*** Òâîåé Ëóíû çåëåíûå öâåòû… Ìîåé Ëóíû áåñïå÷íûå ðóëàäû, Êàê ñâåòëÿ÷êè ãîðÿò èç òåìíîòû,  ëèñòàõ âèøíåâûõ ñóìðà÷íîãî ñàäà. Òâîåé Ëóíû ïå÷àëüíûé êàðàâàí, Áðåäóùèé â äàëü, òðîïîþ íåâåçåíüÿ. Ìîåé Ëóíû áåçäîííûé îêåàí, È Áðèãàíòèíà – âåðà è ñïàñåíüå. Òâîåé Ëóíû – ïå÷àëüíîå «Ïðîñòè» Ìîåé Ëóíû - äîâåð÷èâîå «Çäðàâñòâóé!» È íàøè ïàðàëëåëüíûå ïóòè… È Ç

Esclava, Guerrera, Reina

Esclava, Guerrera, Reina Morgan Rice De Coronas y Gloria #1 Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantas?a de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que har? que los aclamemos a cada p?gina…Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantas?a bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) De la autora #1 en ventas Morgan Rice llega una impactante serie nueva de fantas?a. Ceres es una hermosa chica pobre de 17 a?os de la ciudad de Delos, en el Imperio, que vive una vida dura y cruel. Durante el d?a entrega las armas que su padre ha forjado a los campos de entrenamiento de palacio, y por la noche entrena en secreto con ellas, deseando ser una guerrera en una tierra donde las chicas tienen prohibido luchar. Pendiente de ser vendida como esclava, est? desesperada. El Pr?ncipe Thanos tiene 18 a?os y menosprecia todo lo que su familia real representa. Detesta la severa forma en que tratan a las masas, en especial la salvaje competici?n – las Matanzas- que tienen lugar en el coraz?n de la ciudad. Anhela liberarse de las restricciones de su educaci?n, sin embargo, ?l, un buen guerrero, no ve el modo de escapar. ESCLAVA, GUERRERA, REINA cuenta una historia ?pica de amor, venganza, traici?n, ambici?n y destino. Llena de personajes inolvidables y acci?n vibrante, que nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos enamoremos de nuevo del g?nero fant?stico. ?Pronto se publicar? el libro#2 en DE CORONAS Y GLORIA! Morgan Rice ESCLAVA, GUERRERA, REINA (DE CORONAS Y GLORIA-LIBRO 1) Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito en ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspenso post-apocal?ptica compuesta de dos libros (y contando); de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantas?a ?pica OF CROWNS AND GLORY. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas, y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que por favor visita www.morganricebooks.com (http://www.morganricebooks.com/) para unirte a la lista de email, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar el app gratuito, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook y Twitter, ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice “Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan de nuevo ha conseguido producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita”.     --Books and Movie Reviews     Roberto Mattos “Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s”.     --The Wanderer,A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) “Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos”.     --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) ”EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico”.     -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos “En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante”.     --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice EL CAMINO DE ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE(Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro#5) LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro#6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES(Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) VAMPIRA, CA?DA ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA(Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Escucha la serie THE SORCERER’S RING en su formato de audiolibro! Derechos Reservados © 2016 por Morgan Rice. Todos los derechos reservados. A excepci?n de lo permitido por la Ley de Derechos de Autor de EE.UU. de 1976, ninguna parte de esta publicaci?n puede ser reproducida, distribuida o transmitida en forma o medio alguno ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperaci?n de informaci?n, sin la autorizaci?n previa de la autora. Este libro electr?nico est? disponible solamente para su disfrute personal. Este libro electr?nico no puede ser revendido ni regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, tiene que adquirir un ejemplar adicional para cada uno. Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora.?sta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Nerjon Photo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com. “Ac?rcate, querida guerrera, y te contar? una historia. Una historia de batallas lejanas. Una historia de hombres y valor. Una historia de coronas y gloria”.     --Las cr?nicas olvidadas de Lysa CAP?TULO UNO Ceres corr?a por los callejones de Delos, el nerviosismo corr?a por sus venas, sab?a que no pod?a llegar tarde. El sol apenas hab?a salido y, a?n as?, el aire h?medo y lleno de polvo ya era sofocante en la antigua ciudad de piedra. La piernas le quemaban, los pulmones le dol?an, sin embargo, ella se forzaba a correr m?s y m?s r?pido todav?a, saltando por encima de una de las incontables ratas que trepaban por la alcantarillas y la basura en las calles. Ya pod?a escuchar el murmullo lejano y su coraz?n palpitaba por la expectaci?n. En alg?n lugar por all? delante, ella sab?a que el Festival de las Matanzas estaba a punto de empezar. Dejando que sus manos se arrastraran por los muros de piedra mientras ella giraba por un estrecho callej?n, Ceres echaba la vista hacia atr?s para asegurarse de que sus hermanos segu?an su ritmo. Le aliviaba ver que Nesos estaba all?, siguiendo sus pasos y Sartes tan solo unos pocos metros por detr?s. A sus diecinueve a?os, Nesos era tan solo dos ciclos del sol mayor que ella, mientras que Sartes, su hermano peque?o, cuatro ciclos de sol m?s joven, estaba en la frontera de la madurez. Los dos, con su pelo m?s bien largo color arena y sus ojos marrones, eran clavado entre ellos –y a sus padres- pero, en cambio, no se parec?an en nada a ella. Sin embargo, aunque Ceres fuera una chica, nunca hab?an podido llevar su ritmo. “?Daos prisa!” exclam? Ceres por encima de su hombro. Se oy? otro estruendo y, aunque Ceres no hab?a estado nunca en el festival, se lo imaginaba con todo detalle: la ciudad entera, los tres millones de ciudadanos de Delos, amont?nandose en el Stade en esta fiesta del solsticio de verano. Ser?a diferente a cualquier cosa que hubira visto antes y, si sus hermanos y ella no se daban prisa, no quedar?a ni un solo asiento. Mientras cog?a velocidad, Ceres se sec? una gota de sudor de la frente y la frot? contra su ra?da t?nica color marfil, heredada de su madre. Nunca le hab?an regalado ropa nueva. Seg?n su madre, quien ten?a predilecci?n por sus hermanos pero parec?a reservarse un odio especial y una envidia hacia ella, no la merec?a. “?Esperad!” grit? Sartes, con un filo de enfado en su voz rota. Ceres sonri?. “?Te llevo, entonces?” le contest? gritando. Ella sab?a que odiaba que le tomara el pelo, pero su comentario sarc?stico le motivar?a a seguir. A Ceres no le importaba que se le pegara como una lapa; pensaba que era adorable c?mo ?l, a sus trece a?os, har?a cualquier cosa para ser considerado uno de ellos. Y aunque ella nunca lo admitir?a abiertamente, a una enorme parte de ella le hac?a falta que ?l la necesitara. Sartes solt? un fuerte gru?ido. “?Madre te matar? cuando descubra que la volviste a desobedecer!” dijo gritando. Ten?a raz?n. De hecho, lo har?a o, por lo menos, le dar?a unos buenos azotes. La primera vez que su madre la peg?, a los cinco a?os, fue el momento exacto en que Ceres perdi? la inocencia. Antes de aquello, el mundo hab?a sido divertido, amable y bueno. Despu?s de aquello, nada hab?a vuelto a ser seguro jam?s y lo ?nico a lo que se pod?a aferrar era la esperanza de un futuro en el que pudiera alejarse de ella. Ahora era m?s mayor, estaba m?s cerca y incluso aquel sue?o se estaba minando en su coraz?n. Por suerte, Ceres sab?a que sus hermanos nunca se lo chivar?an. Eran tan fieles a ella como ella lo era a ellos. “?Entonces estar?a bien que Madre no lo sepa!” respondi? gritando. “?Sin embargo, Padre lo descubrir?!” dijo de repente Sartes. Ella se ri? por lo bajo. Padre ya lo sab?a. Hab?an hecho un trato: si se quedaba hasta tarde para acabar de afilar las armas a tiempo para entregarlas a palacio, podr?a ir a ver las Matanzas. Y as? lo hizo. Ceres lleg? al muro del final del carril y, sin detenerse, calz? sus dedos en dos grietas y empez? a trepar. Sus manos y sus pies se mov?an r?pidamente y subi? hacia arriba, a unos seis metros, hasta llegar arriba del todo. Se puso de pie, respirando agitadamente, y el sol la recibi? con sus rayos brillantes. Se protegi? los ojos del sol con una mano. Ella estaba sin aliento. Normalmente, en la Vieja Ciudad hab?a unos cuantos ciudadanos desperdigados, un gato o un perro callejeros por aqu? y por all?, sin embargo hoy estaba terriblemente animada. Hab?a una multitud. Ceres no pod?a ni ver los adoquines debajo del mar de gente que empujaban hacia la Plaza de la Fuente. En la distancia, el mar era de un azul brillante, mientras el alt?simo Stade blanco se levantaba como una monta?a en medio de las calles tortuosas y las casas de dos y tres pisos que se abarrotaban como en una lata de sardinas. En los alrededores de la plaza los vendedores hab?an puesto una fila de casetas, todos ansiosos por vender comida, joyas o ropa. Una r?faga de viento le sacudi? la cara y el olor de los productos acabados de hacer se filtraba por su nariz. Dar?a cualquier cosa por satisfacer aquella sensaci?n continua. Se envolvi? la barriga con los brazos al sentir una punzada de hambre. Aquella ma?ana el desayuno hab?an sido unas cuantas cucharadas de una crema de avena pastosa, que de alguna manera solo hab?a conseguido dejarla con m?s hambre que el que ten?a antes de comerla. Dado que hoy era su d?cimoctavo cumplea?os, ella hab?a esperado un poco de comida m?s en su cuenco o un abrazo o algo. Pero nadie hab?a dicho una palabra. Dudaba incluso de que se acordaran. A plena luz, Ceres mir? hacia abajo y divis? un carruaje de oro abri?ndose camino entre la multitud como una burbuja entre la miel, lento y suave. Ella arrug? la nariz. Con la emoci?n no hab?a pensado que la realeza estar?a en el evento tambi?n. Ella los despreciaba a ellos, a su arrogancia, al hecho de que sus animales estaban mejor alimentados que la mayor?a de personas de Delos. Sus hermanos ten?an la esperanza de que un d?a triunfar?an sobre el sistema de clases. Pero Ceres no compart?a su optimismo: si ten?a que existir alg?n tipo de igualdad en el Imperio, ten?a que venir mediante la revoluci?n. “?Lo ves?” dijo Nesos jadeando mientras trepaba para llegar a su lado. El coraz?n de Ceres se aceler? al pensar en ?l. Rexo. Ella tambi?n se hab?a preguntado si estar?a aqu? y hab?a examinado la multitud, sin resultado alguno. Ella neg? con la cabeza. “All?”, se?al? Nesos. Sigui? su dedo hasta la fuente, entrecerrando los ojos. De repente, lo vio y no pudo reprimir su emoci?n. Siempre se sent?a as? cuando lo ve?a. All? estaba, sentado en el borde de la fuente, tensando su arco. Incluso a la distancia, pod?a ver c?mo los m?sculos de sus hombros y su pecho se mov?an bajo su t?nica. Era apenas unos a?os mayor que ella, su pelo rubio destacaba entre las cabezas negras y marrones y su piel tostada brillaba al sol. “?Esperad!” grit? una voz. Ceres mir? muro abajo y vio a Sartes, que luchaba por trepar. “?Date prisa o te dejaremos atr?s!” dijo Nesos para provocarle. Evidentemente, ni en sue?os dejar?an a su hermano peque?o, aunque ?l deb?a aprender a seguir el ritmo. En Delos, un momento de flaqueza pod?a significar la muerte. Nesos se pas? una mano por el pelo y recuperaba la respiraci?n tambi?n mientras escudri?aba la multitud. “?Entonces, por quien apuestas tu dinero a que gane?” pregunt?. Ceres lo mir? y ri?. “?Qu? dinero?” ?l sonri?. “Si lo tuvieras”, respondi?. “Brennio”, respondi? sin pausa. ?l levant? la ceja sorprendido. “?En serio?” pregunt?. “?Por qu??” “No lo s?”