Ìóæèê ñêàçàë - ìóæèê çàáûë (Åìó íàïîìíèøü - îõðåíååò). Î÷íóëñÿ, âñïîìíèë è çàïèë, Âåäü æèçíü ëþäåé, êàê øëþõ, èìååò. Ïðèøåë ñ ðàáîòû, áðþêè ñíÿë, Íî, êàê âåäåòñÿ, äî êîëåíà.. Ñèäåë, î æèçíè ðàçìûøëÿë (Øòàíû ñïîëçàëè ïîñòåïåííî). Î÷íóëñÿ, âñïîìíèë, æðàòü ïîøåë. Ñóï óïëåòàÿ â îáå ùåêè, Î âå÷íîì ðàçãîâîð çàâåë (Ñî ðòà âàëèëèñÿ îøìåòêè). Óñíóë íà êî

La Furia De Los Insultados

La Furia De Los Insultados Guido Pagliarino Guido Pagliarino La Furia de los Insultados Novela hist??rica Copyright ?© 2018 Guido Pagliarino - All rights reserved Book published by Tektime Tektime S.r.l.s. - Via Armando Fioretti, 17 - 05030 Montefranco (TR) - Italy Guido Pagliarino La Furia de los Insultados Novela hist??rica Distribuci??n Tektime Copyright ?© 2018 Guido Pagliarino Traducci??n del italiano al espa?±ol de Mariano Bas T?­tulo de la obra original en italiano: ???L???ira dei Vilipesi???. Ediciones de la novela en italiano: Libro electr??nico (e-book) en diversos formatos, copyright ?© 2018 Guido Pagliarino, distribuci??n Tektime Libro en papel, copyright ?© 2017 hasta el vencimiento del contrato Genesi Editrice, via Nuoro 3, 10137 Torino, sitio http://www.genesi.org/ (http://www.genesi.org/) libro en papel ???L???ira dei vilipesi??? http://www.genesi.org/scheda-libro/guido-pagliarino/lira-dei-vilipesi-9788874146314-471023.html (http://www.genesi.org/scheda-libro/guido-pagliarino/lira-dei-vilipesi-9788874146314-471023.html) Los derechos de traducci??n del italiano a otros idiomas y de publicaci??n en formato papel, gr??fico-electr??nico, audiolibro y cualquier otra forma y los derechos de difusi??n tambi?©n en radio, cine y televisi??n y cualquier otra forma son en exclusiva Copyright ?© di Guido Pagliarino. Los derechos de distribuci??n en todo el mundo en los diversos formatos electr??nicos y papel de esta traducci??n en espa?±ol han sido asignados por el autor a Tektime S.r.l.s. Las im??genes de la portada del e-book y del libro en papel, tanto en italiano como en las traducciones, han sido realizadas electr??nicamente por el autor. Los personajes, acontecimientos, nombres de personas, entidades y empresas y sus locales que aparecen en la novela, aparte de las personas y los acontecimientos que forman parte de la Historia, son imaginarios; cualquier referencia a la realidad pasada y presente es casual y completamente involuntaria. ??ndice Pr??logo (#ulink_5f87d279-4dd4-58e8-a884-6408781f789e)de (#ulink_5f87d279-4dd4-58e8-a884-6408781f789e)l autor (#ulink_5f87d279-4dd4-58e8-a884-6408781f789e) Guido Pagliarin (#ulink_9b226585-8f8e-5f37-b5de-231124957a0f)o La Furia de Los Insultados -Novela hist (#ulink_9b226585-8f8e-5f37-b5de-231124957a0f)?? (#ulink_9b226585-8f8e-5f37-b5de-231124957a0f)rica (#ulink_9b226585-8f8e-5f37-b5de-231124957a0f) Cap?­tulo 1 (#ulink_09687883-dacb-593e-b44d-bddcadcd6263) Cap?­tulo 2 (#ulink_3ef27933-4f15-55d8-8b4e-16e38b02790f) Cap?­tulo 3 (#ulink_d3d10fa2-78c7-562b-8c0f-48eb899f06ae) Cap?­tulo 4 (#ulink_275e729b-c317-5b94-9889-e5928b48d589) Cap?­tulo 5 (#ulink_ef7e02e7-2be7-5415-ae70-2fad7129e09c) Cap?­tulo 6 (#ulink_580d5e2f-3b17-5e4a-b271-77c4dddbad4f) Cap?­tulo 7 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 8 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 9 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 10 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 11 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 12 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 13 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 14 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 15 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 16 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 17 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 18 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 19 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 20 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 21 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 22 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 23 (#litres_trial_promo) Cap?­tulo 24 (#litres_trial_promo) Pr??logo del autor (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Esta obra es un fresco hist??rico y social con aspectos policiacos. Est?? ambientada en N??poles, sobre todo en 1943, durante esos Cuatro D?­as en que la ciudad se liber?? por s?­ misma de la ocupaci??n nazi. Junto a los personajes de carne y hueso hay un actor abstracto: el furor es tambi?©n protagonista, tanto la ira colectiva que estalla sobre el campo de batalla y tiene por corolario, por la parte vencedora, violaciones y otras bestialidades, como, paralelamente, la c??lera que se expresa en la rebeli??n particular ante unos abusos de la autoridad ya insoportables. Si un pueblo oprimido puede rebelarse y levantarse con pleno derecho y si, como admit?­a adem??s Santo Tom??s de Aquino, puede consentirse el asesinato del tirano cuando no queda otra v?­a para recuperar la libertad que el propio Dios ha concedido al ser humano, ??es l?­cito o no matar a un mafioso al que la justicia no consigue atrapar y castigar y que contin??a intimidando, explotando y asesinado al pr??jimo en su barrio? ??Es culpable quien, no teniendo otra defensa posible, recurre a una defensa extrema? Y, si es que s?­, ??hasta qu?© punto? Este es el dilema privado que recorre la novela, a trav?©s de la historia p??blica de la rebeli??n de N??poles contra los invasores alemanes. La historia empieza con la muerte violenta de Rosa, prostituta rica y estraperlista, adem??s de confidente de la polic?­a fascista. Gennaro, su presunto asesino, es detenido e interrogado in??tilmente por un todav?­a inexperto subcomisario, Vittorio D???Aiazzo. Muy poco despu?©s ser?? el 26 de septiembre de la insurrecci??n que pasar?? a la historia como los Cuatro D?­as de N??poles. Se unen a ella el propio subcomisario y, extra?±amente liberado por el jefe de polic?­a en persona, el presunto asesino de Rosa. Tambi?©n participa en la lucha la joven Mariapia, que, despu?©s de haber sufrido una violaci??n m??ltiple por parte alemana, clama venganza. En un determinado momento de la obra, Gennaro resulta ser su pariente. En el curso de los enfrentamientos se produce otro homicidio que, al menos en apariencia, como pas?? con la muerte de la prostituta, no est?? relacionado con la revuelta: la v?­ctima es un estanquero, pariente de Maripia, a quien alguien ha degollado mientras estaba defecando, cort??ndole luego los test?­culos. Los dos muertos parecen relacionarse hasta cierto punto, ya que los muertos no solo estaban ambos ligados a la Camorra, sino tambi?©n a los servicios secretos estadounidenses de la OSS. Entre un combate y otro entran en escena diversos personajes, como los padres de la joven Mariapia, su hermano paracaidista, ya dado por desaparecido en ??frica en El Alamein, pero que reaparece vivo y muy activo, el voluntarioso forense Palombella, el gordo y flem??tico mariscal Branduardi, el valeroso subjefe Bollati y, personaje secundario, pero esencial, el anciano reparador de bicis Gennarino Appalle, que descubre el cad??ver del estanquero y, al final de un enfrentamiento entre insurgentes y SS alemanes en la calle delante de su tienda, sale a la calle y encuentra jadeante al subcomisario D???Aiazzo, que ha participado en el enfrentamiento junto con su ayudante, el impetuoso brigada Bordin. El estanquero hab?­a sido una mala persona, en su momento mat??n de la Camorra y, despu?©s de que un accidente que hab?­a minado su capacidad de repartir porrazos, hab?­a quedado a disposici??n su jefe criminal, custodiando en un s??tano los productos del contrabando en el mercado negro y, despu?©s de que la Camorra contactara con los servicios de la OSS, armas estadounidenses destinadas a los insurgentes. En relaci??n con la muerte de la prostituta, el desenlace se produce a mitad de la obra. En cuanto a la identidad del asesino del estanquero, contin??an durante mucho tiempo las investigaciones de Vittorio, entre las vicisitudes de los dem??s personajes, hasta el punto de que la persona autora del crimen solo se desvelar?? con certeza en 1952, justo al final del ??ltimo cap?­tulo. (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Guido Pagliarino (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) LaFuria de los Insultados (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Novela hist (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427)?? (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427)rica (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Cap?­tulo 1 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Le detuvieron los agentes de una camioneta de patrulla de la Seguridad P??blica al final de la tarde del 26 de septiembre de 1943, acusado del asesinato de una tal Rosa Demaggi, una atractiva rubia te?±ida, de unos treinta a?±os, prostituta acomodada y contrabandista al por menor: el hombre, con fuerte acento partenopeo, rostro cuadrado, constituci??n robusta, delgado, aparentaba unos cuarenta a?±os, med?­a 1,78, estatura por encima de la media en esos tiempos de extendida malnutrici??n, calvo en las sienes, la frente y lo alto de la cabeza y en torno a la nuca ten?­a una semicorona baja de pelo oscuro y muy recortado. Vest?­a un mono y una camisa de franela, ambos de dolor azul y guantes ligeros de lana de color verde gris??ceo. La brigada de las buenas costumbres de N??poles sab?­a que Rosa Demaggi se prostitu?­a en su domicilio, en la plazuela del Nilo, con hombres acaudalados. Hasta el 25 de julio, hab?­a concedido sus favores tambi?©n a los dirigentes fascistas y, despu?©s del armisticio, ca?­da la ciudad bajo la bota alemana, se hab?­a entregado a los oficiales de la Wehrmacht y la Gestapo. Por investigaciones coordinadas anteriores, se sab?­a en las secciones de Buenas Costumbres e Il?­citos Comerciales, esta creada despu?©s del inicio del conflicto para combatir el mercado negro, que Demaggi, hasta el verano de 1940, hab?­a solicitado a cambio, preferentemente, productos alimentarios, cigarrillos y bebidas alcoh??licas, para hacer peque?±os estraperlos. Y se sab?­a que pronto hab?­a ampliado el negocio con almacenistas cercanos a la camorra. Por eso las patrullas de vigilancia hab?­an recibido la orden de controlar su casa, adem??s de otras. Sin embargo, con discreci??n, debido a los contactos er??ticos de Demaggi con los oficiales ocupantes y considerando que, despu?©s del 25 de julio, cuando se disolvi?? la OVRA y se abri?? su archivo secreto, se descubri?? que la mujer hab?­a sido contratada como confidente y hab?­a pasado informaci??n pol?­tica obtenida de clientes bajo las s??banas, incluidos altos mandos. Por tanto, se supon?­a que, despu?©s del armisticio y la ocupaci??n alemana, habr?­a iniciado una venta de informaci??n a los oficiales de la Gestapo que la frecuentaban. Poco antes de la detenci??n del sospechoso, en torno a las 20 y 30 y sin que faltara media hora para el toque de queda, transitando la camioneta de la polic?­a por la plazuela del Nilo, el comandante al mando vio a ese individuo con ropa de paisano entrando sin llamar al apartamento del piso bajo, por una puerta dejada abierta por alguien, en la peque?±a casa en la que la mujer era la ??nica que viv?­a en la planta baja. De espaldas al veh?­culo, el hombre no se dio cuenta de la vigilancia de la patrulla. Tras entrar, no cerr?? del todo la puerta, sino que la dej?? entreabierta. El comandante supuso que tal vez estuviera implicado, como Demaggi, en el mercado clandestino y la habr?­a dejado abierta para que llegaran otros implicados: no cerrar la puerta hac?­a que pareciera improbable que se tratara de un cliente sexual, sin contar con la ropa sospechosa del hombre y las tarifas notoriamente elevadas de la prostituta. El responsable hab?­a indic?? al conductor que le llevara delante de la casa. Los agentes, salvo el conductor, descendieron y entraron en el apartamento. El sospechoso fue sorprendido en la entrada, junto a esta, en pie junto a Rosa Demaggi, que, lament??ndose d?©bilmente y en estado de semiinconsciencia, yac?