Привыкаю к радушию мимо смотрящих, Что всё больше похожи на стаю… И к ударам судьбы, как всегда, обводящим, Я по краю ходить – привыкаю… Привыкаю к «началам конца» посуленным, Словно с кем-то в рулетку играю… Только выигрыш вижу - ни красным, ни черным… Я к бесцветности привыкаю… Привыкаю к себе... Изменившийся взгляд…

Vida De Azafata

vida-de-azafata
Тип:Книга
Цена:307.23 руб.
Просмотры: 468
Скачать ознакомительный фрагмент
КУПИТЬ И СКАЧАТЬ ЗА: 307.23 руб. ЧТО КАЧАТЬ и КАК ЧИТАТЬ
Vida De Azafata Marina Iuvara La autora es una azafata, que inspir?ndose episodios reales acaecidos durante los vuelos, logra que el lector respire el ambiente que se vive en una aerol?nea, justo en la piel de la vida de una azafata, donde el trabajo y la compleja organizaci?n de la vida p?blica y privada, debido a horarios, turnos y salidas, se convierte casi en un estilo de vida. Se trata de un libro que aborda el tema del crecimiento personal y el cambio, a trav?s de un largo viaje de veinte a?os, o puede que m?s, que ver? a Ana transformarse de una muchacha ingenua y llena de sue?os, a una mujer y madre consciente y realizada, que consigue adaptarse a los inevitables cambios de vida, y est? acostumbrada a tener siempre a mano una maleta para recorrer el mundo. Anna es una azafata que ha dejado su tierra natal, Sicilia, para cumplir sus sue?os: viajar, ser libre e independiente. Cansada de sufrir las severas normas impuestas por sus padres y la sociedad en que vive, la protagonista, rebelde y pasional, un d?a tiene un presentimiento y entiende que solo la profesi?n de auxiliar de vuelo har? que se sienta feliz y realizada. Comienza as? la existencia de una «mujer con alas»  que se ver? dividida entre el cielo y la tierra, entre lejanos pa?ses anhelados por muchas personas y su vida diaria con problemas comunes como el resto de mortales. Una dicotom?a que se encuentra en la estructura del libro, donde los recuerdos de la vida de la protagonista, a veces felices y divertidos, a veces tristes y dram?ticos, se entremezclan con las historias que suceden durante los vuelos, «ventanas» de un mundo fascinante como el de la aviaci?n civil, poco conocido, aunque complejo y estructurado. Se ilustran as? los «usos y costumbres» facilitando informaci?n sobre las «aves voladoras», como en la jerga se llama al personal de vuelo, y dando, adem?s, consejos c?micos a los pasajeros. La autora es una azafata, que inspir?ndose episodios reales acaecidos durante los vuelos, logra que el lector respire el ambiente que se vive en una aerol?nea, justo en la piel de la vida de una azafata, donde el trabajo y la compleja organizaci?n de la vida p?blica y privada, debido a horarios, turnos y salidas, se convierte casi en un estilo de vida. Se trata de un libro que aborda el tema del crecimiento personal y el cambio, a trav?s de un largo viaje de veinte a?os, o puede que m?s, que ver? a Ana transformarse de una muchacha ingenua y llena de sue?os, a una mujer y madre consciente y realizada, que consigue adaptarse a los inevitables cambios de vida, y est? acostumbrada a tener siempre a mano una maleta para recorrer el mundo.?Cu?les son los secretos de una azafata? ?Qu? sucede a bordo de los aviones? ?Qu? hacen las azafatas cuando llegan a su destino? ?Qu? formaci?n reciben? ?C?mo vive una azafata su realidad privada? ?C?mo logra organizarse con las frecuentes salidas? ?Qu? piensa en el despegue y el aterrizaje? ?Las azafatas tienen miedo? ?Qu? se les pasa por la cabeza cuando surge una emergencia? ?C?mo establece las relaciones con la tripulaci?n? ?C?mo lidia con los pasajeros m?s dif?ciles? ?Cu?les son los defectos de los pasajeros? ?Qu? es la pilotite? ?Cu?les son los distintos tipos de enfoque en el avi?n? ?Y las distintas tipolog?as de pasajeros? ?Cu?les son los consejos para afrontar un viaje y qu? meter en la maleta? ?En qu? consiste el Manual de supervivencia de a bordo? En este libro hallar?s las respuestas a estas preguntas y a tantas otras. Marina Iuvara VIDA DE AZAFATA Una vida de vuelos El mundo es mi casa Traducci?n de Andrea P?rez Garc?a Trabajo con derechos de autor - todos los derechos reservados - cualquier divulgaci?n o reproducci?n, incluso parcial, est? prohibida a menos que est? expresamente autorizado Copyright © 2019 - Marina Iuvara Esta obra es la revisi?n de la primera edici?n de «Vida de azafata». Han transcurrido varios a?os desde la primera publicaci?n de este libro, as? que he decidido actualizarlo y completarlo. Bienvenidos a bordo: this is the next flight. Marina Iuvara ?ngeles del aire Mujeres independientes, uniformadas, que dan la vuelta al mundo. Iconos glam de la libertad. Mujeres, en su mayor?a, que ejercen una profesi?n con caracter?sticas ?nicas, y por ello es fuente de alegr?as y satisfacciones irrepetibles, aunque tambi?n est? repleta de complejas consecuencias y de reflexiones muy importantes sobre la propia vida. En el imaginario colectivo, las auxiliares de vuelo se identifican tradicionalmente por lo que se ve en el exterior: sus uniformes elegantes, las escalas en cualquier parte del mundo, el contacto y conocimiento de innumerables personas, o las compras en todas partes. Es muy probable que te las encuentres en el aeropuerto junto a todo el equipaje: a?n a d?a de hoy, en ocasiones, se les mira con admiraci?n y un poquito de envidia. «Me habr?a gustado tanto realizar esta profesi?n», piensan en secreto muchas personas, o bien lo contrario: «En la vida podr?a hacer este trabajo». En realidad, las azafatas —los auxiliares de vuelo en general, naturalmente— desempe?an con eficacia y profesionalidad un papel exigente y son, de hecho, un componente fundamental en la l?nea de seguridad del vuelo, capaces de gestionar con pericia y paciencia emergencias de todo tipo; siempre deben estar preparadas para resolver los imprevistos m?s impensables y complicados sobrellevando, adem?s, la distancia de sus seres queridos y de casa, o incluso la compleja gesti?n de su tiempo o los efectos de la diferencia horaria. En este libro he intentado relatar los aspectos menos conocidos y dif?cilmente imaginables. Por estas razones, lo dedico a todas nosotras. Introducci?n La figura de la azafata aparece por primera vez en los a?os 30 en una aerol?nea estadounidense. Al principio, muchos dudaban de la utilidad de este papel: mujeres fr?giles y atractivas cuyo peso no deb?a superar los 52 kilos, su altura los 163 cent?metros, de menos de 25 a?os, vestidas con el mismo uniforme, rigurosamente graduadas en enfermer?a, que invitaban amablemente a los pasajeros a ocupar su asiento en el avi?n. Con el paso de los a?os, su figura y su papel han sufrido numerosos cambios. En 1940, tras el ataque a Pearl Harbour, fueron reclutadas en aviones militares para servir a su patria. En 1950 se redact? el primer manual de la azafata perfecta: fuerte como un soldado, cari?osa como una madre, disponible como una geisha, informada como una gu?a tur?stica. En los a?os 60 y 70, las azafatas fueron motivo de orgullo por representar a las compa??as a?reas y se les compar? con modelos. Eran vistas como mujeres dotadas de belleza, deseables y envidiables, que ten?an la posibilidad, no al alcance de cualquiera, de viajar y de conocer el mundo. En 1960, en el peri?dico New York Times, una estad?stica estadounidense describi? a las azafatas como «mujeres perfectas» porque, tras caminar 300 millas entre los sillones de aqu? para all?, parec?an muy experimentadas y demostraban su resistencia al cansancio. Con la llegada de la revoluci?n feminista y de las posteriores conquistas en materia de derechos de la mujer, en 1971 se anul? la norma que les prohib?a casarse; en 1974 su sueldo se equipar? al de los hombres; en 1975 se elimin? la prohibici?n de maternidad, y en 1979 se suprimieron los l?mites de peso. A d?a de hoy, la principal responsabilidad de una azafata es garantizar la seguridad de los pasajeros a bordo de los aviones, as? como de asistirlos durante el vuelo. Prefacio Perfectamente formadas en el ?mbito de la seguridad a?rea, facultadas y con titulaci?n en primeros auxilios, competentes en lenguas extranjeras, h?biles nadadoras, de aspecto pulcro, sonrientes, bien educadas, las azafatas sienten la necesidad de tener, adem?s de buena predisposici?n para las relaciones interpersonales, un excelente equilibrio emocional y un fuerte sentido pr?ctico. El estilo de vida es fren?tico, el trabajo es extenuante y estresante, tambi?n debido a la diferencia horaria, el entorno en que trabajan est? presurizado y el suelo sobre el que se mueven en su jornada laboral no siempre est? en posici?n horizontal, y aun as?, proceden con un gran control de s? mismas, y siempre deben estar preparadas para desenvolverse en situaciones imprevisibles. Las azafatas est?n en contacto con personas de todas las etnias, culturas, educaci?n, procedencia y personalidades. Se encuentran con ni?os espl?ndidos como los rayos del sol o, a veces, a otros m?s turbulentos que las propias turbulencias, personas de avanzada edad a las que deben tratar con tacto y sensibilidad, personalidades que requieren discreci?n y confidencialidad, hombres de negocios, grupos de turistas alegres y despreocupados, rom?nticas parejas en su luna de miel, enfermos a los que cuidar, migrantes de pa?ses lejanos, profesantes y seguidores de diversas creencias. Todos deben ser tratados con diligencia y profesionalidad. Asimismo, deber?n encargarse de las urgentes tareas que hay que finalizar antes de cada despegue y aterrizaje, cumplir las medidas de seguridad y las funciones y requisitos al respecto, atenerse a las jerarqu?as exactas que deben respetar, esforzarse antes las m?ltiples peticiones que deben conceder; est?n sometidas a los largos y continuos per?odos lejos de casa, y a unas relaciones sociales privadas que se vuelven dif?ciles debido a las peculiares ausencias marcadas por esta actividad profesional. No son pocas los facetas onerosas de esta profesi?n ?nica: como m?nimo son inimaginables y desconocidas para muchas personas que las observan desde el exterior. Y aun as?, todas las azafatas, a pesar de todo, sienten principios de melancol?a y nostalgia cuando no vuelan. Fant?sticas postales inundan sus pensamientos ante cada rotaci?n e incluso el vuelo m?s dif?cil es una experiencia enriquecedora. El sushi japon?s, la arena de las Maldivas, los rascacielos de Nueva York, la movida argentina, la alegr?a brasile?a, los cielos de Londres y los perfumes parisinos asoman en el horizonte, cobran vida y regalan emociones inigualables, a pesar de hallarse en restringidos espacios de existencia, a pesar de estar plagados de cansancio por la diferencia horaria, a pesar de ser m?s y m?s apresurados por el poco tiempo disponible. Los atardeceres vistos desde lo alto, sobre las nubes, son imponentes. Y a bordo de los aviones sucede y puede suceder de todo: muchos pasajeros destacan por su clase y estilo excepcional, otros resultan ser menos elegantes, otros despiertan ternura. Tambi?n se da el caso de personas que pierden el control, se ponen nerviosas y se estresan: muchas necesitan apoyo mediante reflexiones psicol?gicas porque sufren patolog?as aerof?bicas o claustrof?bicas. De manera excepcional, por ejemplo, sufrimos los episodios de aquellos que, por emborracharse, amenazan con ponerse violentos. El espectro de posibilidades es muy amplio. En realidad, el m?s peque?o o aparentemente insignificante episodio o incidente en el avi?n puede transformarse en algo que requiere la m?xima atenci?n. Los que necesitan cuidados deben ser asistidos de manera inmediata y, con frecuencia, las emergencias m?dicas se resuelven brillantemente. Y, pr?cticamente en todos los vuelos, de forma inevitable, se viven conmovedoras experiencias impregnadas de una profunda humanidad y solidaridad. ?C?mo reconocer a una azafata? Echa un vistazo a los objetos que posee en casa: ?no entiendes qu? son?, ?para qu? sirven?, ?de d?nde proceden? Observa las fotos que exhibe: ?parece que los escenarios pertenecen a otra parte del mundo? Investiga si ha probado el pollo frito de los puestos de Bangkok, frecuentado los mejores restaurantes franceses y utilizado el room-service frente al espejo de un lujoso hotel. Presta atenci?n a los horarios en que come o duerme: ?no respeta los ritmos habituales? Obs?rvala a la hora de comer: ?suele comer de pie, pero