. Se encogi? de hombros. “Solo es por intuici?n”. Pero s? que lo sab?a. Lo sab?a muy bien, mejor que sus hermanos, mejor que todos los chicos de la ciudad. Ceres ten?a un secreto: no le hab?a contado a nadie que en una ocasi?n, se hab?a vestido de chico y hab?a entrenado en palacio. Estaba prohibido por real decreto –se pod?a castigar con la muerte- que las chicas aprendieran los modos de los combatientes, sin embargo, a los chicos plebeyos se les permit?a aprender a cambio de la misma cantidad de trabajo en los establos de palacio, un trabajo que ella hac?a alegremente. Hab?a observado a Brennio y se hab?a quedado impresionada por la forma en que luchaba. No era el m?s grande de los combatientes, sin embargo, calculaba sus movimientos con precisi?n. “Imposible”, repondi? Nesos. “Ser? Stefano”. Ella neg? con la cabeza. “Stefano morir? en los primeros diez minutos”, dijo ella rotundamente. Stefano era la elecci?n evidente, el m?s grande de los combatientes y, probablemente, el m?s fuerte; sin embargo, no era tan calculador como Brennio o algunos de los otros guerreros que ella hab?a observado. Nesos solt? una risotada. “Te dar? mi espada buena si es as?”. Ella ech? un vistazo a la espada que ten?a atada a la cintura. ?l no ten?a ni idea de lo celosa que se hab?a puesto cuando, tres a?os atr?s,  Madre le regal? aquella obra maestra de arma para su cumplea?os. Su espada era una sobrante que su padre hab?a echado en el mont?n para reciclar. Oh, la de cosas que ella podr?a hacer si tuviera un arma como la de Nesos. “Sabes que te tomo la palabra”, dijo Ceres, sonriendo –aunque realmente nunca le quitar?a su espada. “No esperaba menos”, sonri? ?l con aires de superioridad. Ella cruz? los brazos sobre su pecho cuando un oscuro pensamiento pas? por su mente. “Madre no lo permitir?”, dijo. “Pero Padre s? que lo har?a”, dijo ?l. “Ya sabes que est? muy orgulloso de ti”. El comentario amable de Nesos la cogi? desprevenida y, sin saber realmente c?mo aceptarlo, baj? la mirada. Quer?a much?simo a su padre y sab?a que ?l la quer?a. Sin embargo, por alguna raz?n, la cara de su madre aparec?a ante ella. Lo que siempre hab?a deseado era que su madre la quisiera y la aceptara tanto como hac?a con sus hermanos. Pero por mucho que lo intentara, Ceres sent?a que nunca ser?a suficiente a ojos de ella. Sartes resoplaba mientras sub?a el ?ltimo escal?n tras ellos. Ceres todav?a le sacaba una cabeza y era tan flaco como un grillo, pero ella estaba convencida de que germinar?a como un brote de bamb? cualquier d?a de estos. Esto es lo que le hab?a sucedido a Nesos. Ahora era un tiarr?n musculoso, que rondaba los dos metros de altura. “?Y t??” le dijo Ceres a Sartes. “?Qui?n crees que ganar??” “Estoy contigo. Brennio”. Ella sonri? y le despein? cari?osamente el pelo. ?l siempre dec?a lo mismo que ella. Se escuch? otro murmullo, la multitud se hizo m?s espesa y ella sinti? que deb?an ir m?s deprisa. “Vamos”, dijo, “no hay tiempo que perder”. Sin esperar, Ceres baj? del muro y fue a parar al suelo corriendo. Sin perder de vista la fuente, atraves? corriendo la plaza, deseosa de encontrarse con Rexo. ?l se dio la vuelta y su ojos se abrieron completamente de placer mientras ella se acercaba. Fue corriendo hacia ?l y sinti? que sus brazos le rodeaban la cintura, mientras ?l apretaba su desali?ada mejilla contra la suya. “Ciri”, dijo con su voz baja y ?spera. Un escalofr?o le recorri? la espalda cuando dio una vuelta entera para encontrarse con los ojos azul de cobalto de Rexo. Con cerca de dos metros de altura, le sacaba casi una cabeza, era rubio, su tosco pelo enmarcaba su rostro en forma de coraz?n. Ol?a a jab?n y aire libre. Cielos, qu? contenta estaba al verlo de nuevo. Aunque se val?a por s? misma en casi cualquier situaci?n, su presencia le aportaba tranquilidad. Ceres se puso de puntillas y le rode? su grueso cuello con ganas. Nunca lo hab?a visto como algo m?s que un amigo hasta que le oy? hablar de la revoluci?n y del ej?rcito clandestino del que era miembro. “Lucharemos para liberarnos del yugo de la opresi?n”, le hab?a dicho a?os atr?s. ?l hab?a hablado con tanta pasi?n de la rebeli?n que, por un momento, ella hab?a cre?do realmente que derrocar a la realeza era posible. “?C?mo fue la caza?” le pregunt? con una sonrisa, pues sab?a que hab?a estado fuera unos d?as. “Ech? de menos tu sonrisa”. Con una caricia, le ech? su pelo dorado tirando a ros?ceo hacia atr?s. “Y tus ojos color esmeralda”. Ceres tambi?n lo hab?a echado de menos, pero no se atrev?a a decirlo. Le daba mucho miedo perder la amistad que ten?an si alguna vez pasaba algo entre ellos. “Rexo”, dijo Nesos al llegar, con Sartes detr?s de ?l y le agarr? del brazo. “Nesos”, dijo ?l con su voz profunda y autoritaria. “No tenemos mucho tiempo si tenemos que entrar”, a?adi?, haciendo una se?al a los dem?s. Todos empezaron a correr, mezcl?ndose con el gent?o que se dirig?a hacia el Stade. Los soldados del Imperio estaban por todas partes, exhortando a la multitud a avanzar, algunas veces con garrotes y l?tigos. Cuanto m?s se acercaban al camino que llevaba al Stade, m?s gruesa era la multitud. De repente, Ceres escuch? un clamor proveniente de al lado de uno de los pabellones e instintivamente se gir? hacia el ruido. Vio que se hab?a abierto un generoso espacio alrededor de un ni?o, flanqueado por dos soldados del Imperio, y un comerciante. Unos cuantos mirones se marcharon, mientras otros estaban en c?rculo mirando boquiabiertos. Ceres corri? hacia delante y vio que uno de los soldados le arrebataba una manzana de la mano al ni?o de un golpe mientras le agarraba de su peque?o brazo, sacudi?ndolo violentamente. “?Ladr?n!” gru?? el soldado. “?Piedad, por favor!” grit? el ni?o, mientras las l?grimas ca?an por sus sucias y demacradas mejillas. “?Yo… ten?a mucha hambre!” Ceres sent?a que en su coraz?n estallaba la compasi?n, ya que ella hab?a sentido la misma hambre y sab?a que los soldados ser?an, como m?nimo, crueles. “Soltad al chico”, dijo el fornido comerciante con calma haciendo un gesto con la mano, mientras su anillo de oro reflejaba la luz del sol. “Me puedo permitir darle una manzana. Tengo centenares de manzanas”. Solt? una risita, como para quitarle hierro a la situaci?n. Pero la multitud se reuni? alrededor y se qued? en silencio mientras los soldados se dieron la vuelta para enfrentarse al comerciante, con su armadura brillante traqueteando. El coraz?n de Ceres se encogi? por el comerciante, sab?a que nunca nadie se arriesgaba a enfrentarse al Imperio. El soldado se adelant? amenazador hacia el comerciante. “?Defiendes a un criminal?” El comerciante miraba de uno a otro, ahora parec?a inseguro. El soldado entonces se dio la vuelta y peg? al ni?o en la cara con un repugnante chasquido que hizo temblar a Ceres. El chico cay? al suelo dando un fuerte golpe mientras la multitud soltaba un grito ahogado. Se?alando al comerciante, el soldado dijo, “Para probar tu lealtad al Imperio, sujetar?s al chico mientras lo azotamos”. Los ojos del comerciante se volvieron fr?os, le sudaba la frente. Para sorpresa de Ceres, se mantuvo firme. “No”, respondi?. El segundo soldado dio dos pasos amenazadores hacia el comerciante y su mano se movi? hacia la empu?adura de su espada. “Hazlo o perder?s tu cabeza y quemaremos tu puesto”, dijo el soldado. La cara redonda del comerciante perdi? fuerza y Ceres vio que estaba derrotado. Lentamente se acerc? caminando al chico y lo agarr? por los brazos, arrodill?ndose ante ?l. “Por favor, perd?name”, dijo, mientras los ojos se le llenaban de l?grimas. El chico gimoteaba y empez? a gritar mientras intentaba soltarse. Ceres vio que el chico estaba temblando. Quer?a seguir avanzando hasta el Stade, para evitar presenciar aquello pero, en cambio, sus pies se quedaron quietos en medio de la plaza, sus ojos pegados a aquella brutalidad. El primer soldado arranc? la camisa al ni?o mientras el segundo soldado hac?a girar un l?tigo por encima de su cabeza. La mayor?a de mirones alentaban a los soldados, aunque unos cuantos susurraron algo y se marcharon con la cabeza baja. Nadie defendi? al ladr?n. Con una expresi?n voraz, casi exasperante, el soldado destrozaba la espalda del chico con el l?tigo, haci?ndolo gritar de dolor mientras lo azotaba. La sangre supuraba por las heridas recientes. Una y otra vez, el soldado lo golpe? hasta que la cabeza del chico se cay? hacia atr?s y dej? de gritar. Ceres sinti? el fuerte deseo de ir corriendo hacia delante y salvar al chico. Sin embargo, ella sab?a que hacerlo significar?a su muerte y la muerte de todos aquellos a quienes amaba. Dej? caer sus hombros, se sent?a desesperada y derrotada. Por dentro, decidi? que un d?a se vengar?a. Tir? de Sartes hacia ella y le tap? los ojos, con el deseo desesperado de protegerlo, de darle algunos a?os m?s de inocencia, aunque en aquella tierra no hab?a inocencia que tener. Se oblig? a s? misma a no actuar por impulso. Como hombre, era necesario que viera estas muestras de crueldad, no solo para adaptarse sino tambi?n para ser un fuerte aspirante a la rebeli?n alg?n d?a. Los soldados arrancaron al chico de las manos del comerciante y arrojaron su cuerpo sin vida a la parte posterior de un carro de madera. El comerciante apret? las manos contra la cara y llor?. En unos instantes, el carro ya estaba en marcha y el espacio abierto que se hab?a formado previamente se volvi? a llenar de gente que deambulaba por la plaza como si no hubiera pasado nada. Ceres sent?a una agobiante sensaci?n de n?useas que la llenaba por dentro. Era injusto. En aquel mismo momento, pod?a identificar a media docena de ladronzuelos que hab?an perfeccionado tanto su arte que incluso ni los soldados del Imperio pod?an atraparlos. La vida de aquel pobre chico se hab?a echado a perder por su falta de habilidad. Si los pillaban, los ladrones –fueran j?venes o mayores- perd?an sus extremidades o alguna cosa m?s, dependiendo del humor que tuvieran los jueces aquel d?a. Si ten?an suerte, se les perdonar?a la vida y se les condenar?a a trabajar en las minas de oro de por vida. Ceres prefer?a morir que tener que aguantar ser encarcelada de aquella manera. Continuaron caminando por la calle, con la moral por los suelos, hombro a hombro con los dem?s mientras la temperatura aumentaba de forma insoportable. Un carruaje de oro se detuvo cerca de ellos, obligando a todo el mundo a apartarse de su camino, empujando a la gente hacia las casas que hab?a a los lados. Mientras la empujaban bruscamente, Ceres alz? la vista y vio a tres chicas adolescentes vestidas con coloridos vestidos de seda, broches de oro y joyas preciosas que adornaban sus elaborados recogidos. Una de las adolescentes, riendo, tir? una moneda a la calle y un pu?ado de plebeyos se encorvaron sobre sus manos y rodillas, peleando por un trozo de metal que alimentar?a a una familia durante un mes entero. Ceres nunca se agachaba para recoger ninguna limosna. Prefer?a morir de hambre que aceptar donaciones de personas como aquellas. Observ? c?mo un hombre joven consegu?a coger la moneda y un hombre m?s mayor lo tiraba al suelo y le colocaba una mano firme contra el cuello. Con la