi?n significa que deb?an estar casi en el tejado. —?De verdad no quieres dinero? —pregunt? Angelica—. Un hombre como t? no puede ganar mucho. Yo podr?a darte tanta riqueza que ser?as un hombre rico. —No puede darme nada si est? muerta —puntualiz? el guardia—. Y yo no puedo gastarlo si lo estoy yo. M?s adelante hab?a una peque?a puerta, r?gida, con un simple cerrojo. Angelica pensaba que el camino hasta su muerte deber?a tener, de alg?n modo, m?s drama. Aun as?, esa sola visi?n hizo que su miedo creciera de nuevo, haciendo que se echara hacia atr?s aunque el guardia la arrastrara hacia delante. Si Angelica hubiera pose?do un pu?al, lo hubiera usado mientras ?l descorr?a la puerta y la abr?a para dejar que el aire fr?o tras ella los rasgara. Si por lo menos hubiera tenido un cuchillo de comer afilado, por lo menos hubiera intentado cortarle el cuello con ?l, pero no era as?. En su vestido de boda, no lo ten?a. Lo m?ximo que ten?a eran un par de polvos pensados para refrescar su maquillaje, un rape sedante que se supon?a que estaba all? para la amenaza de los nervios y… ya est?. Eso era todo lo que ten?a. Todo lo dem?s estaba por all? abajo en alg?n lugar, guardados ante la conclusi?n de su boda. —Por favor —suplic?, y no tuvo que actuar mucho para parecer desamparada—, si el dinero no es suficiente, ?qu? tal la decencia? Solo soy una mujer joven, atrapada en un juego que yo no quer?a. Por favor, ay?dame. El guardia la sac? al tejado. Era plano, con unas almenas que no ten?an nada que ver con una defensa real. El viento azotaba el pelo de Angelica. —?Espera que crea algo de eso? —le pregunt? el guardia—. ?Que usted es una pobre inocente? ?Sabe las historias que cuentan sobre usted en palacio, se?ora? Angelica conoc?a la mayor?a. Insist?a en saber lo que la gente dec?a de ella para poder vengarse del desprecio m?s tarde. —Dicen que usted es vanidosa y cruel. Que ha arruinado a personas solo por hablar de usted en el tono equivocado y que ha organizado que se llevaran en barco a rivales con una marca de los criados tatuada donde antes no estaba. ?Cree que merece piedad? —Eso son mentiras —dijo Angelica—. Son… —Tampoco me preocupa mucho —Tir? de ella hacia el parapeto—. La Viuda me ha dado ?rdenes. —?Y qu? har?s cuando las hayas cumplido? —pregunt? Angelica—. ?Crees que ella te dejar? vivir? Si la Asamblea descubriera que asesin? a una mujer noble, la destituir?an. El hombre grande encogi? los hombros. —He matado para ella antes. Lo dijo como si nada y Angelica supo que iba a morir. Dijera lo que dijera, intentara lo que intentara, este hombre la iba a asesinar. Por la pinta que ten?a, tambi?n iba a disfrutar de ello. Empuj? a Angelica hacia el borde y ella supo que solo ser?a cuesti?n de minutos que cayera. Inexplicablemente, se puso a pensar en Sebasti?n y los pensamientos no estaban llenos de odio, como deber?an haber estado, dado el modo en el que la hab?a abandonado. Angelica no pod?a entender por qu? ten?a que ser as?, cuando ?l solo era el hombre al que hab?a captado como marido para impulsar su posici?n, un hombre al que se hab?a preparado para atraerlo hasta la cama con unos polvos para dormir… Se le ocurri? una idea. Era desesperada pero, ahora mismo, todo era desesperado. —Podr?a ofrecerte algo m?s valioso que el dinero —dijo Angelica—. Algo mejor. El guardia ri? pero, aun as?, se detuvo. —?Qu?? Angelica busc? en su cintur?n, sac? una peque?a tabaquera de sedante y la levant? como si fuera la cosa m?s valiosa del mundo. El guardia se lo permiti?, mirando fijamente casi fascinado mientras intentaba averiguar qu? era. Muy delicadamente, Angelica abri? la caja. —?Qu? es? —pregunt? el guardia—. Parece… Angelica sopl? bruscamente y le mand? una diseminaci?n de polvos a la cara mientras ?l respiraba con dificultad. Se march? mientras ?l la agarraba, con la esperanza de esquivarlo mientras todav?a estaba lidiando con el polvo de sus ojos. Una mano gruesa la sujet? y los dos retrocedieron hacia el borde del tejado de palacio. Angelica no sab?a qu? efecto tendr?a el sedante. Siempre que lo hab?a usado, hab?a funcionado r?pidamente, pero normalmente iba en dosis peque?as y ten?a efectos leves. ?Qu? le har?a una dosis tan grande a un hombre de ese tama?o? ?Y ella tendr?a tiempo suficiente antes de que eso sucediera? Angelica ya pod?a sentir el borde del tejado contra su espalda, el cielo se hizo visible mientras el hombre la empujaba. —?Te matar?! —bram? el guardia y lo m?s que pod?a decir Angelica sobre ello era que sus palabras sal?an ligeramente