­a en tierra con un hematoma sangrante en la nuca, consecuencia evidente de un golpe contra una consola, entrando a la izquierda, que presentaba una mancha de sangre. Rosa Demaggi expir?? pocos segundos despu?©s de la entrada de los agentes. Considerado culpable de haber agredido a la mujer, el hombre del mono fue esposado. El jefe de patrulla le dijo: ???Has entrado con la intenci??n de matarla y te han bastado muy pocos segundos para despacharla: estaba a la entrada esper??ndote, se fiaba de ti, porque la puerta estaba abierta. Sin embargo, t??, inesperadamente, sin darle tiempo a huir, le has dado un fuerte golpe en la cabeza contra el mueble para matarla. Esperabas largarte de inmediato, de hecho, no hab?­as cerrado la puerta al entrar para no perder el tiempo en abrirla al salir. La habr?­as cerrado detr??s de ti en cuanto salieras y adi??s, qui?©n sabe qui?©n y cu??ndo encontrar?­a el cad??ver. No supon?­as que est??bamos cerca: quer?­as que pens??ramos en un accidente, pero te ha salido mal. El comandante supuso que la hab?­a matado con premeditaci??n por razones relacionadas con el mercado negro, tal vez por su propio inter?©s, tal vez por encargo de terceros. Que se trataba de un homicidio voluntario se deduc?­a del hecho de que el hombre llevaba guantes de lana a pesar del tiempo todav?­a caluroso: ?«Con el fin de no dejar huellas?», hab?­a pensado de inmediato. En ese momento el sospechoso, en plena confusi??n mental por la inesperada intervenci??n de los agentes, no supo qu?© responder. Como se pod?­a observar de cerca, no solo llevaba ropa de obrero, sino que estaba tambi?©n gastada y bastante sucia, as?­ que el comandante estaba convencido de que no pod?­a tratarse de un cliente sexual de la mujer y por otro lado el hombre no llevaba dinero, como se observ?? al registrarlo. No llevaba ni siquiera documento de identidad, pero s?­ una licencia de conducir, en la que constaba que hab?­a nacido en N??poles hac?­a 42 a?±os, que viv?­a en el barrio de Santa Luciella y que se llamaba Gennaro Esposito, nombre y apellidos por cierto muy comunes en la Campania y sobre todo en N??poles, que pod?­an ser falsos, igual que la licencia de conducir. Todos sab?­an en la comisar?­a que los delincuentes, en especial la Camorra, usaban tip??grafos muy h??biles en las falsificaciones. El jefe de patrulla no dio una gran importancia al documento. Llam?? a la sala operativa de la Central, a trav?©s de la radio de la camioneta, y refiri?? lo acaecido. La Secci??n de Delitos de Sangre avis?? por tel?©fono a la centralita del dep??sito de cad??veres, pidiendo que se mandara a casa de la muerta, para las primeras investigaciones, al forense de servicio, que en ese turno era el doctor Giovampaolo Palombella, un sesent??n de pelo gris largo y espeso, generalmente muy despeinado, alto, fibroso y, tal vez a causa de sus m??s de treinta a?±os de inclinarse sobre cad??veres a diseccionar, un poco torcido. Al mismo tiempo, se hab?­a enviado a la casa de la v?­ctima un suboficial, un tal Bruno Branduardi, un hombre bajo, obeso y tranquilo, cerca de la jubilaci??n, para que inspeccionara, escuchara a los agentes de la patrulla y al m?©dico y anotase todo en su libreta para referirlo al volver al superior de turno. El suboficial lleg?? a la plazuela del Nilo en su lenta motocicleta modelo La Piccola Italiana, que, de tan flaca como era, parec?­a soportar mal el gravoso peso de aquel hombre plet??rico. En primer lugar prest?? atenci??n a los agentes, luego al m?©dico forense, que lleg?? poco despu?©s de ?©l, con dos ayudantes, en un furg??n para el transporte de cad??veres. El forense excluy?? el suicidio y consider?? posible un accidente, dado que el golpe, a primera vista, no parec?­a haber sido muy violento. Sin embargo, no descart?? el homicidio, reserv??ndose ser m??s preciso despu?©s de la autopsia. El mariscal tom?? nota, a?±adiendo en su cuaderno, como comentario, que en su opini??n no hab?­a sido algo casual sino un homicidio y que, en su opini??n, el detenido era el asesino. En realidad, acept?? sencillamente lo que hab?­a supuesto y referido el comandante. Se levant?? el cad??ver y se carg?? en el furg??n por los camilleros, para llevarlo al dep??sito, donde ser?­a sometido a la autopsia. Por parte del Branduardi, despu?©s de inspeccionar someramente el apartamento y constatar que no hab?­a nadie, orden?? a los agentes precintar la puerta de entrada, llevar al detenido a la comisar?­a y encerrarlo en una celda, a la espera de que se nombrara un comisario para el interrogatorio. En aquellos tiempos la ley no preve?­a la intervenci??n de un magistrado, ni en el lugar del delito, ni durante el interrogatorio del funcionario de polic?­a al detenido, que se produc?­a sin la presencia de su abogado. El juez instructor interven?­a despu?©s si el comisario investigador, vali?©ndose de la referida autopsia y habiendo interrogado al sospechoso, consideraba que se trataba de un homicidio e informaba a la procuradur?­a del reino. Por el contrario, en caso de caso fortuito, la investigaci??n, supervisada por el subjefe de polic?­a, sencillamente se archivaba sin actuaci??n judicial. Branduardi sigui?? al furg??n, quedando sin embargo atr??s por la baja velocidad de la motocicleta ya vieja y estropeada. A la llegada, mientras el detenido estaba ya en la celda, el mariscal subi?? a su despacho en la Secci??n de Delitos de Sangre en el segundo piso, espacio que compart?­a con un brigada y un agente dactil??grafo y se prepar?? con calma un caf?© de guerra, un suced??neo, con su m??quina napolitana que ten?­a en el armario junto a un hornillo el?©ctrico de incandescencia. Se lo tom?? muy caliente despu?©s de endulzarlo con una pastillita de sacarina, no porque fuera diab?©tico, sino porque el az??car, desde que empez?? la guerra, era imposible de encontrar para los mortales comunes. Luego se fum?? un cigarrillo Serenissima Zara con una calma casi celestial, sabore??ndolo hasta casi la colilla que, en las ??ltimas dos caladas, hab?­a sostenido pinch??ndola con un alfiler, como sol?­an hacer no pocos fumadores en esos tiempos de carest?­a y cigarrillos sin filtro, y finalmente, con paso desganado, llev?? el folio con el informe, no m??s de veinte metros en la misma planta, a uno de los subcomandantes de la Secci??n de Delitos de Sangre, un tal comisario jefe Riccardo Calvo, que estaba de turno aquel d?­a hasta la medianoche. A las cero y unos pocos segundos, Branduardi se fue a casa a dormir y, poco despu?©s, tambi?©n Calvo despu?©s de haber dejado el informe del suboficial sobre la mesa de su igual entrante, el doctor Giuliano Boni. El hombre con el mono iba a continuar encerrado en la celda. Finalmente, por orden del comisario jefe Boni, el caso de Rosa Demaggi fue asignado a un casi imberbe subcomisario que estaba de servicio a medianoche, Vittorio D???Aiazzo, con una experiencia de menos de un a?±o en la Seguridad P??blica y, desde el primer d?­a, asignado a la compleja Secci??n de Delitos de Sangre. Eran cerca de las tres de la madrugada del 27 de setiembre de 1943 y estaba a punto de iniciarse la insurrecci??n que la historia recuerda como los Cuatro D?­as de N??poles: la olla a presi??n de la muy acosada ciudad estaba hirviendo y la temperatura ya hab?­a llegado a tal grado que al ocupante alem??n le habr?­a resultado imposible impedir la ardiente erupci??n. Cap?­tulo 2 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) El sentimiento del pueblo de Part?©nope permanec?­a oculto para el despectivo invasor nazi y el miedo que estos intentaban difundir en la ciudad hab?­a generado un valiente fervor y un deseo de rebeli??n. Facimmo ???a u??rra a chilli strunzi zellosi era ya el sentimiento de numerosos napolitanos, con la sensaci??n de que, san Genna??? ajut? nno! ser?­an liberados y por fin la paz ser?­a completamente real y dejar?­a de ser una ilusi??n nacida y muerta un par de meses antes. El 25 de junio, Italia estaba exultante por la ca?­da en desgracia del r?©gimen, que parec?­a definitiva, con Mussolini desautorizado por el mismo Gran Consejo del Fascismo y hecho arrestar por el rey, y con el nuevo gobierno Badoglio ya no fascista, aunque no elegido democr??ticamente. Pero sobre todo la perspectiva de que el conflicto pod?­a terminar era lo que alegraba a la naci??n. Sin embargo, muy pronto en la ciudad se alzaron lamentaciones que en N??poles hab?­an presentado tonos pintorescos a lo largo de las calles y en la oscuridad de los comercios, como: Chillo capucchi??ne d???o nuvi??llo C? po ???e Guvi?©rno o ???o maresciallo d???Italia Badoglio Pietro, ???o gran generalone! ha fatto di??? a ???a r? dio, t??mo, t??mo, ?«La guerra contin??a?»: strunz??? e mm??rda! Luego estaban los que puntualizaban: Nossignori, strunzi noi ati a penz?  che ???nu maresciallone vulisse ???a pace! , que se vaya a tomar por??¦ Con el armisticio de Cassibile, firmado entre Italia y los angloamericanos el 3 de setiembre y que deb?­a haber permanecido secreto hasta el reajuste de las fuerzas armadas italianas para poder contener al vengativo antiguo aliado, pero que hab?­a sido hecho p??blico el d?­a 8 por los vanidosos generales vencedores, cay?? sobre Italia, a trav?©s del Brenero, un mal peor que el anterior: muchas divisiones germ??nicas nuevas, aguerridas y con sed de venganza se unieron a las tropas alemanas ya presentes en el territorio. ?«??Por qu?©?», se preguntaban los italianos m??s avispados, ?«los gobernantes y jefes militares no han sabido preparar a tiempo un plan de emergencia a pesar de que era probable desde hace tiempo este movimiento del enemigo? ??Con las fuerzas del implacable antiguo aliado ya en casa??» Despu?©s del 8 de setiembre, el rey sus ministros solo hab?­an sabido huir hacia el sur, a Brindisi, aprovechando que la primera divisi??n aerotransportada inglesa estaba a punto de capturar esa ciudad, la cual, a diferencia de las dem??s, estaba casi desprovista de tropas alemanas, y contando con el hecho de que los angloamericanos, una vez conquistada Sicilia, estaban invadiendo el resto de las regiones meridionales de la pen?­nsula. A duras penas, el soberano, sus secretarios de estado y el general Mario Roatta, defensor fallido de Roma, abandonada a la iniciativa desordenada e in??til de los comandantes de secci??n, hab?­an abandonado la capital para llevar trono, gobierno y alto mando a Brindisi, bajo la protecci??n de sus antiguos enemigos, dejando sin ??rdenes a las tropas italianas en diversos frentes extranjeros y en Italia, a merced del potente ej?©rcito alem??n. Despu?©s del anuncio oficial del armisticio por parte italiana, realizado personalmente por Badoglio a las 19:37 del 8 de septiembre, el alem??n, gracias a los refuerzos aportados con rapidez, hab?­a quedado como due?±o incontestable desde los Alpes hasta la ciudad de N??poles incluida, mientras la provincia de Salerno se convert?­a en zona de combate para el desembarco angloamericano del d?­a 9. La c??lera de los partenopeos, ya grande por la guerra padecida, se convirti?? en fiebre: las tropas hab?­an tenido que aguantar durante m??s de tres a?±os la entrada a traici??n e improvisada del r?©gimen en el conflicto, el 10 de junio de 1940, apoyando a la Alemania nazi. N??poles fue bombardeada sistem??ticamente por los ingleses y poco despu?©s por los estadounidenses, con ciento cinco incursiones hasta el armisticio, todas con disparos que hac?­an a?±icos un edificio tras otro, con un gran n??mero de muertos, heridos y mutilados y multitudes de familias sin casa. No se perdon?? ni un solo barrio, tambi?©n porque los dirigentes pol?­ticos y militares fueron incapaces de disponer defensas antia?©reas adecuadas, depositadas casi todas, de modo improvisado, en los barcos de guerra fondeados en el puerto. Y adem??s el hambre, esa hambre oscura y sorda que hace que te tiemblen las piernas. Tras haberse esfumado la ilusi??n de paz del 25 de julio, hubo m??s nubes de bombas sobre la ciudad y carest?­a absoluta y enfermedades, con muertos por falta de medicinas. Hasta el 9 de septiembre, N??poles soport?? los males materiales por parte alemana, entre ellos da?