no ve la hora de sentarse? Comprueba su frigor?fico: ?ha metido vasos de pl?stico al lado de las botellas de agua? Preg?ntale d?nde ha comprado una de las prendas que lleva: ?tendr?as que coger un avi?n para tenerla t? tambi?n? ?No puede renunciar a ese par de vaqueros de pata de elefante que encontr? en Oxford Street en Londres, conoce las fechas de rebajas de Gap en Nueva York, compra vestidos de marca Gucci en los outlets de Miami, los bolsos de Louis Vuitton rebajados en Tokyo, el palmito para la ensalada en Argentina, el zumo de acai, el pan de queso y la tapioca en Brasil? ?Solo se da unos reflejos en su peluquero favorito en S?o Paulo, o en su defecto en Mil?n? ?Est? convencida de que las cremas de Tel Aviv y los champ?s org?nicos que venden en Toronto son los mejores? Obs?rvala con atenci?n: ?se quita los tacones a la m?nima de cambio? (los cuales deja bajo la mesa o en el coche). Echa un vistazo en su zapatero: ?no faltan zapatos de sal?n del mismo color? ?Habla con excesiva desenvoltura de lugares que para ti solo son accesibles en tus fantas?as o de los que no bastar?a con una vida para visitarlos todos? Preg?ntale cu?l es el lugar m?s interesante y atractivo de todos los sitios que ha visitado: ?el sof? de casa es el primero de la lista? Preg?ntale sobre las noticias de actualidad, ya sean culturales o pol?ticas, pero sobre todo sensacionalistas: ?siempre est? puesta al d?a? Comprueba el contenido de su bolso: ?puedes encontrar los objetos m?s dispares para cualquier emergencia? (lima de u?as, maquillaje, una linterna peque?a, paraguas, GPS, c?mara de fotos, ordenador port?til, pantis de repuesto, cepillo de dientes). ?Posee una infinidad de n?meros de tel?fono y contactos de compa?eros y conocidos, pero no se acuerda del lugar, a?o y modo en que se conocieron o quedaban? ?Cada vez que huele a humo identifica de d?nde procede y se dispone a buscar el extintor m?s cercano? ?Reconoce a primera vista cualquier tipo de car?cter y social de cada persona y logra relacionarse con todas ellas, de la m?s joven a la m?s anciana? ?No se acobarda si tiene que auxiliar a alguien en apuros? ?Sabe socializar de manera brillante en toda ocasi?n aunque le encanten los momentos de soledad? ?No siente ni una pizca de esa sensaci?n repentina en el est?mago que te da en cuanto el avi?n empieza a despegar? Fisgonea en su habitaci?n: ?siempre tiene una maleta de mano preparada para una salida abrupta?, ?consigue meter todo lo que podr?a necesitar para m?s de una semana en poco espacio?, ?no se confunde si solo la avisan con una hora de antelaci?n para hacer un viaje inesperado de Roma a Caracas? Si todas las respuestas resultan afirmativas, no tengas la menor duda: se trata de una «MUJER CON ALAS». Que tengas un buen vuelo C?mo sol?amos ser Regreso a mi tierra, Sicilia, al menos dos veces al a?os, para las fiestas y durante el verano, siempre y cuando los turnos y los d?as de descanso lo permiten. Viajar en avi?n se ha convertido en algo normal para m?, forma parte de mi trabajo. Aunque hayan pasado muchos a?os, cada vez que llego, adem?s de un intenso aroma a azahar que impregna los naranjos y el viento de siroco procedente de ?frica, me arrollan los recuerdos de mi infancia. Hoy es un jueves de julio: treinta y seis grados es lo normal. Durante el verano, esta tierra es c?lida, luminosa y soleada: todo parece m?s lento y cuesta mantener un estilo de vida din?mico debido a esta temperatura que a m? me encanta, si bien a veces resulta agobiante. Los rayos de sol besan cualquier espacio libre de la piel, penetran hasta los huesos, a menudo me revitalizan, y otras veces me relajan al punto de aturdirme para despu?s dormirme. La «pausa de la tarde» es normal en esta regi?n e interrumpe la productividad diurna. Escucho el sonido repetitivo y casi hipn?tico de las aspas del ventilador, apoyado en un antiguo arc?n; su brisa contrasta con el aire c?lido y bochornoso de esta tarde de cielo azul, exento de nubes. Por la noche, la temperatura sufre un ligero descenso, y un amable y ligero viento refresca el clima nocturno. Me alojo en casa de mis padres, y cada detalle en el que mis ojos se detienen trae a mi mente escenas vividas y recuerdos ahora lejanos. Vislumbro una falda de seda de color crema con delicados bordado de un tono ligeramente m?s claros, colgada del armario de estilo Luis XVI que mi madre escogi? hace m?s de 40 a?os para amueblar su dormitorio, y que desde entonces sigue igual, inmutable con el paso del tiempo; yo, en cambio, s? me doy cuenta de lo distinto que es de cuando me agazapaba bajo las mantas de su cama para escuchar los cuentos que me contaba antes de irme a dormir, y distinto tambi?n, un mont?n de a?os atr?s, de cuando era adolescente, cuando me probaba a escondidas sus collares m?s preciados, y me miraba en el gran espejo con el marco dorado, colocado en el centro de la habitaci?n, mientras bailaba libre y espont?neamente yo sola, como una «desvergonzada», como dir?a mi padre si me hubiera visto. Recuerdo que ten?a un camis?n de color id?ntico al de mi madre, y me encantaba pon?rmelo por la sensaci?n de ligereza y frescura que me daba durante los d?as m?s h?medos. Por la educaci?n que recib?, esta indumentaria solo se me permit?a en casa, y si me lo pon?a, deb?a tener cuidado de bajar las persianas a fin de evitar las miradas indiscretas del exterior, porque el balc?n daba a un gran patio. Desde peque?a me han obligado a esconderme y a cubrirme por mi bien, frente a cualquier persona. Poco a poco, sembraban en mi alma gotas de pudor, d?as tras d?a. «?T?pate! ?T?pate, que van a verte!», o?a c?mo me dec?an si alguna vez me demoraba visti?ndome en mi habitaci?n y se me olvidaba cerrar las cortinas. Hasta la fecha, antes de quitarme la ropa, compruebo que todo est? cerrado y que nadie pueda verme, pero esto no se lo he confesado jam?s ni a Valentina, una buena amiga con la que he compartido piso durante a?os cerca del aeropuerto, en la ciudad donde resido actualmente: Roma. De peque?a obedec?a las reglas rigurosamente para evitar los castigos, que sol?an ser excesivamente severos. Imperaba una austeridad de puntos de vista y tradiciones que se transmit?a de generaci?n en generaci?n. Mi t?a Carmela, apodada Lina, contaba que la primera vez que se os? a decir una palabrota, la invitaron a abrir la boca y a sacar la lengua. «Qu? juego tan extra?o» pens?. Su madre, mi abuela, cogi? una de las horquillas que sujetaban el largo cabello que llevaba recogido y se la clav? en la lengua. Vistas las consecuencias, pocas hijas y nietas de mi familia dicen palabras malsonantes, aunque, en los momentos pertinentes, las piensan. Estoy de vacaciones en Catania durante semana, y me reencuentro con antiguos sabores, olores y sensaciones. Me recibe la sonrisa radiante de mi madre, que se contiene para no abrazarme tan fuerte como le gustar?a, quiz?s por miedo a estrujarme. Acaricia de manera repetida mi pelo negro como la pez, similar al suyo, largo por debajo de los hombros, suelto, para liberarlo de las restricciones impuestas por las normas de mi trabajo. La piel de mi madre es blanca y delicada, suave como la arena, y huele a p?talos de rosa mezclados con c?tricos. Siempre me encuentra muy consumida (pese a tener, bajo mi punto de vista, al menos uno o dos kilos extra respecto a mi peso ideal ut?pico), as? que me invita a comer los manjares que empez? a cocinar el d?a anterior, casi oblig?ndome a consumir lo que me sirve en el plato de forma desproporcionada. Hoy ha preparado mis platos favoritos: linguine1con tinta de calamar y pez espada en papillote. Nunca se cansa de observarme y mimarme, euf?rica y emocionada ante la mera idea de volver a verme. Mis t?as y primas tambi?n me demuestran su afecto con cada detalle siempre que nos reecontramos, ansiosas por o?r todo sobre mis viajes y mi trabajo. Yo soy, en su imaginaci?n, una parte de su mundo que se ha marchado a otra: ese mundo de sue?os frente a una revista, atractivo aunque descrito como peligroso, tentacular, capaz de corromperte de forma irreversible. Yo era esa a la que, al igual que a ellas, le brillaban los ojos y un d?a se march?. Yo soy la prueba viviente de que el mundo s? te cambia, aunque sigas siendo t? misma, porque eso solo depende de c?mo seas en tu interior. Y ellas son, para m?, lo m?s importante que he aprendido de todos mis viajes: que solo puedes marcharte lejos si tienes en tu interior un lugar del que te has ido y al que puedes regresar. He aprendido que podr?s estar en cualquier parte, pero solo te quedar?s de verdad donde se hallen tus ra?ces emocionales. Se quedan fascinadas con las fotos que he hecho en Nueva York y les gustar?a venir conmigo a visitar la Gran Manzana. Tambi?n desean que las lleve a Hong Kong para dar una vuelta por el Stanley Market o el Lady’s Market, los mercados nocturnos de los que les he hablado tantas veces con entusiasmo, o visitar Casablanca, donde encontramos la Medina, con sus colores y sus especias, donde la menta para t? tiene un sabor y un aroma m?s fuerte que la nuestra, o catar los estupendos d?tiles que les di al regresar de un vuelo. O pasear conmigo por los callejones abarrotados de Shanghai, inmersas en la variopinta multitud y los miles de colores que trato de describir, aunque nunca consigo hacerlo como me gustar?a. Destacan por su gran hospitalidad, un arte natural de acogida transmitido a trav?s de los siglos, y siempre me saludan con el habitual pellizo en la mejilla, apretando no precisamente de forma delicada en ambos lados, y con un abrazo al que le sigue la misma frase en dialecto que cuando era peque?a: «?Mi sangre! ?Mi dulce ni?a!». Mi padre, aunque se alegra de volver a verme, siempre es muy callado, poco comunicativo y extremadamente reservado. Tenemos el mismo color de ojos, azul cer?leo, pero en los suyos, un ligero matiz viol?ceo trasluce constantemente reflejos que a veces me entristecen. Es propenso a hacer previsiones desfavorables, impregnadas de ansiedad y preocupaci?n, como mi mejor amiga Stefania, que tambi?n es siciliana. Es un hombre muy culto, le encanta estudiar y siempre est? al d?a de todos los sucesos sociopol?ticos actuales. De modales discretos y comportamiento formal, se encierra en su estudio durante horas, pero a la hora de comer y de cenar siempre se sienta con nosotros a la mesa. Lo que mis padres, parientes y la sociedad en que he crecido me han ense?ado es la gran importancia de la familia, el respeto de las normas y, en particular, el v?nculo inquebrantable del matrimonio: un valor que siempre hay que defender, a toda costa, a menudo con enormes sacrificios. Una uni?n que hay que preservar en cualquier caso, a pesar de la presencia de problemas, que siempre se deben superar o reprimir y, en ocasiones, hasta ignorar. Este v?nculo indisoluble posee un car?cter sagrado que solo la muerte puede disolver. «Hasta que la muerte nos separe». Una promesa que no puede incumplirse desde el momento en que se hace. Un compromiso riguroso y constante, apropiado para conservar de manera s?lida las ra?ces de la familia. No son solamente el sentimiento de afecto, la ceremonia oficial o el profundo deber que te inculcan con la educaci?n desde peque?a lo que une la relaci?n matrimonial, el juicio apremiante de la sociedad en la que vives tambi?n te induce y trabaja asiduamente para mantener ?ntegro el v?nculo familiar. En la pareja, la figura femenina tiene un papel muy importante: la devoci?n al marido y a los hijos es absoluta. El hombre se compromete a desempe?ar el papel de cabeza de familia del mejor modo posible, tiene la obligaci?n de hacerse cargo de la tutela y apoyo de la misma. Devoci?n y obligaci?n, amor y respeto. No importa si faltan los dos ?ltimos t?rminos, suelen desvanecerse. El matrimonio es algo con lo que puedes contar para toda la vida, los hijos son el bast?n de la vejez, no se permite su fin, o es solo una locura, algo que va «contra el orden establecido» que debe evitarse, cueste lo que cueste. En el rito del matrimonio, la declaraci?n de fidelidad es una promesa que se cumple en su totalidad. Estas son las normas que me inculcaron desde peque?a. Mi destino, estaba convencida, respetar?a tales ense?anzas. Recib? una educaci?n muy estricta, compuesta de actitudes autoritarias, ?rdenes, obligaciones y castigos sin tener la posibilidad de replicar o de pedir