Íåäàâíî ÿ ïðîñíóëñÿ óòðîì òèõèì, À â ãîëîâå – íàñòîé÷èâàÿ ìûñëü: Îòíûíå äîëæåí ÿ ïèñàòü ñòèõè. È òàê íàïîëíèòü ñìûñëîì ñâîþ æèçíü! ß ïåðâûì äåëîì ê çåðêàëó ïîø¸ë, ×òîá óáåäèòüñÿ â âåðíîñòè ðåøåíüÿ. Âçãëÿä çàòóìàíåí.  ïðîôèëü – ïðÿì îðåë! Òèïè÷íûé âèä ïîýòà, áåç ñîìíåíüÿ. Òàê òùàòåëüíî òî÷èë êàðàíäàøè, Çàäóì÷èâî ñèäåë â êðàñèâîé ïîçå. Êîãäà äóøà

El Peso del Honor

El Peso del Honor Morgan Rice Reyes y Hechiceros #3 Una fantas?a llena de acci?n que le encantar? a los fans de las otras novelas de Morgan Rice, igual que a los fans de obras como The Inheritance Cycle de Christopher Paolini… Los fans de Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n este ?ltimo trabajo de Rice y rogar?n por m?s. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) ?Las series Bestselling #1! ?EL PESO DEL HONOR es el libro #3 en la serie de fantas?a ?pica bestselling de Morgan Rice REYES Y HECHICEROS (que inicia con EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES como descarga gratuita) ! En EL PESO DEL HONOR, Kyra finalmente conoce a su misterioso t?o y se queda asombrada al ver que no es el hombre que ella esperaba. Ella empieza un periodo de entrenamiento que pondr? a prueba su resistencia y su frustraci?n, ya que r?pidamente llega a los l?mites de su poder. Sin poder invocar a su drag?n, sin poder entrar en su persona interior y sintiendo una urgencia por ayudar en las guerras de su padre, Kyra empieza a dudar si podr? convertirse en la guerrera que siempre pens? ser. Y cuando conoce a un misterioso muchacho m?s fuerte que ella en las profundidades del bosque, se pregunta qu? es realmente lo que le tiene preparado el destino. Duncan debe bajar las monta?as de Kos con su nuevo ej?rcito y, ampliamente superados en n?mero, lanzar una invasi?n arriesgada en la capital. Si gana, sabe que esper?ndolo detr?s de los ancestrales muros se encontrar? con el antiguo rey y su grupo de nobles y arist?cratas, todos con sus propios planes, todos tan listos para traicionar como lo est?n para cooperar. Al parecer, unificar Escalon ser? m?s dif?cil que liberarlo. Alec, en Ur, deber? utilizar todas sus habilidades especiales en la forja para ayudar a la resistencia si quieren tener alguna posibilidad de defenderse contra la invasi?n Pandesiana que se avecina. Se queda impresionado cuando se encuentra con Dierdre, la chica m?s fuerte que jam?s ha conocido. Ahora ella tendr? la oportunidad de enfrentarse contra Pandesia, y mientras se les encara con valent?a, se pregunta si su padre y sus hombres estar?n de su lado esta vez. Merk finalmente entra a la torre de Ur y se queda perplejo por lo que descubre. Una vez que aprende los extra?os c?digos y reglas, conoce a sus compa?eros Observadores, los guerreros m?s duros con los que se ha encontrado, y descubre que ganarse su respeto no ser? tarea f?cil. Con una invasi?n acerc?ndose, se dedican a preparar la torre; pero puede que ni todos los pasadizos secretos los protejan de la traici?n que se desarrolla en el interior. Vesuvius gu?a a su naci?n de Troles por el vulnerable Escalon arrasando la tierra, mientras Theos, furioso por lo que le ha pasado a su hijo, desata toda su ira y no se detendr? hasta que todo Escalon est? en llamas. Con su fuerte atm?sfera y complejos personajes, EL PESO DEL HONOR es una dram?tica saga de caballeros y guerreros, de reyes y se?ores, de honor y valor, de magia, destino, monstruos y dragones. Es una historia de amor y corazones rotos, de decepci?n, ambici?n y traici?n. Es una excelente fantas?a que nos invita a un mundo que vivir? en nosotros para siempre, uno que encantar? a todas las edades y g?neros. El libro #4 de REYES Y HECHICEROS se publicar? pronto. Si pensaste que ya no hab?a raz?n para vivir despu?s de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergi?ndonos en una fantas?a de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada p?gina. … Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantas?a bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre El Despertar de los Dragones) Morgan Rice El Peso del Honor (Reyes y Hechiceros—Libro #3) Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito en ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de once libros (y contando); de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocal?ptica compuesta de dos libros (y contando); y de la nueva serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de tres libros (y contando). Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que por favor visita www.morganricebooks.com para unirte a la lista de email, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar el app gratuito, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook y Twitter, ?y seguirla de cerca! Elogios Dirigidos a Morgan Rice “Si pensaste que ya no hab?a raz?n para vivir despu?s de terminar de leer la serie El Anillo del Hechicero, te equivocaste. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice nos presenta lo que promete ser otra brillante serie, sumergi?ndonos en una fantas?a de troles y dragones, de valor, honor, intrepidez, magia y fe en tu destino. Morgan ha logrado producir otro fuerte conjunto de personajes que nos hacen animarlos en cada p?gina.… Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores que aman la fantas?a bien escrita.”     --Books and Movie Reviews     Roberto Mattos “EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES funciona desde el principio…. Una fantas?a superior…Inicia, como debe, con los problemas de una protagonista y se mueve de manera natural hacia un m?s amplio circulo de caballeros, dragones, magia y monstruos, y destino.… Todo lo que hace a una buena fantas?a est? aqu?, desde soldados y batallas hasta confrontaciones con uno mismo….Un campe?n recomendado para los que disfrutan de libros de fantas?a ?pica llenos de poderosos y cre?bles protagonistas j?venes adultos.”     --Midwest Book Review     D. Donovan, Comentarista de eBooks “Una fantas?a llena de acci?n que satisfar? a los fans de las novelas anteriores de Morgan Rice, junto con fans de trabajos tales como THE INHERITANCE CYCLE de Christopher Paolini…. Los fans de Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n este trabajo m?s reciente de Rice y pedir?n a?n m?s.”     --The Wanderer,A Literary Journal (sobre El Despertar de los Dragones) “Una fantas?a con esp?ritu que une elementos de misterio e intriga en su historia. Una Aventura de H?roes se trata del desarrollo de la valent?a y sobre tener un prop?sito en la vida que llega al crecimiento, madurez, y excelencia… Para los que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, dispositivos y acciones proporcionan un vigoroso conjunto de encuentros que se enfocan bien en la evoluci?n de Thor de un ni?o so?ador a un joven adulto enfrent?ndose a probabilidades imposibles de sobrevivir….S?lo el inicio de lo que promete ser una serie ?pica.”     --Midwest Book Review (D. Donovan, Comentarista de eBooks) “EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para un ?xito instant?neo: tramas, contratramas, misterio, valientes caballeros, y relaciones crecientes llenas de corazones rotos, decepci?n y traiciones. Te mantendr? entretenido por horas, y satisfar? a todas las edades. Recomendado para la biblioteca permanente de todos los lectores de fantas?a.”     --Books and Movie Reviews, Roberto Mattos “En este primer libro lleno de acci?n en la serie de fantas?a ?pica el Anillo del Hechicero (que ya cuenta con 14 libros), Rice les presenta a los lectores a un joven de 14 a?os llamado Thorgrin "Thor" McLeod, cuyo sue?o es unirse a la Legi?n de Plata, los caballeros de ?lite que sirven al Rey…. La escritura de Rice es s?lida y la premisa intrigante.”     --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) El PESO DEL HONOR (Libro #3) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ESCUDOS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: SLAVERSUNNERS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro # 1) AMORES (Libro # 2) TRAICIONADA (Libro # 3) DESTINADA (Libro # 4) DESEADA (Libro # 5) COMPROMETIDA (Libro # 6) JURADA (Libro # 7) ENCONTRADA (Libro # 8) RESUCITADA (Libro # 9) ANSIADA (Libro # 10) CONDENADA (Libro # 11) ?Escucha REYES Y HECHICEROS en su versi?n de Audiolibro! ?Quieres libros gratis? ?Suscr?bete a la lista de emails de Morgan Rice y recibe 4 libros gratis, 2 mapas gratis, 1 app gratuito y regalos exclusivos! Para suscribirte, visita: www.morganricebooks.com Derechos de autor © 2015 por Morgan Rice Todos los derechos reservados. Excepto como permitido bajo el Acta de 1976 de EU de Derechos de Autor, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en ninguna forma o medio, o guardada en una base de datos o sistema de recuperaci?n, sin el permiso previo del autor. Este ebook otorga licencia s?lo para uso personal. Este ebook no puede ser revendido o pasado a otras personas. Si deseas compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si est?s leyendo este libro pero no lo compraste, o si no fue comprado s?lo para tu uso, por favor regr?salo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, negocios, organizaciones, lugares, eventos, e incidentes son o producto de la imaginaci?n del autor o usados de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es completa coincidencia. Jacket image Copyright breakermaximus, usado bajo licencia de Shutterstock.com. “Si pierdo mi honor, me pierdo a m? mismo.”     --William Shakespeare     Antonio y Cleopatra CAP?TULO UNO Theos vol? hacia uno de los campos lleno de una furia que ya no pod?a controlar. Ya no le importaba lo que escogiera como objetivo; har?a que toda la raza humana y toda la tierra de Escalon pagaran por la p?rdida de su huevo. Destruir?a el mundo entero hasta que encontrara lo que estaba buscando. Theos estaba desgarrado por la iron?a de todo esto. Hab?a dejado su tierra natal para cuidar a su huevo, para librar a su cr?a de la furia de los otros dragones que se sent?an amenazados por esta y por la profec?a de que su hijo se convertir?a en el Amo de Todos los Dragones. Todos hab?an deseado destruirlo, pero Theos no lo permitir?a. Hab?a peleado con los otros dragones y hab?a recibido una considerable herida en la batalla, despu?s volando herido por miles de millas sobre los grandes mares hasta que lleg? a este lugar, esta isla de humanos, lugar en el que los otros dragones no lo buscar?an y que ser?a un refugio seguro para su huevo. Pero cuando Theos baj? a tierra y coloc? su huevo en un lugar remoto del bosque, hab?a quedado vulnerable. Pag? por esto al recibir heridas de los soldados Pandesianos y perdiendo de vista el huevo mientras hu?a r?pidamente salvando su vida gracias a esa humana, Kyra. En esa noche confusa, en medio de la tormenta y el salvaje viento, no fue capaz de encontrar el huevo cubierto de nieve a pesar de volar en c?rculos una y otra vez. Este fue un error que lo hizo odiarse a s? mismo, un error por el que culpaba a la raza humana y uno que nunca perdonar?a. Theos vol? m?s r?pido, abriendo su mand?bula y rugiendo enfurecido, con un rugido que hizo temblar a los ?rboles y liberando una corriente de fuego tan caliente que hasta ?l la sinti?. Era una corriente masiva, lo suficientemente poderosa para arrasar toda una ciudad, y cay? sobre su blanco inocente: una peque?a aldea que desafortunadamente estaba a su paso. Abajo, cientos de humanos que se encontraban en granjas y vi?edos no ten?an idea de la muerte que estaba por caer sobre ellos. Miraron hacia arriba con los rostros llenos de terror al ver descender las llamas; pero era demasiado tarde. Gritaron y corrieron por sus vidas, per la nube de fuego los atrap?. Las llamas no perdonaron a nadie; hombres, mujeres, ni?os, granjeros, guerreros, todos los que corrieron y todos los que se quedaron paralizados. Theos agit? sus grandes alas y los envolvi? a todos en llamas, quemando sus casas, sus armas, su ganado y sus posesiones. Todos y cada uno de ellos pagar?an. Cuando Theos finalmente volvi? a las alturas no qued? nada. Ahora hab?a un gran incendio en el lugar en el que estaba la aldea y pronto se convertir?a todo en cenizas. Theos pens? adecuadamente: los humanos vienen de las cenizas y volver?n a las cenizas. Theos no se detuvo. Continu? volando manteni?ndose cerca del suelo mientras rug?a al derribar los ?rboles, destrozando ramas al pasar y haciendo las hojas a?icos. Vol? por encima de los ?rboles haciendo una vereda y segu?a respirando fuego. Dej? un rastro de llamas al pasar marcando el suelo, un camino de fuego para que Escalon siempre lo recordara. Incendi? grandes franjas del Bosque de las Espinas sabiendo que no volver?a a crecer por miles de a?os, sabiendo que dejar?a esta cicatriz en la tierra y sintiendo gran satisfacci?n al pensarlo. Se dio cuenta mientras segu?a respirando que las llamas podr?an alcanzar y quemar a su huevo. Pero, sobrecogido por la furia y frustraci?n, no pudo detenerse. Mientras volaba, gradualmente el paisaje cambiaba debajo de ?l. El bosque y los campos fueron reemplazados por construcciones de piedra, y Theos mir? hacia abajo detectando una guarnici?n llena de miles de soldados con armaduras azul y amarillo. Pandesianos. Los soldados miraban hacia el cielo con p?nico y confusi?n mostrando sus relucientes armaduras. Algunos, los inteligentes, huyeron; pero los valientes se quedaron en su lugar y le arrojaron lanzas y jabalinas al acercarse. Theos respir? y quem? todas las armaduras en el aire, mand?ndolas al suelo como un mont?n de cenizas. Sus llamas siguieron bajando hasta que llegaron con los soldados