*** Òâîåé Ëóíû çåëåíûå öâåòû… Ìîåé Ëóíû áåñïå÷íûå ðóëàäû, Êàê ñâåòëÿ÷êè ãîðÿò èç òåìíîòû,  ëèñòàõ âèøíåâûõ ñóìðà÷íîãî ñàäà. Òâîåé Ëóíû ïå÷àëüíûé êàðàâàí, Áðåäóùèé â äàëü, òðîïîþ íåâåçåíüÿ. Ìîåé Ëóíû áåçäîííûé îêåàí, È Áðèãàíòèíà – âåðà è ñïàñåíüå. Òâîåé Ëóíû – ïå÷àëüíîå «Ïðîñòè» Ìîåé Ëóíû - äîâåð÷èâîå «Çäðàâñòâóé!» È íàøè ïàðàëëåëüíûå ïóòè… È Ç

Vencedor, Derrotado, Hijo

Vencedor, Derrotado, Hijo Morgan Rice De Coronas y Gloria #8 Morgan Rice ha concebido lo que promete ser otra brillante serie, que nos sumerge en una fantas?a de valor, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un fuerte conjunto de personajes que har? que los aclamemos a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores a los que les gusta la fantas?a bien escrita. Books and Movie Reviews, Roberto Mattos (sobre el Despertar de los dragones) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO es el libro #8 -y el ?ltimo libro- de la serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA, que empieza con ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) Mientras Ceres lucha en una tierra m?stica para recuperar sus poderes perdidos – y para salvar su propia vida- Thanos, Akila, Lord West y los dem?s se atrincheran en la isla de Haylon para su ?ltima tentativa contra el poder de la flota de Felldust. Jeva intenta reunir a su Pueblo del Hueso para que vengan en ayuda de Thanos y se unan a la batalla por Haylon. Le sigue una batalla ?pica, ola tras ola, y todos ellos dependen de un tiempo limitado si Ceres no regresa. Estefan?a parte hacia Felldust para cortejar a la Segunda Piedra y llevarlo hacia Delos, para recuperar el reino que una vez fue suyo. Pero en este nuevo mundo de crueldad, puede que no todo vaya como ella hab?a planeado. Irrien, con su reciente victoria en el Norte, re?ne toda la fuerza de la flota de Felldust para dirigir un ataque final y demoledor sobre Haylon. Tambi?n trae un arma sorpresa -un monstruo de inconmensurable poder- para asegurarse de que Ceres es aniquilada para siempre. Mientras tanto, el hechicero Daskalos env?a a su arma definitiva -el hijo de Thanos y Estefan?a- en una misi?n para matar a su padre. En el final de la serie se da la m?s ?pica de las batallas, con el destino del mundo pendiendo de un hilo. ?Vivir? Ceres? ?Y Thanos? ?Qu? suceder? con su hijo? ?Volver? a haber libertad? ?Y encontrar?n Thanos y Ceres finalmente el verdadero amor?VENCEDOR, DERROTADO, HIJO narra la historia ?pica del amor tr?gico, la venganza, la traici?n, la ambici?n y el destino. Llena de personajes inolvidables y acci?n vibrante, nos transporta a un mundo que nunca olvidaremos y hace que nos volvamos a enamorar de la fantas?a. Un libro de fantas?a lleno de acci?n que seguro que satisfar? a los admiradores de las anteriores novelas de Morgan Rice, junto con los admiradores de obras como El ciclo del legado de Christopher Paolini… Los admiradores de la Ficci?n para j?venes adultos devorar?n este ?ltimo trabajo de Rice y pedir?n m?s. The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (DE CORONAS Y GLORIA –LIBRO 8) Morgan rice Morgan Rice Morgan Rice tiene el #1 en ?xito de ventas como el autor m?s exitoso de USA Today con la serie de fantas?a ?pica EL ANILLO DEL HECHICERO, compuesta de diecisiete libros; de la serie #1 en ventas EL DIARIO DEL VAMPIRO, compuesta de doce libros; de la serie #1 en ventas LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA, novela de suspense post-apocal?ptica compuesta de tres libros; de la serie de fantas?a ?pica REYES Y HECHICEROS, compuesta de seis libros; y de la nueva serie de fantas?a ?pica DE CORONAS Y GLORIA. Los libros de Morgan est?n disponibles en audio y ediciones impresas y las traducciones est?n disponibles en m?s de 25 idiomas. A Morgan le encanta escucharte, as? que, por favor, visita www.morganrice.books (http://www.morganrice.books/) para unirte a la lista de correo, recibir un libro gratuito, recibir regalos, descargar la app gratuita, conocer las ?ltimas noticias, conectarte con Facebook o Twitter ?y seguirla de cerca! Algunas opiniones sobre Morgan Rice «Si pensaba que no quedaba una raz?n para vivir tras el final de la serie EL ANILLO DEL HECHICERO, se equivocaba. En EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES Morgan Rice consigue lo que promete ser otra magn?fica serie, que nos sumerge en una fantas?a de trols y dragones, de valent?a, honor, coraje, magia y fe en el destino. Morgan ha conseguido de nuevo producir un conjunto de personajes que nos gustar?n m?s a cada p?gina… Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores que disfrutan de una novela de fantas?a bien escrita». --Books and Movie Reviews Roberto Mattos «Una novela de fantas?a llena de acci?n que seguro satisfar? a los fans de las anteriores novelas de Morgan Rice, adem?s de a los fans de obras como EL CICLO DEL LEGADO de Christopher Paolini… Los fans de la Ficci?n para J?venes Adultos devorar?n la obra m?s reciente de Rice y pedir?n m?s». --The Wanderer, A Literary Journal (sobre El despertar de los dragones) «Una animada fantas?a que entrelaza elementos de misterio e intriga en su trama. La senda de los h?roes trata sobre la forja del valor y la realizaci?n de un prop?sito en la vida que lleva al crecimiento, a la madurez, a la excelencia… Para aquellos que buscan aventuras fant?sticas sustanciosas, los protagonistas, las estrategias y la acci?n proporcionan un fuerte conjunto de encuentros que se centran en la evoluci?n de Thor desde que era un ni?o so?ador hasta convertirse en un joven adulto que se enfrenta a probabilidades de supervivencia imposibles… Solo el comienzo de lo que promete ser una serie ?pica para j?venes adultos». --Midwest Book Review (D. Donovan, eBook Reviewer) «EL ANILLO DEL HECHICERO tiene todos los ingredientes para ser un ?xito inmediato: conspiraciones, tramas, misterio, caballeros valientes e incipientes relaciones repletas de corazones rotos, enga?o y traici?n. Lo entretendr? durante horas y satisfar? a personas de todas las edades. Recomendado para la biblioteca habitual de todos los lectores del g?nero fant?stico». -Books and Movie Reviews, Roberto Mattos «En este primer libro lleno de acci?n de la serie de fantas?a ?pica El anillo del hechicero (que actualmente cuenta con 14 libros), Rice presenta a los lectores al joven de 14 a?os Thorgrin “Thor” McLeod, cuyo sue?o es alistarse en la Legi?n de los Plateados, los caballeros de ?lite que sirven al rey… La escritura de Rice es de buena calidad y el argumento intrigante». --Publishers Weekly Libros de Morgan Rice EL CAMINO DE ACERO SOLO LOS DIGNOS (Libro #1) UN TRONO PARA LAS HERMANAS UN TRONO PARA LAS HERMANAS (Libro #1) UNA CORTE PARA LOS LADRONES (Libro #2) DE CORONAS Y GLORIA ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #1) CANALLA, PRISIONERA, PRINCESA (Libro #2) ESCLAVA, GUERRERA, REINA (Libro #3) REBELDE, POBRE, REY (Libro #4) SOLDADO, HERMANO, HECHICERO (Libro #5) H?ROE, TRAIDORA, HIJA (Libro #6) GOBERNANTE, RIVAL, EXILIADO (Libro #7) VENCEDOR, DERROTADO, HIJO (Libro #8) REYES Y HECHICEROS EL DESPERTAR DE LOS DRAGONES (Libro #1) EL DESPERTAR DEL VALIENTE (Libro #2) EL PESO DEL HONOR (Libro #3) UNA FORJA DE VALOR (Libro #4) UN REINO DE SOMBRAS (Libro #5) LA NOCHE DE LOS VALIENTES (Libro #6) EL ANILLO DEL HECHICERO LA SENDA DE LOS H?ROES (Libro #1) UNA MARCHA DE REYES (Libro #2) UN DESTINO DE DRAGONES (Libro #3) UN GRITO DE HONOR (Libro #4) UN VOTO DE GLORIA (Libro #5) UNA POSICI?N DE VALOR (Libro #6) UN RITO DE ESPADAS (Libro #7) UNA CONCESI?N DE ARMAS (Libro #8) UN CIELO DE HECHIZOS (Libro #9) UN MAR DE ARMADURAS (Libro #10) UN REINO DE ACERO (Libro #11) UNA TIERRA DE FUEGO (Libro #12) UN MANDATO DE REINAS (Libro #13) UNA PROMESA DE HERMANOS (Libro #14) UN SUE?O DE MORTALES (Libro #15) UNA JUSTA DE CABALLEROS (Libro #16) EL DON DE LA BATALLA (Libro #17) LA TRILOG?A DE SUPERVIVENCIA ARENA UNO: TRATANTES DE ESCLAVOS (Libro #1) ARENA DOS (Libro #2) ARENA TRES (Libro #3) VAMPIRA, CA?DA ANTES DEL AMANECER (Libro #1) EL DIARIO DEL VAMPIRO TRANSFORMACI?N (Libro #1) AMORES (Libro #2) TRAICIONADA(Libro #3) DESTINADA (Libro #4) DESEADA (Libro #5) COMPROMETIDA (Libro #6) JURADA (Libro #7) ENCONTRADA (Libro #8) RESUCITADA (Libro #9) ANSIADA (Libro #10) CONDENADA (Libro #11) OBSESIONADA (Libro #12) ?Quieres libros gratuitos? 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Si est? leyendo este libro y no lo ha comprado, o no lo compr? solamente para su uso, por favor devu?lvalo y adquiera su propio ejemplar. Gracias por respetar el arduo trabajo de esta escritora. Esta es una obra de ficci?n. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes, son producto de la imaginaci?n de la autora o se utilizan de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, es totalmente una coincidencia. Imagen de la cubierta Derechos reservados Captblack76, utilizada bajo licencia de shutterstock.com. ?NDICE CAP?TULO UNO (#ud3e36f34-2993-5512-be18-b39e7d8a4dcc) CAP?TULO DOS (#u57db8442-73b3-5027-ba8c-cce4bd1f2a04) CAP?TULO TRES (#u4ef76e4f-e0e4-55e9-8f1c-fbe12455c7af) CAP?TULO CUATRO (#u847b776e-10a2-56e0-a187-9061cca5abdb) CAP?TULO CINCO (#u8b642a00-c841-55e9-aeaf-9690587c2dcb) CAP?TULO SEIS (#u1aefa3b1-de27-57e3-bc11-2b56b38a98da) CAP?TULO SIETE (#u407291bf-cdee-5191-867e-66cb7450ad96) CAP?TULO OCHO (#u794471af-b0b9-51db-a172-fbc6ac3933fb) CAP?TULO NUEVE (#u94ed7016-76ac-5404-af67-8898b18d805a) CAP?TULO DIEZ (#litres_trial_promo) CAP?TULO ONCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DOCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TRECE (#litres_trial_promo) CAP?TULO CATORCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO QUINCE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO DIECINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIUNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTID?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTITR?S (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTICINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIS?IS (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTISIETE (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTIOCHO (#litres_trial_promo) CAP?TULO VEINTINUEVE (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y UNO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y DOS (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y TRES (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y CUATRO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y CINCO (#litres_trial_promo) CAP?TULO TREINTA Y SEIS (#litres_trial_promo) EP?LOGO (#litres_trial_promo) CAP?TULO UNO Thanos se agach? cuando una flecha pas? a toda velocidad por delante de ?l y escuch? su ruido met?lico contra las paredes de piedra de una de las casas de Haylon. Regres? a toda prisa por las calles, lleg? a un cruce y se gir?, espada en mano. Media docena de los antiguos hombres de Lord West salieron de un lado, los antiguos soldados del Imperio salieron del otro, mientras los soldados nativos de la isla sal?an en grandes cantidades de las casas de alrededor. Atraparon entre ellos a los soldados de Felldust que persegu?an y Thanos atac?. Thanos clav? su espada contra el escudo de un hombre, se dio la vuelta para bloquear un golpe que iba dirigido a un hombre que estaba a su lado y tir? hacia atr?s de una patada a un tercer soldado mientras Sir Justin se met?a en el hueco que quedaba y mataba a otro hombre. —Est?s cogiendo por costumbre salvarme —dijo Thanos en un fugaz respiro de la lucha. —Contin?a luchando y estaremos en paz —respondi? Justin. Eso lo pod?a hacer Thanos, al menos. Atrap? un hacha sobre su espada y la mantuvo en alto para que uno de los soldados del Imperio pudiera clavar una pu?alada en el espacio que quedaba y, a continuaci?n, cogi? el hacha con su mano mala. Ahora se acercaban m?s enemigos, apareciendo en grandes cantidades mientras los invasores se daban cuenta de que all? hab?a un nudo de defensores. Aquello significaba que tocaba dispersarse de nuevo. —?Retroceded! —exclam?, y los hombres que hab?a a su alrededor corrieron hacia una de las casas, cortando camino por otra calle. Thanos corr?a y vio que a su lado iba corriendo el General Haven. El anciano ten?a la cara roja por el esfuerzo. —?No deber?a buscar un lugar menos… activo en el que luchar, General? —pregunt? Thanos. Haven le lanz? una mirada amenazadora. —?No me digas lo que debo hacer, jovencito! ?T? no eres mi pr?ncipe! A pesar de sus quejas, el viejo general parec?a estar contento de luchar junto a Thanos y Justin mientras luchaban por subir una serie de escalones de piedra hasta uno de los tejados de la ciudad. Era imposible saber qu? soldados hab?an salido de qu? sitios; Thanos solo ve?a que los hombres que defend?an la isla lo hac?an con valent?a y tes?n. Sin embargo, desde all? ve?a el tama?o de la flota que estaba atacando la isla. No era la enorme flota de invasi?n que hab?a venido a Delos, pero aun as? era cuantiosa. Cubr?a el espacio que rodeaba el puerto como una oscura mancha sobre el agua, llenando con barcos que todav?a ahora estaban descargando m?s y m?s soldados sobre el suelo de Haylon. La ?nica esperanza era atacar y marchar corriendo, soltando montones de atacantes para despu?s convertirlos en una multitud antes de que se adentraran en la ciudad. Los guerreros nativos de Haylon parec?an estar m?s que acostumbrados a ese tipo de t?ctica, pero a Thanos le sorprendi? bastante lo bien que las utilizaban los antiguos soldados del Imperio. Probablemente, el tiempo que hab?an pasado siendo perseguidos por las colinas de la isla ten?a algo que ver. —Por aqu? —dijo Haven, y Thanos sigui? al general partiendo del hecho de que, seguramente, era el que mejor conoc?a la isla de todos los que estaban all?. Thanos deseaba que Iakos y Akila estuvieran all?, pero el l?der sustituto estaba muerto y Akila estaba demasiado malherido para esas t?cnicas escapatorias. Thanos vio una serie de calles que reconoc?a y hizo una se?al al general. —Aqu? —grit?—. Los callejones. Ante su sorpresa, le siguieron. Pasaron corriendo por una serie de callejones estrechos y volvieron a girar. Parec?a que algunos de los hombres de Sir Justin quer?an atacar de nuevo al enemigo, pero Thanos levant? el brazo para detenerlos. —Esper?mosles —dijo Thanos—. Podemos defender mejor desde este extremo y… bueno, observar. Puede que a?n no lo conocieran, pero aun as? se quedaron quietos. Los soldados de Felldust atacaron y entonces fue cuando los isle?os que estaban a la espera se colaron por los muros que hab?a a ambos y los cubrieron de escombros. —Iakos puso trampas en media ciudad —explic? Thanos. Ahora le costaba respirar y deseaba poder parar aunque fuera un momento, pero en una batalla como esta, no hab?a tiempo—. Venga, tenemos que continuar. Retrocedieron m?s, esta vez andando con cuidado entre cuerdas de trampa y trampas para animales. —Esta es una manera sucia de luchar —dijo Sir Justin. Thanos le puso una mano sobre el hombro. Pod?a imaginar por lo que aquel hombre estaba pasando. Los antiguos hombres de Lord West probablemente estaban acostumbrados a llevar a cabo ataques y duelos cuidadosamente planeados, no a luchar en callejones y escapar. —Estamos haciendo lo que debemos para ganar —dijo. Thanos todav?a recordaba cuando ?l hab?a luchado con tanta cautela que no hab?a matado a sus contrincantes, y hab?a luchado con honor. Ahora aquellos tiempos parec?an muy lejanos—. Estamos manteniendo a salvo a nuestras familias y amigos. Estamos salvando a la gente de Haylon y al Imperio. Vio que los guerreros asent?an y ahora estaban de nuevo lejos entre las casas, corriendo delante de las fuerzas que avanzaban. Esa era la parte preocupante de todo aquello. Estaban perdiendo terreno con cada enfrentamiento, incapaces de parar y luchar ante tantos contrincantes. Incluso cuando Thanos gir? de nuevo, apartando de un golpe una lanza para poder clavar su espada en la persona que la empu?aba, sali? corriendo de nuevo, dirigi?ndose de nuevo a la siguiente posici?n entre las casas y luego hasta la siguiente. No parec?a tanto luchar para ganar como simplemente frenar la derrota tanto tiempo como fuera posible. Thanos se encontraba tras una barricada en medio de la ciudad cuando lleg? un mensajero corriendo, saliendo repentinamente de un portal de por all? cerca. Thanos casi lo ensarta por instinto, pero consigui? retroceder a tiempo. —Akila dice que ya es hora de que las ?ltimas personas se retiren de la ciudad. Una de las playas de la punta de la isla ha ca?do, y los necesitamos a todos para reforzar los desfiladeros. Thanos asinti?, intentando ocultar su decepci?n ante aquellas palabras. Thanos sab?a que esto era inevitable desde que las fuerzas de Felldust hab?an abierto a la fuerza los portones del puerto, pero se hab?a atrevido a esperar que fuera porque lo hab?an confiado todo a aquel ataque. Si tambi?n pod?an tomar playas cruzando la isla, las cosas estaban peor de lo que pensaba. —?Retroceded hasta las colinas! —exclam?, y los hombres que lo rodeaban parecieron sorprenderse por un instante, antes de partir a trav?s de la ciudad hacia los desfiladeros. Los hombres del General Haven fueron tan r?pidos como los hombres de Haylon, pues evidentemente hab?an llegado a conocer las monta?as durante el tiempo que lucharon all?. Los antiguos hombres de Lord West siguieron, evidentemente guiados por Thanos. ?l tan solo esperaba que no estarlos llevando hasta su muerte. Llegaron hasta los muros de piedra y los desfiladeros del borde de la ciudad. Hab?a unos hombres con mazos esperando junto a unas grandes plataformas de madera. Thanos imaginaba que cuando los encarrilaran hacia dentro, los muros de piedra se derrumbar?an y formar?an un muro natural. Thanos imaginaba tambi?n que, a no ser que lo hubieran calculado muy bien, los hombres se arriesgaban a quedar enterrados cuando se derrumbaran las piedras. Estaban entregando sus vidas para frenar el avance. Thanos no pod?a permitir que lo hicieran solos. Agarr? uno de los martillos, ignorando la cara de conmoci?n del hombre mientras observaba c?mo las tropas que iban con ?l se colaban por el hueco. Llegaron m?s guerreros de Haylon, y m?s todav?a, pero ahora Thanos ve?a que los hombres de Felldust segu?an de cerca. Entonces empez? a pensar en Ceres. Esperaba que su b?squeda le fuera mejor de lo que a ellos les iba en la isla. Ten?a muchos deseos con ella y, si mor?a aqu?, nunca suceder?an, pero no pod?a quedarse quieto y dejar que estos hombres lo hicieran solos. —Debemos hacerlo —dijo uno de los hombres que estaban all?. Thanos neg? con la cabeza. —Todav?a no. A?n tienen que llegar m?s hombres. —Pero si los hombres de Felldust nos localizan … —He dicho que todav?a no —repiti? Thanos. Los guerreros continuaron llegando, y Thanos dejaba pasar a tantos de los suyos como pod?a. Cuando el primero de los guerreros de Felldust fue hacia ?l, Thanos par? el golpe con el mango de su mazo y, a continuaci?n, atac? de nuevo, sintiendo que las costillas ced?an por el golpe. otro se adelant? y all? estaba Haven para derribarlo. —Este no es un lugar para ti, mi pr?ncipe —dijo. —Pensaba que hab?a dicho que yo no era su pr?ncipe —remarc? Thanos. Oy? que el hombre suspiraba. —No lo eres, pero tienes raz?n. Vine a esta isla para ser un asesino. Es el momento de ser algo m?s. Hizo una se?al con la cabeza y Thanos not? unas manos fuertes que le agarraban los brazos. Dos soldados del Imperio lo echaban hacia atr?s mientras Haven se hac?a con el martillo que sosten?a Thanos. —Haven, no lo haga —dijo Thanos. Pero era demasiado tarde. El viejo general ya estaba balanceando el martillo, junto a los pocos hombres elegidos de Haylon. Lo balanceaba con toda la fuerza de un hombre mucho m?s joven, los golpes impactaban contra la plataforma, mientras las rocas cruj?an por encima suyo. Cuando estas cedieron, fue como un trueno, parec?a que el mundo entero desaparec?a bajo la lluvia de piedras que ca?a. El General Haven desapareci? bajo esa avalancha, dejando tan solo un s?lido muro de losas. Thanos mir? al mont?n asombrado. Aun as?, sab?a que esto solo les daba un poco m?s de tiempo. Haylon estaba perdida. Solo esperaba que las cosas fueran m?s f?ciles para Ceres. CAP?TULO DOS Ceres alz? la vista desde el hoyo, hacia el c?rculo de hechiceros medio muertos que lo rodeaban e intentaba ocultar su miedo. Consigui? reunir resistencia mientras observaba c?mo se reun?an, agarrando con fuerza las empu?aduras de sus espadas iguales, manteni?ndose a la espera. No iba a permitir que la vieran asustada all? abajo. —Podr?as habernos liberado —dijo el l?der como vieja. —Liberaros para que destruyerais cosas —respondi? Ceres—. Nunca. —En ese caso tomaremos tu sangre y seremos lo que fuimos por lo menos por un rato. Ceres se qued? quieta, esper?ndolos. ?Cu?l de ellos atacar?a primero? ?Se limitar?an a disparar su magia hacia el hoyo y destruirla? No, no pod?an, ?verdad? No ahora que necesitaban su sangre. Entonces tuvo una idea. Un modo en el que realmente podr?a salir de este hoyo. Pero ser?a peligroso. Muy peligroso. —?Pens?is que tengo miedo de vosotros? —pregunt? Ceres—. Yo ya he luchado en hoyos. Venga, venid todos. Esto no funcionar?a a no ser que todos fueran hacia ella. Aun as?, fue aterrador cuando descend?an en silencio hasta llegar a la dura piedra del hoyo y echaban a correr a toda prisa para atacarla. Ceres atacaba y se mov?a. Hab?a tan poco espacio en el hoyo que exist?a el peligro de que se arremolinaran a su alrededor. Cort? una mano que la agarr? y se agach? para esquivar el golpe de unas garras que se dirig?an a su garganta. Not? el ara?azo de una mano en el costado y lanz? una patada, derribando a uno de los hechiceros. No eran tan fuertes como hab?an sido. Ceres imaginaba que hab?an usado m?s