otra mano, el hombre m?s mayor hizo caer la moneda de la mano del hombre joven. Las adolescentes re?an y los se?alaron con el dedo antes de que su carruaje continuara serpenteando entre las masas. A Ceres se le contra?an las entra?as por la indignaci?n. “En un futuro pr?ximo, la desigualdad desaparecer? para siempre”, dijo Rexo. “Yo me encargar? de ello”. Cuando lo escuchaba hablar, Ceres sacaba pecho. Un d?a luchar?a lado a lado con ?l y sus hermanos en la rebeli?n. A medida que se acercaban al Stade las calles se ensanchaban y Ceres sinti? que pod?a respirar hondo. Corr?a el aire. Sent?a que se iba a romper por la emoci?n. Atraves? una de las docenas de entradas arqueadas y alz? la vista. Miles y miles de plebeyos pululaban dentro del magn?fico Stade. La estructura oval se hab?a derrumbado en la parte superior al norte y la mayor?a de tendales rojos estaban rasgados y proteg?an poco del sol abrasador. Bestias salvajes rug?an desde detr?s de puertas de hierro y trampillas y ella vio a los combatientes preparados detr?s de las puertas. Ceres miraba boquiabierta, qued?ndose asombrada ante todo aquello. Antes de que pudiera darse cuenta, Ceres mir? hacia arriba y se dio cuenta de que se hab?a quedado atr?s respecto a Rexo y sus hermanos. Fue corriendo hacia delante para alcanzarlos pero, tan pronto como lo hizo, cuatro hombres corpulentos la hab?an rodeado. Ella sent?a el olor a alcohol y pescado podrido y su olor corporal mientras se iban acercando, mir?ndola con la boca abierta, llena de dientes podridos y con sus horribles sonrisas. “T? vienes con nosotros, chica guapa”, dijo uno de ellos mientras todos se acercaban estrat?gicamente a ella. El coraz?n de Ceres se aceler?. Ella mir? al frente en busca de los dem?s, pero ya se hab?an perdido entre la multitud cada vez m?s espesa. Ella se encar? a los hombres, intentando mostrar su cara m?s valiente. “Soltadme o…” Ellos se echaron a re?r. “?O qu??” dijo uno con burla. “?Una chiquilla como t? podr? con nosotros cuatro?” “Podr?amos llevarte de aqu? dando patadas y gritando y ni un alma dir?a ni p?o”, a?adi? otro. Y era cierto. De reojo, Ceres ve?a que la gente pasaba por all? corriendo, fingiendo que no se daban cuenta de c?mo la estaban amenazando aquellos hombres. De repente, el rostro del l?der se volvi? serio y con un movimiento r?pido, la agarr? por los brazos y se la acerc?. Sab?a que pod?an llev?rsela de all? y que nadie la volver?a a ver nunca, y aquel pensamiento la aterrorizaba m?s que cualquier otra cosa. Intentando ignorar su coraz?n latiente, Ceres se dio la vuelta, solt?ndose de su fuerte agarre. Los otros hombres se re?an a carcajadas, pero cuando ella golpe? la nariz del l?der con la palma de la mano, echando su cabeza hacia atr?s, se quedaron en silencio. El l?der se puso sus sucias manos sobre la nariz y gru??. Ella no se rindi?. Sabiendo que ten?a una oportunidad, le dio una patada en el est?mago, recordando sus d?as de pelea y ?l se colaps? con el impacto. Sin embargo, los otros tres estuvieron de inmediato encima de ella, agarr?ndola y tirando de ella con sus fuertes manos. De repente, cedieron. Ceres ech? un vistazo y vio con alivio que Rexo aparec?a y daba un pu?etazo a uno en la cara, dej?ndolo fuera de combate. Entonces apareci? Nesos, agarr? a otro y le dio un rodillazo en la barriga, mand?ndolo al suelo y dej?ndolo tirado en la tierra roja. El cuarto hombre fue a por Ceres pero, justo cuando estaba a punto de atacar, ella se agach?, dio la vuelta y le dio una patada por detr?s y lo mand? volando de cabeza a una columna. Se qued? de pie, respirando profundamente, asimilando todo aquello. Rexo le puso una mano en el hombro a Ceres. “?Est?s bien?” El coraz?n de Ceres todav?a iba como loco, pero lentamente un sentimiento de orgullo substituy? al de miedo. Hab?a hecho bien. Ella asinti? y Rexo le pas? un brazo por los hombros mientras segu?an caminando, sus labios carnosos dibujaron una sonrisa. “?Qu??” pregunt? Ceres. “Cuando vi lo que estaba sucediendo, me entraron ganas de clavarles la espada a cada uno de ellos. Pero entonces vi c?mo te defend?as t? sola”. Neg? con la cabeza mientras soltaba una risa. “No se lo esperaban”. Ella not? c?mo se le enrojec?an las mejillas. Deseaba decir que no hab?a pasado miedo, pero la verdad es que s? que pas?. “Estaba nerviosa”, confes?. “?Ciri, nerviosa? Nunca”. Le bes? la cabeza mientras continuaban hacia el Stade. Encontraron unos cuantos sitios a nivel del suelo y se sentaron, Ceres estaba emocionada de que no fuera demasiado tarde mientras dejaba atr?s todos los acontecimientos del d?a y se permit?a dejarse llevar por los gritos de la multitud. “?Los ves?” Ceres sigui? el dedo de Rexo y, al alzar la vista, vio aproximadamente a una docena de adolescentes sentados en una caseta dando sorbos de vino en c?lices de plata. Ella jam?s hab?a visto una ropa tan buena, tanta comida encima de una mesa, tantas joyas brillantes en toda su vida. Ninguno de ellos ten?a las mejillas hundidas ni la barriga c?ncava. “?Qu? est?n haciendo?” pregunt? al ver a uno de ellos recogiendo monedas en un cuenco de oro. “Cada uno de ellos posee a un combatiente”, dijo Rexo, “y hacen sus apuestas sobre qui?n ganar?”. Ceres se mof? de ellos. Se dio cuenta de que para ellos tan solo era un juego. Evidentemente, a los adolescentes consentidos no les importaban los guerreros o el arte del combate. Solo quer?an ver si su combatiente ganaba. Sin embargo, para Ceres este acontecimiento iba sobre el honor, la valent?a y la habilidad. Se levantaron las banderas reales, resonaron las trompetas y, al abrirse de golpe las puertas de hierro, una en cada extremo del Stade, combatiente tras combatiente salieron de los agujeros negros, con su cuero y su armadura de hierro atrapando la luz del sol y emitiendo chispas de luz. La multitud aclamaba cuando los brutos salieron al circo y Ceres se puso de pie como ellos aclamando. Los guerreros terminaron en un c?rculo mirando hacia fuera con sus hachas, espadas, lanzas, escudos, tridentes, l?tigos y otras armas alzadas al cielo. “Ave, Rey Claudio”, exclamaron. Volvieron a resonar las trompetas y la cuadriga de oro del Rey Claudio y la Reina Athena sali? a toda prisa al circo desde una de las entradas. A continuaci?n, les sigui? una cuadriga con el Pr?ncipe de la Corona, Avilio, y la Princesa Floriana y, tras ellos, un s?quito entero de cuadrigas transportando miembros de la realeza inund? la arena. Cada cuadriga era tirada por dos caballos blancos como la nieve adornados con joyas preciosas y oro. Cuando Ceres divis? al Pr?ncipe Thanos entre ellos, se qued? paralizada por la cara enfurru?ada de este chico de diecinueve a?os. Cuando, de vez en cuando, entregaba espadas de parte de su padre, lo hab?a visto hablar con los combatientes en el palacio y siempre ten?a aquella agria expresi?n de superioridad. A su f?sico no le faltaba nada de lo que ten?a un guerrero –casi se le pod?a confundir con uno de ellos- los m?sculos sobresal?an en sus brazos, su cintura era firme y musculosa y sus piernas duras como troncos. Sin embargo, a ella la enfurec?a c?mo aparentaba no tener respeto o pasi?n por su posici?n. Cuando la realeza acab? su desfile y ocuparon sus lugares en el estrado, volvieron a sonar las trompetas para se?alar que las Matanzas estaban a punto de empezar. La multitud grit? cuando todos menos dos de los combatientes desaparecieron tras las puertas de hierro. Ceres identific? que uno de ellos era Stefano, pero no pudo distinguir al otro bruto, que tan solo llevaba un casco con visera y un taparrabos sujeto con un cintur?n de cuero. Quiz?s hab?a viajado desde lejos para luchar. Su piel, bien lubricada, era del color de la tierra f?rtil y su pelo era tan negro como la noche m?s oscura. A trav?s de las rajas de su casco, Ceres pod?a ver la mirada de decisi?n en sus ojos y supo en un instante que Stefano no vivir?a ni una hora m?s. “No te preocupes”, dijo Ceres, mirando por encima a Nesos. “Dejar? que te quedes con tu espada”. “Todav?a no lo han derrotado”, respondi? Nesos con una sonrisa de superioridad. “Stefano no ser?a el favorito de todo el mundo si no fuera superior”. Cuando Stefano levant? su tridente y su escudo, la multitud se qued? en silencio. “?Stefano!” grit? uno de los j?venes ricos desde la caseta con el pu?o levantado. “?Fuerza y valent?a!” Stefano hizo una se?al con la cabeza al joven mientras el p?blico rug?a con aprobaci?n y, a contiunuaci?n, fue hacia el extranjero con todas sus fuerzas. El extranjero se apart? del camino en un segundo, gir? y dirigi? su espada hacia Stefano, fallando tan solo por dos cent?metros. Ceres se encogi?. Con estos reflejos, Stefano no durar?a mucho tiempo. Mientras intentaba  romper a golpes el escudo de Stefano, el extranjero gritaba mientras Stefano se retra?a. Stefano, desesperado, arroj? la punta de su escudo contra la cara de su oponente, que al caer roci? el aire con su sangre. Ceres pens? que aquel era un movimiento muy bueno. Quiz?s Stefano hab?a mejorado su t?cnica desde que ella lo hab?a visto entrenando por ?ltima vez. “?Stefano! ?Stefano! ?Stefano!” cantaban los espectadores. Stefano estaba a los pies del guerrero herido, pero justo cuando estaba a punto de apu?alarlo con el tridente, el extranjero levant? las piernas y le dio una patada a Stefano, haciendo que tropezara hacia atr?s y cayera de espaldas. Ambos se pusieron de pie de un salto tan r?pidos como dos gatos y se pusieron de nuevo el uno frente al otro. Clavaron sus miradas y empezaron a andar en c?rculo, el peligro se palpaba en el aire, pens? Ceres. El extranjero gru?? y levant? su espada en el aire mientras corr?a hacia Stefano. Stefano r?pidamente gir? hacia un lado y le pinch? en el muslo. A cambio, el extranjero blandi? su espada y le hizo un corte en el brazo a Stefano. Ambos guerreros gru?eron por el dolor, pero este parec?a impulsar su furia en lugar de frenarlos. El extranjero se quit? r?pidamente el casco y lo arroj? al suelo. Su negro ment?n barbudo estaba ensangrentado, su ojo derecho estaba hinchado, pero su expresi?n hizo pensar a Ceres que hab?a terminado el juego con Stefano y que iba a muerte. ?Con qu? rapidez iba a ser capaz de matarlo? Stefano fue a por su oponente y Ceres solt? un grito ahogado cuando el tridente de Stefano choc? contra la espada de su oponente. Ojo contra ojo, los guerreros forcejeaban el uno con el otro, gru?endo, respirando con dificultad, empuj?ndose, se les marcaban las venas de la frente y los m?sculos resaltaban bajo su piel sudada. El extranjero se agach? y abandon? el punto muerto y, sin que Ceres lo esperara, gir? como un tornado, blandiendo su espada al aire y decapit? a Stefano. Despu?s de respirar unas cuantas veces, el extranjero levant? su brazo al aire en se?al de triunfo. Por un instante, la multitud se qued? completamente en silencio. Incluso Ceres. Ech? un vistazo al adolescente que era propietario de Stefano. Ten?a la boca completamente abierta y las cejas juntas por la furia. El joven tir? su copa de plata a la arena y se fue de su caseta hecho una furia. Ante la muerte todos somos iguales, pens? Ceres mientras reprim?a una sonrisa. “?Augusto!” exclam? un hombre de entre la multitud. “?Augusto! ?Augusto!” Uno tras otro, se unieron los espectadores, hasta que todo el estadio cantaba el nombre del ganador. El extranjero inclin? la cabeza ante el Rey Claudio y, a continuaci?n, otros tres guerreros salieron corriendo por las puertas de hierro para substituirlo. Una lucha sigui? a otra a medida que avanzaba el d?a y Ceres observaba con atenci?n. En realidad no pod?a decidir si odiaba las Matanzas o le encantaban. Por un lado, le encantaba