restantes, quem?ndolos vivos y atrap?ndolos en sus brillantes trajes de metal. Theos sab?a que todos esos trajes de metal pronto ser?an c?scaras oxidadas en el suelo como recuerdo de su visita. No se detuvo hasta que quem? al ?ltimo de los soldados, dejando la guarnici?n como un gran caldero de llamas. Theos sigui? volando ahora hacia el norte sin poder detenerse. El paisaje cambi? una y otra vez y no se detuvo incluso al ver algo que parec?a extra?o: ah? debajo apareci? una inmensa criatura, un gigante, saliendo de un t?nel subterr?neo. Era una criatura poderosa, una que Theos nunca antes hab?a visto. Pero Theos no sinti? temor; por el contrario, sinti? furia, furia por la criatura en su camino. La bestia mir? hacia arriba y su grotesco rostro se derrumb? en temor al ver a Theos volar hacia abajo. Este tambi?n se dio vuelta y vol? hacia su agujero, pero Theos no dejar?a que escapara tan f?cilmente. Si no pod?a encontrar a su cr?a, entonces los destruir?a a todos, hombre y bestia por igual. Y no se detendr?a hasta que todos y todo en Escalon dejara de existir. CAP?TULO DOS Vesuvius estaba en el t?nel y miraba hacia los rayos de sol que ca?an sobre ?l, luz solar de Escalon, y disfrut? el sentimiento m?s dulce de su vida. Ese agujero de arriba, esos rayos que brillaban sobre ?l, representaban una victoria m?s grande que la que nunca hab?a so?ado y completaban el t?nel que hab?a imaginado toda su vida. Otros hab?an dicho que no pod?a ser construido, y Vesuvius sab?a que hab?a conseguido lo que su padre y el padre de su padre no hab?an podido lograr, que era crear un camino para que la entera naci?n de Marda invadiera Escalon. El polvo a?n flotaba en el aire y los escombros segu?an cayendo de donde el gigante hab?a creado el agujero en el techo. Y mientras Vesuvius lo observaba, sab?a que este agujero significaba su destino. Su entera naci?n ir?a detr?s de ?l; pronto todo Escalon ser?a suyo. Sonri? ampliamente ya imaginando las violaciones y torturas y destrucci?n que le esperaban. Ser?a un festival sangriento. Crear?a una naci?n de esclavos y la naci?n de Marda crecer?a el doble en cantidad y tama?o. “?NACI?N DE MARDA, AVANCEN!” grit?. Hubo un gran grito detr?s de ?l mientras los cientos de troles apretados en el t?nel levantaron sus alabardas y avanzaron junto con ?l. ?l guio el camino subiendo el t?nel, resbalando con la tierra y las rocas mientras se dirig?a hacia la abertura y la conquista. Con Escalon tan cerca, temblaba con excitaci?n mientras el suelo retumbaba bajo ?l y tambi?n con temblores causados por los gritos del gigante aliviado de estar libre. Vesuvius imaginaba el da?o que el gigante causar?a ah? arriba al dejarlo libre aterrorizando el territorio y esto lo hizo sonre?r m?s. Lo dejar?a divertirse y, cuando Vesuvius se cansara de ?l, lo matar?a. Por lo pronto, ser?a un activo valioso en su terror?fica conquista. Vesuvius mir? hacia arriba y parpade? confundido al ver de repente que el cielo se oscurec?a y al sentir una gran oleada de calor acerc?ndose. Se impact? al ver de repente un muro de fuego cayendo sobre el suelo. No pudo entender lo que estaba pasando mientras una gran oleada de calor cay? sobre ?l quemando su rostro seguida del rugido del gigante; y despu?s un gran chillido de agon?a. El gigante golpe? claramente herido por algo, y Vesuvius mir? aterrorizado mientras este inexplicablemente se daba la vuelta. Se introdujo en el t?nel de nuevo con el rostro medio quemado y dirigi?ndose directamente hacia ?l. Vesuvius observaba pero no pudo comprender la pesadilla que se desvelaba delante de ?l. ?Por qu? se dar?a el gigante la vuelta? ?Cu?l era la fuente del calor? ?Qu? era lo que hab?a quemado su rostro? Vesuvius entonces escuch? el agitar de las alas y un chillido m?s horrible que el del gigante, y entonces lo supo. Sinti? un escalofr?o al darse cuenta que, volando ah? arriba, estaba algo incluso m?s terror?fico que el gigante. Era algo que Vesuvius nunca hab?a pensado encontrarse en su vida: un drag?n. Vesuvius se qued? ah? congelado de miedo por primera vez en su vida, con su ej?rcito entero de troles tambi?n paralizados detr?s de ?l y atrapados. Lo impensable hab?a sucedido: el gigante corr?a asustado por algo m?s grande que ?l. Quemado, en agon?a y en p?nico, el gigante golpeaba con sus pu?os al bajar y ara?aba con sus garras, y Vesuvius observ? con horror c?mo sus troles eran destrozados. Lo que se cruzaba en su camino era aplastado por sus pies, cortado a la mitad por sus garras o impactado por sus pu?os. Y entonces, antes de que pudiera quitarse de su camino, Vesuvius sinti? c?mo sus propias costillas se quebraban mientras el gigante lo levantaba y lo lanzaba en el aire. Sinti? c?mo volaba dando vueltas con el mundo girando y lo siguiente que supo fue que su cabeza golpeaba contra una roca, con el terrible dolor esparci?ndose por su cuerpo al chocar con una pared de piedra. Cuando empezaba a caer al piso perdiendo la consciencia, lo ?ltimo que vio fue al gigante destroz?ndolo todo, acabando con sus planes y con todo lo que hab?a conseguido, y se dio cuenta de que morir?a aqu?, muy lejos de su tierra pero tan cerca del sue?o que casi hab?a conseguido. CAP?TULO TRES Duncan sinti? la r?faga de viento que pasaba sobre ?l mientras bajaba la cuerda al atardecer, bajando las majestuosas cimas de Kos, sosteni?ndose tanto como pod?a mientras se deslizaba a una velocidad que le parec?a imposible. A su alrededor los hombres se deslizaban tambi?n: Anvin y Arthfael, Seavig, Kavos, Bramthos, y miles m?s, hombres de Duncan, de Seavig, y de Kavos que formaban un solo ej?rcito, todos desliz?ndose por el hielo en filas como un ej?rcito bien disciplinado saltando uno sobre otro, todos desesperados por llegar al suelo antes de ser detectados. En cuanto los pies de Duncan tocaban el hielo, inmediatamente se impulsaba de nuevo hacia atr?s y previniendo que sus manos fueran destrozadas s?lo por los gruesos guantes que Kavos le hab?a dado. Duncan se maravill? por lo r?pido que se mov?a su ej?rcito en una bajada casi empinada por el acantilado. Cuando hab?a estado en la cima de Kos, no hab?a tenido idea de c?mo Kavos planeaba hacer que un ej?rcito de tal tama?o bajara tan r?pido sin perder a muchos hombres; no se hab?a dado cuenta del complejo sistema de cuerdas y picos que ten?an y que les permitir?a bajar tan f?cilmente. Estos eran hombres nacidos para el hielo, y para ellos, este descenso rel?mpago era como una casual caminata. Finalmente entendi? a lo que se refer?an cuando dijeron que los hombres de Kos no estaban atrapados ah? arriba; sino que los Pandesianos abajo eran los que estaban atrapados. Kavos de repente se detuvo cayendo con los dos pies en una ancha meseta que sal?a de la monta?a y Duncan se detuvo a su lado al igual que todos los hombres, haciendo una pausa moment?nea a la mitad de la monta?a. Kavos camin? hacia la orilla y Duncan se le uni?, observando, viendo las cuerdas que ca?an libres; al final de ellas y en medio de la niebla y los ?ltimos rayos del sol, Duncan pudo ver en la base de la monta?a una guarnici?n de piedra Pandesiana repleta de miles de soldados. Duncan observ? a Kavos y Kavos le regres? la mirada lleno de satisfacci?n. Era una satisfacci?n que Duncan reconoc?a, una que hab?a visto muchas veces en su vida: el ?xtasis de un verdadero guerrero a punto de ir a la guerra. Los hombres como Kavos viv?an para esto. Duncan tuvo que admitir que tambi?n lo sinti?, ese cosquilleo en las venas y rigidez en el est?mago. El mirar a los soldados Pandesianos le hizo sentir una excitaci?n por la emoci?n de la pelea. “Pudiste haber bajado por cualquier parte,” dijo Duncan examinando el paisaje debajo. “La mayor?a est? vac?o. Pudimos haber evitado la confrontaci?n y seguir hasta la capital. Pero elegiste el lugar en el que los Pandesianos son m?s fuertes.” Kavos sonri? ampliamente. “Lo hice,” respondi?. “Los hombres de Kavos no intentan evitar la confrontaci?n; la buscan.” Sonri? a?n m?s. “Adem?s,” a?adi?, “una batalla temprana nos permitir? calentar para nuestra marcha hacia la capital. Y quiero que estos Pandesianos se la piensen dos veces antes de que vuelvan a intentar rodear la base de nuestra monta?a.” Kavos se dio la vuelta y le hizo una se?al a su comandante, Bramthos, y Bramthos junt? a sus hombres y se uni? a Kavos mientras se dirigieron hacia un gran pedazo de hielo a la orilla del acantilado. Todos al mismo tiempo pusieron sus hombros sobre este. Duncan, d?ndose cuenta de lo que intentaban, les hizo una se?al a Anvin y Arthfael quienes tambi?n juntaron a sus hombres. Seavig se unieron tambi?n y empujaron al mismo tiempo. Duncan hundi? sus pies en el hielo sintiendo el peso sobre ?l, resbalando y empujando con todas sus fuerzas. Todos gimieron y lentamente la gran roca empez? a rodar. “?Un regalo de bienvenida?” Pregunt? Duncan sonriendo y gimiendo al lado de Kavos. Kavos sonri? tambi?n. “S?lo un peque?o detalle para anunciar nuestra llegada.” Un momento despu?s Duncan sinti? que el peso lo dejaba, escuch? el crujir del hielo y observ? impresionado c?mo la piedra rodaba por la meseta. Retrocedi? r?pidamente junto con los otros y observ? la piedra rodando a toda velocidad, rebotando en la pared de hielo y avanzando con rapidez. La piedra masiva, con un di?metro de al menos treinta pies, cay? directamente hacia abajo como un ?ngel de la muerte hacia la fortaleza Pandesiana. Duncan se prepar? para la explosi?n que caer?a sobre todos los soldados que eran su objetivo. La gran roca cay? en el centro de la guarnici?n de piedra y el golpe fue el m?s estruendoso que Duncan jam?s hab?a escuchado. Fue como si un cometa hubiera ca?do sobre Escalon, con un retumbar tan fuerte que tuvo que cubrir sus o?dos, haciendo que el piso temblara bajo ?l y haci?ndolo tambalear. Le elev? una gran nube de piedra y hielo a docenas de pies de altura, y el aire, incluso desde ah? arriba, se llen? de los gritos de terror y llanto de los hombres. La mitad de la guarnici?n fue destruida en el impacto y la roca sigui? rodando, aplastando hombres y edificios y dejando un rastro de destrucci?n y caos. “?HOMBRES DE KOS!” grit? Kavos. “?Qui?n se ha atrevido a acercarse a nuestra monta?a?” Hubo un gran grito mientras los miles de hombres se arrojaron por el acantilado siguiendo a Kavos, todos tomando las cuerdas y bajando tan r?pido que parec?a como si cayeran libremente por la monta?a. Duncan lo sigui? con sus hombres tras de ?l, tomando las cuerdas y bajando tan r?pido que apenas si pod?a respirar; estaba seguro de que se romper?a el cuello en el impacto. Segundos despu?s se encontr? cayendo fuertemente en la base, descendiendo en una gran nube de hielo y polvo y a?n escuchando el estruendo de la roca rodante. Todos los hombres se voltearon y se pusieron de frente a la guarnici?n, soltando un gran grito de batalla y sacando sus espadas mientras avanzaban de frente hacia el caos del campamento Pandesiano. Los soldados Pandesianos, a?n sorprendidos por la explosi?n, miraron con rostros confundidos hacia el ej?rcito que se acercaba; claramente no estaban esperando esto. Sorprendidos con la guardia baja y con varios de sus comandantes aplastados por la roca, se miraban muy desconcertados como para saber qu? hacer. Mientras Duncan y Kavos y sus hombres les ca?an encima, varios se dieron la vuelta y empezaron a correr. Otros trataron de tomar sus espadas, pero Duncan y sus hombres les cayeron como langostas y los apu?alaron antes de que tuvieran la oportunidad de alcanzarlas. Duncan y sus hombres se apresuraron por el campamento sin dudar, sabiendo que el tiempo era vital mientras derribaban a los soldados que estaban recuper?ndose y siguiendo el rastro de destrucci?n de la roca. Duncan golpeaba en todos lados apu?alando a un soldado en el pecho, golpeando a otro en el rostro con la empu?adura de su espada, pateando a uno que se aventaba sobre ?l y agach?ndose y golpeando con el hombro a otro que lo atacaba con un hacha. Duncan no se detuvo, derribando a todos en su camino, respirando agitadamente, sabiendo que a?n los superaban en n?mero y que ten?a que matar a todos los que pudiera tan r?pido como pudiera. A su lado, Anvin, Arthfael, y sus hombres se le unieron, todos cuid?ndose las espaldas mientras avanzaban y atacaban tratando de defenderse con los sonidos de la batalla llenando la guarnici?n. Envuelto en tal pelea, Duncan supo que lo m?s sabio habr?a sido conservar la energ?a de sus hombres, evitar esta confrontaci?n y dirigirse hacia Andros. Pero tambi?n sab?a que el honor era lo que impulsaba a los hombres de Kos para tener esta pelea y entend?a c?mo se sent?an; el camino m?s sabio no era siempre lo que impulsaba el coraz?n de los hombres. Pasaron por el campamento con velocidad y disciplina, con los Pandesianos en tal desorden que apenas pudieron organizar una defensa. Cada vez que aparec?a un comandante o se formaba una compa??a, Duncan y sus hombres los eliminaban. Duncan y sus hombres avanzaron por la guarnici?n como una tormenta, y apenas hab?a pasado una hora cuando Duncan finalmente se qued? de pie al final de la fortaleza mirando a todos lados y finalmente se dio cuenta de que, ya cubierto en sangre, no hab?a nadie m?s a quien matar. Se qued? de pie respirando agitadamente en el crep?sculo mientras una brisa ca?a sobre las silenciosas monta?as. La fortaleza era suya. Al darse cuenta, los hombres empezaron a vitorear jubilosos mientras Duncan, Anvin, Arthfael, Seavig, Kavos, y Bramthos se un?an limpiando la sangre de sus espadas y armaduras y examin?ndolo todo. Se dio cuenta de una herida en el brazo de Kavos de