arrastradas. ?Se estaba debilitando su agarre? ?La presi?n que la empujaba hacia atr?s era algo menos? La reclin? tanto que pod?a ver el suelo por debajo de ella y una diseminaci?n de sirvientes y nobles. Un segundo m?s y estar?a cayendo, para estrellarse contra los adoquines del patio y hacerse a?icos tan seguramente como una copa ca?da. En ese instante, Angelica sinti? que el agarre del guardia se debilitaba. No mucho, pero lo suficiente para que ella se girara y escapara de ?l, poni?ndolo de espaldas al cielo vac?o. —Deber?as haber cogido el dinero —dijo ella, y carg? hacia delante, empujando con toda su fuerza. El guardia se balance? en el borde durante un segundo y, a continuaci?n, cay? hacia atr?s, agitando los brazos en el aire. No solo en el aire. Consigui? cogerla con uno y Angelica vio c?mo la tiraba hacia delante, hacia el borde y m?s all? de ?l. Ella chillaba y se agarraba a cualquier cosa que pod?a encontrar. Con los dedos encontr? un trozo de canter?a, perdieron su agarre y lo encontraron de nuevo mientras el guardia continuaba cayendo por debajo de ella. Angelica mir? hacia abajo el tiempo suficiente para seguir su ca?da hasta el suelo. Sinti? un breve momento de satisfacci?n cuando ?l choc?, r?pidamente sustituido por el horror que ven?a de estar colgando del lado del castillo. Angelica escarbaba en busca de asideros, intentando encontrar algo m?s a lo que sujetarse. Sus pies colgaron en el aire por un momento y despu?s consiguieron encontrar un apoyo en los irregulares lados de un escudo her?ldico de piedra trabajada. Angelica se dio cuenta con una ligera diversi?n de que era el escudo real, pero tampoco pudo evitar sentir alivio ante el hecho de que estaba all?. Sin ?l, sin duda ahora estar?a tan muerta como la Viuda deseaba que estuviera. Subir de nuevo al tejado parec?a que no terminaba nunca, los m?sculos de Angelica quemaban por el esfuerzo inesperado. Ahora o?a gritos abajo, mientras la gente empezaba a reunirse alrededor del guardia ca?do. Sin duda, algunos mirar?an hacia arriba y la ver?an volver al tejado, desplomarse y tumbarse all?, respirando con dificultad. —Lev?ntate —se dijo a s? misma—. Est?s muerta si te quedas aqu?. ?Lev?ntate! Se oblig? a ponerse de pie e intentar pensar. La Viuda hab?a intentado matarla. La cosa evidente que hacer era escapar, pues ?qui?n pod?a alzarse en contra de la Viuda? Necesitaba encontrar una salida de palacio, quiz?s llegar a los muelles y partir hacia las tierras de su familia en el extranjero. Eso o escabullirse a trav?s de una de las rutas m?s peque?as de la ciudad, evitando a los vigilantes que hab?an establecido y dirigi?ndose hacia el campo. Su familia era poderosa, con la clase de amigos que podr?an alzar preguntas sobre esto en la Asamblea de los Nobles, que… —Har?n lo que les diga la Viuda —se dijo Angelica a s? misma. Si es que actuaban, ser?a tan lentamente que sin duda la asesinar?an mientras tanto. Lo mejor que pod?a esperar era correr y seguir corriendo, sin estar nunca a salvo, sin estar en el centro de las cosas de nuevo. Esta era una soluci?n inaceptable para todo esto. Lo que la llev? de vuelta a su anterior pregunta: ?qui?n pod?a alzarse en contra de la Viuda? Angelica se sac? el polvo con cuidado, se arregl? el pelo tan bien como pudo y asinti? para s? misma. Este plan era… peligroso, s?. Desagradable, casi con seguridad. Pero era la mejor oportunidad que ten?a. Mientras la gente gritaba all? abajo, ech? a correr a trav?s del palacio. CAP?TULO SIETE Los ojos de Sebasti?n empezaban a acostumbrarse a la cercana oscuridad de su celda, a la humedad, incluso al hedor. Empezaba a adaptarse al ligero borboteo del agua en alg?n lugar a lo lejos y al ruido de la gente yendo y viniendo m?s all?. Seguramente eso era una mala se?al. Exist?an algunos lugares a los que nadie deber?a acostumbrarse. La celda era peque?a, poco m?s de un metro por cada lado, con barras de hierro en la parte delantera, atadas con una cerradura s?lida. Esta no era la prisi?n refinada de una torre, donde la familia de un hombre pod?a pagar su mantenimiento con clase hasta que, finalmente, le llegara el momento de perder la cabeza. Era la clase de lugar donde arrojaban a un hombre para que el mundo se olvidara de ?l. —Y si se olvidan de m? —susurr? Sebasti?n—, Ruperto consigue la corona. Deb?a tratarse de eso. Sebasti?n no ten?a ninguna duda de esa parte. Si su hermano lo hac?a desaparecer, si hac?a que pareciera que Sebasti?n hab?a escapado para no regresar, entonces Ruperto se convertir?a en