Только шрам зазмеился над бровью... Пуля, к счастью, прошла стороной. Вот мы чокнулись.Как "за здоровье", Ну а пьем, ровно "за упокой"... И глаза... Как врата в неизбежность, Темноликой тревоги полны. Не могли мы, пойми, свою нежность Растерять на дорогах войны. Были, были седые туманы, Их под Курском распел соловей. Над войной солнце тоже вставало

El Juez Y Las Brujas

El Juez Y Las Brujas Guido Pagliarino Guido Pagliarino El juez y las brujas (Una investigaci??n del siglo XVI) Novela hist??rica Traducci??n del italiano al espa?±ol de Mariano Bas Copyright de la obra in?©dita 1991-2001 Guido Pagliarino Primera edici??n, copyright 01/01/2002-31/10/2006 (bajo el t?­tulo ?«Un???indagine del ???500?», ISBN: 88 - 87926 - 89 - 1) Prospettiva editrice sas Segunda edici??n, copyright 01/11/2006-30/11/2011 (bajo el t?­tulo ?«Il giudice e le streghe?», ISBN 10: 88 - 7418 - 359 - 3, ISBN 13: 978 - 88 - 7418 - 359 - 3) Prospettiva editrice sas Desde el 01/12/2011 los derechos volvieron al autor Guido Pagliarino ??ndice Pr??logo del autor a las dos primeras ediciones (#ulink_23647b8f-24ec-579d-8a47-464c5a033848) Guido Pagliarino, El juez y las brujas (Una investigaci??n del siglo XVI), novel (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)a hist (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)??ric (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243)a (#ulink_039cfafd-74a9-5406-a5bf-5e00dfb6c243) Ep?­logo del autor a la tercera edici??n (#litres_trial_promo) (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) Pr??logo del autor a las dos primeras ediciones (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) Esta es una novela ambientada en una ?©poca de histerias religiosas, de caza de brujas y de la mujer considerada como una cosa, a pesar del ostensible precepto cristiano de amar al pr??jimo y la afirmaci??n neotestamentaria de que ?«no hay m??s hombre ni mujer, sino que todos somos iguales ante Cristo?». Aunque se trata de una obra de narrativa, he tratado de imaginarla con la mentalidad del siglo XVI. Como saben los historiadores, al mirar al pasado hace falta eliminar, en la mayor medida posible, la sensibilidad contempor??nea, ya que, de otro modo, nos arriesgamos a hacer juicios ahist??ricos. Por ejemplo, hoy la pena capital se juzga normalmente como algo atroz, pero en el siglo XVI se consideraba el castigo l??gico y se pensaba que el asesino arrepentido expiaba con la muerte todos sus pecados, ascendiendo as?­ al Para?­so. Como veremos, ya hab?­a en cambio quien luchaba contra la tortura, mucho antes que Beccaria. En la narraci??n intervienen personajes de ficci??n y otros que vivieron realmente. El propio protagonista es una figura hist??rica, cuyo nombre persiste por su tratado contra la brujer?­a. Se sabe que era abogado. No consta que fuera juez pontificio como yo lo he imaginado. Lo he retratado como un hombre incapaz de re?­rse de s?­ mismo. He tratado de introducir iron?­a y humor (negro) involuntario en algunas de sus actitudes y sus descripciones y consideraciones. El abogado Ponzinibio y el terrible dominico Spina tambi?©n existieron realmente, adem??s de, naturalmente, los grandes personajes hist??ricos a los que nos referimos en la obra. Tambi?©n existi?? el endemoniado Balestrini, pero resid?­a en el Piamonte y no en el Lacio: un caso que se podr?­a calificar de mitoman?­a y esquizofrenia con instintos suicidas. El joven obispo Micheli es por el contrario un personaje de ficci??n, aunque es una imagen de algunos altos prelados que fueron acusados de herej?­a porque practicaban la caridad evang?©lica, los cardenales Pole, Sadoleto y Morone. He mantenido a este ??ltimo en el fondo, acechante. La idea de la novela se me ocurri?? despu?©s de una investigaci??n sobre la caza de brujas que trataba de entender al menos las razones hist??rico-sociales de tal barbaridad en el culmen de la ?©poca del Renacimiento. Lo que consegu?­ averiguar est?? sintetizado en las consideraciones del abogado Ponzinibio, el obispo Micheli y el caballero Rinaldi y, en cierto momento de la obra, del protagonista. En el siglo XVI persist?­a la forma alocutiva vos, pero ya junto al usted que lo estaba sustituyendo: he preferido esta por ser natural tanto para m?­ como para la mayor?­a de los lectores, dado que el vos solo pervive en algunas zonas meridionales de Italia. He tratado, a veces pretendiendo hacer sonre?­r, de usar un lenguaje que, aunque siga las normas generales modernas, recordase en general el del siglo XVI. Guido Pagliarino Guido Pagliarino (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) El juez y las brujas (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) ( (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)Una investigaci??n del siglo XV (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)I) (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) Novela (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)hist (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c)??rica (#ulink_0f23b2d9-90e7-5861-a0d7-b948a9194e4c) Cap?­tulo I En el a?±o del Se?±or de 1517, siendo un joven de veintis?©is a?±os, yo, Paolo Grillandi, jurisperito, fui nombrado juez adl??tere en el Tribunal de Roma, donde comenc?© a aprender del juez general, Astolfo Rinaldi, la pr??ctica de los procedimientos contra todo tipo de criminales y principalmente contra las servidoras del mal llamadas brujas. Mucho antes de mi ingreso en la magistratura, desde que Inocencio VIII promulg?? en 1484 la bula Summis Desiderantes, que sancionaba oficialmente la guerra a los malignos y malignas y precisaba los criterios para distinguirlos, se hab?­an celebrado innumerables procesos por brujer?­a, muchos m??s que antes. Su Santidad hab?­a entendido que hab?­a aumentado en mucho el n??mero de personas, hombres y sobre todo mujeres, dedicados a pr??cticas de hechicer?­a y por ello hab?­a declarado ?«absolutamente necesario no tener piedad ni ser indulgentes contra ellas?». El resultado hab?­a sido feliz, con grandes condenas a endemoniados, convertidos en inofensivos mediante la prisi??n o la hoguera. Una ayuda insustituible hab?­a sido, y segu?­a siendo para nosotros, el Martillo de las brujas, que los doctos dominicos Sprenger y Kramer hab?­an escrito en 1486 por encargo de Inocencio VIII, donde estaba previsto cada caso y se daban las instrucciones para el descubrimiento y castigo de los malignos. Por desgracia, a pesar del ?©xito, el diablo estaba m??s empe?±ado que nunca y hab?­a suscitado un n??mero cada vez m??s grande de brujas y brujos: parec?­an aumentar tanto m??s cuanto m??s numerosamente se los procesaba. Eso cre?