la que sal?a sangre. “Est?s herido,” le dijo a Kavos quien parec?a no haberse dado cuenta. Kavos la mir? y se encogi? de hombros. Despu?s sonri?. “S?lo un rasgu?o,” respondi?. Duncan examin? el campo de batalla lleno de hombres muertos, la mayor?a Pandesianos con unos cuantos de los suyos. Despu?s mir? hacia arriba hacia los picos de Kos que se elevaban y desaparec?an en las nubes, y se sorprendi? al ver lo alto que hab?an subido y lo f?cilmente que hab?an bajado. Hab?a sido un ataque rel?mpago, como muerte cayendo desde el cielo, y hab?a funcionado. La guarnici?n Pandesiana que hab?a parecido inconquistable hace algunas horas ya era de ellos, y ahora s?lo era una ruina aplastada con hombres yaciendo en lagunas de sangre, muertos bajo el cielo del atardecer. Era surreal. Los guerreros de Kos no perdonaron a nadie, no mostraron piedad, fueron una fuerza imparable. Duncan sent?a un nuevo respeto por ellos. Ser?an aliados importantes en la liberaci?n de Escalon. Kavos examin? los cuerpos respirando agitadamente tambi?n. “Eso es lo que yo llamo un plan de salida,” dijo. Duncan lo vio sonre?r al examinar los cuerpos de los enemigos, viendo a sus hombres tomar las armas de los muertos. Duncan asinti?. “Y una fina salida,” respondi?. Duncan mir? hacia el oeste m?s all? de la fortaleza en direcci?n al sol y observ? algo de movimiento. Mir? detenidamente y vio algo que le conmovi? el coraz?n, algo que de alguna manera estaba esperando. All?, en el horizonte, estaba su caballo de guerra, de pie orgulloso frente a la manada, con cientos de caballos detr?s de ?l. Como siempre, hab?a sentido d?nde estar?a Duncan y lo hab?a esperado lealmente. El coraz?n de Duncan se emocion? al saber que su viejo amigo llevar?a a su ej?rcito hasta la capital. Duncan silb? y, al hacerlo, su caballo gir? y se dirigi? hacia ?l. Los otros caballos lo siguieron y hubo un gran estruendo en el crep?sculo mientras la manada galopaba por la llanura nevada dirigi?ndose hacia ellos. Kavos asinti? admirado. “Caballos,” not? Kavos al verlos acercarse. “Yo personalmente hubiera caminado hasta Andros.” Duncan sonri?. “Estoy seguro que s?, mi amigo.” Duncan se acerc? mientras llegaba su caballo y acarici? la melena de su viejo amigo. Lo mont? y, al hacerlo, todos sus hombres montaron tambi?n, miles de ellos, un ej?rcito a caballo. Se sentaron completamente armados mirando hacia el crep?sculo, con nada delante de ellos m?s que las llanuras nevadas que llevaban a la capital. Duncan se sinti? excitado al saber que estaban ya muy cerca. Pod?a sentirlo, pod?a oler la victoria en el aire. Kavos los hab?a bajado de la monta?a; pero ahora era su turno. Duncan levant? su espada sintiendo todos los ojos de los hombres y ej?rcitos sobre ?l. “?HOMBRES!” grit?. “?Hacia Andros!” Todos soltaron un gran grito de batalla y avanzaron hacia la noche por las llanuras nevadas, todos preparados para continuar sin detenerse hasta llegar a la capital e iniciar la guerra m?s importante de sus vidas. CAP?TULO CUATRO Kyra mir? hacia el amanecer y observ? a una persona de pie a su lado, una silueta que se formaba con el sol naciente, una persona que ella sab?a ten?a que ser su t?o. Parpade? confundida cuando finalmente pudo verlo. Ah? por fin se encontraba el hombre por el que hab?a cruzado todo Escalon, el hombre que le revelar?a su destino y la entrenar?a. Ah? estaba el hermano de su madre, lo ?nico que le quedaba de la madre que nunca conoci?. Su coraz?n palpitaba con anticipaci?n mientras este se movi? de la luz y revel? su rostro. Kyra estaba impresionada: ?l se parec?a tanto a ella. Nunca hab?a conocido a alguien que tuviera su mismo semblante, ni siquiera su padre a pesar de haberlo deseado. Siempre se hab?a sentido como una extra?a en el mundo, separada de su verdadero linaje; pero ahora, al ver el rostro de este hombre, sus altos p?mulos cincelados, sus brillantes ojos grises, un hombre alto y orgulloso, de hombros anchos, musculoso, vestido con una armadura de cota de malla dorada, con cabello casta?o que bajaba hasta su barbilla, sin rasurar, al parecer en sus cuarentas, se dio cuenta que era especial. Y esto la hac?a especial por extensi?n tambi?n. Por primera vez en su vida sinti? que esto era verdad. Por primera vez sinti? una conexi?n con alguien, con un poderoso legado, con algo m?s grande que ella. Sinti? que pertenec?a en el mundo. Este hombre era claramente diferente. Obviamente era un guerrero, orgulloso y noble, pero no llevaba espadas ni escudos ni ning?n tipo de arma. Para su asombro y deleite, tra?a un solo art?culo: un bast?n dorado. Un bast?n. Era tal como ella. “Kyra,” dijo. Su voz reson? a trav?s de ella, una voz familiar que se parec?a a la de ella. Al escucharlo hablar sinti? no s?lo una conexi?n con ?l, sino tambi?n con su madre. Este era el hermano de su madre. Este era el hombre que conoc?a la identidad de su madre. Finalmente tendr?a la verdad y no habr?a m?s secretos en su vida. Muy pronto lo sabr?a todo acerca de la mujer que toda la vida hab?a deseado conocer. El baj? una mano y ella la tom? poni?ndose de pie, con las piernas entumecidas despu?s de haber estado sentada toda la noche junto a la torre. Era una mano fuerte y musculosa, pero sorprendentemente suave, y la ayud? a levantarse. Leo y Andor se le acercaron y Kyra se sorprendi? al ver que no le gru??an como lo hac?an habitualmente. En vez de eso, se acercaron al hombre y lamieron su mano como si lo conocieran de siempre. Entonces, para la sorpresa de Kyra, Leo y Andor se quedaron firmes como si siguieran una orden silenciosa del hombre. Kyra nunca hab?a visto nada parecido. ?Qu? clase de poderes ten?a este hombre? Kyra ni siquiera tuvo que preguntarle si era su t?o, pues lo sent?a con cada fibra de su cuerpo. Era poderoso, orgulloso, todo lo que ella hab?a deseado que fuera. Pero hab?a algo m?s en ?l, algo que ella no pod?a entender completamente. Era una energ?a m?stica que emanaba de ?l, un aura de calma pero tambi?n de fuerza. “T?o,” dijo ella. Le gustaba como sonaba esa palabra. “Puedes llamarme Kolva,” respondi? ?l. Kolva. De alguna manera, el nombre parec?a familiar. “He cruzado Escalon para verte,” dijo nerviosa sin saber que m?s decir. El silencio de la ma?ana se trag? sus palabras, y las llanuras vac?as s?lo se llenaron del sonido distante del oc?ano. “Mi padre me envi?.” ?l sonri?. Era una sonrisa c?lida, y las l?neas de su rostro se juntaron como si hubiera vivido mil a?os. “No fue tu padre quien te envi?,” respondi?. “Sino algo m?s grande.” De repente y sin ning?n aviso, se dio la vuelta y empez? a caminar utilizando su bast?n, alej?ndose de la torre. Kyra lo mir? avanzar sin entender; ?lo hab?a ofendido? Ella se apresur? a alcanzarlo con Leo y Andor a su lado. “La torre,” dijo ella confundida. “?No entraremos?” ?l sonri?. “Tal vez en otro momento,” respondi?. “Pero pens? que ten?a que llegar a la torre.” “As? era,” respondi?. “Pero no entrar a ella.” Ella trataba de entender mientras ?l caminaba velozmente entrando en el bosque, y ella se apur? a alcanzarlo. Su bast?n golpeaba la tierra y las hojas al igual que el de ella. “?Entonces d?nde entrenaremos?” pregunt? ella. “Entrenar?s en donde entrenan todos los grandes guerreros,” respondi? mirando hacia adelante. “En los bosques m?s all? de la torre.” Entr? en el bosque tan r?pido que Kyra casi tuvo que correr para alcanzarlo, incluso aunque parec?a caminar de manera tranquila. El misterio que lo rodeaba creci? mientras un mill?n de preguntas cruzaban por su mente. “?Sigue viva mi madre?” pregunt? ella incapaz de contener su curiosidad. “?Est? aqu?? ?La conoces?” El hombre simplemente sonri? y neg? con la cabeza mientras segu?a caminando. “Tantas preguntas,” respondi?. Camin? por un largo rato mientras el bosque se llenaba del sonido de criaturas extra?as y finalmente a?adi?, “Pronto te dar?s cuenta que las preguntas tienen muy poco significado aqu?. Las respuestas tienen mucho menos. Debes aprender a encontrar tus propias respuestas. La fuente de tus respuestas. Y m?s importante, la fuente de tus preguntas.” Kyra estaba confundida mientras caminaban por el bosque, junto a ?rboles verde brillante que parec?an resplandecer a su alrededor en este lugar misterioso. Pronto perdi? de vista la torre y el romper de las olas se hizo m?s silencioso. Ten?a problemas para seguirle el paso en la vereda constantemente cambiante. Estaba hirviendo llena de preguntas y finalmente no pudo contener su silencio. “?A d?nde me llevas?” pregunt?. “?Aqu? es donde me entrenar?s?” El hombre continu? caminando pasando un arroyo, girando y pasando por antiguos ?rboles cuya corteza era de un verde luminoso mientras ella le segu?a los pasos. “Yo no te entrenar?,” dijo. “Tu t?o lo har?.” Kyra se qued? congelada. “?Mi t?o?” pregunt?. “Pens? que t? eras mi t?o.” “Lo soy,” respondi?. “Y tienes otro m?s.” “?Otro?” pregunt?. Finalmente lleg? a un claro en el bosque deteni?ndose en la orilla y ella, respirando agitadamente, se detuvo a su lado. Mir? hacia adelante y se impact? por lo que vio. Al otro lado del claro hab?a un ?rbol inmenso, el m?s grande que jam?s hab?a visto, antiguo, con ramas extendi?ndose hacia todos lados, brillando con hojas p?rpuras, con un tronco de treinta pies de ancho. Las ramas se torc?a y cruzaban una con otra creando una peque?a casa en el ?rbol a unos diez pies de altura y que parec?a haber estado ah? desde siempre. Una peque?a luz sal?a de entre las ramas, y Kyra mir? hacia arriba encontrando una sola figura sentada en la orilla de las ramas como si estuviera meditando y observ?ndolos. “?l tambi?n es tu t?o,” dijo Kolva. El coraz?n de Kyra la golpe? en el pecho sin poder entender nada. Mir? hacia el hombre que dec?a ser su t?o y se pregunt? si estaba tratando de enga?arla. El otro t?o parec?a ser un ni?o de apenas diez a?os de edad. Se sentaba derecho como meditando y mirando directamente hacia enfrente, sin mirarla a ella con sus ojos azules brillantes. Su rostro infantil ten?a l?neas como si fuera alguien de mil a?os, con su piel caf? oscura cubierta de manchas de la edad. Parec?a ser apenas unos cuatro pies de alto. Era como si se tratara de un ni?o con una enfermedad de envejecimiento. Ella no sab?a qu? pensar. “Kyra,” dijo, “?l es Alva.” CAP?TULO CINCO Merk entr? en la Torre de Ur, atravesando las grandes puertas doradas que nunca pens? llegar?a a pasar, con una luz interior tan brillante que casi lo ceg?. Levant? una mano para cubrirse los ojos y, al hacerlo, se sorprendi? al ver lo que ten?a enfrente. Ah?, de pie frente a ?l, estaba un verdadero Observador, con penetrantes ojos amarillos que miraban directamente hacia Merk, los mismos ojos que lo hab?an perturbado por la rendija de la puerta. Llevaba una t?nica holgada amarilla, escondiendo sus brazos y piernas y s?lo mostrando un poco de piel p?lida. Era sorprendentemente bajo, de mand?bula larga y mejillas hundidas y, mientras lo miraba, Merk se sinti? inc?modo. Sal?a luz del peque?o bast?n dorado que sosten?a frente a ?l. El Observador lo estudi? en silencio, y Merk sinti? una brisa mientras las puertas se cerraban repentinamente atrap?ndolo en la torre. Hubo un sonido que hizo eco en las paredes y ?l involuntariamente se estremeci?. Se dio cuenta de lo inquieto que estaba al no haber dormido todos estos d?as, de noches con sue?os perturbadores, por su propia obsesi?n de entrar aqu?. Ahora al estar adentro, sinti? una extra?a sensaci?n de pertenencia, como si finalmente hubiera entrado a su nueva casa. Merk esperaba que el Observador le diera la bienvenida y le explicara en d?nde estaba. Pero en vez de eso, se volte? sin una palabra y se alej? caminando, dejando a Merk solo y confundido. No sab?a si deber?a seguirlo. El Observador lleg? a una escalera de marfil en espiral del otro lado de la c?mara y, para la sorpresa de Merk, fue no hacia arriba, sino hacia abajo. Baj? r?pidamente y desapareci? de la vista. Merk se qued? de pie en silencio sin saber qu? es lo que deber?a hacer. “?Debo seguirte?” grit? finalmente. La voz de Merk retumb? e hizo eco en las paredes como si se burlara de ?l mismo. Merk mir? a su alrededor examinando el interior de la torre. Mir? las brillantes paredes hechas de oro s?lido; mir? el suelo hecho de un antiguo m?rmol negro veteado de oro. El lugar era tenue, alumbrado s?lo por el misterioso resplandor que sal?a de las paredes. Levant? la vista y vio la antigua escalera tallada en marfil; se acerc? a ella y, examinando la cima, vio una c?pula dorada a unos cien pies de altura por la que se filtraba la luz solar. Vio los niveles arriba, todos los diferentes pisos, y se pregunt? que hab?a ah? arriba. Mir? hacia abajo con a?n m?s curiosidad y vio que los escalones llevaban a pisos subterr?neos hacia donde el Observador hab?a ido y se qued? confundido. Las hermosas escaleras de marfil que parec?an una obra de arte giraban misteriosamente en ambas direcciones, como si subieran hacia el cielo y descendieran hasta los niveles m?s profundos del infierno. Merk se pregunt?, m?s que nada, si la legendaria Espada de Fuego, la espada que cuidaba de todo Escalon, estaba dentro de estas paredes. Se sinti? emocionado al s?lo pensarlo. ?En d?nde podr?a estar? ?Hacia arriba o hacia abajo? ?Qu? otras reliquias y tesoros estaban guardados aqu?? De repente, una puerta oculta se abri? en una de las paredes laterales y Merk se dio la vuelta para ver salir a un guerrero de rostro severo, un hombre del tama?o de Merk portando una cota de malla, de piel p?lida por muchos a?os de no ver la luz solar. Camin? hacia Merk, un humano con una espada en la cintura que ten?a una prominente