poder del que deseaban al lanzarle la magia. Continuaba atacando, continuaba esquivando dentro del hoyo mientras esperaba el momento en el que algunos de ellos se alinearan como ella quer?a. Ceres lo vio y no dud?. Puede que no tuviera la fuerza y la velocidad superiores que le proporcionaba su sangre, pero todav?a era lo suficientemente r?pida y fuerte para esto. Derrib? a uno que estaba delante de ella, haci?ndolo caer de rodillas, lanz? sus espadas fuera del hoyo y us? la espada del hechicero como trampol?n mientras este a?n se estaba recuperando. Brinc? sobre los hombros del siguiente enemigo y, a continuaci?n, salt? con todas sus fuerzas hasta el borde del hoyo. Si esto sal?a mal, se hab?a deshecho de las ?nicas armas que ten?a para protegerse. Impact? contra la piedra del muro del hoyo y se agarr? al borde con las manos mientras luchaba por subir. Ceres sinti? que algo se le agarraba a la pierna y lanz? una patada por instinto, sintiendo el crujido del hueso cuando dio de lleno en el cr?neo de un hechicero. Ese impulso fue lo ?nico que necesit? para continuar escalando y, r?pidamente, Ceres subi? por el borde del hoyo en el que hab?a ca?do. Agarr? sus espadas y se levant? mientras los hechiceros chillaban furiosos. —?Te perseguiremos! —prometieron. Entonces uno rugi? furioso y lanz? magia en su direcci?n. Ceres se apart?, pero esto fue como una se?al para que los dem?s tambi?n atacaran. Las llamas y los rayos la segu?an mientras marchaba corriendo del lugar en el que estaba el hoyo y, a su alrededor, Ceres oy? que los muros retumbaban. Al principio cayeron piedras peque?as y despu?s m?s grandes. Ceres continuaba corriendo desesperadamente, mientras ca?an piedras a su alrededor, rebotando al impactar contra el suelo y rodando en el caso de las m?s grandes. Se abalanz? hacia delante y, al levantarse, vio que el t?nel que hab?a detr?s suyo ahora estaba bloqueado. ?Detendr?a esto a los antiguos hechiceros? Posiblemente no para siempre. Si no mor?an, al final conseguir?an abrirse camino a trav?s de ?l, pero eso no era lo mismo que poder perseguir a Ceres ahora. Al menos, por ahora estaba a salvo. Continu? por los t?neles, sin saber en qu? direcci?n ir, pero confiando en el instinto bajo el tenue resplandor de la luz de la cueva. Ceres vio que, m?s adelante, esta daba a una caverna con estalactitas colgando del techo. All? tambi?n se o?a el sonido del agua y Ceres se sorprendi? al ver un ancho arroyo que pasaba por el medio. Adem?s, hab?a un poste de amarre a la que estaba atada una barca de fondo plano. Ceres imagin? que la barca deb?a llevar all? atada m?s a?os de los que ella pod?a pensar, pero, de alguna manera, todav?a parec?a fuerte. R?o abajo, Ceres vio una luz que no se encontraba en el resto de las cuevas y algo le dec?a que era hacia donde deb?a dirigirse. Subi? a la barca, la solt? y se dej? llevar por la corriente. El agua golpeaba el lado de la peque?a embarcaci?n y Ceres sent?a que la expectaci?n crec?a en su interior mientras esta avanzaba. En otra ocasi?n, podr?a haberse preocupado por una corriente as?, pensando que podr?a llevar hasta un dique, o peor a?n, hasta una cascada. Sin embargo, ahora la corriente parec?a ser algo intencionado, pensada para llevarla hasta su destino. La barca pas? a trav?s de un t?nel tan estrecho que Ceres podr?a haber tocado las paredes de ambos lados. M?s adelante hab?a una luz brillante, despu?s de la penumbra de las cuevas. El t?nel daba paso a un lugar que no era roca, ni piedra. En su lugar, en un sitio en el que deber?a haber habido otra cueva, Ceres se encontraba flotando por un trozo de paisaje id?lico. Ceres reconoci? la obra de los Antiguos al instante. Solo ellos podr?an haber hecho algo as?. Puede que los hechiceros hubieran encontrado el poder para una ilusi?n, pero esto parec?a real; incluso ol?a a hierba fresca y a gotas de roc?o. La barca choc? ligeramente contra la orilla y Ceres vio un amplio prado enfrente, lleno de unas flores silvestres cuyo aroma era dulce y delicado. Algunas de ellas parec?an moverse con ella a su paso, y Ceres sinti? el roce de las espinas contra su pierna, que sangr? junto a un agudo pinchado de dolor. Sin embargo, tras esto desaparecieron. Al parecer, fueran las defensas que fueran, no estaban pensadas para no dejarla pasar a ella. A Ceres le llev? un momento darse cuenta de que hab?a dos cosas extra?as en el lugar por el que pasaba. Bueno, m?s extra?as de lo que lo era un trozo de paisaje en medio de un complejo de cuevas, para empezar. Una cosa extra?a era el modo en el que las visiones del pasado parec?an haberse detenido. En las cuevas de arriba, parec?an aparecer y desaparecer a cada parpadeo, mostrando el ataque final de los Antiguos al hogar de los hechiceros. Aqu?, el mundo no parec?a estar atrapado a medio camino entre dos puntos. Aqu?, era tan tranquilo como inalterable, sin los constantes cambios que se experimentaban en el resto de aquel lugar. La segunda cosa extra?a era la b?veda de luz que se alzaba en el centro, de un dorado brillante en contraste con el verdor del resto. Era del tama?o de una casa grande, o de la tienda de alg?n se?or n?mada, pero aun as? parec?a estar compuesta de energ?a casi por entero. Al mirarla, al principio pens? que la b?veda podr?a ser un escudo o un muro, pero de alg?n modo Ceres sab?a que era m?s que eso. Era un lugar con vida, un hogar. Tambi?n pens? que era el lugar donde podr?a encontrar lo que fuera que estaba buscando. Casi por primera vez desde que hab?a pisado el hogar de los hechiceros, Ceres se atrevi? a sentir un destello de esperanza. Tal vez este era el lugar donde recuperar?a sus poderes. Tal vez, despu?s de todo, podr?a ayudar a salvar Haylon. CAP?TULO TRES Mientras navegaba en direcci?n a la Costa del Hueso de Felldust, Jeva sufri? la sensaci?n m?s extra?a de su vida: le preocupaba que iba a morir. Era una sensaci?n nueva para ella. No era algo que su pueblo estuviera acostumbrado a experimentar. Y, desde luego, no era algo que ella hubiera deseado jam?s. Probablemente equival?a a alg?n tipo de herej?a el ir flotando, contemplando la posibilidad de reunirse con los muertos que estaban esperando y, en realidad, preocuparse por ello. Los de su especie acog?an la muerte, incluso la recib?an como una oportunidad para ser finalmente uno con el gran oleaje de sus antepasados. No les daba miedo el peligro. Pero eso era exactamente lo que Jeva sent?a ahora, al ver la d?bil l?nea de la orilla de Felldust aparec?a en el horizonte. Le daba miedo pensar que pod?a ser aniquilada por lo que ten?a que decir. Le daba miedo que la mandaran a reunirse con sus antepasados, antes de poder ayudar en Haylon. Se preguntaba qu? hab?a cambiado. La respuesta a ello era muy f?cil: Thanos. Se puso a pensar en ?l mientras navegaba hacia tierra, observando a las aves marinas que se reun?an en bandadas flotantes a la espera de la siguiente ocasi?n de conseguir comida. Antes de conocerlo a ?l, ella era… bien, quiz?s no era igual que todos los de su pueblo, ya que la mayor?a de ellos no sent?an la necesidad de deambular hasta Puerto Sotavento y m?s all?. Aun as?, hab?a sentido lo mismo que ellas y, por supuesto, hab?a sido igual que ellos. Desde luego, no sent?a miedo. No era miedo por ella exactamente, aunque sab?a perfectamente bien que su propia vida estaba en juego. Estaba m?s preocupada por lo que les suceder?a a aquellos que quedaban en Haylon, y a Thanos, si ella no regresaba. Eso era otra especie de herej?a. Los vivos no importaban excepto por lo ?tiles que eran para satisfacer los deseos de los muertos. Si una isla entera de gente mor?a a manos de un invasor, aquello era un glorioso honor para ellos, no algo que debiera tratarse como un desastre inminente. Lo ?nico que importaba en la vida era satisfacer los deseos de los muertos y lograr un fin para s? mismo que fuera adecuadamente glorioso. Los oradores de los muertos lo hab?an dejado claro. Jeva incluso hab?a o?do los susurros de los muertos por s? misma, cuando el humo se alzaba de las piras videntes. Continu? navegando, ignor?ndolo, sintiendo c?mo las olas empujaban el tim?n mientras ella manten?a su peque?a barca directa a su hogar. Ahora eran otras voces las que o?a, discutiendo por la misericordia, por salvar Haylon, por ayudar a Thanos. Lo hab?a visto arriesgar su vida por ayudar a los dem?s sin que Jeva viera una buena raz?n para ello. Cuando ella hab?a estado atada como un mascar?n a un barco de Felldust, esperando a ser azotada, ?l hab?a venido a rescatarla. Cuando hab?an luchado uno al lado del otro, el escudo de ?l hab?a sido su escudo de un modo que nunca e hab?a visto con su pueblo. En Thanos hab?a visto algo que admirar. Quiz?s m?s que admirar. Hab?a visto a alguien que estaba en el mundo para hacer all? lo mejor que pudiera, no solo para encontrar el modo m?s perfecto de abandonarlo. Las nuevas voces que estaba oyendo le dec?an que este era el modo en el que deb?a vivir y que ir a ayudar a Haylon era parte de ello. El problema es que Jeva sab?a que estas solo proced?an de su interior. No deber?a haberlas escuchado tan encarecidamente. Seguramente su pueblo no lo har?a. —Lo que queda de ellos —dijo Jeva, mientras el viento se llevaba sus palabras. La aldea de su tribu hab?a desaparecido. Ahora iba a dirigirse hacia otro lugar de reuni?n y les iba a pedir a otra parte de su pueblo sus vidas. Jeva alz? la vista para ver c?mo el viento hinchaba la peque?a vela de su barca y la espuma jugaba por encima del mar; lo que fuera para evitar pensar en lo que deber?a llevar a cabo para hacer que aquello funcionara. Aun as?, las palabras salieron, tan inevitables como el final de la vida. Tendr?a que asegurar que hablaba por los muertos. Las palabras de los muertos hab?an sido necesarias para llevarlos hasta Delos, aunque Jeva y Thanos no hab?an afirmado que hablaban por ellos acerca de eso. Pero Jeva no pod?a simplemente dej?rselo a los oradores. Exist?a una gran posibilidad de que dijeran que no, y entonces ?qu? suceder?a? La muerte de su amigo. No pod?a permitirlo. Aunque esto significara hacer lo impensable. Jeva gui? su barca para acercarla m?s a la orilla, abri?ndose paso entre rocas y los restos que hab?an ca?do sobre ellas. Esta no era la playa que estaba m?s cerca de su viejo hogar, sino un lugar un poco m?s alejado junto a la costa, en otro de los grandes lugares de reuni?n. Sin embargo, aun as? hab?an conseguido limpiar los escombros. Jeva sonri? ante aquello, sintiendo algo de orgullo por ello. Unas barcas que iban a su encuentro aparecieron en el agua. En su mayor?a, eran ligeras, canoas con refuerzo, pensadas para interceptar lo que evidentemente no era una de las embarcaciones del Pueblo del Hueso. Evidentemente, si Jeva no hubiera sido una de ellos, entonces hubiera tenido que luchar por su vida. En cambio, se reunieron a su alrededor, ri?ndose y bromeando de un modo que nunca