­a yo al menos. En realidad, la mayor?­a de los investigados confesaba sin necesidad de tortura e incluso una imputada, esa Elvira que nunca podr?© olvidar, hab?­a cedido delante de m?­ sin haber recibido siquiera una amenaza. Hab?­a sido confinada tras la habitual solicitud formal de gracia. Sab?­amos que no hab?­a que tenerla en cuenta porque, de otro modo, nosotros mismos habr?­amos sido sometidos a juicio: se trataba por tanto de elegir la pena, una vez obtenida la confesi??n. La mujer hab?­a sido denunciada por un hechizo contra un tal Remo Brunacci, tambi?©n ?©l de la villa de Grottaferrata. Hab?­a sido importante el testimonio de la parroquia, hasta el punto de que, aparte de la v?­ctima, no hab?­a sido necesario interrogar a otros lugare?±os: Brunacci hab?­a perdido el miembro viril por la magia de la bruja y este se lo hab?­a confiado al arcipreste. Este le hab?­a pedido que se bajara los calzones y lo hab?­a comprobado personalmente: efectivamente, como hab?­a atestiguado despu?©s, no estaba el miembro. Hab?­a invitado entonces al fiel a hacer penitencia: ayunar y beber agua bendita, pidiendo al cielo recuperar lo sustra?­do. Para poder concentrarse mejor en la oraci??n, hab?­a encerrado al penitente, d??ndole un cubo de dicha agua, en una peque?±a habitaci??n vac?­a de su casa y le hab?­a mantenido ah?­ un d?­a y una noche. Cuando hab?­a vuelto a abrir por fin, el p??rroco le hab?­a realizado otro control y hab?­a aparecido entre las piernas el miembro viril, con una gran alegr?­a y maravilla de Remo que, una vez despedido, hab?­a contado la historia a todo el pueblo. Posteriormente hab?­a llegado una carta an??nima a la Inquisici??n, a la que le hab?­a seguido la oficial del arcipreste. En ese tiempo yo asum?­a tales denuncias participando de la indignaci??n. De hecho, tambi?©n mi familia hab?­a tenido que sufrir terribles males de una bruja. Yo ten?­a nueva a?±os y, despu?©s de haber aprendido a leer, escribir y contar, estaba entonces en la tienda de mi padre, maestro espadero, cuando mi madre, durante toda su vida rebosante de salud, hab?­a ca?­do repentinamente presa de una fiebre maligna y hab?­a muerto. Yo era hijo ??nico, a pesar de que los m?­os habr?­an deseado una prole numerosa para tener una familia como Dios manda. Muchas veces mi madre, llorando, le hab?­a repetido a mi padre que deb?­a haber sido la comadrona que me hab?­a tra?­do al mundo la que lo hab?­a impedido: hab?­a tenido un altercado con ella unos meses despu?©s de mi nacimiento, por culpa de la ropa tendida y esa mujer deb?­a haberle pasado factura: es de dominio p??blico que curanderas y comadronas son sospechosas de brujer?­a por el solo hecho de su profesi??n; el mismo Martillo de las brujas indica a esas mujeres como seres potencialmente malignos. Temiendo su venganza tal vez sobre m?­, mis padres hab?­an hablado, aunque siempre solo entre ellos. A pesar de todo, una tarde, estando con nosotros en la mesa, como correspond?­a por ser parte de su salario, los dos empleados de la tienda, mi padre hab?­a bebido demasiado y hab?­a ca?­do presa de una profund?­sima tristeza. Se la hab?­a desatado la lengua y hab?­a revelado el secreto. Uno de ellos lo hab?­a contado a su vez, si no los dos. As?­ mi madre, dos d?­as despu?©s, se enfrent?? con la comadrona a la entrada de la casa de esta, que, viperina, le hab?­a espetado que alguien como ella, que andaba cotilleando, se merec?­a sus desgracias. Un mes despu?©s, atacada por el sortilegio de aquella mugrienta bruja, mam?? estaba muerta. Mi padre, perdiendo la raz??n debido al luto y con el remordimiento de haber provocado la represalia de la hechicera, hab?­a empezado a golpear a los empleados, como si esto hubiera podido cambiar la suerte de su amad?­sima esposa y no hubiera sido su bebida la causa principal de lo que hab?­a ocurrido. Lleno de odio, perdido cualquier temor, en el funeral hab?­a denunciado a la comadrona; por otra parte, el mismo hecho de que ella no estuviera presente para rezar por la muerta era una acusaci??n. La parroquia hab?­a avisado a la Inquisici??n; sin embargo la bruja, advertida por alguien, se supuso que el mismo diablo, hab?­a desaparecido para siempre y no hab?­a sido castigada. Hasta aquel momento, yo solo hab?­a alternado llanto y silencio. Conocida la fuga de la asesina, explot?©: ?????Yo la encontrar?©! ???le grit?© a mi padre???: ??Castigar?© con la hoguera a todas las que son como ella! No hab?­a cedido y lo hab?­a dicho tantas veces durante semanas que mi padre, tambi?©n ansioso de justicia, hab?­a pedido consejo a la parroquia. As?­ hab?­a sido dirigido hacia los estudios de jurisprudencia. Sin embargo, trabajaba en la tienda Grillandi cada vez que me era posible. Por esto, a fuerza de forjar espadas, mi brazo derecho se hab?­a musculado con el tiempo, hasta ser casi el doble del izquierdo. Despu?©s de un par de a?±os, mi padre se hab?­a casado con una viuda sin hijos. Despu?©s de solo unos pocos meses, la consorte hab?­a sufrido violent?­simos dolores en el vientre y, en pocos d?­as, estaba muerta. Mi padre se hab?­a casado una tercera vez, con una prima. Con ella hab?­a concebido una ni?±a, pero al dar a luz hab?­a revelado el horror de dos cabezas y, durante el atroz parto, tanto la madre como la hija hab?­an fallecido, la primera irremediablemente desgarrada por la doble cabeza de la naciente, la segunda por no haber podido respirar. La bruja continuaba lanzando desde lejos maleficios a todas las mujeres de la familia. Nuestro odio por ella hab?­a aumentado, si es que eso era posible. Cuando consegu?­ el doctorado, como era habitual, mi padre hab?­a comprado mi cargo de juez, con los buenos oficios del sacerdote y una gran suma a distribuir entre los poderosos. Tambi?©n la parroquia hab?­a recibido una donaci??n. A mi padre no le hab?­an quedado ni dinero, ni plata, ni armas, as?­ que, para adquirir el material para fabricar nuevas espadas, hab?­a tenido que pedir un pr?©stamo al banco. Pero, con los a?±os, yo le hab?­a compensado su sacrificio d??ndole un d?©cimo de mis estipendios. La asesina de mi madre y mis madrastras nunca fue hallada, pero mi coraz??n se aceleraba con cada arresto de brujas. Recuerdo que cuando trajeron a Elvira yo hab?­a exclamado delante de Astolfo Rinaldi: ?????Quitarle el pajarito a un caballero! ??Ah! Pero se har?? justicia. Al principal se le hab?­a escapado una sonrisa, que yo hab?­a interpretado como ?«S?­, nosotros pensamos lo mismo?» y hab?­a dicho: ???Boccaccio. Sab?­a que era un gran admirador del Decamer??n, texto que entonces, antes de que en 1559 Pablo IV creara el ??ndice de los Libros Prohibidos, era de libre lectura, pero no conoc?