observar la estrategia, la habilidad y la valent?a de los contendientes; sin embargo, por otro, detestaba el hecho de que los guerreros no eran m?s que un empe?o para los adinerados. Cuando lleg? la ?ltima lucha de la primera ronda, Brennio y otro guerrero luchaban al lado de donde estaban sentados Ceres, Rexo y sus hermanos. Se acercaban m?s y m?s, sus espadas chocaban, saltaban las chispas. Era emocionante. Ceres observ? c?mo Sartes se inclinaba en la barandilla, con los ojos fijos en los combatientes. “??chate para atr?s!” le grit?. Pero, de golpe y antes de que pudiera reaccionar, un omnigato sali? de repente de una escotilla del otro lado de la arena. La enorme bestia se lami? sus colmillos y sus garras, que clav? en la tierra roja y se dirigi? hacia los guerreros. Los combatientes todav?a no hab?an visto al animal y el estadio se aguant? la respiraci?n. “Brennio est? muerto”, dijo Nesos entre dientes. “?Sartes!” exclam? de nuevo Ceres. “Te dije que te echaras hacia atr?s…” No pudo acabar sus palabras. Justo entonces, la piedra que hab?a bajo las manos de Sartes se solt? y, antes de que nadie pudiera reaccionar, se precipit? por la barandilla y cay? directo a la arena, d?ndose un batacazo. “?Sartes!” exclam? Ceres horrorizada mientras se pon?a r?pidamente de pie. Ceres mir? a Sartes, tres metros por abajo, que se incorpor? y apoy? la espalda contra la pared. Le temblaba el labio inferior, pero no hab?an l?grimas. Ni palabras. Sujet?ndose el brazo, alz? la vista, su rostro se retorc?a con la agon?a. Verlo all? abajo era m?s de lo que Ceres pod?a soportar. Sin pensarlo, desenfund? la espada de Nesos y salt? a la arena por la barandilla, yendo a parar justo delante de su hermano peque?o. “?Ceres!” exclam? Rexo. Ech? un vistazo hacia arriba y vio que los guardas se llevaban a Rexo y a Nesos antes de que pudieran seguirla. Ceres estaba de pie en la arena, abrumada por una sensaci?n irreal de estar all? abajo con los luchadores en la arena. Quer?a sacar de all? a Sartes, pero no hab?a tiempo. Por eso, se puso delante de ?l, decidida a protegerlo mientras el omnigato le rug?a. Se encorv?, sus malvados ojos amarillos se fijaron en Ceres y ella pudo sentir el peligro. Levant? r?pidamente la espada de Nesos con las dos manos y la apret? fuerte. “?Corre, chica!” exclam? Brennio. Pero era demasiado tarde. Ven?a hacia ella, el omnigato estaba tan solo a unos cuantos metrros. Ella se acerc? m?s a Sartes y, justo antes de que el animal atacara, Brennio apareci? por un lado y le cort? la oreja a la bestia. El omnigato se levant? sobre sus patas traseras y rugi?, arrancando un trozo de pared detr?s de Ceres mientras la sangre lila le manchaba su pelaje. La multitud grit?. El segundo combatiente se acerc? pero, antes de que pudiera causarle alg?n da?o a la bestia, el omnigato levant? su pata y le cort? el cuello con sus garras. Agarr?ndose el cuello con las manos, el guerrero se desplom? en el suelo, mientras la sangre se le colaba entre los dedos. Deseosa de ver sangre, la multitud aclamaba. Gru?endo, el omnigato golpe? tan fuerte a Ceres que fue volando por los aires, estrell?ndose contra el suelo. Con el impacto, la espada se le cay? de la mano y fue a parar a unos cuantos metros. Ceres estaba all? tumbada, sus pulmones no le respond?an. Mor?a por coger aire, la cabeza le daba vueltas, intent? gatear sobre sus manos y rodillas, pero r?pidamente volvi? a caerse. All? tumbada sin aliento con la cara contra la ?spera tierra, vio que el omnigato se dirig?a hacia Sartes. Al ver a su hermano en un estado tan indefenso, le ard?an las entra?as. Se oblig? a respirar y distingui? con total claridad lo que ten?a que hacer para salvar a su hermano. La energ?a la inund?, d?ndole fuerza al instante y se puso de pie, cogi? la espada del suelo y corri? tan r?pido hacia la bestia que ella estaba convencida de que estaba volando. La bestia estaba tan solo a tres metros. Menos de tres. Menos de dos. Uno. Ceres apret? los dientes y se lanz? sobre la espalda de la bestia, clav?ndole sus insistentes dedos en su puntiagudo pelaje, desesperada por desviar la atenci?n de su hermano. El omnigato se puso de pie y sacudi? la parte superior de su cuerpo, moviendo su cuerpo de delante hacia atr?s. Pero su sujeci?n fuerte como el hierro y su decisi?n eran m?s fuertes que los intentos del animal por tirarla al suelo. Cuando la criatura volvi? a ponerse sobre cuatro patas, Ceres aprovech? la ocasi?n. Levant? su espada en alto y se la clav? a la bestia en el cuello. El animal chill? y se levant? sobre sus patas traseras, mientras la multitud gritaba. Al acercar una pata a Ceres, el animal le clav? las garras en la espalda y Ceres grit? de dolor, las garras parec?an pu?ales atraves?ndole la carne. El omnigato la agarr? y la lanz? contra la pared y fue a parar a varios metros de Sartes. “?Ceres!” exclam? Sartes. Le resonaban los o?dos, Ceres luchaba por incorporarse, la parte posterior de su cabeza le punzaba, un l?quido caliente corr?a por su nuca. No hab?a tiempo para valorar la gravedad de la herida. El omnigato se dirig?a de nuevo hacia ella. A medida que la bestia se le echaba encima, Ceres se quedaba sin opciones. Sin ni siquiera pensarlo, instintivamente levant? una mano delante de ella. Pensaba que ser?a la ?ltima cosa que ver?a. Justo cuando el omnigato se le abalanzaba, Ceres sinti? como si una bola de fuego se le encendiera en el pecho y, de repente, sinti? como una bola de fuego sal?a disparada de su mano. En el aire, la bestia de repente se qued? fl?cido. Impact? contra el suelo y fue resbalando hasta detenerse encima de sus piernas. Medio esperando que el animal volviera a la vida y acabara con ella, Ceres aguant? la respiraci?n y lo observaba all? tumbada. Pero la criatura no se mov?a. Desconcertada, Ceres se mir? la mano. Al no ver lo que hab?a sucedido, la multitud probablemente pens? que el animal muri? porque ella lo hab?a apu?alado antes. Pero ella sab?a la verdad. Alguna fuerza misteriosa hab?a salido de su mano y hab?a matado a la bestia en un instante. ?De qu? fuerza se trataba? Nunca antes le hab?a sucedido una cosa as? y no sab?a muy bien qu? hacer con ello. ?Qui?n era ella para poseer aquel poder? Asustada, dej? caer su mano al suelo. Levant? sus dudosos ojos y vio que el estadio se hab?a quedado en silencio. Y no pudo evitar hacerse una pregunta. ?Lo hab?an visto ellos tambi?n? CAP?TULO DOS Durante un segundo que pareci? durar para alargarse m?s y m?s, Ceres sinti? que todos los ojos estaban puestos en ella mientras estaba all? sentada, insensible por el dolor y por la incredulidad. M?s que las repercusiones que pudieran venir, ella tem?a el poder supernatural que merodeaba dentro de ella, que hab?a matado al omnigato. M?s que de toda la gente que le rodeaba, ten?a miedo de ella misma, un yo que ya no conoc?a. De repente, la multitud que se hab?a quedado at?nita en silencio, rugi?. Le llev? un instante darse cuenta de que la estaban aclamando a ella. “Entre los gritos se oy? una voz. “?Ceres!” exclam? Sartes, a su lado. “?Est?s herida?” Se gir? hacia su hermano, que tambi?n estaba todav?a tumbado en el suelo del Stade y abri? la boca. Pero no le sali? ni una sola palabra. Le costaba respirar y estaba mareada. ?Hab?a visto realmente lo que pas?? No sab?a los dem?s pero a aquella distancia, ser?a un milagro que no lo hubiera hecho. Ceres escuch? unas pisadas y, de repente, dos fuertes manos tiraron de ella hasta ponerla de pie. “?Vete ahora!” gru?? Brennio, empuj?ndola hacia la puerta abierta que hab?a a su izquierda. Las heridas punzantes de la espalda le dol?an, pero se oblig? a s? misma a volver a la realidad y agarr? a Sartes y tir? de ?l hasta ponerlo de pie. Juntos, se dirigieron a toda velocidad hacia la salida, intentando escapar de los v?tores de la multitud. Pronto llegaron al oscuro t?nel sofocante y, al hacerlo, Ceres vio a docenas de combatientes all? dentro, esperando su turno para unos cuantos momentos de gloria en la arena. Algunos estaban sentados en bancos en profunda meditaci?n, otros tensaban sus m?sculos, apretando sus brazos mientras caminaban de un lado a otro y otros estaban preparando sus armas para un inminente ba?o de sangre. Todos ellos, que acababan de presenciar la lucha, alzaron la vista y la miraron con ojos curiosos. Ceres corr?a por los pasillos subterr?neos llenos de antorchas que daban un c?lido brillo a los ladrillos grises, pasando por todo tipo de armas apoyadas contra las paredes. Intentaba ignorar el dolor en su espalda, pero era dif?cil hacerlo cuando en cada paso el material ?spero de su vestido le rozaba sus heridas abiertas. Las garras del omnigato le hab?an parecido pu?ales que se le clavaban, pero ahora que cada corte punzaba casi le parec?a peor. “Tu espalda est? sangrando”, dijo Sartes, con un temblor en la voz. “Estar? bien. Tenemos que encontrar a Nesos y a Rexo. ?C?mo est? tu brazo?” “Me duele”. Cuando llegaron a la salida, la puerta se abri? de golpe y aparecieron dos soldados del Imperio all?. “?Sartes!” Antes de que pudiera reaccionar, un soldado agarr? a su hermano y otro la cogi? a ella. No sirvi? de nada resistirse. El otro soldado se la coloc? encima del hombro como si fuera un saco de grano y se la llev?. Al temer que la hab?an arrestado, le golpe? en la espalda, en vano. Una vez estuvieron fuera del Stade, la arroj? al suelo y Sartes fue a parar a su lado. Unos cuantos mirones formaron un semic?rculo a su alrededor boquiabiertos, como si estuvieran hambrientos por que su sangre se derramara. “Vuelve a entrar al Stade”, gru?? el soldado, “y te colgaremos”. Ante su sorpresa, los soldados se giraron sin decir nada m?s y desaparecieron entre la multitud. “?Ceres!” exclam? una voz profunda por encima del bullicio de la multitud. Ceres sinti? alivio al alzar la vista y ver a Nesos y a Rexo dirigi?ndose hacia ellos. Cuando Rexo la rode? con sus brazos, ella suspir?. ?l se ech? hacia tras, con la mirada llena de preocupaci?n. “Estoy bien”, dijo. Mientras el gent?o iba saliendo del Stade, Ceres y los dem?s se mezclaron con ellos y corrieron de vuelta a las calles, sin ganas de encontrarse con nadie m?s. Mientras caminaban hacia la Plaza de la Fuente, Ceres reviv?a en su mente todo lo que hab?a sucedido, que todav?a daba vueltas. Notaba las miradas de reojo de sus hermanos y se preguntaba qu? estar?an pensando. ?Hab?an presenciado sus poderes? Probablemente no. El omnigato estaba demasiado cerca. Sin embargo, a la vez tambi?n la miraban con una nueva sensaci?n de respeto. Ella deseaba m?s que nada contarles lo que hab?a pasado. Pero sab?a que no pod?a. Ni ella misma estaba segura. Hab?a muchas cosas que no se hab?an dicho, pero ahora, en medio de esta espesa multitud, no era el momento de decirlo. Primero necesitaban ir a casa, a salvo. Las calles estaban mucho menos abarrotadas cuanto m?s se alejaban del Stade. Mientras caminaba a su lado, Rexo le cogi? una mano y entrelaz? los dedos con ella. “Estoy orgulloso de ti”, dijo. “Salvaste la vida a tu hermano. No estoy seguro de cu?ntas hermanas lo har?an”. Sonri? con los ojos llenos de compasi?n. “Estas heridas parecen profundas”, coment? al mirarla de nuevo. “Estoy bien”, murmur? ella. Era mentira. No estaba nada segura de estar bien o incluso de si podr?a llegar a casa. Se sent?a bastante mareada por la p?rdida de sangre y no ayudaba que su est?mago retumbara o que el sol le atormentara la espalda, haciendo que sudara balas. Finalmente, llegaron a la Plaza de la Fuente. Tan pronto como pasaron por delante de las casetas, un vendedor les sigui? para ofrecerles una cesta grande de comida a mitad de precio. Sartes hizo una sonrisa de