aclaraciones, as? que llegu?, en mi adolescencia, a tener serias dudas y confusi?n sobre qu? era realmente correcto o terriblemente err?neo. Las f?rreas reglas segu?an las directivas educativas que impartieron a mi padre en los a?os 40, sin tener en cuenta los profundos cambios ocurridos ni los movimientos del 68, en los que fui part?cipe solo con mi nacimiento. A pesar de todo, la revoluci?n social de los a?os 70 parec?a no rozar, ni por asomo, nuestra realidad. Todo era blanco o negro, correcto o incorrecto, permitido o prohibido, y no exist?an colores intermedios, excepciones, puntos intermedios. Bajo mi punto de vista, los modelos y estilos de vida que se segu?an eran anticuados y desfasados. Para m?, el blanco y el negro solo eran los extremos de una amplia gama de colores y, aun as?, las ense?anzas deb?an seguirse sin r?plicas ni oposici?n. Desde la orientaci?n escolar hasta la amistad, pasando por horarios, a qu? lugares ir, ropa, deporte… Todas las decisiones se basaban en el parecer, tendencias y gustos que no eran no m?os —y ni siquiera se parec?an a mis inclinaciones—, sino de mi padre. ?l deliberaba con qui?n pod?a salir tras una cuidadosa selecci?n precedida por una reuni?n de presentaci?n a la que los elegidos deb?an someterse. Tantas veces me pregunt? cu?l ser?a mi camino, qu? era verdaderamente importante, cu?les eran mis aut?nticos deseos y objetivos, y a menudo mis respuestas eran totalmente contrarios a las impuestas por mis padres, que seguramente ten?an una buena intenci?n para una mejor formaci?n de mi persona, pero que reflejaban solo unos sue?os: los suyos. Acataba obedientemente las «indicaciones sugeridas» y a menudo me daba cuenta de que estaba desempe?ando un papel que seguramente gustaba a los dem?s, pero no a m?, y sent?a c?mo nac?an y se desarrollaban deseos que no representaban el papel que interpretaba, y que no podr?a revelar, porque sab?a que no ser?an bien recibidos: me fascinaban la libertad y la independencia, los viajes y los lugares lejanos. Casi siempre he intentado guardar bajo llave estos deseos y sue?os, como en un caj?n, con un gran candado, dentro de m?, dentro de mi mente, dentro de mi coraz?n, que lat?a con fuerza por aquellas atracciones que se consideraban demasiado desaprensivas e inconvenientes. A menudo ahogaba mis sue?os de viajar, de querer vivir en el extranjero, distanciarme de mi familia para irme a vivir sola, y as? los ten?a bien aprisionados y escondidos; en el interior de aquel caj?n no percib?a los gritos ni dolor alguno provocado por la tristeza de tal renuncia. Estaba orgullosa de haber encontrado un lugar seguro para ellos y, al quedarse en aquel lugar tan oscuro, no ten?a la posibilidad de visualizarlos de forma consciente. No deseaba que mis aut?nticas pasiones salieran a la luz y no quer?a, ni mucho menos, que existieran, porque no traer?an m?s que problemas en cuanto se hicieran p?blicas. No solo ser?an una decepci?n, sino que, de cualquier modo, no habr?an tenido una vida f?cil y ser?an truncadas nada m?s nacer. Mi padre, abogado, estaba seguro de que seguir?a sus pasos. Viv? as? gran parte de mi adolescencia, sin gran sufrimiento, y superaba los problemas brillantemente gracias a mi ingenioso m?todo secreto, es decir, ahogando y escondiendo mis verdaderos deseos y tratando de complacer a los dem?s. Un d?a, sin embargo, uno de los muchos cajones se llen? demasiado y para una mayor seguridad y con mucho esfuerzo intent? ponerle otro candado. Inesperadamente, revent?, se abri?, escuch? gritos, llantos, sollozos, como si pertenecieran a una ni?a que, pidiendo auxilio, suplicar salir, ser ella misma. Una vez m?s, cerr? el caj?n por la fuerza. Pero aquellos sonidos y aquellas im?genes trataban de salir y liberarse. Eran insoportables. Mi coraz?n lat?a cada vez m?s fuerte para abrumar todo y aturdirme para olvidar. ?Era un caj?n, solo uno! Hab?a hacinado en ?l tantos sue?os, pensando que as? podr?a ser una mujer serena y feliz. ?Tendr?a que haberme preocupado? ?Qu? habr?a pasado de haberse abierto una vez m?s, y puede que otra de nuevo? Eso me aterrorizaba, pero no puedo obviar que empez? a tentarme cada vez m?s. Un d?a me pregunt? qui?n era yo en realidad. Me pregunt? a d?nde me dirig?a y qui?n hab?a escogido mi camino. ?Qu? descubrir?a al abrir el caj?n? ?Podr?a revivir mi verdadera esencia reducida a agon?a por el condicionamiento externo? ?Ser?a capaz alguna vez de superar mis debilidades y de afrontar mis miedos? Soy una persona optimista, amo la vida; soy sociable y considero que la amistad es tan importante como fundamental. Entre mujeres, no obstante, no es raro que se creen sentimientos desagradables e in?tiles a la par como la envidia y los celos. Por ello, encontrar la solidaridad especial y la complicidad que une de verdad se vuelve sumamente raro. No es f?cil encontrar a una aut?ntica amiga, pero cuando se tiene, la suerte, el orgullo y la competici?n desaparecen, nace un respeto absoluto y crecen la confianza ciega y la lealtad. La uni?n se torna indisoluble; la amistad se convierte en un bien que hay que proteger de acontecimientos negativos, improbables, raros y excepciones que tendr?an la fuerza de debilitarla, pero que, normalmente, no son rivales para el agradable bienestar que se siente al estar unidas, al confiarse los secretos m?s ?ntimos, al compartir las risas, las pruebas de la vida, las emociones, as? como las cr?ticas mutuas y encontrar soluciones comunes. El objetivo principal es la uni?n y la fuerza de la pareja. Conozco a una persona especial que muestra estas caracter?sticas. Stefania no es solo una amiga, a veces hace de madre que da consejos, a veces es la hija a la que doy mi amor; puede parecer extra?o, pero verla desempe?ar el papel de la novia celosa no es inconcebible, sobre todo si la desatiendo un poco, pero siempres es la espalda sobre la que apoyarse, una palabra de consuelo, el respeto a mi silencio, la comprensi?n de mis debilidades, as? como un dulce carga a los hombros. Stefania tiene un f?sico atl?tico, es muy alta, algunos cent?metros m?s que yo. Su cabello es casta?o y brillante, con matices que tiran al rojo oscuro, parecidos a los de la madera de amaranto, que normalmente lleva recogido en una trenza que se mueve sinuosa sobre su espalda. Suele vestir de forma casual; en su vestuario lo pr?ctico tiene prioridad. Yo, por el contrario, prefiero ponerme prendas m?s femeninas, que a su parecer son cursis y finolis. Su exuberante sinceridad combinada con una rectitud natural da pie, en ocasiones, a comentarios despiadados. A pesar de que cientos de kil?metros nos separan, s? que siempre puedo contar con ella, y viceversa. Nos aguantamos, nos criticamos con obstinaci?n, nos condenamos con dureza, nos elogiamos y nos mandamos a la… siempre con mucho cari?o, y no podemos vivir la una sin la otra. La seguridad rec?proca hace especial esta amistad aut?ntica, un ingrediente que a menudo se echa en falta en las relaciones amorosas. Tenemos en com?n una gran pasi?n: cabalgar hacia metas lejanas. Siempre me ha encantado viajar, me proporciona una sensaci?n de felicidad. Cuando me alejo de todo y de todos y me encuentro en diferentes dimensiones y zonas horarias, es como si pudiera evaluar el resto «desde fuera»: desde la distancia, con un alejamiento f?sico y mental efectivo. Tiziano Terzani escribi?: «Nuestro destino nunca es un lugar, sino un nuevo modo de ver las cosas», y para m? es as?, y para todos nosotros tambi?n. Cuando viajo consigo mirar mejor en mi interior, ver claramente qui?n soy, c?mo mejorar. Es como si el mundo se alejara con todos sus problemas, cambiara de horizonte, y yo recobrara mis fuerzas, mis energ?as. Al alejarme de la vida rutinaria real, un chute de adrenalina me fortalece tanto que me da una vitalidad y positividad enormes, y me ayuda a encontrar las respuestas correctas. Viajar es una evasi?n a mundos que no son los m?os, es una alegr?a que siempre me proporciona una sensaci?n de libertad embriagadora y que me ayuda a descubrir parte de mi autonom?a. Hace tiempo que cumpl? ese gran deseo que tengo desde peque?a: me convert? en azafata. Han pasado a?os, pero recuerdo como si fuera ayer el momento en que decid? dar un nuevo rumbo a mi vida. Ese d?a est? grabado en mi memoria. Estaba con Stefania. Quiero ser azafata —?Basta, estoy harta! Mario se ha vuelto insoportable, ha llegado a perseguirme hasta cuando me tomo un caf? con mis amigas, no quiere que vaya al gimnasio y hasta me proh?be saludar a mi ex. Quiero pensar m?s en m? misma y ser independiente. ?Por qu? no creamos algo nuestro y abrimos un negocio juntas? ?Qu? contemplas para el futuro, Anna? ?Qu? trabajo te gustar?a tener? —eso me dijo Stefania en nuestra cita habitual matutina para tomarnos un caf? en el «Bar della Finanza», enfrente de casa, disgustada ante su perspectiva de futura ama de casa, mucho m?s codiciada por el celos?simo novio que por ella. Nunca me hab?a hecho esa pregunta en serio, ni tampoco hab?a hecho futuros proyectos laborales bien definidos. Tras finalizar la educaci?n secundaria y matricularme en la Facultad de Derecho de la universidad, dado que las asignaturas cient?ficas no eran mis favoritas, busqu? un empleo de secretaria para poder costearme los estudios y darme alg?n peque?o capricho. De modo que, todas las ma?anas, me levantaba a la misma hora y, tras un rapid?simo desayuno, me lanzaba al ca?tico tr?fico de la ciudad enfrent?ndome a tres cuartos de hora de interminable fila en los sem?foros y a las ruidosas hileras de coches que, en los cruces, trataban de adelantarme por todos lados para ahorrarse un pu?ado de minutos necesarios y as? llegar a tiempo a la oficina. Cada d?a, en la avenida Barriera del Bosco, donde me hallaba atascada en el caluroso punto clave habitual, el sem?foro, durante al menos unos quince minutos, me encontraba a menudo con el mismo hombre: un indigente, sentado siempre sobre un peque?o mont?culo de tierra levantado con sus manos. Acurrucado bajo la sombra de un ?rbol, observaba aquel interminable vaiv?n, siempre igual, d?a tras d?a. La mirada de este individuo era serena y contemplaba una realidad lejana a la suya: todos aquellos hombres, mujeres y ni?os que pasaban, aprisionados, dentro de sus coches. ?l era bastante discreto, como si no quisiera que se notara que estaba all?, mirando con atenci?n, sorprendido por encontrar cada d?a los mismos rostros nerviosos y agotados, los mismos coches atascados unos detr?s de otros, haciendo rompecabezas siempre distintos, y todos esos cl?xones en se?al de protesta. Creo que se preguntaba lo dif?cil que resultar?a a esas personas encontrar la tranquilidad que ?l parec?a haber alcanzado. Sus pupilas se mov?an atentamente y dirig?an una mirada que rozaba la benevolencia y la indulgencia a aquellos numerosos conductores que, a su vez, con compasi?n y desprecio, lo escrutaban a ?l y a sus harapos, depositados sobre la hierba, a menudo mojada. Cada ma?ana, me preguntaba qui?n estaba realmente chiflado: yo, una conductora de los nervios, o ?l. Pens? todo la noche en la pregunta que me hizo Stefania sobre mi futuro. La respuesta lleg? a ?ltima hora de la tarde, a la hora habitual en que regresaba del trabajo dentro de mi «cochecito», tras evitar un choque frontal con un imb?cil que se hab?a cruzado por delante tras una interminable jornada de trabajo lidiando con un jefe pendenciero amante de los abusos, y con compa?eros falsos y prevaricadores a los que habr?a evitado con gusto. Tras salir del edificio, abandon? aquel aparcamiento qu? hab?a buscado durante tanto tiempo por la ma?ana, y que consegu? tras haber discutido de forma bastante violenta con un maleducado convencido de que hab?a visto el hueco antes que yo, que me ordenaba groseramente que me marchara obstruy?ndome el paso. Aquella tarde me encontr? un ara?azo en la carrocer?a y el limpiaparabrisas posterior girado de mala manera. Cada d?a, al llegar a casa exhausta, pon?a las cosas en orden y preparaba r?pidamente la cena a causa del hambre fam?lica que lograba hacer callar temporalmente cogiendo del frigo las sobras fr?as del d?a anterior y unos trozos de queso amarillento, porque, en un descuido, el envoltorio de pl?stico se qued? abierto. —?QUIERO VOLAR! —grit? de repente—. ?S?! ?Ya lo s?! ?Quiero volar! Lo que me seduc?a de lejos era evitar las mismas rutinas cotidianas, el