el heredero al trono por sistema. El hecho de que todav?a no hubiera matado a Sebasti?n daba a entender que podr?a ser suficiente para ?l; que podr?a soltar a Sebasti?n una vez tuviera lo que quer?a. —O simplemente podr?a significar que quiere tomarse su tiempo para matarme —dijo Sebasti?n. En este momento, no o?a otras voces en la cercana oscuridad, aunque de vez en cuando llegaban de m?s lejos. Sebasti?n sospechaba que all? abajo hab?a otras celdas, tal vez otros prisioneros. Donde fuera que estaba. Realmente esa era una pregunta en la que merec?a la pena pensar. Si estaban en alg?n lugar bajo palacio, entonces exist?a la posibilidad de que Sebasti?n pudiera llamar suficientemente la atenci?n para conseguir ayuda. Si estaban en alg?n otro lugar de la ciudad… bueno, depender?a de d?nde estuvieran, pero Sebasti?n encontrar?a un modo de conseguir ayuda. Intentaba pensar en el viaje que hab?an hecho para llegar all?, pero era imposible decirlo con seguridad. Ahora imaginaba que no era el palacio. Ni tan solo Ruperto ser?a tan arrogante como para guardar a Sebasti?n all?. Su hermano, su familia, ten?an dinero suficiente como para haber podido comprar otra propiedad en la ciudad. Una casa extra guardada para amor?os y negocios turbios. —Seguramente para ambas cosas —dijo Sebasti?n. —T?, c?llate—dijo una voz. Una silueta sali? de la oscuridad: un hombre anodino que actuaba como uno de sus carceleros. El hombre solo bajaba un par de veces al d?a, para traer agua salobre y pan duro. Ahora, hac?a repiquetear un garrote de madera contra las barras de la celda de Sebasti?n, haciendo que ?l se sobresaltara por el repentino ruido tras tanto tiempo en silencio. —T? sabes qui?n soy yo —dijo Sebasti?n—. Soy el hermano de Ruperto, el hijo menor de la Viuda. Se cogi? con fuerza a las barras—. Ella matar? a cualquiera que est? involucrado en hacer da?o a sus hijos. T? lo sabes, no eres idiota. Tu ?nica oportunidad de sobrevivir ahora mismo es ser el que me suelta. A Sebasti?n no le gustaba amenazar. Era el tipo de cosa que podr?a haber hecho su hermano, pero tambi?n no era m?s que la verdad. Su madre destrozar?a Ashton busc?ndolo si pensara que se lo hab?an llevado y, cuando lo encontrara, cualquiera que le hubiera hecho da?o morir?a por ello. Cuando se trataba de su familia, su madre era una monarca todo lo cruel e implacable que la gente pensaba. —Eso solo importa si lo descubre —dijo el guardia, aplastando las manos de Sebasti?n con el garrote casi con indiferencia. Sebasti?n hizo una mueca de dolor, pero consigui? hacerse con el garrote y tirar del hombre para que se acercara, llevando las manos a su cintur?n. No fue una buena estrategia. Al fin y al cabo, el hombre iba armado y Sebasti?n estaba atrapado en una celda reducida, sin la capacidad de sortearlo o evitarlo. El guardia le golpe? con su mano libre y, despu?s, le clav? su garrote en la barriga. Sebasti?n sent?a que se le escapaba el aire a toda prisa. Cay? sobre sus rodillas. —Nobles arrogantes —espet? el hombre, escupiendo al suelo al lado de Sebasti?n—. Piensas que todo se solucionar? para ellos, intenten lo que intenten. Bueno, no ser? as?. Tu madre no vendr? a por ti, t? no vas a salir de aqu? y yo estar? justo aqu? cuando tu hermano decida empezar a cortarte en trocitos. Volvi? a golpear a Sebasti?n con el garrote y, a continuaci?n, se alej? en la oscuridad. Sebasti?n oy? el ruido de un cerrojo. Entonces no le importaba el dolor, a pesar de que corr?a por sus costillas como el fuego. No se preocupaba por s? mismo, o por lo que Ruperto pudiera hacer, o por lo que podr?a estar sucediendo ahora para dejar que todo esto tuviera lugar. Incluso as?, los pensamientos de Sebasti?n estaban en Sof?a, en Ishjemme y en su hijo. ?C?mo de avanzado estar?a ahora su embarazo? Lo suficientemente avanzado como para ser visible; lo suficientemente avanzado que no pasar?a mucho tiempo hasta que naciera su hijo. Sebasti?n no pod?a soportar el pensamiento de que podr?a perderse ese momento, podr?a perderse los primeros lloros de su hijo en el fr?o aire del ducado. No pod?a soportar el pensamiento de que ahora no estaba con Sof?a, a su lado y protegi?ndola de cualquier da?o que el mundo intentara arrojarle. No ten?a ninguna duda de que, una vez se enterara de que viv?a, quienquiera que hab?a intentado matarla lo intentar?a de nuevo. Sebasti?n ten?a que estar all? para pararlo, costara lo que costara. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697231&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.