oreja a oreja –lo que ella pens? que era bastante extra?o- y entonces mostr? una moneda de cobre con el brazo que ten?a sano. “Creo que te debo algo de comida”, dijo ?l. Ceres se qued? sin aliento ante la sorpresa. “?De d?nde lo sacaste?” “Aquella chica rica del carruaje de oro tir? dos monedas, no una, pero todos estaban tan concentrados en la lucha entre los hombres que no se dieron cuenta”, respondi? Sartes con la sonrisa todav?a intacta. Ceres se enfureci? y se dispuso a confiscarle la moneda a Sartes y a lanzarla. Era dinero manchado de sangre, al fin y al cabo. No necesitaban nada de los ricos. Cuando alarg? el brazo para cogerla, de repente, una mujer mayor apareci? y se interpuso en su camino. “?T?, Ceres!” dijo se?alando a Ceres, con la voz tan fuerte que Ceres sinti? como si vibrara dentro de ella. La complexi?n de la mujer era suave, aparentemente transparente, y sus labios perfectamente arqueados estaban te?idos de verde. Su largo y grueso pelo negro estaba adornado con musgo y bellotas y sus ojos marrones hac?an juego con su largo vestido marr?n. Era hermosa a la vista, pens? Ceres, tanto que ella se qued? fascinada por un instante. Ceres parpade?, at?nita, segura de que jam?s hab?a visto a esta mujer antes. “?C?mo sabe mi nombre?” Sus ojos se fijaron en los de la mujer mientras esta dio unos cuantos pasos hacia ella y Ceres se dio cuenta de que la mujer hac?a un fuerte olor a mirra. “Vena de las estrellas”, dijo con una voz inquietante. Cuando la mujer levant? el brazo con un gesto elegante, Ceres vio que ten?a una triqueta marcada en la parte interior de su mu?eca. Una bruja. Basado en el olor de los dioses, quiz?s una vidente. La mujer cogi? el pelo ros?ceo de Ceres en sus manos y lo oli?. “T? no eres extra?a a la espada”, dijo. “No eres extra?a al trono. Tu destino es ciertamente muy grande. El cambio ser? poderoso”. La mujer de repente se dio la vuelta y se fue corriendo, desapareciendo tras la caseta y Ceres se qued? all?, paralizada. Sent?a que las palabras de la mujer penetraban en su alma. Sent?a que hab?an sido m?s que un comentario; eran una profec?a. Poderoso. Cambio. Trono. Destino. Estas eran palabras que nunca antes hab?a asociado con ella misma. ?Podr?an ser ciertas? ?O solo eran las palabras de una loca? Ceres ech? un vistazo y vio que Ceres sujetaba una cesta de fruta y que ten?a la boca m?s que llena de pan. La tendi? hacia ella. Vio la comida horneada, las frutas y las verduras y casi fue suficiente para hacerla decidir. Normalmente, lo habr?a devorado. Sin embargo ahora, por alguna raz?n, hab?a perdido el apetito. Hab?a un futuro ante ella. Un destino. * Su camino de vuelta a casa les hab?a llevado una hora m?s de lo normal y hab?an estado en silencio todo el camino, cada uno de ellos perdido en sus propios pensamientos. Ceres solo se preguntaba qu? pensaban de ella las personas que m?s quer?a en el mundo. Apenas ella sab?a qu? pensar de s? mima. Alz? la vista y vio su humilde hogar y se sorprendi? de haber conseguido llegar, dado c?mo le dol?an la cabeza y la espalda. Los dem?s se hab?an separado de ella hac?a un rato para hacer un recado para su padre y Ceres cruz? sola el destartalado umbral, preparada, solo esperando no encontrarse a su madre. Al entrar not? un ba?o de calor. Se dirigi? hacia el peque?o botell?n de alcohol de limpiar que su madre hab?a guardado bajo su cama y le sac? el corcho, con cuidado de no usar mucho para que no se notara. Preparada para el escozor, se levant? la camisa y se lo ech? por la espalda. Ceres grit? de dolor, apret? el pu?o y se apoy? contra la pared, sintiendo mil picotazos por las garras del omnigato. Sent?a como si la herida nunca se fuera a curar. La puerta se abri? de golpe y Ceres se encogi?. Se alivi? al ver que tan solo era Sartes. “Padre necesita verte, Ceres”, dijo. Ceres vio que sus ojos estaban ligeramente rojos. “?C?mo est? tu brazo?”, pregunt? ella, imaginando que lloraba por el dolor de su brazo herido. “No est? roto. Tan solo es una torcedura”, Se acerc? m?s y su cara se puso seria. “Gracias por salvarme hoy”. Ella le ofreci? una sonrisa. “?C?mo iba a estar yo en otro lugar?” dijo. ?l sonri?. “Ve a ver a Padre ahora”, dijo. “Yo quemar? tu vestido y el trapo”. No sab?a c?mo iba a poder explicarle a su madre c?mo el vestido hab?a desaparecido de repente, pero estaba claro que aquel vestido heredado deb?a quemarse. Si su madre lo encontaraba en su estado actual –ensangrentado y lleno de agujeros- no se podr?a expresar con palabras lo duro que ser?a el castigo. Ceres sali? y camin? por el camino de hierba pisoteado que llevaba al cobertizo de detr?s de la casa. Solo quedaba un ?rbol en su humilde terreno –los otros los hab?an cortado para tener le?a y quemarla en la chimenea para calentar la casa durante las fr?as noches de invierno- y sus ramas ca?an sobre la casa como una energ?a protectora. Cada vez que Ceres lo ve?a, le recordaba a su abuela, que hab?a muerto dos a?os atr?s. Su abuela hab?a plantado el ?rbol cuando ella era una ni?a. De alguna manera, era su templo. Y el de su padre tambi?n. Cuando la vida se hac?a dif?cil de soportar, se tumbaban bajo las estrellas y abr?an sus corazones a Nana como si todav?a estuviera viva. Ceres entr? en el cobertizo y salud? a su padre con una sonrisa. Ante su sorpresa, vio que la mayor?a de sus herramientas hab?an desaparecido de su mesa de trabajo y que no hab?a espadas esperando a que las forjaran al lado de la chimenea. No recordaba haber visto el suelo tan limpio o las paredes y el techo con tan pocas herramientas. Los ojos azules de su padre se iluminaron al verla, como siempre hac?an cuando ?l la ve?a. “Ceres”, dijo, levant?ndose. Durante este pasado a?o, su pelo oscuro se hab?a vuelto m?s gris, igual que su corta barba y las bolsas bajo sus amorosos ojos hab?an doblado su tama?o. En el pasado, hab?a tenido una gran estatura y era casi tan musculoso como Nesos; sin embargo, recientemente, Ceres notaba que hab?a perdido peso y que su postura anteriormente perfecta se estaba hundiendo. Fue en busca de ella a la puerta y le coloc? su mano en la parte baja de la espalda. “Vamos a dar una vuelta”. Ten?a cierta tensi?n en el pecho. Cuando ?l quer?a hablar y caminar, significaba que estaba a punto de compartir algo trascendental. Uno al lado de otro, se dirigieron a la parte posterior del cobertizo hacia el peque?o campo. Unas nubes oscuras amenazaban a poca distancia, enviando r?fagas de viento, de un viento temperamental. Ella esperaba que generaran la lluvia necesaria para recuperarse de aquella sequ?a que parec?a no tener fin, pero como antes, probablemente solo conten?an promesas vac?as de llovizna. La tierra cruj?a bajo sus pies mientras caminaban, el suelo estaba seco, las plantas amarillas, marrones y muertas. El trozo de tierra de detr?s de su subdivisi?n era del Rey Claudio, sin embargo, no se hab?a sembrado en a?os. Llegaron arriba del todo de una colina y se detuvieron, observando el campo. Su padre permanec?a en silencio, con las manos agarradas detr?s de su espalda mientras miraba hacia el cielo. No era habitual en ?l y su temor se hizo m?s profundo. Entonces habl?, parec?a escoger sus palabras con cuidado. “A veces no tenemos el lujo de escoger nuestros caminos”, dijo ?l. “Debemos sacrificar todo lo que queremos por nuestros seres queridos. Incluso a nosotros mismos, si es necesario”. Suspir? y, durante el largo silencio, interrumpido tan solo por el viento, el coraz?n de Ceres lat?a con fuerza, pregunt?ndose d?nde iba a llegar con todo aquello. “Lo que dar?a por mantener vuestra infancia para siempre” a?adi?, mirando hacia el cielo con el rostro retorcido por el dolor antes de volverse a relajar. “?Qu? sucede?” pregunt? Ceres, coloc?ndole una mano encima del brazo. “Debo irme por un tiempo”, dijo ?l. Ella sinti? como si le faltara la respiraci?n. “?Irte?” Se gir? y la mir? a los ojos. “Como ya sabes, el invierno y la primavera han sido especialmente duros este a?o. Los ?ltimos dos a?os de sequ?a han sido dif?ciles. No hemos hecho suficiente dinero para afrontar el pr?ximo invierno y, si no me voy, nuestra familia morir? de hambre. He recibido el encargo de otro rey para ser su herrero principal. Ser? un dinero bueno”. “?Me llevar?s contigo, verdad?”, dijo Ceres, con un tono fren?tico en la voz. ?l neg? con la cabeza muy serio. “Debes quedarte aqu? y ayudar a tu madre y a tus hermanos”. El pensamiento la llen? de una ola de terror. “No puedes dejarme aqu? con Madre”, dijo ella. “No lo har?as”. “He hablado con ella y te cuidar?. Ser? amable”. Ceres dio un golpe fuerte con el pie en el suelo, levantando el polvo. “?No!” Las l?grimas brotaron de sus ojos y cayeron por sus mejillas. ?l dio un peque?o paso hacia ella. “Esc?chame con mucha atenci?n, Ceres. En palacio todav?a necesitan que se les entreguen espadas de vez en cuando. Les he hablado bien de ti y, si haces las espadas como yo te he ense?ado, podr?as ganar alg?n dinero para ti”. Ganar su propio dinero posiblemente le permitir?a tener m?s libertad. Hab?a descubierto que sus peque?as y delicadas manos hab?an resultado ser muy diestras para grabar complejos dise?os e inscripciones en las hojas y las empu?aduras. Las manos de su padre eran anchas, sus dedos eran gruesos y regordetes y pocos ten?an el talento que ella pose?a. A?n as?, ella neg? con la cabeza. “Yo no quiero ser herrera”. “Lo llevas en la sangre, Ceres. Y tienes un don para ello”. Ella neg? con la cabeza, inflexible. “Yo quiero empu?ar las armas”, dijo, “no hacerlas”. Tan pronto como las palabras salieron de su boca, se arrepinti? de haberlas dicho. Su padre frunci? el ce?o. “?Quieres ser un guerrero? ?Un combatiente?” Ella neg? con la cabeza. “Alg?n d?a puede que se les permita luchar a las mujeres”, dijo ella. “T? sabes que yo he practicado”. Arrug? las cejas por la preocupaci?n. “No”, orden? con firmeza. “Este no es tu camino”. El coraz?n se le encogi?. Se sent?a como si sus esperanzas y sus sue?os de convertirse en guerrera se estuvieran desvaneciendo con sus palabras. Sab?a que ?l no pretend?a ser cruel –?l nunca era cruel. Simplemente era la realidad. Y para que todos se mantuviera con vida, ella tambi?n sacrificar?a su parte. Ella mir? a lo lejos c?mo el impacto de un rayo iluminaba el cielo. Tres segundos m?s tarde, los truenos retumbaban en el cielo. ?No se hab?a dado cuenta de lo terrible que era su situaci?n? Ella siempre hab?a pensado que se recuperar?an juntos como familia, pero esto lo cambiaba todo. Ahora ella no tendr?a a Padre para agarrarse a ?l y no habr?a una persona que actuara como escudo entre ella y Madre. Una l?grima tras otra cayeron en la desolada tierra mientras ella permanec?a inamovible all? donde estaba. ?Deb?a abandonar sus sue?os y seguir el consejo de su padre? ?l se sac? algo de detr?s de la espalda y sus ojos se abrieron como platos al ver que ten?a una espada en la mano. ?l se acerc? m?s y ella pudo ver los detalles del arma. Era impresionante. La empu?adura era de oro puro, ten?a una serpiente grabada. Su hoja era de doble filo y parec?a ser del mejor acero. Aunque la obra era desconocida para Ceres, inmediatamente pudo decir que era de la mejor calidad. En la misma hoja hab?a una inscripci?n. Cuando el coraz?n y la espada se encuentren, se dar? la victoria Estaba boquiabierta y la miraba asombrada. “?La forjaste t??” pregunt?, sin separar la vista de la espada. ?l asinti?. “Seg?n la manera de hacer de la gente del norte”, respondi?. “He trabajado en ella durante tres a?os. De hecho, solo esta hoja podr?a alimentar a nuestra familia durante todo un a?o”. Ella lo mir?. “Entonces, ?por qu? no la vendemos?” ?l nego con la cabeza firmemente. “No se hizo con este prop?sito”. ?l se acerc? m?s y, para su sorpresa, se la puso delante de ella. “Se hizo para ti”. Ceres levant? la mano hacia su boca y solt? un soplido. “?Para m??” pregunt?, at?nita. ?l hizo una amplia sonrisa. “?Realmente pensaste que olvidar?a tu decimoctavo cumplea?os?” respondi?. Sinti? que las l?grimas le inundaban los ojos. Nunca hab?a estado m?s emocionada. Pero despu?s pens? en lo que ?l hab?a dicho antes, acerca de que no quer?a que luchara y ella se sinti? confundida. “Y a?n as?”, respondi? ella, “dijiste que no pod?a entrenar”. “No quiero que mueras”, explic? ?l. “Pero veo d?nde est? tu coraz?n. Y esto no lo puedo controlar”. Le coloc? la mano debajo de la barbilla y le levant? la cabeza hasta que sus miradas se cruzaron. “Estoy orgulloso de ti por ello”. Le entreg? la espada y cuando ella sinti? el fr?o metal en su mano, se volvi? uno con ella. El peso era perfecto para ella y parec?a que la empu?adura hab?a sido moldeada para su mano. Toda la esperanza que hab?a muerto antes ahora volv?a a despertar en su pecho. “No se lo cuentes a tu madre”, le advirti?. “Esc?ndela donde ella no pueda encontrarla o la vender?”