tr?fico de la ciudad, el ver siempre id?nticas caras y los mismos lugares. Me encantar?a entablar relaciones con gente distinta cada vez, cambiar mis espacios, ampliar mi mentalidad, tener la posibilidad de recorrer el mundo y deleitarme con recetas de la gastronom?a internacional. Lo pens? mientras me com?a un cracker y la ?ltima oliva que me quedaba. Mi sue?o era volar, quer?a ser azafata. Llam? a Stefania de inmediato. Stefania se entusiasm? con la idea y me anunci? que ella tambi?n querr?a hacerlo; su ?nica preocupaci?n era encarar a su novio. Tiempo despu?s, con los ojos brillantes y con una p?gina de revista rota en la mano, le?mos atentamente y llenas de fervor las siguientes indicaciones: C?mo convertirse en azafata Una azafata es sin?nimo de confianza y dedicaci?n, estilo y cordialidad, extraordinarias capacidades de organizaci?n, tenacidad, resistencia al cansancio y, sobre todo, pasi?n por trabajar para los dem?s, enfrentarse a culturas y pa?ses diversos; estas son habilidades necesarias para hacer frente al trabajo de forma ?ptima. En el proceso de selecci?n se buscan sentido pr?ctico, capacidad de anticipaci?n y resoluci?n de problemas, capacidades racionales, responsabilidad, autocontrol, estabilidad emocional y mental, y buena voluntad ante las novedades. Requisitos: Edad comprendida entre los 18 y los 32. Estatura m?nima: 164 cent?metros para las mujeres y 172 cent?metros para los hombres. Nivel de estudios: t?tulo de educaci?n secundaria. Idiomas: italiano y nivel excelente de ingl?s, preferentemente, conocimiento de una tercera lengua. Buenas capacidades atl?ticas y nadadoras. Ausencia de tatuajes visibles. Todo coincid?a con nuestras caracter?sticas y aspiraciones. Pod?amos probar, pod?amos lograrlo. —Mandemos una solicitud a la compa??a a?rea con nuestros curr?culos lo antes posible —dije. Dicho y hecho. Stefania rellen? los formularios de participaci?n a pesar de recibir amenazas veladas por parte de su novio, y juntas preparamos todo, acompa?ado de fotos que sacamos con diligencia y atenci?n. No dije nada a mis padres, porque estaba convencida de que ni aprobar?an ni respaldar?an esta idea. «Venga, hazla, ?hazla ahora!». Hab?amos escogido nuestra vestimenta con sumo cuidado: el estilo es importante en estos casos, el business-dress era lo ideal. «Ci?rrate la camisa, por favor». «No, gira un poco la cara a la derecha y mant?n los brazos ligeramente flexionados con las manos detr?s de la espalda». Tras quitarnos los vaqueros rotos, la camiseta vintage que escogimos juntas en el mercadillo del viernes y las zapatillas color rosa shocking de algod?n de la marca Superga, nos pusimos un horrendo traje de chaqueta azul que hab?amos lucido en la boda de Agata, una pariente lejana, que qued? olvidado en el armario durante a?os; una bonita camisa blanca, pantis transparentes y zapatos del mismo tono que el vestido completaban el conjunto. Nos recogimos el pelo y lo fijamos con laca y gomas el?sticas negra, maquillaje ligero, una radiante sonrisa falsa y andando: «?Haz la foto!». «?Perfectas!». Cosa de un mes despu?s, recibimos las cartas con las invitaciones para participar en las primeras pruebas. Me temblaban las piernas al abrir el sobre; Stefania casi se desmaya. Cogimos un par de d?as para hacer un curso intensivo con el que refrescar nuestro ingl?s, que estaba bastante oxidado. Estaba decidida a convencer a mis padres, al menos para participar en el proceso de selecci?n. Mi obstinaci?n super? la suya; no lograron imped?rmelo y esperaban, como el novio de Stefania, que no consiguiera pasar las pruebas. Cogimos un avi?n para llegar a Roma, la ciudad escogida para nuestro importante encuentro. Stefania ten?a que comprarse un atuendo adecuado para la ocasi?n. Se decant? por un traje de chaqueta negro, bien ajustado, pero un poco r?gido, porque no le proporcionaba naturalidad ni comodidad al moverse; yo arregl? el m?o debidamente. En el avi?n no era la primera vez que contempl?bamos con admiraci?n a aquellas mujeres uniformadas que paseaban con gran soltura y profesionalidad por la cabina, pero aquella vez sent? envidia sana. Justo despu?s de despegar, mir? por la ventana del avi?n. Vi c?mo se encog?an los mismos autom?viles, siempre en fila, que ve?a cada ma?ana de camino al trabajo y apret? con fuerza la mano de Stefania. Pasamos, sin problema, casi todas las pruebas, que se desarrollaron a lo largo de varios d?as, impulsadas por las ganas, las agallas y un entusiasmo inimaginables, vencimos nuestra timidez y demostramos, tambi?n a nosotras mismas, una ins?lita tendencia hacia el liderazgo. La prueba con el psic?logo fue, para Stefy, la m?s dura. Yo fui la primera en entrar a una sala luminosa donde se hallaba un hombre que ten?a la misi?n de ?ltimo examinador, antes del meticuloso reconocimiento m?dico final. Para m? fue una charla agradable y relajante, pero not? que aquel hombre quer?a incomodarme, aunque yo intentaba no ceder a sus intenciones. Estaba feliz. Inesperadamente, y tras una breve entrevista inicial de presentaci?n, afirm? que no cre?a que yo fuera aquella persona positiva, correcta y sociable como me hab?a descrito; le contest? que lo lamentaba, pero que no me preocupaba y que su opini?n, tal vez, se deb?a a que nos hab?amos conocido muy apresuradamente. Me invitaron a participar en la siguiente prueba. Al salir, le gui?? el ojo a Stefy. —Nada de qu? preocuparse, ve tranquila —le dije. Stefania entr? justo despu?s. Pasaron pocos minutos y la vi salir con mala cara. —A la mierda, ?qui?n se piensa que es este maleducado? —Stefania, dime, ?qu? ha pasado? —?No s? qui?n es, pero no quiero volver a tratar con un tipo as?! ?Ha dicho que llevo el pelo desali?ado y que mi ropa es no es adecuada! —?Qu? maleducado! ?C?mo se atreve! —Me ha hecho preguntas inapropiadas, por decirlo suavemente, muy privadas, ?y yo le he respondido que no era asunto suyo! Despu?s me ha dicho: «Pero ?qui?n te crees que eres?». Y yo, llegados a ese punto, encolerizada e hist?rica le he dicho que cuidara sus palabras, y a continuaci?n le he cerrado la puerta en las narices. Era la prueba que comprobaba nuestro grado de tolerancia al estr?s. Con un trabajo con un contacto continuo con el p?blico, esta era una habilidad necesaria. No hace falta decir que no invitaron a Stefania a la siguiente prueba. Regres? a casa pasmada, pregunt?ndose qu? hab?a hecho mal. Su novio fue el ?nico satisfecho con el desenlace negativo de la prueba, y sus preguntas quedaron para siempre sin respuesta. Por el contrario,yo en mi caso inici? un curso de tres meses de duraci?n donde me ense?aron a apagar incendios y a c?mo actuar en caso de emergencia. Estudi?, adem?s, las caracter?sticas t?cnicas de varios tipos de aviones y la composici?n de las tripulaciones, alguna pincelada de medicina para la habilitaci?n en tareas de primeros auxilios y, tras aprobar los ex?menes de t?cnica, medicina e ingl?s de Civilavia (el organismo italiano competente para la concesi?n de patentes), estaba lista para subir a un avi?n desempe?ando el papel que tanto hab?a ansiado: el de azafata. En el curso conoc? a tres chicas y nos hicimos amigas: Eva, Valentina y Ludovica. Compartimos la misma habitaci?n de hotel durante aquel per?odo y, tras ser contratadas, decidimos alquilar una casa en Fregene, una localidad mar?tima situada cerca del aeropuerto de Roma Fiumicino, nuestra base de partida. As? empez? nuestra aventura. Eva, Valentina, Ludovica y yo La casa ten?a dos habitaciones, cada una con una cama de matrimonio, y el ?nico ba?o estaba muy concurrido: era muy dif?cil encontrarlo libre, al igual que el tel?fono fijo. Tratamos de adaptarnos a aquella situaci?n y conseguimos convivir, no sin peque?as diferencias, tratando de cumplir unos peque?os compromisos m?nimos (lo m?s dif?cil era decidir cu?ndo y qui?n ten?a que lavar los platos sucios). Eva ten?a un precioso cabello pelirrojo, ondulado y suave, que se deslizaban sobre sus hombros; sus ojos de color marr?n claro parec?an verdes en d?as muy soleados. Era de complexi?n esbelta y delgada. Proced?a de B?rgamo Alta, como ella dec?a, y ten?a alma de «napolitana aut?ntica», extrovertida y afectuosa; le encantaba su desorden, siempre llevaba una mascarilla en la cara, y a menudo deambulaba por casa con su favorita: arcilla verde ventilada, y usaba aceite de almendras dulces para suavizar el pelo. Ludovica nunca paraba de hablar, y yo no sab?a c?mo detener aquel chorro de palabras que te arrollaba en cuanto abr?a la boca. Ella era rubia con preciosos tirabuzones, ojos de un azul intenso, y tez lisa y clara. Era una mujer de armoniosas curvas. Era ordenada y cuidadosa (?lo contrario a Eva!), vest?a trajes de firma y guardaba sus jers?is de forma individual en bolsas de pl?stico transparente; cocinaba de maravilla. Era de Cerde?a y estaba con un chico, paisano suyo, que a menudo se quedaba con nosotras, lo que a veces obligaba a su compa?era de habitaci?n, Eva, a dormir en el sof? de la sala de estar. A Ludovica le encantaba alisarse el pelo. Yo dorm?a en la habitaci?n con Valentina, una chica llena de vida y entusiasmo, muy sensible, honesta y generosa. Su cabello era oscuro y liso, con corte de casco, sus ojos negros, muy profundos y sensuales, era de f?sico delgado y definido. Por la noche, a Valentina le encantaba quedarse despierta hasta tarde antes de irse a dormir, mejor si estaba en compa??a de su licor de hierbas favorito: Montenegro con hielo. Por la ma?ana tardaba mucho tiempo en el ba?o porque sus lentillas eran un incordio. Est?bamos muy unidas. —Hoy nos han invitado a la fiesta de bienvenida a casa de los pilotos que viven en Via Masotta, frente a nuestra casa —dijo Eva emocionada. —?Por qu? no nos pasamos? —dije. —S? —asinti? Valentina—. Siento curiosidad por conocer mejor a nuestros vecinos. Ludovica fue a secarse el pelo de inmediato, yo me prob? casi toda la ropa que ten?a en el armario y me pregunt? si lograr?a subir la cremallera lateral de unos fant?sticos pantalones azules; Eva se puso su nuevo aceite perfumado de lirio del valle y Valentina se apresur? a maquillarse en primer lugar. Felices, dimos nuestros primeros pasos hacia aquel peque?o mundo que nos pertenec?a, desconocido hasta ese momento: el reino de los «vol?tiles», muy distinto del de los meros «pasajeros», como suelen distinguir quienes trabajan en los aviones. Lo que notamos de inmediato en «ellos» era que conoc?an y frecuentaban lugares que solo hab?amos visitado en sue?os, y la facilidad extrema de llegar hasta ellos debido a la costumbre de viajar; la capacidad de adaptarse a cualquier parte del mundo debido al conocimiento de sus pueblos y territorios, de la cultura y de las tradiciones, la multitud de amistades en diversos lugares que pod?an mantenerse vivas porque te relacionabas constantemente; la apertura mental necesaria para mantenerse en contacto con el mundo y sus habitantes, as? como muchas obsesiones y fijaciones que todos llevaban consigo desde su casa hasta la maleta, su peque?o segundo hogar. «Una vez que os convirt?is en vol?tiles, lo ser?is para toda la vida», nos dijeron en voz baja, como si fuera una verdad oculta, una etiqueta que llevar?amos toda la vida. Entendimos que empezar a «volar» ser?a como vivir dos vidas paralelas que se alternan cada vez que te vas a trabajar y en cuanto regresas a la ?nica realidad privada; es como hablar un nuevo idioma, incomprensible para los dem?s, donde el mundo es tu hogar, y el hogar es tu mundo. Descubrimos que casi todas las noches se organizaba algo. ?ramos una especie de gran familia que se reun?a con los que regresaban de los vuelos y descansaban entre turnos, pero si hab?a que salir al d?a siguiente, promet?amos, todas las veces, acostarnos temprano para evitar los molestos dolores de cabeza y n?useas matutinas que, volando, se duplicar?an con la altitud y el aire acondicionado. Durante el trabajo hab?a que ser impecable, los vuelos y los pasajeros a los que nos enfrentar?amos ser?an una prueba dura, lo sab?amos bien. Tras firmar el contrato de trabajo en la amplia sala de un majestuoso edificio y, con gran sorpresa, al designar al beneficiario de la p?liza de seguro en caso de fallecimiento, nos dimos cuenta con gran emoci?n de que nosotras tambi?n nos convertir?amos pronto en «vol?tiles voladores». El primer vuelo El primer vuelo es inolvidable para cualquiera. Me