hac?an cuando hab?a desconocidos. —Hermosa barca, hermana. ?A cu?ntos hombres mataste por ella? —?Matar? —dijo otro—. Seguramente fueron hasta los muertos por el miedo que les dio verla! —Ir?an hasta los muertos al ver lo horrible que eres —replic? Jeva y los hombres rieron con ella. As? era c?mo se hac?an las cosas aqu?. Era importante c?mo se hac?an las cosas. A los extra?os su pueblo les pod?a parecer extra?o, pero ten?an sus propias normas, sus propios patrones de comportamiento. Ahora, Jeva iba a ir hasta ellos y, si afirmaba que hablaba por los muertos, entonces estar?a rompiendo una de las m?s b?sicas de aquellas normas. Puede que le cortaran su comuni?n con los muertos por romperla, que la asesinaran sin que sus cenizas se mezclaran para consumirse con las piras. Llev? su barca hasta la orilla, salt? de ella y tir? de ella hasta la playa. All? hab?a m?s de los suyos esperando. Una ni?a fue corriendo hasta ella con una urna funeraria y le ofreci? una pizca de las cenizas de la aldea. Jeva la tom? y la prob?. Simb?licamente, ahora era una m?s de la aldea, una parte de su comuni?n con sus antepasados. —Bienvenida, sacerdotisa —dijo uno de los hombres que hab?a en la playa. Era un hombre mayor con la piel fina como el papel, pero todav?a ten?a deferencia hacia Jeva por las marcas que demostraban que hab?a sufrido los ritos—. ?Qu? trae a una oradora de los muertos hasta nuestras orillas? Jeva se qued? quieta, pensando en la respuesta. Entonces hubiera sido muy f?cil afirmar que ella hablaba por aquellos que se hab?an ido. Ella hab?a visto su parte de visiones; cuando era una ni?a, hab?a quien pensaba que ser?a una gran oradora para los muertos. Uno de los oradores m?s ancianos hab?a as? lo hab?a anunciado, diciendo que ella dir?a unas palabras que sacudir?an a todo su pueblo. Si afirmaba que los muertes la hab?an llamado para que viniera hasta aqu? y ped?an que su pueblo luchara por Haylon, puede que lo creyeran sin discusi?n. Puede que obedecieran su autoridad prestada igual que obedec?an todo lo dem?s. Si lo hac?a, realmente pod?a salvar Haylon. Podr?a existir la posibilidad de que su pueblo bastara para romper el ataque por parte de la flota de Felldust. Al menos, podr?a hacer que los defensores ganaran tiempo. Si ment?a. Pero Jeva no pod?a hacerlo. No era solo la mentira que hab?a en el centro de todo esto, aunque le horrorizaba el hecho de estar sopes?ndolo. Ni tan solo era el hecho de que iba en contra de todo lo que su pueblo sent?a acerca del mundo. No, era el hecho de que Thanos no hubiera querido que lo hiciera de este modo. ?l no hubiera querido que enga?ara a la gente para llevarlos hasta la muerte, o que los obligara a encararse al poder de Felldust sin conocer la verdad de por qu? estaban yendo. —?Sacerdotisa? —pregunt? el anciano—. ?Est? aqu? para hablar por los muertos? ?Qu? har?a ?l en ese momento? Jeva ya ten?a la respuesta para eso, forjada a partir de la ?ltima vez que ?l hab?a estado en las tierras de su pueblo. Forjada a partir de todo lo que hab?a hecho desde entonces. —No —dijo—. No estoy aqu? para hablar por los muertos. Soy Jeva y hoy deseo hablar por los vivos. CAP?TULO CUATRO Irrien caminaba por los campos de los muertos, echando un vistazo a la matanza que hab?an causado sus ej?rcitos sin nada de la satisfacci?n que normalmente esto le proporcionaba. A su alrededor, los hombres del Norte yac?an muertos o moribundos, destrozados por sus ej?rcitos, aniquilados por sus cazadores. En cambio, se sent?a como si le hubieran robado su verdadera victoria. Un hombre que llevaba la armadura brillante de sus enemigos gem?a en el barro, intentando aferrarse a la vida a pesar de las heridas que le hab?an infligido. Irrien cogi? una lanza de otro cad?ver que hab?a por all? cerca y lo atraves? con ella. Incluso matar a d?bil como aquel no contribuy? a levantar su ?nimo. Lo cierto era que hab?a sido demasiado f?cil. Hab?a habido muy pocos enemigos como para hacer que valiera la pena librar esta lucha. Hab?an arrasado por el Norte, desbrozando a cuchilladas las aldeas y los castillos peque?os, arrasando incluso la antigua fortaleza de Lord West. En cada lugar, hab?a encontrado moradas vac?as y castillos m?s vac?os, estancias que la gente hab?a abandonado a tiempo para escapar de la horda que se les estaba echando encima. No solo era frustrante porque significaba que no pod?a tener las victorias significativas que ?l hab?a planeado. Era frustrante porque significaba que sus enemigos todav?a estaban all?. Irrien tambi?n sab?a d?nde el cobarde que se hab?a quedado rezagado en el castillo de Lord West se lo hab?a dicho: estaban en Haylon, reforzando la isla a la que ?l hab?a mandado solo parte de sus fuerzas para conquistar. Eso hac?a que se impacientara m?s a cada momento que pasaba all?. Pero aqu? todav?a hab?a cosas que hacer. Mir? a su alrededor y vio que sus hombres trabajaban junto a cuadrillas de esclavos reci?n atrapados para derribar uno de los castillos que parec?an brotar r?pidamente aqu? como las setas despu?s de la lluvia. Irrien no dejar?a cosas as? sin ocupar, pues eso representar?a un lugar para reunirse sus enemigos. A?n m?s, sus hombres parec?an muy satisfechos con la victoria f?cil. Irrien ve?a que a los que no se hab?a encargado de organizar las cuadrillas holgazaneaban bajo el sol, apostando con monedas de los botines o atormentando a prisioneros que hab?an tomado para su entretenimiento. Por supuesto, los par?sitos habituales estaban all?. Alguien hab?a montado un campamento de esclavistas al borde del ej?rcito como si fuera su sombra, con sus carretas y sus jaulas llen?ndose r?pidamente. Hab?a un espacio vac?o en el centro donde los esclavistas regateaban con los mejores y los m?s guapos, aunque lo cierto era que tomaban lo que los soldados estaban preparados para venderles. Los hombres que hab?a all? eran buitres, no guerreros por leg?timo derecho. Despu?s estaban los sacerdotes de la muerte. Hab?an montado su altar en medio del campo de batalla, tal y como hac?an a menudo. Ahora, los soldados les tra?an los enemigos heridos que encontraban y los arrastraban hasta la losa de piedra para que les cortaran el cuello o les arrancaran el coraz?n. Su sangre corr?a e Irrien imaginaba que a los dioses de los sacerdotes aquello posiblemente les satisfac?a. Desde luego, eso es lo que parec?a que pensaban los sacerdotes, exhortando a los fieles a entregarse por completo a la muerte, ya que era el ?nico modo de ganarse su favor. Un hombre realmente parec?a tom?rselos en serio. Era evidente que hab?a sufrido heridas en la batalla, algunas tan graves que necesit? la ayuda de sus compa?eros para llegar hasta la losa. Irrien observaba c?mo trepaba hasta encima, dejando su pecho al descubierto para que los sacerdotes pudieran apu?alarlo con un cuchillo de obsidiana oscura. Irrien escupi? ante la debilidad de un hombre que no se sobrepon?a a sus heridas. Al fin y al cabo, Irrien no estaba dejando que sus viejas heridas le frenaran, ?verdad? Su hombro le dol?a con cada movimiento, pero no iba a ofrecerse como sacrificio para que otros se libraran de la muerte. Seg?n su experiencia, lo ?nico que te libraba de la muerte era ser el m?s fuerte de dos guerreros. La fuerza significaba que consegu?as vivir. La fuerza significaba que pod?as tomar lo que quisieras, ya fueran las tierras de un hombre, la vida o las mujeres. En pocas palabras, Irrien se preguntaba qu? pensar?an de ?l los dioses de la muerte de los sacerdotes. Solo los veneraba por el efecto que ten?an para reunir a sus hombres. Ni tan solo estaba seguro de que existieran cosas as?, salvo como un modo de tener poder para los sacerdotes que no pod?an controlar a los hombres con su propia fuerza. Imaginaba que estas cosas jugaban en su contra con cualquier dios que existiera, pero ?Irrien no hab?a mandado a la tumba m?s hombres, mujeres y ni?os que nadie? ?No les hab?a entregado sus sacrificios, promocionado su sacerdocio y convertido este mundo en algo que aprobar?an? Puede que Irrien no lo hubiera hecho por ellos, pero lo hab?a hecho, no obstante. Se levant? y, por un instante, escuch? hablar al sacerdote. —?Hermanos! ?Hermanas! La de hoy es una gran victoria. Hoy hemos mandado a muchos por la puerta negra hacia el mundo del m?s all?. Hoy hemos saciado a los dioses, de tal modo que ma?ana no nos escoger?n a nosotros. La victoria de hoy… —No fue una victoria —dijo Irrien, y su voz se oy? sin esfuerzo por encima de la del sacerdote—. Para que haya una victoria, debe existir una lucha que valga la pena librar. ?Tomar hogares vac?os es una victoria? ?Asesinar a est?pidos que se han quedado atr?s cuando los dem?s han tenido la sensatez de escapar? —Irrien los mir?—. Hoy hemos matado, y esto est? bien, pero hay que hacer mucho m?s. Hoy, terminaremos las cosas aqu?. Derribaremos sus castillos y entregaremos sus familias a los esclavistas. Pero ma?ana iremos a un lugar donde s? que hay una victoria por ganar. Al lugar donde todos sus guerreros han ido antes que nosotros. ?Iremos a Haylon! Oy? que sus hombres aclamaban ante aquello, su deseo de batalla ard?a de nuevo por la batalla. Se dirigi? al sacerdote. —?Usted qu? dice? ?Es la voluntad de los dioses? El sacerdote no lo dud?. Cogi? su cuchillo y abri? al hombre muerto que hab?a sobre el altar, sac?ndole las entra?as para interpretarlas. —Lo es, Lord Irrien. La suya seguir? a la de usted en esto. ?Irrien! ?Ir-ri-en! —?Ir-ri-en! —coreaban los soldados. Entonces el hombre supo cu?l era su lugar. Irrien sonri? y se dirigi? a la multitud. No le sorprendi? que una silueta vestida con una t?nica apareciera a su lado y le siguiera el paso. Irrien sac? el pu?al, sin saber si lo necesitar?a. —Has estado callado desde que hablamos por ?ltima vez, N’cho —dijo Irrien—. No me gusta que me hagan esperar. El asesino inclin? la cabeza. —He estado investigando acerca de lo que me pidi?, Primera Piedra, preguntando a mis amigos sacerdotes, leyendo pergaminos prohibidos, torturando a los que no hablaban. Irrien estaba seguro de que el l?der de las Doce Muertes hab?a disfrutado enormemente. De todos ellos, N’cho era el ?nico que hab?a sobrevivido tras atacarlo a ?l. Irrien empezaba a preguntase si aquella hab?a sido la elecci?n correcta. —Has o?do lo que les he dicho a los hombres —dijo Irrien—. Vamos a ir a Haylon. Eso significa levantarse contra la hija de los Antiguos. ?Tienes una soluci?n para m?, o deber?a arrastrarte para que fueras el siguiente sacrificio? Vio que el hombre negaba con la cabeza. —Ay de m?, los dioses no est?n tan ansiosos por conocerme, Primera Piedra. Irrien estrech? los ojos. —?Lo que significa? N’cho dio un paso atr?s. —Creo que he encontrado lo que necesitaba. Irrien hizo un gesto al hombre para que fuera con ?l, gui?ndolo hasta su tienda. Con una mirada suya, los guardias y los esclavos que hab?a all? se fueron corriendo, dej?ndolos a los dos