. Ceres asinti?. “?Cu?nto tiempo estar?s fuera?” “Intentar? volver para visitaros antes de la primera nevada”. “?Pero a?n quedan meses!” dijo, ech?ndose hacia atr?s. “Es lo que debo hacer…” “No. Vende la espada. ?Qu?date!” ?l le puso una mano en la mejilla. “Vender la espada nos ayudar?a esta temporada. Y quiz?s la siguiente. ?Pero despu?s qu??” ?l neg? con la cabeza. “No. Necesitamos una soluci?n a largo plazo”. ?A largo plazo? De repente, entendi? que su nuevo trabajo no iba a ser solo por unos meses. Podr?a llevarle a?os. Su des?nimo aument?. ?l se adelant?, como si lo percibiera, y la abraz?. Ella sinti? c?mo empezaba a llorar en sus brazos. “Te echar? de menos, Ceres”, dijo por encima de su hombro. “Eres diferente a todos los dem?s. Cada d?a mirar? a los cielos y sabr? que t? est?s bajo las mismas estrellas. ?Har?s lo mismo?” Al principio quiso gritarle y decirle: ?C?mo te atreves a dejarme aqu? sola? Pero en su coraz?n sent?a que no pod?a quedarse y no quer?a hac?rselo m?s dif?cil de lo que ya era. Una l?grima le cay? por la cara. Ella resopl? y asinti? con la cabeza. “Cada noche estar? bajo nuestro ?rbol”, dijo ella. La bes? en la frente y la rode? con sus tiernos brazos. Las heridas de su espalda parec?an cuchillos, pero ella apret? los dientes y se qued? en silencio. “Te quiero, Ceres”. Ella quer?a responder y, sin embargo, no pudo decir nada, las palabras se le hab?an quedado atascadas en la garganta. ?l trajo a su caballo del establo y Ceres le ayud? a cargarlo de comida, herramientas y provisiones. ?l la abraz? por ?ltima vez y ella pens? que el pecho le iba a estallar por la tristeza. Pero todav?a no pod?a pronunciar una sola palabra. ?l mont? en el caballo y asinti? con la cabeza antes de hacerle una se?al al animal para que se pusiera en marcha. Ceres le dec?a adi?s con la mano mientras el se iba cabalgando y observ? con firme decisi?n hasta que desapareci? detr?s de una colina lejana. El ?nico amor verdadero que hab?a conocido proven?a de aquel hombre. Y ahora se hab?a ido. La lluvia empez? a caer del cielo y le pinchaba en la cara. “?Padre!” grit? lo m?s fuerte que pudo. “?Padre, te quiero!” Cay? de rodillas y hundi? su cara en sus manos, llorando. Sab?a que la vida no volver?a a ser la misma. CAP?TULO TRES Con los pies doloridos y los pulmones ardiendo sub?a la empinada colina como pod?a sin derramar ni una gota de ninguno de los cubos que llevaba a los lados. Normalmente ella parar?a para hacer una pausa, pero su madre la hab?a amenazado sin desayuno a no ser que llegara al amanecer –y no desayunar significaba no comer hasta la cena. De todas formas, no le importaba el dolor –este, por lo menos, hac?a que no pensara en su padre y en el triste nuevo estado de las cosas desde que ?l se fue. El sol estaba justo ahora en la cima de las Monta?as Alva a lo lejos, pintando las desperdigadas nubes de arriba de un rosa dorado y el suave viento susurraba a trav?s de la hierba alta y amarilla que hab?a a ambos lados del camino. Ceres inhal? el aire fresco de la ma?ana y decidi? ir m?s r?pida. Su madre no encontrar?a aceptable la excusa de que su pozo habitual se hab?a secado o que hab?a una larga cola en el otro que estaba a casi medio kil?metro. De hecho, no se detuvo hasta llegar a la cima de la colina y, una vez hecho, se par? en seco, aturdida por la visi?n que ten?a ante ella. All?, en la distancia, estaba su casa y delante de ella hab?a un carro de bronce. Delante de ?l estaba su madre, conversando con un hombre con tanto sobrepeso que Ceres pens? que nunca hab?a visto a nadie que tuviera la mitad de su tama?o. Llevaba una t?nica de lino de color bermell?n y un sombrero de seda rojo y su larga barba era espesa y gris. Ella se fij? m?s, intentando comprender. ?Era un mercader? Su madre llevaba su mejor vestido, un vestido verde de lino que llegaba hasta el suelo que hab?a adquirido hac?a a?os con el dinero que se supon?a que iba a servir para comprar zapatos nuevos a Ceres. Nada de todo esto ten?a sentido. Con indecisi?n, Ceres empez? a bajar la colina. Manten?a los ojos fijos en ella y cuando vio que aquel hombre mayor le pasaba una pesada bolsa de piel a su madre y la cara demacrada de su madre se iluminaba, todav?a tuvo m?s curiosidad. ?Hab?a acabado su mala suerte? ?Podr?a volver a casa su padre? Los pensamientos le aliviaron un poco el peso que ten?a en el pecho, aunque no iba a emocionarse hasta conocer los detalles. Cuando se acercaba a su casa, su madre se gir? y le sonri? c?lidamente e, inmediatamente, Ceres sinti? un nudo de preocupaci?n en su est?mago. La ?ltima vez que su madre le hab?a sonre?do as? –con los dientes y los ojos brillantes- Ceres hab?a recibido un azote. “Querida hija”, dijo su madre con un tono excesivamente dulce, abriendo los brazos hacia ella con una sonrisa que hizo que a Ceres se le cortara la sangre. “?Esta es la chica?” dijo el hombre mayor con una sonrisa de deseo y abriendo como platos sus peque?os ojos brillantes al mirar a Ceres. Ya de cerca, Ceres pod?a para ver cada arruga en la piel de aquel hombre obeso. Su ancha nariz plana parec?a ocupar toda su cara y, cuando se quit? el sombrero, su sudorosa cabeza calva brillaba con el sol. Su madre fue tan campante hacia Ceres, le quit? los cubos y los coloc? en la hierba chamuscada. Solo este gesto le confirmaba a Ceres que algo iba realmente mal. Empez? a sentir c?mo una sensaci?n de p?nico crec?a en su pecho. “Le presento a mi orgullo y mi alegr?a, mi ?nica hija, Ceres”, dijo su madre, fingiendo secarse una l?grima del ojo cuando no hab?a ninguna. “Ceres, este es Lord Blaku. Por favor, presenta tus respetos a tu nuevo amo”. Un golpe de miedo se le clav? a Ceres en el pecho. Respir? profundamente. Ceres mir? a su madre que, con la espalda hacia Lord Blaku, le hizo la sonrisa m?s malvada que jam?s hab?a visto. “?Amo?” pregunt? Ceres. “Para salvar a tu familia de la ruina econ?mica y de la verg?enza p?blica, el bondadoso Lord Blaku nos ofreci? a tu padre y a m? un generoso trato: un saco de oro a cambio de ti”. “?Qu??” dijo Ceres con la voz entrecortada, sintiendo c?mo si estuviera clavada en la tierra. “Ahora, s? la chica buena que yo s? que eres y presenta tus respetos”, dijo su madre, disparando una mirada de advertencia a Ceres. “No lo har?”, dijo Ceres, dando un paso hacia atr?s mientras inflaba el pecho, sinti?ndose est?pida por no haberse dado cuenta de inmediato de que aquel hombre era un mercader y que la transacci?n era por su vida. “Padre nunca me vender?a”, a?adi? entre sus dientes apretados, mientras su horror e indignaci?n crec?an. Su madre frunci? el ce?o y la agarr? por el brazo, clavando sus u?as en la piel de Ceres. “Si te portas bien, este hombre puede tomarte por esposa y, para ti, esto ser?a muy buena suerte”, dijo ella entre dientes. Lord Blaku se lami? sus labios cortados y sus ojos ojerosos miraban de arriba abajo el cuerpo de Ceres con deseo.?C?mo pod?a hacerle esto su madre? Ella sab?a que su madre no la quer?a tanto como a sus hermanos, ?pero esto? “Marita”, dijo ?l con voz nasal. “Me dijiste que tu hija era hermosa, pero olvidaste decirme la criatura completamente maravillosa que es. Me atrevo a decir que jam?s he visto a una mujer con los labios tan suculentos como los suyos, unos ojos tan apasionados y un cuerpo tan firme y exquisito”. La madre de Ceres se puso una mano en el pecho y suspir? y Ceres sinti? que podr?a vomitar all? mismo. Apret? los pu?os y solt? su brazo del agarre de su madre. “Quiz?s tendr?a que haberle pedido m?s, si tanto le complace”, dijo la madre de Ceres, bajando la mirada como abatida. “Al fin y al cabo, ella es nuestra ?nica querida hija”. “Estoy dispuesto a pagar bien por esta belleza. ?Ser?n suficientes otras cinco piezas de oro?” pregunt?. “Muy generoso por su parte”, respondi? su madre. Lord Blaku fue hasta el carro para coger m?s oro. “Padre nunca estar?a de acuerdo con esto”, dijo Ceres con desprecio. La madre de Ceres dio un paso amenazador hacia ella. “Oh, pero si fue idea de tu padre”, dijo su madre bruscamente, con las cejas subidas hasta media frente. Entonces Ceres supo que estaba mintiendo, siempre que hac?a aquello estaba mintiendo. “?Realmente crees que tu padre te quiere a ti m?s de lo que me quiere a m??” pregunt? su madre. Ceres parpade?, pregunt?ndose que ten?a que ver eso con todo aquello. “Yo nunca podr?a querer a alguien que se cree mejor que yo”, a?adi?. “?Nunca me quisiste?” pregunt? Ceres, mientras su furia iba convirti?ndose en deseperaci?n. Con el oro en mano, Lord Blaku and? como con aires patosos hasta la madre de Ceres y se lo entreg?. “Tu hija bien vale cada pieza”, dijo. “Ser? una buena esposa y me dar? muchos hijos”. Ceres se mordi? los labios por dentro y neg? una y otra vez con la cabeza. “Lord Blaku vendr? a buscarte por la ma?ana, o sea que ve hacia dentro y prepara tus pertenencias”, dijo la madre de Ceres. “?No lo har?!” grit? Ceres. “Este siempre ha sido tu problema, chica. Solo piensas en ti misma. Este oro”, dijo su madre, sacudiendo la bolsa delante de la cara de Ceres, “mantendr? a tus hermanos con vida. Mantendr? a nuestra familia intacta, nos permitir? quedarnos en nuestro hogar y hacer reparaciones. ?No se te ocurri? pensar en ello?” Por un segundo, Ceres pens? que quiz?s estaba siendo ego?sta, pero entonces se dio cuenta de que su madre estaba jugando de nuevo con su mente, usando el amor que Ceres ten?a por sus hermanos contra ella. “No se preocupe”, dijo la madre de Ceres dirigi?ndose a Lord Blaku. “Ceres obedecer?. Lo ?nico que tiene que hacer es ser firme con ella y se vuelve tan d?cil como un cordero”. Nunca. Jam?s ser?a la esposa de aquel hombre o propiedad de alguien. Y nunca permitir?a que su hambre intercambiara su vida por cincuenta y cinco piezas de oro. “Jam?s me ir? con este mercader”, dijo de repente Ceres, lanz?ndole una mirada de asco. “?Ni?a desagradecida!” exclam? la madre de Ceres. “Si no haces lo que te digo, te pegar? tan fuerte que jam?s volver?s a caminar. ?Ahora ve hacia dentro!” El pensamiento de ser golpeada por su madre le trajo horribles y viscerales recuerdos; la remont? a aquel terrible momento cuando ella ten?a cinco a?os y su madre la peg? hasta que todo se le puso negro. Las heridas de aquella paliza y muchas otras sanaron, sin embargo, las heridas en el coraz?n de Ceres nunca hab?an dejado de sangrar. Y ahora que sab?a con seguridad que su madre no la quer?a, y que nunca lo hab?a hecho, su coraz?n se le parti? para siempre. Antes