asignaron un turno hacia Par?s, estaba s?per emocionada, cohibida por entrar por primera vez en aquel avi?n, completamente vac?o, listo para acoger a nuestra tripulaci?n antes que a los pasajeros. Empec? a conocer los «secretos del galley», que era una especie de cocina de a bordo, donde se encontraban los microondas para calentar los platos, el frigor?fico para mantener las bebidas fr?as, todos los carritos con la comida, la zona destinada a contener la basura y los equipos necesarios para la evoluci?n del vuelo. En esta zona se prepara todo el servicio antes de su inicio, y para las azafatas, es el lugar m?s confidencial e ?ntimo, el ?nico lugar lo suficientemente discreto para conceder unos cuantos minutos de aislamiento de los pasajeros, gracias a una cortina que regala valiosos momentos de privacidad en vuelos excesivamente largos: en este lugar, a menudos se cuenta y desvelan secretos y confesiones en voz baja, es el «cofre de las confidencias» de las azafatas. Comprob?, junto a la tripulaci?n, que todo se hubiera limpiado de forma minuciosa, que el c?terin hubiera abastecido adecuadamente todos los carritos, los microondas y el frigor?fico, que los equipos y las luces de emergencia fueran eficientes y estuvieran en orden. Yo era todo lo contrario a mis compa?eras, deshinibidas y seguras a cada paso, convertidas en veteranas de la empresa», as? se les llama. En el curso vimos todas las puertas, carros y cajones hacinados en el interior del avi?n; eran interminables, completamente llenos de material necesario para el buen desarrollo del vuelo. Decid? abrirlos para ver qu? conten?an y memorizarlos para usarlos con mayor rapidez. Los cerr? y olvid? la posici?n y el contenido de cada uno, eran demasiados, todos iguales por fuera. Lo hice numerosas veces. A menudo la suerte me ayudaba a adivinar la ubicaci?n de lo que estaba buscando, otras veces, me rend?a al no lograr encontrar los vasitos de pl?stico despu?s de una victoria parcial con las bolsitas de caf? y la leche en polvo. Creo que los antifaces para dormir cambiaban de lugar en cada vuelo, casi como un truco de magia: despu?s de verlos en un caj?n, o eso pensaba, los encontraba en otro. Me miraba la falda que apenas cubr?a la rodilla, los pantis lisos y transparentes que hasta ese momento no hab?a utilizado antes, los zapatos de estilo cl?sico de piel, del mismo tono que el bolso, con tac?n tambi?n de estilo cl?sico; una camisa bien planchada, pa?uelo al cuello, chaqueta con emblema y placa de identificaci?n obligatoria. Ahora lo llevaba puesto. Vest?a aquel uniforme por primera vez, de la manera m?s cuidadosa que pude, sobre aquella insignia estaba grabado mi nombre, y para m? era un gran orgullo; la llevaba con gran estima, entusiasmo, casi con solemnidad: era el inicio de un magn?fico sue?o. Me habr?a gustado hacer otra fotograf?a y mand?rsela a mi Stefania; esta vez, la sonrisa peaada a mi rostro que aparecer?a en la foto ser?a sincera, no como con nuestras fotos del proceso de selecci?n; le escribir?a que la echaba de menos y que me hubiera gustado que estuviera conmigo. En aquel instante, la verg?enza y la emoci?n del primer vuelo me «regalaron» una rigidez extrema. El color de la chaqueta del uniforme era muy parecido al del respaldo de los asientos, y yo me identificaba m?s con eso que con una «aut?ntica» azafata. Afortunadamente, me las apa?aba bien y nadie, o eso creo, se dio cuenta de mi inquietud durante todo el vuelo. Quiz?s se not? durante mi primera presentaci?n del briefing, para visualizar los equipos de seguridad y las diversas salidas de la aeronave. Todas las miradas estaban puestas en m?, no estaba preparada para enfrentarme con desenvoltura a aquellas innumerables miradas que me contemplaban por de arriba abajo. Sent? un rubor en las mejillas, y las manos empezaron a sudarme, a temblar ligeramente, cuando mostr? c?mo abrocharse el cintur?n. Jam?s hab?a tenido problemas para meter la hebilla met?lica dentro de la ranura, pero en tales circunstancias, me costaba hacerlo; trataba de bloquear aquel temblor incesante de mis dedos que imped?a identificar la entrada correcta. Empapada en sudor, conseguir finalizar aquella extra?a demostraci?n, como un baile realizado por los movimientos de mis manos. Me sent?a como la actriz de cine mudo con tanto p?blico que segu?a el texto le?do y difundido por los altavoces del avi?n que enfatizaban las instrucciones dadas con mis gestos. Durante los anuncios de bienvenida, fue extra?o e inusual escuchar mi voz por todo el avi?n, y solo tras muchos vuelos consegu? modularla cada vez mejor, tratando de evitar, cuidadosamente, el empleo del dialecto, sobre todo la p?sima pronunciaci?n de la vocal «o», y que deb?a adoptar una fon?tica limitada y cerrada, que frecuentemente deb?a repetir: «Buenoos d?as, bienvenidoos a boordo». «Bienvenidoos a Rooma». Me di cuenta de que, apretando los mofletes, entrecerrando la boca y la mand?bula, contrayendo y sacando los labios, y evitando la entrada de aire en las fosas nasales, consegu?a acortar ese sonido. «Buenoos», «boordo» y «Rooma» se convirtieron en «buenos», «bordo» y «Roma». Despu?s de una ruta nacional Roma-Bolonia y una posterior ruta internacional Bolonia-Par?s, llegu? a mi destino final, a pesar de que la maldita «o» era omnipresente. Tras despedirnos de todos los pasajeros, un autocar estacionado al lado nos acompa?? a m? y a mi tripulaci?n al hotel y, como sol?a suceder, despu?s de recoger la llave, reservamos para irnos de cena todos juntos. «Nos vemos a las ocho, puntualidad». Eso me dijeron mis compa?eros antes de ir a sus habitaciones a cambiarse de ropa. He aprendido, por las malas, que es importante ser puntual. Estaba contenta de estar bien acompa?ada y de que ellos, que conoc?an bien la zona, pudieran guiarme. Cenar?amos en el famoso restaurante La Coupole, en el Boulevard Montparnasse, famoso por su entrecot y un excelente vino tinto. Saborear?a las ostras con el aperitivo y har?a innumerables fotos para recordar el evento, se las ense?ar?a a Stefania, a mi madre, a mi padre, a mis primas… Ser?a su princesa parisina que cen? en un famoso restaurante franc?s en compa??a de personas que viajaban, que conoc?an el mundo y resid?an en hoteles lujosos, y yo estaba all?, formando parte de aquel sue?o hecho realidad. Se me ocurri? no ser perfectamente puntual a la cita en la recepci?n del hotel, porque «una se?ora siempre debe hacerse de rogar», al menos por mi parte. Aprend? que «una compa?era» no puede hacerlo, porque puntualidad significa «como m?ximo se permiten cinco minutos de retraso». Cen? sola en el bar del hotel, que solo serv?a s?ndwiches gratinados: cog? un croque monsieur de jam?n serrano y una divina soupe d’oignons, vulgarmente llamada «sopa de cebolla». All? todo era distinto, hasta la sopa. No estaba acostumbrada a comer sola y casi me muero de la verg?enza; escond? mi sofoco tras un libro de Hemingway, abierto al lado del plato, y ten?a el tel?fono en la mano. Las mesas eran t?picas, peque?as y pr?ximas las unas de las otras. A mi lado ten?a a una se?ora elegante con el pelo recogido y vestida con un traje de Chanel. A la ma?ana siguiente, despu?s de visitar la Torre Eiffel, dar una vuelta rapid?sima por el Arco del Triunfo y las centelleantes vitrinas de los Campos El?seos, com? apresuradamente en el famoso Relais de Venice de Porte Maillot, Rue Pereire, y no me priv? de pasarme por el respetado peluquero Carita, experto en cambios de estilo, que te cortaba el pelo tras estudiar tus facciones y adaptaba el corte al rostro. Me lo recomend? una admirable compa?era «que entiende del tema» y que llevaba un corte fant?stico, a la que me encontr? transitando por el aeropuerto. Nunca se deben seguir a ciegas los consejos de las compa?eras. Con un flequillo horrible por encima de las cejas y la cuenta bancaria temblando (menos mal que llevaba la tarjeta de cr?dito y que el champ?n y los canap?s de salm?n fueron un obsequio del peluquero), regres? al hotel con el tiempo justo para ponerme el uniforme, intentar disimular el flequillo con gomina y tratar de cerrar la maleta que, qui?n sabe por qu? oscuro motivo, a mi regreso parec?a no tener la misma capacidad que a mi llegada, y ning?n vuelo era la excepci?n. En esta ocasi?n, la falta de espacio se deb?a a un sombrero de estilo retro de ala ancha circular plisada que, aunque estaba convencida de que jam?s me pondr?a, me hizo so?ar, as? que no pude resistirme y me lo compr? tras verlo en el mercadillo de Saint-Ouen. Una compa?era de aquel vuelo me cont? que, durante la parada, hab?a estado, en los grandes almacenes Lafayette, en una tienda en Rue du Bac, donde puedes encontrar desde sillones de P. Starck hasta linternas tan voluminosas como una tarjeta telef?nica, pasando por los bolsos de compras m?s extravagantes y un armario hecho con cuerdas y botones. Tom? nota: yo tambi?n ir?a la pr?xima vez. Inmediatamente despu?s de aterrizar, mis compa?eros prepararon un happy landing en mi honor, una bebida a base de vino espumoso y zumo de naranja para festejar juntos mi «primera vez». Regres? a casa exultante, decidida a ense?arle mi nuevo sombrero a Eva, la ?nica que, m?s que las dem?s, apreciar?a la compra y seguramente me lo pedir?a prestado. Al menos alguien le dar?a uso. Valentina dorm?a en la cama, exhausta por su vuelo de larga distancia, pues no estaba acostumbrada a aquel repentino cambio de horario y temperatura. En Buenos Aires es invierno cuando en Italia es verano, y la diferencia horaria es de cuatro horas. Su cuerpo sent?a que era de noche, ya que hab?a estado en pie durante tres horas (aproximadamente la duraci?n del vuelo), pero la luz del sol y aquellos rayos tan potentes confirmaban que era hora de comer, algo ins?lito, porque hac?a poco que hab?a cenado a bordo. Aquella noche no podr?a dormir, ni yo tampoco, ya que compart?amos la misma habitaci?n. El maquillaje emborronado del rostro de Ludovica y sus rizos, como si quisieran rebelarse de los coleteros, cansados de un largo recogido, confirmaban que ella tambi?n necesitaba descansar, vistas sus piernas hinchadas como globos debido a la presurizaci?n del avi?n. No era una novedad que su novio «no vol?til», como todos los futuros maridos de azafatas, por la ma?ana quisiera ir a dar un paseo con su amada a la que no ve?a con demasiada frecuencia; la hora de comer ser?a ideal para picar algo, por la tarde, una vuelta por la ciudad, y qu? gran idea ir al cine despu?s de cenar. Es in?til siquiera explicar la necesidad de un largo descanso, sea cual sea el horario que establezca el meridiano de Greenwich. Cuesta hacerle entender a tu novio que no te has ido a pasar unas vacaciones de placer y que ese sill?n suave con reposabrazos y respaldo inclinable est? destinado a los pasajeros, no a las azafatas, y que no tenemos tiempo para deleitarnos con la pel?cula que proyectan en estreno. Trabajamos durante largas horas y acabamos reventadas. Abro el frigo y cato el bife de lomo (filete de ternera) que Vale ha tra?do de Argentina y que ha conservado con hielo seco durante el vuelo. En la cocina, al ver el nuevo cuchillo con hoja de cer?mica y varias bolsitas de t? verde intuyo el por qu? de los rizos rebeldes de Ludovica; el vuelo a Tokio dura, al menos, doce horas, aunque su alisado siempre resiste perfectamente. Ludovica, antes de despedirse de nosotras para el necesario «descanso posvuelo», describe sus impresiones de la ciudad, demasiado fren?tica en contraste con la delicadeza de sus habitantes, con su extrema timidez, que a menudo les lleva a re?rse tap?ndose la boca con las manos, con sus miles de reverencias para saludar. Se qued? impactada por los vertiginosos rascacielos, la multitud de coches y peatones por la calle, por la escritura incomprensible de los caracteres japoneses. Nos cont? que estuvo en el mercado de pescado de Tsukiji, el m?s grande del mundo, muy limpio y ordenado, que hab?a visto papeler?as de nueve pisos y bares cuyo aforo m?ximo es de cinco personas; que se hab?a perdido en Harajuku, un barrio a la ?ltima en la min?scula calle Takeshita, entre tiendas de moda frecuentadas por j?venes de vestimenta llamativa y extravagante; que hab?a descubierto que exist?an unos restaurantes llamados Maid Caf?, donde las camareras dan de comer a los clientes para demostrar su sumisi?n, les dan masajes y los entretienen con