­a entonces esa obra y no hab?­a entendido lo que el juez hab?­a sugerido, ni me habr?­a atrevido a pedir una explicaci??n para no parecer inculto. A m?­ me gustaban las obras serias y, sobre todo, el Infierno de Dante, que me parec?­a casi un s?­mbolo de mi obra heroica contra el maligno y quien se hab?­a adentrado en su ?«selva oscura?». Elvira hab?­a sido arrestada y encarcelada siguiendo la pr??ctica habitual. El jefe de los gendarmes, con dos guardias armados y un inquisidor dominico, hab?­a llamado a su puerta. En cuanto abri?? la puerta, sin darle tiempo siquiera a hablar, le hab?­an amordazado, atado, conducido a Roma y ah?­ hab?­a sido encerrada a pan y agua en una celda de la Inquisici??n, a la espera del proceso. Despu?©s de la condena religiosa, segu?­a encerrada para el proceso secular, en el que hab?­an estado presentes, aparte de Rinaldi y de m?­, el inquisidor y dos testigos, Brunacci y el p??rroco, ya interrogados por nosotros. Todos est??bamos ocultos para la imputada, pero pod?­amos verla y hablar con ella a trav?©s de las aberturas apropiadas. La bruja solo ten?­a a los carceleros a la vista. De inmediato, por orden de Rinaldi, se?±al?© la prueba suprema, la confesi??n. La investigada estaba atada, semidesnuda, en una postura que permit?­a atormentar casi cualquier parte de su cuerpo. Una vez o?­da mi voz y antes de que la hubiera amenazado con la tortura, Elvira hab?­a confesado todo. No me sorprend?­a: sab?­amos que despu?©s de haber sido apresada por la Inquisici??n se hab?­a comportado as?­. Me hab?­a dicho que era bruja ya con catorce a?±os y respondiendo a mis preguntas concretas seg??n la casu?­stica de Martillo de las brujas, hab?­a admitido haber matado y da?±ado bestias y cultivos, ser asesina de hombres y ni?±os varones, que se untaba las verg??enzas con una grasa m??gica, para as?­ subirse al mango de una escoba y, gracias a esos artificios, volar al aquelarre de los diablos, en el que participaba en persona el pr?­ncipe negro y era adorado por ella y otras mujeres malvadas y que el maligno, despu?©s de que el asistente que tenia detr??s le hubiera levantado la cola y todos los presentes le hubieran rendido homenaje bes??ndole la asquerosa cloaca, copulaba con alguna de las brujas, seg??n y tambi?©n contra natura mediante su bifurcado ??rgano masculino y que la hechicera ten?­a en una jaula, invisible para todos aparte del demonio y ella, los miembros viriles de todos los hombres que hab?­a embrujado, m??s de veinte, que se mov?­an como p??jaros vivos y com?­an avena y trigo y que el diablo ven?­a cada cierto tiempo a mirarlos para divertirse. Le hab?­a preguntado por fin si Lucifer se le hab?­a manifestado en la famosa forma del ?«bello Ludovico?», es decir como ?«hombre en todos sus miembros, salvo en los pies, que parec?­an siempre pies de ganso que miraban hacia atr??s de tal manera que estaba atr??s lo que suele estar adelante?». Hab?­a respondido que s?­. La rea confes?? sus pecados y, al mismo tiempo, delitos de todo tipo, sobre todo el homicidio y mutilaci??n de cristianos, ??c??mo se pod?­a no quemarla? Por otro lado, habiendo confesado de inmediato, se le hab?­a concedido la gran misericordia de ser estrangulada antes de encender la hoguera. A pesar de eso, una vez en el pat?­bulo, antes de ser estrangulada por el verdugo con la cuerda que le rodeaba el cuello, nos hab?­a maldecido a todos. Entonces no me hab?­a dado pena, ya que sab?­a que la confesi??n era prueba suprema y hab?­a estado orgulloso, como siempre, del buen servicio prestado a Dios y, con ello, al recuerdo de mi madre. Estaba tan seguro del grav?­simo peligro de la brujer?­a que, tiempo despu?©s, en 1525, publiqu?© un Tractatus de Sortilegis como documentaci??n y admonici??n. Esta obra hab?­a acrecentado, ??pobre de m?­!, mi buena fama en la Inquisici??n Mon??stica papal. Debo a?±adir sin embargo una cosa, en nombre de la verdad: no he pretendido, al manifestar remordimiento, que los fen??menos diab??licos hayan sido y sean siempre mera apariencia. As?­, yo en persona asist?­ una vez at??nito a un caso indudable de posesi??n, que narrar?© m??s adelante, y seguramente a un proceso, que tambi?©n contar?©, a verdaderos siervos de Sat??n. Sin embargo sigo estando seguro de que, en su mayor parte, brujas y hechiceros no fueron tales y, por tanto, de que me equivoqu?© en casi todos los casos. Cap?­tulo II Las dudas empezaron a aparecer cinco a?±os despu?©s de la publicaci??n de mi libro. Era ya el final de la tarde de un d?­a templado de finales de invierno, casi al atardecer. Volviendo a casa, como de costumbre a pie, me hab?­a parado en el gran mercado de alimentos y tejidos que ocupa toda la plaza del tribunal. Era esa hora en que se quitan los puestos y se puede conseguir comida a precios m??s bajos. Tras comprar un buen pollo vivo, que ten?­a que matar, lo llevaba a casa sosteni?©ndola delante de m?­ agarrado con la mano derecha mientras que con la izquierda aferraba, como siempre cuando caminaba, la empu?±adura de mi espada. Como era habitual, pretend?­a parecer fiero y fuerte a pesar de la molestia de esa ave y as?­ todos me hab?­an dejado pasar y me hab?­an saludado, tanto en la plaza como en el resto del camino; salvo??¦ ??Bueno, un chico desconocido cuando ya estaba casi a la puerta de mi hogar, no se hab?­a apartado! M??s bien hab?­a chocado conmigo y se hab?­a ido sin pedir perd??n a pesar de la ofensa: ?????Pues vaya! Adem??s, cuando estaba a varios brazos lejos confundido con la muchedumbre, tuve que sufrir la vil deshonra de una clar?­sima pedorreta. Solo despu?©s me di cuenta de que hab?­a sido una se?±al del Cielo contra mi soberbia y tal vez tambi?©n de la visita que iba a recibir enseguida, pero en ese momento me puse l?­vido. Una vez en casa, un piso cerca del tribunal en el que viv?­a solo con un sirviente, tras apagar la ira moj??ndome la cabeza con agua fr?­a, orden?© al sirviente que cocinara con cuidado el pollo. No era la estaci??n, porque si no le habr?­a ordenado fre?­rlo en el zumo de ese nov?­simo fruto al que algunos llaman manzana de oro, pero en realidad, cuando est?? correctamente madurado, tiene el color rojo del infierno, hasta el punto de que, como me hab?­a dicho hac?­a meses una esp?­a, el populacho, por supuesto cuando sabe que lo le pueden o?­r, suele llamar a ese espl?©ndido plato ?«el pollo al demonio?». Pero los demon??logos, a los que interpel?© r??pidamente, una vez probada esa comida con absoluto escr??pulo y repetidamente, hab?­an concluido que el diablo no se encontraba en esa magn?­fica pitanza y que cualquier cristiano pod?