solos. —?Qu? has encontrado? —pregunt? Irrien. —En la guerra contra los Antiguos se utilizaron unas… criaturas —dijo N’cho. —Estas cosas hace tiempo que est?n muertas —puntualiz? Irrien. N’cho neg? con la cabeza. —Todav?a podr?an reunirse y creo que he encontrado un lugar donde convocar a una. Sin embargo, ser?s necesarias muchas muertes. A Irrien eso le hizo re?r. Este era un peque?o precio a pagar por la vida de Ceres. —La muerte —dijo— siempre es lo m?s f?cil de planear. CAP?TULO CINCO Estefan?a observaba c?mo dorm?a el Capit?n Kang con una mirada de asco que se calaba en lo profundo de su alma. La gruesa silueta del capit?n se mov?a cuando roncaba y Estefan?a se mov?a hacia atr?s cuando ?l se acercaba a ella estando dormido. Ya lo hab?a hecho lo suficiente mientras estaba despierto. Estefan?a nunca hab?a tenido problemas para conseguir amantes que se rindieran a su voluntad. A fin de cuentas, es lo que pensaba hacer con la Segunda Piedra. Pero Kang estaba muy lejos de ser un hombre amable y parec?a deleitarse en encontrar nuevas maneras de humillar a Estefan?a de paso. La hab?a tratado como la esclava que, por poco tiempo, fue con Irrien y Estefan?a se hab?a jurado a s? misma que jam?s volver?a a serlo. Entonces escuch? rumores entre la multitud: que, despu?s de todo, tal vez no llegar?a a salvo. Que tal vez el capit?n tomar?a todo lo que ella hab?a dado y la vender?a igualmente a la esclavitud al final de esto. Que, como poco, compartir?a el bot?n entreg?ndosela. Estefan?a no lo permitir?a. Prefer?a morir a eso, pero era mucho m?s f?cil matar en su lugar. Sali? de la cama sin hacer ruido y mir? por una de las peque?as ventanas del camarote del capit?n. Puerto Sotavento estaba a poca distancia, el polvo ca?a sobre ella desde las colinas de all? arriba incluso en la penumbra del amanecer. Era una ciudad horrible, decadente y con el espacio reducido, e incluso desde aqu? Estefan?a pod?a ver que ser?a un lugar de violencia. Kang hab?a dicho que no se atrev?a a ir all? por la noche. Estefan?a hab?a pensado que tan solo era una excusa para utilizarla una vez m?s, pero quiz?s era algo m?s. A fin de cuentas, los mercados de esclavos no estar?an abiertos de noche. Tom? una decisi?n y se visti? r?pidamente, se envolvi? con su capa y busc? en sus pliegues. Sac? una botella y algo de hilo, movi?ndose con la cautela que sabe exactamente lo que est? agarrando. Si comet?a un error ahora, estaba muerta, ya fuera por el veneno o cuando despertara Kang. Estefan?a se coloc? encima de la cama y coloc? el hilo en la boca de Kang lo mejor que pudo. Se movi? y gir? dormido y Estefan?a fue con ?l, con cuidado para no tocarlo. Si despertaba ahora, ella estaba cerca. Dej? caer las gotas de veneno por el hilo, manteniendo la concentraci?n mientras Kang murmuraba algo dormido. Una gota se escurri? hacia sus labios y, a continuaci?n, una segunda. Estefan?a se preparaba para el momento en que se quedar?a sin aliento y morir?a, reclamado por el veneno. En cambio, abri? de golpe los ojos y mir? fijamente sin entender nada por un instante a Estefan?a y despu?s furioso. —?Puta! ?Esclava! Morir?s por esto. En un instante, estaba sobre Estefan?a, apret?ndola contra la cama. Le peg? una vez y, a continuaci?n, ella not? la presi?n demoledora de sus manos agarr?ndole el cuello. Estefan?a respiraba con dificultad mientras sent?a que se cortaba su respiraci?n y daba palos de ciego mientras intentaba sac?rselo de encima. Por su parte, Kang hacia presi?n hacia abajo con su gran volumen, inmovilizando a Estefan?a debajo de ?l. Ella peleaba y ?l solo re?a, mientras continuaba estrangul?ndola. Todav?a estaba riendo cuando Estefan?a sac? un cuchillo de dentro de su capa y lo apu?al?. Se qued? sin aliento a la primera pu?alada, pero Estefan?a no notaba que la presi?n sobre su cuello fuera a menos. Empez? a aparecer oscuridad en los l?mites de su visi?n, pero ella continuaba apu?alando, dando golpes de ciego de forma mec?nica por instinto, haci?ndolo a ciegas porque ahora no ve?a nada m?s all? de una vaga neblina. Estefan?a not? que le soltaba el cuello y sinti? que el peso de Kang se desplomaba sobre ella. Le llev? un buen rato conseguir salir de debajo de ?l, respirando con dificultad e intentando recuperar la consciencia. Lo ?nico que consigui? fue caer de la cama, para levantarse despu?s, bajando la vista con asco hacia los restos del cuerpo de Kang. Deb?a ser pr?ctica. Hab?a hecho lo que ten?a planeado, por muy dif?cil que hab?a resultado ser. Ahora deb?a ir a por el resto. R?pidamente, volvi? a colocar las s?banas para que a primera vista pareciera que estaba durmiendo. Busc? r?pidamente por el camarote hasta encontrar el cofre donde Kang guardaba el oro. Estefan?a se col? inadvertidamente en cubierta, con la capucha puesta mientras se dirig?a hacia la peque?a barca de desembarque que hab?a en popa. Estefan?a se meti? dentro y empez? a manejar las poleas para bajarla. Chirriaban como un port?n oxidado y, desde alg?n lugar por encima de ella, oy? los gritos de los marineros que quer?an saber qu? era aquel ruido. Estefan?a no dud?. Sac? un cuchillo y se puso a serrar la cuerda que sujetaba la barca. Esta cedi? y se desplom? lo que quedaba de la corta distancia hasta las olas. Agarr? los remos y empez? a remar en direcci?n hacia el puerto, mientras tras ella los marineros sab?an que no exist?a modo de seguirla. Estefan?a rem? hasta topar con los muelles y trep?, sin tan solo molestarse en amarrar la barca. No iba a regresar en aquella direcci?n. La capital de Felldust era todo lo que promet?a ser desde el agua. El polvo ca?a sobre ella en olas, mientras a su alrededor las siluetas se mov?an a trav?s de ?l con intenci?n ominosa. Una se acerc? a ella y Estefan?a mostr? r?pidamente un cuchillo hasta hacerlo retroceder. Se adentr? m?s en la ciudad. Estefan?a sab?a que Lucio hab?a venido hasta aqu? y se preguntaba c?mo se habr?a sentido al hacerlo. Probablemente indefenso, pues Lucio no sab?a relacionarse con la gente. Pensaba desde el punto de vista de atacar a la gente y exigir, de las amenazas y la intimidaci?n. Hab?a sido un est?pido. Estefan?a no era una est?pida. Mir? a su alrededor hasta encontrar a la gente que tendr?a informaci?n de verdad: los mendigos y las prostitutas. Fue hasta ellos con el oro robado e hizo la misma pregunta una y otra vez. —Habladme de Ulren. Lo pregunt? en callejones y en casas de juego donde las apuestas parec?an ser de sangre tanto como de dinero. Lo pregunt? en tiendas donde vend?an capas de pa?oleta contra el polvo y en lugares donde los ladrones se reun?an por la noche. Escogi? una taberna y se instal? all?, haciendo correr la voz por la ciudad de que hab?a oro para aquellos que hablaran con ella. Vinieron y le contaron fragmentos de historia y rumores, chismes y secretos en una mezcla que Estefan?a estaba m?s que acostumbrada a clasificar. No se sorprendi? cuando dos hombres y una mujer fueron hasta ella, todos con las capas que se usaban en la ciudad para no dejar pasar el polvo, todos llevando el emblema de la antigua Segunda Piedra. Ten?an la mirada dura de la gente que est? acostumbrada a la violencia, pero eso se pod?a aplicar a casi cualquiera en Felldust. —Has estado haciendo muchas preguntas —dijo la mujer, inclin?ndose sobre la mesa. Estaba tan cerca que Estefan?a podr?a haberle clavado un cuchillo con facilidad. Tan cerca que podr?an haber sido confidentes compartiendo chismes en un baile cortesano. Estefan?a sonri?. —As? es. —?Pensabas que esas preguntas no llamar?an la atenci?n? ?Qu? la Primera Piedra no tiene fisgones en la sombra? Entonces Estefan?a se ech? a re?r. ?Hab?an pensado ellos que no hab?a tenido en cuenta la posibilidad de que hubiera esp?as? Hab?a hecho m?s que eso; hab?a confiado en ello. Hab?a hurgado en la ciudad en busca de respuestas, pero lo cierto era que hab?a estado buscando atenci?n tanto como cualquier otra cosa. Cualquier est?pido pod?a acercarse a una puerta y que se le negara la entrada. Una mujer lista lo hac?a de tal manera que los que estaban dentro la hac?an pasar. Al fin y al cabo, pensaba Estefan?a con m?s diversi?n, una mujer nunca deber?a ser la que hace toda la caza en un romance. —?Qu? es tan divertido? —pregunt? la mujer—. ?Est?s loca o solo eres est?pida? ?Qui?n eres, por cierto? Estefan?a se quit? la capucha para que la mujer viera sus rasgos. —Soy Estefan?a —dijo—. La antigua prometida del heredero del Imperio, la antigua gobernante del Imperio. He sobrevivido a la ca?da de Delos y a los mejores esfuerzos de Irrien por matarme. Piensas que tu se?or querr? hablar conmigo, ?no es cierto? Se qued? quieta mientras los otros se miraban entre ellos, evidentemente intentando decidir qu? hacer ante esto. Finalmente, la mujer tom? una decisi?n. —Nos la llevamos. Se colocaron a ambos lados de Estefan?a, pero ella hizo un gesto como si caminara con ellos, para que pareciera una escolta noble que y no que la llevaban prisionera. Incluso alarg? el brazo y lo pos? ligeramente sobre el brazo de la mujer, del modo en que podr?a haberlo hecho paseando por un jard?n en compa??a. Caminaron por la ciudad y, como este era uno de los escasos huecos dentro del polvo procedente de los acantilados, Estefan?a no se molest? en ponerse la capucha de la capa. Dej? que la gente la viera, a sabiendas de que empezar?an los rumores sobre qui?n era y hacia d?nde iba. Evidentemente, a pesar de la apariencia que ella le daba, este distaba mucho de ser un paseo placentero. A su lado continuaba habiendo asesinos, que no dudar?an en matarla si Estefan?a les daba alg?n motivo. Mientras se dirig?a hacia un gran complejo en el centro de la ciudad, Estefan?a notaba c?mo se le hac?a un nudo en el est?mago por el miedo, reprimido solo por la determinaci?n de hacer todas las cosas para las que hab?a venido a Felldust. Se vengar?a de Irrien. El hechicero le devolver?a a su hijo. La llevaron a trav?s del complejo, pasando por delante de esclavos que trabajaban y guerreros que entrenaban, por delante de estatuas que representaban a Ulren de joven, alzadas por encima de los cuerpos de los enemigos asesinados. Estefan?a no ten?a ninguna duda de que era un hombre peligroso. Para ser el segundo solo por detr?s de Irrien significaba que hab?a peleado por llegar a lo m?s alto de uno de los lugares m?s peligrosos que exist?an. Perder aqu? era morir, o peor que morir, pero Estefan?a no ten?a pensado morir. Ella hab?a aprendido las lecciones de la invasi?n e incluso de su fracaso para controlar a Irrien. Esta vez ten?a algo que ofrecer. Ulren deseaba las mismas cosas que ella: el poder y la muerte de la antigua Primera Piedra. Estefan?a hab?a o?do hablar de gente que basaba los matrimonios en cosas peores. CAP?TULO SEIS Ceres baj? de la peque?a barca a la orilla, bajo el asombro del hecho que un lugar as? pudiera existir en alg?n lugar bajo tierra. Sab?a que los poderes de los Antiguos