insignia, el mismo s?mbolo que Merk hab?a visto tallado en los muros exteriores de la torre: una escalera de marfil elev?ndose al cielo. “S?lo los Observadores pueden descender,” dijo el hombre con voz ?spera y oscura. “Y t?, mi amigo, no eres un Observador. Por lo menos todav?a no.” El hombre se detuvo frente a ?l y lo mir? de arriba a abajo mientras pon?a sus manos en la cintura. “Bien,” continu?, “supongo que si te dejaron entrar debe haber una raz?n.” Suspir?. “S?gueme.” Con eso, el abrupto guerrero se dio la vuelta y subi? por la escalera. El coraz?n de Merk se aceleraba mientras trataba de alcanzarlo, con su cabeza llena de preguntas y el misterio de este lugar creciendo con cada paso. “Haz tu trabajo y hazlo bien,” dijo el hombre d?ndole la espalda a Merk, con una voz oscura que retumbaba en las paredes, “y se te permitir? servir aqu?. El vigilar la torre es el puesto m?s alto que Escalon puede ofrecer. Debes ser m?s que un simple guerrero.” Se detuvieron en el siguiente nivel y el hombre mir? a Merk a los ojos como detectando una verdad profunda sobre ?l. Merk se sinti? inc?modo. “Todos tenemos pasados oscuros,” dijo el hombre. “Eso es lo que nos trajo aqu?. ?Qu? virtud se esconde en tu oscuridad? ?Est?s listo para nacer de nuevo?” Paus? y Merk se qued? de pie tratando de comprender sus palabras, inseguro de c?mo responder. “Aqu? es dif?cil ganarse el respeto,” continu?. “Cada uno de nosotros somos lo mejor que Escalon tiene para ofrecer. G?natelo y puede que un d?a seas aceptado en nuestra hermandad. Si no, se te pedir? que te vayas. Recuerda: esas puertas que se abrieron para dejarte entrar pueden de igual manera hacerte salir.” El coraz?n de Merk se desplom? al pensarlo. “?C?mo puedo servir?” Pregunt? Merk sintiendo el sentido de prop?sito que siempre hab?a deseado tener. El guerrero se detuvo por un largo rato y finalmente se dio vuelta y continu? subiendo. Mientras Merk lo ve?a avanzar, empez? a darse cuenta de que hab?a muchas cosas prohibidas en esta torre, muchos secretos que tal vez no llegar?a a conocer. Merk intent? seguirlo pero de repente una gruesa mano lo golpe? en el pecho deteni?ndolo. Volte? y mir? a otro guerrero que aparec?a saliendo de otra puerta secreta mientras el primer guerrero continuaba y desaparec?a en los niveles superiores. El nuevo guerrero era mucho m?s alto que Merk y portaba la misma cota de malla dorada. “Servir?s en este nivel,” dijo con voz ronca, “con el resto de ellos. Yo soy tu comandante: Vicor.” Su nuevo comandante, un hombre delgado de rostro duro como la piedra, parec?a alguien a quien no molestar. Vicor se?al? a una puerta abierta en la pared y Merk entr? cuidadosamente, pregunt?ndose qu? era este lugar mientras pasaba por pasillos de piedra. Caminaron en silencio pasando por arcos tallados en puertas de piedra y el sal?n se extendi? en una amplia habitaci?n con un alto techo c?nico, pisos y paredes de piedra, e iluminado por luz solar que se filtraba por ventanas angostas c?nicas. Merk se sorprendi? al ver docenas de rostros que lo miraban, rostros de guerreros, algunos delgados y otros musculosos, todos con ojos duros y constantes, todos alerta con un sentido de prop?sito. Estaban esparcidos en todo el cuarto cada uno frente a una ventana, y todos, portando la cota de malla dorada, se voltearon y miraron al extra?o que entraba en la habitaci?n. Merk se sinti? cohibido y les devolvi? la mirada en un silencio inc?modo. Junto a ?l, Vicor se aclar? la garganta. “Los hermanos no conf?an en ti,” le dijo a Merk. “Puede que nunca lo hagan. Y tal vez t? nunca conf?es en ellos. Aqu? el respeto no se regala y no hay segundas oportunidades.” “?Qu? es lo que debo hacer?” Pregunt? Merk desconcertado. “Lo mismo que estos hombres,” Vicor respondi? ?speramente. “Observar?s.” Merk examin? la habitaci?n y, del otro lado, quiz? a unos cincuenta pies de distancia, vio una ventana abierta en la que no hab?a ning?n guerrero. Vicor camin? despacio hacia ella y Merk lo sigui?, pasando por los guerreros que lo observaban antes de volverse a sus ventanas. Era un sentimiento extra?o el estar entre estos hombres sin ser uno de ellos. A?n no. Merk siempre hab?a peleado solo, y no sab?a lo que era el pertenecer a un grupo. Al pasar y examinarlos, sinti? que todos eran, al igual que ?l, hombres rotos, hombres sin otro lugar al cu?l ir y sin ning?n otro prop?sito en la vida, hombres que hab?a hecho de esta torre de piedra su hogar, hombres como ?l. Al acercarse a su estaci?n, Merk not? que el ?ltimo hombre al que pas? era diferente a los dem?s. Parec?a ser un muchacho de unos dieciocho, con la piel m?s suave y lisa que Merk jam?s hab?a visto, y con largo y fino cabello rubio que bajaba hasta su cintura. Era m?s delgado que los dem?s, con muy poco m?sculo, y parec?a como que nunca hab?a estado en batalla. Pero aun as? aparentaba orgullo, y Merk se sorprendi? al ver que le regresaba la mirada con los mismos ojos amarillos y feroces del Observador. El muchacho parec?a muy fr?gil para estar aqu?, muy sensible; pero al mismo tiempo algo en su mirada puso a Merk en guardia. “No subestimes a Kyle,” dijo Vicor mientras Kyle volv?a a voltear hacia su ventana. “Es el m?s fuerte de nosotros y el ?nico verdadero Observador aqu?. Lo enviaron aqu? para protegernos.” Merk apenas si pod?a creerlo. Merk lleg? hasta su puesto y se sent? junto a la alta ventana mirando hacia afuera. Hab?a una orilla de piedra en la cual sentarse, y al acercarse a mirar por la ventana, se vio recompensado por una magn?fica vista del paisaje. Vio la pen?nsula est?ril de Ur, la cima de los ?rboles del bosque distante y, m?s all?, el oc?ano y el cielo. Sinti? como si pudiera ver todo Escalon desde aqu?. “?Eso es todo?” Pregunt? Merk sorprendido. “?S?lo me siento aqu? a observar?” Vicor sonri?. “Tus deberes a?n no han empezado.” Merk frunci? el ce?o decepcionado. “No he venido hasta aqu? para sentarme en una torre,” dijo Merk mientras otros volteaban. “?C?mo voy a defender desde aqu? arriba? ?No puedo patrullar en la planta baja?” Vicor sonri?. “Puedes ver m?s desde aqu? arriba que desde abajo,” respondi?. “?Y si veo algo?” pregunt? Merk. “Suena la campana,” dijo. Se?al? con la cabeza y Merk vio una ventana instalada junto a la ventana. “Ha habido muchos ataques contra nuestra torre al paso de los siglos,” Vicor continu?. “Todos han fallado gracias a nosotros. Somos los Observadores, la ?ltima l?nea de defensa. Todo Escalon nos necesita y hay muchas maneras de defender una torre.” Merk lo observ? irse y, mientras se acomodaba en su estaci?n en silencio, se preguntaba: ?qu? era en lo que se hab?a metido? CAP?TULO SEIS Duncan guiaba a sus hombres cabalgando bajo la luz de la luna, atravesando las llanuras nevadas de Escalon con el paso de las horas y dirigi?ndose hacia el horizonte hacia Andros. La cabalgata nocturna le trajo memorias de batallas pasadas, del tiempo que pas? en Andros sirviendo al antiguo Rey; se perdi? en sus pensamientos, en memorias que se mezclaban con el presente y con fantas?as del futuro hasta que no pudo distinguir lo que era real. Como siempre, sus pensamientos giraron hacia su hija. Kyra. ?D?nde est?s? se preguntaba. Duncan or? por que estuviera segura y progresara en su entrenamiento, y por que pronto se reunieran. ?Podr?a ella invocar a Theos de nuevo? se pregunt?. Si no, no sab?a si podr?an ganar esta guerra que ella hab?a empezado. El incesante sonido de los caballos y armaduras llenaba la noche. Duncan apenas sent?a el fr?o con el coraz?n c?lido por la victoria, por el impulso, por el creciente ej?rcito que lo segu?a y por la anticipaci?n. Finalmente despu?s de todos estos a?os sent?a que las cosas giraban a su favor. Sab?a que Andros estar?a protegido por un ej?rcito profesional, que estar?an superados en n?mero, que la capital estar?a fortificada y que no contaban con los hombres suficientes para organizar un asedio. Sab?a que le esperaba la batalla de su vida, una que determinar?a el destino de Escalon. Pero este era el peso del honor. Duncan tambi?n sab?a que ?l y sus hombres ten?an una causa de su lado, un deseo y prop?sito; y m?s que nada, velocidad y el elemento de la sorpresa. Los Pandesianos nunca esperar?an un ataque a la capital, no por personas subyugadas y nunca de noche. Finalmente, mientras empezaba a amanecer a?n con un azul opaco, Duncan vio en la distancia c?mo empezaban a aparecer los contornos familiares de la capital. Era una vista que no hab?a esperado ver en su vida, una que hizo que se le acelerara el coraz?n. Las memorias de todos los a?os que vivi? ah? volvieron apresuradamente, del tiempo en que hab?a servido lealmente al rey y al pa?s. Record? a Escalon en la c?spide de su gloria, una naci?n libre y orgullosa, una que parec?a invencible. Pero esto tambi?n le trajo memorias amargas: la traici?n del d?bil Rey hacia su gente, el c?mo hab?a entregado Escalon y su capital. Record? c?mo ?l y todos los jefes militares se dispersaron obligados a retirarse en verg?enza, exiliados a sus propias fortalezas en Escalon. El ver los majestuosos contornos de la ciudad le hicieron sentir deseo y nostalgia y miedo y esperanza al mismo tiempo. Estos eran los contornos que hab?an marcado su vida, los l?mites de la ciudad m?s grande de Escalon, gobernada por reyes por siglos, extendi?ndose tan lejos que era dif?cil ver d?nde terminaba. Duncan respir? profundo al ver los familiares parapetos y c?pulas y chapiteles, todos arraigados profundamente en su alma. De alg?n modo, era como regresar a casa; excepto que Duncan ahora no era el derrotado y leal comandante que alguna vez hab?a sido. Ahora era m?s fuerte, no le responder?a a nadie, y tra?a un ej?rcito a las espaldas. Mientras amanec?a, la ciudad segu?a alumbrada por antorchas, lo que quedaba de la guardia nocturna empezaba a recibir la ma?ana entre la niebla y, mientras Duncan se acercaba, vio algo m?s que hizo que su coraz?n le ardiera: las banderas azul y amarillo de Pandesia ondeando orgullosamente sobre las almenas de Andros. Esto le hizo sentirse enfermo y renov? su sentido de determinaci?n. Duncan inmediatamente examin? las puertas y se sinti? animado al ver que estaban guardadas s?lo por unos cuantos soldados. Respir? aliviado. Si los Pandesianos supieran que ven?an, habr?a miles de soldados cuid?ndolas; y Duncan y sus hombres no tendr?an oportunidad. Pero con esto supo que no los esperaban. Los miles de Pandesianos deber?an estar a?n dormidos. Afortunadamente, Duncan y sus hombres hab?an avanzado lo suficientemente r?pido para tener una oportunidad. Duncan sab?a que este elemento de la sorpresa ser?a su ?nica ventaja, lo ?nico que les dar?a una oportunidad de tomar la inmensa capital con sus filas de almenas y dise?ada para resistir a cualquier ej?rcito; eso, y el conocimiento de Duncan de sus fortificaciones y puntos d?biles. Sab?a que algunas batallas se hab?an ganado con menos. Duncan estudi? la entrada de la ciudad y supo en d?nde deber?an atacar primero si quer?a tener una oportunidad de ser victorioso. “?Quien controla las puertas controla la ciudad!” Les grit? Duncan a Kavos y a sus otros comandantes. “No deben cerrarse, no debemos permitirles cerrarlas sin importar el costo. Si lo hacen, estaremos atrapados definitivamente. Llevar? una peque?a fuerza conmigo e iremos hacia las puertas a toda velocidad. T?,” dijo se?alando a Kavos, Bramthos y Seavig, “lleven al resto de los hombres hacia las guarniciones y protejan nuestros flancos de los soldados que salgan.” Kavos neg? con la cabeza. “Cargar contra esas puertas con un peque?o grupo es imprudente,” grit?. “Estar?s rodeado y, si estoy peleando en las guarniciones, no podr? cuidarte la espalda. Es un suicidio.” Duncan sonri?. “Y es por eso que lo har? yo mismo.” Duncan pate? a su caballo y avanz? delante de los otros dirigi?ndose hacia las puertas, mientras Anvin, Arthfael y una docena de sus m?s cercanos comandantes, hombres que conoc?an Andros tan bien como ?l, hombres con los que hab?a peleado toda su vida, lo siguieron como ?l esperaba que lo hicieran. Todos se dirigieron hacia las puertas de la ciudad a toda velocidad mientras, detr?s de ellos, Duncan vio c?mo Kavos, Bramthos, Seavig, y el resto del ej?rcito se dirigieron hacia las guarniciones Pandesianas. Duncan, con el coraz?n acelerado, sabiendo que ten?a que llegar a la puerta antes de que fuera tarde, baj? la cabeza e hizo que el caballo se apresurara. Galoparon hacia el centro de la vereda sobre el Puente del Rey, con las pezu?as resonando en la madera, y Duncan sinti? c?mo se avecinaba la batalla. Al amanecer, Duncan vio el rostro confundido del primer Pandesiano que los detect?, un soldado joven que hac?a guardia medio dormido en el puente, parpadeando mientras su rostro se llenaba de terror. Duncan se acerc?, sac? su espada, y en un movimiento r?pido lo cort? antes de que pudiera levantar su escudo. La batalla hab?a empezado. Anvin, Arthfael, y los otros arrojaron sus lanzas, derribando a una docena de Pandesianos que voltearon hacia ellos. Continuaron galopando sin detenerse sabiendo que esto significar?a su vida. Se apresuraron sobre el puente y se abalanzaron sobre las puertas abiertas de Andros. A?n a unas cien yardas de distancia, Duncan observ? las legendarias puertas de Andros, talladas en oro con unos cien pies de altura, diez pies de ancho, y sab?a que, si se sellaban, la ciudad ser?a impenetrable. Ocupar?a equipo de asedio profesional, que no ten?a, y muchos meses con muchos hombres golpeando las puertas, que tampoco ten?a. Estas puertas nunca se hab?an rendido a pesar de siglos de ataques. Si no las