­a comerla sin pecar, siempre que no fuera con gula. Acababa de ponerme c??modo con las ropas de casa y de sentarme en la silla de mi estudio y esperando a la comida me dispon?­a a reanudar una lectura que hab?­a dejado a medias del Orlando furioso, cuando llamaron a la puerta. El sirviente me anunci?? la visita del abogado Gianfrancesco Ponzinibio. Este era un hombre de mala fama, autor de un tratado contra la caza de brujas, publicado una d?©cada antes, que yo no hab?­a le?­do, pero conoc?­a por los vehementes ataques del te??logo Bartolomeo Spina, dominico y gran cazador de malignas, incluidos en su Quaestio de Strigibus, publicada dos a?±os despu?©s de ese libro imp?­o. Las cr?­ticas del monje hab?­an puesto en peligro al descarado abogado, tambi?©n porque Spina era un funcionario importante y escuchado por el M?©dicis de Mil??n que, en ese mismo a?±o 1523, hab?­a sido elegido papa con el nombre de Clemente VII y que le hab?­a ascendido r??pidamente a cardenal y, no mucho despu?©s, a Gran Inquisidor. No hace falta decir que yo ya no era un magistrado inexperto, sino todo lo contrario: estaba colocado como Juez General en el Tribunal de Roma y adem??s tambi?©n hab?­a aumentado la estimaci??n de Clemente por m?­, desde hac?­a tres a?±os. De hecho, durante el gran saqueo de la ciudad realizado por las tropas imperiales en 1527, me hab?­a utilizado, arriesgando mi vida, para poner a salvo los documentos de los procesos en vigor y de todos los posibles del pasado. Entend?­a que tal vez Ponzinibio hab?­a acudido a m?­ por este poder en el tribunal. Este se hab?­a atrevido porque, adem??s, ten?­a la fuerte protecci??n de otro dominico, el austero monse?±or Gabriele Micheli, entonces de veintis?©is a?±os, pero muy docto, fuerte y estimado en la ciudad. Por respeto al obispo, que por otro lado ya gozaba de fama de santo, recib?­ a Ponzinibio. En su tratado, el abogado hab?­a negado la realidad de los aquelarres y las cabalgadas volantes y condenado la utilizaci??n de la tortura para las confesiones. Pues bien, parece incre?­ble pero, inmediatamente despu?©s de los saludos, nada m??s que formales, empez??: ?????Incluso usted, Se?±or?­a, confesar?­a ser un hechicero si le martirizaran los test?­culos con tenazas candentes! Me indign?© enormemente: ??c??mo osaba hablarme as?­, sin corteses pre??mbulos, sin el debido respeto, sin per?­frasis? ????Tenazas candentes a m?­?! ???Sepa con seguridad, mi docto se?±or ???le respond?­ con rostro sombr?­o, pero no sin cortes?­a en la voz y sin descomponerme en absoluto???, que muchas brujas confiesan no solo sin haber sufrido tortura, sino incluso sin haber recibido siquiera la amenaza. Hab?­a exagerado, porque solo Elvira se hab?­a comportado as?­, pero recordaba la confirmaci??n absoluta que hab?­a sabido dar a mi conciencia, por otro lado ya convencida. ???Si me lo permite, doct?­simo juez ???continu?? el infatuado como si tampoco hubiera escuchado???, me remontar?© varios siglos, para que lo pueda entender mejor. ??Una nueva impertinencia! Tuve el impulso de que mi sirviente lo echara de casa, pero me contuve pensando en la noble figura de su protector. ???Vayamos al inicio del siglo X ???prosigui?????, a un manuscrito del monje Regino de Pr??m, hoy en manos del sabio padre monse?±or Micheli, es decir, a la transcripci??n del Canon episcopi, a su vez anterior en muchos siglos. ?????El Canon episcopi ???repet?­, comenzando a estar interesado???, de los primeros siglos de la Iglesia? ???S?­, puede leerlo en casa del actual poseedor, del cual soy mensajero; pero entretanto, si me lo permite, le har?© un resumen. Hasta entonces le hab?­a mantenido en pie, junto a la puerta de mi estudio. Sabi?©ndole embajador de un protector tan importante y habi?©ndome picado la curiosidad, le hice sentarse y tambi?©n yo me sent?©. ???Magia y brujer?­a ???continu?? en cuanto se sent?????, siguen a la historia del hombre, desde mucho antes del cristianismo. Se describen rituales de brujer?­a en la literatura antigua, por ejemplo en Apuleyo, ahora de nuevo objeto de lectura y estudio por parte de distintos eruditos; y tambi?©n el descubrimiento y la investigaci??n de textos antiqu?­simo como la herm?©tica y la c??bala, por parte de Ficino, de Pico della Mirandola... Le interrump?­, de nuevo con fastidio: ???Mi sabio se?±or, ??por supuesto que esas cosas son verdad! y bien conocidas por pobres ignorantes como este Juez General que le est?? escuchando pacientemente. ??Verdaderamente el demonio ha estado activo durante toda la historia! ??Piensa decirme algo nuevo? ??Cree que no s?©, por ejemplo, de la viej?­sima bruja de Endor que predijo la desventura al rey Sa??l? ???a?±ad?­ como muestra de mi saber, citando el primer ejemplo que me vino a la mente y, torciendo el gesto, le mir?© fijamente a los ojos para hacerle bajar la vista, pero no lo hizo del todo y me sonri??; luego inclin?? la cabeza asintiendo como para excusarse y, tras levantarla, contest??: ???Perd??neme, se?±or juez, pero solo pretend?­a ser una inocente introducci??n. No he dudado en absoluto de su sapiencia. Mostr?© mi aceptaci??n de las excusas bajando la cabeza por un momento, aunque m??s breve que el suyo: ???Vamos con el Canon episcopi ???le orden?©???, o no hablaremos m??s ???Y comenc?© a tamborilear con los dedos de la mano derecha sobre el brazo de mi sill??n. Apresur??ndose casi hasta el punto de atropellarse con las palabras, Ponzinibio continu??: ???El canon, con la venia, se?±or?­a, afirma que existen mujeres malignas que creen cabalgar animales de noche con la diosa Diana y cubrir grandes distancias en breve tiempo y desarrollar ceremonias blasfemas en lugares secretos con esp?­ritus encarnados, pero subraya que se trata solo de alucinaciones o de sue?±os, provocados por el diablo para apoderarse de la mente de las personas y ??sabe cu??les son los remedios propuestos? ???No me dio tiempo a hablar y prosigui?????: Penitencia y oraci??n. Eso dice el canon y as?­ act??a la Iglesia hasta el a?±o 1000; luego bastan unos pocos a?±os: un siglo despu?©s, como se deduce de otros documentos en poder de monse?±or Micheli, gran parte del clero acepta entonces, por el contrario, la realidad externa de esos hechos, mientras que el pueblo tiene una certeza absoluta; y la magia del diablo, su aparici??n en persona, visible, en reuniones de brujas y hechiceros se convierte en esos siglos en algo indiscutible. ???En efecto, es indudable y puede costar muy caro pensar otra cosa ???repliqu?© con gran severidad. Estaba a punto de a?±adir una amenaza mayor a Ponzinibio cuando me acord?© de su poderoso protector y, habiendo entendido que tambi?©n ?©l pensaba as?­ de mal, me call?©. Al callar, el abogado replic??: ???Y sin embargo, mi justo se?