ten?an algo que ver, pero no entend?a por qu? lo har?an. ?Por qu? construir un jard?n en medio de una pesadilla? Evidentemente, por lo poco que hab?a visto de los Antiguos, el hecho de que fuera una pesadilla podr?a ser raz?n suficiente para el jard?n. Tambi?n estaba la c?pula, que parec?a estar compuesta de una pura luz dorada. Ceres se acerc? m?s a ella. Si aqu? se encontraba una respuesta, estaba segura de que se encontrar?a en alg?n lugar dentro de aquella c?pula. Hab?a una leve neblina hasta la luz y a Ceres le pareci? ver un par de siluetas. Solo esperaba que no fueran m?s hechiceros medio muertos. Ceres no estaba segura de tener la fuerza para luchar contra ninguno m?s de ellos. Ceres atraves? la luz haciendo fuerza y no pod?a evitar prepararse para alg?n tipo de sacudida pensada para tirarla al suelo. En cambio, solo hubo un momento de presi?n y, a continuaci?n, ya la hab?a atravesado, hab?a entrado en la c?pula y miraba a su alrededor. Parec?a el interior de una estancia opulenta, con alfombras y divanes, estatuas y adornos que parec?an colgar del interior de la c?pula. Tambi?n hab?a otras cosas: objetos de cristal y libros que mostraban el arte de un hechicero. En el centro hab?a dos siluetas. El hombre ten?a la misma apariencia de elegancia y paz que hab?a visto en su madre y vest?a la p?lida t?nica que hab?a visto en los recuerdos de los Antiguos. La mujer vest?a la t?nica m?s oscura de los hechiceros, pero a diferencia de aquellos que estaban m?s arriba, todav?a parec?a joven, no desecados por el tiempo. Al mirarlos, Ceres se dio cuenta de que tambi?n ten?an la apariencia transl?cida que hab?a visto en otras partes del lugar, en los recuerdos que all? hab?a. —No son reales —dijo. El hombre ri? al escuchar eso. —?Has o?do, Lin? No somos reales. La mujer alarg? el brazo para tocar el de ?l. —Es comprensible que cometan este error. Despu?s de todo este tiempo, imagino que parecemos meras sombras de lo que fuimos. Aquello cogi? a Ceres un poco por sorpresa. Sin pensarlo, alarg? el brazo hacia el hombre. Vio c?mo le atraves? el pecho con la mano. Se dio cuenta de lo que acababa de hacer. —Lo siento —dijo. —No lo hagas —dijo el hombre—. Imagino que es un poco desconcertante. —?Qu? sois? —pregunt? ella—. Vi a los hechiceros de all? arriba y no sois como ellos, y tampoco sois como los recuerdos, porque aquellos son solo im?genes. —Somos… algo m?s —dijo la mujer—. Yo soy Lin y este es Alteo. —Yo me llamo Ceres. Ceres se fij? en lo cerca que estaban el uno del otro, en el modo en que Lin posaba la mano sobre el hombro de Alteo. Parec?an una pareja muy enamorada. ?Acabar?an ella y Thanos as? alguna vez? Aunque presuntamente no tan transparentes. —La batalla se propag? —dijo Alteo—, y no pudimos detenerla. Lo que los hechiceros planearon era malvado. Algunos de los tuyos no eran mejores —dijo Lin con una leve sonrisa, como si ya hubieran tenido muchas veces esta conversaci?n—. Sucedi? muy r?pido. Los Antiguos encarcelaron a los hechiceros como estaban, su magia mezcl? el pasado y el futuro y Alteo y yo… —Os convertisteis en algo m?s —termin? Ceres. Recuerdos conscientes. Fantasmas del pasado que, por lo menos, se pod?an tocar el uno al otro. —Tengo la sensaci?n de que no peleaste contra todo lo que hay all? arriba solo para encontrarnos a nosotros —dijo Alteo. Ceres trag? saliva. No esperaba esto. Esperaba un objeto, quiz?s algo como el punto de conexi?n que contuviera todos los hechizos de all? arriba. Aun as?, el Antiguo que ten?a delante estaba en lo cierto: hab?a ido all? por un motivo. —Tengo la sangre de los Antiguos —dijo. Vio que Alteo asent?a con la cabeza. —Ya lo veo. -Pero algo la restringe —dijo Lin—. La limita. —Alguien me envenen? —dijo Ceres—. Me quit? mis poderes. Mi madre pudo recuperarlos por poco tiempo, pero no dur?. —El veneno de Daskalos —dijo Lin, con algo de aversi?n. —Algo malvado —dijo Alteo. —Pero algo que puede enmendarse —a?adi? Lin. Mir? a Ceres—. Si es digna de ello. Lo siento, pero es mucho poder para alguien. Hemos visto lo que puede hacer. —Y dado lo que somos, costar?a mucho enmendarlo —dijo Alteo. Lin alarg? la mano para tocarle el brazo. —Tal vez sea el momento de ver cosas nuevas. Llevamos aqu? cintos de a?os. Incluso con las cosas que nosotros podemos crear, tal vez sea el momento de ver qu? hay a continuaci?n. Ceres se detuvo al o?r eso, al entender sus consecuencias. —Esperad, ?sanarme a m? os matar?a? —Neg? con la cabeza, pero despu?s la interrumpieron los pensamientos acerca de Thanos y todos los dem?s que estaban en Haylon. Si no lo hac?a, ellos tambi?n morir?an—. No s? qu? decir —confes?—. No quiero que nadie muera por m?, pero mucha gente morir? si no lo hago. Vio que los dos esp?ritus se miraban el uno al otro. —Es una buena manera de empezar —dijo Alteo—. Significa que existe un motivo para ello. Cu?ntanos el resto. Cu?ntanos todo lo que le llev? a esto. Ceres lo hizo lo mejor que pudo. Se lo explic? todo acerca de la rebeli?n y de la guerra. Acerca de la invasi?n que le sigui? y de su incapacidad de detenerla. Acerca del ataque sobre Haylon que, todav?a ahora, estaba poniendo en peligro a todos los que amaba. —Comprendo —dijo Lin, alargando la mano para tocar a Ceres. Ante su sorpresa, Ceres not? una sensaci?n de presi?n—. De hecho, me recuerda un poco a nuestra guerra. —El pasado prosigue con sus propios ecos —dijo Alteo—. Pero algunos ecos no pueden repetirse. Debemos saber si lo entiende. Ceres vio que Lin asent?a con la cabeza. —Es cierto —dijo el esp?ritu—. Tengo una pregunta para ti, Ceres. Veamos si lo comprendes. ?Por qu? esto est? aqu? todav?a? ?Por qu? los hechiceros est?n atrapados de este modo? ?Por qu? no los destruyeron los Antiguos? La pregunta parec?a ser un examen y Ceres ten?a la sensaci?n de que si no daba una buena respuesta para ella, no recibir?a la ayuda de estos dos. Dado lo que hab?an dicho que les costar?a, Ceres estaba sorprendida de que ni tan solo lo consideraran. —Pero ?podr?an haberlos destruido los Antiguos? —pregunt? Ceres. Alteo esper? un momento y despu?s asinti?. —No fue eso. Piensa en el mundo. Ceres pens?. Pens? en los efectos de la guerra. En los malditos desperdicios de Felldust y en las ruinas de la isla que hab?a all? arriba. En los pocos Antiguos que quedaban en el mundo. En las invasiones y en la gente que hab?a muerto luchando contra el Imperio. —Creo que no los destruisteis por lo que representar?a hacerlo —dijo Ceres—. ?De qu? sirve ganar si no queda nada despu?s de hacerlo? —. Aunque imaginaba que hab?a algo m?s—. Yo form? parte de una rebeli?n. Luchamos contra algo que era grande y malvado y que empeoraba la vida de la gente, pero ahora ?cu?nta gente ha muerto? Nada se resuelve asesinando a todo el mundo. Entonces vio que Lin y Alteo se miraban el uno al otro. Asintieron con la cabeza. —Al principio, permitimos la rebeli?n de los hechiceros —dijo Alteo—. Pens?bamos que no servir?a para nada. Despu?s creci? y luchamos, pero mientras nos enfrent?bamos a ella, hicimos tanto da?o como ellos. Ten?amos el poder para destrozar paisajes enteros y los usamos. De qu? manera lo usamos. —Has visto las cosas que se le han hecho a esta isla —dijo Lin—. Cuando te sane, si es que te sano, t? tendr?s este tipo de poder. ?Qu? har?s con ?l, Ceres? Hubo un tiempo en el que la respuesta hubiera sido sencilla. Hubiera hundido el Imperio. Hubiera destruido a los nobles. Ahora solo deseaba que las personas pudieran vivir la vida a salvo y felices; no era pedir mucho. —Solo deseo salvar a la gente que amo —dijo—. No quiero destruir a nadie. Tan solo… creo que deber?a hacerlo. Odio aquello, solo deseo la paz. Incluso a Ceres eso le sorprend?a un poco. Ella no quer?a m?s violencia. Simplemente, deb?a hacerlo para evitar que asesinaran a personas inocentes. Aquello le vali? que asintieran otra vez. —Buena respuesta –dijo Lin—. Ven aqu?. La antigua hechicera se mov?a entre los botellines de cristal y las herramientas de alquimia que parec?an existir de forma ilusoria. Se mov?a por all?, moviendo y cambiando cosas. Alteo iba con ella y los dos parec?an trabajar con esa armon?a que solo puede alcanzarse tras muchos a?os. Vert?an soluciones en recipientes nuevos, a?ad?an ingredientes, consultaban libros. Ceres se qued? quieta observ?ndolos y tuvo que reconocer que no entend?a ni la mitad de lo que estaban haciendo. Cuando se pusieron delante de ella con un botell?n de cristal, casi no parec?a suficiente. —Bebe esto —dijo Lin. Se lo pas? a Ceres y, a pesar de que parec?a algo fr?gil, cuando Ceres lo cogi? vio que era cristal s?lido. Lo alz? y vio el destello del l?quido dorado que coincid?a con la tonalidad de la c?pula que la rodeaba. Ceres lo bebi? y ten?a el mismo sabor que la luz de las estrellas. Pareci? invadirla y notaba su avance con la relajaci?n de sus m?sculos y el alivio de dolores que no sab?a ni que exist?an. Tambi?n notaba que algo crec?a en su interior, extendi?ndose como un sistema de ra?ces que recorr?a su cuerpo mientras los canales por los que su poder hab?a corrido se regeneraban. Cuando termin?, Ceres se sent?a mejor de lo que lo hab?a hecho desde antes de la invasi?n. Parec?a que una profunda sensaci?n de paz se propagaba en su interior. —?Ya est?? —pregunt? Ceres. Alteo y Lin se cogieron de las manos. —No del todo —dijo Alteo. La c?pula que rodeaba a Ceres pareci? derrumbarse hacia dentro, lo que hab?a dentro desapareci? para convertirse en luz pura. Esa luz se concentr? en el lugar donde estaban la Antigua y los Hechiceros, hasta que Ceres ya no pudo divisarlos all? dentro. —Ser? interesante ver lo que pasa a continuaci?n —dijo Lin—. Adi?s, Ceres. La luz estall? hacia ella, llenando a Ceres, inundando los canales de su cuerpo como el agua en acueductos reci?n construidos. La llenaba y continuaba llen?ndola a raudales, de modo que parec?a que dentro de Ceres hab?a m?s poder del que jam?s hab?a habido antes. Por primera vez, comprendi? la verdadera fortaleza de los poderes de los Antiguos. Se qued? all? quieta, vibrando con el poder, y supo que hab?a llegado el momento. Era el momento para la guerra. CAP?TULO SIETE Jeva sent?a que la tensi?n crec?a a cada paso que daba hacia la sala de reuniones. La gente que hab?a en el punto de encuentro la miraban fijamente del modo que hubiera esperado que la gente de fuera de sus tierras miraran a los de su especie: como si fuera una cosa rara, diferente, incluso peligrosa. No era una sensaci?n que a Jeva le gustara. ?Era solo porque aqu? no ve?an a muchas con las marcas de las sacerdotisas o hab?a algo m?s? Hasta que no aparecieron los primeros insultos y acusaciones de la multitud all? reunida, Jeva no empez? a comprenderlo. —?Traidora! —?Llevaste a tu tribu a la masacre! Un joven sali? de la multitud con la fanfarroner?a que solo los j?venes pueden permitirse. Caminaba con largos pasos, como si fuera el due?o del camino que llevaba a la