alcanzaba a tiempo, todo estar?a perdido. Duncan analiz? a la docena de soldados Pandesianos que las cuidaban, una fuerza ligera, hombres adormecidos al amanecer y ninguno esperando un ataque, y apresur? a su caballo sabiendo que el tiempo era limitado. Ten?a que llegar antes de que lo descubrieran; necesitaba s?lo un minuto m?s para asegurar su supervivencia. Pero de repente, se escuch? el sonido de un cuerno, y el coraz?n de Duncan cay? al ver en la cima de los parapetos a un soldado sonando un cuerno de advertencia una y otra vez. El sonido hizo eco en las murallas de la ciudad y Duncan se descorazon? al ver que hab?a perdido la ventaja que ten?a. Hab?a subestimado al enemigo. Los soldados Pandesianos en la puerta se pusieron en acci?n. Avanzaron y pusieron sus hombros en las puertas, seis hombres de cada lado, empujando con todas sus fuerzas para cerrarlas. Al mismo tiempo, cuatro soldados m?s mov?an palancas a los lados mientras otros cuatro jalaban cadenas de cada lado. Con un gran ajetreo, las barras empezaron a cerrarse. Duncan observ? con desesperaci?n sintiendo como si cerraran un ata?d en su coraz?n. “?M?S R?PIDO!” apremi? a su caballo. Todos se apresuraron en una ?ltima carrera definitiva. Al acercarse, algunos de los hombres arrojaron sus lanzas a los hombres en las puertas en un esfuerzo desesperado; pero a?n estaban muy lejos y las lanzas se quedaron cortas. Duncan apur? a su caballo como nunca antes, cabalgando imprudentemente delante de los dem?s y, al acercarse a las puertas, de repente sinti? algo pasar volando a su lado. Se dio cuenta que era una jabalina y volte? hacia arriba para ver a soldados encima de los parapetos arroj?ndolas. Duncan escuch? un grito y volte? a ver a uno de sus hombres, uno con el que hab?a peleado a su lado por a?os, atravesado y cayendo de espaldas, muerto. Duncan se apresur? a?n m?s dejando de protegerse y dirigi?ndose hacia las puertas. Estaba a unas veinte yardas de distancia y las puertas casi se cerraban. Sin importar c?mo, incluso si significaba su muerte, no dejar?a que eso sucediera. En un ?ltimo avance suicida, Duncan salt? del caballo arroj?ndose hacia la abertura que quedaba en las puertas. Extendi? la mano con su espada y alcanz? a meterla en la abertura entre las puertas. La espada se dobl? pero sin romperse. Duncan sab?a que esa franja de metal era lo ?nico que imped?a que las puertas se cerraran completamente, lo ?nico que manten?a a la capital abierta, lo ?nico que evitaba que todo Escalon estuviera perdido. Los impresionados soldados Pandesianos, al darse cuenta que la puerta no cerraba, miraron asombrados la espada de Duncan. Se abalanzaron hacia ella y Duncan sab?a que no dejar?a que eso pasara incluso si perd?a la vida. A?n aturdido por la ca?da de su caballo y con dolor en las costillas, Duncan trat? de rodar para alejarse del primer soldado, pero no pudo hacerlo. Vio la espada levantarse detr?s de ?l y se prepar? para el mortal impacto; pero de repente el soldado grit? y Duncan mir? a su caballo relinchando y golpeando a su enemigo en el pecho antes de que pudiera atacar a Duncan. El soldado sali? volando con las costillas rotas y cay? de espaldas inconsciente. Duncan mir? a su caballo con gratitud d?ndose cuenta de que le hab?a vuelto a salvar la vida. Con el tiempo que necesitaba, Duncan se puso de pie sacando su espada de repuesto y se prepar? para el grupo de soldados que llegaba. El primer soldado lo atac? con su espada y Duncan la bloque? sobre su cabeza, gir? y lo cort? entre los hombros haci?ndolo que cayera. Duncan avanz? y cort? al siguiente soldado en el est?mago antes de que pudiera alcanzarlo, saltando despu?s sobre su cuerpo y golpeando al siguiente soldado con los dos pies haci?ndolo caer de espaldas. Se agach? mientras otro soldado trataba de golpearlo y despu?s gir? y lo cort? en la espalda. Duncan, distra?do por sus atacantes, gir? al sentir movimiento detr?s de ?l y vio c?mo un Pandesiano tomaba la espada de la rendija y empezaba a jalarla. Al ver que no hab?a tiempo, Duncan gir?, apunt?, y lanz? su espada. Esta vol? en el aire y se encaj? en la garganta del hombre antes de que pudiera sacar la espada larga. Hab?a salvado la puerta, pero hab?a quedado indefenso. Duncan avanz? hacia la puerta esperando poder ampliar la grieta; pero al hacerlo, un soldado lo tacleo por detr?s y lo arroj? al piso. Con su espalda descubierta, Duncan sab?a que estaba en peligro. No pod?a hacer mucho mientras el Pandesiano detr?s de ?l levantaba su lanza para atravesarlo. Un grito atraves? el aire y Duncan vio a Anvin acercarse girando su mazo y golpeando al soldado en la mu?eca, derribando la lanza de su mano justo antes de que atravesara a Duncan. Anvin entonces salt? de su caballo y derrib? al hombre y, al mismo tiempo, Arthfael y los otros llegaron atacando al grupo de soldados que se dirig?a hacia Duncan. Liberado, Duncan analiz? la situaci?n y vio a los soldados que cuidaban la puerta muertos, la puerta apenas abierta por su espada, y a cientos de soldados Pandesianos que empezaban a salir de los cuarteles apresur?ndose para atacar a Kavos, Bramthos, Seavig, y sus hombres. Sab?a que hab?a poco tiempo. Incluso con Kavos y sus hombres peleando, algunos escapar?an y se dirigir?an a la puerta, y si Duncan no controlaba estas puertas pronto, ?l y sus hombres estar?an acabados. Duncan esquiv? mientras otra lanza era arrojada desde los parapetos. Se apresur? y tom? un arco y flechas de un soldado ca?do, se hizo hacia atr?s, apunt?, y dispar? hacia un Pandesiano que estaba en la cima mientras este se asomaba con una lanza en su mano. El muchacho grit? y cay? atravesado por la flecha, claramente no esperando esto. Se desplom? hacia la tierra cayendo al lado de Duncan, y Duncan se hizo a un lado para no ser aplastado por el cuerpo. Duncan sinti? una especial satisfacci?n al ver que el muchacho era el encargado del cuerno. “?LAS PUERTAS!” grit? Duncan a sus hombres mientras estos derribaban a los soldados restantes. Sus hombres se juntaron bajando de sus caballos y se apresuraron a ayudarlo a abrir las puertas. Jalaron con todas sus fuerzas, pero apenas si las movieron. M?s hombres se unieron al esfuerzo y, mientras todos tiraban juntos, una empez? a moverse. Se abri? poco a poco y pronto hubo suficiente espacio para que Duncan pusiera su pie en la abertura. Duncan introdujo sus hombros en la abertura y empuj? con todas sus fuerzas, gimiendo y con sus brazos temblando. El sudor corr?a en su rostro a pesar del frio de la ma?ana y mir? c?mo un flujo de soldados sal?a de las guarniciones. La mayor?a se enfrentaba a Kavos, Bramthos y sus hombres, pero los suficientes pudieron evitarlos dirigi?ndose hacia ?l. Un grito repentino atraves? el amanecer y Duncan vio a un hombre a su lado, uno de sus leales comandantes, cayendo al suelo. Vio la lanza en su espalda y se dio cuenta de que los soldados ya estaban a distancia de tiro. M?s Pandesianos levantaron sus lanzas apuntando hacia su direcci?n y Duncan se prepar? al darse cuenta de que no pasar?an por las puertas a tiempo. Pero de repente, para su sorpresa, los soldados tambalearon y cayeron de frente. Observ? y mir? flechas y espadas en sus espaldas, y sinti? una oleada de gratitud al ver a Bramthos y Seavig guiando a cien hombres que se separaban de Kavos, peleando con la guarnici?n pero ahora volteando para ayudarlo. Duncan redobl? sus esfuerzos empujando con todas sus fuerzas mientras Anvin y Arthfael se introdujeron a su lado sabiendo que ten?an que abrir la grieta lo suficiente para que pasaran los soldados. Finalmente, mientras m?s hombres se un?an al esfuerzo, hundieron sus pies en la nieve y empezaron a caminar. Duncan dio un paso tras otro hasta que, gimiendo, vio que la puerta se abri? hasta la mitad. Escuch? un grito de victoria detr?s de ?l y se volte? para ver a Bramthos y Seavig avanzando con cien hombres a caballo, todos dirigi?ndose hacia la puerta abierta. Duncan recuper? su espada, la levant? y avanz? guiando a sus hombres por las puertas abiertas, poniendo un pie dentro de la capital y olvidando toda precauci?n. Con flecha y lanzas lloviendo sobre ellos, Duncan se dio cuenta que ten?an que ganar control sobre los parapetos, que tambi?n estaban equipados con catapultas con la capacidad de hacerles mucho da?o a sus hombres. Mir? arriba hacia las almenas pensando en cu?l ser?a la mejor forma de subir, cuando de repente escuch? otro grito y mir? una gran fuerza de soldados Pandesianos que se juntaba en la ciudad y avanzaban sobre ellos. Duncan los enfrent? con valent?a. “?HOMBRES DE ESCALON, ?QUI?N HABITA NUESTRA APRECIADA CAPITAL?!” grit?. Todos los hombres gritaron y avanzaron detr?s de ?l mientras Duncan montaba su caballo y los guiaba hacia los soldados. A esto le sigui? un gran impacto de armas mientras los soldados y caballos se encontraban, y Duncan y sus cien hombres atacaron a los cien soldados Pandesianos. Duncan sinti? que los soldados Pandesianos hab?an sido sorprendidos con la guardia baja, pues esperaban una pelea f?cil al haber visto a Duncan con unos cuantos hombres y sin esperar ver el gran n?mero de refuerzos detr?s de Duncan. Vio c?mo sus ojos mostraban asombro al ver a Bramthos, Seavig y todos los hombres atravesar las puertas de la ciudad. Duncan levant? su espada y bloque? un ataque, apu?al? a un soldado en el est?mago, gir?, y golpe? a otro en la cabeza con su escudo; despu?s tom? la lanza de su arn?s y la lanz? a otro. Sin miedo, abri? un camino en medio de la multitud derribando a diestra y siniestra mientras todos a su alrededor, Anvin, Arthfael, Bramthos, Seavig, y sus hombres hac?an lo mismo. Se sent?a bien estar de nuevo dentro de la capital en estas calles que conoc?a muy bien; pero se sinti? mejor el liberarla de los Pandesianos. Muy pronto docenas de Pandesianos estaban apilados bajo sus pies, todos incapaces de detener a Duncan y sus hombres como una ola que ca?a sobre la capital al amanecer. Duncan y sus hombres estaban arriesg?ndolo todo, hab?an venido de muy lejos, y estos hombres cuidando las calles estaban lejos de su hogar, desmoralizados, con una causa d?bil, con sus l?deres lejos, y sorprendidos. Despu?s de todo, nunca se hab?an enfrentado en batalla contra los verdaderos guerreros de Escalon. Mientras la marea avanzaba, los soldados Pandesianos restantes se dieron la vuelta y escaparon; y Duncan y sus hombres cabalgaron con m?s velocidad alcanz?ndolos y derrib?ndolos con flechas y lanzas hasta que no qued? ninguno. Con el camino hacia la capital libre y con flechas y lanzas a?n cayendo sobre ellos, Duncan se enfoc? de nuevo en los parapetos mientras otro de sus hombres ca?a de su caballo con una flecha encajada en su hombro. Necesitaban los parapetos, el terreno alto, no s?lo para detener las flechas, sino para ayudar a Kavos; despu?s de todo, Kavos segu?a superado en n?mero detr?s de las murallas y necesitar?a la ayuda de Duncan desde los parapetos con las catapultas si quer?a tener una oportunidad de sobrevivir. “?A LAS ALTURAS!” grit? Duncan. Los hombres de Duncan vitorearon y lo siguieron mientras les hac?a una se?al, separ?ndose, la mitad sigui?ndolo a ?l y la mitad siguiendo a Bramthos y Seavig hacia el otro lado del patio para ascender por el otro lado. Duncan se dirigi? hacia los escalones de piedra que se encontraban en el muro lateral que iban hacia los parapetos superiores. Hab?a una docena de soldados cuid?ndolos y todos miraban asombrados al ataque que llegaba. Duncan se arroj? sobre ellos y tanto ?l como sus hombres arrojaron lanzas, mat?ndolos incluso antes de que pudieran levantar sus escudos. No hab?a tiempo que perder. Llegaron a los escalones y Duncan desmont? guiando el avance, en una sola fila, por los escalones. Vio hacia arriba y mir? a soldados Pandesianos que bajaban para encontrarlos, con sus lanzas levantadas y listos para arrojarlas; sab?a que ten?an ventaja sobre ?l y, no queriendo perder tiempo en combate mano a mano mientras las lanzas ca?an sobre ?l, pens? con rapidez. “?FLECHAS!” orden? Duncan a los hombres detr?s de ?l. Duncan se agach? cayendo al piso y un momento despu?s escuch? las flechas volando sobre ?l mientras los hombres segu?an su orden, acerc?ndose y disparando. Duncan mir? hacia arriba y vio con satisfacci?n c?mo los hombres que bajaban los escalones eran impactados y ca?an hacia los lados, gimiendo mientras se desplomaban hacia el patio de piedra debajo. Duncan continu? subiendo los escalones tacleando a un soldado mientras otros m?s llegaban y lo empujaban hacia la orilla. ?l gir? y golpe? a uno m?s con su escudo mand?ndolo a volar tambi?n, y entonces levant? su espada apu?alando a otro en la barbilla. Pero esto dej? a Duncan vulnerable en la angosta escalera, y un Pandesiano salt? hacia su espalda y lo llev? hasta la orilla. Duncan se aferr? por su vida ara?ando la piedra, incapaz de sostenerse y a punto de caer; cuando de repente el hombre encima de ?l dej? de moverse a cay? por un lado de ?l, muerto. Duncan vio una espada en su espalda y gir? viendo a Arthfael que lo ayudaba a ponerse de pie. Duncan continu? avanzando agradecido de tener a sus hombres detr?s de ?l, y subi? nivel tras nivel evitando lanzas y flechas, bloqueando algunas con su escudo, hasta que finalmente lleg? a los parapetos. En la cima hab?a una ancha meseta de piedra de unas diez yardas de ancho, abarcando la parte superior de las puertas, y llena de soldados Pandesianos hombro a hombro todos armados con flechas, lanzas, jabalinas, y todos ocupados lanzando armas hacia los hombres de Kavos debajo. Al llegar Duncan con sus hombres, dejaron