±os muy graves en el puerto, y sufri?? redadas y fusilamientos, no solo de militares italianos desbandados, sino tambi?©n de civiles. Tambi?©n los fascistas, un par de semanas despu?©s del 8 de septiembre, aunque fuera a trav?©s de subordinados, hab?­an tomado posesi??n de la ciudad, renacidos de sus tumbas pol?­ticas y convertidos al reci?©n nacido Estado Nacional Republicano (pronto Rep??blica Social Italiana) constituido el 23 de ese mes por Hitler en persona, poniendo al mando al desanimado y resignado Mussolini, a quien, el d?­a 12, paracaidistas alemanes hab?­an liberado del refugio-albergue de Campo Imperatore en el Gran Sasso, arresto domiciliario al que le hab?­a relegado el rey. La tradicional dureza b?©lica alemana se convirti??, si es que eso era posible, en todav?­a m??s b??rbara, porque hab?­a ataques aislados de ciudadanos con el apoyo de los marinos de los barcos fondeados en la Regia Marina: se trataba de una primer?­sima resistencia espor??dica espont??nea, todav?­a no relacionada con los partidos adversarios del nazifascismo, una rebeli??n iniciada en la calle de Santa Brigida, donde, en la ma?±ana del 9, una treintena de residentes atacaron a una escuadra de la Wehrmacht, despu?©s de que uno de esos soldados, como si practicara el tiro al blanco en una feria, disparara con su fusil de ordenanza Mauser Kar 98k a un mozo indefenso de doce a?±os en una tienda, que se encontraba fuera del local para tomar un poco el sol. Se hab?­a unido aquel grupo de partenopeos humillados el joven subcomisario del que ya hemos hablado de pasada, Vittorio D???Aiazzo, que andaba por las inmediaciones cuando el soldado alem??n apunt?? y dispar?? contra el joven: el joven oficial de la seguridad p??blica, muy indignado, dispar?? sin apuntar, desde una esquina, hac?­a el grupo alem??n con su Beretta M34 de ordenanza, vaciando el cargador y matando a dos soldados. Luego desapareci?? por un callej??n lateral, no tanto por miedo al enemigo, sino por temor a tener problemas o algo peor con sus superiores. Mientras hu?­a, aquellos de la treintena de civiles indignados presentes que ten?­an navajas en los bolsillos, es decir, casi todos, las empu?±aron y la masa, encendida por el furor de la visi??n de los cad??veres enemigos y la imagen d???o sbentur? to guaglio???, que, herido en la arteria femoral, agonizaba r??pidamente, se abalanz?? sobre el resto de la escuadra alemana lanzando gritos bestiales. Primero, tres de los indignados degollaron, destriparon y evisceraron al soldado que hab?­a disparado, un soldado recibi?? un pu?±etazo en la nariz por un atacante que carec?­a de arma blanca y recibi?? por parte de otro que ten?­a a sus espaldas una cuchillada que le dej?? herido con un tajo horizontal en las nalgas. Casi todos los soldados sufrieron golpes y heridas en brazos y rostro, el peor perdi?? la nariz. Ning??n alem??n pudo disparar ni una sola vez contra la horda enardecida y r??pidamente, con sus sargentos a la cabeza, la escuadra huy?? abandonando su arrogancia sobre el empedrado. Los fusiles y las bombas de mano de los asesinados y los fusiles ca?­dos por tierra de los heridos m??s graves fueron recogidos y ocultados en las casas. Se usar?­an pronto para liberar la ciudad. Los tres cad??veres se llevaron a s??tanos y all?­ fueron desmembrados, los pedazos se desmenuzaron y se sepultaron en diversos lugares de la zona. Luego se murmur??, ??verdadero o falso?, que, sin embargo, alg??n buen pedazo de nalga acab?? asado en alg??n vientre desnutrido. Las mujeres de los imp??vidos rebeldes lavaron la calle, con gran cuidado, hasta el punto de que nunca hab?­a estado tan bonita. Al mismo tiempo, en otra zona de N??poles, de una manera completamente independiente, un grupo de improvisados combatientes atac?? a un grupo de gastadores alemanes, que trataban de ocupar la sede de la compa?±?­a telef??nica, y los puso en fuga. El pelot??n alem??n se veng?? capturando y fusilando un poco m??s all?? a dos carabineros que estaban en servicio de patrulla. No mucho despu?©s, toda la compa?±?­a alemana de atacantes fue sorprendida delante del edificio telef??nico y se dio cuenta r??pidamente de la insurgencia que hab?­a all?­. As?­ que, en contra de los prop??sitos de los nazis, aument?? todav?­a m??s la c??lera de los napolitanos humillados y, al d?­a siguiente, a los pies de la colina de Pizzofalcone, entre la Plaza del Plebiscito y los jardines correspondientes, hubo una verdadera batalla, iniciada por algunos marineros con sus mosquetes ???91 y bombas de mano, y auxiliados por muchos civiles armados con metralletas MP80 y granadas del modelo 24, robadas a los ocupantes el d?­a anterior, y con improvisados c??cteles Molotov. Los rebeldes impideron el paso de toda una columna de camiones y camionetas alemanes. Hubo seis muertos, entre marineros italianos que combatieron en primera fila y otros tantos soldados alemanes, adem??s de muchos heridos por ambas partes. A esto le siguieron duras medidas y graves represalias alemanas, por orden del nuevo comandante de la ciudad, el coronel Walter Scholl, que, el d?­a 12, asumi?? oficialmente el poder absoluto de la plaza. Una proclama suya impuso la requisa de las armas, salvo para las fuerzas de la seguridad p??blica, el toque de queda a las 21 horas y el estado de excepci??n en toda la ciudad, mientras se fusilaba no solo a los militares y civiles que hab?­an hecho prisioneros, sino tambi?©n a diversos ciudadanos detenidos al azar. Los alemanes se desataron del todo el d?­a 12, saqueando, destruyendo e incendiando. Lo primero que ardi?? fue la universidad, despu?©s de haber fusilado antes a un indefenso marinero italiano y obligado los ciudadanos presentes, no solo a ver la ejecuci??n, sino incluso a aplaudirla. Hasta el 25 de setiembre, aunque despu?©s de los primeros d?­as la ciudad no se levantara abiertamente contra los ocupantes, las patrullas alemanas capturar?­an a cualquiera que, no siendo polic?­a, fuera sorprendido en la calle con un informe italiano o, vestido de civil, fuera considerado como sospechoso. N??poles callaba, pero bull?­a y se preparaba para la rebeli??n. En particular, los militares desarmados se hab?­an unido uno a uno a los miembros de los partidos antinazifascistas y se hab?­an ocultado y adiestrado en la guerrilla, muchos en los locales subterr??neos del Liceo Sannazaro, primera sede de la reci?©n nacida resistencia napolitana. El d?­a 25 de setiembre, el mismo en el que Italia sufri?? por parte estadounidense dos terribles bombardeos sobre Bolonia y Florencia, se public?? en N??poles una ordenanza que establec?­a el reclutamiento obligatorio, para tareas penosas, de todos los ciudadanos en edad laboral. Se hab?­a encendido la mecha del mot?­n que se levantar?­a pocos d?­as despu?©s, una perfecta ant?­tesis de las intenciones intimidatorias alemanas. Las disposiciones del decreto se pegaron en las paredes a primera hora de la ma?±ana del domingo 26, d?­a anterior al de los primeros destellos de insurgencia. Aunque la orden sustancial de reclutamiento proven?­a del coronel Scholl, formalmente estaba firmada por la mano italiana del alcalde Domenico Soprano, que, en agosto, nombrado por el gobierno Badoglio, hab?­a asumido el cargo del dimitido alcalde fascista Vaccari. Soprano era un hombre de orden, anticomunista y antisocialista y contrario a posibles acciones violentas por parte del pueblo, aunque no era un fascista, sino un liberal: sin duda no un demoliberal al estilo de Gobetti, sino un arist??crata a la antigua. M??s por su rechazo hacia las masas populares que por sometimiento a los alemanes, firm?? el decreto de reclutamiento laboral: ganar tiempo para mantener la calma era su objetivo inmediato. Pocos d?­as antes del 26 de setiembre, despu?©s de haber abierto contactos entre la inteligencia del ej?©rcito de EEUU y los dirigentes de los partidos antifascistas napolitanos, precisamente ante la perspectiva de una deseada sublevaci??n de N??poles, el alcalde Soprano se acerc?? a representantes del reci?©n nacido Frente Nacional de Liberaci??n (luego Comit?© de Liberaci??n Nacional), fundado hacia poco, con sede central en Roma y compuesto por el Partido de la Acci??n, el Partido Liberal, el Centro Democr??tico Cristiano, la Democracia del Trabajo, el Partido Socialista de Unidad Proletaria y el Partido Comunista. Le presionaron para que cooperara con la naciente oposici??n a trav?©s de las fuerzas de polic?­a que dirig?­a, ofreci?©ndole todo el apoyo posible. Sin embargo, el alcalde, siempre enemigo del social-comunismo y temeroso de cualquier movimiento revolucionario, prefer?­a la v?­a de la prudencia, limit??ndose a dialogar pol?­ticamente, en secreto, con los dirigentes liberales moderados Enrico De Nicola y Benedetto Croce: sin descubrirse. Tanto Domenico Soprano como Walter Scholl hicieron mal las cuentas. Porque dentro del plazo establecido por el bando solo se presentaron a los alemanes 150 personas hasta entonces y estas mismas, a lo largo de la tarde del domingo 27 de septiembre y en las primeras horas de la madrugada se dedicaron a peinar salvajemente N??poles deteniendo a 8.000 ciudadanos indefensos, incluyendo viejos y ni?±os de trece a?±os. Los alemanes hab?­an generado la chispa de la rebeli??n, encendiendo los ??nimos de los familiares y parientes de los detenidos, deseosos de liberarlos. A primera hora de la ma?±ana del lunes 27 de septiembre se produjeron los primeros enfrentamientos, llevados a cabo no solo por los militares italianos que hasta ahora se hab?­a mantenido ocultos en los s??tanos del Liceo Sannazaro, sino tambi?©n por un cierto n??mero de civiles, aunque la verdadera sublevaci??n popular de N??poles explotar?­a al d?­a siguiente, con una propagaci??n por calles y plazas de grupos de partenopeos armados de todas las clases sociales, desde las m??s populares a los intelectuales, incluyendo tambi?©n ni?±os de doce a?±os y mujeres j??venes. Cap?­tulo 3 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) El joven subcomisario justiciero de alemanes y encargado de investigar al hombre del mono ten?­a 24 a?±os, era napolitano de nacimiento y por descendencia materna. Ten?­a el pelo negro y denso, cortado el estilo militar seg??n el reglamento de esos a?±os. No era muy alto, un metro y setenta y cinco, pero s?­ bien proporcionado y fuerte. Se hab?­a licenciado en derecho en la Universidad Federico II de N??poles, con matr?­cula de honor y, aunque de mente brillante, era animoso, educado en la familia y en un colegio seg??n los principios cl??sicos de la ?©tica, sustancialmente los preceptos de los diez mandamientos judeocristianos. Pero a causa de su poca edad, en la que por el momento hab?­a sufrido pocas desilusiones, Vittorio D???Aiazzo no era demasiado modesto. Viv?­a con su padre, Amilcare D???Aiazzo, teniente coronel de los Carabineros Reales, y con su madre, la se?±ora Luigia-Antonia, maestra elemental pero ama de casa, en un apartamento de su propiedad que no estaba situado en una zona prestigiosa como le habr?­a gustado la familia, por ejemplo en la v?­a Caracciolo o en la Riviera di Chiaia, sino en el barrio popular de Sanit? , en la v?­a San Gregorio Armeno, a la que se asomaban las habitaciones al alcance del modesto sueldo, en aquella ?©poca, y los no muy grandes ahorros de un oficial superior del Arma Benem?©rita. En ese momento, Vittorio viv?­a solo en la casa, salvo una mujer a medio servicio, ya que la madre se hab?­a ido al campo al empezar la guerra y el padre hac?­a un par de semanas que hab?­a cruzado las l?­neas por la noche, aunque ten?­a sesenta y un a?±os, quince a?±os m??s que su consorte, para no seguir a las ??rdenes de los ocupantes alemanes y para unirse a su soberano. Hasta ese momento, hab?­a prestado servicio en el 7?? Grupo Provincial de Carabineros de N??poles, como jefe de la Secci??n Provincial de Coordinaci??n Investigadora. El matrimonio D???Aiazzo ten?­a dos hijos varones. Mientras que estaban orgullosos de Vittorio, no pod?­an decir lo mismo del otro, Emanuele, quien, desde ni?±o, hab?­a sido un vago: despu?©s de varios suspensos, solo consigui?? el diploma de los estudios elementales con catorce a?