±or, ??la actitud moderada del Canon episcopi tal vez indicar?­a que nuestros antiguos padres estaban mal preparados? ??Es posible que hasta el siglo XI, sin que la tortura fuera legal y se garantizara a los investigados un proceso justo ???Ponzinibio, mir??ndome directamente a los ojos, recalc?? la palabra justo???, brujas y hechiceros fueran un fen??meno de importancia absolutamente secundaria y, por el contrario, con el paso del tiempo hayan aumentado en n??mero hasta ser considerados como uno de los peligros m??s grandes? ??Es posible que lo que parece el remedio sea por el contrario la causa? Como dije, ??qui?©n podr?­a resistirse al dolor o aunque solo sea a su amenaza sin declararse culpable? ??Es posible que en los ??ltimos siglos que tanto muestran glorificar la sabidur?­a y en esto en concreto se haya perdido la raz??n, gloria del cristianismo en el primer milenio? ???finalmente concluy?????: Monse?±or Micheli reza por usted y desea ardientemente verle, se?±or Juez General. Le espera el jueves en su casa, dos horas despu?©s de salir el sol. ??Qu?© debo decirle? ???Mi obediencia hacia monse?±or es absoluta. Comun?­quesela y d?­gale que ir?©. Cap?­tulo III Era la ma?±ana siguiente, martes. Quedaban dos d?­as para mi cita con monse?±or Micheli. Estaba realizando una tarea importante, por supuesto por orden del Papa, asignada por el pr?­ncipe de Biancacroce en persona, su portavoz secular. Esperaba cumplir con el encargo al principio de la tarde, para poder luego ir, como le hab?­a prometido, a casa de Mora, hija del vulgo bastante m??s joven que yo, veintitr?©s a?±os reci?©n cumplidos, cabellos negros y tupidos, rostro y cuerpo de ninfa, a la que manten?­a en secreto y con la que fornicaba sin confesarme nunca por temor a tener grav?­simas penitencias. De hecho no sab?­a de qui?©n fiarme y en esos tiempos no se hab?­a instituido el confesionario, mueble que, despu?©s del Concilio de Trento, hab?­a garantizado algo de anonimato al penitente. Sin embargo dudaba bastante de poder acabar mi tarea a tiempo para ir a casa de mi Mora, aunque fuera con retraso. Sent?­a una inquietud imprecisa. Estaban conmigo, todos en pie dentro de un alto, oscuro e intrincado bosque, unos de mis jueces adl??teres, Veniero Salati, seis gendarmes de escolta y delante, para abrir camino con su espada entre ramas y troncos, el teniente comandante de la guardia del tribunal, Angelo Rissoni. Todos sab?­amos que los problemas de la Iglesia habr?­an tenido finalmente soluci??n si ten?­amos ?©xito en la empresa: la herej?­a protestante se habr?­a extinguido y se habr?­a reabierto el espl?©ndido camino evang?©lico para la poblaci??n cristiana, por fin reunificada. Por tanto sent?­a una gran alegr?­a en mi ??nimo y seguramente en los de los dem??s, como hab?­a entendido de las palabras pronunciadas por los guardias y mi ayudante. Ese contento sab?­a contener nuestra ansiedad: ninguno de nosotros sab?­amos el camino a seguir y se avanzaba a tientas. Rissoni abr?­a el camino cortando la maleza, concentrado completamente en su tarea de vanguardia: los pantanos estaban cerca y hac?­a falta evitarlos antes de llegar finalmente a la meta. Recuerdo el sudor sobre mi frente, gotas que deb?­a quitarme continuamente con la mano izquierda mientras agarraba como los dem??s con el pu?±o derecho la espada desenvainada: sab?­amos que hab?­a lobos y onzas al acecho. Nos aguardaba junto al camino mi antiguo superior, el caballero Rinaldi, ahora noble mayordomo de Su Santidad, que nos hab?­a dado las ??ltimas instrucciones, pero ninguno de nosotros sab?­a d??nde ten?­amos que encontrarle: nos hab?­an dicho que ?©l mismo nos encontrar?­a en el momento oportuno. La operaci??n era tan secreta que ni siquiera nosotros pod?­amos conocer con precisi??n todas sus fases. Despu?©s de un largo camino, hab?­amos llegado a ese bosque inh??spito. El sol estaba casi en lo alto, como puede entrever levantando la vista hacia una rendija entre el espesor de las hojas. Era verdad, ese d?­a no iba a poder visitar a mi Mora. Con este pensamiento, vi al teniente comandante hundirse y desaparecer en un am?©n dentro del terreno: ??arenas movedizas! Dos gendarmes y yo tratamos en vano de alcanzarle, primero introduciendo los brazos en el cieno, tumbados al borde del terreno s??lido y luego removiendo el interior de la arenas con una larga rama que recogimos: el oficial hab?­a acabado en lo m??s profundo. ?????La puerta del infierno! ???grit??, sin poderse contener, el servil oficial vicecomandante del pelot??n???. Est?? en manos del dia??¦ Le hice callar con una mirada glacial e inmediatamente le orden?©: ?????Asuma el mando de la escolta! Vaya r??pido adelante y b??squenos otra v?­a. Obedeci?? de bastante mala gana, como denunciaban la expresi??n del rostro y el paso indeciso. A?±ad?­ para todos. ?????Fuerza y esperanza! ???Y dirig?­ a cada uno de ellos mi mirada segura y altanera. ?????Soberbia! ???me reson?? en la cabeza. Mir?© a mi alrededor, para ver si tal vez los dem??s lo hab?­an o?­do, pero ninguno parec?­a haberlo o?­do y experiment?© temor: ??qui?©n hab?­a hablado? Siguiendo la nueva direcci??n, despu?©s de un buen rato, casi al atardecer, encontramos en un peque?±o claro al caballero Rinaldi, completamente solo. ???Por ah?­ ???dijo, haciendo se?±ales con el dedo de girar a nuestra izquierda hacia un sendero que se abr?­a, a pocas varas, entre unos prunos muy altos y densos. Luego, sin hablar m??s, despu?©s de haberme lanzado una mirada de odio, se fue en la direcci??n opuesta como si me tuviera miedo. Por ese camino, poco despu?©s, llegamos finalmente ante el mar, sobre una playa de arena clar?­sima, casi blanca. Todos hab?­amos sido escogidos entre los que sab?­amos nadar, ya que ten?­amos ??rdenes all?­ indicadas de sumergirnos en el pi?©lago y dirigirnos mar adentro, donde nos esperaba la barca de San Pedro. Dejamos por tanto las armas sobre la arena, no sumergimos y empezamos a nadar. El sol empez?? a ponerse y pronto el agua tom?? el color de la naranja y, con gran disgusto, vimos entonces culebras y otros reptiles asquerosos en torno a nosotros sobre el agua y sentimos que toc??bamos otros con las piernas y la espalda. Estuvo a punto de entrarme en la boca una peque?±?­sima serpiente con rayas amarillas y verdes no m??s grande que mi dedo medio. Por si fuera poco, llegaron sobre nosotros nubes de mosquitos, pos??ndose muchos sobre nuestras frentes y sobre nuestras orejas para chuparnos la sangre. Continuamos, rezando y d??ndonos ??nimos unos a otros, y de repente, en vez de la barca de San Pedro, divisamos otra orilla: no era por tanto el Mar de la Pureza que nos hab?