bailes y canciones, al estilo de las antiguas geishas. Por el contrario, en el Butler Caf?, son los mayordomos los que sirven a las mujeres de forma similar. Nos inform? de que los precios de los nuevos modelos de c?maras de foto y videoc?maras son muy competitivos y que tambi?n pueden encontrarse de segunda mano, pero en perfectas condiciones, al igual que las ?ltimas novedades tecnol?gicas que todav?a no han llegado a Italia, y que los relojes de prestigiosas marcas tienen precios un 35 % m?s bajos frente a las tarifas italianas, y que tambi?n los encuentras usados con garant?a en las tiendas Best. Por ?ltimo nos cont?, antes de caer rendida en la cama por el cansancio, que en un restaurante llamado Al dente, los espaguetis son excepcionales, casi tan buenos como los italianos, y que se qued? content?sima por el masaje quiropr?ctico que le dieron en la zona de Shinjuku. Aprendimos sencillas, aunque necesarias, reglas que deb?amos seguir, que yo escrib? diligentemente en una hoja de papel y pegu? en el frigo con un im?n que Valentina trajo de Buenos Aires, que representaba a dos bailarines de tango con la frase «Bienvenido a Argentina», el primero de una larga serie de imanes procedentes de todo el mundo que, literalmente, inundaban el frigo, y que seguidamente nos hicieron perder de vista aquel recordatorio que en un principio nos fue s?per ?til y que consult?bamos antes de cada vuelo. Con los a?os se han convertido en parte de m?. El recordatorio rezaba lo siguiente: Qu? no hacer: Dar la impresi?n de tener prisa, jam?s. Hablar de asuntos personales con compa?eros durante el servicio, jam?s. Emplear expresiones aburridas o ap?ticas, o adoptar actitud de estirada. Utilizar frases autoritarias del tipo: «?Cierre la mesa!». «?Cintur?n!». «?Tel?fono!». En su lugar, debemos invitar educadamente a seguir las directrices. Hablar con los compa?eros en voz alta. Desanimarse al buscar asientos cercanos para personas que viajan juntas en cualquier desplazamiento, mejor es mejor sugerirles que vayan al mostrador de check-in para que tengan mejores posibilidades en la asignaci?n de asientos. Cosas que recordar: A. Requisitos fundamentales: capacidad de garantizar la seguridad a bordo, la responsabilidad y la profesionalidad. B. El pasajero necesita consuelo psicol?gico, protecci?n ante el estr?s y el miedo a volar. C. Aspectos que no pueden faltar: educaci?n, atenci?n y disponibilidad durante todo el vuelo. Con el tiempo, entendimos que nuestra actitud es fundamental para contribuir a la resoluci?n de un problema a bordo: Algunos inconvenientes y disfunciones eran, con raz?n, objeto de quejas por parte de pasajeros e implicaban la necesidad de una intervenci?n; conseguir comunicar claramente y tratar de resolver dificultades y problemas que surg?an a bordo no siempre era tarea f?cil. Hab?a que tener en cuenta la gravedad del problema, el contexto del momento, el car?cter y el estado psicof?sico del individuo con el que tratabas, porque jam?s conoc?as a la persona con la que te relacionabas, la situaci?n que se podr?a generar y posibles desviaciones que podr?an surgir. Era fundamental ayudar con calma y determinaci?n, asumiendo como tuyo el problema del otro y present?ndose como un referente seguro, as? como entender los motivos de lo sucedido y comprender el problema. Resultaba vital escuchar lo que la otra persona ten?a que decir, pero tambi?n observar la situaci?n objetivamente, informar y explicar con sensibilidad y responsabilidad, exponiendo las posibles soluciones con transparencia. Con frecuencia, la insatisfacci?n del pasajero se ve?a influenciada por factores externos, como retrasos, tr?nsitos complicados, embarques desordenados, aviones inc?modos, limpieza apresurada… Por ende, un estilo comprensivo y proactivo pod?a ayudarnos en la resoluci?n de problemas. Miedo a volar Un d?a de octubre, Eva se puso insoportable tras las habituales discusiones sobre la orden que deb?amos mantener en casa, porque las advertencias se dirig?an a ella principalmente. Escuch? sus palabrotas, amenizadas con frases en dialecto napolitano, en contraste con su discurso, que por lo general carec?a de inflexi?n dialectal. ?Ser?an las frecuentes radiaciones c?smicas, los campos magn?ticos, las vibraciones o el ruido de los aviones lo que le provocaban esos cambios de humor? Ludovica, mientras tanto, decidi? reservar un masaje ayurv?dico para tonificar los m?sculos, relajar el cuerpo y estimular la circulaci?n en la esteticista india que hab?a abierto un local en el vecindario, y me inform? de que se pondr?a a dieta a partir del lunes porque Eva le hab?a dicho que ?ltimamente la ve?a m?s rellena. Yo me encontraba acurrucada en el sof?, con mi c?moda ropa de estar por casa y un c?rdigan masculino deforme de color crema; una manta sobre las piernas me proteg?a de las primeras corrientes de aire invernales, y estaba decidida a concederme una desconexi?n mental, una relajaci?n. No lograba dormir porque la adrenalina del «posvuelo» a?n no hab?a desaparecido. De repente, me asalt? el recuerdo del d?a que acababa de transcurrir. A bordo, hab?a conocido al matrimonio Lucherini: la se?ora Lucrecia y Don Massimo. Durante el embarque, r?pidamente me percat? de signos de tensi?n en su comportamientos: ambos se apresuraron a ocupar su sill?n, con la espalda ligeramente encorvada, caminando de forma r?gida, con la barbilla hacia abajo, al igual que la cabeza, y una actitud pasiva, derrotista. Los brazos de ?l estaban rectos, estirados de forma r?gida a los costados; ella los ten?a cruzados, pr?cticamente tratando de protegerse instintivamente, y los dos miraban a su alrededor, como si estuvieran buscando algo, una v?a de escape; ten?an las pupilas tan dilatadas que parec?a que sufr?an midriasis. Los movimientos de sus cuerpos eran lentos, y yo notaba como me dirig?an una ligera sonrisa, que les devolv? con delicadeza. Se sentaron r?gidos, apoyados en el borde externo del asiento, con un pie hacia delante y otro hacia atr?s, parec?a que quer?an escapar, no paraban de cambiar de posici?n, como si su asiento quemase. Mi responsable, f?sicamente el doble de James Dean, siempre alegre, pero con una nota triste, casi imperceptible, me indic? con la mirada que me ocupara de ellos. Me acerqu? a la pareja y les pregunt? si necesitaban mi ayuda. La se?ora respondi? que no, mientras sacud?a la cabeza como diciendo que s?, y comenz? a balancear el torso, tratando de contener el aliento para no llamar la atenci?n. R?pidamente comprend? la situaci?n. La se?ora sufr?a un trastorno, muy com?n en muchas personas, que crea diversos problemas y que afecta de forma indiscriminada: el miedo a volar. Durante el curso, estudi? c?mo comportarme en estos casos: el miedo excesivo corre el riesgo de desembocar en p?nico; el temor puede volverse insuperable y dar pie a una falta de control. Los s?ntomas provocan v?rtigos, n?useas, nudos en la garganta, palpitaciones, sudor fr?o y taquicardia. Aunque no me los pidieron, les di algunos consejos sobre qu? conducta seguir en caso de malestar; reprimir la ansiedad no hace m?s que aumentarla. Por el contrario, hay que aceptar el miedo y adoptar una postura positiva para poder manejarlo y controlarlo. Adem?s, les recomend? que no tomaran nada de cafe?na, que cogieran un buen libro o un crucigrama para mantener la mente ocupada. Durante el despegue vi c?mo palidec?an y c?mo su posici?n era una llamada de auxilio. Me desabroch? el cintur?n de seguridad y me acerqu? para comprobar la situaci?n. La se?ora empez? a abrirse: —Perdone si la molesto —se atrevi? a decir con timidez—. Me gustar?a informarle de que estoy aterrorizada, en cuanto noto el m?nimo bote tengo la impresi?n de que el est?mago se me parte en dos. Mi problema es que la bolsa de aire me provoca una sensaci?n desagradable. Necesito coger el avi?n para reunirme con mi madre, que es muy anciana, en Alemania, y no puedo evitarlo. Vi que se pas? la mano entre el pelo y empez? a tocarse un mech?n de forma fren?tica. Su marido la rode? con el brazo como para mimarla, ligeramente encorvado y abochornado, con los labios tensos y las manos sudorosas; ?l tambi?n mostraba claros signos de malestar. —?Es peligroso el temporal? —me pregunt? con voz muy baja, comi?ndose fragmentos de palabras, por s?labas y con movimientos continuos de los m?sculos faciales. Las manos del marido empezaron a dar golpecitos con los dedos en la mesa de enfrente. Con tono firme y decidido dije: —No, todo est? bajo control. No habr?amos salido si existiera el menor peligro. Todo est? bajo control —repet?—. La lluvia no representa ning?n problema para nuestra seguridad. El viento provocar? alguna molesta sensaci?n que causar? un balanceo completamente normal. Regres? al galley para organizar el trabajo junto a una compa?era. La se?ora me llam? poco despu?s. —?Le ruego que me ayude! Quiero gritar, llorar. Cada vuelo es una tragedia. Me pongo nerviosa un mes antes de salir, ante la mera idea de hacer la maleta. Me averg?enza, pero no s? qu? hacer. ?Me gustar?a desaparecer! —implor? con fervor y humildad. —Est? tranquila, puede darle la impresi?n de que el avi?n da tumbos, pero solo es el ajuste de la cota. —Me acerqu? lentamente hasta llegar a su lado, sin titubeos. Con voz baja, de forma clara y pronunciando bien cada palabra le dije curvando ligeramente la espalda y aproxim?ndome para intentar proporcionarle la ayuda que deseaba, poner fin a su sofoco y mitigar su ansiedad—: No se preocupe, estoy aqu?. Respetaba su miedo irracional y comprend?a el malestar. Le agarr? el brazo con firmeza, y lo apret? delicadamente con ambas manos mientras la miraba a los ojos para establecer un mejor contacto. La acompa?? a su asiento. La se?ora se parec?a a mi madre, misma edad, muy educada, aparentemente fr?gil; en esta ocasi?n, fue f?cil conectar con sus sentimientos. Durante el vuelo, pas? a la cabina m?s veces, y la acompa?aba con la mirada para tranquilizarla. Volvi? a llamarme tras la en?sima vibraci?n y yo trat? de disipar aquellas dudas y temores que persist?an y que se mostraban a trav?s de su postura, permanentemente r?gida. Le coment? que la seguridad en el avi?n es de un nivel alt?simo, que los controles t?cnicos y el mantenimiento son continuos, y que los pilotos est?n perfectamente formados. Durante la preparaci?n de la cabina para el aterrizaje me pregunt? con falsa indiferencia: —?El estruendo es normal o hay algo que va mal? Le inform? de la procedencia de todos los ruidos que pudieran generar desconfianza: el posicionamiento del tren, la apertura de puertas, la aceleraci?n y variaci?n de los motores, la liberaci?n de los flaps y slats, el tintineo de nuestro microtel?fono, los avisos de llamada a los pasajeros… Notaba que valoraba recibir esta informaci?n, aunque segu?a mordi?ndose las u?as sin darse cuenta. La invit? a inspirar y espirar profunda y lentamente, para oxigenar el cuerpo y as? relajar los m?sculos, d?ndole indicaciones sobre la t?cnica de entrenamiento aut?geno para un relajamiento progresivo. Ahora, la se?ora estaba sentada m?s c?moda, m?s a sus anchas, al igual que el se?or Lucherini, aunque su rostro conservara una expresi?n de incertidumbre, un poco ortop?dica, con la parte derecha de la sonrisa ligeramente situada m?s arriba que la izquierda. —Eres nuestro ?ngel de la guardia— dijo. Durante el descenso, solo hubo ligeros temblores al cruzar la perturbaci?n, y el vuelo termin? con un aterrizaje suave. —Se?oras y se?ores, bienvenidos. Les deseamos una estancia agradable. Llegamos a Fr?ncfort puntuales. La se?ora, antes de cruzar la puerta de salida, me abraz? con discreci?n y elegancia y me dijo: «Gracias». Era yo quien agradec?a su amabilidad. El marido me apret? la mano vigorosamente, con fuerzas renovadas, haciendo gala de la clase que lo hab?a caracterizado desde el principio. —?Hasta pronto! Esos eran los recuerdos del vuelo que acababa de hacer, que aparecieron de improviso en mi mente cuando estaba disfrutando de la calidez de la casa. De pronto, o? la puerta cerrarse. Eva hab?a salido. Me cubr? el rostro con la manta para atenuar la luz que entraba por la ventana. Hab?a llegado la hora de relajarse. Estaba casi dormida, perdi?ndome en mis pensamientos, deliberando que volar, limitados y obligados a permanecer en el interior del avi?n era antinatural, de modo que desarrollar temores