±os y, con el m?­nimo esfuerzo, hab?­a abandonado al inicio del primer a?±o los no muy duros estudios de la escuela complementaria para encontrar un trabajo, a lo cual ya se hab?­a resignado el padre al inscribirlo, porque, a diferencia del gimnasio, no hac?­a falta un examen de admisi??n. Sedicente, se hab?­a escapado de casa sin poder ser encontrado por las fuerzas p??blicas, dando noticias de s?­ solo despu?©s de a?±os, al ser mayor de edad, con una ??nica postal, dirigida a su madre, enviada desde Suiza en mayo de 1940 con unas pocas palabras de saludo. Al no haberse presentado Emanuele al reclutamiento, hab?­a sido considerado pr??fugo y condenado en ausencia a prisi??n por el Tribunal Militar de N??poles y, al iniciarse la guerra, fue considerado desertor. El teniente coronel D???Aiazzo hab?­a recibido un da?±o en su imagen por ese hijo y tem?­a que, por su causa, nunca podr?­a subir de grado, a pesar de sus amplios m?©ritos personales. Por culpa de su hermano, Vittorio tampoco hab?­a podido seguir la tradici??n paterna y entrar en el Arma, como hab?­an querido tanto ?©l como sus padres. En aquellos tiempos, no solo los personalmente deshonestos, sino tampoco los que ten?­an ascendientes o parientes que no eran absolutamente irreprochables pod?­an presentar solicitudes para la Benem?©rita. Amargado, pero no resignado del todo, Vittorio se hab?­a licenciado y hab?­a participado en la oposici??n para subcomisario en el cuerpo de los Guardias de Seguridad P??blica, entidad que solo requer?­a la integridad personal del aspirante y no tambi?©n la de sus allegados. Hab?­a superado brillantemente el examen y, al acabar la posterior escuela de especializaci??n profesional, hab?­a sido el primero de su promoci??n, por tanto con buenas esperanzas de que le concedieran elegir como destino su N??poles. Y se le hab?­a asignado precisamente su ciudad. Despu?©s de leer el breve informe del mariscal Branduardi, el subcomisario D???Aiazzo se dirigi?? a las celdas, en la planta baja y observ?? al supuesto Gennaro Esposito. Luego descendi?? al h??medo archivo subterr??neo y comprob?? si alguien hab?­a sido fichado con esos datos personales y si sus fotos, de frente y de perfil, se correspond?­an con la fisionom?­a del prisionero. Cotej?? diversas fichas de personas con el mismo nombre y apellido, pero todas mostraban a personas con rasgos distintos de los del presunto asesino. Una vez de vuelta a su oficina, hizo que le trajeran al detenido. Le interrog?? con la ayuda del brigada ayudante Marino Bordin, quien, sentado en su propia mesa, tom?? nota de las preguntas del superior y la respuestas del interrogado con la m??quina de escribir de la oficina, una obsoleta Olivetti M1 negra modelo 1911. Bordin era un veneciano rubio y robusto, de un metro ochente de alto. De 45 a?±os, llevaba sirviendo en la Seguridad P??blica desde hac?­a un cuarto de siglo y ten?­a mujer y dos hijos, que hab?­a dejado en una granja en la campi?±a napolitana, entregando al agricultor que los alojaba dos tercios de su salario y resign??ndose a comer y dormir en el cuartel con lo que le restaba. Durante horas, el interrogado, sin ceder, dijo y repiti??, en un correcto idioma que hac?­a pensar que hab?­a cursado al menos a las clases elementales, bastante duras en aquel momento, que era un cocinero desempleado, que viv?­a, como estaba escrito de su tarjeta, en el callej??n de Santa Luciella y que estaba volviendo a casa cuando vio entreabierta la puerta de la casa de la difunta y oy?? gemidos que proced?­an del interior: entr?? por mero altruismo, pidiendo permiso, vio en la entrada a la mujer en el suelo que continuaba gimiendo y, al ver un aparato telef??nico sobre una pared, decidi?? llamar a una ambulancia, pero justo en aquel momento entr?? la patrulla de Seguridad P??blica que le detuvo. Insistiendo una y otra vez, poco despu?©s de las siete de la ma?±ana el subcomisario obtuvo por fin un dato nuevo: que el hombre acud?­a a menudo a la prostituta y que hab?­a ido a su casa, como cab?­a esperar, para tener un r??pido encuentro sexual, irse r??pidamente y llegar a su casa antes del toque de queda. Repreguntado, precis?? que se hab?­a citado telef??nicamente desde un bar, como muchas otras veces. Cuando se le pidi?? que diera el n??mero telef??nico de Demaggi, dijo que ya no se acordaba y, ante el escepticismo manifestado por D???Aiazzo, justific?? la amnesia por su estado de turbaci??n mental debido a la situaci??n. No cambi?? el resto de la versi??n, repitiendo que, una vez pasada la entrada que hab?­a dejado entreabierta aposta para salir tras la cita telef??nica, vio a la mujer en el suelo y se apresur?? a buscar ayuda con el aparato telef??nico del apartamento, momento en que apareci?? la patrulla y le detuvo. Como los agentes de la patrulla, tampoco el subcomisario pudo creer que el hombre fuera un cliente de la inaccesible meretriz, tras valorar sus ropas modestas y remendadas y la ausencia de dinero sus bolsillos. Considerando que posiblemente ?©l hab?­a dejado abierta la entrada, supuso que era un c??mplice en el mercado negro. As?­ que le acus?? de haberla matado por una disputa en el momento: ?????Confi?©salo y te dejo dormir! ???No es verdad, seguramente ha sido un accidente que se ha producido antes de que yo entrara ???neg?? el otro. ???Si no eras un c??mplice en desacuerdo es que otro te mand?? a matarla ???le apremi?? el funcionario. ?????Se?±or doctor, os digo de nuevo que no es verdad! ???El hombre alz?? la voz, abandonando el comportamiento d??cil que hab?­a mantenido hasta ese momento. Sin que se lo pidieran, el brigada Bordin solt??: ???Bus??n! ??Muestra respeto por el doctor o te lleno de patadas por donde te la meten! El subcomisario no admit?­a obscenidades y le reprendi??: ???Marino, las patadas y los insultos te los guardas ???Continu?????: Gennaro, siempre que te llames de verdad Gennaro Esposito, y estate seguro de que haremos las comprobaciones en el Registro ma?±ana??¦ no, esta ma?±ana, vista la hora, esc??chame bien: tambi?©n yo, como t??, tengo ganas de acabar, as?­ que te hago una propuesta ???El hombre hab?­a aumentado visiblemente su atenci??n, abriendo ligeramente la boca mientras se le dilataban las pupilas un poco???: Si te confiesas culpable de homicidio preterintencional, lo que significa que la has matado teniendo otras intenciones??¦ ?????¦ Lo s?©. ???Entonces, escucha: podr?­as por ejemplo decirme que no ten?­as dinero y que la v?­ctima no quer?­a darte cr?©dito, por lo que, en un irrefrenable impulso de ira, la habr?­as dado un empuj??n, sin querer matarla, pero, por desgracia, al caer sufri?? una herida mortal. Bueno, ya entiendes: de esta manera no se acaba delante del pelot??n de ejecuci??n, solo pasas un tiempo en la c??rcel. Si, por el contrario, escribo en mi informe al juez instructor que sospecho que eres un sicario de alg??n contrabandista de la Camorra que ha querido eliminarla o un competidor directo de la mujer en el mercado negro que ha querido apartarla de este para siempre, seguro que acabas fusilado. El hombre, a pesar de estar m??s cansado que el subcomisario, no confes??: ???No solo os repito una vez m??s que no soy un asesino y, como no lo soy, que esa mujer muri?? por un accidente anterior a que yo entrara en su casa, sino que adem??s os digo tambi?©n que soy un sargento mayor de artiller?­a y he cruzado el frente llegando a N??poles ayer por la tarde. ???Hm??¦ Cu?©ntame m??s. ???Soy tambi?©n cocinero, trabajaba como jefe de cocina en el c?­rculo de los oficiales del tercer batall??n, primer regimiento de la Artiller?­a Costera, ubicada a unos cinco kil??metros al norte de Paestum, en la provincia de Salerno. ???Ya s?© d??nde est?? Paestum??¦ Est?? bien, suponiendo que me hayas dicho ahora la verdad, por tu bien tenemos que comprobar tu identidad militar, as?­ que dime de qu?© escuela de suboficiales procedes y de qu?© promoci??n ??? En realidad, tras el caos posterior al armisticio esa verificaci??n probablemente era imposible y D???Aiazzo lo sab?­a, pero contaba con el hecho de que el otro, si le hubiera mentido, se habr?­a descubierto. El hombre no se alter??: ???Mi carrera empez?? de cero: Con 28 a?±os, despu?©s de haber perdido el trabajo de ayudante de cocinero en una trattoria??¦ ?????¦ ??Qu?© hiciste? ?????¦ ??Nada malo! El local cerr?? porque, como dec?­an los due?±os, hab?­an llegado las ??ltimas consecuencias de la crisis del 29. ???Est?? bien, sigue. ???Busqu?© trabajo, pero no encontr?© nada: nadie contrataba, si acaso desped?­a. As?­ que, para no ser una carga para mi madre, que se hab?­a quedado viuda y trabajaba duramente limpiando tiendas y cocinando y ayudando en casa de extra?±os, por fin me enrol?© voluntario, esperando hacer carrera y convertirme en suboficial: seis a?±os antes me hab?­a licenciado del servicio, con buenas notas, con el grado de cabo, que me hab?­an reconocido al volver y, como ya hab?­a estado en las cocinas durante el servicio, despu?©s del curso de actualizaci??n sobre algunos ca?±ones, me llevaron de nuevo delante de las cacerolas, adem??s de realizar ejercicios peri??dicos de tiro con la artiller?­a, el fusil y la pistola. Y as?­ ha transcurrido toda mi carrera militar, primero como cabo primero, luego como sargento y finalmente como suboficial: sargento mayor jefe de la cocina del c?­rculo de oficiales. Despu?©s del armisticio y el desembarco de los antiguos enemigos en nuestras costas, sal?­ corriendo con mis compa?±eros, preocupado por no encontrarme ni con angloamericanos ni con alemanes. Me qued?© escondido, comiendo frutas y verduras de las huertas y, las pocas veces que me escond?­a en granjas, tambi?©n pan, leche y huevos. Pero los campesinos, o al menos los que me he encontrado, son gente interesada y me han pedido siempre algo a cambio, preferentemente dinero y, poco a poco, les he dado todo lo que me quedaba de mi ??ltima paga. Despu?©s, una vez acabado el dinero, tuve que pagar con mi reloj: era de acero, pero de marca y, como ??ltimo purucchio he entregado mi medalla de San Genaro con cadena, ambas de oro de dieciocho quilates, regalo de mi familia por la primera comuni??n, a cambio de la camisa y la ropa de trabajo que llevo. Me he vestido de civil y he abandonado la placa militar de identificaci??n y tambi?©n los documentos, porque nosotros no solo los tenemos de otro color, sino que en ellos est?? escrito que somos militares y tambi?©n nuestro grado??¦ ?????¦ Lo s?©. ???Ya, tambi?©n os pasa a vos. He tirado la tarjeta de identidad y la identificaci??n militar, guardando solo la civil y, sin vestir uniforme, he venido a mi N??poles, he conseguido pasar la l?­nea de frente y, ayer por la tarde, entr?© la ciudad. Actuando de forma prudente, aunque estuviera vestido de civil y llevara conmigo un documento, he llegado a la Plazuela del Nilo, que no est?? lejos de la casa de mi madre y m?­a en el callej??n de Santa Luciella. Y, por culpa de mi buen coraz??n, despu?©s de todo lo que ya me hab?­a pasado, he tenido adem??s el impulso de ayudar a aquella mujer que gem?­a y??¦ aqu?­ estoy, justo cuando estaba ya muy cerca de casa. ?????Por qu?© tu licencia de conducir no indica tu domicilio en la zona de Paestum? ???Ten?­a una habitaci??n en el cuartel, junto a otro sargento mayor, tambi?©n soltero. No ten?­a una habitaci??n fuera: nunca he considerado los cuarteles como mi casa nunca he querido abandonar la direcci??n de N??poles. Solo la cambi?© en la tarjeta de identidad y el permiso militar de conducir, porque era obligatorio, aparte del hecho de que con la licencia civil habr?­a tenido que cambiarse con frecuencia la direcci??n de la Motorizaci??n, dado que me trasladaban cada pocos a?±os y por el contrario, la carta y la licencia militar me la renovaban directamente en el nuevo destino. Y adem??s, sobre todo, volv?­a a ver a mi madre a N??poles cada vez que ten?­a un permiso. ???Sabes que iremos a la calle de Santa Mar?­a a comprobar que all?­ est?? de verdad tu madre y si hay otras personas que te conocen. ?????¦ Y yo os lo agradezco, se?±or comisario, porque mi madre de verdad est?? all?