de que pudiera responder, la madre de Ceres dio un paso adelante y le peg? tan fuerte en la cara que le empez? a sonar el o?do. Al principio, Ceres se qued? perpleja ante el repentino ataque y casi se ech? hacia atr?s. Pero entonces algo despert? en su interior. No se iba a encoger de miedo como siempre hac?a. Ceres dio una bofetada a su madre en la mejilla, tan fuerte que cay? al suelo, jadeando horrorizada. Con la cara roja, la madre de Ceres se puso de pie, agarr? a Ceres por el hombro y el pelo y le peg? un rodillazo en el est?mago a Ceres. Cuando Ceres se inclin? hacia delante por el dolor, su madre le golpe? en la cara con la rodilla, haci?ndola caer al suelo. El mercader estaba all? y observaba, con los ojos abiertos como platos, ri?ndose por lo bajo, estaba claro que disfrutaba con la pelea. Todav?a tosiendo y respirando con dificultad por el ataque, Ceres se puso de pie tambale?ndose. Gritando, se abalanz? sobre su madre, tir?ndola al suelo. “Esto se acaba hoy, era lo ?nico que pensaba Ceres. Todos aquellos a?os en que no hab?a sido querida, en los que la hab?an tratado con desprecio alimentaban su ira. Ceres golpe? a su madre en la cara una y otra vez con los pu?os cerrados mientras ca?an por sus mejillas l?grimas de rabia y por sus labios se escapaban gemidos incontrolables. Finalmente, su madre se qued? fl?cida. Los hombros de Ceres temblaban con cada grito, sus entra?as se retorc?an en su interior. Alz? la vista, nublada por las l?grimas, y mir? al mercader con un odio incluso m?s intenso. “T? ser?s buena”, dijo Lord Blaku con una sonrisa astuta, mientras recog?a la bolsa de oro del suelo y se la ataba a su cintur?n de piel. Antes de que pudiera reaccionar, sus manos ya estaban sobre ella. Cogi? a Ceres y la mont? en el carro, ech?ndola al fondo en un movimiento r?pido, como si fuera un saco de patatas. Su enorme masa y su fuerza eran demasiado para poderse resisitir. Cogiendo su mu?eca con una mano y una cadena con la otra, dijo, “No soy tan est?pido como para pensar que todav?a ibas a estar aqu? por la ma?ana”. Ech? un vistazo al que hab?a sido su hogar durante dieciocho a?os y sus ojos se llenaron de l?grimas al pensar en sus hermanos y en su padre. Pero ten?a que hacer una eleci?n si quer?a salvarse, antes de que la cadena estuviera alrededor de su tobillo. Por eso, con un movimiento r?pido, reuni? toda su fuerza y se solt? del mercader, levant? la pierna y le golpe? en la cara lo m?s fuerte que pudo. ?l cay? hacia atr?s, fuera del carro y fue a parar al suelo. Ella salt? del carro y corri? tan r?pido como pudo por el camino de tierra, lejos de la mujer a la que jur? no volver a llamar madre jam?s, lejos de todo lo que hab?a conocido y amado. CAP?TULO CUATRO Rodeado por la familia real, Thanos se esforzaba por mantener una expresi?n agradable en su rostro mientras agarraba la copa de oro de vino y, sin embargo, no pod?a. Odiaba estar all?. Odiaba a aquella gente, su familia. Y odiaba asistir a reuniones reales, especialmente las que segu?an a las Matanzas. Sab?a c?mo viv?a la gente, lo pobres que eran y sent?a lo insensata e injusta que toda aquella fastuosidad y arrogancia era. Dar?a lo que fuera por estar lejos de all?. Cuando estaba con sus primos Lucio, Aria y Vario, Thanos no hac?a ni el m?s m?nimo esfuerzo por seguir su insignificante conversaci?n. En su lugar, observaba a los invitados imperiales deambulando por los jardines de palacio, llevando sus togas y estolas, con sus falsas sonrisas y desprendiendo una falsa elegancia. Unos cuantos de sus primos se estaban tirando comida entre ellos mientras corr?an por el cuidad?simo c?sped y entre las mesas repletas de comida y vino. Otros estaban recreando sus escenas favoritas de las Matanzas, riendo y burl?ndose de aquellos que hab?an perdido sus vidas hoy. Centenares de personas, pens? Thanos, y ninguno de ellos era honesto. “El mes que viene comprar? tres combatientes” dijo Lucio, el mayor, con un tono estrepitoso mientras se secaba las gotas de sudor de la frente dando palmaditas con un pa?uelo de seda. “Stefano no val?a ni la mitad de lo que pagu? por ?l y, si no estuviera muerto ya, yo mismo le hubiera atravesado una espada por luchar como una chica en la primera ronda”. Aria y Vario rieron, pero Thanos no crey? que el comentario fuera gracioso. Consideraran o no las Matanzas como un juego, deber?an respetar a los valientes y a los muertos. “?Y no visteis a Brennio?”, pregunt? Aria, con sus grandes ojos azules totalmente abiertos. “Pens? seriamente en comprarlo, pero me lanz? una mirada presuntuosa mientras observaba c?mo ensayaba. ?Pod?is creerlo?” a?adi?, mientras miraba hacia arriba y resoplaba. “Y apesta como una mofeta”, a?adi? Lucio. Todos, excepto Thanos, rieron de nuevo. “Ninguno de nosotros lo hubiera elegido”, dijo Vario. “Aunque dur? m?s de lo que esperaba, sus maneras fueron horribles”. Thanos no pudo callar ni un segundo m?s. “Brennio ten?a la mejor forma de todo el circo”, interrumpi? ?l. “No habl?is del arte del combate como si tuvierais alguna idea del mismo”. Los primos se quedaron en silencio y Aria abri? los ojos como platos mientras miraba hacia el suelo. Vario sac? pecho y cruz? los brazos. Se acerc? m?s a Thanos, como para retarlo y la tensi?n pod?a sentirse en el aire. “Bueno, olvidad a aquellos combatientes vanidosos”, dijo Ario, interponi?ndose entre los dos para apaciguar la situaci?n. Les hizo una se?al a los chicos para que se reunieran a su alrededor y entonces susurr?: “He escuchado un rumor disparatado. Un pajarito me dijo que el rey quiere que alguien de origen real compita en las Matanzas”. Todos ellos intercambiaron una inc?moda mirada mientras se quedaban en silencio. “Es posible”, dijo Lucio. “Sin embargo, no ser? yo. No deseo arriesgar mi vida por un est?pido juego”. Thanos sab?a que ?l pod?a eliminar a la mayor?a de combatientes, pero matar a otro humano no era algo que deseara hacer. “Lo que sucede es que te da miedo morir”, dijo Aria. “No es as?”, replic? Lucio. “?Ret?ralo!” A Thanos se le agot? la paciencia y se march?. Thanos vio que su prima lejana, Estefan?a, merodeaba por all? como si estuviera buscando a alguien, probablemente a ?l. Unas semanas atr?s, la reina hab?a dicho que su destino era estar con Estefan?a, pero Thanos no lo sent?a as?. Estefan?a era tan consentida como el resto de los primos y ?l preferir?a renunciar a su nombre, su herencia e incluso a su espada para no tener que casarse con ella. Era ciertamente hermosa, con su pelo dorado, su piel blanca como la leche, sus labios rojos como la sangre, pero si ten?a que escucharla hablar una vez m?s de lo injusta que era la vida, pensaba que se cortar?a las orejas. Se apresur? a ir hacia los alrededores del jard?n hacia los rosales, evitando el contacto visual con cualquiera de los asistentes. Pero justo al girar la esquina, Estefan?a apareci? ante ?l, con sus ojos marrones iluminados. “Buenas tardes, Thanos”, dijo con una relumbrante sonrisa que hubiera hecho ir tras ella babeando a la mayor?a de chicos. A todos menos a Thanos. “Buenas tardes para ti tambi?n”, dijo Thanos y la rode? para continuar caminando. Ella levant? su estola y fue tras ?l como un molesto mosquito. “No crees que es muy injusto c?mo…” empez?. “Estoy ocupado”, dijo Thanos bruscamente en un tono m?s duro de lo que pretend?a, haci?ndola jadear. Entonces se gir? hacia ella. “Disculpa… Es solo que estoy cansado de todas estas fiestas”. “?Quiz?s te gustar?a dar un paseo conmigo por los jardines?”, dijo Estefan?a, levantando su ceja derecha mientras se acercaba. Esta era justo la ?ltima cosa que quer?a. “Escucha”, dijo ?l, “ya s? que la reina y tu madre tienen en mente de alguna manera que estemos juntos, pero…” “?Thanos!” escuch? detr?s de ?l. Thanos se dio la vuelta y vio al mensajero del rey. “Al rey le gustar?a que se reuniera con ?l en la glorieta ahora mismo”, dijo. “Y usted tambi?n, mi se?ora”. “?Puedo preguntar por qu??” pregunt? Thanos. “Hay mucho de lo que hablar”, dijo el mensajero. Al no haber tenido conversaciones con el rey con regularidad en el pasado, Thanos se preguntaba qu? pod?a implicar aquello. “Por supuesto”, dijo Thanos. Para su gran consternaci?n, una radiante Estefan?a entrelaz? su brazo con el suyo y juntos siguieron al mensajero hasta la glorieta. Cuando Thanos divis? varios de los consejeros del rey e incluso al pr?ncipe de la corona ya sentados en los bancos y en las sillas, le result? raro haber sido invitado tambi?n. Apenas ten?a nada de valor para ofrecer a su conversaci?n, pues sus opiniones sobre c?mo se gobernaba el imperio discrepaban en gran medida con todas las de los que all? estaban. Lo mejor que pod?a hacer, pens? para s? mismo, era mantener la boca cerrada. “Qu? buena pareja hac?is”, dijo la reina con una c?lida sonrisa cuando entraron. Thanos se mordi? el labio y le ofreci? a Estefan?a el asiento que estaba a su lado. Una vez todos estuvieron en su sitio, el rey se puso de pie y los all? reunidos se quedaron en silencio. Su t?o llevaba una toga que le llegaba por las rodillas, peo mientras las dem?s eran blancas, rojas y azules, la suya era morada, un color reservado solo para el rey. Alrededor de su sien, que se estaba quedando calva, hab?a una corona de oro y sus mejillas y ojos todav?a estaban ca?dos aunque estuviera sonriendo. “Las masas cada vez est?n m?s rebeldes”, dijo con voz seria y lenta. Lentamente examin? todas las caras con la autoridad de un rey. “Ya ha llegado el momento de recordarles qui?n es el rey y aprobar leyes m?s severas. A partir de este d?a, doblar? el diezmo sobre todas las propiedades y la comida”. Entonces vino un murmullo de sorpresa, seguido de gestos de aprobaci?n. “Una elecci?n excelente, su excelencia”, dijo uno de sus consejeros. Thanos no pod?a creer lo que escuchaba. ?Doblar los impuestos de la gente? Al haberse mezclado con los plebeyos, sab?a que los impuestos que se les exig?an ya estaban m?s all? de lo que la mayor?a de plebeyos se pod?an permitir. Hab?a visto madres llorar la p?rdida de sus hijos que hab?an muerto de hambre. Justo el d?a antes, ?l le hab?a ofrecido comida a una vagabunda de cuatro a?os a quien se le marcaban todos los huesos bajo la piel. Thanos tuvo que apartar la mirada para no tener que decir lo que pensaba sobre aquella insensatez. “Y finalmente”, dijo el rey, “de ahora en adelante, para compensar la revoluci?n clandestina que se est? fomentando, el primer hijo nacido en cada familia servir? en el ej?rcito del rey”. Uno tras otro, la peque?a multitud elogi? al rey por su sabia decisi?n. Sin embargo, finalmente Thanos sinti? que el rey se dirig?a a ?l. “Thanos”, dijo el rey por fin. “Te has quedado en silencio. ?Habla!” En la glorieta reinaba el silencio, mientras todas las miradas estaban puestas en Thanos. ?l se puso de pie. Sab?a que ten?a que decir lo que pensaba, por la ni?a esquel?tica, por las afligidas madres, por los silenciados cuyas vidas parec?an no importar. Necesitaba representarlos porque, si no lo hac?a ?l nadie lo har?a. “Unas normas m?s severas no destrozar?n la rebeli?n”, dijo, con el coraz?n golpe?ndole el pecho. “Tan solo la incentivar?. Infundir el miedo a los ciudadanos y negarles la libertad no har? sino obligarlos a levantarse contra nosotros y unirse a la rebeli?n”. Unos cuantos rieron, mientras otros hablaban entre ellos. Estefan?a le cogi? la mano e intent? callarlo, pero ?l la retir?. “Un gran rey usa el amor, igual que el miedo, para gobernar a sus subordinados”, dijo Thanos. El rey le lanz? una mirada intranquila a la reina. Se puso de pie y fue hasta Tanos. “Thanos, eres un joven valiente al decir lo que piensas”, dijo, coloc?ndole