casa de los muertos. Cuando Jeva hizo un movimiento para acercarse a ?l, este fue a bloquearla. Jeva deber?a haberle golpeado solo por eso, pero estaba all? para cosas m?s importantes. —Aparta —dijo—. No estoy aqu? para la violencia. —?Has olvidado por completo la manera de actuar de nuestro pueblo? —pregunt? este—. Arrastraste a nuestra tribu a morir a Delos. ?Cu?ntos regresaron? Jeva notaba su rabia. El tipo de rabia que incluso su gente sent?a cuando perd?an a alguien cercano a ellos. Contarle que hab?a ido hasta los antepasados y que deber?a estar contento no servir?a de nada. En cualquier caso, Jeva no estaba segura de cre?rselo ahora mismo. Hab?a visto las muertes sin sentido de la guerra. —Pero t? regresaste —dijo el joven—. Destruiste una de nuestras tribus y t? regresaste, ?cobarde! Otro d?a, Jeva lo hubiera matado por eso, pero lo cierto era que el lloriqueo de un idiota no ten?a importancia, no comparado con todo lo que estaba sucediendo. Hizo un movimiento para acercarse de nuevo a ?l. Jeva se detuvo cuando este sac? un cuchillo. —T? no quieres hacer esto, chico —dijo ella. —?No me digas lo que yo quiero! —grit? ?l y se lanz? sobre ella. Jeva reaccion? por instinto, esquivando del golpe con un balanceo, mientras atacaba con sus cadenas de cuchillas. Le agarr? el cuello con una, que giraba mientras ella se mov?a con la velocidad que le proporcionaba una larga pr?ctica. La sangre la salpic? mientras el joven se agarraba la herida y ca?a sobre sus rodillas. —Maldito seas—dijo Jeva en voz baja—. ?Por qu? me has hecho hacer esto, idiota? Evidentemente, no hubo respuesta. Nunca hab?a respuesta. Jeva susurr? las palabras de una oraci?n para los muertos y, a continuaci?n, par? y lo levant?. Otros aldeanos la siguieron mientras continuaba su camino y Jeva ahora sent?a la tensi?n donde antes hab?a habido bromas. La segu?an de cerca, como una guardia de honor o como la escolta de un prisionero hacia su ejecuci?n. Cuando llegaron a la Casa de los Muertos, los ancianos del lugar ya la estaban esperando. Jeva caminaba descalza y se arrodill? ante la pira que ard?a sin cesar y dej? caer encima el cuerpo de su atacante. Se qued? quieta hasta que empez? a arder y mir? alrededor, a la gente a la que hab?a venido a convencer. —Viniste aqu? con las manos manchadas de sangre —dijo un Orador de la Muerte, mientras daba un paso al frente y su t?nica giraba—. Los muertos nos dijeron que vendr?a alguien, pero no que suceder?a de esta manera. Jeva lo mir?, pregunt?ndose si ser?a cierto. Hubo un tiempo en el que nos e lo hubiera preguntado. —?l me atac? —dijo Jeva—No era tan r?pido como ?l pensaba. Los que estaban all? asintieron. Estas cosas pod?an suceder en los lugares m?s hostiles del mundo. Jeva no dej? que la culpa que sent?a se reflejara en absoluto en su rostro. —Has venido para pedirnos algo —dijo el Orador. Jeva asinti?. —As? es. —Entonces pide. Jeva se qued? quieta, ordenando sus pensamientos. —Pido ayuda para la isla de Haylon. Una gran flota la ataca, a las ?rdenes de la Primera Piedra. Creo que nuestro pueblo puede cambiarlo. Entonces las voces clamaron, hablando a la vez. Hab?a preguntas y exigencias, acusaciones y opiniones, todas parec?an confundirse. —Quiere que vayamos a morir por ella. —?Ya hemos o?do esto antes! —?Por qu? vamos a luchar por gente a la que no conocemos? Jeva se qued? quieta, dejando que todo aquello le calara. Si sal?a mal, lo m?s probable era que no saliera de esta habitaci?n. Teniendo en cuanta qui?n era, deber?a tener una sensaci?n de paz ante ello, pero tambi?n pensaba en Thanos, que la hab?a salvado poni?ndose ?l en peligro, y en todas las personas que estaban atrapadas en Haylon. Necesitaban que le saliera bien. —?Deber?amos entregarla a los muertos por todo lo que ha hecho! —exclam? uno. El Orador de los Muertos se puso al lado de Jeva y alz? las manos para pedir silencio. —Sabemos lo que pide nuestra hermana —dijo el Orador—. Ahora no es el momento de hablar. Nosotros solo somos los vivos. Ahora es el momento de escuchar a los muertos. Se llev? la mano al cintur?n y sac? una faltriquera con los polvos sagrados mezclados con las cenizas de los antepasados. La lanz? a la pira y las llamas crecieron. —Respira, hermana —dijo el Orador—. Respira y ve. Jeva inhal? el humo y lleg? hasta sus pulmones. Las llamas bailaban en el hoyo que hab?a debajo de ella y, por primera vez en a?os, Jeva vio a los muertos. Empez? con el hombre al que hab?a matado. Se alz? de su cad?ver en llamas y atraves? las llamas hacia ella. —Me mataste —dijo, seg?n parec?a, impactado—. ?Me mataste! La golpe? y, a pesar de que los muertos no deber?an poder tocar a los vivos, Jeva lo not? con la misma certeza que si le hubiera azotado mientras estaba vivo. La golpe? y despu?s retrocedi?, mir?ndola expectante. Entonces el resto de los muertos fueron hasta Jeva y no fueron m?s amables que el joven al que hab?a asesinado. Todos estaban all?: las personas que hab?a matado con sus propias manos, los que hab?a llevado hasta la muerte en Haylon. Se acercaban hasta ella de uno en uno y, uno a uno, golpeaban a Jeva, con unos golpes que la hac?an tambalearse, la tiraban al suelo, reduci?ndola a algo que se sujetaba al suelo. Pareci? una eternidad hasta que se alejaron de ella y Jeva pudo alzar la vista de nuevo. Estaba mirando a Haylon, la isla estaba rodeada de barcos, la batalla se propagaba r?pidamente. Vio que los barcos del Pueblo del Hueso se estrellaban contra esos atacantes, les hac?an un agujero y sus guerreros se esparc?an por la orilla. Los vio luchar, matar y morir. Jeva los vio morir en unas cantidades que solo hab?a visto antes una vez, en Delos. —Si los llevas a Haylon, morir?n —dijo una voz, que parec?a estar compuesta por las voces de miles de antepasados a la vez—. Morir?n igual que morimos nosotros. —Pero ?ganar?n? —pregunt? Jeva. Hubo una breve pausa antes de que la voz respondiera a aquello. —Es posible que la isla pudiera salvarse. As? que no ser?a un gesto vac?o. No ser?a lo mismo que en Delos. —Ser? el fin de nuestro pueblo _dijo la voz—. Algunos sobrevivir?n, pero n o nuestras tribus. Ni nuestra manera de ser. Muchos m?s se nos unir?n, esper?ndote en la muerte. Aquello le provoc? a Jeva un fogonazo de miedo. Hab?a sentido la rabia de los que hab?an muerto, hab?a notado sus golpes. ?Val?a la pena? ?Pod?a hacer esto a todo su pueblo? —Y t? morir?as —continu? la voz—. An?ncialo a nuestro pueblo y morir?s por ello. Lentamente, empez? a volver en s? misma y se encontr? sobre el suelo al lado de la pira. Jeva se llev? la mano a la cara y se le manch? de sangre, aunque no sab?a si era por el esfuerzo de la visi?n o por la violencia de los muertos. Se levant? con esfuerzo y mir? hacia la multitud all? reunida. —Cu?ntanos lo que viste, hermana —dijo el Orador de los Muertos. Jeva se qued? quieta, mir?ndolo, evaluando cu?nto hab?a visto, si es que hab?a visto algo. ?Pod?a mentir en este momento? ?Pod?a decir a la multitud all? reunida que todos los muertos estaban a favor del plan? Jeva sab?a que no pod?a mentir de esa forma, incluso ni por Thanos. —Vi la muerte —dijo—. Vuestra muerte, mi muerte. La muerte de todo nuestro pueblo si lo hacemos. Un murmullo corri? por la sala. Su pueblo no tem?a a la muerte, pero la destrucci?n de todo su modo de vivir era una cosa totalmente diferente. —Me hab?is pedido que hable por los muertos —dijo Jeva— y ellos han dicho que en Haylon, la victoria se ganar? con las vidas de nuestra gente. —Tom? aire y pens? en lo que Thanos hubiera hecho—. Yo no quiero hablar por los muertos. Quiero hablar por los vivos. Los murmullos cambiaron de tono, haci?ndose m?s confusos. En algunos lugares tambi?n se volvieron m?s enojados. —S? lo que pens?is —dijo Jeva—. Pens?is que lo que digo es sacrilegio. Pero existe una isla entera de gente que necesita nuestra ayuda. Vi a los muertos y me maldijeron por sus muertes. ?Sab?is qu? me dice eso? ?Que la vida s? que importa! Que importa la vida de todos aquellos que morir?n si no ayudamos. Si no ayudamos, permitimos que el mal siga en pie. Permitimos que aquellos que vivir?an en paz sean asesinados. Yo luchar? contra eso, no porque los muertos lo exijan, ?sino porque lo hacen los vivos! Entonces hubo un griter?o en la sala. El Orador de los Muertos los mir? a todos y, a continuaci?n, a Jeva. La empuj? hacia la puerta. —Deber?as irte —dijo—. Vete antes de que te maten por blasfemia. Pero Jeva no lo hizo. Los muertos ya le hab?an dicho que morir?a por hacerlo. Si ese era el precio por obtener ayuda, lo pagar?a. Se qued? all? quieta como un punto de silencio en medio de las discusiones de la sala. Cuando un hombre fue corriendo hacia ella, lo tir? hacia atr?s de una patada y continu? de pie. Era lo ?nico que pod?a hacer ahora mismo. Esperaba el momento en el que uno de ellos finalmente la matar?a. Jeva se qued? muy confundida cuando no lo hicieron. En su lugar, el ruido de la sala disminuy? y la gente estaba frente a ella, mir?ndola. Uno a uno, se pusieron de rodillas y el Orador de los Muertos dio un paso adelante. —Parece ser que iremos contigo a Haylon, hermana. Jeva parpade?. —No lo… comprendo. Entonces deber?a estar muerta. Los muertos le hab?an dicho que este era el sacrificio que quer?an. —?Has olvidado por completo nuestro modo de hacer? —dijo el sacerdote—. Nos has ofrecido una muerte que vale la pena tener. ?Qui?nes somos nosotros para discutir? Entonces Jeva se arrodill? junto a los dem?s. No sab?a qu? decir. Esperaba la muerte y, en cambio, ten?a la vida. Ahora, ten?a que hacer que valiera la pena. —All? vamos, Thanos —prometi?. CAP?TULO OCHO Irrien ignoraba el dolor de sus heridas mientras cabalgaba hacia el sur por los senderos que su ej?rcito ya hab?a convertido en barro a su paso. Se forzaba a mantenerse erguido en la silla, sin dejar que se viera en absoluto el sufrimiento que sent?a. No iba m?s lento ni se paraba, a pesar de los muchos cortes, los vendajes y las punzadas. Las cosas que le esperaban al final de este viaje eran demasiado importantes como para retrasarse. Sus hombres viajaban con ?l, haciendo el viaje de retorno a Delos incluso m?s r?pido de lo que lo hab?an hecho en su ataque al Norte. Algunos de ellos avanzaban m?s lentamente, guiando filas de esclavos o carros con bienes saqueados, pero la mayor?a cabalgaban con su se?or, preparados para las batallas que todav?a estaban por llegar. —M?s te vale estar en lo cierto en esto —dijo Irrien bruscamente a N’cho. El sicario cabalgaba a su lado con la aparente calma infinita que siempre transmit?a, como si el ataque de una horda de los mejores guerreros de Irrien detr?s de ?l no fuera nada. —Cuando lleguemos a Delos lo ver?, Primera Piedra. No tardaron mucho en llegar a Delos, aunque para cuando lo hicieron, el caballo de Irrien ya respiraba con dificultad y ten?a los costados cubiertos de sudor. Sigui? a N’cho cuando este se apart? del camino y fue hacia un lugar lleno de ruinas y l?pidas. Cuando finalmente se detuvieron, Irrien mir? a su alrededor, poco impresionado. —?Es esto? pregunt?. —Esto es —le confirm? N’cho—. Un lugar donde el mundo es lo suficientemente d?bil como para convocar a… otras cosas. Cosas que pod?an matar a un Antiguo. Irrien baj? del caballo. Deber?a haberlo hecho con elegancia y facilidad, pero a causa del dolor de sus heridas, le cost? lo suyo llegar al suelo. Eso le recordaba lo que le hab?an hecho el sicario y sus compa?eros y de lo que le costar?a a N’cho si no cumpl?a con su promesa. —Esto solo parece un cementerio —dijo Irrien con brusquedad. —Ha sido un lugar de muerte desde los tiempos de los Antiguos —respondi? N’cho—. Aqu? ha habido tanta muerte que ha dado paso al umbral del principio. Tan solo se necesitan las palabras adecuadas y los s?mbolos adecuados. Y, por supuesto, los sacrificios adecuados. Irrien deber?a haber imaginado esta parte viniendo de un hombre que vest?a como uno de los sacerdotes de la muerte. Aun as?, si era el que pod?a proporcionarle los medios para matar a la hija de los Antiguos, valdr?a la pena. —Traer?n esclavos —prometi?