­ y podr?©is confirmar lo que os he dicho por ella y tambi?©n por los vecinos. Pero os pido de coraz??n: no la asust?©is, decidle, por favor, que os he encargado saludarla, porque no he podido venir en persona por razones de servicio. ???Si encontramos a tu madre no la asustaremos y hablaremos con ella como deseas ???En este momento, el subcomisario hab?­a vuelto a insistir???: Primero has tratado de hacerme creer que ten?­as reservada una cita galante con Demaggi y luego has admitido que no era verdad. Dime entonces: Si no la hab?­a visto antes, ??c??mo sab?­as que esa mujer era una prostituta? No se hab?­a alterado: ???Se lo o?­ decir a vuestro jefe de patrulla, que habl?? con los suyos delante de la muerta. ???Lo comprobar?©. Pero dime una cosa m??s ???D???Aiazzo hab?­a dejado la pregunta para el final, para plantearla cuando el interrogado estuviera muy cansado???: ??Por qu?© llevabas guantes de lana en esta estaci??n? Para no dejar huellas, ??verdad? ?????¦ Pero no, se?±or comisario ???No se hab?­a preocupado el otro???, el motivo es sencillo, las llevo desde hace mucho, incluso de servicio, con permiso del capit??n: sufro de dolores en los dedos de la mano y tambi?©n en la palma izquierda. ???Hm??¦ ?????¦ Pero s?­, por la humedad de las cocinas a lo largo de tantos a?±os, entre los vapores de las c??psulas y el agua de los lavados de las ollas, como me hab?­a explicado el teniente m?©dico, que me dijo que llevara los guantes. Agotado el hombre y cansad?­simos los dos polic?­as, por orden del subcomisario, el presunto sargento mayor Gennaro Esposito fue escoltado a la celda por el brigada Bordin. Con solo los datos recogidos, Vittorio D???Aiazzo no pod?­a formarse una idea segura: para ?©l segu?­an siendo posibles tanto la hip??tesis de un accidente como la de un homicidio, y este no necesariamente perpetrado por detenido. Pero, en el caso de ser culpable, el m??vil podr?­a encontrarse en disputas entre contrabandistas, si la identidad y en concreto la posici??n en el ej?©rcito del supuesto Esposito no fuera confirmada, mientras que en caso contrario ser?­a veros?­mil otro motivo. Por otro lado, si el forense estableciera que se hab?­a tratado un asesinato, el investigado, aunque no confesara, ser?­a transferido a la c??rcel de Poggioreale como sospechoso, mientras al mismo tiempo el subcomisario tendr?­a que redactar y enviar a la Fiscal?­a del Reino una relaci??n que incluyera tanto las conclusiones del forense como los datos recabados por el propio D???Aiazzo durante el interrogatorio. A partir de su informe, el juez instructor decidir?­a si abrir un procedimiento contra el sospechoso o liberarlo por falta de pruebas. No faltaba mucho para las ocho de la ma?±ana y el joven funcionario estaba a punto de acabar su turno. Sin embargo, antes de volver a casa pretend?­a ordenar a brigada a ir a la calle de Santa Luciella a comprobar que all?­ viv?­a realmente la madre del investigado y, en ese caso, si reconoc?­a al hijo en la foto del permiso de conducir y confirmaba que era realmente un sargento mayor de artiller?­a. Pero el subcomisario no pensaba esperar la vuelta del susodicho, ni ver el informe al d?­a siguiente. Por tanto, antes de que llegase a su oficina el informe del forense habr?­an pasado al menos dos o tres d?­as, durante los cuales el detenido quedar?­a encerrado en la celda. Bordin, despu?©s de encerrar al acusado en la celda, hab?­a vuelto al puesto de D???Aiazzo. Al entrar en la oficina le hab?­a dicho: ???Se?±or comisario, para m?­ que este Esposito o como se llame ha sido enviado por la Camorra para matar al Demaggi por dos posibles motivos: o por razones de competencia en el mercado negro o porque esa mugrienta puta no quer?­a pagar el soborno. ?????¦ Marino, esa mujer est?? muerta y no se insulta los difuntos ???le hab?­a amonestado el joven superior???, y adem??s no estoy convencido de que el investigado sea un asesino. ???Perdonad que os lo diga, pero creo??¦ Bueno creo que sois siempre demasiado bueno: nosotros le moler?­amos a golpes en el est??mago con sacos de arena??¦ ?????¦ ??Que no dejan huellas? ???Lo requiere la prudencia. Y estad seguro de que ese delincuente se declarar?­a culpable e incluso camorrista y qui?©n sabe qu?© m??s. Pero as?­??¦ ?????¦ as?­ no me arriesgo a hacer confesar a un inocente, aparte de que si te veo moler a sacazos a alguno??¦ ??Me has entendido, Marino? ???Eeh??¦ ???Ya conseguir?? al juez instructor, si acaso, que admita su culpabilidad, siempre que el m?©dico no diga que se ha tratado un accidente, en cuyo caso archivo la pr??ctica y libero a ese hombre. ???Ya, puede ser. Pero, hablando en general, vos, se?±or comisario, sois el ??nico que no ha dado al menos una bofetada a los interrogados. El doctor Perati, que estaba antes que vos, hac?­a confesar a todos. Con el ardor de la edad, sin abandonar esa pizca de presunci??n que permanec?­a en ?©l, se le hab?­a escapado al subcomisario instintivamente en la lengua partenopea que usaba en familia: ???Tu si??? ???nu f?©sso. ?????Qu?©? ???El suboficial hab?­a enrojecido. El superior se hab?­a corregido en parte: ???Est?? bien, Marino, retiro el f?©sso, pero deja de hablarme sin consideraci??n solo porque tengo la mitad de tus a?±os. Ten cuidado, porque si esto se repite, te castigo. Bordin hab?­a considerado sensato pedir perd??n, aunque fuera a rega?±adientes: ???Perdonad, se?±or comisario, solo estaba hablando, no quer?­a criticaros. Aunque Vittorio D???Aiazzo, con el paso del tiempo, adquirir?­a plena humildad gracias a las metaf??ricas bofetadas de la vida, por el momento segu?­a queriendo decir la ??ltima palabra: ???Est?? bien, pero a partir de ahora piensa en lo que dices antes de decir lo que piensas. El hombre consider?? sensato mantener la posici??n de firmes: ???S?­, se?±or. ???Descansa y no te mortifiques ???El superior suaviz?? el tono, en el cual hab?­a entrado por fin la compasi??n. Prosigui?????: Has dicho que Perati hac?­a confesar a todos: es verdad, ya lo s?©, me lo contaron cuando llegu?© aqu?­. ??Pero recuerdas qui?©n le mat??? ???S?­, se?±or, la madre de un ladr??n habitual??¦ ?????¦ ladr??n al que Perati hab?­a acusado de acuchillar en una mano a un panadero para robarlo y al que hab?­a hecho confesar que s?­, ??pero c??mo? Tumb??ndolo boca arriba sobre una mesa y fustig??ndole con el cintur??n. Y dos d?­as despu?©s ??te acuerdas? el interrogado muri?? por una hemorragia interna. ???Perdonadme, ??puedo hablar con libertad, pero con todo el respeto? ???Puedes. ???Creo que el doctor Perati hizo lo apropiado, porque no recibi?? ning??n reproche de sus superiores. ???Pues no s?© si el asunto se olvid?? por orden del federal de N??poles, porque Perati era muy fascista y adulador, pero en la cabeza de la madre del muerto la cosa no estaba olvidada y adem??s supo, un par de semanas despu?©s de la muerte del hijo, que era inocente tanto de las heridas como del hurto. Esto no lo sab?­as ??verdad? ???Sab?­a que el verdadero culpable fue reconocido en la calle del panadero y denunciado a una de nuestras patrullas, la cual lo arrest?? y trajo aqu?­. ???Ya, y la madre del muerto fue puesta al corriente por un amigo del hijo, que supo la verdad por casualidad. ??Y sabes una cosa? No hab?­a sido tan inicuo, a fin de cuentas, que esa mujer viniera aqu?­ pidiendo hablar con Perati, con la excusa de tener algo que revelarle y una vez delante de ?©l sacara un peque?±o cuchillo para desollar carne de su costado y le acuchillara junto al coraz??n, y casi lamento que la detuvieran de inmediato y que ahora est?© a la espera de juicio, porque me temo que ser?? condenada a muerte por homicidio premeditado. ???Esperemos que le reconozcan el enajenamiento mental ???dijo compasivamente Bordin. ???Esper?©moslo. Pero aparte de esto, ahora mismo te vas al dep??sito de veh?­culos con esta hoja de servicio??¦ toma: es mi autorizaci??n para recoger un autom??vil con conductor. Luego te vas a comprobar en el callej??n de Santa Lucia si Esposito es una persona conocida ???Le entreg?? tambi?©n la licencia del investigado???. Haz que la madre vea la foto, si es que existe, y tambi?©n los vecinos y averigua todo lo que puedas de ?©l. ???A las ??rdenes. Pero, al volver, se?±or comisario, tal vez me vaya a casa a dormir, ya que, por hoy, mis horas de servicio ya habr??n terminado. ???Deber y sacrificio es nuestro lema ???le hab?­a contestado sonriente en un endecas?­labo espont??neo el superior, gran lector de poetas cl??sicos. Ya que se sab?­a en la comisar?­a que la temperatura social estaba subiendo en la ciudad y no era del todo improbable una sublevaci??n, antes de acercarse al garaje el brigada quiso pasar por la sala de radio para obtener noticias de la situaci??n en el exterior. Una vez al tanto, volvi?? a su superior directo y le inform?? de que camionetas de patrulla hab?­an comunicado que ya se hab?­an iniciado tiroteos aislados. Termin?? diciendo: ???Se?±or doctor, ??tengo que ir hoy o puedo esperar a ma?±ana, cuando tal vez el clima se haya calmado? Antes de que se decidiera D'Aiazzo empezaron a subir de la v?­a Medina, a la que se asomaba y todav?­a se asoma la comisar?­a de N??poles, el ruido de los motores di?©sel de veh?­culos que pasaban en columna delante de la entrada principal del edificio, como todos los d?­as desde hac?­a dos semanas: se trataba de un pelot??n motorizado de granaderos alemanes que iba a reemplazar a otro, del mismo batall??n, encargado de custodiar un corredor en el ??ltimo piso del Castillo de San Elmo, potente baluarte que se eleva sobre la colina del Vomero a 250 metros sobre el nivel del mar y desde el cual se observan el golfo y la ciudad. En aquel corredor se encontraban dos locales no comunicados entre s?­ y destinados en aquel momento a armer?­a del fort?­n, de los cuales uno era un gran espacio que conten?­a armas y municiones convencionales y el otro un espacio no tan grande que custodiaba armamento secreto de dise?±o y fabricaci??n italianas. La vigilancia de las armas se desarrollaba durante las veinticuatro horas del d?­a en dos turnos, de las 8:30 a las 20:30 y de las 20:30 a las 8:30. Desde el 9 de septiembre los alemanes hab?­an ocupado el Castillo de San Elmo apoder??ndose del armamento, con un inter?©s particular por las armas especiales. Precisamente a causa de esas armas no convencionales, dicho castillo era en esos d?­as un objetivo principal de los aliados, que, desde hac?­a tiempo, estaban usando sus servicios secretos. Vittorio D???Aiazzo estaba a punto de decir a su subalterno que olvidara la orden anterior y se fuera descansar cuando empezaron los disparos en la v?­a Medina, primero de fusiles y de una ametralladora ligera, luego, en r??pida sucesi??n, de metralletas y una gran ametralladora. El subcomisario y su ayudante se agacharon instintivamente y, avanzando con las piernas semidobladas, se acercaron a la ventana y asomaron sus cabezas mirando hacia abajo, exponi?©ndose lo menos posible. Al mismo tiempo, otros polic?­as miraban all?­ desde sus respectivas oficinas, tanto personal del turno que estaba saliendo como entrando, al ser la hora del reemplazo, las 8 en punto. Llegado hac?­a poco, tambi?©n el vicejefe de polic?­a y jefe de secci??n Remigio Bollati espiaba desde su propia ventana: su oficina daba a la misma fachada a la que daba la de Vittorio y los dos espacios eran contiguos. Mirando hacia abajo se ve?­a o entreve?­a, seg??n la posici??n de cada ventana, a unos cincuenta metros del portal y en el cruce de calles cercano, al pelot??n alem??n parado en medio de la calle, protegido por sus veh?­culos colocados atravesados, ocupados en un tiroteo con personas que deb?­an estar m??s all?? en la calle y que no pod?­an verse desde el edificio de la comisar?­a, pero de las que se o?­an los disparos: se pod?­a suponer que tal vez se protegieran detr??s de los muros semiderruidos y los montones de escombros de dos casas cercanas y contiguas, bombardeadas pocos d?­as antes del 8 de setiembre por fortalezas volantes estadounidenses. Cap?