una mano en el hombro. “Sin embargo, ?tu hermano peque?o no fue asesinado a sangre fr?a por esa misma gente, aquellos que se gobiernan a ellos mismos, como t? dices?” Thanos enfureci?. ?C?mo se atrev?a su t?o a sacar la muerte de su hermano tan a la ligera? Durante a?os, Thanos hab?a sentido dolor cada nocheantes de dormir mientras lamentaba la muerte de su hermano. “Aquellos que asesinaron a mi hermano no ten?an suficiente comida para ellos mismos”, dijo Thanos. “Un hombre desesperado buscar? medidas desesperadas”. “?Cuestionas la sabidur?a del rey?” pregunt? la reina. Thanos no pod?a creer que nadie m?s hablara en contra de esto. ?No ve?an lo injusto que era? ?No se daban cuenta de que aquellas nuevas leyes lanzar?an fuego a la rebeli?n? “Ni por un momento enga?ar? a la gente haci?ndoles creer que no quiere otra cosa que no sea su sufrimiento y su propio beneficio”, dijo Thanos. Se escuch? un grito ahogado de desaprobaci?n entre el grupo. “Tus palabras son duras, sobrino”, dijo el rey, mir?ndolo a los ojos. “Casi pensar?a que pretendes unirte a la rebeli?n”. “?O quiz?s ya eres parte de ella?” dijo la reina, levantando las cejas. “No lo soy”, grit? Thanos. La temperatura del aire de la glorieta subi? y Thanos se dio cuenta de que, si no iba con cuidado, podr?an acusarlo de traici?n, un crimen que pod?a castigarse con la muerte sin juicio. Estefan?a se levant? y tom? la mano de Thanos entre las suyas, sin embargo, perturbado por su cadencia, ?l la retir? r?pidamente. La expresi?n de Estefan?a se derrumb? y baj? la mirada. “Quiz?s con el tiempo ver?s los defectos de tus creencias”, le dijo el rey a Thanos. “Por ahora, nuestro resoluci?n es la que vale y ser? implementada de inmediato”. “Bien hecho”, dijo la reina con una sonrisa repentina. “Ahora, vamos a tratar el segundo punto de nuestro orden del d?a. Thanos, como hombre joven de dieciocho a?os, nosotros -tus soberanos imperiales- te hemos escogido una esposa. Hemos decidido que t? y Estefan?a os cas?is”. Thanos lanz? una mirada a Estefan?a, cuyos ojos estaban vidriosos por las l?grimas y ten?a una expresi?n de preocupaci?n dibujada en el rostro. ?l se sent?a asustado. ?C?mo pod?an exigirle aquello? “No puedo casarme con ella”, suspir? Thanos, con un nudo en el est?mago. Se oyeron murmullos entre la multitud y la reina se puso de pie tan r?pido que su silla cay? hacia atr?s con un chasquido. “?Thanos!” exclam?, con las manos apretadas contra sus costados. “?C?mo osas desafiar al rey? Te casar?s con Estefan?a quieras o no”. Thanos mir? a Estefan?a con ojos tristes mientras a ella le ca?an l?grimas por las mejillas. “?Crees que eres demasiado bueno para m??” pregunt? ella, mientras le temblaba el labio inferior. El dio un paso hacia delante para consolarla lo poco que pudiera pero, antes de alcanzarla, ella sali? corriendo de la glorieta, tap?ndose la cara con las manos mientras lloraba. El rey se puso de pie, claramente furioso. “Rech?zala, hijo”, dijo de repente con la voz fr?a y dura, resonando en toda la glorieta, “y te esperan las mazmorras”. CAP?TULO CINCO Ceres corri? a toda velocidad, zigzagueando por las calles de la ciudad, hasta que sinti? que sus piernas ya no pod?an sujetarla, hasta que sus pulmones quemaban tanto que pod?an explotar y hasta que supo con absoluta certeza que el mercader nunca la encontrar?a. Finalmente, se desplom? en el suelo de un callej?n entre basura y ratas, rodeando sus piernas con sus brazos, mientras le ca?an las l?grimas por sus mejillas calientes. Con su padre lejos y su madre queri?ndola vender, no ten?a a nadie. Si se quedaba en la calle y dorm?a en los callejones, acabar?a muriendo de hambre o congelada hasta la muerte cuando llegara el invierno. Quiz?s esto ser?a lo mejor. Durante horas estuvo sentada y llorando, con los ojos hinchados y su mente hecha un l?o por la deseperaci?n. ?Ad?nde iba a ir ahora? ?C?mo conseguir?a dinero para sobrevivir? El d?a se hizo largo hasta que, finalmente, decidi? volver a casa, colarse en el cobertizo, coger las pocas espadas que quedaban y venderlas en palacio. De todos modos, hoy la esperaban. De esta manera, tendr?a dinero para unos cuantos d?as al menos hasta que se le ocurriera un plan mejor. Tambi?n coger?a la espada que su padre le hab?a regalado y que ella hab?a escondido debajo de las tablas del suelo del cobertizo. Pero esta no la vender?a, no. Hasta que no se encontrara cara a cara con la muerte, no abandonar?a el regalo de su padre. Fue corriendo despacio hasta su casa, observando con atenci?n mientras avanzaba, por si ve?a caras conocidas o el carruaje del mercader. Cuando lleg? a la ?ltima colina, se escabull? detr?s de la hilera de casas y hasta el campo, caminando de puntillas por la tierra reseca, sin dejar de buscar por si ve?a a su madre. Un ataque de culpabilidad apareci? cuando record? c?mo hab?a golpeado a su madre. Nunca quiso hacerle da?o, ni incluso despu?s de lo cruel que su madre hab?a sido. Incluso ni con el coraz?n roto y sin remedio. Al llegar a la parte de atr?s del cobertizo, ech? un vistazo por una grieta de la pared. Al ver que estaba vac?o, entr? en la sombr?a chabola y recogi? las espadas. Pero justo cuando iba a levantar la tabla donde hab?a escondido la espada, oy? voces que proven?an del exterior. Cuando se levant? y ech? un vistazo a trav?s de un peque?o agujero de la pared, vio horrorizada c?mo su madre y Sartes se dirig?an hacia el cobertizo. Su madre ten?a un ojo morado y un morat?n en la mejilla y, ahora al ver a su madre viva y bien, el saber que ella se lo hab?a causado casi hac?a sonre?r a Ceres. Toda su furia brotaba de nuevo cuando pensaba en c?mo su madre quiso venderla. “Si te cojo pas?ndole comida a escondidas a Ceres, te azotar?, ?me entiendes?” dijo su madre bruscamente mientras ella y Sartes andaban dando largos pasos por delante del ?rbol de su abuela. Al no responder, su madre peg? a Sartes en la cara. “?Lo entiendes, chico?” dijo ella. “S?”, dijo Sartes bajando la vista, con una l?grima en el ojo. “Y si alguna vez la ves, tr?ela a casa para que pueda darle una paliza que nunca olvidar?”. Empezaron a caminar de nuevo hacia el cobertizo y el coraz?n de Ceres de repente golpeaba de forma incontrolada. Agarr? las espadas y se fue corriendo hacia la puerta de atr?s tan r?pida y silenciosamente como pudo. Justo cuando sal?a, la puerta delantera se abri? de par en par y ella se inclin? contra la pared exteriror y escuch?, las heridas de las garras del omnigato le escoc?an en la espalda. “?Qui?n anda all??” dijo su madre. Ceres aguant? la respiraci?n y cerr? con fuerza los ojos. “S? que est?s ah?”, dijo su madre y esper?. “Sartes, ve a comprobar la puerta trasera. Est? entornada”. Ceres apret? las espadas contra su pecho. Oy? los pasos de Sartes mientras caminaba hacia ella y entonces la puerta se abri? con un chirrido. Los ojos de Sartes se abrieron como platos al verla y se qued? sin aliento. “?Hay alguien all??” pregunt? su madre. “Errr… no”, dijo Sartes, mientras los ojos se le llenaban de l?grimas al cruzarse con los de Ceres. Ceres articul? un “gracias” y Sartes le hizo un gesto con la mano para que se fuera. Ella asinti? con la cabeza y, con un peso en el coraz?n, se dirigi? hacia el campo mientras la puerta trasera del cobertizo se cerraba de golpe. M?s tarde volver?a a por su espada. * Ceres se detuvo ante las puertas de palacio sudando, hambrienta y agotada, con las espadas en sus manos. Los soldados del Imperio que estaban de guardia la reconocieron claramente como la chica que entregaba las espadas de su padre y la dejaron pasar sin interrogarla. Ella atraves? corriendo el patio adoquinado y despu?s gir? hacia la caba?a de piedra del herrero detr?s de una de las cuatro torres. Entr?. De pie en el yunque delante de la caldera chispeante, el herrero daba martillazos a una espada brillante, el delantal de piel lo proteg?a de las chispas voladoras. La expresi?n de preocupaci?n que hab?a en su cara hizo que Ceres se preguntara qu? iba mal. Era un hombre jovial de mediana edad y lleno de energ?a, que raramente estaba preocupado. Su cabeza calva y sudorosa la recibi? antes de que ?l se diera cuenta de que hab?a entrado. “Buenos d?as”, dijo al verla, haci?ndole una se?al con la cabeza para que dejara las espadas en la mesa de trabajo. Ella atraves? la calurosa habitaci?n llena de humo dando zancadas y las dej?, el metal traquete? contra la superficie de madera quemada y ra?da. ?l neg? con la cabeza , claramente preocupado. “?Qu? sucede?” pregunt? ella. ?l alz? la vista, con la preocupaci?n en los ojos. “Con todos los d?as que hay para ponerse enfermo”, murmur?. “?Bartolomeo?” pregunt? ella, al ver que el joven armero de los combatientes no estaba all? como de costumbre, preparando fren?ticamente las ?ltimas pocas armas antes del entrenamiento para la pelea. El herrero dej? de dar martillazos y alz? la vista con una expresi?n de enojo, arrugando sus pobladas cejas. Neg? con la cabeza. “Y en d?a de pelea, de todos los d?as que hay”, dijo ?l. “Y no un d?a de pelea cualquiera”. Introdujo la espada en el carb?n encendido del horno y se sec? su frente empapada con la manga de su t?nica. “Hoy, la realeza pelear? contra los combatientes. El rey ha elegido a dedo a doce miembros de la realeza. Tres podr?n participar”. Ella comprendi? su preocupaci?n. Era su responsabilidad suministrar las armas y, si no lo hac?a, su trabajo peligraba. Centenares de herreros estar?an encantados de ocupar su puesto. “Al rey no le gustar? que nos falte un armero”, dijo ella. ?l apoy? sus manos en sus gruesos muslos y neg? con la cabeza. Justo entonces, entraron dos soldados del Imperio. “Estamos aqu? para recoger las armas”, dijo uno, arrugando el entrecejo al ver a Ceres. Aunque no estaba prohibido, ella sab?a que estaba mal visto que las chicas trabajaran con las armas –un campo de hombres. Pero ella se hab?a acostumbrado a los comentarios malvados y a las miradas de odio cada vez que hac?a entregas en palacio. “Aqu? encontrar?is el resto de las armas que el rey pidi? para hoy” dijo el herrero a los soldados del Imperio. “?Y el armero?” exigi? el soldado del Imperio. Justo cuando el herrero abri? la boca para hablar, Ceres tuvo una idea. “Soy yo”, dijo ella, mientras la emoci?n crec?a en su pecho. “Yo soy la suplente hasta que vuelva Bartolomeo”. Los soldados del Imperio la miraron durante un instante, at?nitos. Ceres apret? fuerte los labios y dio un paso al frente. “He trabajado con mi padre y con el palacio toda mi vida, haciendo espadas, escudos y todo tipo de armas”, dijo. Ella no sab?a de d?nde sacaba el coraje, pero se mantuvo firme y mir? a los soldados a los ojos. “Ceres…” dijo el herrero, con una mirada de pena. “Probadme”, dijo ella, reforzando su decisi?n, esperando a que probaran sus habilidades. “No hay nadie que pueda ocupar el lugar de Bartolomeo excepto yo. Y si hoy os faltara el armero, ?no se enfadar?a bastante el rey?” No estaba segura, pero se imaginaba que los soldados del Imperio y el herrero har?an casi cualquier cosa para tener contento al rey. Especialmente hoy. Los soldados del Imperio miraron al herrero y el herrero los mir? a ellos. El herrero pens? por un instante. Y despu?s otro. Finalmente, asinti? con la cabeza. Extendi? una pl?tora de armas encima de la mesa y, a continuaci?n, le hizo un gesto para que procediera. “Ens??anoslo entonces, Ceres”, dijo el herrero, con brillo en los ojos. “Conociendo a tu padre, probablemente te ense?? todo lo que se supon?a que no sab?as”. “Y m?s”, dijo Ceres, sonriendo por dentro. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43696951&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.