de atacar a Kavos y se voltearon hacia ?l. Al mismo tiempo, Seavig y el otro grupo de hombres terminaron de subir los escalones del otro lado del patio y atacaron a los soldados desde el lado opuesto. Los rodearon sin dejarles escapatoria. La pelea se volvi? espesa, mano a mano, mientras los soldados de ambos lados trataban de ganar terreno. Duncan levant? su espada y escudo y, mientras los impactos llenaban el aire, continu? su sangrienta pelea mano a mano cortando a un hombre tras otro. Duncan se agach? esquivando los golpes y empuj? a un hombre sobre la orilla con sus hombros, quien cay? gritando hacia su muerte, y record? que a veces las mejores armas son las propias manos. Grit? de dolor al recibir una cortada en el est?mago pero afortunadamente gir? y s?lo lo roz?. Mientras el soldado se preparaba para darle el golpe final, Duncan, sin espacio para maniobrar, lo golpe? con la cabeza haciendo que soltara su espada. Despu?s le dio un rodillazo, se acerc? a ?l y lo arroj? por la orilla. Duncan pele? y pele? ganando terreno con dificultad mientras el sol se elevaba y el sudor le lastimaba los ojos. Sus hombres gem?an y gritaban de dolor en todos lados mientras los hombros de Duncan se cansaban por la pelea. Al tratar de recobrar el aliento y cubierto de la sangre de sus enemigos, Duncan dio un paso final hacia adelante levantando la espada; pero se sorprendi? al ver a Bramthos y Seavig y sus hombres de frente. Volte? y analiz? todos los cuerpos muertos y se dio cuenta con asombro de que lo hab?an logrado; hab?an despejado los parapetos. Hubo un grito de victoria mientras todos los hombres se encontraban en el centro. Pero Duncan sab?a que la situaci?n a?n era apremiante. “?FLECHAS!” grit?. Inmediatamente volte? hacia abajo hacia los hombre de Kavos y vio c?mo se desenvolv?a una gran batalla en el patio mientras miles de soldados Pandesianos m?s sal?an de las guarniciones para encontrarlos. Kavos se ve?a rodeado lentamente por todas partes. Los hombres de Duncan tomaron los arcos de los ca?dos, apuntaron por encima de los muros, y dispararon a los Pandesianos mientras Duncan se les un?a. Los Pandesianos nunca esperaron que les dispararan desde la capital y cayeron por docenas, desplom?ndose en el piso mientras los hombres de Kavos eran salvados. Los Pandesianos empezaron a caer al lado de Kavos mientras se desataba un gran p?nico cuando se dieron cuenta que Duncan controlaba las alturas. Atrapados entre Duncan y Kavos, no ten?an a d?nde escapar. Duncan no les dar?a tiempo de reagruparse. “?LANZAS!” orden?. Duncan tom? una tras otra y las arroj? hacia abajo aprovech?ndose del gran arsenal dejado en los parapetos, dise?ados para alejar invasores de Andros. Mientras los Pandesianos empezaban a flaquear, Duncan supo que ten?a que hacer algo definitivo para acabarlos. “?CATAPULTAS!” grit?. Los hombres se apresuraron hacia las catapultas dejadas encima de las almenas y jalaron las grandes cuerdas, girando manivelas hasta que estuvieron en posici?n. Pusieron las rocas en su lugar y esperaron la orden. Duncan camin? por toda la l?nea ajustando las posiciones para que las rocas evitaran a Kavos y llegaran a su objetivo perfecto. “?DISPAREN!” grit?. Docenas de rocas volaron en el aire y Duncan vio con satisfacci?n c?mo destrozaban las guarniciones de piedra, matando a docenas de Pandesianos que sal?an como hormigas para enfrentarse a Kavos. Los sonidos hicieron eco en todo el patio, aturdiendo a los Pandesianos e incrementando su p?nico. Mientras las nubes de polvo y escombro se elevaban, se daban vuelta sin estar seguros hacia d?nde pelear. Kavos, como el guerrero veterano que era, tomo ventaja de su situaci?n. Junt? a sus hombres y carg? con un nuevo impulso, y mientras los Pandesianos flaqueaban, atraves? cortando por sus filas. Los cuerpos ca?an a diestra y siniestra mientras el campamento Pandesiano estaba en desorden, y pronto se dieron la vuelta y huyeron en todas direcciones. Kavos caz? a todos y cada uno de ellos. Fue una masacre. Para el tiempo en que el sol ya estaba elevado, todos los Pandesianos estaban en el suelo muertos. Mientras ca?a el silencio, Duncan observ? asombrado mientras el sentimiento de victoria empezaba a crecer en ?l y sabiendo que lo hab?an logrado. Hab?an tomado la capital. Mientras los hombres gritaban todo en derredor, tom?ndose de los hombros y vitoreando, Duncan se limpi? el sudor de los ojos a?n respirando agitadamente y empez? a darse cuenta: Andros era libre. La capital era suya. CAP?TULO SIETE Alec levant? el cuello y mir? impresionado mientras pasaban las enormes puertas arqueadas de Ur, empujado por montones de gente en todos lados. Avanz? entre la multitud con Marco a su lado, con sus rostros a?n empolvados por su marcha en la Llanura de las Espinas, y miraba atentamente al arco de m?rmol que se elevaba a unos cien pies de altura. Mir? las antiguas murallas de granito del templo a cada lado, y se sorprendi? al ver que pasaban por el recorte de un templo que a la vez serv?a como entrada de la ciudad. Alec vio a muchos devotos que se arrodillaban frente a las murallas, una mezcla extra?a con todo el alboroto y ajetreo de los comercios, y esto lo hizo reflexionar. Una vez hab?a orado a los dioses de Escalon; pero ahora no le oraba a ninguno. Se preguntaba qu? dios podr?a permitir que su familia muriera. El ?nico dios al que ahora servir?a ser?a al dios de la venganza; y este era un dios al que servir?a con todas sus fuerzas. Alec, abrumado por el ajetreo en todos lados, se dio cuenta que esta era una ciudad diferente a cualquiera que hubiera visto, muy diferente a la peque?a aldea en la que hab?a crecido. Por primera vez desde la muerte de su familia, sent?a c?mo era empujado de nuevo a la vida. Este lugar era tan sorprendente, tan vivo, que era dif?cil entrar y no verse distra?do. Sinti? una nueva oleada de prop?sito al darse cuenta que, dentro de las puertas, hab?a otros como ?l, amigos de Marco con la misma determinaci?n de vengarse de Pandesia. Sigui? mirando con admiraci?n, gente de todas las apariencias y ropajes y razas, todos apurados en varias direcciones. Era una verdadera ciudad cosmopolita. “Mant?n tu cabeza baja,” le susurr? Marco mientras pasaban por la puerta del este y entre el gent?o. Marco le dio un codazo. “Ah?.” Marco se?al? hacia un grupo de soldados Pandesianos. “Revisan rostros. Estoy seguro que buscan los nuestros.” Alec reflexivamente tom? con m?s fuerza su daga y Marco le detuvo la mu?eca con firmeza. “Aqu? no, mi amigo,” Marco le advirti?. “Esta no es una aldea en el campo sino una ciudad de guerra. Mata a dos Pandesianos en la puerta y le seguir? un ej?rcito.” Marco lo observ? con intensidad. “?Prefieres matar a dos?” lo presion?. “?O a dos mil?” Alec, d?ndose cuenta de lo sabias que eran las palabras de su amigo, dej? de apretar su daga y utiliz? toda su fuerza de voluntad para apagar su deseo de venganza. “Habr? muchas oportunidades, mi amigo,” dijo Marco mientras pasaban por la multitud con las cabezas bajas. “Mis amigos est?n aqu?, y la resistencia es fuerte.” Se mezclaron con la multitud que pasaba por las puertas y Alec baj? los ojos para que los Pandesianos no los vieran. “?Oye t?!” grit? uno de los Pandesianos. Alec sinti? c?mo su coraz?n se aceleraba mientras manten?a su cabeza baja. Avanzaron hacia ?l mientras este se preparaba apretando su daga. Pero detuvieron a un muchacho al lado de ?l tom?ndolo bruscamente y revisando su rostro. Alec respir? profundamente aliviado de ver que no era ?l y pas? por la puerta con rapidez sin ser detectado. Finalmente entraron al centro de la ciudad y, mientras Alec se quitaba la capucha de la cabeza, se qued? pasmado con la imagen. Ah?, delante de ?l, se encontraba la magnificencia arquitect?nica y bullicio de Ur. La ciudad parec?a estar viva y pulsante, brillando bajo el sol y casi dando la apariencia de resplandecer. Al principio Alec no sab?a por qu?, hasta que se dio cuenta: el agua. Hab?a agua en todas partes, la ciudad estaba llena de canales, el agua azul brillaba con el sol matutino y daba la apariencia de ser una con el mar. Los canales estaban llenos con todo tipo de naves—botes de remos, canoas, veleros—incluso elegantes buques de guerra negros ondeando las banderas azul y amarillo de Pandesia. Los canales estaban rodeados de calles empedradas, rocas antiguas y desgastadas que eran pisadas por personas en toda clase de atuendos. Alec vio caballeros, soldados, civiles, comerciantes, campesinos, mendigos, malabaristas, mercaderes, granjeros y muchos m?s que se mezclaban juntos. Muchos tra?an colores que Marco nunca hab?a visto, claramente visitantes provenientes del mar, visitantes que ven?an del otro lado del mundo hacia Ur, el puerto internacional de Escalon. Insignias brillantes de diferentes barcos for?neos llenaban el canal como si todo el mundo se reuniera en este solo lugar. “Los acantilados que rodean Escalon son tan altos que mantienen a Escalon impenetrable,” explic? Marco mientras caminaban. “Ur tiene la ?nica playa, el ?nico puerto para las grandes embarcaciones. Escalon tiene otros puertos, pero ninguno tan f?cil de acceder. As? que cuando quieren visitarnos, todos vienen aqu?,” a?adi? se?alando con la mano mientras ve?a a todas las personas y los barcos. “Es algo bueno y malo a la vez,” continu?. “Esto nos trae comercio desde las cuatro esquinas del reino.” “?Y lo malo?” pregunt? Alec mientras se abr?an camino entre la multitud de personas y Marco se deten?a a comprar un palo de carne. “Deja a Ur propensa a un ataque por el mar,” respondi?. “Es un punto natural para una invasi?n.” Alec estudi? las alturas de la ciudad pasmado, viendo todos los campanarios y sinf?n de edificios altos. Nunca hab?a visto nada parecido. “?Y las torres?” pregunt? viendo la serie de altas torres cuadradas en la cima de los parapetos, elev?ndose sobre la ciudad y de frente al mar. “Fueron construidas para vigilar el mar,” respondi? Marco. “Contra una invasi?n. Aunque, con la rendici?n del d?bil rey, esto no nos sirvi? mucho.” Alec pensaba. “?Y si no se hubiera rendido?” pregunt? Alec. “?Pudiera Ur haberse defendido de un ataque por el mar?” Marco se encogi? de hombros. “No soy un comandante,” dijo. “Pero s? que tenemos formas. Ciertamente podr?a defenderse de piratas y saqueadores. Pero una flota es otra historia. Pero en sus mil a?os de historia, Ur nunca ha ca?do; y eso es decir algo.” Campanas distantes se escucharon en el aire mientras siguieron caminando, mezcl?ndose con el sonido de las gaviotas que volaban y graznaban. Al avanzar por la multitud, Alec sinti? que su est?mago se retorc?a al oler toda clase de comida en el aire. Sus ojos se abrieron al pasar por filas de comerciantes vendiendo diferentes productos. Vio objetos ex?ticos y delicias que nunca hab?a visto antes, y se maravill? con la vida de esta ciudad cosmopolita. Aqu? todo era m?s r?pido y todos ten?an prisa, con la gente pasando tan r?pido que apenas ten?a tiempo de verlas antes de que se fueran. Esto lo hizo darse cuenta de la peque?ez del pueblo del que ven?a. Alec observ? a un vendedor que ten?a las frutas rojas m?s grandes que jam?s hab?a visto, y meti? la mano en el bolsillo para comprar una; cuando sinti? que alguien golpeaba su hombro fuertemente desde un costado. Se gir? para ver a un gran hombre mayor que se elevaba sobre ?l, con una desarreglada barba negra y frunciendo el ce?o. Ten?a un rostro extranjero que Alec no pudo reconocer y maldijo en un idioma que Alec no pudo entender. El hombre entonces lo sorprendi? empujando a Alec hacia atr?s volando hacia un puesto y cayendo sobre la calle. “Eso no es necesario,” dijo Marco acer?ndose y poniendo una mano para detener al hombre. Pero Alec, que normalmente era pasivo, tuvo una nueva sensaci?n de rabia. Era un sentimiento no familiar, una rabia que hab?a estado creciendo dentro de ?l desde la muerte de su familia, una rabia que necesitaba salir. No pudo controlarse. Se puso de pie lanz?ndose y, con una fuerza que no sab?a que ten?a, golpe? al hombre en el rostro haci?ndolo retroceder y caer sobre otro puesto. Alec se qued? pasmado al ver que hab?a derribado a un hombre mucho m?s grande, mientras que Marco se qued? a su lado igual de impresionado. Surgi? una conmoci?n en el mercado mientras los amigos patanes del hombre se acercaban y un grupo de soldados Pandesianos ven?a corriendo desde el otro lado de la plaza. Marco observ? en p?nico y Alec supo que estaban en una situaci?n precaria. “?Por aqu?!” apur? Marco tomando a Alec y jal?ndolo con rudeza. Mientras el pat?n se pon?a de pie y los Pandesianos se acercaban, Alec y Marco corrieron por entre las calles mientras Alec trataba de seguir a su amigo que pasaba por la ciudad que conoc?a muy bien, tomando atajos, pasando entre puestos, y girando en callejones. Alec apenas pod?a mantener el paso con los repentinos zigzags. Pero cuando mir? sobre su hombro, vio al gran grupo que se acercaba y sab?a que esta ser?a una pelea que no podr?an ganar. “?Aqu?!” grit? Marco. Alec observ? a Marco saltar sobre la orilla del canal y lo sigui? sin pensarlo esperando caer sobre el agua. Pero se sorprendi? al no escuchar el agua y caer en una peque?a saliente de piedra en el fondo, una que no hab?a visto desde arriba. Marco, respirando agitadamente, golpe? cuatro veces en una puerta de madera oculta, construida en la piedra debajo de la calle, y una segunda puerta lateral se abri? y Marco y Alec fueron jalados hacia la oscuridad con la puerta cerr?ndose detr?s de ellos. Antes de que se cerrara, Alec vio a los hombres llegando a la orilla del canal y