­tulo 4 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Para entender mejor las cosas, volvamos un poco atr??s: Se constituy?? el frente ??nico revolucionario partenopeo y, vista la renuencia del prefecto Soprano en asumir la direcci??n, fue elegido jefe el obrero Antonio Taraia de setenta a?±os, que el 24 de setiembre, considerando la situaci??n ya adecuada para el levantamiento convoc?? para la ma?±ana siguiente una reuni??n en el Liceo Sannazaro, para someter a votaci??n la decisi??n. La convicci??n de que era ya el momento de levantarse se produjo tanto por la noticia de que los angloamericanos ya estaban casi a las puertas de N??poles, algo conocido de antemano por el fil??sofo Benedetto Croce, que lo hab?­a sabido confidencialmente del Dr. Soprano, como por el hecho de que, tras los acuerdos codificados intercambiados a trav?©s de radio con los americanos, acababan de llegar paracaidistas por la noche junto a N??poles con armas y radios que retransmit?­an desde la US Army y destinadas a los partisanos, ocultadas r??pidamente en siete s??tanos de otras tantas zonas distintas de la ciudad. La operaci??n se hab?­a desarrollado con la contribuci??n esencial de un grupo de camorristas a sueldo, dispuestos a correr graves peligros a la vista de las grandes ganancias que les hab?­an prometido los estadounidenses. No debe sorprender esa alianza: Estados Unidos ya hab?­a recurrido, y todav?­a la utilizaba, a la ayuda de la Mafia de la Sicilia ocupada, donde, adem??s, numerosos nuevos alcaldes notoriamente mafiosos hab?­an sido colocados en el poder por los conquistadores. La Camorra, como la Mafia, estaba organizada casi militarmente y, en particular, pod?­a disponer en N??poles de muchos grandes camiones. La operaci??n armada hab?­a sido organizada con meticulosidad por los estadounidenses. Entre otras cosas, hab?­a folletos de instrucciones sobre el uso de las armas lanzadas en paraca?­das, escritos en un correcto italiano y llevados al Liceo Sannazaro por algunos agentes americanos que hab?­an sobrepasado de noche las l?­neas, con el fin de que los patriotas napolitanos pudieran recibir formaci??n te??rica sobre su funcionamiento por los propios agentes, lo que permiti?? hacer m??s r??pida y ??gil la instrucci??n pr??ctica que, por razones log?­sticas, solo pudo desarrollarse poco antes de la sublevaci??n, en el momento de la recuperaci??n de las armas en los siete dep??sitos. En la reuni??n del 25 de septiembre se tom?? por unanimidad la decisi??n de levantarse. Hacia mediod?­a, se enviaron mensajeros para avisar a los custodios del material b?©lico estadounidense. Al d?­a siguiente, domingo, siete patriotas jefes de grupo que ya hab?­an asistido al almacenamiento de las armas en los lugares secretos, uno por dep??sito, no mucho antes de la hora del alto el fuego, se presentaron para preparar la retirada de las armas esa misma noche. Se reunir?­an en los escondites hasta las cinco de la ma?±ana del lunes 27 de septiembre. Por tanto, despu?©s de las seis de la ma?±ana de este 27 de septiembre, los grupos de combatientes por la libertad, recogidas las armas, se dirigieron a sus objetivos. Mientras los pelotones instruidos en el Liceo Sannazaro por los agentes americanos portaban las armas estadounidenses, es decir fusiles semiautom??ticos M1 Garand y ametralladoras BAR M1918 Browning, que usaban las mismas balas de calibre 7,62, granadas de mano Mk2 y lanzamisiles port??tiles anticarro Bazooka M1, los otros grupos de insurgentes ten?­an armas capturadas a los alemanes en los encuentros de los primeros d?­as, es decir, fusiles Mauser Kar 98 k, metralletas MP80, bombas de mano 24 y granadas Panzerwurfmine con sus respectivos lanzabombas anticarro Panzerfaust, adem??s de navajas personales o cuchillos de las cocinas dom?©sticas y alguna escopeta ocultada por alg??n cazador aficionado, despu?©s de la ocupaci??n alemana, en un s??tano o un ??tico. Sin embargo, el primer tiroteo de esa ma?±ana no estaba previsto, sino que por el contrario empez?? en el Vomero por parte de parientes de detenidos, que detuvieron un todoterreno K??belwagen Typ 82 de la Wehrmacht, matando al comandante que lo conduc?­a y poniendo en fuga a los dem??s militares. Otras acciones no organizadas se produjeron poco despu?©s por N??poles y, aqu?­ y all??, se agregaron espont??neamente a los grupos rebeldes parejas de carabineros de ronda y agentes de patrulla de la Seguridad P??blica y la Guardia de Finanzas. Poco antes de inicio de las clases escolares, diez estudiantes desarmados de la escuela superior atacaron impulsivamente a tres alemanes que hac?­an la ronda en un K??belwagen a velocidad de paseo, les obligaron a bajarse, les desarmaron y pegaron fuego al todoterreno, mientras el tr?­o alem??n se alejaba por piernas. Sin embargo, esos alemanes alertaron a todo el cuartel, por lo que llegaron dos pelotones alemanes con el apoyo de un potente blindado SdKfz 231 Schwere Panzersp?¤hwagaen 6 rad. Los diez j??venes se refugiaron y atrincheraron en el cercano Museo de San Mart?­n y el blindado empez?? a ametrallar los ventanales, mientras la noticia de la acci??n de los estudiantes y del peligro que estaban corriendo se iba extendiendo por N??poles, de un lugar a otro. Entre las acciones s?­ planeadas por la Resistencia se produjeron sobre todo el mencionado ataque a la columna de granaderos alemanes en Via Medina y la acci??n de un pelot??n de carabineros que, con el benepl??cito del coronel al mando se dirig??, sobre un cami??n Lancia CM, al Museo de San Mart?­n para combatir, con sus propios mosquetes 91 cortos y bombas de mano SRCM 35, a los alemanes que asediaban a los estudiantes rebeldes. Al lado de los militares de la Benem?©rita se colocaron espont??neamente algunos civiles de la zona. Esa misma ma?±ana, siempre con ??rdenes anteriores de los dirigentes democr??ticos, un centenar de combatientes por la libertad procedi?? al asedio del Castillo de San Elmo, en el que, entre los alemanes atrincherados en el interior, estaba el ya agotado pelot??n de granaderos que hab?­a permanecido de guardia de la armer?­a toda la noche y que no hab?­a recibido el relevo porque, como sabemos, el pelot??n fresco entrante se hab?­a enzarzado en combate en la Via Medina. Ante el apremio de los acontecimientos, el comandante de la plaza, coronel Scholl, activ?? sus potentes tanques de las clases Tiger y Panther. Sin embargo, un cierto n??mero de ellos fueron detenidos e incendiados por revoltosos, gracias a algunos panzerfaust sustra?­dos al enemigo, a los bazookas americanos y a c??cteles Molotov. Cap?­tulo 5 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) Mientras continuaba el tiroteo en Via Medina, el comisionado al cargo de la comisar?­a, el doctor Carmelo Pelluso, alej??ndose de la ventana de su oficina en el primer piso desde la que hab?­a observado con cautela al pelot??n alem??n dedicado al combate, iba a llamar por el interfono a sus subcomisarios para dar las ??rdenes oportunas cuando son?? el tel?©fono que hab?­a sobre su mesa. Al otro lado de la l?­nea estaba su superior directo, el doctor Soprano: El prefecto dijo al comisionado que se hab?­an iniciado tiroteos en m??s zonas de N??poles y le dio la noticia de que la 5?? armada y el 6?? cuerpo estadounidenses, adem??s del 10?? brit??nico, estaban atacando a los alemanes en direcci??n a N??poles y Avellino y los efectivos alemanes en el campo estaban empezando a replegarse, dirigi?©ndose a la ciudad partenopea para consolidar sus l?­neas m??s al norte. Acab?? dejando al arbitrio del comisionado decidir qu?© ??rdenes concretas impartir a sus hombres, pero con la condici??n de no obligarles a combatir contra los alemanes. El doctor Pelusso no obedeci?? del todo: tras despedirse del prefecto, orden?? a sus subordinados transmitir a los respectivos inferiores la sencilla invitaci??n, no la orden, de unirse al pueblo contra los alemanes, pero a?±adi?? con decisi??n: ???Decid a todos que yo personalmente estoy con los insurgentes. Sin embargo, si alguien, hipot?©ticamente, no quiere seguirme, no tendr?? problemas. Pero deber?? entregar su pistola y quedarse retenido en la comisar?­a en las celdas de custodia. Carmelo Pelluso no fue un antifascista desde el principio: como much?­simos otros, entre ellos el subcomisario Vittorio D???Aiazzo, port?? hasta el 25 de julio el uniforme fascista, de hecho obligatorio para los funcionarios p??blicos. Pero ya al acabar ese mes se hab?­a unido al Partido de la Acci??n y no hab?­a cambiado de bandera despu?©s de la ocupaci??n alemana y el muy reciente retorno de Mussolini al gobierno de la Italia no ocupada por los ej?©rcitos aliados. Por el contrario, ahora colaboraba activamente con los dirigentes de los partidos antifascistas del Frente ??nico Revolucionario y, sobre todo, con uno de sus mayores exponentes, nada menos que su amigo personal, el accionista profesor Adolfo Omodeo, que el 1 de septiembre hab?­a sido nombrado por el gobierno de Badoglio rector del Ateneo Federico II de N??poles, desde el que alentaba entre los intelectuales, junto al liberal Benedetto Croce, la rebeli??n contra el nazifascismo. Los polic?­as fieles a Mussolini, un comisario y una decena de agentes, cabos y suboficiales, bajo el control directo del comisionado, fueron desarmados y recluidos, respetuosamente, pero bajo escolta armada, en las celdas de seguridad. Se inform?? a Pelluso de que ya hab?­a otros reclusos en las celdas y supo que el ??nico que estaba en custodia era un tal, verdadero o falso, Gennaro Esposito, sospechoso del asesinato de una prostituta llamada Rosa Demaggi. En la cara del comisionado asom?? un gran descontento. En esos mismos momentos, Vittorio D???Aiazzo estaba saliendo del cuartel por la entrada de veh?­culos conduciendo un veh?­culo blindado viejo y obsoleto de la comisar?­a. Se consideraba de coraz??n un dem??crata cristiano, aunque, despu?©s de deshacerse del uniforme fascista el 25 de julio no se hab?­a afiliado ni al partido cat??lico, ni al liberal y, a diferencia del comisionado Pelluso, no hab?­a llegado a contactar con hombres de la reci?©n nacida resistencia. Por otro lado, lo mismo pasaba con la gran mayor?­a de aquellos italianos que luego combatir?­an contra el fascismo durante otro a?±o y medio, hasta el final de la guerra. Con Vittorio D???Aiazzo, subi?? al blindado, aunque agotado como ?©l por la noche insomne, el brigada Marino Bordin, hombre animoso aunque rudo, quien, aunque no ten?­a ideas pol?­ticas, alimentaba un profundo rencor contra los alemanes debido a su arrogancia despectiva hacia los italianos. Tambi?©n se montaron en el blindado dos agentes llamados Tertini y Pontiani y conduc?­a el comandante Aroldo Bennato, jefe mec??nico del taller de la comisar?­a, estos tres descansados despu?©s de una noche de reposo y que acababan de llegar al servicio. El blindado, o m??s exactamente la furgoneta blindada como era catalogada, era un aparato de la Primera Guerra Mundial, Lancia Ansaldo IZ, dotado de tres ametralladoras pesadas de 7,92 mil?­metros Maxim. Solo este blindado y dos similares no hab?­an sido confiscados en la comisar?­a por los ocupantes, al juzgarse ya no utilizables por estar obsoletos, al contrario que los autos blindados m??s modernos FIAT 611 1934/35 y FIAT AB 1940/43, que los soldados alemanes hab?­an confiscado inmediatamente junto a sus medios acorazados. El Lancia Ansaldo IZ era un modelo lento y poco maniobrable. Pero ten?­a una notable potencia de fuego, hasta el punto de que, al entrar en servicio al final de la Primera Guerra Mundial, hab?­a hecho estragos inmediatos entre los austriacos. Por otro lado, contrariamente a lo que deb?­an haber pensado los alemanes, los tres autos acorazados gemelos estaban en perfecto estado gracias a las revisiones peri??dicas del jefe del taller y sus mec??nicos y por los responsables de las armas en el caso de las ametralladoras. Con los cinco polic?­as a bordo, el blindado entr?? estruendoso y humeante en la Via Medina, a una setentena de metros a las espaldas de los alemanes, siempre tratando de disparar sobre los revoltosos usando los fusiles Garand, mientras que el operador de la metralleta BAR de los patriotas yac?