­a puesto como meta el Papa el que rodeaba nuestros cuerpos, sino que los envolv?­a una gran laguna de agua salada. Nadamos hasta esa playa, ya casi agotados, mientras nos rozaba un n??mero a??n mayor de reptiles y llegamos finalmente a la orilla. ??Qu?© hacer ahora? Ca?­mos sobre la arena, jadeantes, pero enseguida orden?© imperioso: ?????Sigamos! ???Poni?©ndome en pie en un r??pido acceso de orgullo. Ya estaba casi oscuro. Eso hicimos; sin embargo, tras dar unos pocos pasos, un terremoto extra?±amente silencioso sacudi?? por un momento la tierra a nuestros pies, abriendo un barranco que se trag?? a Veniero Salati, que estaba junto a m?­, y a todos los dem??s, aparte de m?­: de hecho, en ese mismo momento, sali?? un brazo de una niebla lechosa que se hab?­a formado misteriosamente a mi lado y su mano, que llevaba en el dedo el anillo episcopal, me agarr??. En ese momento me despert?© en mi dormitorio: todav?­a era la noche entre el lunes y el martes. Solo m??s adelante entender?­a el sentido de esa pesadilla. Mostraba tanto los pr??ximos acontecimientos como mi futuro y el de mis colaboradores: un a?±o despu?©s, el papa Pablo IV, en competencia con iguales acciones de los protestantes, habr?­a reanudado con la m??xima diligencia, m??s horrenda que nunca, la caza de los errados. El futuro cardenal Micheli se sabe que trabaj?? en contra de la homicida voluntad papal, logrando al menos hacer condenar a una parte de los investigados a la prisi??n en lugar de la muerte: para acoger a todos los reclusos hab?­a sido necesario ampliar la prisi??n de la Inquisici??n. La masacre hab?­a sido espantosa de todos modos y tambi?©n fueron ejecutados el teniente comandante Angelo Rissoni y Veniero Salati, convertido hac?­a tiempo en Juez General en mi lugar. El cardenal Micheli, por orden directa de Su Santidad, hab?­a sido encarcelado sin proceso hasta la muerte de aquel excelente Papa. Solo yo, que hab?­a entrado en un convento de clausura un a?±o despu?©s de ese sue?±o dantesco, viviendo como un penitente sencillo e ignorado, hab?­a superado indemne hasta hoy cualquier persecuci??n. En ese momento no entend?­ de inmediato el sentido de la alegor?­a, pero advert?­ enseguida con seguridad que la exclamaci??n que hab?­a o?­do hacia la mitad del sue?±o, ?«Soberbia?» era una advertencia y que proven?­a del Bien, no de Satan??s. Cap?­tulo IV Al d?­a siguiente, por la tarde, mientras estaba con el cuerpo de guardia atento a la conversaci??n con el teniente comandante, un polic?­a funcionario del ayuntamiento de Grottaferrata acudi?? a m?­ en el tribunal. Me comunic?? delante de los hombres de armas que el p??rroco de su pueblo sent?­a que su vida estaba acab??ndose y que quer?­a hablarme de algo muy grave antes de expirar. En realidad ten?­a previsto visitar a Mora ese d?­a. Por tanto, aunque de mala gana y despu?©s de no pocas vacilaciones, dije que s?­ al funcionario, aunque estando delante de tantos testigos no habr?­a podido hacer otra cosa: como Juez General deb?­a dar ejemplo del sentido del deber moral y de la caridad. Le ped?­ sin embargo que me esperara, porque no pretend?­a cabalgar solo por un camino inseguro, ni tampoco apartar a los guardias del tribunal de su tarea por motivos no oficiales y obtuve tambi?©n la promesa de que me acompa?±ar?­a de vuelta a Roma. No pude advertir a mi amada, pero al no ser la primera vez que me entreten?­an mis obligaciones, estaba seguro de que no se preocupar?­a. Por otra parte, ella sab?­a bien que me lo deb?­a toda a m?­ y nunca se hab?­a quejado. No tuvimos ning??n percance en el viaje y llegamos al pueblo hacia el anochecer. El polic?­a me condujo directamente a la casa del p??rroco. All?­ me abri?? un sacerdote que sufri?? un evidente sobresalto cuando me reconoci??. ???El p??rroco acaba de confesarse y todav?­a esta l??cido ???me dijo en voz baja al conducirme por las escaleras en direcci??n a la habitaci??n de su superior???. Ya le he dado la eucarist?­a y la unci??n y parece que esta le ha fortificado, porque ha recuperado la palabra m??s fuerte y clara. La mejora que habitualmente precede a la muerte, pens?© espont??neamente y me turb?© de inmediato: como buen cristiano, aceptaba con fe la capacidad taumat??rgica del santo ??leo; ??por qu?© entonces me hab?­a venido a la mente ese pensamiento blasfemo? No cab?­a la menor duda, seguro que hab?­a sido el diablo. ??Tal vez no quer?­a que hablara con el p??rroco? Hice la se?±al de la cruz y empec?© a rezar mientras entraba donde estaba el moribundo, imitado por el sacerdote y el guardia, que sub?­a detr??s de m?­. Seguro que pensaban que era una oraci??n para aquel moribundo, aunque por el contrario no hab?­a tenido esa intenci??n. La habitaci??n, muy peque?±a, estaba miserablemente amueblada, con un banco monacal, unas estanter?­as de madera para libros y, como catre, tres tablas recubiertas de paja colocadas sobre caballetes. El local estaba apenas iluminado por dos cirios. El p??rroco parec?­a adormilado, pero con nuestros rezos abri?? los ojos y se volvi?? hacia m?­ con expresi??n de alivio y emitiendo un lamento. ???Es el cilicio ???susurr?? el cura joven en cuanto terminamos la oraci??n???, lo lleva desde hace muchos a?±os y no ha querido quit??rselo ni siquiera ahora. ???D?©janos solos y vete ???le orden?©???. Tambi?©n t?? ???me dirig?­ al polic?­a???. Por hoy, ni hablar de volver. Dormir?© aqu?­. Venid a buscarme al alba y entretanto pedid la debida autorizaci??n al burgomaestre en mi nombre. Una vez a solas, el p??rroco me hizo se?±as para acercar el banco a su catre. En cuanto estuve junto a ?©l, empez?? a hablarme y a medida que me iba contando yo iba qued??ndome cada vez m??s boquiabierto. Me habl?? de Elvira, la bruja contra la que hab?­a prestado testimonio a?±os antes. La mujer hab?­a llegado siendo todav?­a joven de Benevento, lugar tristemente famoso de mujeres malignas en sus alrededores en donde, seg??n hab?­a contado el te??logo Spina en su tratado, se reun?­an debajo un nogal a realizar cosas horribles y concertar otras nuevas. Su madre hab?­a sido una de ellas. Ya conoc?­a a esa bruja al haberlo le?­do en el libro de aquel docto dominico. Apoyada un d?­a, como un buitre, encima de una rama del nogal, hab?­a pasado cerca de ella, solo, un joven comerciante, jorobado pero de bellas facciones y noble parla, que, al ver a la bruja, mujer por otro lado bastante bella aunque no muy joven, se hab?­a acercado a conversar con ella. Ella le hab?­a deseado de inmediato de acuerdo con la voluntad m??s bestial y le hab?­a prometido quitarle la joroba para siempre si aceptaba satisfacerle. As?­ hab?­a sucedido. Al pasar por Benevento, en la posada, despu?