inconscientes y remotos es totalmente l?cito. En aquel momento, record? episodios de mi pasado. Comprend? hasta qu? punto pueden influenciarte el resto de tu vida. La adolescencia De joven, el hecho de tener siempre poco tiempo a mi disposici?n era motivo de sufrimiento, porque me sent?a una especie de prisionera con pocos espacios personales y breves momentos de libertad concedidos ya que deb?a, atenta y rigurosamente, respetar los horarios impuestos. No era due?a de mi tiempo. Recuerdo que, hasta que cumpl? los dieciocho, mi hora de regreso, los pocos s?bados que me permit?an salir, era las diez y media de la noche. Mis amigos quedaban a las nueve para decidir d?nde ir a cenar, e inevitablemente, no est?bamos todos sentados a la mesa hasta las diez. Siempre llevaba prisa, me pon?a nerviosa si el camarero tardaba en llegar, no lograba disfrutar de la compa??a de los dem?s porque sab?a que ten?a que regresar a casa demasiado temprano. Solo me conced?an el tiempo de pedir, confiando en que un veloz servicio me permitiera, al menos, probar la pizza, si es que no hab?a perdido el apetito porque empezaba a sentir los nervios en el est?mago y c?mo los jugos g?stricos se mezclaban por la agitaci?n. En cualquier caso, me levantaba de la mesa con un perfecto retraso para llegar a casa a la hora acordada. Siempre era dif?cil convencer a alguien para que me acompa?ara e interrumpiera su cena, pero el horario de regreso era ineludible y categ?rico y yo no dispon?a de medio de transporte alguno. Durante el trayecto a casa no se respetaba ninguna prohibici?n de velocidad, bajo mi inconsciente y suplicante petici?n. Con frecuencia, las luces rojas de los sem?foros eran ignoradas con irresponsable temeridad. El exceso de velocidad con el coche me daba pavor y sigue siendo as? incluso a d?a de hoy. Ve?a esas luces nocturnas pasar como una bala, como en una pesadilla; los faros de los otros coches y las farolas pasaban demasiado r?pido ante mis ojos. Era el precio que ten?a que pagar para evitar las humillaciones y las feroces reprimendas a mi regreso; si me hubiera atrevido a retrasarme, habr?a encontrado la puerta de mi casa cerrada por dentro y me habr?a visto obligada a inventar cualquier excusa para no ver la mueca amenazadora en la cara de mi padre, encolerizado por mi desobediencia y mi falta de respeto, m?s que por preocupaci?n. La intimidaci?n, el castigo y la desaprobaci?n se manifestaban repetidamente con gritos, bofetadas y nuevas y m?s estrictas prohibiciones. Todo esto incluso por un retraso de unos cuantos minutos. Unos cuantos minutos. Sin duda, pap? era demasiado estricto. Recuerdo un d?a en que estaba s?per contenta por que me dejaron ir a la fiesta de cumplea?os de mi mejor amiga, pas? d?as tratando de convencerlo. All? coincidir?a con un chico, un compa?ero de clase que me gustaba mucho. A pesar de que tuve cuidado de que mi ropa siguiera las directrices de mi padre, o quiz?s ser?a mejor decir, la rigidez, es decir, nada de faldas demasiado cortas, ropa ajustada o zapatos de tac?n, decid? experimentar con una bolsa de maquillaje que me hab?an regalado. Mis manos inexpertas exageraron al maquillar las mejillas con aquel colorete tan rosado y que tanto me gustaba, y ese pintalabios tan brillante, tan rojo en mis labios que me hizo sentir m?s guapa, y un toque de r?mel en las pesta?as para terminar. Ten?a diecis?is a?os y aquel maquillaje y result? horrendo a ojos de mi padre, inadecuado para su peque?a que trataba de aparentar ser una muchacha demasiado seductora. Crispado, restreg? su mano con fuerza sobre mi boca, y me llen? las mejillas de pintalabios con el fin de borrar lo que hab?a pintado cuidadosamente en mi rostro. Mis ojos comenzaron a lagrimear y se form? un halo negro en los p?rpados, ahora hinchados por el llanto; me mir? en el espejo del ba?o y vi la m?scara de un payaso. Tras lavarme con un jab?n que me quem? los ojos, pero que me quit? todos los residuos del r?mel, al final me dieron permiso para asistir y fui a la tan anhelada fiesta, ligeramente colorada y t?mida, pero sin maquillaje. No logr? divertirme. Durante el per?odo de la adolescencia, me habr?a gustado huir, irme lejos muy lejos, partir, viajar, vivir sola. Los sue?os, armados de terquedad y fuerza mental, a veces se hacen realidad. Pero, aquel d?a, entend? d?nde y cu?ndo nacieron. Poco a poco, d?a a d?a, mes a mes, a?o a a?o, aprend? cosas importantes y experiencias necesarias para poder relacionarme mejor con mis compa?eros y con pasajeros que ten?an personalidades y caracter?sticas variadas y heterog?neas. Sin embargo, pronto comprend? que la organizaci?n b?sica de mi vida se decid?a a finales de mes, a trav?s del ansiado, siempre con gran impaciencia, «folio de turnos»: un listado aparentemente an?nimo y fr?o que informa del programa de trabajo del mes siguiente. La aerol?nea introduc?a las comunicaciones oficiales en los buzones personales, una especie de extensi?n de interminables buzones colocados en una sala digna de una pel?cula de detectives en el aeropuerto, que acaban de ser sustituidos por correos electr?nicos. El «folio de turnos», anhelado mes tras mes, me generaba inquietud y, con frecuencia, entusiasmo y grandes expectativas, otras veces, desilusiones, por los descansos y las codiciadas vacaciones solicitados que no siempre eran aprobadas. Todas las citas, compromisos, bodas de las que tambi?n podr?a haber sido testigo, finales de partidos de f?tbol, entradas reservadas para el primer teatro, la despedida de soltera de mi mejor amiga, el cumplea?os de un novio, la comida de Navidad, el aniversario de mis padres, la semana en un apartamento en la monta?a, el curso de tango de los jueves por la tarde... a menudo ten?an muy pocas posibilidades, la asistencia a todos estos eventos siempre ten?a que adaptarse a las decisiones tomadas por el ordenador de la empresa del grupo de trabajo. A partir de ese momento era posible aceptar o rechazar invitaciones, programar citas importantes, fijar horarios inhumanos para ir al gimnasio, hacer los saltos mortales para llegar a tiempo a cualquier lugar, o llegar, aunque fuera tarde, a la junta de vecinos, decir adi?s al torneo de brisca, pero, en cambio, tener la «satisfacci?n» de ver a Gigi Marzullo, incapaz de pegar ojo debido a la diferencia horaria. Los d?as de descanso mensuales eran unos diez, mientras que los veinte restantes requer?an el uniforme. Eva, Valentina, Ludovica y yo siempre esperamos tener horarios y d?as de salida escalonados entre s?, tanto para tener m?s espacio en casa, como para una mejor organizaci?n del tiempo con el principal inconveniente: el uso prolongado del ba?o. F?cilmente, los vuelos despegaban por la ma?ana muy temprano y el despertador, al amanecer, normalmente se programaba una hora antes. Despu?s de un desayuno rapid?simo y una buena ducha revitalizante, me pon?a el uniforme que hab?a dejado preparado el d?a anterior, y comprobaba que los zapatos estuvieran brillantes y que los pantis no se hubieran deste?ido por los lavados ni estuvieran rotos. La mayor?a de nosotras ten?amos un secreto «inconfesable»: nos pill?bamos la camisa con los pantis horribles, que a menudo era graduados para evitar la aparici?n de varices y la hinchaz?n por la presurizaci?n, porque solo as? pod?amos evitar que la camisa se soltara de la falda al levantar los brazos para guardar el equipaje y ayudar a los pasajeros. ?Debajo de la falda ?bamos espantosas! Una vez arreglada la ropa, pas?bamos a un cuidadoso maquillaje, nos asegur?bamos de que el pelo estuviera perfecto y luego revis?bamos los documentos. En la bolsa de mano no pod?an falta un traje de vuelo, una linterna, un folleto de anuncios, un manual de instrucciones, pantis de repuesto, zapatos de tac?n bajo para rutas m?s largas y guantes de cuero. En el aeropuerto, en el Crew Briefing Center, el punto de encuentro de todas las tripulaciones, la sesi?n informativa comenzaba en cada una de las salas reservadas. All? nos reun?amos para conocer a la tripulaci?n, presentarnos, tratar los aspectos cr?ticos del vuelo, las condiciones meteorol?gicas, y tambi?n nos informaban de los aspectos comerciales, el tipo de servicio y los pasajeros que estar?an a bordo. La clasificaci?n era casi militar, exist?a una jerarqu?a y como tal hab?a que respetarla. Toda la tripulaci?n estaba encabezada primero por el comandante y luego por el copiloto, a quienes segu?an por las azafatas, seg?n su rango. Todos los auxiliares de vuelo, en lo que respecta al servicio prestado y a la relaci?n con los pasajeros, ten?an como punto de referencia al responsable de su sector de trabajo, que trabajaba con el jefe de cabina, quien dirig?a todo el progreso del vuelo y manten?a contacto con el cockpit, la cabina de vuelo, es decir, la de los pilotos. Al final del vuelo, cada auxiliar se somet?a a un juicio escrito y refrendado, en el que se evaluaba su profesionalidad, sus habilidades t?cnicas, su conocimiento del idioma extranjero, la asistencia prestada a los pasajeros y si su est?tica se ajustaba a la normativa. Y as? pasaron los a?os, vuelo tras vuelo, reuni?n tras reuni?n zonas entre diferencias horarias y noches sin pegar ojo, idiomas variopintos, pa?ses calurosos y continentes helados, comidas picantes y sabores dif?ciles, cielos despejados y turbulencias inesperadas. Una vida imprevisible Lleg? la primavera, y tras un invierno dur?simo, al final me encontrar?a la maleta seca, que en el costado del avi?n se halla indefensa ante las precipitaciones atmosf?ricas durante ese breve lapso que los cargadores necesitan para colocarla en el compartimento de carga. Habr?a sido maravilloso pasar la Pascua con Valentina, que descansaba aquel fin de semana. Me hab?an asignado una «reserva en casa» y estaba a la espera de saber en qu? ciudad del mundo tendr?a que dormir esa misma noche. Ya hab?a comprendido bien que la vida privada y las necesidades cotidianas se caracterizaban por su mutabilidad y variabilidad: ten?an que adaptarse a los cambios constantemente. Al personal de vuelo le resulta verdaderamente dif?cil estar al d?a de todo, especialmente aquellos que tienen familia e hijos, y esto ocurre sobre todo en ese mes en el que aparece la infame «reserva». Durante el a?o laboral, durante varios per?odos, los auxiliares de vuelo podr?amos ser asignados, en el turno que se entrega a final de mes, un per?odo de esa infame «reserva», es decir, una repentina sustituci?n de personal por lesi?n, enfermedad u otro motivo. Por reserva, entendemos la espera diaria de poder salir hacia cualquier turno de cualquier destino con un aviso de una hora para poder preparar, hacer la maleta y organizar una ausencia de casa, de una duraci?n de hasta siete d?as. Por lo tanto, no resulta nada agradable escuchar sonar el tel?fono, que acaba con tus esperanzas de una comida o cena en familia. La oficina de turnos, que regula y organiza todas las salidas, se encarga de esta tarea y, dadas las diversas dificultades operativas debidas a la ausencia ocasional de personal de vuelo, distribuye los cambios de personal de servicio descubiertos temporalmente. La reserva puede comenzar a las cinco de la ma?ana y el tono del tel?fono a esa hora es verdaderamente escalofriante, por lo que la maleta «b?sica» con el m?nimo necesario ya deber?a estar lista para evitar descuidos f?ciles resultantes de las prisas por estar lista a tiempo. Un jersey de lana y un traje de ba?o ser?an ?tiles en cualquier destino. El neceser siempre debe estar preparado y no podemos olvidarnos de cambiar la pasta de dientes cuando est? a punto de terminarse. Las camisas de repuesto del uniforme son muy importantes; limpias y planchadas para el vuelo de regreso y un par de zapatos c?modos adecuados para cualquier temperatura, camis?n para dormir y maquillaje. Ahora hac?a la maleta casi de memoria. De cualquier modo estaba —y a?n estoy— convencida de que tengo uno de los trabajos m?s bonitos del mundo: a pesar de todas las dificultades y aspectos negativos, del continuo hacer y deshacer de maletas, con el deseo de regresar a casa, a pesar de las ganas constantes de ver a tus seres queridos. Yo no valgo para la rutina, y el mundo nunca deja de intrigarme, el intercambio de puntos de vista con otros mundos y con personas siempre distintas me impulsa. Adem?s, regresar a casa me regala suspiros y una alegr?a inusual en comparaci?n