­a desplomado boca abajo, muerto. El n??mero de los atacantes se hab?­a reducido a menos de la mitad, ya que los alemanes dispon?­an de una llamada sierra de Hitler, una tremenda ametralladora MG-42 de 7,92 mil?­metros, la mejor del mundo en eficacia y ligereza, tanto que todav?­a hoy, el siglo XXI, el modelo est?? en dotaci??n en la OTAN. Y de cada diez balas insertadas en las cintas alemanas, una era de tipo perforante, capaz de abrir brechas en los muros semiderruidos y los montones de escombros de las dos casas bombardeadas, a cuyo abrigo disparaban los patriotas. Tambi?©n algunos alemanes estaban muertos en el suelo, una peque?±a parte de su pelot??n. Vittorio D???Aiazzo orden?? al comandante parar el auto y a los agentes portar dos ametralladoras, mientras ?©l mismo llevaba a la espalda una tercera. El tr?­o se arm??, apuntado a los granaderos enemigos y, a la orden del superior, dispar?? sin parar a pesar del riesgo de que las armas se encasquillaran. Los tres ametralladores improvisados eliminaron al pelot??n adversario, cuyos hombres no tuvieron tiempo de darse la vuelta contra el blindado italiano usando la MG con sus balas perforantes, que habr?­an podido deshacer la d?©bil protecci??n del auto italiano y, sobre todo, no pudieron lanzar una bomba anticarro con un Panzerfaust que llevaban. Despu?©s de la matanza de alemanes, el blindado reemprendi?? la marcha, lentamente, y sobrepas??, serpenteando, a los muertos y los veh?­culos enemigos. Debido al espacio insuficiente apart?? por la fuerza una camioneta. A una cuarentena de metros los patriotas supervivientes, ya solo seis, ninguno de las cuales estaba herido, salieron de los escombros al descubierto andando hacia el blindado: eran cinco hombres y una mujer delgada y peque?±a que no mostraba m??s de dieciocho a?±os y ten?­a en su rostro una expresi??n de desprecio. En el blindado, a una decena de pasos del peque?±o grupo, Vittorio orden?? detenerse. Baj?? con tres de los suyos, dejando a bordo al comandante con la radio. Los polic?­as y los partisanos se ocuparon de los italianos en el suelo, diecis?©is, ninguno de los cuales daba ninguna se?±al de vida: seis de ellos estaban en condiciones horribles, cuatro casi partidos en dos por las balas de la MG, al quinto le faltaba el rostro, sustituido por una cavidad sangrienta, el sexto privado de la b??veda craneal, donde se pod?­a ver el cerebro mientras le sal?­a de la nariz materia cerebral que se hab?­a posado en boca y ment??n. La joven, habiendo tenido a este ??ltimo a su lado durante el combate, cont?? a D???Aiazzo que el cerebro del hombre hab?­a palpitado unos momentos despu?©s de sufrir aquel golpe devastador. Impasible, concluy?? as?­ su espeluznante relato: ???No s?© si estaba todav?­a consciente, porque estaba inm??vil, pero creo que s?­. ?????Yo espero que no! ???le respondi?? el subcomisario con desagrado, molesto no tanto por la macabra descripci??n, sino por la frialdad que mostraba la joven. Uno de los italianos muertos llevaba en bandolera una peque?±a bolsa de arpillera con una radio estadounidense Motorola Handie-Talkie SCR536 de un solo canal, ligera, pero no potente. La joven, siempre sin mostrar sentimientos, se la quit?? el difunto y se la puso en bandolera. Luego revis??, uno a uno y con gran atenci??n, los cad??veres de los alemanes y, al acabar la inspecci??n, su cara se oscureci??. Vittorio orden?? sacar del tr?­pode y llevarse la mortal ametralladora MG con sus ristras de balas y explic?? que, una vez desmontada de soporte, esa arma podr?­a usarse bastante bien como fusil ametrallador, gracias a su peso no excesivo, apenas una docena de kilos, y a su doble pie desplegable guardado debajo del ca?±??n. Fue la joven, abandonando su fusil Garand, la que se la qued??, diciendo que sab?­a c??mo usarla. Tom?? dos ristras de balas de la MG y se las puso en bandolera y coloc?? la ametralladora en la parte derecha de su espalda, balance??ndola por el ca?±??n con la mano. D???Aiazzo tom?? el funesto Panzerfaust y pregunt??: ?????Alguno de vosotros sabe usar esto? Obtuvo un s?­ de uno de los seis que, a pesar de estar vestido de civil, dijo que era granadero, precisando que hab?­a sido ?«sorprendido aqu?­ en N??poles por el armisticio?». Un rato despu?©s, el comandante se asom?? por la ventanilla del blindado y comunic?? al superior que hab?­a o?­do, desde la radio de la comisar?­a, la noticia de que, a trav?©s del tel?©fono, una voz femenina hab?­a llamado a su centralita denunciando que los alemanes estaban ametrallando las casas de la Plaza de la Caridad. Vittorio decidi?? intervenir. Dado que el blindado pod?­a acoger hasta seis personas, ofreci?? a la joven ir con ellos. Esta lo rechaz?? y, dada la urgencia, no insisti?? en la invitaci??n, dio la orden de subir a sus hombres y, tras entrar en ??ltimo, orden?? al comandante dirigirse al objetivo. Entretanto, muchos otros polic?­as estaban saliendo de la comisar?­a para enfrentarse a los alemanes: hab?­a quien sal?­a a pie por el portal o una puerta secundaria, otros por el paso de carruajes sobre camiones, camionetas, autocares o a bordo de los dos autos blindados restantes. La mayor?­a llevaba mosquetes ???91 del siglo pasado, alguno llevaba en bandolera una metralleta moderna MAB, y muchos llevaban en bolsas en bandolera bombas SRCM o granadas lacrim??genas. Los destinos de todos esos polic?­as eran muy diversos. En particular, despu?©s de ??rdenes precisas del comisionado Pelluso, un pelot??n, en el cual algunos hombres vest?­an de civil y la mayor?­a portaba uniforme, se dirigi?? sobre un autocar largo marca OM hacia la Plazuela del Nilo, solo distante un kil??metro de la Via Medina: sobre ese cami??n, en el puesto de copiloto, iba tambi?©n el presunto sargento mayor Gennaro Esposito. El blindado al mando de D'Aiazzo volvi?? a partir, retumbando y petardeando, llevando detr??s a los seis patriotas a pie. El comandante Bennato lo conduc?­a lentamente, no solo por la vetustez del veh?­culo, sino para que los partisanos a pie, a los que serv?­a un poco de baluarte, pudieran seguir el camino sin cansarse. Despu?©s del primer centenar de metros, uno de los seis, tras considerar la complexi??n diminuta de la joven, le ofreci?? cambiar la pesada MG por su fusil, pero ella se neg??, molesta, diciendo con la boca torcida ?«Naah?», lo que, vistas sus intenciones, deb?­a significar que no. Al acercarse a la Plaza de la Caridad, los once patriotas empezaron a o?­r los tableteos de las r??fagas de ametralladora. Tras dos minutos, llegaron a sus o?­dos ruidos de metralleta seguidos por una detonaci??n. Despu?©s de otro par de minutos, volvieron a sonar r??fagas de ametralladora cuyo crepitar se hac?­a cada vez m??s fuerte, al irse acercando el blindado, ya casi junto a la plaza: era indudable que se estaba disparando all?­. Vittorio orden?? a Bordin y a los agentes tomar las metralletas y estar preparados para disparar a su orden. Por su parte, se coloc?? detr??s de una ranura en la proa para observar el exterior, listo para ordenar hacer fuego. Cap?­tulo 6 (#ulink_ba585e2f-4a35-5a1e-b126-11b703441427) El blindado lleg?? al paso desde la V?­a Cesare Battisti a la Plaza de la Caridad. El tanque alem??n apareci?? en la aspillera de proa, plantado inm??vil a unos cuarenta metros a 45 grados a la derecha del veh?­culo italiano: era un carro Panther con una formidable coraza de 110 mil?­metros, armado con un ca?±??n del 75 y dos ametralladoras MG, una en la torreta y otra en el cuerpo principal delantero, que hasta hac?­a poco hab?­an estado vomitando fuego. Casi parec?­a una bestia descansando despu?©s de un gigantesco esfuerzo. Era evidente por qu?© se hab?­a producido esa fatiga, ya que en el suelo yac?­an multitud de cuerpos ensangrentados de civiles de ambos sexos y todas las ventanas de los edificios que rodeaban la plaza estaban hechas a?±icos, mientras que los muros mostraban profundas mellas. Se pod?­a apreciar, a la vista de un todoterreno K??belwagen semidestruido todav?­a humeante y de cuatro cad??veres carbonizados, uno dentro y tres en el suelo, que llevaban los cascos de la Wehrmacht ennegrecidos, que la represalia del carro alem??n era posterior a un ataque contra el todoterreno con c??cteles Molotov. En el momento del ataque al K??belwagen, el Panther estaba patrullando la calle vecina de Formale. Su tripulaci??n hab?­a o?­do dos explosiones, separadas por un par de segundos la una de la otra, y el jefe del carro, un comandante de carrera llamado Konrad M??ller, hab?­a apreciado de qu?© direcci??n ven?­an. A sus ??rdenes, el veh?­culo se haya dirigido a la Plaza de la Caridad. Al llegar, los soldados hab?­an encontrado los restos de sus cuatro camaradas y la camioneta y ninguna persona en la plaza, ya que despu?©s de haber lanzado dos botellas incendiarias, una de las cuales hab?­a dado en el blanco, los autores del atentado hab?­an huido mientras los residentes se hab?­an refugiado en sus casas y tiendas, cerrando los portales y las persianas. El suboficial hab?­a ordenado sin remordimientos ametrallar las fachadas de los edificios que le rodeaban a la altura de un hombre y mientras tableteaban sus MG, hab?­a pedido instrucciones al mando a trav?©s de la radio. Le hab?­an ordenado vengarse deteniendo civiles, diez por cada alem??n muerto, y fusilarlos all?­ mismo. El cabo subcomandante del Panther y dos soldados hab?­an bajado armados con fusiles MP80 y bombas de mano de modelo 24 y hab?­an lanzado estas granadas contra persianas y portales, matando o hiriendo a quienes se hab?­an refugiado dentro. El comandante M??ller, en un p?©simo italiano, hab?­a ordenado por el altavoz salir de las casas, ya que si no todas ser?­an derrumbadas a golpe de ca?±??n con sus residentes dentro. Hab?­a prometido que s?­ los que all?­ estaban se presentaban ordenadamente a la escuadra alemana solo ser?­an interrogados y luego se les dejar?­a libres. As?­ que se hab?­an reunido 42 personas, dos m??s del d?©cuplo de los alemanes muertos. Sin embargo, a pesar de que el cabo hab?­a comunicado el exceso de detenidos al jefe del carro, que entretanto hab?­a asomado por la torreta, la cantidad fue considerada adecuada por el superior, nazi convencido, aunque no era de las SS, y hab?­a ordenado ???ajusticiarlos??? a todos. Esos civiles inermes hab?­a sido abatidos con r??fagas de metralleta. Una vez muertos, los carniceros hab?­an subido a su tanque y el comandante hab?­a ordenado a las ametralladoras volver a disparar a su alrededor, esta vez apuntando a los pisos altos. Las r??fagas terroristas hab?­an proseguido durante varios minutos mientras que el racista de Konrad M??ller pronunciaba con odio, expres??ndose en su dialecto b??varo, expresiones que en nuestro idioma habr?­an sonado as?­: ?«??Italianos de mierda! ??Bastardos traidores! ??Raza de cerdos!?» El tanque de acero estaba a punto de reemprender su patrulla por las calles cuando hab?­a aparecido el veh?­culo blindado de otros italianos de mierda. Este era muy inferior al Panther tanto en blindaje como en potencia de fuego. El comandante Bennato solo pod?­a probar a dar marcha atr??s r??pidamente, con la muy d?©bil esperanza de que el enemigo tuviera otras ??rdenes a cumplir de inmediato y no se preocupara por seguirlos: fren?? de golpe, sin necesidad de recibir la orden, puso la marcha atr??s y aceler??, mientras los seis patriotas a pie, al ver que el blindado empezaba a retroceder se echaron atr??s precedi?©ndolo en la retirada. Sin embargo, el veh?­culo pudo entrar en Via Battisti solo en parte, porque el motor se cal?? y par?? por la r??pida maniobra y el blindado se detuvo con la parte anterior todav?­a expuesta al enemigo. Contrariamente a la tenue esperanza italiana, en lugar de reemprender la patrulla por N??poles, el comandante del Panther decidi?? destruir el veh?­culo rebelde y orden?? al artillero apuntar levantando cero contra el agente del enemigo. Vittorio, entreviendo por la tronera la torreta del tanque empezando a girar dirigiendo el ca?±??n hacia el blindado, grit?? a los suyos que abandonaran el veh?­culo y se emboscaran en los callejones de la Via Battisti y, al dar la orden, ?