confundidos al no poder ver nada debajo. Alec vio que estaba bajo tierra en un oscuro canal subterr?neo, y corri? desconcertado con el agua hasta los tobillos. Dieron vuelta una y otra vez hasta que encontraron la luz del d?a de nuevo. Alec vio que estaban en una gran habitaci?n de piedra debajo de las calles de la ciudad, con luz solar filtr?ndose desde grietas arriba y mir? con asombro que estaba rodeado de varios muchachos de su edad, todos con rostros cubiertos de tierra y sonriendo amigablemente. Todos se detuvieron respirando agitadamente y Marco sonri? y saludo a sus amigos. “Marco,” dijeron abraz?ndolo. “Jun, Saro, Bagi,” respondi? Marco. Todos se acercaron y lo abrazaron sonriendo como si estos hombres fueran todos hermanos. Todos parec?an de la misma edad y tan altos como Marco, con hombros anchos, rostros duros y la apariencia de muchachos que hab?an luchado por sobrevivir todas sus vidas en las calles. Tambi?n eran muchachos que claramente hab?an tenido que cuidarse solos. Marco hizo que Alec se acercara. “Este,” anunci?, “es Alec. Ahora es uno de nosotros.” Uno de nosotros. Alec disfrut? el sonido de esas palabras. Se sent?a bien el pertenecer en alg?n lugar. Todos lo saludaron tom?ndose los antebrazos y uno de ellos, el m?s alto, Bagi, sacudi? la cabeza y sonri?. “?As? que t? eres el que inici? todo ese alboroto?” pregunt? con una sonrisa. Alec sonri? t?midamente. “El tipo me empuj?,” dijo Alec. Los otros se rieron. “Esa es tan buena raz?n como cualquiera para arriesgar nuestras vidas hoy,” dijo Saro con sinceridad. “Ahora est?s en una ciudad, pueblerino,” dijo Jun severamente y sin sonre?r a diferencia de los otros. “Pudiste hacer que nos mataran a todos. Eso fue est?pido. Aqu? a las personas no les importa, empujarte es lo menos que te har?n. Mant?n la cabeza baja y ve hacia d?nde vas. Si chocas con alguien, date la vuelta o encontrar?s un pu?al en tu espalda. Tuviste suerte esta vez. Esta es Ur. Nunca sabes qui?n est? cruzando la calle y las personas te cortar?n por cualquier raz?n; y a veces sin raz?n alguna.” Sus nuevos amigos de repente se dieron la vuelta y avanzaron en los t?neles cavernosos, y Alec se apresur? a alcanzar a Marco que se les un?a. Todos parec?an conocer muy bien este lugar incluso con poca luz, tomando las curvas con facilidad en las c?maras subterr?neas y con agua cayendo y haciendo eco en todos lados. Claramente todos hab?an crecido aqu?. Esto hizo que Alec se sintiera inadecuado al haber crecido en Soli, viendo este lugar tan mundano, a estos muchachos que sab?an andar en las calles. Era claro que todos hab?an sufrido pruebas y dificultades que Alec no pod?a imaginarse. Eran un grupo duro que claramente hab?a estado en muchas altercaciones y, sobre todo, parec?an ser sobrevivientes. Despu?s de pasar por una serie de callejones, los muchachos subieron una inclinada escalera met?lica y pronto Alec estuvo en la superficie, en la calle, en un lugar diferente de Ur, estando entre otra ajetreada multitud. Alec vio a su alrededor encontrando una gran plaza con una fuente de cobre en el centro sin reconocerla, apenas pudiendo tomar nota de todos los barrios de esta ciudad en expansi?n. Los muchachos se detuvieron debajo de un peque?o edificio an?nimo de pidera similar a los otros, con su bajo techo inclinado de tejas rojas. Bagi llam? dos veces y un momento despu?s la puerta oxidada an?nima se abri?. Entraron r?pidamente y esta se cerr? detr?s de ellos. Alec se encontr? en una habitaci?n oscura, iluminada s?lo por la luz solar que pasaba por las ventanas arriba y se volte? al reconocer el sonido de martillos golpeando yunques analizando la habitaci?n con inter?s. Escuch? el chillido de una forja, vio las familiares nubes de vapor, e inmediatamente se sinti? en casa. No ten?a que mirar alrededor para saber que esta era una forja, y que estaba llena de herreros trabajando en armas. Su coraz?n se aceler? con excitaci?n. Un hombre alto y delgado de barba corta, tal vez de unos cuarenta, con rostro ennegrecido por la ceniza, limpi? sus manos en el mandil y se acerc?. Salud? a los amigos de Marco con respeto y estos le regresaron el saludo. “Fervil,” dijo Marco. Fervil volte? y mir? a Marco y su rostro se ilumin?. Se acerc? y lo abraz?. “Pens? que hab?as ido a Las Flamas,” dijo. Marco le sonri?. “No m?s,” respondi?. “?Est?n listos para trabajar?” a?adi?. Despu?s mir? a Alec. “?Y a qui?n tenemos aqu??” “Mi amigo,” dijo Marco. “Alec. Un gran herrero y deseoso de unirse a nuestra causa.” “?Conque s??” Fervil pregunt? esc?ptico. Examin? a Alec con ojos bruscos, mir?ndolo de arriba a abajo como si fuera in?til. “Lo dudo,” respondi?, “por su apariencia. Me parece demasiado joven. Pero puede trabajar recogiendo nuestros escombros. Toma esto,” le dijo pas?ndole a Alec una cubeta llena de escombros met?licos. “Ya te dir? si necesito algo m?s de ti.” Alec enrojeci? indignado. No sab?a por qu? le hab?a ca?do tan mal a este hombre; quiz? se sent?a amenazado. Pudo sentir que hab?a silencio en la forja, que los otros muchachos observaban. De muchas maneras, este hombre le recordaba mucho a su padre, y esto s?lo increment? el enojo de Alec. Pero aun as? echaba humo por dentro, ya no dispuesto a tolerar nada desde la muerte de su familia. Mientras los otros se volteaban y se alejaban, Alec solt? la cubeta que cay? con un gran sonido en el suelo de piedra. Los dem?s voltearon pasmados y la forja guard? silencio mientras los otros muchachos se deten?an a observar la confrontaci?n. “?L?rgate de mi taller!” Fervil gru??. Alec lo ignor?; en vez de eso, pas? caminando a su lado hacia la mesa m?s cercana, tom? una espada larga, la levant? y la examin?. “?Este es tu trabajo?” pregunt? Alec. “?Y qui?n eres t? para hacerme preguntas a m??” demand? Fervil. “?Lo es?” presion? Marco apoyando a su amigo. “Lo es,” respondi? Fervil defensivamente. Alec asinti?. “Es basura,” concluy?. Hubo un gemido de asombro en la habitaci?n. Fervil se irgui? completamente y frunci? el ce?o, l?vido. “Ustedes muchachos pueden irse ahora,” gru??. “Todos ustedes. Tengo suficientes herreros aqu?.” Alec defendi? su posici?n. “Y ninguno vale la pena,” respondi?. Fervil se puso rojo y se acerc? amenazante, y Marco puso una mano entre ellos. “Nos iremos,” dijo Marco. Alec de repente baj? la punta de la espada al suelo, levant? su pie y con una simple patada la rompi? en dos. Los pedazos volaron por todas partes sorprendiendo a todos. “?Deber?a una buena espada hacer eso?” Pregunt? Alec con una sonrisa burlona. Fervil grit? y se arroj? sobre Alec; pero al acercarse, Alec levant? el extremo dentado de la hoja rota y Fervil se detuvo en seco. Los otros muchachos viendo la confrontaci?n sacaron sus espadas para defender a Fervil, mientras que Marco y sus amigos sacaron las suyas alrededor de Alec. Todos los muchachos se quedaron de pie encar?ndose en un tenso enfrentamiento. “?Qu? est?s haciendo?” pregunt? Marco a Alec. “Todos compartimos la misma causa. Esto es una locura.” “Y es por eso que no puedo permitirles pelear usando basura,” respondi? Alec. Alec dej? caer la espada rota y lentamente sac? una espada larga de su cintur?n. “Este es mi trabajo,” dijo Alec fuertemente. “La constru? yo mismo en la forja de mi padre. No encontrar?n un trabajo m?s fino.” Alec de repente le dio vuelta a la espada, tom? la hoja, y se la pas? a Fervil con la empu?adura primero. En el tenso silencio, Fervil mir? hacia abajo claramente sin esperarse esto. Tom? la empu?adura dejando a Alec indefenso y por un momento pareci? que contemplaba apu?alar a Alec con ella. Pero Alec se mantuvo de pie orgulloso y sin miedo. Lentamente, el rostro de Fervil se suaviz? al darse cuenta que Alec se hab?a quedado indefenso y ahora lo miraba con m?s respeto. Mir? hacia abajo y examin? la espada. La pes? en su mano y la levant? hacia la luz, y finalmente, despu?s de un largo tiempo, mir? a Alec impresionado. “?Es tu trabajo?” pregunt? con incredulidad en su voz. Alec asinti?. “Y puedo crear muchas  m?s,” respondi?. Se acerc? y mir? a Fervil con intensidad en sus ojos. “Quiero matar Pandesianos,” dijo Alec. “Y quiero hacerlo con armas verdaderas.” Un gran y denso silencio se pos? sobre la habitaci?n hasta que finalmente Fervil sacudi? su cabeza y sonri?. Baj? la espada y extendi? un brazo que Alec tom?. Lentamente, todos los muchachos bajaron sus armas. “Supongo,” dijo Fervil ampliando su sonrisa, “que podemos hallar un lugar para ti.” CAP?TULO OCHO Aidan camin? por la desierta vereda del bosque, estando tan lejos de cualquier parte como nunca lo hab?a estado, sinti?ndose completamente solo en el mundo. Si no fuera por su Perro del Bosque a su lado, estar?a abatido y sin esperanza; Pero Blanco le daba fuerza a pesar de estar herido de gravedad mientras Aidan pasaba su mano por su pelaje corto y blanco. Ambos cojeaban, cada uno herido por su encuentro con el salvaje conductor de carreta, con cada paso siendo doloroso mientras el cielo oscurec?a. Con cada paso que Aidan daba, juraba que si se encontraba con ese conductor una vez m?s, lo matar?a con sus propias manos. Blanco se quejaba a su lado, y Aidan se acarici? la cabeza, el perro siendo casi tan alto como ?l y pareciendo m?s una bestia salvaje que perro. Aidan estaba agradecido no s?lo por su compa??a, sino por el hecho de que le hubiera salvado la vida. Hab?a rescatado a Blanco porque algo dentro de ?l no le permiti? dejarlo; y al mismo tiempo hab?a recibido su vida como recompensa. Lo har?a de nuevo incluso si significaba volver a ser abandonado en este lugar en medio de la nada, con el destino de inanici?n y muerte. A?n valdr?a la pena. Blanco se quej? una vez m?s y Aidan comparti? sus dolores de hambre. “Lo s?, Blanco,” dijo Aidan. “Yo tengo hambre tambi?n.” Aidan mir? las heridas de Blanco que a?n goteaban sangre y sacudi? la cabeza sinti?ndose terrible e incapaz de hacer nada. “Har?a cualquier cosa por ayudarte,” dijo Aidan. “Desear?a saber c?mo.” Aidan se agach? y lo bes? en la cabeza sintiendo su suave pelaje, y Blanco acerc? su cabeza hacia la de Aidan. Era el abrazo de dos personas que caminaban hacia la muerte juntos. El sonido de las bestias salvajes se elevaba en una sinfon?a en el oscurecido bosque, y Aidan sinti? que sus peque?as piernas le ard?an y que no podr?a caminar mucho m?s antes de morir en este lugar. A?n faltaban d?as para llegar a cualquier parte, y con la noche acerc?ndose estaban vulnerables. Blanco, tan poderoso como era, no estaba en condiciones de pelear con nada, y Aidan, sin armas y heridos, no estaba mejor. Hac?a horas que no pasaba un carro y nadie sospechar?a hasta dentro de d?as. Aidan pens? en su padre que estaba all? afuera y sinti? que lo hab?a decepcionado. Si iba a morir, Aidan por lo menos deseaba morir al lado de su padre en alguna parte, peleando por una gran causa o en su hogar en la comodidad de Volis; no aqu?, en medio de la nada. Cada paso parec?a acercarlo m?s a la muerte. Aidan reflexion? en su corta vida y record? a todas las personas que hab?a conocido y amado, en su padre y hermanos y, m?s que nada, en su hermana Kyra. Se pregunt? qu? hab?a pasado con ella y en d?nde estaba en estos momentos, si hab?a cruzado Escalon y si hab?a sobrevivido el viaje a Ur. Se preguntaba si ella pensaba en ?l, si estar?a orgullosa de ?l ahora mientras trataba de seguir sus pasos, tratando a su manera de cruzar Escalon y ayudar a su padre y a su causa. Se preguntaba si hubiera llegado a vivir para convertirse en un gran guerrero, y sinti? una gran tristeza al saber que no volver?a a verla. Aidan sent?a que se hund?a con cada paso que daba y ya no quedaba mucho por hacer m?s que rendirse a sus heridas y cansancio. Yendo cada vez m?s lento, mir? hacia Blanco y vio que arrastraba sus ojos tambi?n. Pronto tendr?an que recostarse y descansar aqu? en el camino sin importar lo que viniera. Era una proposici?n aterradora. Aidan pens? escuchar algo, aunque muy d?bil al principio. Se detuvo y escuch? atentamente mientras Blanco se deten?a tambi?n y lo miraba confundido. Aidan oraba. ?Estaba escuchando cosas? Entonces lo escuch? de nuevo. Esta vez estaba seguro. El rechinar de ruedas; rechinar de madera, de hierro. Un carro. Aidan se dio la vuelta con el coraz?n acelerado y trat? de ver entre la oscuridad. Al principio no vio nada. Pero lentamente alcanz? a distinguir algo. Un carro. Varios carros. El coraz?n de Aidan subi? hasta su garganta y apenas fue capaz de contener su emoci?n al sentir el ajetreo, escuchar los caballos, y ver la caravana que se dirig?a hacia ?l. Pero entonces su excitaci?n se calm? al pensar que podr?an ser hostiles. Despu?s de todo, ?qui?n estar?a pasando por este camino desierto tan alejado de cualquier parte? No pod?a pelear y Blanco, que gru??a d?bilmente, no podr?a dar  mucho de s? tampoco. Se encontraban a la merced de cualquiera que se acercara. Era un pensamiento aterrador. El sonido se volvi? ensordecedor mientras los carros se acercaban y Aidan se par? valientemente en medio del camino sabiendo que no podr?a esconderse. Ten?a que tomar sus probabilidades. Aidan pens? escuchar m?sica mientras se acercaban y esto increment? su curiosidad. Incrementaron la velocidad y por un momento se pregunt? si lo arrollar?an. Entonces, de repente, toda la caravana baj? el paso y se detuvo delante de ?l mientras ?l bloqueaba el camino. Lo miraron mientras el polvo volv?a a bajar. Eran un gran grupo, tal vez unos cincuenta, y Aidan los mir? perplejo al ver que no eran soldados. Tambi?n suspir? aliviado al ver que no parec?an hostiles. Not? que los vagones estaban llenos de todas clases de