©s de muchos brindis, el comerciante, entre risas, hab?­a contado el hecho para luego alejarse hacia su destino sin poder ser interrogado antes por las autoridades. As?­ que no se hab?­an podido conocer las facciones de la bruja para arrestarla. Sin embargo hab?­a sucedido que, habi?©ndose corrido r??pidamente la voz, un vecino de los alrededores, tambi?©n jorobado, hab?­a ido al nogal esperando encontrarse con la hechicera y conseguir tambi?©n ese acuerdo. Estaba all?­, pero el hombre era tan feo y su aliento ol?­a tanto vino que la bruja, molesta, en lugar de quitarle la joroba, le hab?­a a?±adido otra sobre la que ya ten?­a. Al volver desesperado al pueblo, el campesino hab?­a contado su desventura. Seg??n algunos de aquellos que le hab?­an visto y escuchado, su joroba se hab?­a doblado con creces; seg??n otros, hab?­a aumentado, pero solo un poco; para otros m??s, que seg??n Spina trataban de consolar a la v?­ctima, el bulto era casi casi casi el mismo. Dos guardias le hab?­an escuchado y, de inmediato, para que no huyese como el otro, le hab?­an tomado declaraci??n. Obtenida la descripci??n de la bruja, esta hab?­a sido identificada y arrestada inmediatamente en su casa: hab?­a explicado a Spina que, habiendo tenido como todas sus iguales la facultad de volar, la bruja hab?­a llegado su morada antes incluso de que llegase de Benevento el pobre hechizado. Tambi?©n resultaba del tratado que la hechicera, soltera, ten?­a una hija, fruto indubitable, seg??n la intuici??n inmediata de la gente, de la c??pula entre ella y el demonio, a la cual, sin embargo, no se hab?­a podido capturar. Como supe por el p??rroco, la ni?±a, que estaba fuera de casa en el momento del arresto, al volver hab?­a sido vista y arrastrada por la fuerza a la tienda del joven sastre del pueblo, un jud?­o mal visto y a menudo insultado por todos, que la hab?­a escondido por solidaridad hacia los perseguidos y tambi?©n por estar cautivado desde hac?­a tiempo por la belleza de la joven. All?­ Elvira hab?­a tenido que sufrir los gritos horribles de la madre torturada en el vecino tribunal, la cual, solo despu?©s de dos d?­as, hab?­a sido condenada e inmediatamente quemada para calmar al agitado vulgo. Esa tarde, aprovechando la aglomeraci??n de los alterados campesinos en torno al fuego, la joven hab?­a huido, acompa?±ada por el sastre, que, por prudencia y disgustado con aquel pueblo, hab?­a preferido tambi?©n irse de Benevento. Desde lejos, la joven hab?­a visto arder a su madre y hab?­a o?­do sus desgarradores gritos. Hab?­an vivido como vagabundos, ?©l cosiendo ropas de un pueblo a otro, ella vendiendo un licor de color pajizo de gusto exquisito que el p??rroco aseguraba haber probado muchas veces, cuya fabricaci??n hab?­a aprendido de la madre, herborista y lavandera. Todo esto se lo hab?­a contado ella misma al arcipreste tiempo despu?©s, al que hab?­a llegado finalmente encinta despu?©s de muchas peripecias, pidi?©ndole que le acogiera por un tiempo. Acababa de huir de un grupo de bandoleros donde hab?­a permanecido como esclava durante a?±os despu?©s de que, por el camino, la hubieran capturado despu?©s de haber matado a su compa?±ero. El p??rroco, conmovido, le hab?­a encontrado un trabajo como sirviente en la piadosa familia de un notario, donde hab?­a podido dar a luz en paz una ni?±a, consiguiendo permiso para quedarse con ella en el desv??n y criarla. Desgraciadamente con ellos habitaba un hermano del jefe de familia, tambi?©n jurisperito pero de un car??cter muy distinto: era un vago que, habiendo conseguido a duras penas el doctorado, no hab?­a querido ejercerlo y se hab?­a gastado todo el patrimonio del padre en vicios. As?­ que era mantenido y vestido por su hermano por caridad, mientras se trataba de encontrarle una ocupaci??n decorosa y que no le cansara mucho. En cuanto Elvira recuper?? sus formas naturales, ese depravado le hab?­a atacado y hab?­a tratado de poseerla brutalmente, pero la mujer, de complexi??n fuerte y a??n m??s fortalecida por su vida vagabunda, le hab?­a golpeado y aturdido con un candelabro. La patrona de la casa hab?­a asistido a las ??ltimas fases de la pelea, sorprendida por los gritos de su sirvienta. Las ropas de ellas estaban desgarradas, los moratones no dejaban dudas sobre la culpabilidad del hombre, pero era el hermano del notario. ??Qu?© hacer? Esos buenos cristianos no quer?­an que la mujer sufriera ninguna maldad ajena, pero el otro siempre ser?­a un pariente. Tras meditar y vacilar, vacilar y meditar, le hab?­an entregado por fin una suma para que se fuera de la casa y, si era posible, del pueblo. Sin embargo, la desventurada, ya cansada de vagar y siendo su hija todav?­a demasiado peque?±a, hab?­a preferido quedarse en una casita cercana al bosque. All?­ hab?­a perfeccionado el arte aprendido de su madre, la preparaci??n y venta de su licor y de infusiones medicamentosas y la ayuda en el parto a las mujeres del pueblo. El trabajo elegido fue una de las causas de su mal. Tambi?©n influy?? el que se dedicara asimismo a la venta de p??jaros migratorios que sab?­a capturar con redes y conservaba vivos, a la espera de compradores, en una gran jaula. Durante catorce a?±os, Elvira hab?­a vivido bastante tranquila. Es verdad que alguno le hab?­a llamado alguna vez bruja bromeando, pero no hab?­a sufrido persecuciones. Incluso hab?­a tenido propuestas de matrimonio. Pero ella, harta de los hombres, hab?­a rechazado todas. En los primeros tiempos hab?­a tenido que defenderse del hermano del notario, que, impenitente, hab?­a ido a su hogar a abrazarla, sin conseguirlo, por la habitual defensa de la mujer. Por eso hab?­a nacido en ?©l un rencor enorme, mientras que su deseo iba aumentando igualmente. Por suerte, los parientes le hab?­an encontrado por fin un trabajo respetable en Roma y se hab?­a ido, dej??ndola en paz. Entre los cortejadores hab?­a estado ese Remo Brunacci que le hab?­a arruinado, el borracho del pueblo, al que siempre hab?­a echado burl??ndose de ?©l. Cuando este acudi?? al p??rroco, presa del vino, diciendo haber perdido el miembro por la magia de Elvira, el sacerdote hab?­a comprendido que se trataba solo de ebriedad y que el remedio era la abstinencia. Hab?­a por tanto fingido ver entre las piernas del hombre la desaparici??n de los atributos viriles y luego hab?­a encerrado a Brunacci para que se disipasen los humores, tambi?©n gracias al uso de agua: com??n, no bendita, al contrario de lo que le hab?­a dicho para tranquilizarlo. No hab?­a previsto las consecuencias. El pueblo hab?­a empezado a murmurar contra Elvira, luego a reclamar a voces que fuera arrestada. Lo peor es que esos d?