©l mismo se dirigi?? a la salida, bajando el primero. Luego razonar?­a que, despu?©s de todo, retrasarse no habr?­a servido para que los dem??s salieran m??s r??pidos. En realidad, hab?­a prevalecido sencillamente su instinto de conservaci??n. El disparo del ca?±??n retumb?? un instante despu?©s de que el comandante Bennato hubiera salido el ??ltimo. El proyectil explot?? con precisi??n en la parte expuesta del veh?­culo al que hab?­a apuntado el artillero. Debido a esta explosi??n tambi?©n estall?? la bomba anticarro Panzerwurfmine que estaba antes en el Panzerfaust del granadero, arma que hasta un momento antes hab?­a estado sobre su espalda pero que se hab?­a quitado para huir m??s r??pido. El blindado italiano fue lanzado hacia atr??s y se incendi??, embistiendo y aplastando a los cuatro patriotas m??s cercanos, mientras esquirlas densas y grandes se proyectaban devastadoras a su alrededor. Tambi?©n falleci?? el comandante Bennato, que, golpeado en el cuello por una lacha ardiente, muri?? por el golpe con la cabeza destrozada. El granadero fue destrozado por la bomba Panzerwurfmine y las esquirlas del Panzerfaust, del que estaba demasiado cerca. Los agentes Tertini y Pontiani, alcanzados en la espalda por multitud de fragmentos, murieron minutos despu?©s, desplomados sobre el adoquinado. Solo se salavaron al subcomisario, el brigada y la joven, que consiguieron entrar, apenas un momento antes de la explosi??n, en el callej??n m??s cercano. Al mismo tiempo, a causa del muy violento desplazamiento del aire, se derrumbaron los d?©biles muros externos de dos viejas edificaciones que se encontraban a los lados del blindado, arrastrando con ellos a los residentes y sepult??ndoles mortalmente. Vittorio y sus dos compa?±eros atravesaron corriendo el peque?±o patio en el que se hab?­an refugiado y, a continuaci??n, pasando bajo un arco trasversal en un muro, entraron en el patio de otro caser?­o. Aqu?­ la joven, que ya hab?­a abandonado la ametralladora MG al principio de la precipitada retirada, se deshizo de las ristras de munici??n que llevaba en bandolera y estaba a punto de dejar tambi?©n la bolsa con la radio, pero Vittorio le detuvo y, sin decir palabras, la puso a cargo del brigada. ???Podr?­a servirnos ???dijo. El tr?­o volvi?? sobre sus pasos, pasando con cuidado de un del patio a otro y luego a otro hasta llegar a la Via del Claustro, desprovista de alemanes, que terminaba y todav?­a hoy termina en la Via Monteoliveto, donde viv?­a la joven. Era precisamente en su casa donde pretend?­a refugiarse. Por el contrario, los dos polic?­as trataban de llegar a la Via Medina, siguiendo la Via Monteoliveto, m??s all?? del cruce con el Corso Umberto I, y volver a la comisar?­a. Vittorio se asom?? a la Via Monteoliveto y ech?? una ojeada a derecha e izquierda. Advirti?? con decepci??n que, no muy lejos a su derecha, en el cruce de la v?­a con el Corso Umberto I, hab?­a un puesto de control de un pelot??n de Waffen SS, dotado con camionetas, motocarros y un ca?±??n anticarro autom??vil de 47 mm. Panzerj?¤ger, modelo anticuado fruto de la adaptaci??n de un tanque todav?­a m??s antiguo y arma poco eficaz frente a los carros armados modernos, pero mortal contra veh?­culos no acorazados y edificios. Los veh?­culos hab?­an sido aparcados por los alemanes uno detr??s del otro a lo largo del Corso Umberto I, en las intersecciones de este con Via Medina y Via Monteoliveto. Era evidente que el objetivo era impedir a los veh?­culos el ingreso en el corso o que lo atravesaran. Como el ca?±??n anticarro se dirig?­a hacia Via Medina, Vittorio supuso correctamente que el objetivo del bloqueo era obstaculizar a veh?­culos y hombres que salieran de la comisar?­a. Tambi?©n imagin?? que, para impedir el paso de autom??viles en ambas direcciones, deb?­a haber otro puesto m??s al otro lado de la comisar?­a, cerca del punto donde se hab?­a desarrollado el combate de los patriotas con los granaderos alemanes. Por tanto, ni hablar de atravesar el Corso Umberto I y unirse a los colegas que quedaran en la sede. Ahora se trataba de resguardarse todos en casa de la joven. Como el brigada iba de uniforme, antes de que el tr?­o se pusiera a la vista en la Via Monteoliveto con el riesgo de ser advertido por los alemanes, D???Aiazzo pes?? en dar al funcionario su chaqueta de lanital totalmente gris, para que se la pusiera sobre la guerrera, escondi?©ndola algo y cubriendo la bolsa de la radio que, colgada del cuello, pend?­a delante del abdomen del suboficial. As?­ se hizo. Marino tambi?©n ocult?? en el pecho el gorro militar, bajo la guerrera y la chaqueta antes de abrocharse los botones. La casa de la joven estaba a la izquierda de la V?­a del Claustro al mismo lado de la Via Monteoliveto en la que desembocaba aquella. Los tres se colocaron a unos treinta metros uno de otro, con la joven por delante, despu?©s el brigada y por ??ltimo el subcomisario. Como hab?­a recomendado este, caminaron lentamente, por si los ve?­an los nazis del puesto de bloqueo, algo que era seguro, pero sin duda no despertaron sospechas, dado que ning??n alem??n abandon?? el cruce para detenerlos y verificar sus documentos. El edificio era peque?±o, con solo dos apartamentos encima, de los cuales el m??s aireado era el primer piso, con techos de tres metros, mientras que el otro, donde viv?­a la joven con sus padres, era un entresuelo de unos dos metros cincuenta. Estaba encima de una tienda en la calle que miraba a la Via Monteoliveto a trav?©s de una puertecilla a la izquierda del peque?±o portal del edificio, todav?­a m??s a la izquierda, con una verja en ese momento con el cierre met??lico echado. La casita era propiedad de un vendedor ambulante de fruta y verdura que viv?­a en el primer piso y utilizaba la tienda para su actividad mientras alquilaba el entresuelo a la familia de la joven. La joven abri?? el peque?±o portal y entr?? en este, que ol?­a a cerrado, dejando la puerta entreabierta y aguardando a sus compa?±eros. Entraba un poco de aire fresco por la abertura. Los dos hombres llegaron uno detr??s de otro. Vittorio cerr?? tras ?©l la puerta e inmediatamente, con la joven a la cabeza, el grupo subi?? las escaleras que llevaban al entresuelo. Como indicaba la placa junto a la puerta del apartamento, la familia se llamaba Scognamiglio. ???Te apellidas Scognamiglio, ??y tu nombre es ??¦? ???pregunt?? Vittorio a la joven. ???Mariapia. ???Encantado, Mariapia ???Le sonri??, abandonando la expresi??n preocupada que ten?­a en el rostro desde que sali?? de la comisar?­a???. Soy el subcomisario Vittorio D???Aiazzo. ?????¦ Y yo el brigada Marino Bordin ???intervino su ayudante, permaneciendo muy serio, al contrario que su superior, casi altivo, evidentemente orgulloso de su grado. Aunque las facciones de Mariapia no se mostraban ya ce?±udas, el rostro no se le hab?­a tranquilizado: su expresi??n hab?­a pasado de tenebrosa a triste. Abri?? la puerta de la casa con su llave, que llevaba en un portamonedas de tela de c???±amo en el ??nico bolsillo profundo de su falda gris??cea de cafioc, sostenida por un cintur??n negro opaco de cuoital, sobre la que llevaba una camiseta de color azulado tambi?©n de cafioc. La joven llevaba en los pies calcetines grises de lanital dentro de dos botas negras de coriacel, con las suelas de goma igualmente negras extra?­das de viejas cubiertas de autom??vil directamente por el artesano fabricante. Como observaron los dos polic?­as, el apartamento ten?­a tres espacios y un corredor. Este, de un par de metros de largo, recorr?­a la casa en toda su longitud, terminando en un ventanuco sin postigos. Las tres habitaciones estaban a la izquierda de la entrada, en ese momento ten?­an las puertas cerradas, pero, como se intu?­a desde all?­, asomaban a la Via Monteoliveto. A la derecha hab?­a un balc??n que flanqueaba el pasillo y quedaba por encima de un espacio de huerta tan largo como el edificio y con el triple de profundidad, con manzanos y ciruelos desperdigados, abundantes hortalizas y tres filas cortas y paralelas de vi?±as: tambi?©n esa porci??n de tierra pertenec?­a al vendedor ambulante. En un extremo del balc??n, a la izquierda de quien saliera fuera por la ??nica puerta-ventana, en el centro del pasillo, hab?­a una caseta de madera que, como intuyeron los invitados, alojaba el retrete dom?©stico. Se hab?­a o?­do a alguien moverse en la habitaci??n m??s cercana a la entrada, que resultar?­a ser una cocina-comedor. ?????Qui?©n est?? ah?­? ???pregunt?? Vittorio a la joven. Sin responderle, Mariapia entreabri?? apenas un tercio de la puerta y entr?? en el espacio, cerr??ndola tras de s?­. Se oy?? un parloteo incomprensible. Luego la puerta se volvi?? a abrir, esta vez del todo, y la joven sali?? junto con sus padres. Su padre, Antonio Scognamiglio, se encontr?? con los acogidos con la frente fruncida por la inquietud, los ojos fijos en las botas y los pantalones de Bordin, con su evidente banda fucsia. El malestar manifiesto de due?±o de la casa se acentu?? cuando, un momento despu?©s, el brigada se quit?? la chaqueta de D???Aiazzo, mostrando as?­ su graduaci??n cosida a las mangas de su casaca. Sin embargo, el padre de Mariapia era esencialmente un buen hombre. Su recelo no lo causaba por tener algo que esconder a la justicia, sino por el hecho de que ten?­a desde ni?±o, como es habitual entre la clase popular napolitana, un sentido de gran prudencia, por no decir de desconfianza, hacia las autoridades grandes y peque?±as, transmitido de generaci??n en generaci??n con el recuerdo at??vico de la prepotencia de los birri y los dem??s funcionarios p??blicos de los reyes borbones. El hombre era bastante peque?±o, unos quince cent?­metros m??s bajo que Vittorio, ten?­a manos callosas, era delgado como Maripia y llevaba una cabellera frondosa, en un tiempo negra como la de la hija, pero ahora blanca, a pesar no tener m??s que cuarenta y ocho a?±os. Tambi?©n su rugoso rostro hac?­a que su aspecto fuera envejecido, como el que aparece en los marineros y pescadores despu?©s de a?±os en el mar por la continua exposici??n al sol y la salmuera. Y de hecho hab?­a ejercido, en naves de altura, la apreciada profesi??n de pescador jefe, como todav?­a constaba en su documento de identidad. Pero hac?­a catorce meses, como hab?­a confiado casi de inmediato a los alojados para justificar su estancia en casa, hab?­a perdido el trabajo, despu?©s de tres decenios en el mismo pesquero, primero como grumete, luego como pescador experto y finalmente como pescador jefe. Explic?? que hab?­a perdido todo dram??ticamente en julio de 1942 por el naufragio de la embarcaci??n, destrozada por una bomba de un cazabombardero de la armada inglesa De Havilland Sea Mosquito, cuyo estilizado perfil, visto desde abajo, era muy conocido por los marineros italianos porque se anunciaba en los puertos: Antonio hab?­a sido el ??nico superviviente de la matanza, porque, buen nadador, se hab?­a lanzado al agua en cuanto hab?­a visto la silueta abalanzarse sobre el pesquero. Fue rescatado por un destructor de la Marina Regia italiana, en ruta hacia el puerto de N??poles, que pasaba por fortuna por el ??rea n??utica del naufragio apenas unas diez horas despu?©s, siendo todav?­a de d?­a y, para m??s fortuna, estando de guardia en el destructor un ojeador de primera clase, Êîíåö îçíàêîìèòåëüíîãî ôðàãìåíòà. Òåêñò ïðåäîñòàâëåí ÎÎÎ «ËèòÐåñ». Ïðî÷èòàéòå ýòó êíèãó öåëèêîì, êóïèâ ïîëíóþ ëåãàëüíóþ âåðñèþ (https://www.litres.ru/pages/biblio_book/?art=40851325&lfrom=688855901) íà ËèòÐåñ. Áåçîïàñíî îïëàòèòü êíèãó ìîæíî áàíêîâñêîé êàðòîé Visa, MasterCard, Maestro, ñî ñ÷åòà ìîáèëüíîãî òåëåôîíà, ñ ïëàòåæíîãî òåðìèíàëà, â ñàëîíå ÌÒÑ èëè Ñâÿçíîé, ÷åðåç PayPal, WebMoney, ßíäåêñ.Äåíüãè, QIWI Êîøåëåê, áîíóñíûìè êàðòàìè èëè äðóãèì óäîáíûì Âàì ñïîñîáîì.
Íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë Ëó÷øåå ìåñòî äëÿ ðàçìåùåíèÿ ñâîèõ ïðîèçâåäåíèé ìîëîäûìè àâòîðàìè, ïîýòàìè; äëÿ ðåàëèçàöèè ñâîèõ òâîð÷åñêèõ èäåé è äëÿ òîãî, ÷òîáû âàøè ïðîèçâåäåíèÿ ñòàëè ïîïóëÿðíûìè è ÷èòàåìûìè. Åñëè âû, íåèçâåñòíûé ñîâðåìåííûé ïîýò èëè çàèíòåðåñîâàííûé ÷èòàòåëü - Âàñ æä¸ò íàø ëèòåðàòóðíûé æóðíàë.