con qui?n est? ah? a diario; las cosas peque?as adquieren un valor inmenso. Mientras tanto, lo cotidiano me oprim?a. «?Me marchar?? ?No me marchar?? —me pregunt? aqu?l d?a». Nada, ninguna comunicaci?n, ni una llamada sobre los turnos. «?Podr?an avisarme con un poco de antelaci?n, es Pascua!». Nerviosa y un poco impaciente, me puse a meter en la maleta las cosas que me servir?an en casi cualquier destino, dobl? las camisas y, aunque por una parte esperaba fervientemente no marcharme, por otra deseaba descubrir de inmediato el destino, en caso de no tener la posibilidad de quedarme en casa. A las tres de una tarde largu?sima, Valentina se apresur? a avisarme: —Ha llamado la guardia operativa, te han cambiado el turno, est?s en «reserva en campo», y tienes la presentaci?n a las cinco. Dir?a que eres una mujer con suerte, tienes casi dos horas para prepararte y llegar al aeropuerto. Abr? de inmediato el huevo de chocolate para ver la sorpresa, me com? casi la mitad y «fui corriendo» a la habitaci?n, con el coraz?n cada vez m?s acelerado por las prisas. Entre los cajones buscaba prendas muy pr?cticas para ponerme todos los d?as, vers?tiles: con la «reserva en campo» sales de forma inmediata y con pocos minutos de antelaci?n directamente del aeropuerto, con el uniforme ya puesto, y hay que hacer la maleta incluso antes de conocer el destino. «Vaqueros, cintur?n, ropa interior de repuesto, una camisa azul, una camiseta blanca, y tambi?n la negra, porque llevar? el bolso y los zapatos negros que pegan con todo, una bufanda gris perla y un jersey del mismo color que, con una falda, crean un look elegante y sobrio… ?Y si me encuentro con un apuesto compa?ero que ronda por Mil?n?». Ech? tambi?n la blusa con florecitas rosas y verdes que estaba apoyada en la silla. No me daba tiempo a plancharme el pelo, justo ese d?a no me encontrar?a al susodicho. Siempre ten?a la tentaci?n de llevarme todo. Cog? tambi?n una lata de at?n, nunca se sabe, puede que se me hiciera tarde y encontrar? todo cerrado, que mis compa?eros me abandonaran, que hubiera un terremoto… As? me quedaba m?s tranquila. Llegu? al aeropuerto agotada y ca? en la cuenta de que podr?a trabajar cuatro d?as seguidos. Con las prisas, solo hab?a cogido un par de pantalones, y se me hab?an olvidado el cargador del m?vil y la gabardina bon ton con el interior de leopardo: un b?sico. «?Har? ya buen tiempo en Europa? —me pregunt?». En caso contrario, sin embargo, tendr?a una excusa excelente para irme de compras. Llegu? al briefing, nuestro centro de recepci?n, firm? mi asistencia y me instal? en la sala dispuesta a tal fin, sobre el c?modo sill?n reclinable de piel negra, a la espera junto a otros compa?eros uniformados a la espera de que me llamaran en caso de cualquier emergencia o enfermedad repentina de alg?n miembro de la tripulaci?n en servicio. Unas cuantas horas despu?s son? el tel?fono: «gan?» un vuelo Roma/Atenas. Decid? ir primero a la zona de salidas nacionales del aeropuerto para comprar unas tiritas que ponerme encima del tal?n, por el dolor punzante que me hab?an provocado los zapatos nuevos que acababa de comprarme, y que descubr?, en aquel momento, que no se hab?an adaptado perfectamente. Mi dispuse a hacer un nuevo descubrimiento. ?Alguna vez has probado a pasearte por el aeropuerto con el uniforme? Durante veinte minutos, estuve bloqueada respondiendo a las preguntas de todo con el que me encontraba: d?nde estaban las farmacias, las paradas de taxi, los autobuses hacia Ostia, los aseos, las puertas de embarque… las preguntas se sucedieron, a pesar de que les explicaba que yo era una azafata que llegaba tarde a su vuelo. Por ello, tuve que renunciar a las tiritas y corr? exhausta y cojeando a bordo. El grupo de compa?eros ya se hab?a formado, ya ten?an cierta confianza entre s?, porque llevaban dos d?as en rotaci?n, mientras que a m?, llegada ?ltima hora me vieron como una intrusa en un primer momento, un tratamiento, por otro lado, bastante habitual con las reservas. Intent? integrarme y entrar con educaci?n en la armon?a que percib? entre ellos. Me present? al comandante en la cabina de pilotaje y despu?s a todos mis compa?eros de trabajo, desenfundando mi mejor sonrisa. La compa?era que trabajaba en mi zona, al fondo del avi?n, ten?a un aspecto fant?stico: cuerpo armonioso, caderas perfectas, rasgos delicados, cabello de un bonito casta?o con matices ?mbar, ojos verdes pintados con delineador marr?n, que resaltaba su color claro, y nariz recta, poco pronunciada. Antes de la llegada de pasajeros nos pusimos a hablar y, como siempre, revelamos alg?n peque?o secreto sobre nuestras respectivas vidas privadas. Mi compa?era se comi? un caramelo de menta y me ofreci? uno, se roci? el perfume que ten?a en el bolso, se ech? crema de manos y fue al ba?o a retocarse el maquillaje, que ya estaba perfecto. Echamos un vistazo a los titulares de un peri?dico que hab?a en el galley. Llegaron los pasajeros, nos colocamos en la cabina y les recibimos: «?Bienvenidos a bordo!». El avi?n estaba lleno, en aquella ?poca, todos iban de vacaciones. Tras el embarque, me abroch? el cintur?n, y ya estaba lista para el despegue. Justo antes de que el avi?n adoptara una posici?n aerodin?mica que le permitiera estar perfectamente en equilibrio, todos nos pusimos en pie para preparar los carros, calentar la comida de primera clase y ofrecer las welcome drinks. Establec? contacto, lamentablemente, con algo que tiene poco que ver con el mundo del vuelo y mucho m?s con una idiotez difundida en cualquier entorno: un pasajero con el que fue amable solo y exclusivamente de manera profesional, y que en un momento determinado me toc? el trasero con la mano y, reprimiendo el instinto de agarrarle la mu?eca y retorc?rsela 180 grados, prefer?, al ser todav?a novata en esto, limitarme a fulminarlo con la mirada, reprobarlo por su comportamiento en voz baja y amenazarlo, a rega?adientes, con denunciarlo en caso de que volviera a repetirse. Empec? a preguntarme, aquel d?a y como siempre pasa, si quiz?s no hab?a sido culpa m?a que me hab?a excedido con la confianza y le hab?a creado la convicci?n de que pod?a permitirse aquel gesto ofensivo: me culpabilizaba in?tilmente. Me respond? a m? misma, y esto lo aplicar?a para siempre, que no hab?a sido as?, y que jam?s consentir?a a nadie un comportamiento similar. M?s tarde, me llam? el responsable de cabina porque el detector de incendios del ba?o estaba parpadeando. Esperaba no verme obligada a usar el extintor para controlar un posible inicio de fuego, pero en mi mente ya hab?a enfocado la ubicaci?n del material necesario m?s cercano a m?; me acerqu? con cautela, y despu?s de llamar a la puerta, la abr? con determinaci?n y me encontr? a un hombre de unos cincuenta a?os que todav?a ten?a la colilla en la mano y un persistente hedor a humo que emanaba hasta de su ropa. Me transmiti? firmemente sus disculpas por el percance y corri? a sentarse. Una anciana pidi? que le dieran su equipaje, colocado en el portaequipaje, porque el aceite de oliva extravirgen embotellado en su pa?s estaba goteando desde arriba, mientras un ni?o lloraba porque su madre lo obligaba a tener el cintur?n de seguridad abrochado. Hab?a que hacerlo todo de correprisa, pues el aterrizaje era inminente. El pasajero del asiento 5B dijo que en ese momento no ten?a hambre, que comer?a «despu?s»: me dej? sorprendida, pero solo era el principio de una serie interminable de extravagancias que con el paso de los a?os han acompa?ado y seguir?n acompa?ando cada vuelo. Hab?a que reponer los carritos y todas las bandejas, hacer los anuncios, contar y precintar las bebidas alcoh?licas antes del aterrizaje y rellenar el formulario que, a primera vista, me parec?a complicado. «?D?nde estar?n los sellos de seguridad? ?C?mo se introducen correctamente en la ranura? ?D?nde escribo el n?mero para la aduana? ?Qu? documentos debo comprobar? ?Sirven las tarjetas de embarque?». Mi escasa experiencia a menudo me llevaba a pedir ayuda a mi compa?era. Zaira me lo explicaba todo con calma, con sus delicadas maneras, casi arroll?ndome con la luz de su fascinaci?n; conoc?a a la perfecci?n las din?micas del servicio y los procedimientos de emergencia, e incluso me ense??, con suma disposici?n, la reubicaci?n de todos los equipos. Era una mujer no demasiado joven, creo que hac?a tiempo que hab?a cumplido los cuarenta, pero esto no le supon?a ning?n problema ni parec?a preocupada por el paso de los a?os. De hecho, creo que sab?a, de forma significativa, que pod?a contar m?s con su experiencia y fortaleza intelectual que con su belleza f?sica que, evidentemente, hab?a pose?do en su juventud. En mi interior sent?a que ella sab?a claramente c?mo controlar las emociones, c?mo mantenerlas a raya y adaptarlas a las circunstancias. Sab?a que, recientemente, hab?a afrontado un problema muy grave: su pareja, al que tanto quer?a, fue atropellado por un coche que conduc?a a toda leche, indiferente de los pasos de peatones, y recibi? el impacto de lleno. Coma profundo: seg?n los m?dicos, irreversible. Zaira hab?a transformado su dolor en silencio, un sonido mudo. Y hab?a seguido am?ndolo, y lo amar?a eternamente, aunque supiera que no volver?a a vivirlo como antes. Hablaba poco, pero aun as? lograba desenfundar una sonrisa radiante delante de los pasajeros, desempe?ando un perfecto servicio al mostrar empat?a y afecto con todos. Su madurez infund?a seguridad. Nunca realizaba juicios apresurados sobre una persona, era una perfecta «anfitriona», siempre estaba disponible; llevaba el uniforme de manera impecable, con los zapatos brillantes y el pelo arreglado; la ?nica excepci?n a la regla era un peque?a pulsera de oro blanco de Tiffany & Co., que le regalaron un cumplea?os. La observaba tratando de sacar su fortaleza, con un estilo muy elegante en el modo de mostrarse ante los dem?s, tan femenino, muy profesional. Lograba ponerse en la piel de los dem?s y evitaba los enfrentamientos prudentemente, siempre ofrec?a atenci?n y solidaridad. Seg?n las reglas, sin duda: ese manual de existencia que cada uno de nosotros lee y al mismo tiempo escribe en su interior. Siempre la tomaba como ejemplo y fue, sin ella saberlo, mi punto de referencia en el plano laboral. A d?a de hoy a?n lo es. Ella era especial, distinta. Sobre todo en comparaci?n con otros compa?eros m?s «veteranos», no demasiados, por suerte, y de hecho, a trav?s de los cuales me di cuenta r?pidamente de que las novatadas no son un fen?meno exclusivamente militar. Las azafatas llamadas «novatas» o «temporales», en otras palabras, las que hac?an sus primeros vuelos, en mis tiempos estaban sometidas a sutiles formas de hostigamiento mal disimulado, una especie de mentor?a inicial. En los vuelos intercontinentales de largo radio del Boeing 747 eran las encargadas de cortar los limones y, principalmente, se dedicaban a comprobar y calentar la comida en el galley, por este motivo en italiano se las llamaba ghelliste. Toleraban, de buen grado, alguna broma por parte de compa?eros m?s veteranos y burlones: a menudo perd?an tiempo con agotadoras b?squedas de material inexistente a bordo, por ejemplo, sillas, o una escoba que colocaban en el compartimento el?ctrico, un lugar casi inalcanzable y de dif?cil acceso que se encuentra bajo una pesada trampilla del pasillo; en otras ocasiones, las peticiones respond?an a servicios sobre presuntas tareas imprevistas, y de las cuales no estaban al tanto; todo ello aderezado con alegr?a, esp?ritu de equipo, estima y respeto mutuos. Las m?s j?venes, las de contrato de duraci?n determinada, siempre estaban en el punto de mira, y una sola valoraci?n negativa podr?a evitar su contrataci?n para la pr?xima temporada, de modo que sufr?an por la precariedad e inseguridad que generaba estaba situaci?n, que se agravaba a?n m?s por las continuas crisis econ?micas y pol?ticas que azotaban a nuestro pa?s, Italia. Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=48773700&lfrom=688855901) на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
Наш литературный журнал Лучшее место для размещения своих произведений молодыми авторами, поэтами; для реализации своих творческих идей и для того, чтобы ваши произведения стали популярными и читаемыми. Если вы, неизвестный современный поэт или заинтересованный читатель - Вас ждёт наш литературный журнал.