­as estaba en el pueblo el juez Astolfo Rinaldi, que visitaba al notario. ?????Rinaldi! ???repet?­ al o?­r el nombre del viejo superior, interrumpiendo la narraci??n del moribundo. ??l era el hermano del notario. Gracias a los importantes parientes de su cu?±ada, se hab?­a incorporado al Tribunal de Roma, donde hab?­a hecho carrera r??pidamente. ??Tal vez ?©l mismo, me pregunt?©, hab?­a puesto la carta an??nima en el buz??n apropiado de la Inquisici??n en Roma? ??Por venganza? Por otra parte, el p??rroco, asustado por la nueva situaci??n y en particular por algunas miradas que el juez le hab?­a lanzado poco antes de partir, hab?­a presentado a su vez, en la gendarmer?­a del ayuntamiento, su propia denuncia oficial, transmitida de inmediato a Roma. El sacerdote hab?­a temido vilmente perder su propia vida, es m??s, lo hab?­a considerado muy probable, ya que sin duda no habr?­a sido el primero en ser arrestado, torturado y condenado por complicidad con la brujer?­a. El resto ya lo sab?­a y yo mismo hab?­a llevado las consecuencias a su extremo. Lleno de remordimientos por su falso testimonio, por otro lado jurado ante Dios, despu?©s del proceso el p??rroco hab?­a vivido pobremente en el habit??culo donde hab?­a estado recluido Brunacci, se hab?­a puesto el cilicio, se hab?­a sometido a humillaciones de todo tipo, hab?­a renunciado a cualquier placer, incluso al m??s inocente. A punto de morir, siendo in??tiles los temores que, aunque fuera en el remordimiento, hab?­an seguido atorment??ndole, hab?­a querido advertirme de lo que estaba sucediendo de nuevo, esta vez a Marietta y la rubia y bella hija de Elvira. Cuando llam?? a su puerta el santo pelot??n, la madre, intuyendo algo malo, hab?­a metido a Marietta debajo de la cama, despu?©s de haberle indicado en voz baja que se quedara quieta y en silencio, por si pasaba cualquier cosa. Despu?©s de que los inquisidores se fueran con Elvira, la ni?±a sali?? y, sin saber que hab?­an apresado a su madre, hab?­a acudido al p??rroco denunciando que la hab?­an raptado. El arcipreste, al corriente del arresto, no hab?­a aclarado el equ?­voco; por el contrario, la hab?­a dicho que, en ese momento, no se pod?­a hacer nada por Elvira: ??sab?­a bien que para estas cosas no hab?­a suficientes gendarmes! y que se tranquilizara por tanto. Ese mismo d?­a la hab?­a alojado como sirviente de unos campesinos. Sin embargo, despu?©s de la ejecuci??n de la madre, Rinaldi hab?­a venido a Grottaferrata con tres guardias del tribunal de la ciudad, hab?­a detenido a la jovencita con la excusa de investigaciones adicionales y se la hab?­a llevado a Roma. ??Tal vez quer?­a vengarse de Elvira culpando tambi?©n a su hija? El p??rroco me ped?­a que investigara esto, por justicia, y que, si ante la justicia hab?­a un delito, castigara al culpable y sobre todo que averiguara, si era posible, la suerte de la joven y, si segu?­a con vida, la salvara de otros posibles males. Solo as?­ podr?­a morir en paz. Promet?­ al agonizante que buscar?­a hacer justicia con todas mis fuerzas. Durante el resto de la noche, alojado en el rico antiguo dormitorio del p??rroco, entre colchas suav?­simas y sobre un c??modo colch??n, no pegu?© ojo. Hac?­a la medianoche expir?? el moribundo; o?­ de hecho las oraciones del joven sacerdote, pero no me levant?© para unirme a ?©l. Ten?­a en mi interior una gran sensaci??n de flaqueza. No deber?­a haber tenido remordimiento por la injusta condena de Elvira porque, como siempre, hab?­a actuado de acuerdo con la ley y seg??n mi conciencia, pero sent?­a una inquietud molesta y una ligera n??usea que no me abandonar?­a hasta la ma?±ana. Cap?­tulo V Al salir el sol me volv?­, despu?©s de haber rezado por el alma del sacerdote, y me volv?­ solo, sin esperar al guardia. Actu?© por impulso, pero, reflexionando, ahora pienso que, aunque estando absuelto racionalmente, mi instinto deseaba recibir castigo en el mayor peligro de ese retorno solitario. Por otro lado, yo ten?­a y siempre he mantenido en la vida un gran valor f?­sico y manejaba perfectamente la espada y el pu?±al que, como magistrado, ten?­a derecho a portar. De hecho mi padre, en cuanto se hizo cargo de m?­, me hab?­a hecho recibir lecciones de un cliente suyo, el maestro de armas Jos?© Fuentes Villata, un hombre delgado pero vigoroso y, cosa rara para un mediterr??neo, alt?­simo, casi un brazo m??s que yo: aceptado como guardia personal de Alejandro VI, se hab?­a mantenido despu?©s de la muerte de Borgia con su escuela de esgrima. En ese tiempo, ya no joven pero todav?­a un h??bil espadach?­n, se hab?­a convertido en jefe de la escolta privada del exjuez Rinaldi. As?­ que no part?­ solo y con miedo. Siempre hab?­a tenido en cambio prudencia con los poderosos: ??por qu?© correr el riesgo, en efecto, de un ataque de un esbirro de la calle debido a la enemistad de solo uno de ellos que te tenga antipat?­a y te persiga? Astolfo Rinaldi se hab?­a hecho muy poderoso. Este habr?­a sido el verdadero peligro si le hubiera atacado. Este, al haber entrado en el c?­rculo de Bartolomeo Spina y por tanto de su protector M?©dicis de Mil??n, ya antes de convertirse en el papa Clemente, hab?­a alcanzado el grado de Juez General, luego, despu?©s del saqueo de Roma, mientras yo hab?­a sido nombrado para su puesto, hab?­a sido elevado a noble caballero y promovido a Mayordomo Honorario de las Estancias de Su Santidad. Hab?­a tenido otros diversos encargos, diplom??ticos y privados y se comentaba que tambi?©n tareas secretas. Disfrutaba tambi?©n, desde los tiempos de servicio en la magistratura, de la gracia del g?©lido y poderos?­simo pr?­ncipe de Biancacroce. Ya sab?­a desde hac?­a tiempo que Rinaldi era un hombre ansioso de dinero. Cuando era todav?­a magistrado, hab?­a logrado acumular riquezas ingentes. Hab?­a hecho regalos suntuosos a Clemente, ese pont?­fice que, despu?©s de morir, ser?­a llamado el Papa de los achaques, tambi?©n hambriento de dinero y sediento de alabanzas, que le hab?­a prodigado el juez y sin duda de esto le hab?­a venido al caballero Rinaldi la recompensa de su ?©xito. En realidad, al inicio de mi carrera yo no hab?­a entendido a ese hombre y siendo un joven ingenuo deseoso de justicia, la hab?­a tenido por maestro, pero, despu?©s de un cierto tiempo, habiendo apreciado este mi devoci??n y tom??ndola por t?­mido sometimiento, entendiendo que pod?­a fiarse de m?­ se hab?­a abierto un poco. Un d?­a en el que estaba particularmente contento y tal vez hab?­a bebido m??s de lo debido, me hab?­a dicho sin contenerse: Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40851869&lfrom=688855901) на ЛитРес. 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