—. Pero si fracasas con esto, ir?s con ellos a la muerte. Lo que m?s miedo daba de todo era que el sicario no reaccion? ante eso. Mantuvo la compostura mientras caminaba hasta un lugar que parec?a haber sido una fosa com?n, a la vez que sacaba polvos y pociones de la t?nica y empezaba a hacer se?ales en el suelo. Irrien esperaba y observaba sentado a la sombra de una de las tumbas, intentando esconder lo mucho que le dol?a el cuerpo tras el largo viaje. Entonces le hubiera gustado ir hasta Delos, darse un ba?o y vendarse las heridas, tal vez descansar un poco. Pero sus hombres har?an preguntas acerca de por qu? no estaba aqu?, observando todo lo que suced?a. No dar?a ninguna imagen de fortaleza. As? que mando a unos hombres en busca de sacrificios y una lista de otras cosas que N’cho dijo que necesitaba. Pas? m?s de una hora hasta que lleg? algo de la ciudad e, incluso entonces, era una recolecci?n m?s extra?a que cualquier cosa que hubiera pedido. Una docena de sacerdotes de la muerte llegaron junto a los esclavos y los ung?entos, las velas y los braseros. Irrien vio que N’cho sonre?a ante su presencia, con una seguridad que a Irrien le dec?a que no era un truco. —Quieren ver c?mo se hace —dijo—. Quieren ver si ciertamente es posible. Creen, pero no se lo creen. —Yo me lo creer? cuando vea los resultados-dijo Irrien. —En ese caso, los tendr?, mi se?or —respondi? el asesino. Volvi? al lugar que hab?a marcado ?l mismo con los s?mbolos, coloc? unas velas y las encendi?. Hizo una se?al para que le acercaran a los esclavos y, uno a uno, los at? para que no pudieran moverse y los sujet? a unas estacas alrededor del borde del c?rculo que hab?a dibujado, ungi?ndolos con aceites que hac?an que se retorcieran y suplicaran. No eran nada comparado con sus gritos cuando el asesino les prendi? fuego. Irrien oy? que algunos de sus hombres suspiraban ante aquella crueldad tan gratuita o se quejaban del desperdicio. Irrien simplemente se qued? quieto. Si esto no funcionaba, habr?a tiempo de sobras para matar a N’cho m?s tarde. Pero funcion?, y de una forma que Irrien no pod?a haber imaginado. Vio que N’cho retroced?a, alej?ndose del c?rculo y cantando. Mientras cantaba, el suelo de dentro del c?rculo parec?a desmoronarse y ced?a de un modo parecido a c?mo se pod?a abrir un socav?n en los desiertos de tierra a los que Irrien estaba acostumbrado. Los sacrificios en llamas y gritando cayeron dentro y N’cho continu? cantando. Irrien oy? el chirrido y el chasquido de las tumbas al empezar a abrirse. Una tumba cerca de donde estaba Irrien se hizo a?icos con el ruido de la tierra al romperse e Irrien vio que unos huesos sal?an de ella como en un remolino, eran succionados hacia el agujero del suelo y desaparec?an sin dejar rastro. Le siguieron m?s, cayendo a raudales en el sitio, golpeando hacia all? con la velocidad de unas jabalinas. Irrien vio a un hombre ensartado en un hueso del muslo, que era llevado hacia el hoyo. Al caer, chill? y despu?s se hizo el silencio. Durante unos segundos, todo qued? en silencio. N’cho hizo una se?al a los sacerdotes de la muerte para que se acercaran. Fueron hacia all?, junto a ?l, evidentemente deseosos por ver lo que fuera que estaba haciendo. Irrien pens? que eran unos est?pidos por ello, poniendo su deseo de poder por delante de todo lo dem?s, incluso de su supervivencia. Irrien imagin? lo que estaba por venir, incluso antes de que una gran mano con garras saliera de la cueva que se hab?a abierto y agarrara a uno de ellos. Las zarpas atravesaron al sacerdote y lo arrastraron hasta el agujero mientras ?l suplicaba misericordia. N’cho estaba all? mientras la criatura desgarraba al hombre moribundo y rodeaba la extremidad de la criatura con una ligera cadena de plata con la misma facilidad que si hubiera estado trabando a un caballo. Pas? la cadena a un grupo de soldados, que se agarraron a ella con cautela, como si esperaran ser las siguientes v?ctimas. —Tirad —orden?—. Tirad con todas vuestras fuerzas. Los hombres miraron hacia Irrien e Irrien asinti? con la cabeza. Si esto costaba unas cuantas vidas, valdr?a la pena. Observaba c?mo los hombres tiraban, con el mismo esfuerzo con el que levantar?an una vela pesada. No arrastraron a la bestia desde su cueva, sino que parec?an poder convencerla para que se moviera. La criatura sali? trepando del agujero sobre sus patas con garras. Ten?a una piel delgada como el papel y curtida, sobre unos huesos que ten?an la longitud de un hombre. Algunos de esos huesos sobresal?an a trav?s de la piel en forma de pinchos y p?as largos como cabezas de lanza. Ten?a la altura del lateral de un barco alto, parec?a poderosa e imposible de detener. Su cabeza era como la de un cocodrilo, ten?a escamas y un solo ojo en el centro de su cr?neo que miraba con una siniestra mirada asesina. N’cho ten?a m?s cadenas e iba de un sitio a otro entreg?ndoselas a m?s hombres, de modo que pronto una compa??a entera de guerreros estaba sujetando a la bestia con todas sus fuerzas. Incluso encadenada de esta manera, la criatura era aterradoramente peligrosa. Parec?a rezumar una sensaci?n de muerte, la hierba que hab?a a su alrededor se volv?a marr?n simplemente ante su presencia. Irrien se qued? quieto. No desenfund? la espada, pero solo porque no ten?a sentido. ?C?mo iba a matar a algo que no estaba vivo de ninguna manera que ?l entendiera? M?s concretamente, ?por qu? querr?a matarla, cuando era exactamente lo que necesitaba para encargarse de los defensores de Haylon y con la chica que, supuestamente, era m?s peligrosa que todos ellos? —Lo prometido —dijo N’cho, con el gesto propio de un esclavista que muestra con orgullo un premio particularmente caro—. Una criatura m?s peligrosa que cualquier otra. —?Tan peligrosa como para matar a un Antiguo? —pregunt? Irrien. Vio que el asesino asent?a como un forjador de espadas orgulloso de su creaci?n. —Esta es una criatura de pura muerte, Primera Piedra —dijo—. Puede matar a todo lo que est? vivo. Conf?o en que le satisfaga. Irrien observaba a los hombres esforz?ndose por retenerla, intentando evaluar la aut?ntica fuerza de aquella cosa. No pod?a imaginar tener que luchar contra ella. No pod?a imaginar que alguien sobreviviera a su ataque. Por poco tiempo, aquel ?nico ojo se encontr? con el suyo y la ?nica impresi?n que tuvo Irrien fue de odio: un odio profundo y perdurable por todo lo que viviera. —?Y si despu?s no pueden hacerla regresar? –dijo Irrien—. No tengo ning?n deseo de que venga a por m?. N’cho asinti?. —No es una cosa pensada para este mundo, Primera Piedra —dijo—. El poder que la integra se agotar? con el tiempo. —Llevadla a las barcas —orden? Irrien. N’cho asinti? e hizo gestos a los hombres, dando ?rdenes acerca de hacia d?nde tirar y con cu?nta fuerza. Irrien vio el momento en que uno de los hombres tropezaba y la bestia lo atacaba, parti?ndolo por la mitad. A Irrien no le asustaban muchas cosas, pero esta cosa s?. Sin embargo, esto era bueno. Significaba que era poderosa. Tan poderosa como para asesinar a sus enemigos. Tan poderosa como para acabar con esto de una vez por todas. CAP?TULO NUEVE Estefan?a estaba impaciente en la sala de recepci?n del vasto hogar de Ulren, con el gesto tan falto de expresi?n como cualquiera de las estatuas que all? hab?a, a pesar del miedo que sent?a entonces. Porque hab?a miedo, a pesar de lo que hab?a planeado este momento y a pesar de todo lo que hab?a hecho para llegar all?. A partir de su intento por seducir a Irrien, ya sab?a lo mal que pod?a salir esto. Un paso en falso y podr?a acabar muerta, o peor, vendida como el premio de alg?n hombre rico. Con un poco de suerte, la antigua Segunda Piedra ser?a m?s f?cil de atraer que la primera. La presencia continuada de los matones que la hab?an tra?do hasta all? no ayudaba a calmar los nervios de Estefan?a. No le hablaban ni la trataban con la deferencia que exig?a su posici?n. En su lugar, los dos hombres estaban al lado de la puerta como carceleros y la mujer se hab?a ido a avisar a Ulren de que Estefan?a estaba all?. Estefan?a pasaba el tiempo pensando en la mejor manera de presentarse. Escogi? un lugar donde hab?a un div?n en el centro y se reclin? con elegancia sobre ?l, incluso de forma seductora. Quer?a dejarle claro a Ulren desde los primeros instantes para qu? estaba all?. Cuando la Segunda Piedra entr? en la sala de recepci?n, con la matona a su lado, Estefan?a hizo todo lo que pudo por no levantarse e irse. Mantener la sonrisa en su rostro era incluso m?s dif?cil, pero Estefan?a ten?a pr?ctica de sobras cuando se trataba de esconder lo que realmente sent?a. Puede que las estatuas de Ulren hubieran mostrado a un joven atractivo y fuerte en la flor de la vida, pero ahora la Segunda Piedra distaba mucho de ello. Era viejo. Peor que eso, la edad no le hab?a tratado bien con sus arrugas y manchas de la edad, la escasez de pelo y las cicatrices que hab?a acumulado. Este era el tipo de hombre sobre el que las j?venes nobles bromeaban porque las m?s pobres de entre ellas ten?an que casarse con ?l por dinero, no el que Estefan?a deber?a haber considerado como marido en potencia. —Primera Piedra Ulren —dijo Estefan?a, sonriendo mientras se levantaba—. Qu? bien poderle conocer por fin. Ment?a porque estaba en juego algo mucho m?s importante que ele dinero. Este hombre pod?a devolverle su reino. Pod?a devolverle lo que le hab?an quitado y m?s. —Mi sirvienta me dice que eres Estefan?a, la noble que fue reina del Imperio por poco tiempo —dijo Ulren—. Sembraste rumores para llamar mi atenci?n. Ahora ya la tienes. Espero que no llegues a arrepentirte de ello. Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=43696895&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.