personas, hombres y mujeres de diferentes edades. Uno parec?a estar lleno de m?sicos que sosten?an toda clase de instrumentos musicales; otro estaba lleno de hombres que parec?an ser malabaristas o comediantes, con sus rostros pintados de brillantes colores y vistiendo t?nicas y coloridas mallas; otro carro parec?a estar lleno de actores, hombres sosteniendo pergaminos claramente ensayando escritos y vestidos con trajes dram?ticos; otro m?s estaba lleno de mujeres apenas vestidas, con sus rostros pintados con mucho maquillaje. Aidan se enrojeci? y mir? hacia otro lado sabiendo que era muy joven para ver este tipo de cosas. “?T?, muchacho!” dijo una voz. Era un hombre con una gran barba roja brillante que bajaba hasta su cintura, un hombre peculiar con sonrisa amigable. “?Es esta tu vereda?” le pregunt? en broma. Empezaron a re?rse en todos los carros y Aidan enrojeci?. “?Qui?nes son ustedes?” Aidan pregunt? confundido. “Creo que una mejor pregunta,” respondi?, “es ?qui?n eres t??” Todos miraron con temor a Blanco mientras gru??a. “?Y qu? diablos haces con un Perro del Bosque? ?No sabes que puede matarte?” le preguntaron con miedo en sus voces. “Este no,” respondi? Aidan. “?Son ustedes…cirqueros?” les pregunt? con curiosidad pensando qu? estar?an haciendo aqu?. “?Si lo quieres decir de forma amable!” dijo uno desde un carro ech?ndose a re?r. “?Somos actores y jugadores y malabaristas y apostadores y m?sicos y payasos!” grit? otro hombre. “?Y embusteros y sinverg?enzas y rameras!” grit? una mujer mientras todos se re?an de nuevo. Uno de ellos toc? su arpa mientras las risas se incrementaban y Aidan enrojeci?. Record? que en una ocasi?n hab?a conocido personas como estas, cuando era m?s joven y viviendo en Andros. Record? ver a los cirqueros llegar a la capital para entretener al Rey; record? sus rostros con colores brillantes; sus malabares con cuchillos; un hombre comiendo pieles; una mujer cantando canciones; y un bardo recitando poemas de memoria que pareci? durar por horas. Record? sentirse confundido de por qu? alguien elegir?a ese tipo de vida en lugar de ser un gran guerrero. Sus ojos se iluminaron al darse cuenta de repente. “?Andros!” Aidan grit?. “?Ustedes van hacia Andros!” Un hombre salt? de uno de los carros y se le acerc?. Era un hombre alto en sus cuarentas y con una gran barriga, barba caf? descuidada, cabello rebelde que combinaba, y una sonrisa c?lida y amigable. Camin? hacia Aidan y puso un brazo de forma cari?osa en su hombro. “Eres muy joven para estar aqu? afuera,” dijo el hombre. “Dir?a que est?s perdido; pero por las heridas tuyas y de tu perro dir?a que es algo m?s. Parece que te metiste en alg?n tipo de l?o del cual no pudiste salir tan bien. Y supongo,” concluy? examinando a Blanco con cuidado, “que tuvo que ver contigo ayudando a esta bestia.” Aidan se qued? callado sin saber qu? tanto decir mientras Blanco se acercaba y lam?a la mano del hombre para sorpresa de Aidan. “Me hago llamar Motley,” a?adi? el hombre extendiendo una mano. Aidan lo mir? con cautela, sin tomar su mano pero asintiendo con la cabeza. “Aidan es mi nombre,” respondi?. “Ustedes dos pueden quedarse aqu? y morirse de hambre,” continu? Motley, “pero esa no es una manera muy divertida de morir. Yo personalmente preferir?a tener una buena comida antes y entonces morir de alguna otra manera.” El grupo se ech? a re?r mientras Motley manten?a su mano extendida y lo miraba con amabilidad y compasi?n. “Supongo que ustedes dos, heridos como est?n, necesitan una mano,” a?adi?. Aidan se qued? de pie con orgullo sin querer mostrar debilidad tal y como su padre le hab?a ense?ado. “Est?bamos muy bien antes de que llegaran,” dijo Aidan. Motley guio al grupo en una nueva ronda de risas. “Por supuesto que lo estaban,” respondi?. Aidan mir? con sospecha a la mano del hombre. “Voy de camino a Andros,” dijo Aidan. Motley sonri?. “Igual que nosotros,” respondi?. “Y por suerte, la ciudad es suficientemente grande para que llevemos a m?s personas.” Aidan dud?. “Nos estar?as haciendo un favor,” a?adi? Motley. “Podemos usar peso extra.” “?Y una boca m?s que alimentar!” dijo uno de los payasos ri?ndose. Aidan lo mir? con cautela muy orgulloso para aceptar, salvando apariencias. “Bueno….” dijo Aidan. “Si se trata de hacerles un favor…” Aidan tom? la mano de Motley y vio c?mo lo sub?a al carro. Era m?s fuerte de lo que Aidan esperaba a pesar de que, por la forma en la que vest?a, parec?a ser un buf?n de la corte; su mano gruesa y c?lida, era el doble del tama?o que la de Aidan. Motley entonces se agach?, tom? a Blanco, y lo puso con cuidado en la parte de atr?s del carro junto a Aidan. Blanco se acost? con Aidan en el heno poniendo su cabeza en su regazo, con sus ojos medio cerrados por el cansancio y el dolor. Aidan entend?a el sentimiento muy bien. Motley subi? tambi?n y el conductor hizo sonar su l?tigo mientras la caravana avanzaba de nuevo, todos ellos vitoreando mientras la m?sica empezaba de nuevo. Era una canci?n alegre, hombres y mujeres tocaban arpas, flautas y c?mbalos y, para la sorpresa de Aidan, muchas de las personas bailaban en los carros. Aidan nunca hab?a visto a un grupo de personas tan feliz en su vida. Hab?a pasado su vida entera en el silencio y penumbra de un fuerte lleno de guerreros, y no estaba seguro de qu? pensar de todo esto. ?C?mo pod?a alguien ser tan feliz? Su padre siempre le hab?a ense?ado que la vida era algo serio. ?No era todo esto trivial? Mientras avanzaban por el camino lleno de baches, Blanco se quejaba por el dolor y Aidan acariciaba su cabeza. Motley se acerc? y, para la sorpresa de Aidan, se arrodill? junto al perro poniendo una compresa en sus heridas con un ung?ento verde. Blanco se calm? lentamente y Aidan se sinti? agradecido por su ayuda. “?Qui?n eres?” pregunt? Aidan. “Pues he tenido muchos nombres,” respondi? Motley. “El mejor fue ‘actor.’ Despu?s fue ‘p?caro’, ‘bobo,’ ‘buf?n’…la lista sigue. Ll?mame como quieras.” “Entonces no eres un guerrero,” descubri? Aidan decepcionado. Motley se ech? hacia atr?s en carcajadas con l?grimas cayendo por sus mejillas; Aidan no pod?a entender qu? era tan gracioso. “Guerrero,” repiti? Motley sacudiendo su cabeza en asombro. “Ah? tienes algo que nunca he sido llamado. Y es algo que nunca he deseado ser llamado.” Aidan frunci? el ce?o sin comprender. “Yo vengo de un linaje de guerreros,” dijo Aidan con orgullo, sacando el pecho al sentarse a pesar del dolor. “Mi padre es un gran guerrero.” “Entonces siento pena por ti,” dijo Motley todav?a ri?ndose. Aidan estaba confundido. “?Pena? ?Por qu??” “Esa es una sentencia,” Motley respondi?. “?Una sentencia?” Aidan repiti?. “No hay nada m?s prestigioso en la vida que ser un guerrero. Es todo lo que siempre he so?ado.” “?Lo es?” pregunt? Motley entretenido. “Entonces siento el doble de pena por ti. Yo creo que el tener banquetes y re?r y dormir con hermosas mujeres es lo mejor que puede haber; mucho mejor que marchar por el campo deseando poder encajar una espada en el est?mago de otro hombre.” Aidan enrojeci? frustrado; nunca hab?a escuchado a un hombre referirse a la batalla de tal manera, y esto lo ofendi?. Nunca hab?a conocido a alguien parecido a este hombre. “?D?nde est? el honor en tu vida?” pregunt? Aidan confundido. “?Honor?” Motley pregunt? pareciendo genuinamente sorprendido. “Esa es una palabra que no hab?a escuchado en a?os; y es una palabra muy grande para alguien tan joven.” Motley suspir?. “Yo no creo que el honor exista; o al menos nunca lo he visto. Una vez pens? en ser honorable; pero no me llev? a ning?n lado. Adem?s, he visto a muchos hombres honorables caer presa de mujeres astutas,” concluy? mientras otros en el carro se rieron. Aidan mir? a su alrededor y mir? a las personas bailando y cantando y tomando sin ning?n inter?s, y tuvo sentimientos encontrados sobre continuar con esta gente. Eran hombres amables pero a los que no les interesaba llevar una vida de guerrero, que no eran devotos del valor. Sab?a que ten?a que mostrarse agradecido, y lo estaba, pero no sab?a c?mo sentirse sobre el viajar junto con ellos. Ciertamente no eran la clase de hombres con los que su padre se asociar?a. “Viajar? con ustedes,” Aidan dijo finalmente. “Seremos compa?eros de viaje. Pero no puedo considerarme a m? mismo tu hermano en armas.” Los ojos de Motley se abrieron completamente y guard? silencio por unos diez segundos, como si no supiera c?mo responder. Finalmente se ech? a re?r por un largo rato junto con todos los que estaban a su alrededor. Aidan no entend?a a este hombre y no cre?a que pudiera llegar a hacerlo. “Creo que voy a disfrutar de tu compa??a, muchacho,” dijo Motley finalmente limpi?ndose las l?grimas. “S?, creo que la voy a disfrutar bastante.” CAP?TULO NUEVE Duncan, con sus hombres a los lados, march? por la capital de Andros seguido por los pasos de miles de sus soldados victoriosos, triunfantes, con sus armaduras retumbando mientras pasaban por la ciudad liberada. A cualquier parte a donde iban, se encontraban con los gritos de j?bilo de los ciudadanos, hombres y mujeres, viejos y j?venes, todos vestidos con los elegantes ropajes de la capital y apresur?ndose hacia las calles de piedra para arrojarles flores y regalos. Todos sosten?an con orgullos las banderas de Escalon. Duncan se sinti? victorioso al ver las banderas de su tierra ondeando una vez m?s, al ver a estas personas que pasaron de la opresi?n a un j?bilo de libertad. Era una imagen que nunca olvidar?a, una imagen que hac?a que todo valiera la pena. Mientras el sol matutino se posaba sobre la capital, Duncan sinti? como si estuviera marchando hacia un sue?o. Este era un lugar en el que pensaba nunca volver?a a pararse, al menos no en esta vida, y ciertamente no en estas condiciones. Andros, la capital. La gema de la corona de Escalon, lugar de reyes por miles de a?os, ahora bajo su control. Las guarniciones Pandesianas hab?an ca?do. Sus hombres controlaban las puertas; controlaban los caminos; controlaban las calles. Era m?s de lo que hab?a esperado lograr. Pero se maravill? al pensar que s?lo hace unos d?as estaba en Volis, con todo Escalon bajo el pu?o de hierro de Pandesia. Ahora, todo el noroeste de Escalon estaba libre y su mism?sima capital, su coraz?n y alma, estaba libre de la dominaci?n Pandesiana. Por supuesto, Duncan se dio cuenta de que hab?an conseguido esta victoria gracias a la velocidad y la sorpresa. Fue una victoria brillante, pero tambi?n una potencialmente transitoria. Una vez que la noticia llegara al Imperio Pandesiano, vendr?an por ?l; y no s?lo con unas cuantas guarniciones, sino con toda la fuerza del mundo. El mundo se llenar?a con estampidas de elefantes, el cielo se oscurecer?a con flechas, el mar se cubrir?a de naves. Pero esta no era raz?n para continuar haciendo lo que era justo, para continuar con el deber de un guerrero. Al menos por ahora se estaban defendiendo; al menos por ahora eran libres. Duncan escuch? un derrumbe y se volte? para ver una inmensa estatua de m?rmol de El Glorioso Ra, supremo l?der de Pandesia, echada abajo con cuerdas por un grupo de ciudadanos. Se hizo pedazos al impactar con el suelo y los hombres vitorearon mientras pisaban los escombros. M?s ciudadanos se apresuraron y bajaron las inmensas banderas azul y amarillo de Pandesia, arranc?ndolas de edificios, paredes y torres. Duncan no pudo evitar sonre?r al recibir la adulaci?n y el sentido de orgullo de estas personas al recuperar su libertad, un sentimiento que entend?a muy bien. Mir? hacia Kavos y Bramthos, Anvin y Arthfael y Seavig y todos sus hombres, y vio que tambi?n estaban radiantes, deleit?ndose en este d?a que llegar?a a estar escrito en los libros de historia. Era una memoria que llevar?an con ellos por el resto de sus vidas. Todos marcharon por la capital pasando plazas y patios, pasando por calles que Duncan conoc?a muy bien por todos los a?os que hab?a pasado aqu?. Pasaron por una esquina y el coraz?n de Duncan se aceler? al voltear hacia arriba y ver el edificio del capitolio de Andros, con su c?pula dorada brillando en el sol, sus inmensas puertas arqueadas doradas tan imponentes como siempre, su fachada de m?rmol blanco brillante tallada, tal y como lo recordaba, con los escritos antiguos de los fil?sofos de Escalon. Era uno de los pocos edificios que Pandesia no hab?a tocado, y Duncan sinti? orgullo al verlo. Pero al mismo tiempo sinti? un vac?o en el est?mago; sab?a que dentro estar?an esper?ndolo los nobles, los pol?ticos, el consejo de Escalon, los hombres de pol?tica, de intrigas, hombres que ?l no entend?a. No eran soldados ni jefes militares, sino hombres con riquezas y poder e influencias que hab?an heredado de sus antepasados. Eran hombres que no merec?an tener poder, pero hombres que, de alguna manera, a?n ten?an a Escalon en sus manos. Y lo peor de todo, Tarnis mismo estar?a seguramente con ellos. Duncan se prepar? y respir? profundo antes de subir los cien escalones de m?rmol, con sus hombres a su lado y mientras las puertas eran abiertas por la Guardia del Rey. Respir? hondo sabiendo que deb?a sentirse exultante, pero tambi?n sabiendo que estaba entrando en un pozo de v?boras, un lugar en el que el honor le ced?a lugar al compromiso y la traici?n. Preferir?a una batalla contra toda Pandesia en vez de una hora en reuni?n con estos hombres, hombres que cambiaban sus compromisos, hombres que no ten?an convicciones, que estaban tan perdidos en mentiras que no pod?an entenderse ni entre ellos mismos. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43697191&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.